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Procrastinación – Una mirada clínica
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Máster de Psicología Clínica y de la Salud
MTPCCATSIN121D
Barcelona, 24 de Julio de 2013
Procrastinación
Una mirada clínica
David Guzmán Pérez
Procrastinación – Una mirada clínica
1
Contenido
1. Justificación.................................................................................................................................................... 2
2. Introducción................................................................................................................................................... 4
3. Marco conceptual e histórico........................................................................................................................ 4
3.1. Definición.............................................................................................................................................. 4
3.2. Historia.................................................................................................................................................. 6
4. Características y causas de la procrastinación.............................................................................................. 7
4.1. El ciclo de la procrastinación ................................................................................................................ 7
4.2. Tipos de procrastinación..................................................................................................................... 11
4.2.1. Procrastinador tipo arousal ....................................................................................................... 12
4.2.2. Procrastinador tipo evitativo..................................................................................................... 12
4.2.3. Procrastinador tipo decisional................................................................................................... 12
4.2.4. Últimos hallazgos ....................................................................................................................... 12
4.3. La procrastinación como rasgo de personalidad................................................................................ 14
4.4. Responsabilidad y procrastinación..................................................................................................... 15
4.5. Ansiedad y procrastinación ................................................................................................................ 16
4.6. Amabilidad y procrastinación............................................................................................................. 19
4.7. Extraversión, impulsividad y procrastinación.................................................................................... 20
4.8. Cogniciones y procrastinación............................................................................................................ 20
4.9. Variables ambientales y procrastinación........................................................................................... 24
4.10. Características demográficas.......................................................................................................... 27
4.11. Variables biológicas........................................................................................................................ 27
4.12. Orientación temporal..................................................................................................................... 29
4.13. Consecuencias de la procrastinación............................................................................................. 30
4.14. Teoría de la motivación temporal (Temporal Motivation Theory - TMT)..................................... 31
5. La procrastinación desde la psicología clínica ............................................................................................ 33
5.1. La procrastinación como trastorno mental........................................................................................ 33
5.2. Intervención terapéutica en la procrastinación................................................................................. 35
5.2.1. TMT............................................................................................................................................. 36
5.2.2. Otros abordajes terapéuticos cognitivo conductuales ............................................................. 39
5.2.3. Programa de tratamiento grupal............................................................................................... 41
6. Discusión...................................................................................................................................................... 42
7. Bibliografía................................................................................................................................................... 43
Procrastinación – Una mirada clínica
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1. Justificación
Existen varios motivos por los que he escogido el tema de la procrastinación. Uno de ellos es
que se trata de una problemática muy común, que la inmensa mayoría de la población ha
experimentado personalmente alguna vez o durante un periodo concreto de su vida.
Mientras para mucha gente no deja de ser un problema menor, para una parte importante
de la población puede llegar a suponer tal obstáculo en la consecución de las propias metas
que se convierte en un auténtico trastorno con entidad propia que, como veremos, puede
causar una interferencia muy significativa en el bienestar tanto respecto a la salud física
como a lo psicológico, emocional y social.
Diferentes estudios muestran que aproximadamente un 80%-95% de los estudiantes
universitarios procrastinan en ocasiones (O’Brien, 2002). De éstos, el 70% se considera a sí
mismo un procrastinador (Schouwenburg, 2004) y casi el 50% procrastina de manera
consistente y problemática (Day, Mensin y O’Sullivan, 2000). Los estudiantes suelen estimar
que la procrastinación consume aproximadamente un tercio del tiempo del que disponen en
su vida diaria, y habitualmente consiste en dormir, jugar o ver la televisión (Pychyl, Lee y
Thibodeau, 2000). Además, se estima que la procrastinación como problema crónico afecta
al 20%-25% de la población general (Ferrari y Díaz-Morales, 2007).
Es, por lo tanto, un problema considerablemente relevante en el espectro de la conducta
humana que, sin embargo, no parece haber recibido el interés por parte de la comunidad
científica que se merece durante la mayor parte de su historia. Uno no puede evitar
preguntarse si no será por el estilo de vida que la alta exigencia laboral de nuestra sociedad
ha acabado imponiendo sobre todos nosotros y que tiende a marginar y culpabilizar al que
no se adapte y rinda como es debido. Probablemente, la procrastinación ha sido vista desde
hace mucho tiempo como un problema de carácter moral, una especie de batalla que cada
persona es responsable de lidiar en privado y de la que una persona madura y responsable
debe ser capaz de salir victorioso por sí mismo. En años recientes, ha ido aumentando la
cantidad de estudios destinados a analizar la procrastinación de manera científica,
convirtiéndose en un tema de máxima actualidad en el que, todavía, existen muchas
incógnitas. Es, quizás, en el ámbito de los tratamientos psicológicos de la procrastinación
donde menos propuestas y resultados hay por el momento. Es mi intención, con el presente
Procrastinación – Una mirada clínica
3
trabajo, revisar los últimos avances disponibles en este aspecto, al igual que explicar de
manera sintética los conocimientos que poseemos sobre este fenómeno tras,
aproximadamente, cuatro décadas de investigación. Es en la descripción de la
procrastinación en sí en lo que más tiempo y esfuerzo se ha invertido. Esto es esencial, ya
que necesitamos comprender cómo funciona, se desarrolla y se mantiene el problema antes
de plantearnos qué podemos hacer al respecto.
Para ello, he revisado especialmente los estudios de los últimos años, específicamente
aquellos publicados desde 2008, ya que, aunque existe numerosa bibliografía desde mucho
antes, se han realizado algunas revisiones y metaanálisis que recopilan la información más
importante y que ha resistido el paso del tiempo. Hago uso de estas revisiones
estratégicamente para poder centrarme especialmente en añadir aquellos datos que se han
ido descubriendo desde entonces. El trabajo más actual y exhaustivo hasta el 2007, con más
de 400 artículos revisados, es el de Steel (2007), el cual mencionaré en repetidas ocasiones
por haberme servido como base sobre la que ampliar. Otro trabajo muy exhaustivo y
estructurador es el de Klingsieck (2013), que es el único trabajo realmente reciente de tipo
revisor y organizador sobre la procrastinación que he encontrado. La autora es consciente de
que, además de investigación futura adicional, faltan trabajos que estructuren y mi objetivo
también es contribuir en este aspecto. La investigación en procrastinación ha seguido
muchos y muy diversos caminos, proviniendo de corrientes y disciplinas diferentes que han
seguido rutas demasiado independientes entre sí, generando un cuerpo de conocimientos
muy amplio pero poco conectado (Klingsieck, 2013). Coincido en que es necesario
desarrollar programas de intervención que tengan en cuenta todos los aspectos
relacionados con la procrastinación, desde los estudios desde la psicología diferencial hasta
la psicología clínica, pasando por la psicología educativa, entre otras. Con mi trabajo
pretendo realizar una revisión-resumen de todos los conocimientos acumulados por todas
las vertientes que puedan ser útiles en la creación de un programa de tratamiento
psicológico, entendiendo esto como programa cognitivo-conductual de carácter clínico.
Podría decirse que el interés que suscita en mí este tema va más allá de la curiosidad y el
puro afán científico. Se trata de un tema recurrente al que hace tiempo que doy vueltas
porque yo mismo, personalmente, he experimentado este problema y he lidiado con él
Procrastinación – Una mirada clínica
4
durante bastante tiempo. Ha sido una fuente de angustia importante y la causa principal de
algunos problemas recurrentes en mi vida y es, todavía hoy, la razón de algunos
arrepentimientos. A pesar de todo, hace unos años que fui ganándole la batalla hasta
alcanzar un nivel de satisfacción muy elevado y, hoy por hoy, lo considero prácticamente
superado. Creo que esto ha sido posible gracias a haber aprendido sobre mí mismo y, con
ello, entender mejor las causas de este problema. Por lo tanto, existe una motivación
personal que cobra cierta relevancia a la hora de haber escogido esta temática. Estoy
convencido de que, si yo he podido superar este problema, es más que probable que haya
muchas personas sufriendo de forma parecida que también puedan hacerlo y, por lo tanto,
es un tema que merece continuar siendo estudiado en el futuro.
¿Qué es lo que hace que una persona procrastine y otra no? ¿Realmente es una cuestión de
fuerza de voluntad, vagancia o moral? ¿Se puede hacer algo al respecto? Éstas son algunas
de las preguntas a las que intento dar respuesta en este trabajo.
2. Introducción
La estructura del trabajo consiste en una primera parte, en la que se realiza una resumida
revisión de los conocimientos acumulados hasta la actualidad en las diferentes disciplinas de
la psicología en relación a la procrastinación, siendo el criterio organizador algo arbitrario
por las propias características tan amplias de la información; una segunda parte en la que se
revisa los avances en el tratamiento de la procrastinación desde la vertiente clínica,
especialmente desde el modelo cognitivo-conductual; y, por último, a modo de conclusión,
se discute las direcciones futuras en la investigación, su relevancia y los principales factores a
tener en cuenta.
3. Marco conceptual e histórico
3.1. Definición
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la palabra “procrastinar”
sencillamente como “diferir, aplazar”. Según el Online Etymology Dictionary, el término
Procrastinación – Una mirada clínica
5
proviene del latín y se compone de las palabras pro, que significa “adelante”/”a favor de” y
crastinus, que significa “del mañana”. Sin embargo, las implicaciones del concepto desde el
punto de vista psicológico son bastante más complejas. El diccionario inglés Oxford
Dictionary of English define la palabra como “posponer una acción, especialmente sin una
buena razón”, añadiendo un nuevo matiz a la idea. Muchos autores, como por ejemplo
Burka y Yuen (1983), consideran que la acción de aplazar en el caso de la procrastinación se
caracteriza precisamente por ser irracional. En ocasiones se ha hablado de que la
procrastinación se puede entender como algo positivo en determinados contextos, ya que
podría funcionar como un mecanismo adaptativo de prevención de riesgos al afrontar tareas
cuyos resultados son inciertos (Ferrari, 1993b). Como es lógico, me centraré exclusivamente
en la visión negativa del fenómeno, entendido como una tendencia a posponer el inicio o
conclusión de cualquier tipo de acción o decisión indefinidamente teniendo uno intención de
realizarla (Lay y Silverman, 1996) resultando habitualmente en diversos problemas y un gran
malestar subjetivo para el que procrastina. En efecto, hay estudios que muestran que la
visión negativa es la claramente predominante. La mayoría de la población lo considera algo
malo, perjudicial y estúpido (Briody, 1980) y más del 95% de los procrastinadores desean
reducir esta conducta (O’Brien, 2002). Se ha demostrado en diversos estudios que la
procrastinación se asocia a una reducción del rendimiento (Steel, Brothen y Wambach,
2001). La procrastinación también implica que la acción que está siendo aplazada es
necesaria o importante para el individuo (Lay, 1986), su realización es voluntaria y no
impuesta desde fuera (Milgram, Mey-Tal y Levison, 1998) y, por último, la persona en
cuestión procrastina a pesar de ser consciente de las consecuencias negativas que puede
tener aplazar la acción (Steel, 2007).
También es importante recalcar que en la procrastinación, la persona tiene intención de
realizar en el momento la tarea en cuestión que está aplazando. Por lo tanto, no se
considera la acción de aplazar una tarea estratégicamente con buenos motivos, llamada en
ocasiones procrastinación o aplazamiento activo o estratégico. Respecto a este aspecto, en
un estudio, Corkin, Yu y Lindt (2011), encontraron que un mayor nivel de aplazamiento
estratégico se encontraba asociado incluso a un mayor nivel de autoeficacia y a mejores
notas académicas.
Procrastinación – Una mirada clínica
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Esto es así incluso para tareas que en sí mismas son placenteras para la persona. Se ha
demostrado que según las características de la conducta o tarea en cuestión, por placentera
que sea, se tiende más a procrastinar en su realización que en otras (Shu y Gneezy, 2010).
Se ha demostrado que las personas que procrastinan tienden a sufrir más estrés y a
presentar una peor salud mental en general, además de realizar menos conductas de
búsqueda de ayuda (Stead, Shanahan y Neufeld, 2010). Esto abre un tema interesante y de
enorme relevancia en el ámbito de la terapia psicológica, pues existe una gran discrepancia
entre el número de personas que sufren de algún tipo de problema de salud mental y las
que por ello acuden a terapia. La procrastinación podría ser, como apuntan algunos estudios
recientes, un factor esencial en este asunto.
3.2. Historia
Según Steel (2007), el primero en realizar un análisis histórico de la procrastinación fue
Milgram, con un trabajo de 1992 en que afirmaba que en las sociedades avanzadas
tecnológicamente hay una alta frecuencia de compromisos y fechas límite que hace que la
prevalencia de la procrastinación sea más elevada que, por ejemplo, en las sociedades
agrarias menos desarrolladas.
Posteriormente, Ferrari et al. (1995) concluyen que la procrastinación no empezó a ser
considerada socialmente un verdadero problema hasta la revolución industrial de finales del
siglo XVIII, cuando, por los grandes cambios sufridos por nuestra sociedad, el acto de
procrastinar empezó a adquirir las connotaciones negativas que perduran hasta hoy día. Los
autores afirman que, hasta ese momento histórico, la procrastinación era vista como un
estilo de conducta respetable como otro cualquiera e incluso como una sabia actitud ante la
vida. Esta hipótesis parece recibir apoyo por el hecho de que diversos estudios demuestran
que la procrastinación está en auge y sigue creciendo a día de hoy, junto con el cada vez
mayor nivel de exigencia que presenta nuestra sociedad.
Aun así, parece ser que todo apunta a que la procrastinación es tan antigua como la
humanidad misma, existiendo numerosas referencias literarias a este problema,
provenientes de diversas culturas, que alcanzan hasta varios milenios atrás. Steel (2007)
destaca el ejemplo del poeta griego Hesíodo que, siendo uno de los primeros poetas griegos
Procrastinación – Una mirada clínica
7
registrados, escribió alrededor del año 800 a.C. sobre la procrastinación que “[…] un hombre
que pospone su trabajo se encuentra siempre en un pulso con la ruina.”.
Por lo tanto, a pesar de que probablemente existan grandes diferencias interculturales en la
percepción social de la procrastinación en función del valor asociado al trabajo en cada
sociedad y otras variables, parece ser que la mayoría de autores coinciden en que se trata de
un fenómeno bastante universal y que no sólo es visto negativamente en la actualidad sino
desde hace mucho tiempo. Coincido con Steel (2007) en que es sorprendente e irónico que
la ciencia no haya abordado la procrastinación antes.
4. Características y causas de la procrastinación
Existen numerosas variables cuya relación con la procrastinación se ha estudiado
sobradamente. Sin embargo, a veces los resultados han sido contradictorios y, sobre todo, la
mayoría de estas investigaciones han ido en paralelo pero de manera mayoritariamente
independiente entre sí. Por ello, existe una cantidad ingente de estudios, la mayoría desde la
psicología diferencial, que relacionan la procrastinación con determinado rasgo o variable y
que carecen de una adecuada estructura que los conecte. En los siguientes apartados me
limitaré a exponer la información más importante que he encontrado sobre la mayoría de las
principales características, causas y correlatos de la procrastinación.
4.1. El ciclo de la procrastinación
La mayoría de los procrastinadores están bastante de acuerdo en que la sensación de
pérdida de control sobre su conducta es difícil de describir con palabras. Cuando estás
metido en el torbellino de la procrastinación toda tu vida se caracteriza por la inestabilidad
emocional, tus intenciones no se corresponden con tus acciones, te invade la frustración y
puedes perder la noción del tiempo y sentir que no eres consciente de cómo éste pasa. Al
menos, estas son algunas de las palabras de pacientes procrastinadores cuyos testimonios
recogen Burka y Yuen (2007). A pesar de la gran heterogeneidad que presenta este
fenómeno y su alto componente subjetivo, es posible encontrar ciertas generalidades y
patrones que se repiten en muchas personas. Estas autoras es precisamente lo que
Procrastinación – Una mirada clínica
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pretenden en su libro. Lo que hacen, entre otras cosas, es describir lo que ellas llaman “el
ciclo de la procrastinación”, que es un esquema básico general que describe el tipo de
pensamiento que tiene una persona procrastinadora desde que decide ponerse a realizar
una tarea determinada y que he decidido sintetizar aquí porque considero que es una buena
descripción desde dentro, compuesta por la experiencia clínica de los testimonios de
muchos pacientes. El caso que se contempla para este modelo es el más típico, el de una
tarea de tipo laboral o académica que tiene una fecha límite para ser realizada. Este ciclo
puede durar desde horas hasta años, dependiendo de qué es lo que estamos
procrastinando.
4.1.1. Paso nº 1: “Esta vez empezaré con tiempo”
Cuando acabamos de decidir realizar una determinada acción, tenemos esperanza de
empezar a tiempo. No nos sentimos capaces de hacerlo ahora mismo pero creemos que en
algún momento a corto plazo empezaremos. Tenemos la esperanza de que esta vez sea
diferente. Pero el tiempo va pasando.
4.1.2. Paso nº 2: “Tengo que empezar pronto”
La posibilidad de empezar con el tiempo adecuado ha pasado, empezamos a sentir cierta
ansiedad y empezamos a percibir la necesidad de empezar a dar algún tipo de paso inicial
pronto. Todavía nos queda tiempo, así que albergamos esperanza.
4.1.3. Paso nº 3: “¿Qué pasa si no empiezo?”
A medida que el tiempo pasa, abandonamos toda esperanza de un comienzo
adecuadamente temprano e incluso vemos muy difícil que esa acción de inicio espontáneo
que esperábamos (casi milagrosamente) se efectúe realmente. La ansiedad aumenta y, con
ello, el número de cogniciones que producimos. El pensamiento catastrófico suele dominar
esta fase, por lo que a menudo visionamos nuestro futuro como un absoluto fracaso porque
nos invade el miedo de que jamás seamos capaces de empezar lo que nos hemos propuesto.
Esto causa en nosotros una parálisis aun mayor. Nuestra cabeza empieza a rumiar:
a. “Debería haber empezado antes”
Procrastinación – Una mirada clínica
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Empezamos a arrepentirnos profundamente de no haber empezado antes, dándonos cuenta
de que sólo con una pequeña acción podríamos haber evitado toda la ansiedad y frustración
que sentimos, y nos castigamos por ello con continuos autorreproches.
b. “Estoy haciendo de todo menos…”
Una consecuencia muy habitual en este momento es empezar a realizar todo tipo de
acciones menos la que deberíamos estar realizando. De repente, otras acciones que
estábamos posponiendo anteriormente nos parecen una buena excusa para seguir sin llevar
a cabo la acción en cuestión que estamos procrastinando. Efectuamos recados, tareas
domésticas,… cualquier cosa que impida que hagamos lo correcto. Es habitual que estas
actividades parezcan tan productivas en sí mismo que hasta tenemos la percepción de que
estamos avanzando con el proyecto necesario.
c. “No puedo disfrutar de nada”
Encontrándonos ya en medio de este ciclo caótico, buscamos cualquier refuerzo inmediato a
través de la primera actividad placentera que podamos encontrar. Por eso lo más típico
suele ser ver la televisión, jugar a videojuegos, quedar con amigos… Sin embargo, el placer
que proporcionan estas actividades es muy fugaz y no podemos deshacernos del peso de la
tarea inacabada que está esperándonos. Nos inunda la culpa y la ansiedad.
d. “Espero que nadie se entere”
A medida que pasa el tiempo, nos sentimos cada vez peor con nosotros mismos y nos
avergüenza no haber sido capaces de avanzar. Intentamos que nadie se entere porque nos
da miedo lo que puedan pensar, nos inventamos excusas e incluso intentamos que aparente
que estamos muy ocupados aunque no estemos haciendo nada. A menudo ocultamos todo
lo que hacemos hasta el punto de evitar todo contacto social, responder a mensajes o a
llamadas y no salimos de casa. Las excusas que inventamos son cada vez más elaboradas e
inverosímiles y nos sentimos mentirosos y fraudulentos.
4.1.4. Paso nº 4: “Todavía tengo tiempo”
Procrastinación – Una mirada clínica
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A pesar de todo lo ocurrido hasta el punto en el que nos encontramos, seguimos albergando
la expectativa totalmente irracional, casi mágica, de que en algún momento empezaremos la
tarea y todo acabará bien, engañándonos a nosotros mismos.
4.1.5. Paso nº 5: “A mí me sucede algo”
Cuando absolutamente todo ha fallado hasta ahora, es cuando podemos empezar a pensar
que a lo mejor el problema somos nosotros mismos. Quizás es que simplemente somos así,
llevamos el problema dentro y algo nos pasa. Nos falta algo fundamental que todo el mundo
tiene. Nuestro autoconcepto sufre todavía más y nos desesperamos.
4.1.6. Paso nº 6: La decisión final: Hacer o no hacer
Llegados a este punto, debemos tomar una decisión crucial. ¿Llevamos a cabo un intento
desesperado de última hora y hacemos la tarea lo más rápido posible o tiramos la toalla y
aceptamos de una vez por todas que hemos perdido la batalla? Tenemos dos opciones:
Opción 1: No hacer
a. “¡No puedo soportarlo más!”
La ansiedad y el malestar generados durante todo este tiempo parecen insoportables y
sentimos que es imposible acabar la tarea en el poco tiempo que nos queda. La posibilidad
de descartar toda opción definitivamente es demasiado tentadora y nos acaba superando,
por lo que abandonamos del todo.
b. “¿Para qué intentarlo?”
Nos damos cuenta de que aunque invirtiéramos todas nuestras fuerzas en realizar la tarea
en el tiempo que nos queda, no seríamos capaces de hacerlo bien. Decidimos que es
demasiado tarde y que para hacerlo mal, mejor no hacerlo.
Opción 2: Hacer
a. “No puedo seguir esperando”
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La presión se ha vuelto tan grande que decidimos que seguir sin empezar la tarea es todavía
más insoportable que empezarla ahora, así que lo intentamos.
b. “Esto no está tan mal… ¿Por qué no he empezado antes?”
Nos sorprendemos porque la acción que tanta ansiedad nos producía no parece tan terrible
al final, sobre todo en comparación a todo lo que hemos pasado hasta ahora sólo para
conseguir empezar. Nos invade un desconcierto difícil de describir al darnos cuenta de lo
irracional de toda nuestra conducta. El alivio de saber que hemos empezado es enorme.
c. “¡Acábalo ya y punto!”
