1. En aquel entonces
El partido de la Farsa Ridícula del Norte
Raúl Gómez Samperio
Fue un partido de los que es mejor olvidar, aunque hoy llega a estas
páginas bien atado y con su correspondiente bozal, para que no se
desboque, como fiera que fue, por ningún campo de fútbol.
El fútbol hervía en España. La selección española había conseguido la
medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Amberes con un jugador
racinguista, Pagaza, y el Racing disputaba la gran Liga del Norte, la que
había dado más campeones de Copa al fútbol español y que los cántabros
estuvieron a punto de ganar en la temporada 1918-19, cuando su equipo
comenzó a ser conocido como ‘el gallito norteño’.
Pero la temporada 1920-21 fue bien diferente. Comenzó con buen pie para
los santanderinos porque, tras la histórica victoria frente al Arenas Club en
El Sardinero (fue la primera vez que el Racing ganó a los areneros en
partido de campeonato), se consiguió un notable empate contra el Deusto,
así que el encuentro en los Campos de Sport contra el Athletic Club de
Bilbao se presentía como el decisivo para conocer la verdadera fortaleza de
ambos equipos, despejando los pronósticos del futuro campeón.
Fue la tarde del domingo, 7 de noviembre de 1920. El Racing alineó a
Álvarez; Santiuste, Naveda; Tijero, Agüero, Lavín; Pagaza, ‘Finina’,
Óscar, Gacituaga y Díez. Tras los primeros minutos de tanteo, el Athletic
marcaría su primer gol de penalti, sin que las protestas del público se
manifestaran, ya que la mano de Naveda dentro del área fue demasiado
clara. La reacción del Racing no se hizo esperar, pero sus acciones
atacantes se veían interrumpidas por una sucesión de decisiones arbitrales
que comenzaron a poner nerviosos a los aproximadamente cinco mil
espectadores que acudieron a ver el partido. Las suspicacias y sospechas de
la parcialidad del árbitro tenían como base que el colegiado, Juan Arzuaga,
era presidente del Colegio de Vizcaya y además había jugado en el Athletic
Club. Y las suspicacias y sospechas pasaron a un nivel más preocupante
cuando, en un córner lanzado por los bilbaínos, su afamado delantero,
‘Pichichi’, remató con la mano un balón. El árbitro hizo ademán de señalar
la infracción, pero cuando vio que la pelota entró en la portería racinguista,
concedió el gol a pesar de que un juez de línea había señalado la falta.
2. El público descargó su protesta con pitidos y voces malsonantes, mientras
que algún desalmado llegó a lanzar una piedra al campo. El árbitro tomó
nota y mandó continuar el juego. El furor de los seguidores racinguistas se
fue aliviando a medida que su equipo demostraba su dominio y creaba
ocasiones. En una de esas jugadas, el extremo ‘Finina’ (Fidel Ortiz) lanzó
un pase que provocó un “colosal” remate de Julio Gacituaga, que acortaría
las distancias. Incluso antes de llegar al descanso, Óscar tuvo una
oportunidad clarísima para empatar.
En la segunda parte, el Racing continuó atacando. El árbitro interrumpía de
vez en cuando el juego local, pero eso parecía estimular aún más a los
montañeses, porque continuaban acercándose al área rival con verdadero
peligro, hasta que un centro de Díez fue interceptado en el área con la mano
clara de un zaguero vasco. Era un penalti clarísimo y, además, el juez de
línea había levantado la bandera. Pero sorprendentemente, el árbitro no lo
pitó y provocó una bronca mayúscula de los espectadores, alguno de los
cuales arrojó piedras al campo. Aquello intimidó al árbitro y suspendió el
partido cuando faltaban unos veinte minutos para el final y el resultado era
de 1-2 a favor del Athletic Club.
La suspensión irritó más al público que se aglutinó a la entrada de los
vestuarios para impedir que los jugadores se retiraran del campo. Aquello
fue un desastre. La poca fuerza pública asistente no pudo parar a un
exaltado que llegó a propinar un puñetazo al colegiado, y con la ayuda de
algunos directivos y jugadores racinguistas se evitó lo que parecía ser un
verdadero linchamiento.
Cierto es que la provocación arbitral de aquel día fue escandalosa. Como
hemos señalado, el árbitro, Juan Arzuaga, era presidente del Colegio de
Vizcaya y había jugado en el Athletic, y uno de sus linieres era el jugador
activo del Athletic, Aguirrezabala. Eran otros tiempos y no abundaban los
árbitros colegiados. El único que había en Cantabria, Fermín Sánchez, fue
el otro linier del partido al que Arzuaga no hacía caso. Pero ni con la
parcialidad de los árbitros se pudo justificar aquel comportamiento del
público que arruinó al Racing aquella temporada, porque la Federación
Regional Norte quiso dar un escarmiento y acordó descalificar los Campos
de Sport e imponer al Racing una multa de mil pesetas (cantidad muy
respetable para la época), obligándole a jugar los partidos pendientes del
campeonato en los campos de sus rivales vizcaínos.
El club cántabro no se presentó al siguiente partido que le hubiera
enfrentado contra la Sociedad Deportiva Erandio (sancionaron al Racing
3. con dos mil pesetas más de multa), dando los puntos al conjunto vizcaíno.
El Racing decidió no jugar ningún partido de la segunda vuelta, aunque sí
disputó el partido programado contra el Arenas Club en el recién estrenado
campo de Romo, que no sería considerado a efectos de la clasificación.
Las reclamaciones del Racing, que llegaron a la Federación Española de
Fútbol, no fueron consideradas. Naturalmente, en aquella temporada quedó
clasificado en el último lugar, lo que le obligó a disputar dos partidos de
promoción contra el campeón de la Serie B, el Baracaldo F. B. C., y en
donde los racinguistas se impusieron en ambos encuentros, manteniendo la
categoría.
Y si tuvo algo de positivo aquel desastre de partido, fue la unidad de los
racinguistas y de los deportistas de Cantabria, culminada un mes después,
el 8 de diciembre de 1920, con una fiesta organizada en el Hotel Inglaterra
por El Pueblo Cántabro y presentada como desagravio al Racing por las
injusticias a las que fue sometido, y también como desagravio a Fermín
Sánchez, el linier que había levantado la bandera para señalar la mano de
‘Pichichi’ en su gol y la mano del penalti que Arzuaga no quiso ver en el
área bilbaína, y que también sería sancionado. En aquella fiesta se dieron
cita las principales autoridades de la entonces provincia de Santander y la
mayor parte de los clubes deportivos de la ciudad.
Fue un partido de los que es mejor olvidar, aunque hoy llega a estas
páginas bien atado y con su correspondiente bozal, para que no se
desboque, como fiera que fue, por ningún campo de fútbol. A partir de
entonces quedó flotando entre los aficionados un amargo descontento y
descrédito hacia la Federación Regional Norte que se conocería en
Santander como la “Farsa Ridícula del Norte”. Dos años después surgiría la
Federación Cántabra de Fútbol.