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AMBIENTE, PROGRESO Y CONTRADICCIONES DE IZQUIERDA por Eduardo Gudynas
1. Eduardo Gudynas comparte una nota periodística en el contexto del creciente debate en Uruguay sobre la
propuesta del gobierno de J Mujica de aprobar la mega minería a cielo abierto. En ese debate aparecen ahora
voces que presentan al ambientalismo como un reducto de indianistas y místicos. En este caso respuesta a un
analista que los calificaba como "ambientalismo de la quena y la Pachamama".
Semanario VOCES, 20 junio 2011 (Montevideo)
AMBIENTE, PROGRESO
Y CONTRADICCIONES
DE IZQUIERDA
por Eduardo Gudynas
Celebremos que el debate sobre ambiente y desarrollo recuperara su
protagonismo, abordando tanto sus expresiones más cotidianas como sus
contenidos bases ideológicas. Se relanza una problemática que venía atrasada
en Uruguay, donde la izquierda debe repensarse desde una justicia tanto social
como ambiental.
Reconocido el valor de todas las voces en las actuales discusiones, parece
necesario comenzar a hilar más fino en algunos aspectos. Más de una vez se
alude a la existencia de dos ambientalismos, uno anclado en un misticismo
que reclama una Naturaleza intocada, y otro que buscaría alimentar el
progreso por medio de cambios en el consumo y un uso juicioso de la
Naturaleza. Esa imagen está presente en una entrevista a E. Fernández
Huidobro de semanas atrás en este semanario. Reaparece bajo la etiqueta de
una “ecología devota de la quena y la Pachamama” (aplicada por Hoenir
Sarthou en Voces del 23 de junio), que “complicaría” las cosas por su toque
místico propio de indígenas, frente a otra que parecería enfocada en analizar
cuestiones como la propiedad de los recursos, el consumismo o el papel de la
tecnología.
A mi modo de ver esas distinciones no son muy útiles para abordar las
posibles articulaciones entre ambiente y desarrollo desde una perspectiva de
izquierda. Es más, considero que insistir en desdeñar los reclamos basados en
2. otras formas de valoración y sensibilidad ambiental, es alguna medida parte de
la misma mirada cultural que explica la crisis ambientales actual.
La presión actual sobre los ambientes latinoamericanos, incluyendo Uruguay,
dependen tanto de los patrones de consumo nacionales, pero en mucho mayor
medida de la extracción de recursos naturales para satisfacer el consumo en
otros continentes. Emprendimientos como las exportaciones forestales, la soja
o tal vez el hierro en el futuro, son en sentido estricto una masiva transferencia
de recursos naturales bajo un sistema de comercio desigual, donde nuestro
países deben lidiar con la externalización de los impactos sociales y
ambientales.
El nuevo ambientalismo crítico aborda esa problemática, indica que los
gobiernos progresistas sorpresivamente quedaron capturados en ese tipo de
globalización, y no fueron capaces de incorporar las alternativas de izquierda
frente a la mundialización. Este ambientalismo crítico posee su propia teoría
del nuevo extractivismo progresista, donde los gobiernos defienden sea la
minería o los monocultivos de exportación, como motor del crecimiento
económico y generadores de recursos que servirían para sostener sus
programas de lucha contra la pobreza. Su visión del desarrollo, entendiéndolo
como progreso esencialmente económico, y donde el Estado llevaría adelante
algunas compensaciones sociales, es mucho más parecido a las visiones
clásicas de las década de 1950 o 1960, que a las discusiones que uno esperaría
para el siglo XXI. A su vez, las contradicciones que hoy se discuten en
Uruguay no son nuevas, y situaciones similares se observan desde hace años
en Brasil, Ecuador o Venezuela.
OTRO DESARROLLO, OTROS VALORES
A partir de esos debates contemporáneos, una y otra vez queda en claro que la
visión convencional del desarrollo encierra unas formas muy particulares de
valorar todo lo que nos rodea. Predomina la valoración económica y es
esencialmente utilitarista. Eso asoma cuando, por ejemplo, el presidente
Mujica alude a dunas de arenas inútiles que deberían ser privatizadas (lo inútil
convertido en algo útil). El consumismo que se cultiva reproduce esos valores,
donde la gente desea y ambiciona la posesión y uso de bienes y servicios,
ilusionados en que asegurarán su calidad de vida, aunque en muchos casos
encierran enormes impactos ambientales (el bienestar entendido como el
acceso a electrodomésticos, por ejemplo). Por si fuera poco, una y otra vez se
3. apuesta a la mística de la ciencia contemporánea como medio privilegiado y
efectivo para impedir o amortiguar los impactos ambientales (¿recordamos
que hasta antes del desastre de Fukushima todos los partidos políticos
uruguayos defendían centrales nucleares en Uruguay como seguras?).