Estamos casi al final del tiempo y hemos de acabar ya sí o sí. A estas alturas ya no nos
importa en absoluto la calidad del trabajo, sólo nos importa terminar.
4.1.7. Paso nº 7: “¡Nunca volveré a procrastinar!”
Independientemente de si al final hemos acabado de alguna manera la tarea, como si la
hemos dado por perdida, sentimos un alivio muy grande y estamos agotados. El malestar
generado por este ciclo de la procrastinación es tan intenso que decidimos que no
volveremos a entrar en él jamás. Hacemos todo tipo de promesas y pactos con nosotros
mismos que luego no seremos capaces de cumplir. Y, poco a poco, este ciclo consume todas
nuestras esperanzas de que, algún día, podamos salir de él.
4.2. Tipos de procrastinación
En los últimos años se han publicado diversos estudios que contemplan la existencia de
varios tipos diferenciables de procrastinación. Los tres principales tipos son los siguientes: el
tipo arousal frente al tipo evitativo, por un lado y, por el otro, el tipo decisional. Esta
taxonomía fue ideada y concebida por Ferrari (1992b) cuando trataba de comparar algunas
escalas de evaluación de la procrastinación desarrolladas con anterioridad. Estas escalas
eran la General Procrastination Scale de Lay (1986) y el Adult Inventory of Procrastination de
McCown y Johnson’s (1989). Dado que en sus análisis encontraba que la correlación
existente entre estas escalas era casi nula, concluyó que éstas medían dos tipos diferentes
de procrastinación: el tipo arousal la primera y el tipo evitativo la segunda. Posteriormente,
Procrastinación – Una mirada clínica
12
Ferrari añadió un tercer tipo denominado tipo decisional, basándose en el Decisional
Procrastination Questionnaire de Mann (1982).
En los siguientes apartados se explica brevemente en qué hipótesis se basan estas
distinciones y las conclusiones que se derivan.
4.2.1. Procrastinador tipo arousal
Para Ferrari (1992b), el procrastinador tipo arousal se caracteriza por un alto nivel de
búsqueda de sensaciones que procrastina porque ansía obtener un “subidón” por la
compleción de una tarea en el último momento. Es decir, se trataría de un individuo que
recibe un alto grado de refuerzo positivo en la acción de realizar alguna tarea en muy poco
tiempo y a contrarreloj para la que ha dispuesto de mucho tiempo. La sensación de desafío
de salirse con la suya en una situación de alto riesgo de fracaso les aporta la estimulación
que necesitan. Una frase típica de este tipo de procrastinador sería “voy a posponer esta
tarea de momento, trabajo mejor bajo presión” (Pychyl y Simpson, 2009).
4.2.2. Procrastinador tipo evitativo
Al contrario que el tipo arousal, el procrastinador tipo evitativo busca principalmente no
enfrentarse a la tarea en cuestión (Ferrari, 1992b). La motivación puede adoptar varias
formas, a saber: hay tareas, que por la aversión que causan de manera intrínseca, son
evitadas; otras son pospuestas eternamente por el miedo a fracasar en el intento de
realizarlas, lo cual esconde un miedo a enfrentarse a las propias limitaciones (esto se
desarrollará en mayor profundidad en apartados posteriores).
4.2.3. Procrastinador tipo decisional
Ambos tipos de procrastinación anteriormente expuestos podrían considerarse formas
conductuales de ésta, en los que lo que posponemos son tareas. Estos dos tipos se
contraponen al tercer tipo, el decisional, ya que en éste lo que se procrastina es la toma de
una determinada decisión (Ferrari, 1994).
4.2.4. Últimos hallazgos
Procrastinación – Una mirada clínica
13
He considerado importante exponer de manera concisa los tipos de procrastinación
descritos por Ferrari, ya que algunos de los estudios a los que haré referencia a lo largo del
trabajo han sido realizados tomando esta taxonomía como referente y, por lo tanto, es
necesario conocerla. Sin embargo, eso no significa que este sistema clasificatorio no haya
sido puesto en duda y, recientemente, algunos estudios parecen concluir que esta división
de tipos puede, en realidad, no ser tal y no diferenciar realmente entre tipos claramente
distintos de procrastinadores.
Pychyl y Simpson (2009) desafían la existencia del tipo arousal como entidad diferenciada y
como subtipo de procrastinación. Los objetivos de su trabajo de investigación fueron
determinar, por un lado, si la General Procrastination Scale mide realmente un tipo de
procrastinación caracterizado por el arousal y, por otro, si la personalidad relacionada con el
tipo arousal (medida aquí por la búsqueda de sensaciones, la extraversión y el índice de
reductor) tiene relación con las creencias respecto a los motivos para la procrastinación
académica. El índice de reductor se basa en la teoría de los reductores/aumentadores de
Petrie (1967) que afirma que las personas responden de manera diferente a la misma
cantidad de estimulación sensorial. Según esta teoría, existen personas “reductoras” que
necesitan una mayor estimulación sensorial; por eso puntuar alto en esta medida está
relacionado con la búsqueda de sensaciones y con la extraversión. La conclusión del estudio
de Pychyl y Simpson es que la General Procrastination Scale de Lay, en la que se basó Ferrari
para crear el tipo arousal, no mide realmente lo supuesto. Además, los sujetos con una
personalidad caracterizada por el arousal no es un predictor ni de la procrastinación ni de las
creencias que los procrastinadores tienen sobre la motivación de su procrastinación. Por lo
tanto, concluyen los autores, las personas que justifican su conducta procrastinadora en
base a un deseo de obtención de estimulación por trabajar mejor bajo presión o en el último
momento, parecen estar “engañándose” a sí mismos o simplemente es esta la explicación
que estas personas han encontrado. Pero estas personas no son más que una mínima
porción de todos los procrastinadores. Los autores consideran que estos resultados
contradicen la existencia del tipo arousal de Ferrari.
Asimismo, un metaanálisis muy reciente con un análisis factorial exhaustivo concluyó que la
taxonomía tripartita no existe y en realidad se debe a un análisis erróneo en el trabajo de
Procrastinación – Una mirada clínica
14
Ferrari de 1992 (Steel, 2010). Para este autor, las medidas hasta aquí comentadas, que
supuestamente apoyaban el modelo de tres tipos, se solapan y se puede extraer un único
factor para la procrastinación, que se caracteriza por el aplazamiento irracional de tareas
(Steel, 2010). Éste puede ser medido de manera mucho más válida con la Pure
Procrastination Scale, creada directamente a partir de dicho estudio (Steel, 2010). Aun así, el
autor reconoce que existe la posibilidad de que se pueda distinguir un tipo de
procrastinación predecisional de uno postdecisional, en función de si lo que se pospone es la
decisión de realizar una acción en sí, o el acto de realizarla una vez tomada la decisión de
actuar, lo cual podría tener importantes implicaciones de cara a la intervención terapéutica
(Steel, 2010).
Por lo tanto, podemos concluir que existe evidencia muy reciente y potente que contradice
este modelo tripartito de la procrastinación y, sin duda alguna, es un cambio que abre
nuevas posibilidades en la comprensión del fenómeno de cara a la investigación futura. Aun
así, los principales autores defensores de los diferentes tipos de procrastinación siguen
investigando estas diferencias y existen numerosos estudios recientes que siguen haciendo
esta distinción.
4.3. La procrastinación como rasgo de personalidad
Una de las preguntas fundamentales que un investigador en psicología debe formularse
respecto a la procrastinación es si se trata de un rasgo de personalidad. Hay estudios que así
lo indican. Algunos estudios estadísticos parecen demostrar que se trata de un rasgo estable
tanto transituacionalmente como temporalmente, además de tener una importante carga
genética (Steel, 2007). Steel (2007) afirma que el rasgo de “procrastinación” se solapa
considerablemente con el de “responsabilidad” del modelo de los 5 grandes de Costa y
McCrae (1992). Sin embargo, los análisis factoriales realizados sobre esta cuestión revelan
que el factor “responsabilidad” es más amplio que el concepto “procrastinación”, pero que
éste puede ser considerado la faceta más central del primero (Steel, 2007). Por todo ello, es
lógico que las personas con una alta procrastinación suelan puntuar muy bajo en la escala de
responsabilidad.
Procrastinación – Una mirada clínica
15
Además, se ha estudiado la relación entre el acto de procrastinar y diferentes rasgos de
personalidad. Muchos de los siguientes apartados abordan aspectos relacionados con la
personalidad del procrastinador.
4.4. Responsabilidad y procrastinación
Steel concluye que la medida de la responsabilidad correlaciona fuertemente negativamente
con la procrastinación. Dentro de las facetas de la responsabilidad, podemos encontrar
algunos factores que es interesante destacar.
Una de las ideas más relacionadas con el éxito en la autorregulación de la conducta es la
capacidad de posponer la gratificación inmediata en favor de los beneficios a largo plazo. Es
un constructo muy relacionado con la impulsividad y el autocontrol en general. Tice y
Baumeister (1997) demostraron que los procrastinadores tienen una acusada tendencia a
escoger la gratificación inmediata y a no valorar las consecuencias a largo plazo. En
diferentes estudios se ha encontrado una importante correlación entre la procrastinación y
el fracaso en la organización, el autocontrol y la capacidad de planificación (Steel, 2007).
Adicionalmente, Baumeister, Nelson, Schmeichel, Tice, Twenge y Vohs (2008) demostraron
que la toma de decisiones y la iniciativa activa reducen el autocontrol y provocan, entre
otras cosas, un aumento de la procrastinación. La teoría del autocontrol llamada “strength
model” (Baumeister y Heatherton, 1996) dice esencialmente que hay una especie de reserva
de recursos que tienen las personas y que se gastan realizando determinadas tareas, por lo
tanto es un modelo de capacidad limitada del autocontrol. Cuando estas capacidades se han
reducido en nivel, hablan de “ego depletion”. Estos recursos son limitados. Por lo tanto, si se
gastan para realizar una conducta en concreto, es más probable que luego no haya
suficientes recursos para otras situaciones. Por ejemplo, un ejecutivo con mucha
responsabilidad que requiere un alto autocontrol constante en el trabajo, puede tener una
reducida capacidad de autocontrol al llegar a casa y discutir con su familia.
Respecto a la teoría ahora comentada, existe evidencia reciente que pone en duda algunas
de sus premisas. En un estudio que pretendía analizar esta teoría, Job, Dweck y Walton
(2010) demostraron que, al menos en algunos casos, la ausencia de autocontrol no se debe a
la verdadera ausencia de recursos disponibles, como diría el “strength model”, sino a las
Procrastinación – Una mirada clínica
16
creencias que alberga al respecto el sujeto. El estudio demuestra que en muchos casos, la
propia creencia de que los recursos que permiten la autorregulación exitosa son limitados es
lo que explica su ausencia en una situación determinada, ya que muchas personas que no
creen que exista una fuente de recursos limitados tampoco sufren ningún déficit por mucho
que “consuman recursos”. Este trabajo, por lo tanto, indica que existen puntos todavía poco
explorados en esta teoría del autocontrol que conviene esclarecer.
La distraibilidad también es un claro factor confirmadamente relacionado con la
procrastinación (Steel, 2007).
Diferentes estudios indican que la motivación de logro y la motivación intrínseca son otros
dos factores fuertemente asociados a la procrastinación (Steel, 2007).
Tal como muestran numerosos trabajos, la procrastinación es vivida como algo no
intencional, contra la que la persona lucha activamente sin éxito. Por ejemplo, se ha
demostrado que, de media, basándose en la intención de trabajo autoinformada, los
procrastinadores trabajan tanto o más duro que los no procrastinadores (Steel, 2007), por lo
tanto son dos variables totalmente independientes. Por eso, la investigación se ha centrado
en analizar en qué medida los procrastinadores actúan en consecuencia con sus intenciones.
4.5. Ansiedad y procrastinación
Dado que una de las hipótesis más aceptadas dentro de los modelos explicativos de la
procrastinación consiste en que las personas sienten una elevada ansiedad al enfrentarse a
determinadas tareas u objetivos, parece lógico que aquellas personas con un mayor nivel de
ansiedad ante la vida sean más proclives a procrastinar (Burka y Yuen, 1983). Esto no es una
teoría aceptada universalmente, ya que otros autores contradicen esta hipótesis, afirmando
que podría ser que las personas más neuróticas no procrastinen precisamente porque no
quieren enfrentarse a la situación tensa de no disponer de tiempo suficiente para terminar la
tarea adecuadamente, etc. (McCow, Petzel y Rupert, 1987). Sin embargo, estudios recientes
parecen apoyar con firmeza la relación entre el neuroticismo, sus facetas y derivados y la
procrastinación.
Procrastinación – Una mirada clínica
17
En otro estudio de Stainton, Lay y Flett (2000) sobre el Procrastinatory Cognitions Inventory,
un cuestionario para medir las cogniciones típicas de los procrastinadores, demostraron que
esta escala correlacionaba con la ansiedad-rasgo, por lo tanto apoyaba la relación con el
neuroticismo. Esto fue corroborado recientemente por un estudio sobre la misma escala en
que se encontró una fuerte relación con el neuroticismo alto y la responsabilidad baja (Flett,
Stainton, Hewitt, Sherry y Lay, 2012).
En el estudio sobre las emociones asociadas a la procrastinación que tienen lugar antes,
durante y después, Kohama (2010) demostró que procrastinar se asocia a emociones
negativas que ocurren durante la procrastinación y que interfieren con el rendimiento en la
tarea en cuestión. También destaca que la acción de planificar previamente a la
procrastinación se asocia a emociones positivas que tienen lugar después, y también
contribuyen a un mayor rendimiento.
Renn, Allen y Huning (2011) realizaron un análisis factorial buscando la relación entre
factores de personalidad y el fracaso en la autorregulación de la conducta y encontraron que
un alto nivel de neuroticismo era un alto predictor del fracaso, porque causaba un alto nivel
de procrastinación, entre otras variables. Este modelo es analizado más en detalle en el
apartado 1.2.
La depresión es un factor que se encuentra muy asociado al neuroticismo. Tanto, que en el
modelo de los 5 grandes de Costa y McCrae, es una faceta del factor de personalidad
neuroticismo. Asimismo, está muy relacionado con el pesimismo, las creencias irracionales,
la baja autoeficacia y la baja autoestima. Por lo tanto, al igual que con los anteriores,
diversos estudios relacionan la depresión con la procrastinación. McCown y Johnson (1989)
concluían en su análisis que la depresión puede ser una de las causas de la procrastinación.
Steel (2007) también concluye que la depresión está muy relacionada con la procrastinación
y resalta el hecho de que uno de los elementos de la depresión más relevantes es la letargia
o falta de energía, como demuestran algunos estudios que ponen el énfasis sobre este
factor. Fogel, Goodwin, Humensky, Kuwabara, Van Voorhees y Wells (2010) encontraron,
entrevistando a adolescentes estudiantes con síntomas depresivos, que éstos afirmaban que
los pensamientos negativos asociados al ánimo depresivo les llevaba a procrastinar, lo cual a
su vez también fomentaba los pensamientos negativos.
Procrastinación – Una mirada clínica
18
Tal como demostraron Judge, Erez, Thoresen y Bono (2002) en un análisis factorial, las
medidas de neuroticismo, locus de control, autoeficacia y autoestima miden el mismo factor
único y son conceptos íntimamente relacionados. Parece de sentido común afirmar que una
persona con una baja autoestima tenderá a tener una baja autoeficacia, y viceversa. Y una
persona con una baja autoeficacia tenderá a procrastinar cuando la motivación para ello es
evitar enfrentarse a una tarea en la que teme no lograr éxito (Burka y Yuen, 1983). Si
además tenemos en cuenta que una baja autoestima suele estar muy vinculada a un estado
de ánimo depresivo y a un alto neuroticismo (dos factores muy relacionados entre sí, como
he dicho antes), intuimos que todos estos elementos son esenciales en la conducta de
procrastinar.
En un estudio muy reciente también se encontró una fuerte asociación entre una
autoevaluación negativa autoinformada y la procrastinación en estudiantes (Chow, 2011).
Son numerosos los estudiosos de esta problemática que destacan la importancia de la labor
preventiva, especialmente desde el sistema educativo, y la necesidad de un mayor esfuerzo
desde las autoridades de realizar un adecuado reconocimiento de variables como la baja
autoestima en edades tempranas, como también destacó Chow (2011) en su estudio
reciente.
A pesar de todo lo expuesto hasta aquí, Steel (2007) concluyó en su metaanálisis que el
neuroticismo en sí mismo está relacionado con la procrastinación principalmente por el
factor impulsividad. Existe una alta correlación entre el neuroticismo y la procrastinación
cuando el primero es medido con pruebas que incluyen la impulsividad como elemento del
neuroticismo, mientras que en pruebas que excluyen la impulsividad esta correlación es
mucho menor, casi inexistente (Steel, 2007). Esto se aplica principalmente al neuroticismo,
ya que las variables autoestima y autoeficacia demostraron estar asociadas a la
procrastinación (Steel, 2007). Incluso, en el estudio de Briody (1980) se encontró que el 8%
de los procrastinadores afirmaban personalmente que la falta de confianza en sí mismos era
la causa principal de su procrastinación. En este mismo estudio, un 16% de los participantes
afirmaba que el miedo a fracasar era su principal razón. Esto puede ser relacionado con los
conceptos anteriores y, en general, con otras creencias irracionales del mismo tipo.
Procrastinación – Una mirada clínica
19
El pesimismo es un factor asociado a la procrastinación, aunque no difiere demasiado del
factor depresión. Sin embargo, Sigall et. al (2000) demostraron que un optimismo excesivo
también correlaciona con la procrastinación. Además, en un estudio se administró un
cuestionario a una muestra de sujetos antes, durante y después de procrastinar para ver el
cambio en las emociones y pensamientos asociados y se encontró que el optimismo está
asociado tanto a emociones positivas como negativas; las positivas tienen lugar antes de la
procrastinación y las negativas después (Kohama, 2010).
Un tipo de conducta que ha sido relacionada por muchos autores es el autoboicot. Consiste
básicamente en poner obstáculos para evitar el propio progreso. Burka y Yuen (1983)
explican que el autoboicot es, en definitiva, un miedo al fracaso escondido por una baja
autoeficacia. Un ejemplo podría ser dedicarse a realizar una cantidad de tareas y recados
para los demás que le impida a la persona estudiar adecuadamente para un determinado
examen. Así, se evita poner a prueba realmente la capacidad del individuo, preservando el
autoconcepto a la vez que se dispone de una “excusa” adecuada. Las autoras relacionan este
comportamiento con un elevado perfeccionismo (Burka y Yuen, 1983). Steel (2007) concluye
que existe una correlación considerable entre el autoboicot y la procrastinación. Por lo
tanto, la evidencia parece apoyar la tesis antes expuesta. Sin embargo, el metaanálisis de
Steel no confirma la correlación entre el perfeccionismo y la procrastinación. Al contrario,
parece ser que existe una menor probabilidad de que una persona perfeccionista
procrastine.
4.6. Amabilidad y procrastinación
La amabilidad, entendiendo el concepto como lo definen Costa y McCrae en su modelo de
los 5 grandes, es un rasgo de personalidad que podría tener algún tipo de correlación
negativa con la procrastinación, ya que algunos autores han interpretado ésta como un
intento de rebelión contra el orden impuesto desde fuera. Un buen ejemplo de esto es el
libro de Burka y Yuen (1983), que consideran que, efectivamente, algunas personas
procrastinan porque hacerlo les da una mayor percepción de control sobre sus actos. Por
ejemplo, una persona a la que se le ha marcado una fecha límite para realizar una tarea,
puede procrastinar hasta traspasar este límite o entregarla en el último momento disponible
con tal de mostrar al otro que es capaz de entregar el trabajo cuando ella decide. Aun así,
Procrastinación – Una mirada clínica
20
según Steel (2007), esta correlación negativa entre amabilidad y procrastinación, es bastante
baja.
4.7. Extraversión, impulsividad y procrastinación
Existe debate sobre si la extraversión como tal es un rasgo explicativo de la procrastinación.
En un estudio muy reciente, Freeman, Cox-Fuenzalida y Stoltenberg (2011) llegan a la
conclusión de que la extraversión es un potente factor explicativo de la procrastinación de
tipo arousal, basándose inicialmente en la teoría de Eysenck de la personalidad, que
relaciona la extraversión con el arousal.
Según Steel, (2007), su metaanálisis indica que no parece haber una asociación importante
entre el rasgo extraversión y la procrastinación. Sin embargo, sí puede haber componentes
de la extraversión que fueran más explicativos de la procrastinación (Steel, 2007). Haycock
(1993), entre otros, afirma que las actividades sociales con los amigos, que son un distractor
muy habitual, facilita la procrastinación. Dado que se espera una mayor vida social en
personas con una mayor extraversión, esto puede, efectivamente, hacernos pensar que
algunas facetas de la extraversión facilitan la procrastinación.
Como ya había mencionado en el apartado sobre el neuroticismo, la impulsividad es uno de
los principales factores predictores de la procrastinación (Steel, 2007). Somers (1992) mostró
que a los procrastinadores no les gusta la estructura en su día a día ni la rutina. Un análisis
de Quarton (1992) descubrió que la decisión de procrastinar en sí misma es una decisión que
se caracteriza por ser impulsiva y poco planeada. En un trabajo de König y Kleinmann (2004),
se preguntó a procrastinadores cómo prefieren organizar su día de trabajo, éstos
habitualmente preferían realizar antes las tareas más placenteras y dejar para el final las
menos placenteras, mientras que en personas no procrastinadoras era al revés.
Una faceta que ha sido relacionada en ocasiones con la procrastinación es la búsqueda de
sensaciones, pero los metaanálisis parecen concluir que la relevancia de esta medida es más
bien marginal (Steel, 2007).
