1. La guajira La Guajira es la tierra del cactus, del mar y la sal. Y tras el voluptuoso panorama de Manaure, donde están los pozos salinos, tiene la oscura belleza del paisaje carbonero. La Guajira es una tierra salvaje, como sus espinosos senderos, pero amable, como su gente; puede uno sufrir por una varada en medio del desierto, pero también puede acampar al pie del faro más septentrional de Suramérica, en el Cabo de la Vela. Así como sus colores son los extremos, el blanco y el negro, también así lo son sus costumbres y sus formas de vida: un desarrollo "absoluto" y repentino, que se confunde con una pobreza absoluta. Además, si Colombia es un país de vernáculas tradiciones, en La Guajira se conservan las más puras costumbres.
2. Y sólo el río Ranchería, que pasa muy cerca al complejo de El Cerrejón para luego atravesar las desérticas tierras de la parte alta, es testigo simultáneo de sus dos caras: la del carbón y su moderna tecnología y la de la sal, extraída a lomo de mula y sudor indígena. Porque La Guajira no pasó a la industrialización como una gran parte del país, sino que convive, con algunos conflictos, con la mula y con el jet. Y no sólo posee mar, sal y carbón. También es el único trozo de suelo colombiano que tiene en medio de millares de kilómetros de severo desierto, un oasis cubierto de nubes, hábitat de valiosas especies de flora y fauna: es el parque de la Macuira. Y mientras en las inmediaciones de Barrancas se conforma E1 Cerrejón con la tecnología más moderna hasta ahora importada, en los pueblos circunvecinos existe aún el sistema de clanes matriarcales, se pagan dotes para el matrimonio, los funerales duran 40 días, las enfermedades las cura el piache-maestro tradicional de gran sabiduría-, y las parejas danzan durante largas horas, sin descanso, en la chichamaya, el baile típico. .
3. Tierra blanca A 60 kilómetros de la capital y entre el mar y el extenso desierto, está Manaure, la tierra de la sal, donde los nativos cambiaron sus redes y cañas de pescar por palos y rastrillos para la explotación de su recurso más próximo, el mar. En este lugar, el Caribe penetra en ensenadas y por la topografía del terreno, deja estancadas a parte de sus aguas. El soI evapora el agua y deja extensas playas salobres. Entonces, cientos de indios de pieles curtidas, ataviados con un pequeño guayuco, acompañados por mujeres que se protegen del sol tiñendose el rostro de negro, pasan las horas con sus pies hundidos en las charcas, bajo el calcinante rayo de sol, recogiendo la sal. Desde lo alto, la playa de Manaure semeja una blanca parcelación. Es como si una tecnología de avanzada le robara territorio al mar. Desde la carretera, la inmensa playa se ve interrumpida por millares de montículos salobres, el pan comer de sendas, que usan un método de extracción desde hace más de 500 años.
4. Tierra de leyendas Ciento veinte kilómetros después de Riohacha se encuentra por fin el Cabo de la Vela, "El camino de las almas", por donde los espíritus de los guajiros inician su camino después de la muerte hacia lo desconocido, según su religión. En el camino, que en varias ocasiones abandona la playa para incrustarse en los desiertos de la Auyama y Carrizal, el Cerro de la Teta anuncia su proximidad. Después de tres horas de travesía lenta, a partir de Manaure, aparece por fin la Serranía del Carpintero, en una de las puntas del norte de Colombia y escenario del Cabo de la Vela. La Serranía, con escasos veinte metros de altura, oculta el mar al paseante. Es necesario alcanzar la cúspide para observar él punto donde termina la tierra y los vientos, transportados por el océano, tocan por primera vez tierra suramericana para chocar furiosamente la cresta de la colina, y elevar al visitante invitando a seguir, como los guájiros, el camino de las almas. Ese viento arrasó con los manglares y creó el desierto. Ahí está el Cabo de la Vela, escenario de leyendas que se incrusta atrevidamente en el mar.