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Para mis hermanas, Maddy y Abigail
3
Índice:
Sinopsis.............Pág. 4
Prólogo.............Pág. 5
Capítulo 1.......Pág. 15
Capítulo 2.......Pág. 23
Capítulo 3.......Pág. 33
Capítulo 4.......Pág. 48
Capítulo 5.......Pág. 56
Capítulo 6.......Pág. 62
Capítulo 7........Pág. 67
Capítulo 8………Pág. 76
Capítulo 9………Pág. 85
Capítulo 10……Pág. 88
Capítulo 11……Pág. 95
Capítulo 12………Pág. 103
Capítulo 13………Pág. 114
Capítulo 14………Pág. 123
Capítulo 15………Pág. 129
Capítulo 16………Pág. 135
Capítulo 17………Pág. 140
Capítulo 18………Pág. 144
Capítulo 19………Pág. 148
Capítulo 20........Pág. 153
Capítulo 21........Pág. 164
Capítulo 22........Pág. 177
Capítulo 23........Pág. 180
Capítulo 24........Pág. 186
Epílogo.................Pág. 195
4
Sinopsis
uando una camioneta Farmacéutica de Pincent es emboscada por el grupo
rebelde conocido como el Subterráneo, su contenido llega como una gran
sorpresa - no son las drogas, sino cadáveres en un estado horrible.
Parece que la droga principal de la empresa farmacéutica, la Longevidad - que se
supone, erradica la enfermedad y asegura la vida eterna - no está cumpliendo con sus
promesas. Ahora, un virus se extiende por el país, matando a cientos de personas en
su paso, y la Longevidad es impotente para luchar contra él.
Pero cuando el jefe inescrupuloso de Pincent reclama que el Subterráneo es el
responsable de liberar el virus, depende de Peter, Anna y sus amigos para alertar al
mundo sobre la terrible verdad detrás de la Longevidad antes de que sea demasiado
tarde.
C
5
Prólogo
LONDRES, 16 de marzo 2025
lbert Fern miró sus manos, que temblaban. Podía sentir pequeñas gotas de
sudor juntarse en las grietas de su frente, líneas grabadas través de los años
de concentración que le proporcionó una cara que parecía más vieja que sus
años setenta. Setenta años, se encontró pensando. Se habían ido tan rápido, muchos de
ellos dedicados a este gran laboratorio, el lugar que más amaba, en busca de
respuestas, de avances, de...
Se secó la frente con la manga de su bata de laboratorio. No había duda de ello - había
hecho la prueba veinte veces y aún el mismo resultado lo estaba forzando sobre él.
Tenía la cura, la cura para el cáncer, la cura que salvaría la vida de su hija, y sin embargo,
llegó con algo más. Algo increíble. Algo aterrador.
Con cuidado, el profesor dejó la jeringa que había estado sosteniendo en sus manos, se
quitó los guantes y las gafas de protección. Dio unos pasos hacia atrás, como tratando
de escapar de su creación y, al mismo tiempo se sentía incapaz de buscar otro sitio. El
Santo Grial. Eso era. Se limpió las manos con su bata, inmediatamente apareció más
sudor en ellas.
La puerta se abrió de golpe detrás de él, y se asustó, saltando bastante más violento que
quizás era de esperar. Con nerviosismo, se volvió, frunciendo su frente.
Su asistente lo miró, enarcando las cejas de una manera que puso a Albert incómodo. –
Entonces, ¿lo hiciste? ¿Funcionó de nuevo?
Albert no dijo nada, pero sus ojos hablaron por él. Las esquinas de la boca de su
asistente se deslizaron hacia arriba. –Lo hiciste, ¿no? Tú lo has hecho. Jesús, Albert, ¿Te
das cuenta de lo que nosotros tenemos aquí?
Albert notó el "nosotros" y lo dejó pasar. –Tal vez. Pero tal vez... –Su voz se apagó. No
estaba preparado para articular la verdad, aún no estaba listo para enfrentar la
realización que a sólo unos pocos metros de distancia estaba la respuesta a la pregunta
que la humanidad había estado preguntando desde que se desarrolló el poder de la
A
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palabra. Estaba en shock, en admiración - el descubrimiento le puso caliente pero al
mismo tiempo le heló la sangre.
– ¿Albert? –Su asistente caminó lentamente hacia él. El hombre que había estado a su
lado durante los últimos años, el hombre que Albert todavía no confiaba–. Albert, –
estaba diciendo con incertidumbre –, ¿qué tiene de malo? ¿Algo va mal?
Albert negó con la cabeza, y luego asintió con la cabeza, luego sacudió la cabeza de
nuevo. –Nada salió mal, –susurró.
El rostro del joven se iluminó. –Albert, ya sabes lo que esto significa, ¿no? Tenemos el
mundo en nuestras manos. Hemos logrado lo que nadie más hizo.
Una vez más, el "nosotros". Albert asintió con inquietud. –Richard, –dijo
cuidadosamente –, la invención no siempre es buena. A veces, nuestros inventos son
demasiado poderosos para que los controlemos. La división del átomo, por ejemplo.
Ernest Rutherford no podía saber lo que iba a seguir, y sin embargo, todos lo asociamos
con la bomba atómica.
–La bomba atómica mató a la gente, –dijo Richard, poniendo los ojos en blanco de
manera despectiva que sólo los hombres jóvenes podrían, Albert pensó para sí mismo–.
Esto es sobre salvar vidas. Prolongar la vida.
– ¿Pero indefinidamente? –Albert preguntó en voz baja–. ¿Sabes lo que eso significaría?
¿Has entendido las consecuencias? Cambiaría el mundo completamente. Cambiaría la
humanidad por completo. Nos convertiríamos en semidioses.
–Ya hemos pasado por esto mil veces, –gruñó Richard impaciente, escaneando el
escritorio de Albert luego mirando hacia arriba cuando sintió los ojos de Albert sobre él–
. Es sólo una excusa evasiva porque eres débil, Albert. Deja de preocuparte. Deja de
sentirte como si fueras responsable de cada posible repercusión de lo que has creado.
No lo eres.
–Pero lo soy, –dijo Albert.
–No, no lo eres. Y de todos modos, ¿por qué los seres humanos no deben convertirse en
dioses? ¿No es el inevitable siguiente paso? Todo debido a ti, Albert. Todo debido a ti. –
Tomo un tubo de ensayo y lo sacudió–. Lo que tenemos aquí es la cosa más hermosa
7
que he visto, –dijo, su voz era casi un susurro–. Es increíble. Es maravilloso. Y tú lo
hiciste. Piensa en la gloria.
Albert frunció el ceño y negó con la cabeza. –Yo no quiero la gloria, –dijo en voz baja–.
Yo ni siquiera sé si quiero esto... ser responsable... haber creado un monstruo tal
potencial...
–No es un monstruo, –dijo Richard con rapidez–. Tu solo has estado trabajando muy
duro, Albert. Debes tomar un descanso.
– ¿Un descanso? –Albert lo miró con incredulidad–. ¿Crees que puedo tomar un
descanso ahora?
–Sí, –dijo Richard, acercándose a él, de repente más tranquilo, y poniéndole las manos
sobre los hombros de Albert–. Has salvado la vida de Elizabeth. Lo has hecho. Ahora
dame la fórmula y puedes descansar un poco.
Había salvado la vida de ella. Albert sintió golpear su corazón en el pecho. Fue así como
todo este trabajo había comenzado. La búsqueda de la cura para el cáncer, para el
cáncer de Elizabeth, que había hecho estragos en su cuerpo, volviéndola contra él. Su
hermosa hija, prácticamente una desconocida para él. Esto había sido algo que había
estado capaz de hacer por ella. No lo suficiente - nunca es suficiente - pero algo.
Albert miró a Richard, pasando por su mentón anguloso, sus ojos ambiciosos, su rígida
postura. El marido de su hija. Su yerno. Tenía que recordarle a sí mismo de este hecho
de manera regular - a Albert, siempre estaba sólo "su ayudante", el joven que se había
negado a aceptar un no por respuesta, que había aparecido un día, una cara fresca de la
universidad, diciéndole a Albert sin ningún tipo de ironía que él sabía que Albert tomaría
la decisión correcta y lo contrataría. Luego, como si estuviera decidido a forzarse en
cada grieta de la vida de Albert, Richard había transformado sus atenciones en la hija de
su jefe. Sin dejarse intimidar por los problemas de salud de Elizabeth, la había cortejado,
la arrastró a sus pies y se casó con ella. Incluso había tenido un hijo, mientras estaba en
remisión, antes de que el cáncer se apoderara de nuevo, con más fuerza esta vez.
Albert estudió a Richard durante unos segundos. A menudo se preguntaba qué había
inducido a Elizabeth a enamorarse de este hombre, con su voz fuerte y su completa
creencia en sí mismo, tan diferente de él. Entonces otra vez, pensó, tal vez esa fue la
razón.
8
–Por lo tanto, la fórmula, –dijo Richard–. Vamos a patentarla de inmediato.
– ¿Patentarla? –Albert preguntó vagamente, todavía pensando en su hija, en su nieta.
Elizabeth le había prohibido visitarla hace un mes, cuando Albert tenía las primera
dudas sobre la bestia que temía que estaba creando. Richard había transmitido el
mensaje de sobriedad y de disculpa. Se estaba poniendo peor, él le había dicho, ella
necesita la cura y la necesitaba pronto, y ella no permitiría a un hombre que tenía el
poder en sus manos para curar su enfermedad ver a su nieta. Después de todo, si ella
moría en sus manos, entonces perdería a Maggie. ¿Por qué tenía lo que ella no podía?
Había sido el chantaje, Albert reconoció eso, pero aún así accedió, entregándose a su
trabajo, seguido de cerca por Richard. Y ahora... ahora...
–No he visto a Elizabeth durante tanto tiempo, –dijo tentativamente–. Si pudiera hablar
con ella...
–Sí, por supuesto, –dijo Richard con seriedad–. Pero Elizabeth va a querer saber que las
drogas están en producción, ¿no es así? Que la formulación está siendo creada y
probada. Dame la fórmula. Voy a decirle la maravillosa noticia y sé que ella va a querer
verte de inmediato. Basta pensar que, una vez que Elizabeth comience a tomar los
medicamentos tendrás toda la eternidad para hacer las paces con ella. Piensa en todo el
tiempo que ustedes dos pueden estar juntos.
Albert sintió una triste sonrisita arrastrarse en su rostro. Su asistente habló de la
eternidad a la ligera, como si fuera algo bueno, una aventura, no el horror que
realmente era. Pero ese era el optimismo de la juventud. Tal confianza en sí mismo. Tal
convicción.
– ¿No crees que tal vez estamos cometiendo un gran error? –Preguntó en voz baja–. El
panorama de la vida eterna ha corrompido a los hombres a lo largo de los siglos.
–El panorama, pero no la realidad, –dijo su asistente, con un rastro de impaciencia en su
voz–. Albert, sería moralmente incorrecto retractarse. La gente tiene derecho a saber.
La ciencia no puede ser egoísta - tu me enseñaste eso.
Albert tragó con incomodidad. Quería tiempo para pensar, tiempo para reflexionar,
apreciar sus opciones, para revisar la evidencia, para considerar las implicaciones. Y sin
embargo, no había tiempo. No para su hija, por lo menos.
9
– ¿Por qué al menos no me muestras cómo funciona? –dijo su ayudante, luego–, ¿Por
favor, Albert?
Albert pensó por un momento. Hasta ahora se había frenado a compartir con Richard
nada más que lo que era absolutamente necesario, por temor a que su excesivo
entusiasmo, su evidente deseo de gloria, podría tentarlo a interferir. Luego asintió. La
verdad era que quería que alguien más vea la belleza de lo que había creado, incluso si
él no estaba dispuesto a compartir los métodos todavía. Le dio las gafas a Richard, lo
llevó al microscopio.
Con cuidado, Richard se inclinó hacia abajo. – ¿Qué estoy mirando?
–La célula a la derecha.
– ¿Qué pasa con ella? Es vieja. Esta devastada.
–Ya lo sé, –dijo Albert–. Lo puedes decir por el color, por su falta de vitalidad. Ahora
mira. –Tomó una jeringa y colocó cuidadosamente una gota del líquido sobre la célula.
De inmediato, la célula comenzó a renovarse, los bordes irregulares se hicieron suaves
de nuevo, su interior se puso luminoso una vez más. Albert miró el rostro de su
asistente tomar una expresión de asombro, vio sus ojos abrirse, su pelo erizarse.