4.8. Cogniciones y procrastinación
Procrastinación – Una mirada clínica
21
Al igual que en cualquier trastorno de relevancia psicológica, el ámbito de las cogniciones es
muy importante. La procrastinación es uno de esos problemas que se caracterizan por un
conflicto con uno mismo, en el que uno intenta luchar contra una conducta propia que
reconoce como errónea. Un problema en que la esencia es un fracaso en la propia
regulación voluntaria de la conducta. Por lo tanto, la vida interior del individuo a nivel
cognitivo nos interesa enormemente, tanto para entender qué tipo de pensamientos se
generan antes de y durante un episodio de procrastinación, como después. Los
pensamientos automáticos referidos a uno mismo son de especial importancia pues, de
manera semejante a como ocurre en la depresión, se caracterizan por ser fuertemente
negativos y por generar un alto autorrechazo y malestar con el propio self, con las
consecuencias para el autoconcepto, para el estado de ánimo y para la propia
autorregulación de la conducta que esto trae consigo. Ya ha quedado patente que uno de los
principales rasgos asociados a la procrastinación es un autoconcepto negativo y que éste es
un importante generador de afecto negativo que se retroalimenta y, en última instancia,
repercute sobre la misma persona empeorando la situación. Por lo tanto, tanto para
comprender mejor el fenómeno, como para posibilitar la intervención a nivel cognitivo, es
muy importante analizar los pensamientos automáticos y las creencias de los
procrastinadores. Recientemente, ha crecido el interés por este enfoque.
En un estudio, Fogel et al. (2010) también se encontró que estudiantes con síntomas
depresivos afirmaban, a través de entrevistas, que sus pensamientos negativos les llevaban a
procrastinar, y que esto, a la vez, les llevaba a tener más pensamientos negativos. Por lo
tanto, se puede ver este círculo vicioso en el que se puede caer, tan típico de muchos
trastornos.
Un estudio reciente de McCown, Blake y Keiser (2012) se ocupó de explorar los
pensamientos concretos típicos de los procrastinadores desde la perspectiva de la terapia
racional emotiva en una población de estudiantes. Estos pensamientos estaban divididos en
cuatro categorías: autodesprecio (emociones negativas dirigidas a uno mismo),
heterodesprecio (desprecio o desconsideración hacia los derechos o emociones de otras
personas), desprecio a la vida (desprecio hacia el valor, la calidad o la utilidad de aspectos
generales de la vida) y baja tolerancia a la frustración. Los procrastinadores a menudo
Procrastinación – Una mirada clínica
22
presentaban pensamientos de la primera categoría como p.ej. “soy demasiado estúpido para
beneficiarme de estudiar más, así que mejor miro el Facebook”. Pensamientos de la segunda
categoría también eran habituales, como p. ej. “este instructor es tan idiota que no puedo
entender este ejercicio”. Para asombro para los autores, se encontró una fuerte presencia
de pensamientos de desprecio a la vida en los procrastinadores, como p. ej. “odio la vida”,
“pienso que todo es una mierda”, “me siento sin esperanza cuando procrastino”,… También
se destaca que los procrastinadores a menudo parecen exigir que el mundo se adapte a sus
necesidades, que se les debería reforzar independientemente de su comportamiento y que
las tareas deberían ser siempre fáciles. También se encontraron muchos pensamientos que
denotan una baja tolerancia a la frustración, como p.ej. de que estas tareas “me
desesperan”, “me dañan el cerebro”, “me arruinan la tarde” o “me estresan demasiado”.
Uno de los estudios más recientes es el de Flett et al. (2012), en que se analiza los
pensamientos automáticos típicos en una muestra de estudiantes procrastinadores,
aplicando el PCI (Procrastinatory Cognitions Inventory), del que ya he hablado
anteriormente. En este trabajo se demuestra que una puntuación alta en el PCI se asocia
fuertemente a cogniciones negativas en general y a cogniciones referidas a la necesidad de
ser perfecto, es decir al perfeccionismo. Características especialmente relevantes eran una
alta ansiedad para escribir, estrés referido a los estudios, una baja autorrealización y
sentimientos de ser un impostor. En general, una alta puntuación en el PCI, lo que implica
una presencia importante de cogniciones típicas de la procrastinación, se asocia a un
elevado nivel de estés y malestar psicológico. Los autores recomiendan que se ponga un
énfasis especial en el ámbito cognitivo del paciente durante la intervención terapéutica.
Existen algunos estudios que han puesto el foco de atención en las llamadas
metacogniciones, las creencias que tienen los procrastinadores sobre su propio problema y
cómo influyen éstas en él. Fernie y Spada (2008) encontraron que la mayoría de las personas
durante un episodio de procrastinación tienden a enfocar su atención en las emociones que
sienten. Estas emociones suelen ser negativas, como hemos visto. El objetivo del estudio era
analizar las metacogniciones que tienen las personas durante la procrastinación. Algunas de
estas metacogniciones giraban en torno a la incontrolabilidad, sus consecuencias, la pérdida
Procrastinación – Una mirada clínica
23
de tiempo… Probablemente estos pensamientos en sí mismos contribuyen a un mayor
afecto negativo que a su vez facilita la procrastinación.
Respecto a este aspecto, Fernie, Georgiou, Moneta, Nikčević y Spada (2009) desarrollaron
una escala de evaluación de las metacogniciones sobre la procrastinación (Metacognitive
Beliefs About Procrastination Questionnaire) basada en un análisis factorial realizado
previamente. Las conclusiones decían que las creencias sobre la procrastinación positivas
correlacionaban ampliamente con el tipo decisional de procrastinador mientras que las
creencias sobre las procrastinación negativas correlacionaban tanto con el tipo decisional
como con el tipo conductual.
También existe debate respecto al llamado miedo al fracaso, una de las creencias
irracionales estrella. Para muchos autores, este factor es esencial en la procrastinación y se
asocia al bajo autoconcepto, al perfeccionismo y como se decía del procrastinador evitativo,
explica la procrastinación como un intento de no enfrentarse a la tarea por miedo a un
posible fracaso. Los trabajos de estos autores son, principalmente, de carácter clínico. Por
ejemplo, Burka y Yuen (1983) consideran que el miedo al fracaso es la causa principal de la
procrastinación. Para afirmarlo, se basan en su experiencia clínica como terapeutas.
Elaboran complejas hipótesis de cómo la procrastinación puede prevenir el fracaso y la
consiguiente potencial puesta en duda del autoconcepto. Respecto a éste último, las autoras
plantean que tras finalmente enfrentarse a la tarea en el último momento (por ejemplo un
examen) el autoconcepto nunca se pone en cuestión, ya que sea el resultado el que sea,
siempre se podrá justificar con que no se ha invertido suficiente esfuerzo en ella y que, de
haberlo hecho, el resultado habría sido mejor. De esta manera, el procrastinador es capaz de
construir un yo ideal imaginario, que sin ser en absoluto parecido al yo real, no se cuestiona
porque nunca se pone a prueba realmente. Otros autores clínicos también afirman que el
miedo al fracaso es la esencia de la procrastinación (Solomon y Rothblum, 1984).
Sin embargo, las revisiones metaanalíticas más recientes concluyen que el miedo al fracaso
se asocia, en todo caso, muy levemente a la procrastinación (Steel, 2007). Por lo tanto,
parece que no hay demasiado acuerdo entre la visión más clínica y la puramente analítica de
datos. Haghbin, McCaffrey y Pychyl (2012) deducen que esto podría deberse a que los
estudios metaanalíticos sólo han explorado relaciones directas y que la verdadera relación
Procrastinación – Una mirada clínica
24
entre el miedo al fracaso y la procrastinación es mucho más compleja e indirecta. En su
reciente estudio llegan a la conclusión de que la relación entre el miedo al fracaso y la
procrastinación está mediada por una variable, la percepción de competencia. La correlación
entre miedo al fracaso y procrastinación es positiva cuando el nivel de competencia es bajo,
y negativa cuando el nivel de competencia es alto. Los autores creen que en estudios
analíticos generales, al no tener en cuenta esta variable, el resultado era una ausencia de
correlación porque los sujetos con alta competencia y los sujetos con baja competencia se
compensaban mutuamente.
McCrea, Liverman, Trope y Sherman (2008) demostraron que cuanto más concreta sea la
percepción de una determinada tarea o acción, menor es la probabilidad de que se dé
procrastinación, ya que una tarea abstracta se percibe como más alejada en el tiempo y
menos presente. Los autores hacen la interesante sugerencia de que una manera de reducir
la procrastinación sería objetivar y concretar mucho las tareas para hacerlas más relevantes
a nivel subjetivo para la persona.
4.9. Variables ambientales y procrastinación
Como explica Steel (2007) con acierto, dado que la esencia de la procrastinación es la no
realización de una tarea determinada en favor de otra tarea, aunque ésta consista en no
hacer nada en absoluto, a no ser que fuera una conducta totalmente aleatoria, debemos
sospechar que las características de la tarea en cuestión son un factor relevante a tener en
cuenta. Hasta ahora he hablado únicamente de características personales que pueden
facilitar o dificultar la procrastinación, pero hasta cierto punto deben existir variables
externas o ambientales que también influyan. En la bibliografía se han contemplado
principalmente dos elementos: la distribución temporal de los refuerzos y castigos y la
aversión a la tarea.
La forma que adopta la administración de refuerzos y castigos en el tiempo influye en la
procrastinación. Es bien sabido en psicología que cuanto más lejos en el tiempo se encuentra
el refuerzo o el castigo correspondiente a la acción actual, más probable es que no influya en
la decisión de llevarla a cabo o no. Por ejemplo, la información de que es más probable tener
toda una serie de consecuencias negativas para la salud o incluso la muerte, no importa lo
Procrastinación – Una mirada clínica
25
suficiente para la mayoría de fumadores, porque estas consecuencias están muy lejos y son
muy poco “palpables”. Cuanto más lejos percibamos estas consecuencias, más probable es
que “caigamos en la tentación” y tendamos a realizar aquella conducta que nos aporta la
gratificación inmediata. Si aplicamos esta idea a la procrastinación, puede ayudarnos a
entenderla. Cuanto más lejos esté la fecha límite para entregar un trabajo, por ejemplo, más
probable será que la persona busque el refuerzo inmediato, es decir, que se distraiga con
cualquier actividad más placentera en vez de trabajar. Si el refuerzo asociado a realizar la
tarea en cuestión fuera más inmediato, la probabilidad de llevarla a cabo sería mucho
mayor. Por lo tanto, la distribución y el grado de contingencia entre los refuerzos, los
castigos y las tareas que se posponen es una variable muy importante. Así lo sugieren los
estudios y metaanálisis realizados sobre esta cuestión (Steel, 2007).
El otro factor, la aversión a la tarea, es un concepto que sencillamente representa algún tipo
de reacción aversiva que puede tener una persona a la hora de realizar una tarea, en otras
palabras: lo poco que le gusta a alguien hacer aquella cosa en concreto. Muchos estudios
han mostrado cómo una de las principales razones que mencionan los estudiantes para
procrastinar con alguna tarea es simplemente que no les gusta en absoluto (Kachgal, Hansen
y Nutter, 2001; Solomon y Rothblum, 1984). Concretamente, los dos principales argumentos
en este sentido que daban los procrastinadores eran que encontraban las tareas
desagradables o bien aburridas y poco interesantes (Anderson, 2001; Haycock, 1993). Los
análisis demuestran claramente que cuanto más le desagrada una tarea a una persona, más
costosa y ansiógena le parece (Steel, 2007). Finalmente, hay estudios que demuestran que la
procrastinación de tipo más decisional se ve facilitada por puestos de trabajo con baja
autonomía, bajo significado de las tareas y bajo feedback (Lonergan y Maher, 2000), tipo de
trabajo que no se encuentra asociado a la procrastinación de tipo conductual (Galué, 1990),
mientras que ésta está más relacionada con los componentes que causan aburrimiento,
frustración y resentimiento (Briody, 1980; Haycock, 1993). Blunt y Pychyl (2000) también
encontraron resultados parecidos, estableciendo una clara asociación entre la aversión a la
tarea y la procrastinación.
Procrastinación – Una mirada clínica
26
Además de estos aspectos, existen otras variables ambientales entendidas de una manera
más amplia que se han estudiado en relación a la procrastinación. A continuación expondré
algunas de estas ideas.
Dado que existe una estrecha relación entre la autoestima y el autoconcepto y la
procrastinación, en los últimos años han surgido estudios encaminados a estudiar las
relaciones entre estilos educativos parentales y la procrastinación. Burka y Yuen (1983), en
uno de los primeros libros publicados sobre esta temática, ya daban mucha importancia a la
exploración del pasado familiar y a las relaciones con los padres para comprender el origen
de la procrastinación. Estudios recientes como el de Pychyl, Coplan y Reid (2002) aportan
nueva información al respecto. Estos autores realizaron un estudio explorando la relación
entre los estilos parentales autoritativo y autoritario y la procrastinación. El estilo parental
autoritativo se caracteriza por la aceptación y la implicación a la vez que por la disciplina y la
supervisión. El estilo autoritario se asocia más a niños más inseguros, ansiosos y hostiles. Los
resultados del estudio son relevantes. El estilo autoritativo correlacionaba negativamente
con la procrastinación, pero sólo para chicas con padres autoritativos. Más importante es el
siguiente dato: el estilo autoritario en padres correlacionaba positivamente de manera
significativa con la procrastinación, con indiferencia del género de los hijos.
Otro estudio, este realizado en China, encontró una clara relación entre estilos paternales
autoritarios y procrastinación, a la vez que una asociación negativa entre ésta y un estilo
sensible y comprensivo (Ma, Ling, Zhang, Xiong y Li, 2011). Por lo tanto, parece que estos
resultados van en la línea de la investigación anterior.
En resumen, parece ser que efectivamente un estilo parental autoritario, al contrario de lo
que podría sugerir el sentido común, favorece la procrastinación, mientras que la bibliografía
indica que los estilos más laxos y permisivos no están asociados a la procrastinación.
También puede hablarse de otros factores en relación al patrón educativo, como por
ejemplo los tipos de apego. Los tipos de apego son, como se ha demostrado en repetidas
ocasiones, un fuerte determinante de algunos rasgos de personalidad. Deniz (2011)
encontró que el tipo de apego que habían tenido estudiantes con sus padres predecían
significativamente aspectos de la autoestima, el estilo decisional y rasgos de personalidad.
Procrastinación – Una mirada clínica
27
Algunas variables de personalidad como el neuroticismo, la extraversión, la apertura a la
experiencia y la amabilidad pueden ser fuertemente predichas con un estilo de apego
seguro, mientras que el mayor predictor de una alta responsabilidad era un estilo de apego
inseguro.
Respecto a otras variables, en un estudio reciente, Chow (2011) encontró una estrecha
relación entre estatus socioeconómico y procrastinación, presentando mayores problemas
en este aspecto aquellos estudiantes provenientes de un entorno familiar de un estatus
menor. El autor hipotetiza que la variable mediadora principal puede ser el nivel de
preocupación, que debido a los altos costes de los estudios en la sociedad en la que se
realizó el estudio (E.E. U. U.), es más alta en estudiantes con menor poder adquisitivo,
especialmente la preocupación orientada a este aspecto.
4.10. Características demográficas
La procrastinación parece ser una conducta que se reduce considerablemente con la edad.
Las personas mayores procrastinan mucho menos de media que las jóvenes. Los análisis
demográficos así lo demuestran (Steel, 2007).
Respecto al género, los estudios indican que los hombres procrastinan un poco más que las
mujeres pero la diferencia no parece ser estadísticamente significativa. Por lo tanto, no hay
diferencias entre hombres y mujeres en cuanto al nivel de procrastinación (Steel, 2007).
En un estudio epidemiológico reciente en el que participaron más de 16000 sujetos, Steel y
Ferrari (2013) encontraron que el procrastinador típico es un varón joven, soltero, con
menor nivel educativo que vive en países con menor nivel de autodisciplina. Un dato muy
importante que se destaca del estudio es que la procrastinación hace de variable mediadora
entre el género y el nivel educativo/académico, lo que, para los autores, explica que la
desventaja que tienen los varones académicamente se debe a un menor nivel de habilidades
de autorregulación.
4.11. Variables biológicas
Ya he comentado en un apartado anterior que parece haber una base genética considerable
para la procrastinación, como sugieren los estudios de familias realizados. Falta mucho para
Procrastinación – Una mirada clínica
28
que comprendamos bien en qué consiste esta base, en qué se traduce realmente.
Tradicionalmente se ha relacionado la procrastinación con los déficits de la función
ejecutiva, concretamente con el déficit de atención. Esto no es ninguna sorpresa cuando la
mayoría de trabajos consideran la impulsividad y la distraibilidad como dos de las principales
causas de la procrastinación. Algunos estudios más recientes apuntan a otros factores como
los ritmos biológicos.
Respecto al déficit de atención, hay trabajos que han intentado encontrar una relación entre
el diagnóstico de TDAH y la procrastinación. Estos estudios parecen indicar que esta relación,
concretamente entre la procrastinación crónica y el TDAH, sólo existe para aquellas personas
formalmente diagnosticadas como TDAH (Ferrari y Sander, 2006). Para las personas no
diagnosticadas como TDAH, no parece haber asociación con la procrastinación (Ferrari,
2000). Por lo tanto, el déficit de atención como tal no parece estar directamente relacionado
con la procrastinación.
Sin embargo, en un estudio se encontró que nueve subescalas que medían déficits de
función ejecutiva correlacionaban significativamente con un aumento de la procrastinación
académica (Rabin, Fogel y Nutter-Upham, 2011), aunque estas escalas son de tipo
autoinformado y, por lo tanto, este resultado puede ser discutible (Klingsieck, 2013).
Otra variable con un importante peso biológico que se ha estudiado en relación a la
procrastinación es el momento del día de rendimiento cognitivo óptimo, que para algunas
personas es por la mañana y para otras por la tarde. Existen muchos estudios que han
estudiado esta distinción midiendo el rendimiento cognitivo con tareas y se sabe que es de
carácter principalmente biológico. En un estudio, Díaz-Morales, Ferrari y Cohen (2008),
quisieron explorar si estos tipos de patrón de rendimiento se asocian de alguna manera a los
diferentes tipos de procrastinación. De esta manera, también pueden ayudar a esclarecer las
diferencias entre éstos, ya que, como se ha ido viendo en otros apartados, sigue sin haber
ningún consenso al respecto. Parece ser que este estudio demuestra que el tipo
procrastinador evitativo correlaciona con ser más funcional cognitivamente por la
tarde/noche, lo que no ocurre con los procrastinadores tipo decisional. Estos resultados
tienen sentido, ya que el tipo cognitivo de mañana se ha encontrado que correlaciona con
una mayor responsabilidad, como rasgo de personalidad. Por lo tanto, los autores llegan a la
Procrastinación – Una mirada clínica
29
conclusión de que la variable mañana-tarde podría ser una variable mediadora entre la
procrastinación y otros aspectos disfuncionales. Otro estudio también encontró que las
personas con un rendimiento óptimo por la tarde/noche tiene menor autocontrol, fracasa
más en la autorregulación de la conducta y, por lo tanto, procrastina más (Digdon y Howell,
2008).
En un estudio reciente, Klibert, Langhinrichsen-Rohling, Luna y Robichaux (2011) exploraron
la relación entre procrastinación y predisposición al suicidio en estudiantes de instituto,
encontrando que los procrastinadores, tanto en hombres como en mujeres, presentaban
más pensamientos y conductas suicidas, además de más pensamientos de autodesprecio.
4.12. Orientación temporal
La orientación temporal también es una variable que se ha estudiado bastante en relación a
la procrastinación. En este contexto se entiende por orientación temporal el tipo de relación
que tiene un individuo con los conceptos de pasado, presente y futuro. Dado que la
procrastinación es en esencia un fracaso en la autorregulación conductual para la
consecución de las propias metas a lo largo del tiempo, tiene sentido sospechar que el tipo
de orientación temporal que tienen las personas puede influir o estar asociada.
El estudio de Díaz-Morales, Ferrari y Cohen (2008), al igual que otros anteriores, indica que
efectivamente existen perfiles diferentes en orientación temporal para los diferentes tipos
de procrastinación. Una orientación hacia el futuro correlacionaba negativamente con la
procrastinación evitativa y una orientación hacia el pasado basada en rumiar sobre hechos
muy negativos o muy positivos correlacionaba con la procrastinación de tipo decisional. Los
autores hipotetizan que podría deberse a que los procrastinadores suelen tener una
orientación hacia el presente en la medida en que valoran más la gratificación inmediata y
contemplan menos las consecuencias futuras, y una orientación hacia el pasado en la
medida en que están pensando en lo que deberían estar haciendo en ese momento. En
apoyo a estas posturas, Ferrari y Díaz-Morales (2007) ya habían mostrado anteriormente
que el procrastinador tipo arousal correlaciona con una orientación hacia el presente que los
autores llaman una orientación hedonista hacia el presente.
Procrastinación – Una mirada clínica
30
Un enfoque algo distinto es el que adoptan Pierro, Pica, Kruglanski y Higgins (2011), basado
en la teoría de la regulación de Higgins (2003). Aunque sí está relacionado con la relación
que el individuo tiene con el tiempo, tiene que ver más con el tipo de afrontamiento que las
personas hacen de una tarea determinada. Los autores relacionan básicamente dos
conceptos con la procrastinación: assessment y locomotion, que podríamos traducir como
valoración y locomoción. El primero haría referencia a tender a valorar todas las alternativas
detalladamente antes de actuar ante una tarea y el segundo a tender a actuar de manera
rápida, valorando menos. Los autores teorizan que la valoración correlaciona positivamente
con la procrastinación y que la locomoción correlaciona negativamente con la
procrastinación. En efecto, eso es lo que encuentran al realizar su estudio. Por lo tanto
concluyen que la medida en que una persona presenta estos rasgos conductuales puede
servir de predictor en cuanto a la procrastinación.
4.13. Consecuencias de la procrastinación
Algunos estudios se han dedicado a esclarecer qué consecuencias negativas (o positivas)
podría tener la procrastinación. La mayoría se han centrado en los efectos sobre el estado de
ánimo y el estado emocional en general o en el rendimiento laboral/académico, dadas las
importantes implicaciones que tiene la procrastinación en este ámbito. Sin embargo,
estamos muy lejos de comprender completamente todas las consecuencias negativas que se
derivan de este problema. Ya hay estudios que apuntan a todas las implicaciones que tiene
la procrastinación en el ámbito de la salud, por su relevancia para las conductas de salud, la
adherencia terapéutica de los pacientes, etc. También existen bastantes estudios sobre la
procrastinación realizados por economistas, ya que es una variable muy relevante respecto a
determinadas conductas, como pagar los impuestos, etc. que tienen implicaciones
económicas muy importantes.