Un repaso de la lista de arriba muestra que ese conjunto de posturas encierra
una ética muy particular en entender el desarrollo, la sociedad y sus relaciones
con el entorno. Allí hay mucho de misticismo, al nivel que muchos aseguran
que el “desarrollo” se ha convertido en una de las religiones propias del siglo
XX. Sus liturgias están en los indicadores macroeconómicos y la tasa de
exportaciones.
Llegados a este punto, me pregunto porqué se acepta el misticismo de las
soluciones tecnológicas eficientes o la religión de bienestar basado en el
consumo material y el progreso, pero se mira con desdén a otras culturas que
buscan percibir y valorar la Naturaleza de otra manera, y se las relega como
algo místico. La crisis social y ambiental, ¿no es expresión a su vez de una
crisis ética? ¿No deben estar en juego otras sensibilidades y creencias? ¿No
hay nada para aprender en otras culturas?
Cuando se resisten los cambios éticos en generar alternativas al desarrollo, nos
mantenemos dentro del mismo sistema de valores que genera la crisis
ecológica. Un desarrollo alternativo requiere no solo reposicionar por ejemplo
la economía, sino que exige de otras valoraciones. La importancia de los
aportes de otras culturas, es precisamente que ellas alumbran ese debate sobre
los valores, ya que no defienden su bienestar como atado al progreso material.
Esto no implica defender una Naturaleza intocada; de hecho, ninguna de las
posturas del nuevo ambientalismo crítico sostiene esa medida 1. En cambio, lo
que se hace es una deconstrucción de la ideología del progreso, y con ello de
su religiosidad en la infalibilidad del crecimiento económico, los indicadores
macroeconómicos y la calidad de vida atada al consumo. De esta manera, los
ambientalismos no se pueden diferenciar entre aquellos que son místicos y los
que no lo son.
Allí están uno de los aportes para generar una alternativa comprometida con la
justicia social, lo que la hace heredera de la izquierda clásica, pero a la vez
con la justicia ecológica. Estos son los nuevos aportes que una parte de la
izquierda clásica sigue sin entender, ya que se defiende un compromiso con
los derechos y la justicia en un nuevo sentido, al ser tanto sociales como
ambientales.
4. A mi modo de ver, la jerarquía de la izquierda criolla no entiende estas
tensiones. Es cierto que en el actual debate se están sumando algunas nuevas
voces, pero no podemos olvidar que el plan de gobierno ofrecido por el FA en
la última campaña electoral de 2009, no tenía un capítulo ambiental. Cuando
se alertó sobre ese desvío (incluso desde Voces), alarmados por caer en el
triste ranking de ser el primer partido de izquierda en el siglo XXI que no
ofrecía una propuesta ambiental, no pasó nada. No hubo reacciones políticas.
Dos años después parece retomarse la importancia de debatir sobre el papel
del ambiente en nuestras estrategias de desarrollo. Pero no es un aspecto
menor, observar que el actual debate no resulta de un liderazgo orientado con
la renovación ideológica, sino que surge desde los reclamos y protestas
ciudadanas.
1. En Uruguay es común escuchar unas cuantas simplificaciones sobre las
posturas de culturas indígenas frente a la Naturaleza. Brindo unos ejemplos en
esta nota al pie en tanto no son el asunto central de mi argumentación. Pero
entre ellas, quisiera destacar que no se pueden generalizar las visiones
“indígenas” sobre la Naturaleza, ya que “indígena” es un concepto plural que
engloba a pueblos y naciones muy distintas, unas más simbiontes con los
ambientes naturales, y otras mucho mas manipuladoras. Asumiendo que las
alusiones a la “Pachamama” y la “quena” apunten a los Andes, baste indicar
que quechuas y aymaras no conciben al ambiente como un “remanzo de paz y
orden”, en tanto las comunidades tradicionales hacen un uso intenso de su
entorno ya que son agricultores y pastores. Su visión del entorno, entendido
como Pachamama, es de una naturaleza humanizada, y recíprocamente,
comunidades humanas cuya identidad depende de factores sociales pero
también de su contexto ecológico.