–Es increíble, –susurró Richard–. Albert, esto es la cosa más extraordinaria que he visto
nunca. –Se puso de pie, dirigiéndose a Albert con una admiración absoluta estampada
en su rostro–. Has convertido a las células viejas jóvenes otra vez. Nadie más se ha
acercado a esto. Albert, ¡eres un genio!
–No un genio. –Albert se sintió enrojecer un poco por placer. Fue más bien un logro,
admitió. Todo un golpe de Estado. La comunidad científica estaría sobre él. Tendría
artículos publicados, daría charlas alrededor de todo el mundo. Cerró los ojos,
dejándose imaginar su futuro - lo que quedaba de él. Entonces se rió un poco. Su futuro
era tan largo como él quería que fuera. Ese era el punto.
–Sí, –Richard estaba diciendo en voz baja–, un genio. Piensa en el poder. Quien tiene la
clave de esta droga tiene la clave para todo el mundo.
La sonrisa que había hecho su camino sobre el rostro de Albert desapareció de repente,
su rostro se ensombreció. –No quiero el poder, Richard. La renovación no es cuestión de
poder o política o –
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– ¿Renovación? –las cejas Richard se alzaron–. ¿Así es cómo llamas al medicamento?
Me encanta. Renovación. Hace lo que dice en el envase.
–La Renovación es el proceso, –dijo Albert, frunciendo el ceño ligeramente–. El
medicamento no existe, Richard. No tiene nombre. –Respiró profundamente, la batalla
que se había apoderado en su cabeza semanas atrás cuando se dio cuenta que estaba al
borde de este descubrimiento no disminuyo. La ciencia contra la humanidad. El
científico dentro de él estaba a un punto febril de excitación; el hombre estaba
aterrorizado por lo que había creado.
–No todavía, –dijo Richard–. Pero lo hará, y pronto. En realidad, tal vez tengas razón -
quizás Renovación no es del todo correcto. Tal vez algo que sugiere extensión en lugar
de reemplazo. Voy a poner al área de comercialización en esto de inmediato.
–Espera. –Albert golpeó sus manos con firmeza–. Richard, tú tienes que parar. No estoy
listo. Yo... –su voz se quebró. No sabía cómo terminar la frase.
–Nunca estarás listo, Albert. Pero piensa en tu hija. Piensa en todas las personas
muriendo innecesariamente, dolorosamente, dejando atrás a los demás, vulnerables...
Dame la fórmula, Albert. Dámela a mí y entonces no tienes que preocuparte nunca más.
– ¿Crees que va a ser tan fácil? –Albert preguntó, levantando una ceja.
–Sí, porque va a estar fuera de tus manos, –dijo Richard, acercándose–. Deja que el
gobierno se preocupe por los aciertos y errores, Albert. Tú has hecho tu parte ahora.
Date una palmadita en la espalda y relájate un poco.
Albert lo miró por un momento. Él tenía un punto. Las decisiones acerca de tales cosas
eran dominio del gobierno. Él era un científico, no un ético. Lentamente, entregó la
jeringa.
– ¿Es eso? ¿Sólo esto? –los ojos de Richard brillaban.
Albert asintió. –En su forma más pura, sí. Se puede hacer en forma de comprimidos
también, si eso es lo que la gente quiere. Si eso es lo que el gobierno...
Pero Richard no lo escuchaba; estaba mirando a la jeringa en éxtasis, con la boca
abierta, los ojos brillantes.
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–Es hermosa, –murmuró–. Es tan hermosa. El elixir de la vida eterna. –Él miró a Albert
de repente–. Es eterna, ¿no?
Albert asintió con la cabeza, el científico haciéndose cargo, forzando una sonrisa en sus
labios, con orgullo en su voz. –Parece que los órganos se renuevan indefinidamente, sí.
Por supuesto que no significa la eternidad. Uno tiene que factorizar la capacidad de la
naturaleza para cambiar y transformar.
–Indefinidamente, –susurró Richard–. Oh, Albert, tú lo hiciste. Ahora, la fórmula. ¿Qué
es exactamente?
Albert abrió la boca para decir algo, pero se detuvo. Eran los ojos de Richard - el brillo
que había visto un par de veces durante las últimas semanas. Había algo que lo hacía
ansioso. Puso su mano izquierda sobre la derecha, girando el anillo en su dedo - algo
que siempre hacía cuando estaba nervioso, pero que de alguna manera hoy tenía más
significado.
–La fórmula, –dijo Richard, con más insistencia esta vez–. Anótala para mí, Albert. Yo me
encargo de todo, no te preocupes.
– ¿Anotarla? No, no, es demasiado complejo... –dijo Albert, tratando de ganar tiempo.
Miró su reloj - era tarde, demasiado tarde. No habría nadie más en el edificio ahora.
–Entonces muéstrame tus notas. Muéstrame donde están los trabajos.
Albert negó con la cabeza. Su paranoia volvía a surgir. –Ahora no, Richard. Mañana.
Tienes razón - Necesito un descanso. Me iré a casa ahora. Mañana volveremos a esto
otra vez...
–No mañana, –dijo Richard, su tono cambiando un poco–. Ahora, Albert. Sé que has
estado deliberadamente manteniendo la fórmula lejos de mí, ocultando tus
documentos. Pero ahora es el momento de compartir, ¿entiendes?
Albert lo miró con incertidumbre. Oyó la amenaza en la voz de Richard, sabía que debía
de haberlo oído.
–Mañana, –dijo–. Necesito descansar un poco. Hablaremos de esto mañana.
–No, Albert, me la darás hoy, –dijo Richard sombríamente.
Los ojos de Albert se abrieron como platos. – ¿Qué has dicho?
12
Richard lo miraba amenazadoramente. –dije, dame la fórmula ahora, Albert. Si no te
arrepentirás.
– ¿Me está amenazando?
– ¿Si lo estaba?–preguntó Richard.
Albert lo miró fijamente. No tenía miedo, se dio cuenta - un hecho que lo sorprendió. De
alguna extraña manera había estado esperando este momento, desde que Richard
había llegado a su laboratorio. –Si fuera tú, te diría que no hay ningún uso, –dijo en voz
baja–. No voy a darte la fórmula, Richard, y sin ella no tienes nada.
Richard digirió esto. –Tengo esto, –dijo, pensativo, sosteniendo la jeringa–. Estoy seguro
de que algunos de tus colegas pueden sacar la formulación.
Albert sostuvo la mirada de Richard, durante unos segundos, luego se encogió de
hombros. –Tal vez podrían copiarla, sí. Pero no será lo mismo. Richard, ¿no es suficiente
curar el cáncer? ¿Para curar tú esposa, mi hija? ¿No es eso suficiente gloria para ti?
Los ojos de Richard se abrieron como platos, y luego se echó a reír. –Nunca me vas a dar
la fórmula, ¿verdad, viejo?
Albert negó con la cabeza. –No.
–Entonces puedes ser que también sepas que Elizabeth está muerta, –continuó
Richard–. Lo ha estado durante semanas.
Albert sintió que se le encogía el estómago. – ¿Qué dijiste?
–Ella murió. El cáncer la mató. Es por eso que te dije que no quería verte nunca más. No
podía desaparecer tu única motivación para la creación de este medicamento, ¿no? En
fin, no, curar el cáncer no es suficiente. La vida eterna. Ese será mi legado.
– ¿Tu legado?
Richard sonrió. –En realidad, no un legado. Tienes que morir para tener un legado, y yo
no pienso hacerlo. Ahora no. –Sacó su teléfono y apretó un botón–. ¿Derek? Sí. Ahora
sería bueno, gracias.
Volvió a mirar a Albert. – ¿Estás seguro de que no me vas a dar la fórmula? ¿Insistes en
hacer las cosas difíciles contigo mismo?
13
–Richard, no hagas esto, –dijo Albert con urgencia–. Esto es demasiado grande,
demasiado importante. Vas a fallar. Con el tiempo fracasarás. La naturaleza va a ganar.
–Yo voy a ganar, –Richard lo corrigió–. Ya ves, –le dijo, levantando la jeringa y mirándola
con cariño–, eres el pasado, Albert, y yo soy el futuro.
La puerta del laboratorio se abrió y apareció un hombre que Albert vagamente lo
reconoció. Uno de los guardias de seguridad de la puerta, pensó.
–Ah, Derek, –dijo Richard con gusto.
Albert miró con incredulidad como Derek se dirigió hacia él y lo agarró por los brazos. –
Tienes que venir conmigo, –dijo rotundamente.
– ¿Ir contigo? No, –dijo Albert, dando un paso hacia atrás–. Richard, esto es una locura.
Tú no puedes hacer esto.
–Oh, pero si puedo, –dijo Richard, alejándose–. Traté de darte una oportunidad, Albert,
pero sabía que ibas a perder. Eso sí, simplemente no puedes aliviar la presión, parece.
Los científicos rara vez pueden. Adiós, Albert.
– ¡No! Quítame las manos de encima, –dijo Albert, luchando contra Derek, quien lo
sostenía en un apretón férreo mientras Richard lo miraba desinteresadamente.
–No tiene sentido, Albert, –dijo Richard–. Tengo lo que necesito. Tengo la droga y al
final del día voy a tener la fórmula también.
– ¡Espera! –Gritó Albert–. Espera - no tienes nada. Richard, no puedes hacer esto. Sin la
fórmula exacta no tienes nada. No va a funcionar. No puede funcionar.
–Entonces dame la fórmula, –dijo Richard.
Albert negó con la cabeza. –Nunca. El círculo de la vida debe ser protegido, –jadeó–. Sin
ella, no tienes nada.
– ¿El círculo de la vida? –preguntó Richard, rodando los ojos. Chasqueó los dedos a
Derek–. Llévatelo, –ordenó–. Estoy cansado de esta conversación. Tengo lo que
necesito. –Él tomó el teléfono y marcó un número.
Derek, por su parte, tomó un trapo del bolsillo y lo forzó a meterlo en la boca de Albert,
de modo que apenas podía respirar. –Ahora, sobre esta nueva empresa, –Albert
14
escuchó decir a Richard mientras era arrastrado de la habitación–. Estaba pensando en
llamarla Pincent Pharma.
15
Capítulo uno
Abril 2142
ichard Pincent se detuvo, con el rostro sombrío. Tomando una respiración
profunda, abrió la puerta delante de él y entró a la fría y húmeda habitación.
Lo que solía ser una despensa - ahora se había convertido en una sala de
autopsias y el olor de la muerte flotaba en el aire. Muerte. La misma palabra hacía
temblar a Richard, hizo curvar su boca hacia arriba en repugnancia. La muerte y la
enfermedad, sus viejos adversarios - las había vencido una vez antes y las volvería a
vencer.
El Dr. Thomas, uno de sus científicos de mayor antigüedad a su servicio, estaba de pie
sobre un cadáver, con la frente arrugada en una mueca, una brillante luz brillaba sobre
su cabeza.
Levantó la vista, parecía incómodo. –Me temo que son malas noticias, –dijo, volviendo
la mirada hacia el cuerpo - o lo que quedaba de él. La piel estaba apretada contra los
huesos, como si cada gota de humedad hubiera abandonado el cuerpo, los ojos muy
abiertos, mirando fijamente. Richard deseaba que el Dr. Thomas los hubiera cerrado - lo
habría hecho él mismo si la propia idea no lo hacía vomitar. En su lugar, miró
directamente al científico, haciendo todo lo posible para ocultar cualquier atisbo de
miedo que sus ojos podrían delatar.
– ¿Malas noticias? –la terrible sensación de temor inundó a través de él–. No quiero
malas noticias. Pensé que lo dejé claro.
El Dr. Thomas suspiró y se puso en pie, secándose la frente con la manga y quitándose
los guantes de plástico que revestían sus manos. –No sé qué más decir, Sr. Pincent. No
sé cuántos cuerpos más puedo abrir cuando me enfrento a la misma conclusión cada
vez.
Richard lo miró con enojo. – ¿A la misma conclusión? ¿Está seguro? –su voz se quebró
mientras hablaba y se aclaró la garganta ruidosamente.
–Sí.
R
16
Hubo un silencio durante unos minutos, mientras que ambos digerían este pronóstico.
–Te equivocas, –dijo Richard, finalmente, con voz desafiante.
–Sr. Pincent, señor. –La tensión era audible en la voz del Dr. Thomas–. Sólo porque
usted quiere que algo sea, el caso no lo hace que lo sea. He cortado varios cuerpos, y le
digo que he encontrado lo mismo en todos ellos... –Su voz se interrumpió al ver la
expresión en el rostro de Richard y se dio cuenta de que se había pasado de la raya.