Sabemos que a la larga el procrastinador sufre por su conducta y esto afecta a su estado de
ánimo. Esto tiene relación con lo que he explicado sobre la gratificación inmediata. Posponer
una tarea para realizarla en otro momento supone una gratificación inmediata a la que es
todavía más fácil sucumbir si se tiene un estado de ánimo negativo. De hecho, se ha
demostrado que existe una correlación muy considerable entre la procrastinación de un
proyecto y la culpa sentida respecto a dicho proyecto (Pychyl, 1995). Los estudiantes que
Procrastinación – Una mirada clínica
31
procrastinan tienen mayor ansiedad a lo largo del semestre académico (Rothblum, Solomon
y Murakami, 1986) y sufren menos estrés que la media al principio del curso, pero más que
la media al final y en total (Tice y Baumeister, 1997). Cuando Haycock (1993) preguntó en
retrospectiva cómo se sentían los estudiantes después de procrastinar, más del 80% de las
respuestas fueron negativas. En una encuesta online realizada por el Procrastination
Research Group (2005) en la que participaron más de 9000 personas, el 94% afirmaba que la
procrastinación tenía algún tipo de efecto negativo sobre su estado de ánimo y el 18% decía
que este efecto era extremadamente negativo.
Existen estudios que demuestran que la procrastinación, efectivamente, es perjudicial para
el rendimiento en las tareas (Steel, 2007).
Un aspecto interesante es el que exploran Ferrari, Barnes y Steel (2010), los sentimientos de
arrepentimiento que tienen los procrastinadores respecto a los no procrastinadores. En su
estudio encontraron que los procrastinadores, independientemente del tipo, presentaban
más ideas de arrepentimiento referidas a las metas educativas y académicas, paternidad,
interacciones con amigos y con parientes, salud y bienestar físico y en aspectos financieros
que los no procrastinadores. No había diferencias en cuanto a ideas sobre la vida amorosa, la
planificación de la carrera y el desarrollo personal y espiritual. La muestra utilizada para este
estudio se componía de procrastinadores crónicos que, como parece esperable, parecen
arrepentirse de bastantes aspectos más retrospectivamente que la población general. Esto
confirma una vez más, el malestar subjetivo que puede ocasionar la procrastinación.
4.14. Teoría de la motivación temporal (Temporal Motivation Theory - TMT)
El TMT (Steel y König, 2006) es un modelo integrador de la procrastinación, encuadrado en la
teoría motivacional y con una fuerte influencia de la teoría económica. El concepto esencial
en torno al cual gira la teoría es el tiempo. Voy a realizar una explicación simplificada del
modelo.
Los factores de la ecuación que representa la teoría son: motivation/utility (motivación para
realizar una determinada conducta, por lo tanto, su valor debe ser bajo para que tenga lugar
la procrastinación), expectancy (la expectativa de éxito que tenemos, también llamada
autoeficacia), value (el valor que tiene para nosotros realizar esa tarea, lo que nos refuerza),
Procrastinación – Una mirada clínica
32
impulsiveness (se le llama impulsividad, aquí se debe entender como nuestra sensibilidad
personal a posponer una acción determinada) y delay (podríamos traducirlo como retraso,
es el tiempo necesario para la realización de la tarea, por lo tanto también cuánto tiempo
falta para que obtengamos refuerzo de la acción). La fórmula básica sería esta:
Cuanto más deseable es una determinada conducta para un determinado individuo, más útil
es, o mayor motivación tenemos para realizarla. Las personas buscamos realizar aquellas
conductas con mayor utilidad o que nos producen mayor motivación por naturaleza. La
motivación va en función de los cuatro otros factores. Para que este modelo sea válido y
representativo para la procrastinación, los cuatro factores que intervienen en la ecuación
deben correlacionar con ésta.
En el numerador encontramos la expectativa y el valor. Cuanto más elevados sean estos dos,
mayor será la motivación para la acción y menor la procrastinación. La expectativa es
directamente proporcional a la autoeficacia. El valor depende básicamente de tres variables,
a saber, la aversión a la tarea, la tendencia al aburrimiento y la motivación de logro. Cuanto
menores sean la primera y la segunda y mayor la tercera, mayor será el valor.
En el denominador tenemos la impulsividad y el retraso. Cuanto mayor sea el denominador,
menor será la motivación y mayor la procrastinación. La impulsividad, o sensibilidad a
posponer, depende de la distraibilidad, la impulsividad propiamente dicha y la falta de
autocontrol. Cuanto mayores sean estos tres factores, mayor será la sensibilidad a posponer.
Finalmente, el retraso se traduce directamente en el tiempo que pasará hasta que
obtengamos refuerzo de la tarea en cuestión.
Este modelo no incluye al neuroticismo en la ecuación, pues considera que para ello debe
afectar de manera diferencial a unas tareas y no a otras, y siguiendo esta fórmula es una
variable innecesaria porque se compensaría al comparar la utilidad de dos acciones
determinadas (Steel, 2007). El autor, como he explicado antes, encontró en el mismo
metaanálisis que el neuroticismo era un predictor de la procrastinación esencialmente por la
impulsividad, lo que apoya este modelo teórico. Por ello, y por otros estudios más recientes
Procrastinación – Una mirada clínica
33
que revisan diferentes modelos teóricos integradores (Klingsieck, 2013), parece ser que es el
modelo más sólido realizado hasta la fecha. De él se derivan algunas propuestas de
intervención que se exponen más adelante.
5. La procrastinación desde la psicología clínica
La perspectiva de la psicología clínica tiene una relación especial con la procrastinación, pues
es la que se encargará de ayudar a las personas que tienen un problema de este tipo y
solicitan ayuda para solventarlo. Por lo tanto, se ocupará especialmente de las
consecuencias de la procrastinación que tengan relevancia clínica, de la sintomatología
asociada, etc. Obviamente, hace mucho tiempo que la humanidad lucha con la
procrastinación y no cabe duda de que mucha gente hubiera necesitado y necesita ayuda
para superarla, sólo que históricamente esta ayuda ha venido de otras fuentes, como los
líderes espirituales y, actualmente, está muy repartida por coaches, consejeros y demás
prácticas relacionadas con la psicología pero, en última instancia, ajenas a nuestra disciplina.
La causa de esta situación, en mi opinión, reside en gran parte en la poca atención que ha
recibido la procrastinación en el ámbito académico de la psicología, que ha llevado a un
cuerpo de conocimientos desestructurado y poco práctico. A estas alturas, la relevancia de la
procrastinación como problema que afecta a la vida de las personas a muchos niveles se
encuentra más que probada, lo que se refleja en un enorme aumento de interés reciente.
Esto es una buena noticia, pero falta seguir investigando. Sobre todo para desarrollar unos
buenos programas de intervención especializados para aquellos casos que requieren una
atención clínica adecuada. Es el deber de la psicología clínica que exija el lugar que le
corresponde respecto a esta problemática y, para ello, debe ganárselo.
5.1. La procrastinación como trastorno mental
Todo esto nos lleva a una inevitable cuestión: ¿debe la procrastinación ser considerada un
trastorno mental? La pregunta es sumamente compleja y, por ende, la respuesta debe serlo.
Cualquier respuesta posible tendrá numerosas implicaciones, algunas positivas y otras
negativas pero, en todo caso, es nuestra obligación intentar solventar esta cuestión. Por mi
parte, intentaré mantenerme neutral en esta cuestión, limitándome a exponer diferentes
Procrastinación – Una mirada clínica
34
puntos de vista, aunque creo que en la medida en que la procrastinación afecta
negativamente al bienestar emocional y psicológico, debe adquirir una mayor relevancia
clínica para poder recibir el tratamiento correspondiente. Por otro lado, como ocurre con
muchos otros casos parecidos, soy consciente de las implicaciones negativas que tiene
“convertir” la procrastinación en un trastorno mental. Es importante aclarar que no es mi
objetivo discutir aquí todas las vicisitudes del actual modelo médico-biológico predominante
en la promoción y mantenimiento de la salud mental, ya que este tema es muy complejo por
sí mismo y existe numeroso debate al respecto.
Por un lado, definir la procrastinación como trastorno mental conllevaría una importante
estigmatización por parte de quienes la padezcan. De manera semejante a como ocurre en
prácticamente todos los trastornos mentales que consideramos entidades diagnósticas hoy
día, el mero hecho de llamar a un fenómeno “trastorno mental” tiene varios efectos sobre el
individuo. Para empezar, desplaza el locus de control del usuario desde el interior hacia el
exterior. Es decir, la persona pasa de ser actor a ser paciente, sujeto, receptor. Hemos visto
que en la procrastinación, es habitual justificar de las maneras más irracionales la propia
conducta disfuncional. Por lo tanto, decirle a un procrastinador que tiene un trastorno
mental es darle una excusa perfecta para no ponerle freno a su problema. Sin embargo, este
punto tiene su lado positivo, pues serviría de reconocimiento del sufrimiento que realmente
ocasiona en muchas personas este problema, ayudando en la comprensión de este
fenómeno y en el desarrollo de programas terapéuticos adecuados, facilitando que aquellas
personas que padezcan por ello busquen ayuda y, en última instancia, la reciban. De este
modo, de alguna manera podríamos decir que también existe cierta desestigmatización del
procrastinador, pues se empezaría a concienciar de que la propia conducta que, como
hemos visto, causa muchos problemas de autoconcepto por rechazo a sí mismo, no es
debida a causas completamente constitucionales como pueda ser “la vagancia” ni otras
razones de tipo igual de culpabilizadoras. Se aclararía que la procrastinación tiene unas
causas y una historia en cada sujeto y, por lo tanto, una posible vía de solución. La
culpabilidad por el mismo hecho de procrastinar aumenta el afecto negativo y reduce el
autoconcepto. Por lo tanto, contribuye por sí misma al aumento de la procrastinación.
Bennet, Pychyl y Wohl (2010) demostraron que perdonarse a sí mismo por procrastinar es
Procrastinación – Una mirada clínica
35
un buen comienzo para combatir la procrastinación, al reducir el afecto negativo a corto
plazo, evitar la rumiación negativa y fomentar un enfoque orientado a la tarea en el futuro
próximo. Esto puede ser un buen indicio de cómo enfocar la intervención terapéutica en
este ámbito.
La primera propuesta de objetivar conceptualmente la procrastinación, definiendo unos
criterios diagnósticos para la relevancia clínica, se llevó a cabo recientemente en una
conferencia por parte de Engberding, Frings, Höcker, Wolf y Rist (2011). Estos autores
consideran que es necesario construir unos criterios diagnósticos que diferencien
adecuadamente la procrastinación clínicamente relevante (patológica, severa, que requiere
tratamiento) de la procrastinación menos relevante, situacional o temporal u otras formas.
Los autores afirman que, aunque existe un solapamiento diagnóstico importante con el
TDAH y con la depresión, este solapamiento no es suficientemente grande como para no
considerar la procrastinación como un problema en sí mismo. Los criterios propuestos por
este equipo, brevemente expuestos, han sido diseñados para el sistema DSM (Klingsieck,
2013):
 Duración mayor de 6 meses
 Intensidad alta, entendiendo por esto que ocupa al menos la mitad del día
 Presencia de al menos 5 quejas de tipo físico o psicológico
Evidentemente, esto es sólo una primera propuesta y hace falta mucha más investigación y
acuerdo entre profesionales antes de que dispongamos de unos criterios diagnósticos
adecuados.
Dicho esto, aunque no existan unos criterios clínicos para la procrastinación, sí existen
algunas escalas para evaluar la procrastinación de manera general. La mayoría están
enfocadas exclusivamente al ámbito académico, por lo que no nos serían muy útiles en un
contexto clínico. Aun así, he pensado que la General Procrastination Scale de Lay (1986)
merece ser destacada, pues está concebida para medir la procrastinación crónica de manera
general en diversos ámbitos de la vida diaria. Existen estudios que defienden una alta validez
de esta escala.
5.2. Intervención terapéutica en la procrastinación
Procrastinación – Una mirada clínica
36
A continuación, expondré la información que he recabado sobre las principales propuestas
de tratamiento disponibles a día de hoy en la bibliografía científica. Me he enfocado
principalmente en aquellos enfoques cognitivo conductuales, aunque provengan de marcos
teóricos diversos.
5.2.1. TMT
El modelo TMT de Steel y König (2006) ha sido expuesto en un apartado anterior de este
trabajo, por lo que me voy a limitar a explicar las propuestas existentes de aplicaciones
terapéuticas basadas en este modelo. Basadas en el trabajo metaanalítico de Steel (2007),
estas propuestas parecen una opción prometedora que se ajusta bastante a lo que la
investigación ha ido conociendo sobre la procrastinación. Steel las organiza en cuatro
grupos, en base a las cuatro variables relevantes en la ecuación del modelo: autoeficacia,
valor, sensibilidad a posponer y retraso.
5.2.1.1. Intervención basada en la autoeficacia
Este apartado hace referencia a todas aquellas intervenciones que tienen como objetivo
aumentar la autoeficacia de la persona. Esto puede realizarse de diferentes maneras,
aunque lo esencial es enfrentar al sujeto a aquella tarea que cree no poder realizar.
Obviamente, la autoeficacia no depende exclusivamente de la verdadera capacidad del
individuo de realizar determinada tarea sino de la evaluación que hace de sí mismo, que es
subjetiva y dependiente de otros factores. Si la persona realmente no dispone de un nivel de
habilidades adecuado para realizar la tarea, la probabilidad de que procrastine será mayor.
Por lo tanto, un adecuado entrenamiento adicional puede aportar una mayor autoeficacia y
reducir la probabilidad de procrastinación. Si las habilidades ya están sobradamente
presentes pero el sujeto tiene una baja autoeficacia, puede que sirva otro tipo de abordaje.
Una opción sería realizar experimentos conductuales en los que el sujeto pueda reconocer
su capacidad y aumentar su autoeficacia. Otra opción sería aumentar esa autoeficacia
irracionalmente e injustificadamente baja mediante terapia cognitiva, reestructurando para
aumentar el grado de objetividad con que se evalúa la realidad, especialmente los propios
recursos.
Procrastinación – Una mirada clínica
37
Evidentemente, este tipo de intervención está muy ligada a la baja autoestima, por lo que
hay fuertes paralelismos con el tratamiento típico de ésta. Sería un importante punto a
abordar en el tratamiento de la procrastinación, ya que como hemos visto es uno de los
factores esenciales en este problema. Sabemos que la autoestima es un rasgo muy estable y
difícil de modificar, y la autoeficacia hace referencia a un problema menos amplio y es más
modificable mediante terapia.
Por su parte, Haghbin et al. (2012) concluyeron que cualquier intervención terapéutica para
la procrastinación debe, esencialmente, atacar la baja autoeficacia y las creencias sobre las
propias habilidades y competencias. Esto contrarrestaría el efecto del miedo al fracaso y
reduciría la aversión a las tareas de los sujetos.
5.2.1.2. Intervención basada en el valor
Cuanto menor valor tiene una tarea en concreto para el sujeto, mayor es la probabilidad de
que se dé procrastinación. Una manera de reducir el aburrimiento es hacer las tareas más
difíciles. Esto puede sonar contradictorio con lo anteriormente expuesto sobre la
autoeficacia, pero para algunas personas podría ser beneficioso. Esto es así porque las tareas
fáciles se perciben como rutinarias y carentes de mérito, por lo que lo ideal serían tareas con
cierto grado de reto pero realizables. Este tipo de tareas, además de más motivadoras,
causarían una mayor satisfacción personal al ser realizadas y aumentarían la autoeficacia por
sí mismas.
Otra opción propuesta por el autor consiste en emparejar aquellos objetivos a largo plazo
que uno tiene con tareas que ofrezcan una gratificación más inmediata, para aumentar la
probabilidad de realizar la primera. Este es un mecanismo de autocontrol conductual muy
eficaz. Un ejemplo sería el clásico grupo de estudio para los exámenes. La gratificación
inmediata ofrecida por el contacto social durante las sesiones de estudio aumenta la
probabilidad de participar en el propio estudio, aunque la preparación para el examen, que
es a largo plazo, resulte muy poco placentera a corto plazo.
La tercera posibilidad es mediante técnicas de condicionamiento. Consiste en pautar
programas de reforzamiento para las tareas típicamente problemáticas para el individuo,
para aumentar el grado en que la tarea en sí es percibida como reforzante.
Procrastinación – Una mirada clínica
38
5.2.1.3. Intervención basada en la sensibilidad a posponer
Aquí el autor propone dos elementos básicos: control de estímulos y automatización. El
control de estímulos consiste en pautar las conductas organizando el entorno de manera
que haya presentes tantas claves que induzcan la conducta deseada como sea posible y
minimizar todos aquellos elementos que tienten al sujeto a efectuar otras conductas y, por
lo tanto, a procrastinar. Un ejemplo propuesto por el autor es el acceso a la bandeja de
entrada del correo electrónico mientras se trabaja utilizando el ordenador. La constante
comprobación del correo es una de las acciones más habituales que dan los procrastinadores
para no avanzar en la tarea original. La inmediatez del acceso a los e-mails no ayuda. Por lo
tanto una opción sería simplemente dificultar el acceso al correo eliminando el acceso
directo, cortando la conexión a internet, etc. Este procedimiento ha demostrado ser eficaz
para muchas situaciones diferentes y es uno de los elementos clásicos de autocontrol.
Se ha demostrado que cuantas más decisiones es necesario tomar a lo largo de una tarea
determinada, más probable es procrastinar (Silver, 1974). En este punto se basa la idea de
aumentar la automaticidad de las tareas. Implementar una organización estricta que
aumente la realización rutinaria de las tareas podría aumentar la tendencia a automatizarlas
y por lo tanto reduciría la procrastinación. Otra opción sería el uso de dispositivos y recursos
de organización como agendas, alarmas, etc., que minimicen el tiempo invertido en pensar
qué camino tomar o por qué opción decantarse y facilitar la disposición de un camino claro a
seguir con pocas decisiones que tomar.
5.2.1.4. Intervención basada en el retraso
Este punto se ocupa básicamente de aspectos como el lapso de tiempo que transcurre desde
que se tiene intención de realizar una acción hasta que se lleva a cabo realmente. La
investigación demuestra claramente que cuanto mayor es este lapso, mayor es la
probabilidad de procrastinar. Por lo tanto, programar objetivos próximos en el tiempo
aumenta la motivación y reduce la procrastinación. De esto se pueden derivar diferentes
estrategias para aplicar en el día a día que han demostrado ser útiles. Por ejemplo, definir
claramente los objetivos próximos. Dicho de otra manera, fragmentar tareas largas y con
objetivos distantes en el tiempo en tareas menores y próximas en el tiempo. Numerosos
Procrastinación – Una mirada clínica
39
autores han destacado la utilidad de anotar diariamente los objetivos a corto plazo, porque
aumentan la motivación para realizarlas. Si el sujeto concibe la tarea completa cada vez que
se propone llevarla a cabo, la verá como mayor, más compleja (menor autoeficacia) y muy
distante (poco gratificante). Por todo ello, este es un punto esencial, que también puede
encontrarse en numerosos manuales de autoayuda recientes para problemas de autocontrol
en general (p. ej. McGonigal, 2012). Perrin, Miller, Haberlin, Ivy, Meindl y Neef (2011)
llegaron a conclusiones parecidas con estudiantes de un curso online.
En la línea comentada, Herweg y Müller (2011) concluyeron tras su análisis que la mera
inclusión de fechas límite para realizar las tareas reduce la procrastinación. Esto concuerda
con lo anterior, pues en esencia consiste en la misma idea que la técnica de fragmentar las
tareas en pequeñas partes.
Otra estrategia interesante es la de las intenciones de implementación (Gollwitzer, 1999),
que Owens, Bowman y Dill (2008) aplican a procrastinadores en un estudio. Este concepto
consiste en añadir una clara especificación de dónde y cuándo se va a realizar una
determinada acción. Por ejemplo, “acabaré mi tesina”, al añadirle la intención de
implementación, se convierte en “acabaré mi tesina el sábado a las 9:00 horas”. Los autores
encontraron que aquellos procrastinadores que planificaban de esta manera más concreta y
específica sus tareas pendientes, procrastinaban significativamente menos que los que
hacían formulaciones vagas. Los autores consideraron la oportunidad de implementar este
modo de proceder a éstos y consiguieron reducir su nivel de procrastinación
significativamente. Por lo tanto, se trata de una técnica de planificación útil a tener en
cuenta.
5.2.2. Otros abordajes terapéuticos cognitivo conductuales
Wichman y Hermann (2010) proponen varios mecanismos para intervenir concretamente
sobre la autoestima y el autoconcepto. Se plantean específicamente cómo romper ese
círculo disfuncional de perfeccionismo, miedo al fracaso y baja autoestima que desemboca
en un autoconcepto tan fuertemente ligado a la percepción de habilidad personal tan
característico de los procrastinadores. Una de las primeras propuestas de estos autores
consiste en modificar aquellas creencias y teorías que tiene el procrastinador respecto a las
Procrastinación – Una mirada clínica
40
mismas habilidades de las que tanto depende su autoconcepto. Las personas tienen teorías
distintas respecto a la capacidad de rendimiento, la inteligencia, etc. Hay personas que creen
que las habilidades son estáticas, que no cambian con el tiempo ni en función del contexto.
Otras personas creen lo contrario. Se ha demostrado que las primeras tienen una mayor
probabilidad de sufrir mayores consecuencias negativas en relación a su autoconcepto
ligado a la propia habilidad, pues hacen gala de un pensamiento más dicotómico y
absolutista. Los autores proponen modificar estas ideas irracionales sobre la habilidad, sus
características y su importancia, mediante reestructuración cognitiva y experimentos
conductuales, para atacar algunos de los factores mantenedores de los hábitos autocríticos
que causan la baja autoestima que tienen. Los experimentos conductuales consistirían en
demostrar al sujeto que sus habilidades son modificables y que puede mejorarlas.
Otro marco para el abordaje terapéutico propuesto por estos autores es el mindfulness. Se
teoriza que el mindfulness, entendido como una focalización absoluta de la atención hacia el
momento y situación presentes con aceptación ausente de juicio, puede ayudar a aumentar
la autoconciencia sobre los pensamientos típicos de autorreproche, duda de sí mismo y,
especialmente, aquellos que unen el rendimiento con la valía personal. Mediante el
mindfulness, la evaluación de los propios pensamientos probablemente será más racional y
objetiva y un mejor reconocimiento de la irracionalidad de las propias ideas será posible.
