1. El delirio de Santa
Ximena Guerra
En esta época es cuando más lo recuerdo. Él era hermoso y adorable; tenía el
corazón más grande que había conocido. Recuerdo su singular risa “ JO JO JO”, su
larga barba blanca y el olor delicioso del chocolate caliente, que inundaba mi hogar en
estas fechas. Si, aún recuerdo… y como olvidar, si ahora lo veo en propagandas e
inclusive en baratas imitaciones. Era un buen hombre y su bondad lo llevó a la locura.
Recuerdo su amor por los trajes rojos de esta época y cuando me decía: “querida
alista mis trajes de navidad’’… él creía que animaban las fiestas.
Tengo grabado el recuerdo cuando lo conocí hace 50 años, tan sonriente; trabajaba en
un taller de juguetes, y en navidad le gustaba trabajar horas de más para hacer unos
cuantos juguetes para los niños de su barrio; yo me quedaba con él y lo ayudaba a
pintarlos. Él tenía 23, yo 19. Hoy esa remembranza trae consigo la presencia de
soledad y tristeza, de saber que ya no está.
Cuando se jubiló del taller, sufrió una gran crisis, una gran depresión. Le pedía que
siga construyendo cosas y que yo las pintaría. Él solo decía la misma excusa que
habían usado con el: “ya estás viejo, son nuevas máquinas, un nuevo tiempo, nadie
quiere juguetes sino juegos de video y tecnología, lo lamento”. Hasta que una mañana
de Diciembre se levantó como que si hubiera tenido un sueño donde renació. Se
encerró en su taller, horas y horas, y yo solo lo espere despierta en la habitación; ese
fue el primer día que vi el amanecer sin él. Pensando que se había quedado dormido
lo fui a buscar a su taller, y al abrir la puerta lo vi, el piso y las repisas llenas de
juguetes, y era su rostro la evidencia más grande de que se escapó de la manta de
Morfeo. Al acercarme vi sus manos, rojas y lastimadas; vi sus ojos hinchados, y su
risa, su risa que tanto amaba, tenía cierta pizca de locura que me hizo estremecer.
Tome su brazo y le dije:
- “cariño deberíamos ir a descansar”.
Él me miró con desconcierto, con sus ojos abiertos y hasta podría decir que
frenéticos, tomo mi brazo y me dijo:
- “tengo solo este día para terminar los juguetes para todos los niños del mundo,
y luego de eso entregarlos”.
En alguna situación diferente me hubiera inundado de ternura, pero fue su voz, o tal
vez su mirada que hizo correr un escalofrío en mi espalda. Volví a insistir en que
regrese a la cama, pues ya no era un jovencito para amanecerse así, y fue ahí cuando
supe que ese sueño había despertado algo en él. Me gritó con furia y me miraba con
odio y como si fuera un ser que no entendiera, me botó de su taller arrastrándome del
brazo; mis pies descalzos sufrieron una pequeña cortada por vidrios regados. A veces
veo la pequeña marca, y volvería a pasar por ese piso, si fuera por sentir su mano en
mi brazo otra vez. Me encerré en mi habitación, furiosa y desconcertada; y olvide por
completo que era nochebuena. El corte en el pie no había sido tan leve, así que
intente curarlo. Alrededor de las doce, cuando me sentía mejor y mi resentimiento se
había ido, me propuse bajar, a ver como se encontraba, y preparar algo de comer.
Justo en ese instante, al entrar, se puso su traje rojo; ignorando mis preguntas, mi
2. presencia, y se fue, no pude seguirlo. Llamé a la policía, le expliqué la situación,
pasaron horas y horas, y no lo encontraban. Al parecer no era la única razón por la
que lo buscaban, pues algunos vecinos también habían llamado; porque un loco había
entrado a su casa a la fuerza, comiendo todo al paso, y destruyendo algunos adornos,
pero que había dejado un regalo que hasta miedo les daba abrirlo. A eso de las 5,
apunto de amanecer, lo encontramos. Estaba subiendo a la chimenea de una casa; y
así fue como mientras todos despertaban en su mañana de navidad, yo entraba en un
carro de policía, con al amor de mi vida en brazos y con una camisa de fuerza para
controlarlo; pues el solo gritaba y lloraba que debía seguir entregando los regalos.
Así pasamos días y días en un centro psiquiátrico, donde vi a mi esposo desquiciarse
más y más, diciendo ser alguien que no era; solicitando sus renos, elfos y trineo. La
última vez que lo vi fue una mañana de Enero, parecía tanto él, que pensé que lo
recuperaba. En la noche recibí una llamada telefónica que mi Santa Klaus, como él
decía que se llamaba, había dicho que seguiría su trabajo como espíritu.