Richard le sostuvo la mirada durante unos segundos y luego la dejó caer. Miró el
cadáver. Número 7. Ellos habían estado llegando todos los días desde el comienzo de la
semana, cuando un Cazador se había derrumbado y su preocupado colega lo había
llevado al médico, ante la sospecha de una intoxicación alimentaria - la única posible
enfermedad en un mundo donde la Longevidad había hecho a la dolencia y a la
enfermedad cosas del pasado. En el momento en que había llegado a la consulta del
médico, sin embargo, el hombre estaba muerto. Hillary Wright, la Secretaria General de
las Autoridades, había sido alertada inmediatamente y había tenido la precaución de
hacer arreglos para que la situación se organizara. Se hicieron excusas y el cuerpo fue
llevado a Pincent Pharma para su análisis.
–Lo siento, –dijo el Dr. Thomas cuidadosamente–. No quise ser negativo.
– ¿No? –la voz de Richard era plana, enojada.
El Doctor se aclaró la garganta. –No, –dijo él–. Pero los hechos permanecen. Este virus
es mortal. La Longevidad parece que no puede... parece que no puede luchar contra él,
señor.
– ¿La Longevidad no puede combatirlo? –Richard repitió lentamente–. ¿No puede
luchar contra un simple virus? –se sintió enfermo. No era cierto, no podía ser verdad. La
Longevidad luchó con cada enfermedad, cada infección, cada bacteria. Mantuvo al
mundo joven, luchó contra la muerte, otorgó el don de la vida eterna a la humanidad.
También hizo a Gran Bretaña el país más poderoso del mundo. Al igual que Libia a
finales del siglo XXI con su petróleo, o a Roma en el primer siglo, con sus ejércitos, nadie
se atrevía a cruzar su gobierno, nadie se atrevió a desafiar a sus demandas–. Estás
equivocado, –continuó–. La longevidad lucha contra todo. Es invencible.
–Por supuesto que lo es, –dijo el Dr. Thomas tentativamente–. Pero tal vez….
17
– ¿Tal vez qué? –los ojos de Richard se estrecharon.
El Dr. Thomas se limpió la frente de nuevo. –Tal vez... –Repitió con voz vacilante–. Es
sólo una teoría, pero…
– ¿Pero qué? Escúpelo, hombre, –gritó Richard, impaciente.
–Tal vez el virus ha mutado. Tal vez ha encontrado una manera de hacerlo... una forma
de... –pequeñas gotas de sudor continuaron apareciendo en la frente del Dr. Thomas a
pesar de sus intentos de limpiarlas. Tomó una respiración profunda–. De vencer a la
Longevidad, –dijo al fin, con los ojos muy abiertos ante la enormidad de sus palabras.
– ¿Vencer a la Longevidad? –Richard lo miró con incertidumbre–. ¿Qué es exactamente
lo que usted sugiere?
–Estoy sugiriendo que tenemos un gran problema, –dijo el Dr. Thomas, con la voz
quebrada–. Estoy diciendo que si Longevidad no puede luchar contra este virus,
entonces... entonces... –tomó una respiración profunda–. Entonces, todos vamos a
morir.
Richard asintió con la cabeza, digiriendo esto. –Morir, –dijo pensativo. Luego negó con
la cabeza–. Imposible. La longevidad es invencible. Tú lo sabes. Todo el mundo sabe eso.
Nuestra sociedad se basa en ese hecho tranquilizador, Doctor. Soy el hombre más
poderoso en el mundo a causa de este hecho. No hay virus que la longevidad no puede
destruir. El hombre es inmune a la enfermedad, al envejecimiento, a la muerte. Tiene
que haber otra explicación.
–No, –dijo el Dr. Thomas, moviendo la cabeza–. No, Richard, está equivocado.
– ¿Estoy equivocado? –Richard miró con interés al científico que había conocido durante
tanto tiempo, el hombre que le había servido fielmente durante décadas, nunca
cuestionándolo, apenas atreviéndose siquiera a mirarlo a los ojos. Hasta ahora–. Esa es
una acusación audaz.
El Dr. Thomas suspiró pesadamente. –Lo siento, señor. No quise decir - es sólo la
enormidad de esto - si no me equivoco, lo que significa para mí, para usted, para
todos... –Estaba sudado mucho ahora. Richard apartó la mirada con disgusto.
–Si tienes razón, –gruñó–. Entonces, por lo menos vas a admitir que hay una posibilidad
de que te equivocas. Y me permito sugerir que esta oportunidad es muy grande. Tú no
18
eres un científico brillante, Doctor. Tú no inventaste la Longevidad, no has inventado
nada. Simplemente buscas cosas que te pido y me das tus conclusiones. Entonces por
favor perdóname si no me tomo tu anuncio del fin del mundo demasiado en serio. O en
absoluto en serio.
–Pero si este virus es dejado que se extienda va a ser una epidemia, –dijo el Dr. Thomas,
retorciéndose las manos desesperadamente–. La Longevidad ha suprimido nuestro
sistema inmunológico - no tenemos necesidad de ello. Un virus de este tipo podría
matar a millones. Cientos de millones de personas. –Su rostro se retorció con
incomodidad.
– ¿Y eso es todo? ¿Eso es todo lo que tienes para mí? –los ojos de Richard se
estrecharon con enojo.
El Dr. Thomas se aclaró la garganta. –Me preguntaba si tal vez deberíamos considerar la
Medicina Antigua, –dijo con cautela–. Si nos remontamos a través de los archivos,
ajustar uno o dos medicamentos antiguos, estoy seguro de que podemos llegar a algo
que podría ayudar. Los antivirales. Incluso los antibióticos, para las infecciones
secundarias. El período de incubación de este virus es de cinco meses. Si pudiéramos
desarrollar una vacuna, tal vez, entonces podríamos –
– ¿Medicina antigua? ¿Viejos medicamentos? –Richard lo corto airadamente, con el
rostro arrugado con incredulidad–. ¿Quieres que vayamos a la Edad Media, cuando cada
enfermedad debía ser tratada por separada, cuando se trataba de una luchar sólo para
mantener viva a la gente? –podía sentir la vena en su cuello palpitar con enojo.
–No. Quiero decir que sí. Quiero decir, tenemos que hacer algo, ¿no? –Estaba agitado,
Richard podía ver el miedo en su rostro mientras hablaba.
– ¿Y después qué? ¿Esperamos que el próximo virus se apodere? –Richard podía oír la
tensión en su voz y se obligó a tomar control.
El Dr. Thomas levantó la vista. –No lo sé, –dijo en voz baja, con los hombros caídos–.
Solo estoy en busca de respuestas, como todos los demás. Yo no quiero morir, Sr.
Pincent. No quiero que mi familia muera. No quiero...
No terminó la frase, sino que empezó a sollozar en silencio, patéticamente.
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Richard se dio la vuelta, en busca de cualquier cosa que mirar que no sea el Dr. Thomas
y el cuerpo tendido en la losa. Pero no había ventanas para aliviar su repentina
claustrofobia - nada excepto paredes grises. Esto era una habitación, al igual que otras
alrededor, que había sido utilizada de diversas maneras en los últimos años como una
cámara de tortura, una prisión, un escondite. Se tragó todos sus habitantes, rara vez
regresándolos a la tierra de la vida.
–Parece que has perdido la fe, –dijo eventualmente.
El Dr. Thomas lo miró con incomodidad. –No he perdido la fe. Creo que solo tenemos
que advertir a la gente. Tenemos que hacer algo antes de que más cuerpos lleguen aquí
en la oscuridad de la noche. Necesitamos que las Autoridades sepan. Tienen que hacer
planes.
Richard se quedó pensativo por un momento.
– ¿Crees que deberíamos decirle a la gente? ¿Es eso?
–La Longevidad no puede luchar contra este virus, –dijo el Dr. Thomas con
determinación–. Piense en las consecuencias, Richard. Se va a extender. Extenderse sin
obstáculos. Se volverá una epidemia, una pandemia. Va a matar a todos en su estela. Va
a –
– ¡Detente! –gritó Richard, sosteniendo su mano en alto. Entonces, sin previo aviso, se
volvió hacia el Dr. Thomas, agarrándolo por los hombros–. Pasas tus días en
laboratorios, disfrutando de los beneficios de la Longevidad, siendo pagado por mí
durante años para mejorar la Longevidad, para perfeccionar la fórmula, para mantener
a Pincent Pharma en la cima, ¿y ahora te das la vuelta y me dices que tenemos que
cavar tumbas? La única razón por la que cualquiera está vivo es por mí, por mis
medicamentos. El mundo me debe todo. Tú me debes todo. ¿Y la amenaza de un virus
que ni siquiera existe por lo que sé es suficiente para hacer que predigas el fin del
mundo?
El Dr. Thomas se puso pálido, y luego se aclaró la garganta otra vez. –Le debemos todo
porque nos prometió que íbamos a vivir para siempre. Si usted no puede mantener esa
promesa... –su voz estaba temblando, pero había determinación en ella.
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Richard cerró los ojos un momento y luego volvió a mirar al Doctor temblando. Él no
quiso escuchar. No podía escuchar. La Longevidad triunfaría, porque la alternativa era
demasiado aterradora.
–Basta ya de esto, –dijo secamente–. Vas a continuar para llevar a cabo las autopsias
hasta que tengamos conclusiones diferentes. ¿Entiendes?
–Pero eso es imposible. No hay otras conclusiones que puedo extraer.
El Dr. Thomas estaba mirando a Richard a los ojos y eso lo inquietaba. Hace años, la
gente solía decir que la muerte era el gran nivelador. Richard no estaba de acuerdo - era
el miedo a la muerte que hizo a los hombres olvidarse de sí mismos.
–Ya veo, –dijo–. Bueno, en ese caso, lo siento.
– ¿Cómo? –el Dr. Thomas lo miró con optimismo.
–Sí, lo siento, –dijo Richard, asintiendo con la cabeza lentamente. Luego, en un
movimiento hábil, sacó una pistola y disparó. El Dr. Thomas miró sorprendido, luego se
desplomó en el suelo, sangre supurando desde su pecho–. Lo siento, –continuó
Richard–, de que me has dado un nuevo cuerpo para eliminar. Lo siento por haber
perdido a uno de mis mejores científicos.
Sacó su teléfono. El Dr. Thomas estaba muerto, pero sus palabras, sus preocupaciones,
todavía estaban colgando en el aire, como el polvo. Richard se sentía como si estuviera
ahogándose en ellas.
– ¿Derek? Soy yo. Te necesito en el sótano.
–Por supuesto.
Richard puso su teléfono en el bolsillo, luego se apoyó contra la pared. No tuvo que
esperar mucho. Derek Samuels, su Jefe de seguridad, apareció minutos más tarde. Por
su expresión Richard dedujo que no se sorprendió al ver a su ex compañero ahora
yaciendo sin vida en el suelo.
Inmediatamente, Richard sintió alivio desbordándose a través de él, de inmediato sintió
el consuelo familiar de la seria voz de Derek y su comportamiento. Derek Samuels era el
único hombre que Richard podía confiar para ser completamente carente de
emociones, para centrarse en el trabajo, para no mostrar interés en los derechos, las
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injusticias, en los peros. Si tenía una conciencia, la escondía bien. Richard sospechaba
que le gustaba su papel de ejecutor, disfrutaba el poder que le cedía, disfrutaba el
sufrimiento que causaba. Richard no había tenido ni idea de todos estos años qué
compañero Derek llegaría a ser cuando le ofreció 5.000 libras para que le haga un favor,
para que se haga cargo de alguien por él, para que ayudara a deshacerse de un
problema.
– ¿Entonces Thomas no encontró la respuesta que estabas buscando? –preguntó Derek,
con un tono tan serio como siempre.
Richard negó con la cabeza y suspiró. De pronto se sintió muy cansado.
–No, –respondió él con cansancio–. Dijo que era un virus que ha mutado, que había
descubierto la manera de eludir a la Longevidad. Dijo que va a haber una epidemia. Dijo
que todos vamos a morir. –Él intentó una risa, pero sonó hueca.
–Ah, –dijo Derek con gravedad, mientras levantaba el cuerpo en una bolsa de plástico y
comenzaba a limpiar el desorden–. Ya veo.
Richard se encontró mirando a Derek en admiración mientras metódicamente se ponía
a trabajar. El único hombre que nunca le fallaría, cuya larga vida había estado dedicada
a suavizar el camino para él, tratando con sus enemigos, protegiéndolo de sus amigos.
–No sé qué hacer, –dijo él, su voz tan tranquila que apenas era audible–. ¿Qué voy a
hacer, Derek?
Derek miró hacia arriba y frunció el ceño. Luego se volvió de nuevo a la sangre en el
suelo y continuó limpiándola. – ¿Todavía tienes algo de la fórmula original? –preguntó el
asunto de manera casual.