Además, puesto que los pensamientos automáticos que se dan en una determinada
situación disparan determinadas conductas acordes que no son adaptativas, el mindfulness
permite una mayor capacidad de reacción conductual adecuada. Esto dota al sujeto de una
mayor capacidad de resistencia ante las claves contextuales y cognitivas que le llevan a
procrastinar o a otras conductas de evitación. Otros estudios demuestran una relación entre
el mindfulness y la capacidad de autorregulación y autocontrol, como por ejemplo el de
Howell y Buro (2010). Otro estudio muy reciente volvió a demostrar que el mindfulness es
una herramienta muy útil y que una baja capacidad de mindfulness está relacionada con la
procrastinación, además de con la percepción de estrés y la percepción de salud personales
(Sirois y Tosti, 2012).
En otro estudio de caso clínico reciente, Dryden (2012) realizó una demostración de una
sesión de reestructuración de creencias irracionales de una usuaria desde el enfoque de la
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  • 1. Procrastinación – Una mirada clínica 0 Máster de Psicología Clínica y de la Salud MTPCCATSIN121D Barcelona, 24 de Julio de 2013 Procrastinación Una mirada clínica David Guzmán Pérez
  • 2. Procrastinación – Una mirada clínica 1 Contenido 1. Justificación.................................................................................................................................................... 2 2. Introducción................................................................................................................................................... 4 3. Marco conceptual e histórico........................................................................................................................ 4 3.1. Definición.............................................................................................................................................. 4 3.2. Historia.................................................................................................................................................. 6 4. Características y causas de la procrastinación.............................................................................................. 7 4.1. El ciclo de la procrastinación ................................................................................................................ 7 4.2. Tipos de procrastinación..................................................................................................................... 11 4.2.1. Procrastinador tipo arousal ....................................................................................................... 12 4.2.2. Procrastinador tipo evitativo..................................................................................................... 12 4.2.3. Procrastinador tipo decisional................................................................................................... 12 4.2.4. Últimos hallazgos ....................................................................................................................... 12 4.3. La procrastinación como rasgo de personalidad................................................................................ 14 4.4. Responsabilidad y procrastinación..................................................................................................... 15 4.5. Ansiedad y procrastinación ................................................................................................................ 16 4.6. Amabilidad y procrastinación............................................................................................................. 19 4.7. Extraversión, impulsividad y procrastinación.................................................................................... 20 4.8. Cogniciones y procrastinación............................................................................................................ 20 4.9. Variables ambientales y procrastinación........................................................................................... 24 4.10. Características demográficas.......................................................................................................... 27 4.11. Variables biológicas........................................................................................................................ 27 4.12. Orientación temporal..................................................................................................................... 29 4.13. Consecuencias de la procrastinación............................................................................................. 30 4.14. Teoría de la motivación temporal (Temporal Motivation Theory - TMT)..................................... 31 5. La procrastinación desde la psicología clínica ............................................................................................ 33 5.1. La procrastinación como trastorno mental........................................................................................ 33 5.2. Intervención terapéutica en la procrastinación................................................................................. 35 5.2.1. TMT............................................................................................................................................. 36 5.2.2. Otros abordajes terapéuticos cognitivo conductuales ............................................................. 39 5.2.3. Programa de tratamiento grupal............................................................................................... 41 6. Discusión...................................................................................................................................................... 42 7. Bibliografía................................................................................................................................................... 43
  • 3. Procrastinación – Una mirada clínica 2 1. Justificación Existen varios motivos por los que he escogido el tema de la procrastinación. Uno de ellos es que se trata de una problemática muy común, que la inmensa mayoría de la población ha experimentado personalmente alguna vez o durante un periodo concreto de su vida. Mientras para mucha gente no deja de ser un problema menor, para una parte importante de la población puede llegar a suponer tal obstáculo en la consecución de las propias metas que se convierte en un auténtico trastorno con entidad propia que, como veremos, puede causar una interferencia muy significativa en el bienestar tanto respecto a la salud física como a lo psicológico, emocional y social. Diferentes estudios muestran que aproximadamente un 80%-95% de los estudiantes universitarios procrastinan en ocasiones (O’Brien, 2002). De éstos, el 70% se considera a sí mismo un procrastinador (Schouwenburg, 2004) y casi el 50% procrastina de manera consistente y problemática (Day, Mensin y O’Sullivan, 2000). Los estudiantes suelen estimar que la procrastinación consume aproximadamente un tercio del tiempo del que disponen en su vida diaria, y habitualmente consiste en dormir, jugar o ver la televisión (Pychyl, Lee y Thibodeau, 2000). Además, se estima que la procrastinación como problema crónico afecta al 20%-25% de la población general (Ferrari y Díaz-Morales, 2007). Es, por lo tanto, un problema considerablemente relevante en el espectro de la conducta humana que, sin embargo, no parece haber recibido el interés por parte de la comunidad científica que se merece durante la mayor parte de su historia. Uno no puede evitar preguntarse si no será por el estilo de vida que la alta exigencia laboral de nuestra sociedad ha acabado imponiendo sobre todos nosotros y que tiende a marginar y culpabilizar al que no se adapte y rinda como es debido. Probablemente, la procrastinación ha sido vista desde hace mucho tiempo como un problema de carácter moral, una especie de batalla que cada persona es responsable de lidiar en privado y de la que una persona madura y responsable debe ser capaz de salir victorioso por sí mismo. En años recientes, ha ido aumentando la cantidad de estudios destinados a analizar la procrastinación de manera científica, convirtiéndose en un tema de máxima actualidad en el que, todavía, existen muchas incógnitas. Es, quizás, en el ámbito de los tratamientos psicológicos de la procrastinación donde menos propuestas y resultados hay por el momento. Es mi intención, con el presente
  • 4. Procrastinación – Una mirada clínica 3 trabajo, revisar los últimos avances disponibles en este aspecto, al igual que explicar de manera sintética los conocimientos que poseemos sobre este fenómeno tras, aproximadamente, cuatro décadas de investigación. Es en la descripción de la procrastinación en sí en lo que más tiempo y esfuerzo se ha invertido. Esto es esencial, ya que necesitamos comprender cómo funciona, se desarrolla y se mantiene el problema antes de plantearnos qué podemos hacer al respecto. Para ello, he revisado especialmente los estudios de los últimos años, específicamente aquellos publicados desde 2008, ya que, aunque existe numerosa bibliografía desde mucho antes, se han realizado algunas revisiones y metaanálisis que recopilan la información más importante y que ha resistido el paso del tiempo. Hago uso de estas revisiones estratégicamente para poder centrarme especialmente en añadir aquellos datos que se han ido descubriendo desde entonces. El trabajo más actual y exhaustivo hasta el 2007, con más de 400 artículos revisados, es el de Steel (2007), el cual mencionaré en repetidas ocasiones por haberme servido como base sobre la que ampliar. Otro trabajo muy exhaustivo y estructurador es el de Klingsieck (2013), que es el único trabajo realmente reciente de tipo revisor y organizador sobre la procrastinación que he encontrado. La autora es consciente de que, además de investigación futura adicional, faltan trabajos que estructuren y mi objetivo también es contribuir en este aspecto. La investigación en procrastinación ha seguido muchos y muy diversos caminos, proviniendo de corrientes y disciplinas diferentes que han seguido rutas demasiado independientes entre sí, generando un cuerpo de conocimientos muy amplio pero poco conectado (Klingsieck, 2013). Coincido en que es necesario desarrollar programas de intervención que tengan en cuenta todos los aspectos relacionados con la procrastinación, desde los estudios desde la psicología diferencial hasta la psicología clínica, pasando por la psicología educativa, entre otras. Con mi trabajo pretendo realizar una revisión-resumen de todos los conocimientos acumulados por todas las vertientes que puedan ser útiles en la creación de un programa de tratamiento psicológico, entendiendo esto como programa cognitivo-conductual de carácter clínico. Podría decirse que el interés que suscita en mí este tema va más allá de la curiosidad y el puro afán científico. Se trata de un tema recurrente al que hace tiempo que doy vueltas porque yo mismo, personalmente, he experimentado este problema y he lidiado con él
  • 5. Procrastinación – Una mirada clínica 4 durante bastante tiempo. Ha sido una fuente de angustia importante y la causa principal de algunos problemas recurrentes en mi vida y es, todavía hoy, la razón de algunos arrepentimientos. A pesar de todo, hace unos años que fui ganándole la batalla hasta alcanzar un nivel de satisfacción muy elevado y, hoy por hoy, lo considero prácticamente superado. Creo que esto ha sido posible gracias a haber aprendido sobre mí mismo y, con ello, entender mejor las causas de este problema. Por lo tanto, existe una motivación personal que cobra cierta relevancia a la hora de haber escogido esta temática. Estoy convencido de que, si yo he podido superar este problema, es más que probable que haya muchas personas sufriendo de forma parecida que también puedan hacerlo y, por lo tanto, es un tema que merece continuar siendo estudiado en el futuro. ¿Qué es lo que hace que una persona procrastine y otra no? ¿Realmente es una cuestión de fuerza de voluntad, vagancia o moral? ¿Se puede hacer algo al respecto? Éstas son algunas de las preguntas a las que intento dar respuesta en este trabajo. 2. Introducción La estructura del trabajo consiste en una primera parte, en la que se realiza una resumida revisión de los conocimientos acumulados hasta la actualidad en las diferentes disciplinas de la psicología en relación a la procrastinación, siendo el criterio organizador algo arbitrario por las propias características tan amplias de la información; una segunda parte en la que se revisa los avances en el tratamiento de la procrastinación desde la vertiente clínica, especialmente desde el modelo cognitivo-conductual; y, por último, a modo de conclusión, se discute las direcciones futuras en la investigación, su relevancia y los principales factores a tener en cuenta. 3. Marco conceptual e histórico 3.1. Definición El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la palabra “procrastinar” sencillamente como “diferir, aplazar”. Según el Online Etymology Dictionary, el término
  • 6. Procrastinación – Una mirada clínica 5 proviene del latín y se compone de las palabras pro, que significa “adelante”/”a favor de” y crastinus, que significa “del mañana”. Sin embargo, las implicaciones del concepto desde el punto de vista psicológico son bastante más complejas. El diccionario inglés Oxford Dictionary of English define la palabra como “posponer una acción, especialmente sin una buena razón”, añadiendo un nuevo matiz a la idea. Muchos autores, como por ejemplo Burka y Yuen (1983), consideran que la acción de aplazar en el caso de la procrastinación se caracteriza precisamente por ser irracional. En ocasiones se ha hablado de que la procrastinación se puede entender como algo positivo en determinados contextos, ya que podría funcionar como un mecanismo adaptativo de prevención de riesgos al afrontar tareas cuyos resultados son inciertos (Ferrari, 1993b). Como es lógico, me centraré exclusivamente en la visión negativa del fenómeno, entendido como una tendencia a posponer el inicio o conclusión de cualquier tipo de acción o decisión indefinidamente teniendo uno intención de realizarla (Lay y Silverman, 1996) resultando habitualmente en diversos problemas y un gran malestar subjetivo para el que procrastina. En efecto, hay estudios que muestran que la visión negativa es la claramente predominante. La mayoría de la población lo considera algo malo, perjudicial y estúpido (Briody, 1980) y más del 95% de los procrastinadores desean reducir esta conducta (O’Brien, 2002). Se ha demostrado en diversos estudios que la procrastinación se asocia a una reducción del rendimiento (Steel, Brothen y Wambach, 2001). La procrastinación también implica que la acción que está siendo aplazada es necesaria o importante para el individuo (Lay, 1986), su realización es voluntaria y no impuesta desde fuera (Milgram, Mey-Tal y Levison, 1998) y, por último, la persona en cuestión procrastina a pesar de ser consciente de las consecuencias negativas que puede tener aplazar la acción (Steel, 2007). También es importante recalcar que en la procrastinación, la persona tiene intención de realizar en el momento la tarea en cuestión que está aplazando. Por lo tanto, no se considera la acción de aplazar una tarea estratégicamente con buenos motivos, llamada en ocasiones procrastinación o aplazamiento activo o estratégico. Respecto a este aspecto, en un estudio, Corkin, Yu y Lindt (2011), encontraron que un mayor nivel de aplazamiento estratégico se encontraba asociado incluso a un mayor nivel de autoeficacia y a mejores notas académicas.
  • 7. Procrastinación – Una mirada clínica 6 Esto es así incluso para tareas que en sí mismas son placenteras para la persona. Se ha demostrado que según las características de la conducta o tarea en cuestión, por placentera que sea, se tiende más a procrastinar en su realización que en otras (Shu y Gneezy, 2010). Se ha demostrado que las personas que procrastinan tienden a sufrir más estrés y a presentar una peor salud mental en general, además de realizar menos conductas de búsqueda de ayuda (Stead, Shanahan y Neufeld, 2010). Esto abre un tema interesante y de enorme relevancia en el ámbito de la terapia psicológica, pues existe una gran discrepancia entre el número de personas que sufren de algún tipo de problema de salud mental y las que por ello acuden a terapia. La procrastinación podría ser, como apuntan algunos estudios recientes, un factor esencial en este asunto. 3.2. Historia Según Steel (2007), el primero en realizar un análisis histórico de la procrastinación fue Milgram, con un trabajo de 1992 en que afirmaba que en las sociedades avanzadas tecnológicamente hay una alta frecuencia de compromisos y fechas límite que hace que la prevalencia de la procrastinación sea más elevada que, por ejemplo, en las sociedades agrarias menos desarrolladas. Posteriormente, Ferrari et al. (1995) concluyen que la procrastinación no empezó a ser considerada socialmente un verdadero problema hasta la revolución industrial de finales del siglo XVIII, cuando, por los grandes cambios sufridos por nuestra sociedad, el acto de procrastinar empezó a adquirir las connotaciones negativas que perduran hasta hoy día. Los autores afirman que, hasta ese momento histórico, la procrastinación era vista como un estilo de conducta respetable como otro cualquiera e incluso como una sabia actitud ante la vida. Esta hipótesis parece recibir apoyo por el hecho de que diversos estudios demuestran que la procrastinación está en auge y sigue creciendo a día de hoy, junto con el cada vez mayor nivel de exigencia que presenta nuestra sociedad. Aun así, parece ser que todo apunta a que la procrastinación es tan antigua como la humanidad misma, existiendo numerosas referencias literarias a este problema, provenientes de diversas culturas, que alcanzan hasta varios milenios atrás. Steel (2007) destaca el ejemplo del poeta griego Hesíodo que, siendo uno de los primeros poetas griegos
  • 8. Procrastinación – Una mirada clínica 7 registrados, escribió alrededor del año 800 a.C. sobre la procrastinación que “[…] un hombre que pospone su trabajo se encuentra siempre en un pulso con la ruina.”. Por lo tanto, a pesar de que probablemente existan grandes diferencias interculturales en la percepción social de la procrastinación en función del valor asociado al trabajo en cada sociedad y otras variables, parece ser que la mayoría de autores coinciden en que se trata de un fenómeno bastante universal y que no sólo es visto negativamente en la actualidad sino desde hace mucho tiempo. Coincido con Steel (2007) en que es sorprendente e irónico que la ciencia no haya abordado la procrastinación antes. 4. Características y causas de la procrastinación Existen numerosas variables cuya relación con la procrastinación se ha estudiado sobradamente. Sin embargo, a veces los resultados han sido contradictorios y, sobre todo, la mayoría de estas investigaciones han ido en paralelo pero de manera mayoritariamente independiente entre sí. Por ello, existe una cantidad ingente de estudios, la mayoría desde la psicología diferencial, que relacionan la procrastinación con determinado rasgo o variable y que carecen de una adecuada estructura que los conecte. En los siguientes apartados me limitaré a exponer la información más importante que he encontrado sobre la mayoría de las principales características, causas y correlatos de la procrastinación. 4.1. El ciclo de la procrastinación La mayoría de los procrastinadores están bastante de acuerdo en que la sensación de pérdida de control sobre su conducta es difícil de describir con palabras. Cuando estás metido en el torbellino de la procrastinación toda tu vida se caracteriza por la inestabilidad emocional, tus intenciones no se corresponden con tus acciones, te invade la frustración y puedes perder la noción del tiempo y sentir que no eres consciente de cómo éste pasa. Al menos, estas son algunas de las palabras de pacientes procrastinadores cuyos testimonios recogen Burka y Yuen (2007). A pesar de la gran heterogeneidad que presenta este fenómeno y su alto componente subjetivo, es posible encontrar ciertas generalidades y patrones que se repiten en muchas personas. Estas autoras es precisamente lo que
  • 9. Procrastinación – Una mirada clínica 8 pretenden en su libro. Lo que hacen, entre otras cosas, es describir lo que ellas llaman “el ciclo de la procrastinación”, que es un esquema básico general que describe el tipo de pensamiento que tiene una persona procrastinadora desde que decide ponerse a realizar una tarea determinada y que he decidido sintetizar aquí porque considero que es una buena descripción desde dentro, compuesta por la experiencia clínica de los testimonios de muchos pacientes. El caso que se contempla para este modelo es el más típico, el de una tarea de tipo laboral o académica que tiene una fecha límite para ser realizada. Este ciclo puede durar desde horas hasta años, dependiendo de qué es lo que estamos procrastinando. 4.1.1. Paso nº 1: “Esta vez empezaré con tiempo” Cuando acabamos de decidir realizar una determinada acción, tenemos esperanza de empezar a tiempo. No nos sentimos capaces de hacerlo ahora mismo pero creemos que en algún momento a corto plazo empezaremos. Tenemos la esperanza de que esta vez sea diferente. Pero el tiempo va pasando. 4.1.2. Paso nº 2: “Tengo que empezar pronto” La posibilidad de empezar con el tiempo adecuado ha pasado, empezamos a sentir cierta ansiedad y empezamos a percibir la necesidad de empezar a dar algún tipo de paso inicial pronto. Todavía nos queda tiempo, así que albergamos esperanza. 4.1.3. Paso nº 3: “¿Qué pasa si no empiezo?” A medida que el tiempo pasa, abandonamos toda esperanza de un comienzo adecuadamente temprano e incluso vemos muy difícil que esa acción de inicio espontáneo que esperábamos (casi milagrosamente) se efectúe realmente. La ansiedad aumenta y, con ello, el número de cogniciones que producimos. El pensamiento catastrófico suele dominar esta fase, por lo que a menudo visionamos nuestro futuro como un absoluto fracaso porque nos invade el miedo de que jamás seamos capaces de empezar lo que nos hemos propuesto. Esto causa en nosotros una parálisis aun mayor. Nuestra cabeza empieza a rumiar: a. “Debería haber empezado antes”
