El lector hallará en los relatos de Los cuentos del peregrino y el ahorcado la vida y sus avatares, la muerte y la fortaleza del peregrino, en este orden, se puede advertir que ello se repite a cada instante. La muerte desde un sentir siempre diferente, a veces machista, como el que sale a enfrentarla “a lo macho”, a veces bajo la mirada de una diosa sapientísima, como lo ensalza el “Episodio XXII” y muchas veces desde la absoluta femineidad y valentía: la abuela que espera al nieto; la niña que no da “El último beso” o la señorita que murió momentáneamente en un vaso de agua. La muerte y un camino para seguir andando, o para correr, como rezan las últimas páginas. La muerte factible, hecho físico-corporal, pero también la muerte simbólica, es el caso de “El sándwich de queso”: el regreso de un muerto en vida que vuelve para romper el hielo que sostenía las distancias afectivas; también Pericles, en el abandono de su cuarto, en el olvido, es casi la muerte como el sueño o el recuerdo; o el miedo de perder hasta la vida por el juego vicioso de “Vendedores ambulantes”. La muerte simbólica de un ser querido tras el “Viaje” y la eterna búsqueda de ese otro.Todos los personajes de Los cuentos del peregrino y el ahorcado están como al principio del libro, un poco ahorcados, un poco remordidos, pero en una constante supervivencia, en una lucha en la que uno no es el perdedor sino el que resiste, sobrevive y se hace escuchar, el que le hinca a otro y le dice “más de una vez vas a soñar conmigo”. Luz Peñaloza