– ¿La fórmula original? –Richard frunció el ceño–. No. Bueno, una gota, tal vez. Pero la
copiamos exactamente. Tú no crees...
–Yo no creo nada, –dijo Derek–. Era sólo una pregunta.
–Sí. –dijo Richard, con su mente corriendo–. Pero una buena pregunta. Una pregunta
importante. ¿Crees que la copia es el problema? ¿Crees que las copias de las copias ya
no son tan poderosas como la original?
22
Derek se encogió de hombros ligeramente. –Yo no sé nada de ciencia, señor - ese es su
dominio. Pero fotocopias - no son originales, ¿no?
–No, no, no lo son, –dijo Richard, comenzando a caminar–. Pero no tenemos la fórmula.
Nunca la encontramos. Todo lo que tenemos son copias. Es todo lo que siempre he
tenido.
–Nunca la encontramos en aquel entonces, pero eso no quiere decir que no está por ahí
afuera en alguna parte, –dijo Derek mientras asistía al cuerpo, envolviéndolo como si
fuera simplemente el cuerpo de un animal yendo al mercado–. Lo debe haber escrito en
alguna parte. Lo debe haber hecho.
–Hemos buscado, –dijo Richard con incertidumbre–. Hemos buscado por todas partes.
–Hemos buscado un poco, –admitió Derek–, pero tenías la misma cosa. Tus científicos la
copiaron bien, ¿no? No pensamos que necesitábamos la fórmula. Nos detuvimos de
buscarla.
–Hemos dejado de buscar. –Richard asintió con la cabeza, sus ojos se iluminaron.
–Así que ahora podemos empezar de nuevo, –dijo Derek, poniéndose de pie y
inspeccionando el suelo, que ahora estaba inmaculado.
Richard exhaló, sus hombros se relajaron un poco. Ellos encontrarían la fórmula. La
fórmula que resolvería todo. No habría un virus mutado. No habría pandemia. No el
final de todo lo que había pasado su vida construyendo. Todo volvería a la normalidad.
Todo sería restaurado.
–Gracias, Derek. Sabía que podía contar contigo. –Richard se permitió exhalar, luego
miró a Derek significativamente y salió de la habitación, haciendo se camino
rápidamente de regreso a su despacho, lejos de las entrañas de Pincent Pharma a los
luminosos y amplios espacios.
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Capitulo 2
nna se sentó de golpe, con el corazón latiendo en su pecho, con sudor
brotando de su frente. Estaba completamente oscuro, pero sin vacilar saltó
de la cama y corrió hacia la habitación de Molly. En silencio abrió poco a poco
la puerta, luego se dejó caer de rodillas a los pies de la cuna improvisada de su hija.
Permitiendo que su respiración vuelva a la normalidad, Anna veía dormir a su hermoso
bebé. Solo cuatro meses de edad, sus pequeñas manos se cerraban en puños, su pecho
suavemente subía y bajaba con cada respiración, con los labios fruncidos, fruncía las
cejas como concentrándose tan fuerte como fuera posible para dormir. Molly estaba
bien. Por supuesto que estaba bien. Fue sólo un sueño, una pesadilla. Al igual que todas
las demás.
De vez en cuando Molly suspiraría y se extendería por algún objeto inexistente. Su
pulgar encontraría su boca, se daría la vuelta y luego, cuando el sueño la abrasara una
vez más, el pulgar caería de nuevo. Anna sabía esta rutina mejor que cualquier otro en
el mundo. Cada noche, durante semanas la había visto, tranquilizada de que sus peores
temores eran sólo eso y que nadie se estaba robando a su bebé, no en el mundo real.
Desde el día en que nació, Molly había representado tanto para Anna. Era como si su
propia felicidad y paz mental se encontraban en ese pequeño cuerpo. Molly era más
valiosa para ella de lo que había sido preparada - ella habría dormido en el suelo junto a
la cama cada noche si Peter la hubiera dejado. Él le había dicho que tenían que seguir
adelante, le dijo que estaba a salvo ahora, que Molly estaba a salvo, que no tenía por
qué temer más, que debería dormir satisfecha.
Pero fue el sueño en sí que despertó todos los temores de Anna. Los sueños que
llenaban su mente tan pronto como se sumía en el subconsciente eran atestados con
Cazadores tratando de arrebatar a Molly y a Ben, el hermano de tres años de edad de
Anna, lejos de ella. Su inocencia del mundo en que habían nacido, su falta de conciencia
de lo preciosa que sus vidas eran, hizo a Anna tan protectora como una leona. Al igual
que su propia madre, ella moriría por ellos - ahora entendía por qué.
A
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Anna no había conocido mucha inocencia en su vida. Llevaba por los Cazadores al
Grange Hall cuando ella era muy pequeña, había crecido bajo la ira de la Sra. Pincent.
Sólo cuando Peter había llegado dos años antes había aprendido que ella no era mala,
no era una Carga para la Madre Naturaleza, que estaba mal hacerla trabajar sin
descanso para pagar por los pecados de sus padres. Ahora era Legal, pero incluso eso no
ofrecía mucha protección, no cuando su propia existencia era una amenaza para las
Autoridades, no cuando Richard Pincent la quería muerta a ella y a Peter, fuera de
escena.
Pero el Subterráneo los estaba manteniendo a salvo. Ella lo sabía. Durante el día, se lo
recordaba con regularidad, no había nada de qué preocuparse. Como Peter dice todo el
tiempo, iban a estar bien. El Subterráneo había encontrado un lugar donde vivir, un
lugar donde nadie podía encontrarlos. Ellos eran autosuficientes, más o menos, estaban
protegidos. Todo estaba bien. Por fin, todo en la vida de Anna estaba bien.
En silencio, Anna se dirigió a la cómoda donde una pila de ropa planchada de Molly
estaba tendida. Ella la tomó y, una por una, las guardó. Ordenar la tranquilizó - había
pasado la mayor parte de su vida tratando de lograrlo.
Pero por la noche los demonios salían - los terribles monstruos que querían robar a sus
hijos, que querían encarcelarlos como ella había sido encarcelada, querían que ellos la
odiaran, querían que conocieran una vida sin amor, sin risas, sin ella.
Anna había pasado su infancia en el Grange Hall. Un Establecimiento de Excedentes, era
una prisión para los niños nacidos ilegalmente por padres que habían firmado la
Declaración – un pedazo de papel que la mayoría la firmaban demasiado joven para
entender que a cambio de la vida eterna nunca tendrían hijos. Peter había sido un
Excedente también, pero no había sido descubierto por los Cazadores, en su lugar había
sido pasado alrededor de los simpatizantes del Subterráneo por la mayor parte de su
vida, escondido en áticos, sin saber si estaría en el mismo lugar al día siguiente o si sería
trasladado de nuevo. Fue sólo cuando fue tomado por los verdaderos padres de Anna
que había visto lo que la familia era y que era su amor que lo había llevado a entregarse
el mismo a los Cazadores y conseguir que lo enviaran al Grange Hall de modo que
pudiera ayudarla a escapar.
Y ahora él no conocía el miedo. Anna amaba eso y temía en la misma medida; amaba a
su fuerza, su valentía, su capacidad de reír cuando ella le expresaba sus preocupaciones
de una manera que no las menospreciaba sino que las hacía obsoletas. Yo estoy aquí, le
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diría a ella. Nadie te hará daño de nuevo. Pero ella ni siquiera veía su valentía como una
amenaza, ella se preocupaba por su inquietud, su necesidad de estar peleando con
alguien, con algo. Temía que la fuerza dentro de él eventualmente lo alejaría de ella. De
los niños.
La ropa estaba plegada, Anna se sentó junto a la cama y escuchó la respiración rítmica
de Molly. Todo estaba en silencio. Sus seres queridos estaban cerca de ella, estaban
durmiendo, no iban a ninguna parte.
– ¿Anna? –Ella levantó la vista con un sobresalto al ver a Peter en la puerta, mirándola
con curiosidad–. ¿Qué estás haciendo?
Ella se ruborizó. –Nada.
–Estás viendo su sueño de nuevo, ¿verdad?
Anna se mordió el labio. –Yo sólo... –suspiró–. Tuve otra pesadilla.
–No me digas, –susurró Peter–. ¿Cazadores?
Ella lo miró a los ojos - que brillaban amablemente.
–No Cazadores esta vez, –dijo, lentamente poniéndose de pie y avanzando hacia él–.
Soñé con Sheila.
– ¿Sheila? –Peter frunció el ceño–. ¿Qué soñaste?
Anna cerró los ojos por un momento. Sheila, su amiga del Grange Hall. ¿Era amiga la
palabra correcta? Sheila había sido su sombra. Menor que Anna, se había vuelto a ella
para su protección que Anna le había dado a regañadientes. Sheila no era tan fuerte
como Anna, ella se había metido en problemas con las otras chicas, con la Directora, la
Sra. Pincent, con todo el mundo. Como un fantasma con su piel pálida, translúcida y su
pelo de color naranja pálido, Sheila había sido tan frágil, y sin embargo, había producido
una cualidad resistente con ella, la negativa a aceptar su condición de Excedente, la
determinación de que sus padres la habían querido, que ella no pertenecía al Grange
Hall. Y habría resultado de que ella tenía razón. Sólo habían descubierto eso más tarde,
después de que Anna se había escapado con Peter, dejando detrás a Sheila. Después de
que Sheila había sido llevada a Pincent Pharma, experimentando con ella, usándola...
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Anna se estremeció ante el recuerdo. –Yo soñé... –exhaló poco a poco, su respiración
visible en el aire frío de la noche–. Soñé que estaba molesta conmigo. Porque no le
había creído. Porque yo le había dicho que era un Excedente. Soñé que ella se llevaba a
Molly para servirme lo justo, para mostrarme como era. Lágrimas comenzaron a rodar
por sus mejillas y Peter la atrajo hacia él, hacia el corredor. Luego cerró la puerta de
Molly detrás de ellos.
–Sheila no haría eso, –dijo él con suavidad, acariciando el cabello de Anna.
–Fue mi culpa que terminara en Pincent Pharma, –dijo Anna, con la voz ronca–. Ella me
pidió que la llevara conmigo. No lo hice. La dejé atrás.
–Tenías que hacerlo, –dijo Peter con severidad–. Y ahora ella está bien de todos modos.
Está con Pip y Jude en Londres. No hay nada de lo que sentirse culpable. Nada.
–Cuidé de ella. En el Grange Hall, –susurró Anna–. Cuando me fui...
–Cuando te marchaste fuiste intrépida y fuerte y valiente. Has salvado mi vida. Para
esto, Anna. Deja de encontrar problemas donde no los hay. –La voz de Peter era más
dura ahora–. Nadie va a llevarse a Molly. No Sheila, ni los Cazadores, ni nadie.
–Ya lo sé, –dijo Anna, secándose los ojos y agitando a sí misma. Miró a Peter con
seriedad–. Lo sé. No sé por qué sigo teniendo estos horribles sueños...
–Porque no estás trabajando lo suficiente durante el día, –dijo Peter, con un brillo
travieso apareciendo de repente en sus ojos - el brillo que empleaba siempre que Anna
se exaltaba–. Desenterré todas esas patatas ayer y tú simplemente te sentaste y
observaste.
– ¡Yo no lo hice! –Protestó Anna ardientemente, a pesar de que sabía de que él no era
del todo serio–. Yo desenterré las zanahorias. Y lavé las patatas. Y –
–Estoy bromeando, –sonrió Peter–. Mira, los sueños se detendrán con el tiempo. Pero
ya no más escurridas por la noche. Necesitas tu sueño y yo también ¿está bien?
– ¿Crees que ella está bien? Sheila, quiero decir. ¿Crees que ella es feliz en Londres?
–Creo que ella es muy feliz. También creo que ella es su propia persona. No es tu
responsabilidad. Ya no más.
–Tienes razón. –Anna asintió con la cabeza.
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–Por supuesto que sí. –Sonrió Peter. Le tomó la mano y Anna la apretó, permitiéndole
que la lleve de vuelta a su dormitorio. Y si tenía un mal presentimiento, una sensación
de que algo terrible iba a suceder pronto, muy pronto, lo suprimió. Peter tenía razón -
tenía que aprender a confiar, se dijo. Tenía que aprender a ser optimista.