  • 10. Procrastinación – Una mirada clínica 9 Empezamos a arrepentirnos profundamente de no haber empezado antes, dándonos cuenta de que sólo con una pequeña acción podríamos haber evitado toda la ansiedad y frustración que sentimos, y nos castigamos por ello con continuos autorreproches. b. “Estoy haciendo de todo menos…” Una consecuencia muy habitual en este momento es empezar a realizar todo tipo de acciones menos la que deberíamos estar realizando. De repente, otras acciones que estábamos posponiendo anteriormente nos parecen una buena excusa para seguir sin llevar a cabo la acción en cuestión que estamos procrastinando. Efectuamos recados, tareas domésticas,… cualquier cosa que impida que hagamos lo correcto. Es habitual que estas actividades parezcan tan productivas en sí mismo que hasta tenemos la percepción de que estamos avanzando con el proyecto necesario. c. “No puedo disfrutar de nada” Encontrándonos ya en medio de este ciclo caótico, buscamos cualquier refuerzo inmediato a través de la primera actividad placentera que podamos encontrar. Por eso lo más típico suele ser ver la televisión, jugar a videojuegos, quedar con amigos… Sin embargo, el placer que proporcionan estas actividades es muy fugaz y no podemos deshacernos del peso de la tarea inacabada que está esperándonos. Nos inunda la culpa y la ansiedad. d. “Espero que nadie se entere” A medida que pasa el tiempo, nos sentimos cada vez peor con nosotros mismos y nos avergüenza no haber sido capaces de avanzar. Intentamos que nadie se entere porque nos da miedo lo que puedan pensar, nos inventamos excusas e incluso intentamos que aparente que estamos muy ocupados aunque no estemos haciendo nada. A menudo ocultamos todo lo que hacemos hasta el punto de evitar todo contacto social, responder a mensajes o a llamadas y no salimos de casa. Las excusas que inventamos son cada vez más elaboradas e inverosímiles y nos sentimos mentirosos y fraudulentos. 4.1.4. Paso nº 4: “Todavía tengo tiempo”
  • 11. Procrastinación – Una mirada clínica 10 A pesar de todo lo ocurrido hasta el punto en el que nos encontramos, seguimos albergando la expectativa totalmente irracional, casi mágica, de que en algún momento empezaremos la tarea y todo acabará bien, engañándonos a nosotros mismos. 4.1.5. Paso nº 5: “A mí me sucede algo” Cuando absolutamente todo ha fallado hasta ahora, es cuando podemos empezar a pensar que a lo mejor el problema somos nosotros mismos. Quizás es que simplemente somos así, llevamos el problema dentro y algo nos pasa. Nos falta algo fundamental que todo el mundo tiene. Nuestro autoconcepto sufre todavía más y nos desesperamos. 4.1.6. Paso nº 6: La decisión final: Hacer o no hacer Llegados a este punto, debemos tomar una decisión crucial. ¿Llevamos a cabo un intento desesperado de última hora y hacemos la tarea lo más rápido posible o tiramos la toalla y aceptamos de una vez por todas que hemos perdido la batalla? Tenemos dos opciones: Opción 1: No hacer a. “¡No puedo soportarlo más!” La ansiedad y el malestar generados durante todo este tiempo parecen insoportables y sentimos que es imposible acabar la tarea en el poco tiempo que nos queda. La posibilidad de descartar toda opción definitivamente es demasiado tentadora y nos acaba superando, por lo que abandonamos del todo. b. “¿Para qué intentarlo?” Nos damos cuenta de que aunque invirtiéramos todas nuestras fuerzas en realizar la tarea en el tiempo que nos queda, no seríamos capaces de hacerlo bien. Decidimos que es demasiado tarde y que para hacerlo mal, mejor no hacerlo. Opción 2: Hacer a. “No puedo seguir esperando”
  • 12. Procrastinación – Una mirada clínica 11 La presión se ha vuelto tan grande que decidimos que seguir sin empezar la tarea es todavía más insoportable que empezarla ahora, así que lo intentamos. b. “Esto no está tan mal… ¿Por qué no he empezado antes?” Nos sorprendemos porque la acción que tanta ansiedad nos producía no parece tan terrible al final, sobre todo en comparación a todo lo que hemos pasado hasta ahora sólo para conseguir empezar. Nos invade un desconcierto difícil de describir al darnos cuenta de lo irracional de toda nuestra conducta. El alivio de saber que hemos empezado es enorme. c. “¡Acábalo ya y punto!” Estamos casi al final del tiempo y hemos de acabar ya sí o sí. A estas alturas ya no nos importa en absoluto la calidad del trabajo, sólo nos importa terminar. 4.1.7. Paso nº 7: “¡Nunca volveré a procrastinar!” Independientemente de si al final hemos acabado de alguna manera la tarea, como si la hemos dado por perdida, sentimos un alivio muy grande y estamos agotados. El malestar generado por este ciclo de la procrastinación es tan intenso que decidimos que no volveremos a entrar en él jamás. Hacemos todo tipo de promesas y pactos con nosotros mismos que luego no seremos capaces de cumplir. Y, poco a poco, este ciclo consume todas nuestras esperanzas de que, algún día, podamos salir de él. 4.2. Tipos de procrastinación En los últimos años se han publicado diversos estudios que contemplan la existencia de varios tipos diferenciables de procrastinación. Los tres principales tipos son los siguientes: el tipo arousal frente al tipo evitativo, por un lado y, por el otro, el tipo decisional. Esta taxonomía fue ideada y concebida por Ferrari (1992b) cuando trataba de comparar algunas escalas de evaluación de la procrastinación desarrolladas con anterioridad. Estas escalas eran la General Procrastination Scale de Lay (1986) y el Adult Inventory of Procrastination de McCown y Johnson’s (1989). Dado que en sus análisis encontraba que la correlación existente entre estas escalas era casi nula, concluyó que éstas medían dos tipos diferentes de procrastinación: el tipo arousal la primera y el tipo evitativo la segunda. Posteriormente,
  • 13. Procrastinación – Una mirada clínica 12 Ferrari añadió un tercer tipo denominado tipo decisional, basándose en el Decisional Procrastination Questionnaire de Mann (1982). En los siguientes apartados se explica brevemente en qué hipótesis se basan estas distinciones y las conclusiones que se derivan. 4.2.1. Procrastinador tipo arousal Para Ferrari (1992b), el procrastinador tipo arousal se caracteriza por un alto nivel de búsqueda de sensaciones que procrastina porque ansía obtener un “subidón” por la compleción de una tarea en el último momento. Es decir, se trataría de un individuo que recibe un alto grado de refuerzo positivo en la acción de realizar alguna tarea en muy poco tiempo y a contrarreloj para la que ha dispuesto de mucho tiempo. La sensación de desafío de salirse con la suya en una situación de alto riesgo de fracaso les aporta la estimulación que necesitan. Una frase típica de este tipo de procrastinador sería “voy a posponer esta tarea de momento, trabajo mejor bajo presión” (Pychyl y Simpson, 2009). 4.2.2. Procrastinador tipo evitativo Al contrario que el tipo arousal, el procrastinador tipo evitativo busca principalmente no enfrentarse a la tarea en cuestión (Ferrari, 1992b). La motivación puede adoptar varias formas, a saber: hay tareas, que por la aversión que causan de manera intrínseca, son evitadas; otras son pospuestas eternamente por el miedo a fracasar en el intento de realizarlas, lo cual esconde un miedo a enfrentarse a las propias limitaciones (esto se desarrollará en mayor profundidad en apartados posteriores). 4.2.3. Procrastinador tipo decisional Ambos tipos de procrastinación anteriormente expuestos podrían considerarse formas conductuales de ésta, en los que lo que posponemos son tareas. Estos dos tipos se contraponen al tercer tipo, el decisional, ya que en éste lo que se procrastina es la toma de una determinada decisión (Ferrari, 1994). 4.2.4. Últimos hallazgos
  • 14. Procrastinación – Una mirada clínica 13 He considerado importante exponer de manera concisa los tipos de procrastinación descritos por Ferrari, ya que algunos de los estudios a los que haré referencia a lo largo del trabajo han sido realizados tomando esta taxonomía como referente y, por lo tanto, es necesario conocerla. Sin embargo, eso no significa que este sistema clasificatorio no haya sido puesto en duda y, recientemente, algunos estudios parecen concluir que esta división de tipos puede, en realidad, no ser tal y no diferenciar realmente entre tipos claramente distintos de procrastinadores. Pychyl y Simpson (2009) desafían la existencia del tipo arousal como entidad diferenciada y como subtipo de procrastinación. Los objetivos de su trabajo de investigación fueron determinar, por un lado, si la General Procrastination Scale mide realmente un tipo de procrastinación caracterizado por el arousal y, por otro, si la personalidad relacionada con el tipo arousal (medida aquí por la búsqueda de sensaciones, la extraversión y el índice de reductor) tiene relación con las creencias respecto a los motivos para la procrastinación académica. El índice de reductor se basa en la teoría de los reductores/aumentadores de Petrie (1967) que afirma que las personas responden de manera diferente a la misma cantidad de estimulación sensorial. Según esta teoría, existen personas “reductoras” que necesitan una mayor estimulación sensorial; por eso puntuar alto en esta medida está relacionado con la búsqueda de sensaciones y con la extraversión. La conclusión del estudio de Pychyl y Simpson es que la General Procrastination Scale de Lay, en la que se basó Ferrari para crear el tipo arousal, no mide realmente lo supuesto. Además, los sujetos con una personalidad caracterizada por el arousal no es un predictor ni de la procrastinación ni de las creencias que los procrastinadores tienen sobre la motivación de su procrastinación. Por lo tanto, concluyen los autores, las personas que justifican su conducta procrastinadora en base a un deseo de obtención de estimulación por trabajar mejor bajo presión o en el último momento, parecen estar “engañándose” a sí mismos o simplemente es esta la explicación que estas personas han encontrado. Pero estas personas no son más que una mínima porción de todos los procrastinadores. Los autores consideran que estos resultados contradicen la existencia del tipo arousal de Ferrari. Asimismo, un metaanálisis muy reciente con un análisis factorial exhaustivo concluyó que la taxonomía tripartita no existe y en realidad se debe a un análisis erróneo en el trabajo de
  • 15. Procrastinación – Una mirada clínica 14 Ferrari de 1992 (Steel, 2010). Para este autor, las medidas hasta aquí comentadas, que supuestamente apoyaban el modelo de tres tipos, se solapan y se puede extraer un único factor para la procrastinación, que se caracteriza por el aplazamiento irracional de tareas (Steel, 2010). Éste puede ser medido de manera mucho más válida con la Pure Procrastination Scale, creada directamente a partir de dicho estudio (Steel, 2010). Aun así, el autor reconoce que existe la posibilidad de que se pueda distinguir un tipo de procrastinación predecisional de uno postdecisional, en función de si lo que se pospone es la decisión de realizar una acción en sí, o el acto de realizarla una vez tomada la decisión de actuar, lo cual podría tener importantes implicaciones de cara a la intervención terapéutica (Steel, 2010). Por lo tanto, podemos concluir que existe evidencia muy reciente y potente que contradice este modelo tripartito de la procrastinación y, sin duda alguna, es un cambio que abre nuevas posibilidades en la comprensión del fenómeno de cara a la investigación futura. Aun así, los principales autores defensores de los diferentes tipos de procrastinación siguen investigando estas diferencias y existen numerosos estudios recientes que siguen haciendo esta distinción. 4.3. La procrastinación como rasgo de personalidad Una de las preguntas fundamentales que un investigador en psicología debe formularse respecto a la procrastinación es si se trata de un rasgo de personalidad. Hay estudios que así lo indican. Algunos estudios estadísticos parecen demostrar que se trata de un rasgo estable tanto transituacionalmente como temporalmente, además de tener una importante carga genética (Steel, 2007). Steel (2007) afirma que el rasgo de “procrastinación” se solapa considerablemente con el de “responsabilidad” del modelo de los 5 grandes de Costa y McCrae (1992). Sin embargo, los análisis factoriales realizados sobre esta cuestión revelan que el factor “responsabilidad” es más amplio que el concepto “procrastinación”, pero que éste puede ser considerado la faceta más central del primero (Steel, 2007). Por todo ello, es lógico que las personas con una alta procrastinación suelan puntuar muy bajo en la escala de responsabilidad.
  • 16. Procrastinación – Una mirada clínica 15 Además, se ha estudiado la relación entre el acto de procrastinar y diferentes rasgos de personalidad. Muchos de los siguientes apartados abordan aspectos relacionados con la personalidad del procrastinador. 4.4. Responsabilidad y procrastinación Steel concluye que la medida de la responsabilidad correlaciona fuertemente negativamente con la procrastinación. Dentro de las facetas de la responsabilidad, podemos encontrar algunos factores que es interesante destacar. Una de las ideas más relacionadas con el éxito en la autorregulación de la conducta es la capacidad de posponer la gratificación inmediata en favor de los beneficios a largo plazo. Es un constructo muy relacionado con la impulsividad y el autocontrol en general. Tice y Baumeister (1997) demostraron que los procrastinadores tienen una acusada tendencia a escoger la gratificación inmediata y a no valorar las consecuencias a largo plazo. En diferentes estudios se ha encontrado una importante correlación entre la procrastinación y el fracaso en la organización, el autocontrol y la capacidad de planificación (Steel, 2007). Adicionalmente, Baumeister, Nelson, Schmeichel, Tice, Twenge y Vohs (2008) demostraron que la toma de decisiones y la iniciativa activa reducen el autocontrol y provocan, entre otras cosas, un aumento de la procrastinación. La teoría del autocontrol llamada “strength model” (Baumeister y Heatherton, 1996) dice esencialmente que hay una especie de reserva de recursos que tienen las personas y que se gastan realizando determinadas tareas, por lo tanto es un modelo de capacidad limitada del autocontrol. Cuando estas capacidades se han reducido en nivel, hablan de “ego depletion”. Estos recursos son limitados. Por lo tanto, si se gastan para realizar una conducta en concreto, es más probable que luego no haya suficientes recursos para otras situaciones. Por ejemplo, un ejecutivo con mucha responsabilidad que requiere un alto autocontrol constante en el trabajo, puede tener una reducida capacidad de autocontrol al llegar a casa y discutir con su familia. Respecto a la teoría ahora comentada, existe evidencia reciente que pone en duda algunas de sus premisas. En un estudio que pretendía analizar esta teoría, Job, Dweck y Walton (2010) demostraron que, al menos en algunos casos, la ausencia de autocontrol no se debe a la verdadera ausencia de recursos disponibles, como diría el “strength model”, sino a las
  • 17. Procrastinación – Una mirada clínica 16 creencias que alberga al respecto el sujeto. El estudio demuestra que en muchos casos, la propia creencia de que los recursos que permiten la autorregulación exitosa son limitados es lo que explica su ausencia en una situación determinada, ya que muchas personas que no creen que exista una fuente de recursos limitados tampoco sufren ningún déficit por mucho que “consuman recursos”. Este trabajo, por lo tanto, indica que existen puntos todavía poco explorados en esta teoría del autocontrol que conviene esclarecer. La distraibilidad también es un claro factor confirmadamente relacionado con la procrastinación (Steel, 2007). Diferentes estudios indican que la motivación de logro y la motivación intrínseca son otros dos factores fuertemente asociados a la procrastinación (Steel, 2007). Tal como muestran numerosos trabajos, la procrastinación es vivida como algo no intencional, contra la que la persona lucha activamente sin éxito. Por ejemplo, se ha demostrado que, de media, basándose en la intención de trabajo autoinformada, los procrastinadores trabajan tanto o más duro que los no procrastinadores (Steel, 2007), por lo tanto son dos variables totalmente independientes. Por eso, la investigación se ha centrado en analizar en qué medida los procrastinadores actúan en consecuencia con sus intenciones. 4.5. Ansiedad y procrastinación Dado que una de las hipótesis más aceptadas dentro de los modelos explicativos de la procrastinación consiste en que las personas sienten una elevada ansiedad al enfrentarse a determinadas tareas u objetivos, parece lógico que aquellas personas con un mayor nivel de ansiedad ante la vida sean más proclives a procrastinar (Burka y Yuen, 1983). Esto no es una teoría aceptada universalmente, ya que otros autores contradicen esta hipótesis, afirmando que podría ser que las personas más neuróticas no procrastinen precisamente porque no quieren enfrentarse a la situación tensa de no disponer de tiempo suficiente para terminar la tarea adecuadamente, etc. (McCow, Petzel y Rupert, 1987). Sin embargo, estudios recientes parecen apoyar con firmeza la relación entre el neuroticismo, sus facetas y derivados y la procrastinación.
  • 18. Procrastinación – Una mirada clínica 17 En otro estudio de Stainton, Lay y Flett (2000) sobre el Procrastinatory Cognitions Inventory, un cuestionario para medir las cogniciones típicas de los procrastinadores, demostraron que esta escala correlacionaba con la ansiedad-rasgo, por lo tanto apoyaba la relación con el neuroticismo. Esto fue corroborado recientemente por un estudio sobre la misma escala en que se encontró una fuerte relación con el neuroticismo alto y la responsabilidad baja (Flett, Stainton, Hewitt, Sherry y Lay, 2012). En el estudio sobre las emociones asociadas a la procrastinación que tienen lugar antes, durante y después, Kohama (2010) demostró que procrastinar se asocia a emociones negativas que ocurren durante la procrastinación y que interfieren con el rendimiento en la tarea en cuestión. También destaca que la acción de planificar previamente a la procrastinación se asocia a emociones positivas que tienen lugar después, y también contribuyen a un mayor rendimiento. Renn, Allen y Huning (2011) realizaron un análisis factorial buscando la relación entre factores de personalidad y el fracaso en la autorregulación de la conducta y encontraron que un alto nivel de neuroticismo era un alto predictor del fracaso, porque causaba un alto nivel de procrastinación, entre otras variables. Este modelo es analizado más en detalle en el apartado 1.2. La depresión es un factor que se encuentra muy asociado al neuroticismo. Tanto, que en el modelo de los 5 grandes de Costa y McCrae, es una faceta del factor de personalidad neuroticismo. Asimismo, está muy relacionado con el pesimismo, las creencias irracionales, la baja autoeficacia y la baja autoestima. Por lo tanto, al igual que con los anteriores, diversos estudios relacionan la depresión con la procrastinación. McCown y Johnson (1989) concluían en su análisis que la depresión puede ser una de las causas de la procrastinación. Steel (2007) también concluye que la depresión está muy relacionada con la procrastinación y resalta el hecho de que uno de los elementos de la depresión más relevantes es la letargia o falta de energía, como demuestran algunos estudios que ponen el énfasis sobre este factor. Fogel, Goodwin, Humensky, Kuwabara, Van Voorhees y Wells (2010) encontraron, entrevistando a adolescentes estudiantes con síntomas depresivos, que éstos afirmaban que los pensamientos negativos asociados al ánimo depresivo les llevaba a procrastinar, lo cual a su vez también fomentaba los pensamientos negativos.
  • 19. Procrastinación – Una mirada clínica 18 Tal como demostraron Judge, Erez, Thoresen y Bono (2002) en un análisis factorial, las medidas de neuroticismo, locus de control, autoeficacia y autoestima miden el mismo factor único y son conceptos íntimamente relacionados. Parece de sentido común afirmar que una persona con una baja autoestima tenderá a tener una baja autoeficacia, y viceversa. Y una persona con una baja autoeficacia tenderá a procrastinar cuando la motivación para ello es evitar enfrentarse a una tarea en la que teme no lograr éxito (Burka y Yuen, 1983). Si además tenemos en cuenta que una baja autoestima suele estar muy vinculada a un estado de ánimo depresivo y a un alto neuroticismo (dos factores muy relacionados entre sí, como he dicho antes), intuimos que todos estos elementos son esenciales en la conducta de procrastinar. En un estudio muy reciente también se encontró una fuerte asociación entre una autoevaluación negativa autoinformada y la procrastinación en estudiantes (Chow, 2011). Son numerosos los estudiosos de esta problemática que destacan la importancia de la labor preventiva, especialmente desde el sistema educativo, y la necesidad de un mayor esfuerzo desde las autoridades de realizar un adecuado reconocimiento de variables como la baja autoestima en edades tempranas, como también destacó Chow (2011) en su estudio reciente. A pesar de todo lo expuesto hasta aquí, Steel (2007) concluyó en su metaanálisis que el neuroticismo en sí mismo está relacionado con la procrastinación principalmente por el factor impulsividad. Existe una alta correlación entre el neuroticismo y la procrastinación cuando el primero es medido con pruebas que incluyen la impulsividad como elemento del neuroticismo, mientras que en pruebas que excluyen la impulsividad esta correlación es mucho menor, casi inexistente (Steel, 2007). Esto se aplica principalmente al neuroticismo, ya que las variables autoestima y autoeficacia demostraron estar asociadas a la procrastinación (Steel, 2007). Incluso, en el estudio de Briody (1980) se encontró que el 8% de los procrastinadores afirmaban personalmente que la falta de confianza en sí mismos era la causa principal de su procrastinación. En este mismo estudio, un 16% de los participantes afirmaba que el miedo a fracasar era su principal razón. Esto puede ser relacionado con los conceptos anteriores y, en general, con otras creencias irracionales del mismo tipo.
