2. Aleix Muñoz, 2n premi narrativa
UNA GRAN PÉRDIDA
Era Navidad en la capital. Emilia estaba tumbada al sofá esperando a su
marido cuando sonó el timbre.
Jake viajaba en el helicóptero, supuestamente por zona neutral, con una foto
de su mujer y su hijo en la mano esperando poderse encontrar con ellos por
Navidad, cuando se vio sorprendido juntamente con su equipo por un ataque
sorpresa de un antiaéreo enemigo que llevaba sin utilizarse años. El
helicóptero perdió el control y cayó. Se estrelló contra una montaña y
muchos de los soldados cayeron muertos. Con la ayuda de uno de sus
compañeros consiguió salir del helicóptero y coger un arma para protegerse
de los enemigos que se aproximaban por las montañas de enfrente.
Des de un punto seguro, el general al mando observaba la escena, impotente,
deprimiéndose cada vez más viendo como sus mejores soldados morían a pies
de sus enemigos o invirtiendo sus últimas fuerzas intentando matar la mayor
parte de enemigos posibles antes de que se los llevara un una muerte segura
que todos sabían que llegaría. Escupió al suelo, dio media vuelta y los
abandonó a su suerte; se sentía culpable de todo aquello. Y lo peor, no era
la muerte, sino tener que dar la noticia a sus parientes.
Emilia abrió la puerta, y cuando vio quienes eran, se puso a llorar. Sintió que
se le iba la vida, que no tenia nada por qué vivir.
Jake se esforzaba por continuar vivo, su compañero ya había caído y ahora
estaba solo. Los enemigos no paraban, y se iba quedando sin fuerzas y sin
munición. En cambio los iraquíes, no cesaban, parecía que no muriesen. De
3. repente se vio sorprendido por la espalda por un enemigo que se aproximaba
hacia él como si de la muerte misma se tratase. Notó que su hora había
llegado mientras notaba el filo de un arma rallándole el cuello y un líquido
caliente que resbalaba formando un charco de sangre en el suelo. En ese
momento, pensó en su general, y de que gracias a él, había salido de la calle
y había llegado a formar una familia, un general que le había devuelto el
honor y la fe en si mismo, y que moría luchando por él y su patria. Se acordó
de su hijo, de cuando jugaban en el patio de su casa, de cómo reía, y de
que crecería sin padre, de su mujer, de cuando era pequeño y jugaba con su
hermano en casa de sus abuelos con el sonido de la fuente y de los pájaros de
fondo i de que nunca volvería a verlos ; y envuelto de enemigos, dejó ir unas
lágrimas, unas lágrimas, que serían lo último que hiciera antes de
desplomarse en el suelo y ahogarse con su propia sangre.
El general caminaba mirando al suelo y pensando en como daría la mala
noticia. Había perdido a un hombre a quien había sacado de la calle y había
conseguido que formase una familia que le quisiera más de lo que lo había
hecho nadie. Había hecho de él un buen soldado, el mejor de todos, le había
dado una buena reputación. Se lo quería como a un hijo y ahora estaba
muerto. Y él había visto como se quedaba solo a merced de la suerte, sin tan
solo actuar, le había traicionado y se culpaba de aquello. Se sentía como
nunca se había sentido, sentía remordimientos, sentía un hueco en el
corazón que sabía que no podría tapar con nada. Le había dado una segunda
oportunidad, y ahora le daba la muerte.
El hermano de Jake, un funcionario de New York, estaba en su casa
duchándose. Escuchó el timbre y bajó con una toalla en la cintura, y abrió la
puerta. Eran soldados, o aquello parecía, y pensó lo peor de todo. Cuando se
lo comentaron, se llevó las manos a la cabeza y cerró la puerta. Se quedó
solo, sentado en el sofá esperando que en algún momento, cualquiera,
entraría su hermano por la puerta, pero aquello no pasó.