•••
La mano de Jude estaba temblando. No eran los nervios - por lo menos, se dijo que no
eran. Era su agobiante posición la que estaba causando que sus músculos temblaran, a
rebelarse, a temblar con indignación. Él respiró hondo y volvió a los cables frente a él,
cuidadosamente haciendo conexiones, verificando y doble verificando. Estaba listo para
cargar la película, listo para mostrarle al mundo lo que acababa de ver. Miró su reloj - 4
a.m. Buscando a su alrededor una vez más para asegurarse de que no había sido
seguido, que las sombras oscuras debajo de él eran sólo eso y no un ejército reunido de
los guardias de Pincent listo para atacar, contuvo el aliento y presionó el botón azul en
su computadora portátil. Cargar. Oyó un familiar zumbido, el reconfortante sonido del
dispositivo parpadeando en acción. Y entonces, por primera vez en tres horas, se
permitió relajarse un poco.
Había sido su idea, filmando las incursiones en Pincent Pharma. Después de todo,
habían estado ocurriendo durante años y nunca nada había pasado - unos pocos lotes
de Longevidad habían sido destruidos pero Pincent Pharma solo hacia más. En la batalla
de David y Goliat, Jude le había señalado a Pip, Goliat no sólo era ganador, era
triunfante y arrogante. Ellos apenas estaban haciendo una abolladura. Pero Jude sabía
de tecnología – sabía cómo aprovecharla, cómo hacerla que funcione para él. Y así lo
había convencido a Pip para que lo deje ayudar. Inicialmente sólo había rastreado los
ataques a través de la red de las Autoridades de las cámaras de circuito cerrado para
que Pip, Jude o cualquier otra persona que quisiera, pudiera ver a los soldados del
Subterráneo hacer que los camiones de Pincent se detuvieran y destruir las drogas de
Longevidad dentro de ellos. Esto hizo que todos se sintieran mejor, los hacía sentir parte
de esto, más arraigados a la rebelión. Y entonces Jude se dio cuenta de que si más gente
veía los ataques, también se sentirían parte de la rebelión o, si no, al menos sabrían lo
que estaba sucediendo. Al menos, las Autoridades y Pincent Pharma no lo podían negar
más.
Él se levantó y movió sus músculos doloridos, tratando de no hacer una mueca. Odiaba
que le recordaran sus debilidades físicas, de su cuerpo delgado, su pálida piel. Tenía casi
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diecisiete, pero aún se veía como un niño, no como un hombre. Cada vez que se miraba
al espejo, se encogía ante su reflejo. Quería ser fuerte, poderoso, pero en cambio se
sentía como el pequeño de la camada, el del montón. Peter, su medio hermano, era el
héroe de acción que había interrumpido en el Establecimiento de Excedentes para
salvar a Anna. Jude... Jude solo era un aficionado a la tecnología.
Él oyó algo, un ruido, y se agachó de nuevo, su corazón latía rápidamente. Alguien
estaba aquí. ¿Quién? ¿Había sido seguido? Aún así, en silencio, se agachó y esperó.
Luego, sin oír nada más, se relajó un poco. Probablemente lo había imaginado. Después
de todo, siempre tenía cuidado. Peter era el valiente, el impetuoso, Jude era el
planificador, el organizador. En resumen, el aburrido, pensó con ironía.
Él nunca había pensado en sí mismo como un aburrido antes de haber conocido a su
hermano, antes de haber conocido a Pip y unirse al Subterráneo, el movimiento de
resistencia que había sido creado para luchar contra Pincent Pharma, la Longevidad y
todo lo que significaba para la humanidad. Había sido un Caballero Blanco en su vida
anterior en el Exterior – un genio de la computación que trabajaba para el bien,
identificando las deficiencias en las redes de las empresas y ofreciéndose a
solucionarlas. Lo hacía por un precio, por supuesto, pero había otros que simplemente
se aprovechaban de las debilidades para robar, espiar, para causar estragos. Jude
siempre se había visto como un protector benévolo; le gustaba esa imagen, le gustaba la
protesta que conseguía cada vez que se ponía en contacto con una gran empresa para
hacerles saber que acababa de hackear su red y podría, si quisiera, vaciar su cuenta
bancaria. A cambio de su trabajo exigía una cuota suficientemente grande como para
seguir adelante por algunas semanas, a veces por unos meses. Y luego se recompensaba
por pasar a MyWorld. Sólo podría haber existido en su computadora, pero a menudo se
sentía más real que el mundo Exterior. En el mundo real no había gente joven, pero
MyWorld estaba lleno de ellos. Y en MyWorld Jude era un héroe auténtico, popular con
todos.
La verdad era, que la vida sin eso había tomado algún tiempo para acostumbrarse.
–Vamos, vamos, –murmuró en voz baja mientras la película digital lentamente se
cargaba. Frustraba a Jude que la conectividad se había vuelto, en los últimos meses, más
lenta y no rápida. Como todo en estos días, las cosas estaban empeorando todo el
tiempo. La caída del suministro de energía, la caída del suministro de agua - había oído
que en el suroeste las personas se habían visto obligadas a empezar a hacer cola por
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agua en el pozo municipal. La sequía había significado que la comida estaba siendo
racionada también, y ni siquiera bajo el pretexto de las preferencias de la cedula
personal. Pero por lo menos podían hacer cola abiertamente. Por lo menos no eran
como él, escondido en un sucio, apenas habitable edificio donde a veces la comida no se
materializaba durante días seguidos.
El Subterráneo. El Movimiento de la Resistencia. Jude había sabido de su existencia
durante toda su vida, pero sólo en referencias sombrías. Alentaban a las personas a
tener hijos cuando el mundo ya estaba completo - demasiado lleno. Creían que las
drogas de la Longevidad estaban equivocadas cuando la Longevidad había curado al
mundo de la enfermedad, había curado al hombre del envejecimiento. Jude, un niño
Legal (ciertos miembros de los altos directivos de las Autoridades llegaron con la ventaja
de tener un hijo), habían sido educados para odiar al Subterráneo y todo lo que
representaba. Pero mientras crecía, mientras había anhelado por compañía, por alguien
de su misma edad con quien jugar, los argumentos de su padre a favor de la Longevidad
parecían menos convincentes. Y cuando, hace apenas dos años, su padre, Stephen,
había sido asesinado por Margaret Pincent, su primer esposa, y la verdad sobre cómo la
legalidad de Jude había sido arrancada de su medio hermano Peter fuera revelada, se
había dado cuenta de que nada era lo que parecía. Peter, el hijo de Margaret y el
segundo hijo de Stephen, había nacido solo dos meses después de Jude, pero el
nacimiento de Jude le había dejado como un Excedente. Así, mientras que Jude había
sido criado en una familia acomodada, Peter había sido escondido en áticos, en sótanos,
obligado a trasladarse de un lugar a otro.
No de extrañar que Peter fuese el héroe, Jude pensó mientras observaba la barra de
descarga, tamborileando sus dedos sobre su muslo. Y no es de extrañar que Pip no
hubiera querido que Jude se una al Subterráneo. Él era un ladrón, su nacimiento le
había robado a Peter la legalidad que le correspondía.
Jude se sacudió y volvió a su dispositivo. En cualquier momento la policía de las
Autoridades podría subir. Había elegido este lugar cuidadosamente – una fábrica
abandonada bajo órdenes de demolición, sus paredes y la condenada estructura y las
vallas de alambre de púas impidiendo la entrada. Pero aún así, eso no detendría a un
guardia o un policía si sospechaba lo que él estaba haciendo aquí. Y si lo atrapaban... se
estremeció. No soportaba pensarlo. Desde que había lanzado su suerte con Pip y Peter,
desde que había tomado la decisión de unirse al Subterráneo, había estado en la Lista
de los Más Buscados. Si por más que tratara de utilizar una tarjeta de crédito sería
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rastreado, localizado, capturado y encarcelado o peor. El Subterráneo no puede ofrecer
mucho en la forma de la hospitalidad, pero al menos lo protegían, lo mantenía a salvo.
Miró a su alrededor con cautela y luego, con un suspiro de alivio, vio que el trabajo
estaba hecho. Rápidamente sacó los cables, saltó y comenzó a correr.
Pero mientras corría a través de una puerta y lo que una vez había sido una escalera en
pleno funcionamiento, Jude se detuvo en seco por el sonido que había oído antes. Miró
alrededor y cuidadosamente se hundió en las sombras, con el corazón latiendo en su
pecho - de la carrera o del miedo, no estaba seguro. Y luego lo escuchó de nuevo. Un
jadeo, un ruido agudo. No sonaba como guardias enemigos. No se parecía a nada que
Jude había encontrado antes.
Vacilante, se arrastró a lo largo de la pared, teniendo cuidado de permanecer oculto en
las sombras. Él estaba en una plataforma, un corredor que ahora estaba ausente de
ambas paredes. Debajo de él habían dos plataformas como ésta, más allá del hueco
donde había estado la otra pared había una caída de cinco metros hacia abajo al piso
central donde máquinas abandonadas rebosaban, oxidándose como barcos hundidos.
El jadeo era cada vez más fuerte. Jude pensó de nuevo en correr, pero no podía - tenía
que saber si lo habían seguido, tenía que saber qué o quién estaba haciendo este
sonido. Podría ser una trampa, pero eso era poco probable. Comida gratis habría sido
una trampa mejor que el sonido de alguien respirando con dificultad. Comida gratis, si
era buena, casi valdría la pena entrar a una trampa. Deteniéndose brevemente para
contemplar su estómago vacío, Jude se sacudió y continuó por la orilla hacia el sonido.
Se dio la vuelta en la esquina, el sonido era más fuerte y sin embargo, todavía no podía
ver nada. Frunciendo el ceño, se apartó de la pared para ver abajo, al piso central, pero
todavía no podía ver nada. Sonaba como un animal, se dio cuenta con alivio cada vez
mayor. No era humano. Probablemente un perro. Escuchó cuidadosamente; venía
directamente debajo de él. Se dejó caer hasta el suelo, Jude avanzó hasta el borde de la
plataforma y bajó la cabeza por el borde, estirando el cuello para ver al animal herido
haciendo el ruido, ahora frenético. Y entonces sintió que la sangre abandonaba su
rostro y sintió que sus manos se humedecían, porque no era un perro. No era un animal
de cualquier tipo. Era una mujer.
Estaba sentada sujetando su garganta, su piel estirada alrededor de sus manos,
alrededor de su rostro, y parecía como si alguien la estaba estrangulando, como si
estuvieran tirando de una cuerda invisible alrededor de su cuello, porque se estaba
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ahogando y tenía los ojos desorbitados y mirando salvajemente, sus manos arañando el
aire por encima de su cabeza como si fuera a salvarla. Pero Jude podía ver que nadie
estaba tirando de la cuerda invisible, la mujer estaba sola. Sin pensarlo, se giró,
agarrando el piso que había estado de pie con las manos, bajándose a la plataforma
donde estaba sentada. Ella lo vio, pero apenas podía atreverse a mirarlo.
– ¡Agua! –jadeó.
Jude sacó su valiosa botella de agua y sólo después de una pausa breve se la ofreció. Ella
trató de agarrarla, pero sus brazos estaban agitando desesperadamente. Con cuidado,
él vertió un poco de agua en su boca. Ella asintió con la cabeza frenéticamente y
derramó el resto, pero a medida que el líquido se deslizaba por su garganta, gimió
dolorosamente.
– ¿Qué? ¿Qué es?–preguntó Jude con ansiedad, pero la mujer no lo estaba mirando, ella
se aferraba a su cuello de nuevo.
– ¡Agua! –dijo ella de nuevo.
–Se acabó, –dijo Jude–. ¿Qué te pasa? ¿Qué pasó?
–Sedienta, –dijo la mujer, con los ojos brillando ahora–. Agua.
Jude retrocedió, con los ojos muy abiertos y su corazón latía con fuerza. –Yo no tengo
más agua.
La mujer asintió con la cabeza, como si por fin entendiera lo que estaba diciendo.
Entonces, sin previo aviso, reunió sus fuerzas y se lanzó hacia él, tomándolo por
sorpresa y derribándolo al suelo.
–Agua, –gritó ella–. ¡Agua!
Sus manos estaban agarrando su cuello y luego su codo estaba presionando su tráquea
y él no podía respirar. Trató de empujarla pero ella parecía estar impregnada con una
fuerza increíble - la fuerza de la desesperación, se encontró pensando - y todo empezó a
volverse negro. Y entonces, sin advertencia, la presión desapareció. Él jadeó en busca de
aire, ahogándose por oxígeno, rodando sobre su frente, empujándose en cuatro patas.
La mujer se había alejado de él, estaba en el suelo ahora. Con su garganta todavía
doliendo, Jude la miró con rabia, con miedo, pero luego retrocedió. Su piel se estaba
secando. No sólo su piel - su cuerpo. Justo en frente a él. Parecía que cada pizca de
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humedad fuese literalmente succionada fuera de ella. Ella levantó su cabeza y lo miró,
con sus ojos enormes, sus párpados retrocediendo - como un esqueleto, Jude se puso a
pensar. Y luego, con un último grito, cayó hacia atrás y se quedó en silencio.