  • 20. Procrastinación – Una mirada clínica 19 El pesimismo es un factor asociado a la procrastinación, aunque no difiere demasiado del factor depresión. Sin embargo, Sigall et. al (2000) demostraron que un optimismo excesivo también correlaciona con la procrastinación. Además, en un estudio se administró un cuestionario a una muestra de sujetos antes, durante y después de procrastinar para ver el cambio en las emociones y pensamientos asociados y se encontró que el optimismo está asociado tanto a emociones positivas como negativas; las positivas tienen lugar antes de la procrastinación y las negativas después (Kohama, 2010). Un tipo de conducta que ha sido relacionada por muchos autores es el autoboicot. Consiste básicamente en poner obstáculos para evitar el propio progreso. Burka y Yuen (1983) explican que el autoboicot es, en definitiva, un miedo al fracaso escondido por una baja autoeficacia. Un ejemplo podría ser dedicarse a realizar una cantidad de tareas y recados para los demás que le impida a la persona estudiar adecuadamente para un determinado examen. Así, se evita poner a prueba realmente la capacidad del individuo, preservando el autoconcepto a la vez que se dispone de una “excusa” adecuada. Las autoras relacionan este comportamiento con un elevado perfeccionismo (Burka y Yuen, 1983). Steel (2007) concluye que existe una correlación considerable entre el autoboicot y la procrastinación. Por lo tanto, la evidencia parece apoyar la tesis antes expuesta. Sin embargo, el metaanálisis de Steel no confirma la correlación entre el perfeccionismo y la procrastinación. Al contrario, parece ser que existe una menor probabilidad de que una persona perfeccionista procrastine. 4.6. Amabilidad y procrastinación La amabilidad, entendiendo el concepto como lo definen Costa y McCrae en su modelo de los 5 grandes, es un rasgo de personalidad que podría tener algún tipo de correlación negativa con la procrastinación, ya que algunos autores han interpretado ésta como un intento de rebelión contra el orden impuesto desde fuera. Un buen ejemplo de esto es el libro de Burka y Yuen (1983), que consideran que, efectivamente, algunas personas procrastinan porque hacerlo les da una mayor percepción de control sobre sus actos. Por ejemplo, una persona a la que se le ha marcado una fecha límite para realizar una tarea, puede procrastinar hasta traspasar este límite o entregarla en el último momento disponible con tal de mostrar al otro que es capaz de entregar el trabajo cuando ella decide. Aun así,
  • 21. Procrastinación – Una mirada clínica 20 según Steel (2007), esta correlación negativa entre amabilidad y procrastinación, es bastante baja. 4.7. Extraversión, impulsividad y procrastinación Existe debate sobre si la extraversión como tal es un rasgo explicativo de la procrastinación. En un estudio muy reciente, Freeman, Cox-Fuenzalida y Stoltenberg (2011) llegan a la conclusión de que la extraversión es un potente factor explicativo de la procrastinación de tipo arousal, basándose inicialmente en la teoría de Eysenck de la personalidad, que relaciona la extraversión con el arousal. Según Steel, (2007), su metaanálisis indica que no parece haber una asociación importante entre el rasgo extraversión y la procrastinación. Sin embargo, sí puede haber componentes de la extraversión que fueran más explicativos de la procrastinación (Steel, 2007). Haycock (1993), entre otros, afirma que las actividades sociales con los amigos, que son un distractor muy habitual, facilita la procrastinación. Dado que se espera una mayor vida social en personas con una mayor extraversión, esto puede, efectivamente, hacernos pensar que algunas facetas de la extraversión facilitan la procrastinación. Como ya había mencionado en el apartado sobre el neuroticismo, la impulsividad es uno de los principales factores predictores de la procrastinación (Steel, 2007). Somers (1992) mostró que a los procrastinadores no les gusta la estructura en su día a día ni la rutina. Un análisis de Quarton (1992) descubrió que la decisión de procrastinar en sí misma es una decisión que se caracteriza por ser impulsiva y poco planeada. En un trabajo de König y Kleinmann (2004), se preguntó a procrastinadores cómo prefieren organizar su día de trabajo, éstos habitualmente preferían realizar antes las tareas más placenteras y dejar para el final las menos placenteras, mientras que en personas no procrastinadoras era al revés. Una faceta que ha sido relacionada en ocasiones con la procrastinación es la búsqueda de sensaciones, pero los metaanálisis parecen concluir que la relevancia de esta medida es más bien marginal (Steel, 2007). 4.8. Cogniciones y procrastinación
  • 22. Procrastinación – Una mirada clínica 21 Al igual que en cualquier trastorno de relevancia psicológica, el ámbito de las cogniciones es muy importante. La procrastinación es uno de esos problemas que se caracterizan por un conflicto con uno mismo, en el que uno intenta luchar contra una conducta propia que reconoce como errónea. Un problema en que la esencia es un fracaso en la propia regulación voluntaria de la conducta. Por lo tanto, la vida interior del individuo a nivel cognitivo nos interesa enormemente, tanto para entender qué tipo de pensamientos se generan antes de y durante un episodio de procrastinación, como después. Los pensamientos automáticos referidos a uno mismo son de especial importancia pues, de manera semejante a como ocurre en la depresión, se caracterizan por ser fuertemente negativos y por generar un alto autorrechazo y malestar con el propio self, con las consecuencias para el autoconcepto, para el estado de ánimo y para la propia autorregulación de la conducta que esto trae consigo. Ya ha quedado patente que uno de los principales rasgos asociados a la procrastinación es un autoconcepto negativo y que éste es un importante generador de afecto negativo que se retroalimenta y, en última instancia, repercute sobre la misma persona empeorando la situación. Por lo tanto, tanto para comprender mejor el fenómeno, como para posibilitar la intervención a nivel cognitivo, es muy importante analizar los pensamientos automáticos y las creencias de los procrastinadores. Recientemente, ha crecido el interés por este enfoque. En un estudio, Fogel et al. (2010) también se encontró que estudiantes con síntomas depresivos afirmaban, a través de entrevistas, que sus pensamientos negativos les llevaban a procrastinar, y que esto, a la vez, les llevaba a tener más pensamientos negativos. Por lo tanto, se puede ver este círculo vicioso en el que se puede caer, tan típico de muchos trastornos. Un estudio reciente de McCown, Blake y Keiser (2012) se ocupó de explorar los pensamientos concretos típicos de los procrastinadores desde la perspectiva de la terapia racional emotiva en una población de estudiantes. Estos pensamientos estaban divididos en cuatro categorías: autodesprecio (emociones negativas dirigidas a uno mismo), heterodesprecio (desprecio o desconsideración hacia los derechos o emociones de otras personas), desprecio a la vida (desprecio hacia el valor, la calidad o la utilidad de aspectos generales de la vida) y baja tolerancia a la frustración. Los procrastinadores a menudo
  • 23. Procrastinación – Una mirada clínica 22 presentaban pensamientos de la primera categoría como p.ej. “soy demasiado estúpido para beneficiarme de estudiar más, así que mejor miro el Facebook”. Pensamientos de la segunda categoría también eran habituales, como p. ej. “este instructor es tan idiota que no puedo entender este ejercicio”. Para asombro para los autores, se encontró una fuerte presencia de pensamientos de desprecio a la vida en los procrastinadores, como p. ej. “odio la vida”, “pienso que todo es una mierda”, “me siento sin esperanza cuando procrastino”,… También se destaca que los procrastinadores a menudo parecen exigir que el mundo se adapte a sus necesidades, que se les debería reforzar independientemente de su comportamiento y que las tareas deberían ser siempre fáciles. También se encontraron muchos pensamientos que denotan una baja tolerancia a la frustración, como p.ej. de que estas tareas “me desesperan”, “me dañan el cerebro”, “me arruinan la tarde” o “me estresan demasiado”. Uno de los estudios más recientes es el de Flett et al. (2012), en que se analiza los pensamientos automáticos típicos en una muestra de estudiantes procrastinadores, aplicando el PCI (Procrastinatory Cognitions Inventory), del que ya he hablado anteriormente. En este trabajo se demuestra que una puntuación alta en el PCI se asocia fuertemente a cogniciones negativas en general y a cogniciones referidas a la necesidad de ser perfecto, es decir al perfeccionismo. Características especialmente relevantes eran una alta ansiedad para escribir, estrés referido a los estudios, una baja autorrealización y sentimientos de ser un impostor. En general, una alta puntuación en el PCI, lo que implica una presencia importante de cogniciones típicas de la procrastinación, se asocia a un elevado nivel de estés y malestar psicológico. Los autores recomiendan que se ponga un énfasis especial en el ámbito cognitivo del paciente durante la intervención terapéutica. Existen algunos estudios que han puesto el foco de atención en las llamadas metacogniciones, las creencias que tienen los procrastinadores sobre su propio problema y cómo influyen éstas en él. Fernie y Spada (2008) encontraron que la mayoría de las personas durante un episodio de procrastinación tienden a enfocar su atención en las emociones que sienten. Estas emociones suelen ser negativas, como hemos visto. El objetivo del estudio era analizar las metacogniciones que tienen las personas durante la procrastinación. Algunas de estas metacogniciones giraban en torno a la incontrolabilidad, sus consecuencias, la pérdida
  • 24. Procrastinación – Una mirada clínica 23 de tiempo… Probablemente estos pensamientos en sí mismos contribuyen a un mayor afecto negativo que a su vez facilita la procrastinación. Respecto a este aspecto, Fernie, Georgiou, Moneta, Nikčević y Spada (2009) desarrollaron una escala de evaluación de las metacogniciones sobre la procrastinación (Metacognitive Beliefs About Procrastination Questionnaire) basada en un análisis factorial realizado previamente. Las conclusiones decían que las creencias sobre la procrastinación positivas correlacionaban ampliamente con el tipo decisional de procrastinador mientras que las creencias sobre las procrastinación negativas correlacionaban tanto con el tipo decisional como con el tipo conductual. También existe debate respecto al llamado miedo al fracaso, una de las creencias irracionales estrella. Para muchos autores, este factor es esencial en la procrastinación y se asocia al bajo autoconcepto, al perfeccionismo y como se decía del procrastinador evitativo, explica la procrastinación como un intento de no enfrentarse a la tarea por miedo a un posible fracaso. Los trabajos de estos autores son, principalmente, de carácter clínico. Por ejemplo, Burka y Yuen (1983) consideran que el miedo al fracaso es la causa principal de la procrastinación. Para afirmarlo, se basan en su experiencia clínica como terapeutas. Elaboran complejas hipótesis de cómo la procrastinación puede prevenir el fracaso y la consiguiente potencial puesta en duda del autoconcepto. Respecto a éste último, las autoras plantean que tras finalmente enfrentarse a la tarea en el último momento (por ejemplo un examen) el autoconcepto nunca se pone en cuestión, ya que sea el resultado el que sea, siempre se podrá justificar con que no se ha invertido suficiente esfuerzo en ella y que, de haberlo hecho, el resultado habría sido mejor. De esta manera, el procrastinador es capaz de construir un yo ideal imaginario, que sin ser en absoluto parecido al yo real, no se cuestiona porque nunca se pone a prueba realmente. Otros autores clínicos también afirman que el miedo al fracaso es la esencia de la procrastinación (Solomon y Rothblum, 1984). Sin embargo, las revisiones metaanalíticas más recientes concluyen que el miedo al fracaso se asocia, en todo caso, muy levemente a la procrastinación (Steel, 2007). Por lo tanto, parece que no hay demasiado acuerdo entre la visión más clínica y la puramente analítica de datos. Haghbin, McCaffrey y Pychyl (2012) deducen que esto podría deberse a que los estudios metaanalíticos sólo han explorado relaciones directas y que la verdadera relación
  • 25. Procrastinación – Una mirada clínica 24 entre el miedo al fracaso y la procrastinación es mucho más compleja e indirecta. En su reciente estudio llegan a la conclusión de que la relación entre el miedo al fracaso y la procrastinación está mediada por una variable, la percepción de competencia. La correlación entre miedo al fracaso y procrastinación es positiva cuando el nivel de competencia es bajo, y negativa cuando el nivel de competencia es alto. Los autores creen que en estudios analíticos generales, al no tener en cuenta esta variable, el resultado era una ausencia de correlación porque los sujetos con alta competencia y los sujetos con baja competencia se compensaban mutuamente. McCrea, Liverman, Trope y Sherman (2008) demostraron que cuanto más concreta sea la percepción de una determinada tarea o acción, menor es la probabilidad de que se dé procrastinación, ya que una tarea abstracta se percibe como más alejada en el tiempo y menos presente. Los autores hacen la interesante sugerencia de que una manera de reducir la procrastinación sería objetivar y concretar mucho las tareas para hacerlas más relevantes a nivel subjetivo para la persona. 4.9. Variables ambientales y procrastinación Como explica Steel (2007) con acierto, dado que la esencia de la procrastinación es la no realización de una tarea determinada en favor de otra tarea, aunque ésta consista en no hacer nada en absoluto, a no ser que fuera una conducta totalmente aleatoria, debemos sospechar que las características de la tarea en cuestión son un factor relevante a tener en cuenta. Hasta ahora he hablado únicamente de características personales que pueden facilitar o dificultar la procrastinación, pero hasta cierto punto deben existir variables externas o ambientales que también influyan. En la bibliografía se han contemplado principalmente dos elementos: la distribución temporal de los refuerzos y castigos y la aversión a la tarea. La forma que adopta la administración de refuerzos y castigos en el tiempo influye en la procrastinación. Es bien sabido en psicología que cuanto más lejos en el tiempo se encuentra el refuerzo o el castigo correspondiente a la acción actual, más probable es que no influya en la decisión de llevarla a cabo o no. Por ejemplo, la información de que es más probable tener toda una serie de consecuencias negativas para la salud o incluso la muerte, no importa lo
  • 26. Procrastinación – Una mirada clínica 25 suficiente para la mayoría de fumadores, porque estas consecuencias están muy lejos y son muy poco “palpables”. Cuanto más lejos percibamos estas consecuencias, más probable es que “caigamos en la tentación” y tendamos a realizar aquella conducta que nos aporta la gratificación inmediata. Si aplicamos esta idea a la procrastinación, puede ayudarnos a entenderla. Cuanto más lejos esté la fecha límite para entregar un trabajo, por ejemplo, más probable será que la persona busque el refuerzo inmediato, es decir, que se distraiga con cualquier actividad más placentera en vez de trabajar. Si el refuerzo asociado a realizar la tarea en cuestión fuera más inmediato, la probabilidad de llevarla a cabo sería mucho mayor. Por lo tanto, la distribución y el grado de contingencia entre los refuerzos, los castigos y las tareas que se posponen es una variable muy importante. Así lo sugieren los estudios y metaanálisis realizados sobre esta cuestión (Steel, 2007). El otro factor, la aversión a la tarea, es un concepto que sencillamente representa algún tipo de reacción aversiva que puede tener una persona a la hora de realizar una tarea, en otras palabras: lo poco que le gusta a alguien hacer aquella cosa en concreto. Muchos estudios han mostrado cómo una de las principales razones que mencionan los estudiantes para procrastinar con alguna tarea es simplemente que no les gusta en absoluto (Kachgal, Hansen y Nutter, 2001; Solomon y Rothblum, 1984). Concretamente, los dos principales argumentos en este sentido que daban los procrastinadores eran que encontraban las tareas desagradables o bien aburridas y poco interesantes (Anderson, 2001; Haycock, 1993). Los análisis demuestran claramente que cuanto más le desagrada una tarea a una persona, más costosa y ansiógena le parece (Steel, 2007). Finalmente, hay estudios que demuestran que la procrastinación de tipo más decisional se ve facilitada por puestos de trabajo con baja autonomía, bajo significado de las tareas y bajo feedback (Lonergan y Maher, 2000), tipo de trabajo que no se encuentra asociado a la procrastinación de tipo conductual (Galué, 1990), mientras que ésta está más relacionada con los componentes que causan aburrimiento, frustración y resentimiento (Briody, 1980; Haycock, 1993). Blunt y Pychyl (2000) también encontraron resultados parecidos, estableciendo una clara asociación entre la aversión a la tarea y la procrastinación.
  • 27. Procrastinación – Una mirada clínica 26 Además de estos aspectos, existen otras variables ambientales entendidas de una manera más amplia que se han estudiado en relación a la procrastinación. A continuación expondré algunas de estas ideas. Dado que existe una estrecha relación entre la autoestima y el autoconcepto y la procrastinación, en los últimos años han surgido estudios encaminados a estudiar las relaciones entre estilos educativos parentales y la procrastinación. Burka y Yuen (1983), en uno de los primeros libros publicados sobre esta temática, ya daban mucha importancia a la exploración del pasado familiar y a las relaciones con los padres para comprender el origen de la procrastinación. Estudios recientes como el de Pychyl, Coplan y Reid (2002) aportan nueva información al respecto. Estos autores realizaron un estudio explorando la relación entre los estilos parentales autoritativo y autoritario y la procrastinación. El estilo parental autoritativo se caracteriza por la aceptación y la implicación a la vez que por la disciplina y la supervisión. El estilo autoritario se asocia más a niños más inseguros, ansiosos y hostiles. Los resultados del estudio son relevantes. El estilo autoritativo correlacionaba negativamente con la procrastinación, pero sólo para chicas con padres autoritativos. Más importante es el siguiente dato: el estilo autoritario en padres correlacionaba positivamente de manera significativa con la procrastinación, con indiferencia del género de los hijos. Otro estudio, este realizado en China, encontró una clara relación entre estilos paternales autoritarios y procrastinación, a la vez que una asociación negativa entre ésta y un estilo sensible y comprensivo (Ma, Ling, Zhang, Xiong y Li, 2011). Por lo tanto, parece que estos resultados van en la línea de la investigación anterior. En resumen, parece ser que efectivamente un estilo parental autoritario, al contrario de lo que podría sugerir el sentido común, favorece la procrastinación, mientras que la bibliografía indica que los estilos más laxos y permisivos no están asociados a la procrastinación. También puede hablarse de otros factores en relación al patrón educativo, como por ejemplo los tipos de apego. Los tipos de apego son, como se ha demostrado en repetidas ocasiones, un fuerte determinante de algunos rasgos de personalidad. Deniz (2011) encontró que el tipo de apego que habían tenido estudiantes con sus padres predecían significativamente aspectos de la autoestima, el estilo decisional y rasgos de personalidad.
  • 28. Procrastinación – Una mirada clínica 27 Algunas variables de personalidad como el neuroticismo, la extraversión, la apertura a la experiencia y la amabilidad pueden ser fuertemente predichas con un estilo de apego seguro, mientras que el mayor predictor de una alta responsabilidad era un estilo de apego inseguro. Respecto a otras variables, en un estudio reciente, Chow (2011) encontró una estrecha relación entre estatus socioeconómico y procrastinación, presentando mayores problemas en este aspecto aquellos estudiantes provenientes de un entorno familiar de un estatus menor. El autor hipotetiza que la variable mediadora principal puede ser el nivel de preocupación, que debido a los altos costes de los estudios en la sociedad en la que se realizó el estudio (E.E. U. U.), es más alta en estudiantes con menor poder adquisitivo, especialmente la preocupación orientada a este aspecto. 4.10. Características demográficas La procrastinación parece ser una conducta que se reduce considerablemente con la edad. Las personas mayores procrastinan mucho menos de media que las jóvenes. Los análisis demográficos así lo demuestran (Steel, 2007). Respecto al género, los estudios indican que los hombres procrastinan un poco más que las mujeres pero la diferencia no parece ser estadísticamente significativa. Por lo tanto, no hay diferencias entre hombres y mujeres en cuanto al nivel de procrastinación (Steel, 2007). En un estudio epidemiológico reciente en el que participaron más de 16000 sujetos, Steel y Ferrari (2013) encontraron que el procrastinador típico es un varón joven, soltero, con menor nivel educativo que vive en países con menor nivel de autodisciplina. Un dato muy importante que se destaca del estudio es que la procrastinación hace de variable mediadora entre el género y el nivel educativo/académico, lo que, para los autores, explica que la desventaja que tienen los varones académicamente se debe a un menor nivel de habilidades de autorregulación. 4.11. Variables biológicas Ya he comentado en un apartado anterior que parece haber una base genética considerable para la procrastinación, como sugieren los estudios de familias realizados. Falta mucho para
  • 29. Procrastinación – Una mirada clínica 28 que comprendamos bien en qué consiste esta base, en qué se traduce realmente. Tradicionalmente se ha relacionado la procrastinación con los déficits de la función ejecutiva, concretamente con el déficit de atención. Esto no es ninguna sorpresa cuando la mayoría de trabajos consideran la impulsividad y la distraibilidad como dos de las principales causas de la procrastinación. Algunos estudios más recientes apuntan a otros factores como los ritmos biológicos. Respecto al déficit de atención, hay trabajos que han intentado encontrar una relación entre el diagnóstico de TDAH y la procrastinación. Estos estudios parecen indicar que esta relación, concretamente entre la procrastinación crónica y el TDAH, sólo existe para aquellas personas formalmente diagnosticadas como TDAH (Ferrari y Sander, 2006). Para las personas no diagnosticadas como TDAH, no parece haber asociación con la procrastinación (Ferrari, 2000). Por lo tanto, el déficit de atención como tal no parece estar directamente relacionado con la procrastinación. Sin embargo, en un estudio se encontró que nueve subescalas que medían déficits de función ejecutiva correlacionaban significativamente con un aumento de la procrastinación académica (Rabin, Fogel y Nutter-Upham, 2011), aunque estas escalas son de tipo autoinformado y, por lo tanto, este resultado puede ser discutible (Klingsieck, 2013). Otra variable con un importante peso biológico que se ha estudiado en relación a la procrastinación es el momento del día de rendimiento cognitivo óptimo, que para algunas personas es por la mañana y para otras por la tarde. Existen muchos estudios que han estudiado esta distinción midiendo el rendimiento cognitivo con tareas y se sabe que es de carácter principalmente biológico. En un estudio, Díaz-Morales, Ferrari y Cohen (2008), quisieron explorar si estos tipos de patrón de rendimiento se asocian de alguna manera a los diferentes tipos de procrastinación. De esta manera, también pueden ayudar a esclarecer las diferencias entre éstos, ya que, como se ha ido viendo en otros apartados, sigue sin haber ningún consenso al respecto. Parece ser que este estudio demuestra que el tipo procrastinador evitativo correlaciona con ser más funcional cognitivamente por la tarde/noche, lo que no ocurre con los procrastinadores tipo decisional. Estos resultados tienen sentido, ya que el tipo cognitivo de mañana se ha encontrado que correlaciona con una mayor responsabilidad, como rasgo de personalidad. Por lo tanto, los autores llegan a la
  • 30. Procrastinación – Una mirada clínica 29 conclusión de que la variable mañana-tarde podría ser una variable mediadora entre la procrastinación y otros aspectos disfuncionales. Otro estudio también encontró que las personas con un rendimiento óptimo por la tarde/noche tiene menor autocontrol, fracasa más en la autorregulación de la conducta y, por lo tanto, procrastina más (Digdon y Howell, 2008). En un estudio reciente, Klibert, Langhinrichsen-Rohling, Luna y Robichaux (2011) exploraron la relación entre procrastinación y predisposición al suicidio en estudiantes de instituto, encontrando que los procrastinadores, tanto en hombres como en mujeres, presentaban más pensamientos y conductas suicidas, además de más pensamientos de autodesprecio. 4.12. Orientación temporal La orientación temporal también es una variable que se ha estudiado bastante en relación a la procrastinación. En este contexto se entiende por orientación temporal el tipo de relación que tiene un individuo con los conceptos de pasado, presente y futuro. Dado que la procrastinación es en esencia un fracaso en la autorregulación conductual para la consecución de las propias metas a lo largo del tiempo, tiene sentido sospechar que el tipo de orientación temporal que tienen las personas puede influir o estar asociada. El estudio de Díaz-Morales, Ferrari y Cohen (2008), al igual que otros anteriores, indica que efectivamente existen perfiles diferentes en orientación temporal para los diferentes tipos de procrastinación. Una orientación hacia el futuro correlacionaba negativamente con la procrastinación evitativa y una orientación hacia el pasado basada en rumiar sobre hechos muy negativos o muy positivos correlacionaba con la procrastinación de tipo decisional. Los autores hipotetizan que podría deberse a que los procrastinadores suelen tener una orientación hacia el presente en la medida en que valoran más la gratificación inmediata y contemplan menos las consecuencias futuras, y una orientación hacia el pasado en la medida en que están pensando en lo que deberían estar haciendo en ese momento. En apoyo a estas posturas, Ferrari y Díaz-Morales (2007) ya habían mostrado anteriormente que el procrastinador tipo arousal correlaciona con una orientación hacia el presente que los autores llaman una orientación hedonista hacia el presente.