Jude no se movió durante un minuto. Shock y temor lo hicieron permanecer
completamente inmóvil mientras su cerebro trataba de procesar lo que había visto,
tratar de darle sentido a eso. Luego, tentativamente, se detuvo. Su cuello todavía sentía
dolor, su respiración todavía era entrecortada mientras se arrastraba hacia la mujer. El
no logró todo el camino hacia allí - no se atrevía. Su piel se había vuelto ennegrecida, su
boca y ojos estaban abiertos, grandes círculos que lo invitaban a mirar profundamente
al interior. En su lugar miró a su alrededor - quería una cinta de esto, tenía que saber
dónde encontrar las imágenes. Pero no había cámaras aquí. Se dio una patada. Por
supuesto que no había cámaras - había elegido el lugar a causa de ello. Se puso de pie
con las piernas temblorosas, consideró llevar a la mujer con él a la sede del Subterráneo,
y luego rechazó la idea inmediatamente por razones de seguridad y practicidad. Al
menos eso fue lo que se dijo. Pero su verdadera razón era su repugnancia, su terror, su
deseo de dejar este lugar tan pronto como sea humanamente posible y nunca regresar.
Tomando una última mirada a la mujer, se volvió y corrió hacia la entrada trasera del
edificio. Una vez fuera, vomitó violentamente, y luego continuó su viaje de regreso al
Subterráneo.
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Capítulo 3
ude se ocupó de los controles de seguridad del Subterráneo tan rápido como
pudo antes de estallar por la puerta. Todavía era temprano, pero las horas no
eran importantes aquí y las reuniones regularmente se llevaban a cabo en la
oscuridad de la noche. Pip, por lo que Jude podría decir, rara vez dormía e incluso
cuando lo hacía, se despertaba y estaba listo para la acción en pocos segundos por si
algo estuviera sucediendo.
– ¡Pip! –Gritó con urgencia–. Pip, ¿dónde estás?
– ¿Jude? –Pip apareció en una puerta, con una expresión indescifrable, pero Jude sabía
que rechazaría tal arrebato. Pip, que había establecido al Subterráneo hace cientos de
años y lo había conducido desde entonces, era un hombre de pocas palabras y aquellas
que pronunciaba eran bien pensadas, ordenadas, cuidadosamente elegidas. Estaba a
favor de la precaución sobre la pasión, la razón sobre la primera impresión. Él y Jude no
podía haber sido más diferentes entre sí.
–Pip, tienes que escuchar esto. Acabo de llegar de la planta procesadora. La desusa
cerca de Euston...
–Sí, Jude. He visto las imágenes que has subido. Felicitaciones por otro éxito. –Habló en
voz baja. Pip, el enigmático líder no oficial del Subterráneo - el grupo rebelde creado
para luchar contra la Longevidad, para combatir la Declaración, para luchar contra
Pincent Pharma y todo lo que representaba – rara vez levantaba su voz, significaba que
nunca sonaba entusiasta, nunca sonaba orgulloso o suficientemente sorprendido por
nada. Era la voz más frustrante que Jude había encontrado.
–Eso no, –dijo él apresuradamente–. Algo más. Algo... –su rostro crispado sin darse
cuenta por lo que estaba por decir–. Acabo de ver a alguien morir. Fue horrible. –Él se
arrepintió del uso del lenguaje inmediatamente - se sentía torpe y desdeñoso. Pero no
sabía qué más decir, cómo describir lo que había visto. Hacía tiempo que había
superado su miedo, su disgusto, en el camino de regreso al Subterráneo se había
sacudido, se dijo que no fuera tan patético. Pero ahora, en lugar de llegar a ser tan
J
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valiente, se sintió un poco tonto. Después de todo, había visto gente morir antes -
Soldados del Subterráneo, muertos por los secuaces de Pincent Pharma. Sólo que esta
vez era diferente. La mujer parecía... enferma. Era una palabra de la historia, un
concepto que parecía abstracto de alguna manera. Hasta ahora, eso es. Ahora se sentía
muy real y muy terrible. Vio a Pip levantar una ceja y se sonrojó ligeramente –. Fue una
mujer. Ella jadeaba, como realmente jadeando por respirar, y ella quería un poco de
agua, así que le di un poco, y entonces ella solo... –Sintió sus piernas debilitarse
mientras el impacto de la vista lo golpeó una vez más. Podía sentir a Pip viéndolo, quería
impresionarlo, quería su admiración. Pero en su lugar pudo ver la simpatía,
preocupación. Sus hombros cayeron abatidos–. Se marchito, –dijo, decepcionado
consigo mismo–. Ella murió, allí mismo.
Sheila apareció junto a él, con los ojos abiertos, y sacó una silla para él, sintió el aleteo
habitual de anhelo que llenaba su pecho cada vez que la veía y se sentó.
– ¿Ella murió? ¿Entonces era una de Exclusión Voluntaria? –preguntó Sheila. La
Exclusión Voluntaria eran las personas que optaban por apartarse de la Declaración, que
optaban por renunciar a las drogas de Longevidad para tener hijos. Eran pocos y
distantes entre sí y observados con recelo por los Legales - ¿quién querría envejecer y
estar abierto a la enfermedad cuando las tabletas de Longevidad podrían protegerte?
¿Quién querría tener un hijo cuando el mundo estaba ahora casi en su totalidad sin
hijos?
– ¿Estaba sola? –intervino Pip antes de que Jude pueda responder, ahora lo miraba
fijamente.
Jude asintió con la cabeza.
– ¿Y nadie te vio? –continuó Pip.
–No. Quiero decir, yo no vi a nadie. Tuve cuidado - regresé aquí, quiero decir.
–Bien. Sheila, ¿serías tan amable de hacerle a Jude una taza de té? Y luego, Jude, me
gustaría que me dijeras exactamente lo que sucedió. Cada detalle, todo lo que puedas
recordar. ¿Puedes hacer eso?
Jude asintió con la cabeza.
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– ¿Té? –Preguntó Sheila, su cara entornada con indignación–. Pero ya no queda té. No
tendremos más hasta esta tarde y –
–Y yo estaba esperando que podrías ser ingeniosa y encontrar un poco, –dijo Pip, con
los ojos ligeramente centelleantes.
Los ojos de Sheila se entrecerraron y Jude sintió impulso proyector en cuanto se dio
cuenta de que Pip había descubierto su pequeña colección de bolsas de té, de galletas,
de todo lo demás que ella había sido capaz de ocultar. Ella no pudo evitarlo - Jude lo
sabía, y no la culpaba por ello. Había crecido sin nada que llamar suyo. Jude, que había
sido criado con abundantes suministros de todo excepto con amor, no la envidiaba más
que participación de algo - él le hubiese dado la camisa si ella la hubiera querido.
–No necesito té, –dijo rápidamente–. De verdad, yo –
–Sí, lo necesitas, –dijo Sheila en voz baja–. Creo que en realidad puede haber una bolsita
de té. Voy a ir a buscar.
Ella fue a la cocina y Jude se obligó a mirar de nuevo a Pip.
– ¿Estás bien? –el líder del Subterráneo preguntó, sentándose a su lado. Jude asintió.
–Estoy bien, –dijo, en los ojos de su mente veía a Sheila tomando una de sus bolsas de
té atesoradas desde donde ella la había escondido.
–Debe haber sido un shock.
–Estoy bien, –insistió Jude–. No soy un completo cobarde, sabes.
Su tono era más sarcástico de lo que había previsto y vio a Pip fruncir el ceño
ligeramente.
–No te considero una persona débil en absoluto, –dijo después de una corta pausa–.
Dime lo que has visto, Jude. No dejes nada afuera.
Jude se echó hacia atrás en su silla y le dijo todo a Pip - sobre la redada, las cámaras, la
carga de la película, escuchar el jadeo y la búsqueda de la mujer. Pip escuchó
atentamente, asintiendo de vez en cuando, con el rostro serio.
– ¿Su piel estaba ennegrecida?
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–Ella parecía casi como si hubiera sido quemada, –asintió Jude, estremeciéndose un
poco–. Parecía un esqueleto.
Pip asintió, sumido en sus pensamientos. Luego miró a Jude, sus ojos, que se habían
nublado de repente estaban brillantes y claros.
– ¿Qué crees que estaba mal con ella? –Jude le preguntó inquisitivamente–. ¿Crees que
fue algo que ver con Pincent Pharma?
–Creo que es muy probable, –dijo Pip suavemente.
–Así que vamos a averiguar. Voy a entrar ahí de alguna manera, averiguar lo que está
pasando. –Miró a Pip esperanzado. Apenas un año antes, Peter había ido a trabajar a
Pincent Pharma, fingiendo que quería trabajar con su abuelo, Richard Pincent, fingiendo
que había roto todos los vínculos con el Subterráneo. Pip había confiado para que
espiara por él, para descubrir los infames secretos que Richard Pincent habían
escondido. Peter había sido un héroe, incluso ahora todo el mundo hablaba de su
nombre casi con un susurro. Jude deseaba tener una oportunidad similar para
demostrar su valía, para mostrar que era digno.
Pero Pip negaba con la cabeza. –No, Jude, –dijo, poniéndose de pie–. Tienes que
quedarte aquí. Hay mucho que hacer.
– ¿Cómo qué? –Preguntó Jude a la defensiva–. Puedo espiar también. Me metí en
Pincent Pharma la última vez. Puedo hacerlo de nuevo. Sólo dame una oportunidad para
–
–No, –dijo Pip de nuevo–. Te necesito aquí. Te necesito para estudiar.
– ¿Para estudiar? –Jude suspiró irritado, sus ojos se inclinaron sobre la pila de libros que
Pip le había dado para leer: Biografías políticas, libros de historia, libros de
supervivencia, sobre los desastres, libros sobre liderazgo, libros sobre plomería... Ambos
sabían que leyendo libros no iban a lograr nada. Pip simplemente no lo valoraba, no
creían en él. Y, Jude pensó mucho, a lo mejor tenía razón.
–Estudiar es muy importante, –dijo Pip seriamente, moviéndose hacia Jude. Levantó su
mano y por un momento Jude pensó que la iba a poner sobre su hombro, pero luego
pareció cambiar de idea y en su lugar se la llevó de vuelta a su lado.
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Jude no dijo nada, un golpe de decepción amenazaba con traer lágrimas a sus ojos,
ahogando su voz. Más evidencia de que él no era un héroe, pensó desesperadamente.
Sheila apareció con una taza de té y se la dio a Jude, que la tomó miserablemente.
–Gracias, Jude. Eso ha sido muy esclarecedor, –dijo Pip, poniéndose de pie, sin darse
cuenta - o tal vez no elegir notar - la mirada de irritación en la cara de Sheila cuando se
dio cuenta de que se había perdido todo–.Y ahora hay mucho que hacer.
– ¿Cómo qué? –preguntó Jude de repente, su defensa habitual de sarcasmo finalmente
apareciendo. Tomó un sorbo de la bebida caliente y sintió su interior calentarse.
Pip frunció el ceño. – ¿Perdón? –dijo.
–Dijiste que hay mucho que hacer. Solo me preguntaba qué es, –dijo Jude, mirando a
Pip justo a sus ojos.
Pip respiró hondo. –Jude, –dijo en voz baja–, ¿Has leído ese libro de allí? Estaba
señalando a un libro viejo y maltrecho, el lomo estaba perdido pero Jude sabía que
estaba lleno de historias cortas. Historias dirigidas a los niños, no a jóvenes adultos
como él.
–Sí, –dijo lacónicamente–. Está lleno de cuentos de hadas.
–No de cuentos de hadas, –Pip le corrigió–. Fables. Deberías leerlo alguna vez. En
particular, la historia sobre el ratón y el león.
– ¿El ratón y el león? –preguntó Jude con cansancio. Otra desviación.
–El león atrapa al ratón y lo va a matar, pero el ratón brinca en su cola y el león lo
persigue y lo persigue, sin siquiera dándose cuenta cuando el ratón se agacha y se
escapa.
–De acuerdo, –dijo Jude rotundamente. Si Peter estuviera aquí, Pip no estaría hablando
de leones y ratones. Si Peter estuviera aquí, estaría en el centro de la acción–. Correcto.
Gracias. Suena como una gran historia.
–Lo es, Jude. Como ya he dicho, deberías leerla alguna vez. –Entonces, rápidamente, Pip
salió de la habitación, dejando a Jude sacudiendo la cabeza en frustración.
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Sheila atrapó su mirada y entornó los ojos. –Hay, –dijo con solemnidad, haciendo una
muy buena imitación de Pip, –mucho que hacer.
Jude suspiró, luego se permitió una pequeña sonrisa. –Muchas, muchas cosas
importantes, –dijo sin expresión, tomando otro sorbo de té caliente.
– ¿Así que realmente murió? –Preguntó Sheila, sacándole la taza y tomando un sorbo–.
¿Delante de ti?
Jude asintió con la cabeza.
– ¡Eeeuuughh!
–Sí, –dijo Jude, levantando una ceja y logrando una sonrisa–. Tú te habrías desmayado a
ciencia cierta, o hubieses salido corriendo gritando del lugar.
–No, –dijo Sheila desafiante.
–Sí, sí lo harías, –dijo Jude, entusiasta con el tema y tomando su taza de nuevo–. Tú
habrías estado imposible.
–Corriste hacia aquí con bastante rapidez, –dijo Sheila alegremente–. Y estoy segura de
haberte oído gritar justo antes de que llegaras.
–No, no lo hiciste, –dijo Jude con brusquedad, su sentido del humor evaporando
súbitamente. Si Pip pensaba que era débil, eso era bastante malo. ¿Pero Sheila? Eso no
lo podía soportar.
Sheila lo miró con malicia. –Bueno, tenías miedo.
–No lo tenía, –dijo Jude, volviéndose furiosamente–. Yo no tenía miedo, ¿de acuerdo?
Sheila no dijo nada durante unos segundos, y luego lentamente se acercó a Jude y se
sentó en el brazo de su silla. –Yo habría estado aterrorizada, –dijo en voz baja.
– ¿Si? –preguntó Jude inquisitivamente –. ¿En serio?
–En serio, –dijo Sheila–. A menos que tú estuvieras allí. Entonces no habría tenido miedo
en absoluto.
Jude se sintió entrar en calor. –Tú... ¿no lo estarías?
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–No, –dijo Sheila con firmeza–. Me salvaste de Pincent Pharma. –Ella se volvió hacia él,
y Jude vio un destello de auténtica emoción en sus ojos–. Yo sé que tú me has
protegido, –susurró–. Siempre me proteges.
–Y siempre lo haré, –dijo, envolviendo sus brazos alrededor de ella y abrazándola
fuertemente contra él. Él no era un héroe, lo sabía, pero podía ser el héroe de Sheila, si
ella lo hubiera dejado.
–Entonces, ¿crees que fue Richard Pincent quién mató a esa mujer? –Continuó Sheila,
con ansiedad audible en su voz–. ¿Al igual como él me iba a matar?
Jude apretó su abrazo su alrededor. –No lo sé, –dijo con gravedad–. Pero no te
preocupes, no va a salirse con la suya.
–Pensó que, –dijo Sheila, mordiéndose el labio–. Quiero decir, él siempre lo hace. Que el
Subterráneo no va a ganar, ¿verdad? Entonces, ¿cuál es el punto?
–El punto es, –dijo Jude con suavidad, recordándose a sí mismo que la vida de Sheila ha
sido dura, que no era su culpa decir las cosas que dijo–, tenemos que seguir luchando. Si
hay más personas jóvenes, más oposición habrá para las Autoridades y Pharma Pincent.
–Pero la Declaración tiene sentido, –dijo Sheila, frunciendo el ceño–. Hay demasiada
gente como están las cosas. No tenemos suficiente agua. Me dijiste que los ríos se están
secando en África. No tenemos suficiente energía, o comida, ni nada. No quiero más
gente. Quiero menos gente.
Jude sacudió la cabeza con firmeza. –No es así de simple, –dijo.
– ¿No? Sheila preguntó inquisitivamente.
–No, –dijo Jude, frunciendo el ceño–. El mundo necesita gente joven. No es justo
detener a gente nueva sólo para que las personas mayores puedan seguir viviendo. No
es... –Él se alejó, no podía pensar con claridad. Todo lo que podía pensar era en la
proximidad de Sheila con él, y las extrañas sensaciones disparando alrededor de su
cuerpo - como miedo, solamente... diferente. Ella se volvió a mirarlo, y él enrojeció–.
¿No tienes... tareas que hacer?–preguntó, su voz se quebrada con torpeza mientras
hablaba.
Lamentó las palabras tan pronto como habían salido de su boca, pero ya era demasiado
tarde. Sheila levantó las cejas, robó un último sorbo de té de la taza de Jude, y luego
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salió enojada, dejándolo solo. Suspirando interiormente miró hacia arriba, permitiendo
que sus ojos recorran por todo la habitación.
Era un pequeño espacio, una de las pocas habitaciones que formaban la sede del
Subterráneo. La sede de hoy, en todo caso. El rumor decía que se moverían de nuevo
pronto. Y por rumor, Jude quería decir que Sheila le había dicho, lo que significaba que
tenía aproximadamente un cincuenta por ciento de probabilidad de ser cierto. A Sheila
le gusta saber todo, y si no sabía algo ella lo inventaba en vez de admitir su falta de
conocimiento. De acuerdo con Sheila, Pip le dijo a alguien el otro día que estarían en
algún otro lugar al final de la semana, y ya que hoy era jueves, eso no dejaba muchos
más días para levantar las estacas y marcharse.
Él se levantó y se acercó a la mesa que la usaba de escritorio, se sentó en su silla y puso
los pies sobre la mesa, como solía hacer cuando había vivido en su propia casa, con sus
propias reglas. Parecía mucho tiempo atrás. Casi toda una vida.
En realidad sólo habían sido unos meses desde que él y Sheila se había trasladado en
calidad de residentes permanentes. Unos meses desde que Pip había considerado un
riesgo demasiado alto para que se establecieran en algún otro lugar. Los dos sabían,
había visto de primera mano, las sórdidas actividades que tienen lugar en Pincent
Pharma, y Richard Pincent había prometido encontrarlos y matarlos en las notas que
Jude había hackeado.
Lo habían hecho sentir importante en aquel entonces. Ahora - bueno, ahora ya no
estaba tan seguro de que Sheila no tenía un punto. No era el Subterráneo de por sí. Jude
estaba completamente de acuerdo con todo el asunto anti-Pincent. Él no podía dejar de
estarlo, en realidad no, no viendo que casi nadie de su edad existía y aquellos que
habían nacido habían sido detenidos y enviados a Establecimientos de Excedentes. Sabía
que Pip tenía razón, sabía que la Declaración - esos pedazos de papel que la gente
firmaba prometiendo no procrear sólo para que pudieran tomar la Longevidad – estaba
fundamentalmente errónea, que un mundo completamente lleno de gente mayor
apestaba, incluso si las personas no lucían viejas. Y sabía que Richard Pincent era el
hombre más malvado del mundo entero. Nadie lo odiaba más que Jude – nadie.
Pero había pensado que el Subterráneo sería más como un ejército que un... un... Buscó
la palabra adecuada y fracasó. Había pensado que el Subterráneo sería diferente, un
hervidero de actividad, lleno de soldados, hombres y mujeres valientes hablando de la
revolución por venir, haciendo planes y llevándolos a cabo. En cambio, casi no había
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gente allí por una cosa - la gente entraba por procedimientos o, en ocasiones, por
reuniones, pero nadie se detenía a conversar y no pretender mirar a alguien demasiado
cerca porque era arriesgado, porque la idea era que la gente difícilmente pudiera
identificar a cualquier otros simpatizantes si eran capturados, si Richard Pincent o las
Autoridades se apoderaban de ellos. Las únicas personas que estaban allí de forma
permanente eran Jude, Sheila, Pip, y uno o dos guardias. Jude había visto más drama
cuando había vivido en un pequeño recinto en el sur de Londres.
De repente lo golpeó. Una familia, eso es como era el Subterráneo - una familia un poco
disfuncional. Pip había asumido el papel de los padres, generalmente desaprobando y
criticando todo mientras está convencido de que todo lo que hacía estaba bien y la
mejor manera de hacer las cosas. Peter y Anna eran los niños de oro. Sheila era la joven,
la niña mimada. ¿Y Jude? Era el decepcionante, el inadaptado, el 'problemático'. A veces
ni siquiera estaba seguro de que estaba en la familia en absoluto.
Sacudiendo la cabeza con cansancio, Jude se volvió a su computadora. No tenía sentido
pensar en ello realmente, nunca sería Peter, nunca tendrá lugar en la misma estima. Y
mientras tanto otro camión de Pincent estaba siendo emboscado esa tarde y tenía que
seguirlo. Pronto apareció en su pantalla y observó durante una hora más o menos,
aburrido, miró a Sheila que había aparecido de nuevo al otro lado de la habitación unos
minutos antes y estaba apoyada contra la pared, escoba en mano, soñando despierta. Él
sabía que estaba esperando a que él la llame.
– ¿Te apetece un juego, princesa? –princesa era su apodo para ella - le dijo que era
porque se comportaba como una, porque era tan difícil y demandante, pero en realidad
era porque la primera vez que la había visto, pensó que parecía una princesa en un
cuento de hadas, congelada, asustada, esperando que alguien la rescatara. La había
visto cuando había hackeado la red de Pincent Pharma, cuando se había dado cuenta de
que Pincent Pharma era más que solo una compañía farmacéutica - era una prisión, una
cámara de tortura. Fue entonces cuando había renunciado a todo lo que había dado por
sentado durante toda su vida y abriéndose paso dentro de Pincent Pharma para
rescatarla, para salvar a su princesa de las fuerzas oscuras en juego en las entrañas de
aquel odioso lugar. Allí fue donde había conocido finalmente a Pip y a Peter y juntos
habían hecho el sorprendente descubrimiento de que los Excedentes eran enviados y
utilizados para obtener células madre y obtener la Longevidad +, la maravillosa droga
que trataría los signos externos del envejecimiento, así como el proceso de renovación
interno.
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Ese había sido el fin de la existencia de Jude como un ciudadano Legal - a partir de
entonces, él necesitaba la protección del Subterráneo. Pero la verdad era, que la
Legalidad era tan buena como parece, no cuando tú eras la única persona Legal de tu
edad en lo que parecía ser toda la ciudad o posiblemente todo el país.
–No, gracias, –dijo Sheila arrogantemente, inmediatamente comenzando a empujar la
escoba por el suelo–. De hecho, tengo un montón de cosas que hacer.
Jude sonrió. –Pero los dos sabemos que no las vas a hacer.
Sheila se cruzó de brazos defensivamente. –Si las haré. No soy un vago como tú. –Se dio
la vuelta y barrió un poco de polvo de la esquina, y luego barrió otra vez. Él observo
divertido, pero no dijo nada. Sheila se había criado en un Establecimiento de
Excedentes. Ella no se cansaba de decirle a alguien que la escuchaba que no era un
Excedente, que sus padres habían Excluido la Declaración, renunciando a la Longevidad
para que pudieran tenerla, pero aun así, todavía había terminado siendo llevada por los
Cazadores y entrenada para ser un Activo Valioso, un ama de llaves u otro servidor.
Salvo que parecía que no eran Activos Valiosos después de todo. En Pincent Pharma,
ella había descubierto que Richard Pincent las necesitaba para... otras cosas.
–Como quieras.
–Lo haré. Y si fuera tú, hubiera leído algunos de los libros que Pip te dio. Tienes suerte
de estar aquí, Jude.
– ¿Así que - debo hacerme más valioso? –otra vez se arrepintió de las palabras, la
primera vez que había sido llevados por el Subterráneo Sheila había hecho un gran
problema acerca de las habilidades de limpieza que había aprendido en Grange Hall,
sobre lo valiosa que sería para todos. Pero el Subterráneo tendió a elegir edificios en
ruinas e inhabitable para sus locales, y que no era tan fácil ser un ama de casa en un
lugar que estaba lleno de polvo y donde nadie parecía importarle si el suelo estaba
limpio o no. Pronto resultó que Sheila no era tan buena en la limpieza de todos modos,
ni en la cocina, a menos que la comida carbonizada fuese tu idea de alta cocina. Lo que
significaba que pasaba la mayor parte de su tiempo caminando por todo el lugar, con
una mirada un poco defensiva en su rostro. Jude podría relacionarse con eso, se sentía
como si estuviera continuamente tratando de defender su posición, su valor, su utilidad.
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–Fui rescatada, –dijo Sheila, evidentemente decidiendo que atacar era la mejor forma
de defensa–. Estaba en un Establecimiento de Excedentes porque los Cazadores me
robaron de mis padres. Tú estás... bueno, estabas viviendo en una casa, ¿no es así?
Quiero decir, realmente no necesitas estar aquí en absoluto.