  • 31. Procrastinación – Una mirada clínica 30 Un enfoque algo distinto es el que adoptan Pierro, Pica, Kruglanski y Higgins (2011), basado en la teoría de la regulación de Higgins (2003). Aunque sí está relacionado con la relación que el individuo tiene con el tiempo, tiene que ver más con el tipo de afrontamiento que las personas hacen de una tarea determinada. Los autores relacionan básicamente dos conceptos con la procrastinación: assessment y locomotion, que podríamos traducir como valoración y locomoción. El primero haría referencia a tender a valorar todas las alternativas detalladamente antes de actuar ante una tarea y el segundo a tender a actuar de manera rápida, valorando menos. Los autores teorizan que la valoración correlaciona positivamente con la procrastinación y que la locomoción correlaciona negativamente con la procrastinación. En efecto, eso es lo que encuentran al realizar su estudio. Por lo tanto concluyen que la medida en que una persona presenta estos rasgos conductuales puede servir de predictor en cuanto a la procrastinación. 4.13. Consecuencias de la procrastinación Algunos estudios se han dedicado a esclarecer qué consecuencias negativas (o positivas) podría tener la procrastinación. La mayoría se han centrado en los efectos sobre el estado de ánimo y el estado emocional en general o en el rendimiento laboral/académico, dadas las importantes implicaciones que tiene la procrastinación en este ámbito. Sin embargo, estamos muy lejos de comprender completamente todas las consecuencias negativas que se derivan de este problema. Ya hay estudios que apuntan a todas las implicaciones que tiene la procrastinación en el ámbito de la salud, por su relevancia para las conductas de salud, la adherencia terapéutica de los pacientes, etc. También existen bastantes estudios sobre la procrastinación realizados por economistas, ya que es una variable muy relevante respecto a determinadas conductas, como pagar los impuestos, etc. que tienen implicaciones económicas muy importantes. Sabemos que a la larga el procrastinador sufre por su conducta y esto afecta a su estado de ánimo. Esto tiene relación con lo que he explicado sobre la gratificación inmediata. Posponer una tarea para realizarla en otro momento supone una gratificación inmediata a la que es todavía más fácil sucumbir si se tiene un estado de ánimo negativo. De hecho, se ha demostrado que existe una correlación muy considerable entre la procrastinación de un proyecto y la culpa sentida respecto a dicho proyecto (Pychyl, 1995). Los estudiantes que
  • 32. Procrastinación – Una mirada clínica 31 procrastinan tienen mayor ansiedad a lo largo del semestre académico (Rothblum, Solomon y Murakami, 1986) y sufren menos estrés que la media al principio del curso, pero más que la media al final y en total (Tice y Baumeister, 1997). Cuando Haycock (1993) preguntó en retrospectiva cómo se sentían los estudiantes después de procrastinar, más del 80% de las respuestas fueron negativas. En una encuesta online realizada por el Procrastination Research Group (2005) en la que participaron más de 9000 personas, el 94% afirmaba que la procrastinación tenía algún tipo de efecto negativo sobre su estado de ánimo y el 18% decía que este efecto era extremadamente negativo. Existen estudios que demuestran que la procrastinación, efectivamente, es perjudicial para el rendimiento en las tareas (Steel, 2007). Un aspecto interesante es el que exploran Ferrari, Barnes y Steel (2010), los sentimientos de arrepentimiento que tienen los procrastinadores respecto a los no procrastinadores. En su estudio encontraron que los procrastinadores, independientemente del tipo, presentaban más ideas de arrepentimiento referidas a las metas educativas y académicas, paternidad, interacciones con amigos y con parientes, salud y bienestar físico y en aspectos financieros que los no procrastinadores. No había diferencias en cuanto a ideas sobre la vida amorosa, la planificación de la carrera y el desarrollo personal y espiritual. La muestra utilizada para este estudio se componía de procrastinadores crónicos que, como parece esperable, parecen arrepentirse de bastantes aspectos más retrospectivamente que la población general. Esto confirma una vez más, el malestar subjetivo que puede ocasionar la procrastinación. 4.14. Teoría de la motivación temporal (Temporal Motivation Theory - TMT) El TMT (Steel y König, 2006) es un modelo integrador de la procrastinación, encuadrado en la teoría motivacional y con una fuerte influencia de la teoría económica. El concepto esencial en torno al cual gira la teoría es el tiempo. Voy a realizar una explicación simplificada del modelo. Los factores de la ecuación que representa la teoría son: motivation/utility (motivación para realizar una determinada conducta, por lo tanto, su valor debe ser bajo para que tenga lugar la procrastinación), expectancy (la expectativa de éxito que tenemos, también llamada autoeficacia), value (el valor que tiene para nosotros realizar esa tarea, lo que nos refuerza),
  • 33. Procrastinación – Una mirada clínica 32 impulsiveness (se le llama impulsividad, aquí se debe entender como nuestra sensibilidad personal a posponer una acción determinada) y delay (podríamos traducirlo como retraso, es el tiempo necesario para la realización de la tarea, por lo tanto también cuánto tiempo falta para que obtengamos refuerzo de la acción). La fórmula básica sería esta: Cuanto más deseable es una determinada conducta para un determinado individuo, más útil es, o mayor motivación tenemos para realizarla. Las personas buscamos realizar aquellas conductas con mayor utilidad o que nos producen mayor motivación por naturaleza. La motivación va en función de los cuatro otros factores. Para que este modelo sea válido y representativo para la procrastinación, los cuatro factores que intervienen en la ecuación deben correlacionar con ésta. En el numerador encontramos la expectativa y el valor. Cuanto más elevados sean estos dos, mayor será la motivación para la acción y menor la procrastinación. La expectativa es directamente proporcional a la autoeficacia. El valor depende básicamente de tres variables, a saber, la aversión a la tarea, la tendencia al aburrimiento y la motivación de logro. Cuanto menores sean la primera y la segunda y mayor la tercera, mayor será el valor. En el denominador tenemos la impulsividad y el retraso. Cuanto mayor sea el denominador, menor será la motivación y mayor la procrastinación. La impulsividad, o sensibilidad a posponer, depende de la distraibilidad, la impulsividad propiamente dicha y la falta de autocontrol. Cuanto mayores sean estos tres factores, mayor será la sensibilidad a posponer. Finalmente, el retraso se traduce directamente en el tiempo que pasará hasta que obtengamos refuerzo de la tarea en cuestión. Este modelo no incluye al neuroticismo en la ecuación, pues considera que para ello debe afectar de manera diferencial a unas tareas y no a otras, y siguiendo esta fórmula es una variable innecesaria porque se compensaría al comparar la utilidad de dos acciones determinadas (Steel, 2007). El autor, como he explicado antes, encontró en el mismo metaanálisis que el neuroticismo era un predictor de la procrastinación esencialmente por la impulsividad, lo que apoya este modelo teórico. Por ello, y por otros estudios más recientes
  • 34. Procrastinación – Una mirada clínica 33 que revisan diferentes modelos teóricos integradores (Klingsieck, 2013), parece ser que es el modelo más sólido realizado hasta la fecha. De él se derivan algunas propuestas de intervención que se exponen más adelante. 5. La procrastinación desde la psicología clínica La perspectiva de la psicología clínica tiene una relación especial con la procrastinación, pues es la que se encargará de ayudar a las personas que tienen un problema de este tipo y solicitan ayuda para solventarlo. Por lo tanto, se ocupará especialmente de las consecuencias de la procrastinación que tengan relevancia clínica, de la sintomatología asociada, etc. Obviamente, hace mucho tiempo que la humanidad lucha con la procrastinación y no cabe duda de que mucha gente hubiera necesitado y necesita ayuda para superarla, sólo que históricamente esta ayuda ha venido de otras fuentes, como los líderes espirituales y, actualmente, está muy repartida por coaches, consejeros y demás prácticas relacionadas con la psicología pero, en última instancia, ajenas a nuestra disciplina. La causa de esta situación, en mi opinión, reside en gran parte en la poca atención que ha recibido la procrastinación en el ámbito académico de la psicología, que ha llevado a un cuerpo de conocimientos desestructurado y poco práctico. A estas alturas, la relevancia de la procrastinación como problema que afecta a la vida de las personas a muchos niveles se encuentra más que probada, lo que se refleja en un enorme aumento de interés reciente. Esto es una buena noticia, pero falta seguir investigando. Sobre todo para desarrollar unos buenos programas de intervención especializados para aquellos casos que requieren una atención clínica adecuada. Es el deber de la psicología clínica que exija el lugar que le corresponde respecto a esta problemática y, para ello, debe ganárselo. 5.1. La procrastinación como trastorno mental Todo esto nos lleva a una inevitable cuestión: ¿debe la procrastinación ser considerada un trastorno mental? La pregunta es sumamente compleja y, por ende, la respuesta debe serlo. Cualquier respuesta posible tendrá numerosas implicaciones, algunas positivas y otras negativas pero, en todo caso, es nuestra obligación intentar solventar esta cuestión. Por mi parte, intentaré mantenerme neutral en esta cuestión, limitándome a exponer diferentes
  • 35. Procrastinación – Una mirada clínica 34 puntos de vista, aunque creo que en la medida en que la procrastinación afecta negativamente al bienestar emocional y psicológico, debe adquirir una mayor relevancia clínica para poder recibir el tratamiento correspondiente. Por otro lado, como ocurre con muchos otros casos parecidos, soy consciente de las implicaciones negativas que tiene “convertir” la procrastinación en un trastorno mental. Es importante aclarar que no es mi objetivo discutir aquí todas las vicisitudes del actual modelo médico-biológico predominante en la promoción y mantenimiento de la salud mental, ya que este tema es muy complejo por sí mismo y existe numeroso debate al respecto. Por un lado, definir la procrastinación como trastorno mental conllevaría una importante estigmatización por parte de quienes la padezcan. De manera semejante a como ocurre en prácticamente todos los trastornos mentales que consideramos entidades diagnósticas hoy día, el mero hecho de llamar a un fenómeno “trastorno mental” tiene varios efectos sobre el individuo. Para empezar, desplaza el locus de control del usuario desde el interior hacia el exterior. Es decir, la persona pasa de ser actor a ser paciente, sujeto, receptor. Hemos visto que en la procrastinación, es habitual justificar de las maneras más irracionales la propia conducta disfuncional. Por lo tanto, decirle a un procrastinador que tiene un trastorno mental es darle una excusa perfecta para no ponerle freno a su problema. Sin embargo, este punto tiene su lado positivo, pues serviría de reconocimiento del sufrimiento que realmente ocasiona en muchas personas este problema, ayudando en la comprensión de este fenómeno y en el desarrollo de programas terapéuticos adecuados, facilitando que aquellas personas que padezcan por ello busquen ayuda y, en última instancia, la reciban. De este modo, de alguna manera podríamos decir que también existe cierta desestigmatización del procrastinador, pues se empezaría a concienciar de que la propia conducta que, como hemos visto, causa muchos problemas de autoconcepto por rechazo a sí mismo, no es debida a causas completamente constitucionales como pueda ser “la vagancia” ni otras razones de tipo igual de culpabilizadoras. Se aclararía que la procrastinación tiene unas causas y una historia en cada sujeto y, por lo tanto, una posible vía de solución. La culpabilidad por el mismo hecho de procrastinar aumenta el afecto negativo y reduce el autoconcepto. Por lo tanto, contribuye por sí misma al aumento de la procrastinación. Bennet, Pychyl y Wohl (2010) demostraron que perdonarse a sí mismo por procrastinar es
  • 36. Procrastinación – Una mirada clínica 35 un buen comienzo para combatir la procrastinación, al reducir el afecto negativo a corto plazo, evitar la rumiación negativa y fomentar un enfoque orientado a la tarea en el futuro próximo. Esto puede ser un buen indicio de cómo enfocar la intervención terapéutica en este ámbito. La primera propuesta de objetivar conceptualmente la procrastinación, definiendo unos criterios diagnósticos para la relevancia clínica, se llevó a cabo recientemente en una conferencia por parte de Engberding, Frings, Höcker, Wolf y Rist (2011). Estos autores consideran que es necesario construir unos criterios diagnósticos que diferencien adecuadamente la procrastinación clínicamente relevante (patológica, severa, que requiere tratamiento) de la procrastinación menos relevante, situacional o temporal u otras formas. Los autores afirman que, aunque existe un solapamiento diagnóstico importante con el TDAH y con la depresión, este solapamiento no es suficientemente grande como para no considerar la procrastinación como un problema en sí mismo. Los criterios propuestos por este equipo, brevemente expuestos, han sido diseñados para el sistema DSM (Klingsieck, 2013):  Duración mayor de 6 meses  Intensidad alta, entendiendo por esto que ocupa al menos la mitad del día  Presencia de al menos 5 quejas de tipo físico o psicológico Evidentemente, esto es sólo una primera propuesta y hace falta mucha más investigación y acuerdo entre profesionales antes de que dispongamos de unos criterios diagnósticos adecuados. Dicho esto, aunque no existan unos criterios clínicos para la procrastinación, sí existen algunas escalas para evaluar la procrastinación de manera general. La mayoría están enfocadas exclusivamente al ámbito académico, por lo que no nos serían muy útiles en un contexto clínico. Aun así, he pensado que la General Procrastination Scale de Lay (1986) merece ser destacada, pues está concebida para medir la procrastinación crónica de manera general en diversos ámbitos de la vida diaria. Existen estudios que defienden una alta validez de esta escala. 5.2. Intervención terapéutica en la procrastinación
  • 37. Procrastinación – Una mirada clínica 36 A continuación, expondré la información que he recabado sobre las principales propuestas de tratamiento disponibles a día de hoy en la bibliografía científica. Me he enfocado principalmente en aquellos enfoques cognitivo conductuales, aunque provengan de marcos teóricos diversos. 5.2.1. TMT El modelo TMT de Steel y König (2006) ha sido expuesto en un apartado anterior de este trabajo, por lo que me voy a limitar a explicar las propuestas existentes de aplicaciones terapéuticas basadas en este modelo. Basadas en el trabajo metaanalítico de Steel (2007), estas propuestas parecen una opción prometedora que se ajusta bastante a lo que la investigación ha ido conociendo sobre la procrastinación. Steel las organiza en cuatro grupos, en base a las cuatro variables relevantes en la ecuación del modelo: autoeficacia, valor, sensibilidad a posponer y retraso. 5.2.1.1. Intervención basada en la autoeficacia Este apartado hace referencia a todas aquellas intervenciones que tienen como objetivo aumentar la autoeficacia de la persona. Esto puede realizarse de diferentes maneras, aunque lo esencial es enfrentar al sujeto a aquella tarea que cree no poder realizar. Obviamente, la autoeficacia no depende exclusivamente de la verdadera capacidad del individuo de realizar determinada tarea sino de la evaluación que hace de sí mismo, que es subjetiva y dependiente de otros factores. Si la persona realmente no dispone de un nivel de habilidades adecuado para realizar la tarea, la probabilidad de que procrastine será mayor. Por lo tanto, un adecuado entrenamiento adicional puede aportar una mayor autoeficacia y reducir la probabilidad de procrastinación. Si las habilidades ya están sobradamente presentes pero el sujeto tiene una baja autoeficacia, puede que sirva otro tipo de abordaje. Una opción sería realizar experimentos conductuales en los que el sujeto pueda reconocer su capacidad y aumentar su autoeficacia. Otra opción sería aumentar esa autoeficacia irracionalmente e injustificadamente baja mediante terapia cognitiva, reestructurando para aumentar el grado de objetividad con que se evalúa la realidad, especialmente los propios recursos.
  • 38. Procrastinación – Una mirada clínica 37 Evidentemente, este tipo de intervención está muy ligada a la baja autoestima, por lo que hay fuertes paralelismos con el tratamiento típico de ésta. Sería un importante punto a abordar en el tratamiento de la procrastinación, ya que como hemos visto es uno de los factores esenciales en este problema. Sabemos que la autoestima es un rasgo muy estable y difícil de modificar, y la autoeficacia hace referencia a un problema menos amplio y es más modificable mediante terapia. Por su parte, Haghbin et al. (2012) concluyeron que cualquier intervención terapéutica para la procrastinación debe, esencialmente, atacar la baja autoeficacia y las creencias sobre las propias habilidades y competencias. Esto contrarrestaría el efecto del miedo al fracaso y reduciría la aversión a las tareas de los sujetos. 5.2.1.2. Intervención basada en el valor Cuanto menor valor tiene una tarea en concreto para el sujeto, mayor es la probabilidad de que se dé procrastinación. Una manera de reducir el aburrimiento es hacer las tareas más difíciles. Esto puede sonar contradictorio con lo anteriormente expuesto sobre la autoeficacia, pero para algunas personas podría ser beneficioso. Esto es así porque las tareas fáciles se perciben como rutinarias y carentes de mérito, por lo que lo ideal serían tareas con cierto grado de reto pero realizables. Este tipo de tareas, además de más motivadoras, causarían una mayor satisfacción personal al ser realizadas y aumentarían la autoeficacia por sí mismas. Otra opción propuesta por el autor consiste en emparejar aquellos objetivos a largo plazo que uno tiene con tareas que ofrezcan una gratificación más inmediata, para aumentar la probabilidad de realizar la primera. Este es un mecanismo de autocontrol conductual muy eficaz. Un ejemplo sería el clásico grupo de estudio para los exámenes. La gratificación inmediata ofrecida por el contacto social durante las sesiones de estudio aumenta la probabilidad de participar en el propio estudio, aunque la preparación para el examen, que es a largo plazo, resulte muy poco placentera a corto plazo. La tercera posibilidad es mediante técnicas de condicionamiento. Consiste en pautar programas de reforzamiento para las tareas típicamente problemáticas para el individuo, para aumentar el grado en que la tarea en sí es percibida como reforzante.
  • 39. Procrastinación – Una mirada clínica 38 5.2.1.3. Intervención basada en la sensibilidad a posponer Aquí el autor propone dos elementos básicos: control de estímulos y automatización. El control de estímulos consiste en pautar las conductas organizando el entorno de manera que haya presentes tantas claves que induzcan la conducta deseada como sea posible y minimizar todos aquellos elementos que tienten al sujeto a efectuar otras conductas y, por lo tanto, a procrastinar. Un ejemplo propuesto por el autor es el acceso a la bandeja de entrada del correo electrónico mientras se trabaja utilizando el ordenador. La constante comprobación del correo es una de las acciones más habituales que dan los procrastinadores para no avanzar en la tarea original. La inmediatez del acceso a los e-mails no ayuda. Por lo tanto una opción sería simplemente dificultar el acceso al correo eliminando el acceso directo, cortando la conexión a internet, etc. Este procedimiento ha demostrado ser eficaz para muchas situaciones diferentes y es uno de los elementos clásicos de autocontrol. Se ha demostrado que cuantas más decisiones es necesario tomar a lo largo de una tarea determinada, más probable es procrastinar (Silver, 1974). En este punto se basa la idea de aumentar la automaticidad de las tareas. Implementar una organización estricta que aumente la realización rutinaria de las tareas podría aumentar la tendencia a automatizarlas y por lo tanto reduciría la procrastinación. Otra opción sería el uso de dispositivos y recursos de organización como agendas, alarmas, etc., que minimicen el tiempo invertido en pensar qué camino tomar o por qué opción decantarse y facilitar la disposición de un camino claro a seguir con pocas decisiones que tomar. 5.2.1.4. Intervención basada en el retraso Este punto se ocupa básicamente de aspectos como el lapso de tiempo que transcurre desde que se tiene intención de realizar una acción hasta que se lleva a cabo realmente. La investigación demuestra claramente que cuanto mayor es este lapso, mayor es la probabilidad de procrastinar. Por lo tanto, programar objetivos próximos en el tiempo aumenta la motivación y reduce la procrastinación. De esto se pueden derivar diferentes estrategias para aplicar en el día a día que han demostrado ser útiles. Por ejemplo, definir claramente los objetivos próximos. Dicho de otra manera, fragmentar tareas largas y con objetivos distantes en el tiempo en tareas menores y próximas en el tiempo. Numerosos
  • 40. Procrastinación – Una mirada clínica 39 autores han destacado la utilidad de anotar diariamente los objetivos a corto plazo, porque aumentan la motivación para realizarlas. Si el sujeto concibe la tarea completa cada vez que se propone llevarla a cabo, la verá como mayor, más compleja (menor autoeficacia) y muy distante (poco gratificante). Por todo ello, este es un punto esencial, que también puede encontrarse en numerosos manuales de autoayuda recientes para problemas de autocontrol en general (p. ej. McGonigal, 2012). Perrin, Miller, Haberlin, Ivy, Meindl y Neef (2011) llegaron a conclusiones parecidas con estudiantes de un curso online. En la línea comentada, Herweg y Müller (2011) concluyeron tras su análisis que la mera inclusión de fechas límite para realizar las tareas reduce la procrastinación. Esto concuerda con lo anterior, pues en esencia consiste en la misma idea que la técnica de fragmentar las tareas en pequeñas partes. Otra estrategia interesante es la de las intenciones de implementación (Gollwitzer, 1999), que Owens, Bowman y Dill (2008) aplican a procrastinadores en un estudio. Este concepto consiste en añadir una clara especificación de dónde y cuándo se va a realizar una determinada acción. Por ejemplo, “acabaré mi tesina”, al añadirle la intención de implementación, se convierte en “acabaré mi tesina el sábado a las 9:00 horas”. Los autores encontraron que aquellos procrastinadores que planificaban de esta manera más concreta y específica sus tareas pendientes, procrastinaban significativamente menos que los que hacían formulaciones vagas. Los autores consideraron la oportunidad de implementar este modo de proceder a éstos y consiguieron reducir su nivel de procrastinación significativamente. Por lo tanto, se trata de una técnica de planificación útil a tener en cuenta. 5.2.2. Otros abordajes terapéuticos cognitivo conductuales Wichman y Hermann (2010) proponen varios mecanismos para intervenir concretamente sobre la autoestima y el autoconcepto. Se plantean específicamente cómo romper ese círculo disfuncional de perfeccionismo, miedo al fracaso y baja autoestima que desemboca en un autoconcepto tan fuertemente ligado a la percepción de habilidad personal tan característico de los procrastinadores. Una de las primeras propuestas de estos autores consiste en modificar aquellas creencias y teorías que tiene el procrastinador respecto a las
  • 41. Procrastinación – Una mirada clínica 40 mismas habilidades de las que tanto depende su autoconcepto. Las personas tienen teorías distintas respecto a la capacidad de rendimiento, la inteligencia, etc. Hay personas que creen que las habilidades son estáticas, que no cambian con el tiempo ni en función del contexto. Otras personas creen lo contrario. Se ha demostrado que las primeras tienen una mayor probabilidad de sufrir mayores consecuencias negativas en relación a su autoconcepto ligado a la propia habilidad, pues hacen gala de un pensamiento más dicotómico y absolutista. Los autores proponen modificar estas ideas irracionales sobre la habilidad, sus características y su importancia, mediante reestructuración cognitiva y experimentos conductuales, para atacar algunos de los factores mantenedores de los hábitos autocríticos que causan la baja autoestima que tienen. Los experimentos conductuales consistirían en demostrar al sujeto que sus habilidades son modificables y que puede mejorarlas. Otro marco para el abordaje terapéutico propuesto por estos autores es el mindfulness. Se teoriza que el mindfulness, entendido como una focalización absoluta de la atención hacia el momento y situación presentes con aceptación ausente de juicio, puede ayudar a aumentar la autoconciencia sobre los pensamientos típicos de autorreproche, duda de sí mismo y, especialmente, aquellos que unen el rendimiento con la valía personal. Mediante el mindfulness, la evaluación de los propios pensamientos probablemente será más racional y objetiva y un mejor reconocimiento de la irracionalidad de las propias ideas será posible. Además, puesto que los pensamientos automáticos que se dan en una determinada situación disparan determinadas conductas acordes que no son adaptativas, el mindfulness permite una mayor capacidad de reacción conductual adecuada. Esto dota al sujeto de una mayor capacidad de resistencia ante las claves contextuales y cognitivas que le llevan a procrastinar o a otras conductas de evitación. Otros estudios demuestran una relación entre el mindfulness y la capacidad de autorregulación y autocontrol, como por ejemplo el de Howell y Buro (2010). Otro estudio muy reciente volvió a demostrar que el mindfulness es una herramienta muy útil y que una baja capacidad de mindfulness está relacionada con la procrastinación, además de con la percepción de estrés y la percepción de salud personales (Sirois y Tosti, 2012). En otro estudio de caso clínico reciente, Dryden (2012) realizó una demostración de una sesión de reestructuración de creencias irracionales de una usuaria desde el enfoque de la