Jude respiró hondo. Siempre las mismas indirectas, los mismos comentarios mordaces,
como si la vida fuera una competencia y si Sheila no intentaba humillarlo al menos tres
veces al día, de algún modo estaría perdiendo en el juego de la vida. El problema era,
que ella ya había perdido tantas veces y Jude lo sabía. Una vida gastada en el Grange
Hall, y su primer contacto con el mundo Exterior fue ser amarrada a una cama en la
Unidad X, un sucio secretito de Pincent Pharma.
Sheila nunca había estado sola, pero sabía que había estado sola - desesperadamente
sola. Había estado muy confundida acerca de sus amigos en Grange Hall, pero a veces le
contaba historias sobre los juegos violentos que jugaban allí, la intimidación y los
castigos que regularmente se impartía, lo que le hacía a Jude sufrir cuando pensaba en
ello. Él perdonaría cualquier cosa a Sheila por lo que ha pasado - sus comentarios
mordaces, su moral retorcida, la manera en que lo observaba en silencio y luego se
escondía en las sombras en el momento en que él se daba la vuelta.
–No como yo, –continuó ella–. Quiero decir, yo era Legal también, pero los Cazadores
me robaron de mis abuelos y mis padres no pudieron encontrarme de nuevo.
Le lanzó una mirada significativa a Jude y él suspiró para sus adentros. Ella le había
contado esta historia miles de veces. Más de un millón. Y la semana pasada,
estúpidamente, estúpidamente, en un momento de debilidad había accedido para ver si
podía rastrear a sus padres para ella. A pesar de que Pip había dejado claro que no
quería que lo hiciera. A pesar de que Sheila había dicho que no buscaría a sus padres
bajo ninguna circunstancia.
–Palmer, era su nombre, –dijo Sheila, mirándolo con cautela–. En Surrey...
–Palmer. De acuerdo, –dijo Jude con torpeza, observando un pedazo de papel delante
de él, una lista de nombres y direcciones. Él suspiró–. OK. Mira, Sheila, tal vez hice un
poco de excavación. El asunto es... –dijo, mordiéndose el labio.
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Sheila lo miró con emoción. – ¿Sí? ¿El asunto es qué? ¿Los has encontrado? Oh, dime,
Jude. Por favor. Sé que Pip no quiere que los encuentre, pero tienes que decirme. Tiene
que –
Ella fue interrumpida por el mismo Pip entrando a la habitación de repente. –Sheila,
–dijo–, tenemos una enfermera por el corredor que le vendría bien un poco de ayuda, si
eres tan amable. –Jude miró sorprendido, no lo había notado, no sabía cuánto tiempo
había estado allí de pie.
– ¿Has descubierto lo que sucedido? ¿Qué le pasaba a esa mujer? –le preguntó
esperanzado, pero Pip no contestó, sino que miraba a Sheila deliberadamente.
Ella abrió la boca como si fuera a protestar, entonces, percibiendo la expresión
inamovible de Pip, se encogió de hombros y vagó por el corredor.
– ¿Y? –preguntó Jude cuando ella se había ido.
-–Sheila ha tenido una vida difícil, ¿no te parece? –señaló Pip, caminando hacia él.
Jude asintió con cautela. Había aprendido a prestar atención lo que le decía a Pip, quién
tenía una manera de tergiversar sus palabras, haciéndolo parecer estar de acuerdo con
cosas que no tenía la intención de acordar.
–Ella no ha visto a sus padres por años, me parece.
–No desde que tenía unos cuatro años, creo, –dijo Jude.
–Y ahora, por primera vez en su vida está relativamente segura. Ella te tiene, y tiene la
protección del Subterráneo.
–Así es, –asintió Jude.
– ¿Así que piensas que es una buena idea, ahora, enturbiar las cosas, distraerla con
pensamientos de sus padres?
Jude frunció el ceño. –Pero yo –
–No hay peros, Jude. Y ahora hay un camión que requiere seguimiento y creo que
merece toda tu atención.
–Estoy enfocado. –Jude podía sentir que su boca se fijaba en un gesto furioso. ¿Pip no
confía en él en absoluto?
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–No, Jude, no estás enfocado. Si estuvieras centrado, te habrías dado cuenta de que el
camión se ha detenido.
Los ojos de Jude se abrieron como platos y se ampliaron a la pantalla del software de
SpyNet, que estaba inspeccionando el sistema de circuito cerrado de televisión propio
de Pincent Pharma con el fin de realizar un seguimiento del progreso de los camiones de
Pincent Pharma ahora de cara a la emboscada del Subterráneo. – ¡Mierda! –dijo. El
camión estaba en su lado en el medio de la carretera. Un solitario coche viró para
evitarlo, pero mantuvo la conducción–. ¡Mierda! Lo siento, yo...
Se volvió a Pip, que sonrió suavemente y apuntó de nuevo a la pantalla. Jude asintió,
giró y vio que hombres vestidos de caqui saltaban delante del camión, sacando al
conductor, obligándolo abrir la parte de atrás. Jude sintió la familiar oleada de
adrenalina al ver la escena desplegarse - David contra Goliat, el Bien contra el Mal.
Las puertas estaban abiertas ahora y los ojos de Jude estaban en el conductor que
estaba en el suelo, dos hombres manteniéndolo presionado. Parecía agitado, temeroso -
él estaba gritando algo. Los hombres del Subterráneo estaban sacando grandes cajas del
camión, que no se parecía a las habituales cajas que transportan las drogas de la
Longevidad. No es que importase - serían quemadas de todos modos, destruidas. El
Subterráneo dejaría su mensaje alto y claro al lado de la carretera.
Pero al ver las cajas siendo abiertas Jude frunció el ceño, las líneas entre sus ojos
profundizándose. Algo no estaba bien. Las cajas no eran de cartón, estaban hechas de
madera. Los hombres estaban improvisando, fabricando herramientas con sus armas
para penetrar las cajas. Y entonces una se abrió y la mandíbula de Jude cayó, y su mano
se movió hacia su boca, la tapó, con los ojos muy abiertos, con el pulso acelerado, un
oscuro presentimiento levantándose con él.
Miró a Pip en alarma. –No son drogas, –dijo él, mirando cuerpos caer fuera de los
contenedores - cadáveres, negros, pedacitos de cuerpos. Los hombres estaban saltando
hacia atrás, mientras asumían el horror que yacía frente a ellos. Algunos huían, otros
estaban empujando los cuerpos para ver si estaban vivos.
–No, –convino Pip, con la mirada fija en la pantalla, sus claros ojos azules se nublaron de
repente –. No, no lo son.
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–Son como la mujer, –jadeó Jude, el miedo sujetando su pecho como fuertes y heladas
manos.
– ¿La mujer? ¿Lucia así? –Pip preguntó, su voz urgente y baja.
Jude asintió. –Exactamente igual, –dijo sin aliento.
Pip no dijo nada, simplemente siguió mirando justo delante de la pantalla.
– ¿Pip? –Jude se volvió hacia él con ansiedad–. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué pasó con
ellos?
–Una pregunta muy buena, –dijo Pip gravemente.
–Es Pincent Pharma, ¿no es así? –dijo Jude con los dientes apretados–. Voy a subir esto
a la Web. Decirles a los noticieros. La gente tiene que ver esto.
Pip se volvió hacia él, con los ojos nublados y negó con la cabeza. –No, Jude. Ahora no es
el momento de actuar. Ahora es el momento de esperar.
– ¿Esperar? ¿Por qué? –Preguntó Jude incrédulo–. Deja de alejarme. Puedo ayudar.
Debemos transmitir esto. Deberíamos estar usando esto para que el mundo sepa que
Pincent Pharma es corrupto, ¡que está matando a la gente! Déjame ser parte de la
lucha, Pip. Por favor. –Miró con esperanza, con desesperación, con ojos apasionados,
con los puños apretados. Y por un momento, pensó que Pip iba a decir que sí, por un
momento, Pip parecía que realmente lo estaba teniendo en cuenta.
Pero entonces sintió estrellarse con la tierra cuando Pip negó con la cabeza. –Una
transmisión no es necesario ni conveniente, Jude. Las noticias de esto saldrán
eventualmente, te lo aseguro. –Se levantó y comenzó a alejarse.
– ¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que vas a decir?–Preguntó Jude desesperadamente–.
¿Qué debo decirles a los hombres? ¿Qué debo hacer? –Miró miserablemente a su
dispositivo portátil–. ¿Te das cuenta de lo que tengo aquí? ¿Siquiera eres consciente de
que trabajé durante meses en esta red de comunicaciones? ¿De que no tiene rival en lo
que sé? ¿Te importa que no solo grabe ataques, que gracias a mí, tú o yo podemos
hablar directamente con los líderes de los soldados, para enviar refuerzos, dar órdenes
cuando cadáveres se derraman fuera de los camiones en lugar de medicamentos? ¿Te
importa?
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Miró a Pip desafiante, enojado.
Pip le devolvió la mirada y luego asintió. –Por supuesto que lo sé, Jude, –dijo en voz
baja–. Decenas, tal vez cientos de vidas se han salvado gracias a lo que has hecho.
Jude lo miró con sorpresa. Pip nunca siquiera había dado las gracias por la red, nunca
pareció mostrar algún interés en ella. –Entonces, ¿qué les digo que hagan? –preguntó.
–Diles que regresen a casa, –dijo Pip en voz baja–. Y luego haz un seguimiento de los
camiones de nuevo a través de sus viajes. Quiero saber de dónde vienen y dónde se
pararon en su camino. ¿Puedes hacer eso, Jude?
– ¿Seguir camiones? Claro, puedo hacer eso, –dijo Jude fuertemente, volviendo a las
imágenes y sintiendo su sangre volverse fría a la vista de ellas–. Puedo hacer lo que sea
que quieras.
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Capítulo 4
ichard estaba mirando por la ventana de su gran oficina, pero apenas veía la
vista panorámica de Londres, el símbolo de todo su poder y éxito. Se sentía
mal, se sentía cansado, se sentía... asustado.
Poder y éxito. Ya sentía como si se estuvieran evaporando. Se acercó a su escritorio y lo
apretó. Poco a poco respiro, adentro, afuera, adentro, afuera. Él encontraría una
respuesta. Siempre encontraba una respuesta.
Pero aún mientras se decía que todo se resolvería, encontró su mente anegada con la
duda. Durante mucho tiempo había enterrado todos los pensamientos de Albert Fern,
de sus protestas mientras Derek lo llevaba a la muerte. -Tú no tienes nada, Richard... Sin
la fórmula exacta no sabes nada... El círculo de la vida debe ser protegido…
Richard se estremeció. Cómo odiaba a su ex jefe, su ex suegro, el hombre que lo había
tratado con tanto desprecio, que lo obligó a realizar tareas menores en el laboratorio
cuando había quedado claro que estaba destinado para grandes cosas. Pero Richard
había tenido la última palabra. Había sido un artículo que había tenido lugar al mismo
tiempo en la universidad que lo había convencido de que debía ir a trabajar para Albert -
una entrevista en la que el profesor Fern había hecho una pequeña referencia acerca de
su búsqueda de la cura del cáncer, diciendo que temía que podrían curar el
envejecimiento antes de curar todas las cepas de esa terrible enfermedad. Había
terminado su investigación y por lo que había leído, Albert parecía ser el verdadero
negocio. Así que Richard había esperado por una apertura, un puesto de trabajo para
llegar a su laboratorio. Y cuando lo tuvo, había estado preparado.
Todo había ido según el plan. Más planeado que Richard se había permitido soñar. A
excepción...
Él se movió hacia su gran silla de cuero y se sentó con pesadez, luego sacó de su cajón
los papeles que había robado del escritorio de Albert el día de su muerte - garabatos sin
sentido, ecuaciones y un torrente de cartas que hasta los científicos más brillantes
habían sido incapaces de interpretarlas. Todo lo que Richard podía escuchar en su
R
49
cabeza eran las burlas de Albert sobre el círculo de la vida. ¿El círculo de la vida? ¿Qué
era eso?
Furioso, dejó caer los papeles de sus manos de nuevo en el escritorio. Varias veces en
los últimos años casi las había tirado - eran tonterías sin sentido y no las había
necesitado. A pesar de las protestas de Albert, su equipo de científicos había sido capaz
de recrear la Longevidad, como la había nombrado, a partir de la muestra original del
profesor. La droga había navegado a través de todas las pruebas y ensayos y había
tomado al mundo por sorpresa, y Albert Fern había sido refundido en los libros de
historia como un genio que había muerto de causas naturales antes de que su gran
descubrimiento hubiera sido aceptado, aprobado y legalizado.
Richard sabía que la comunidad científica nunca aceptaría la historia de que él mismo
había inventado la droga, y la triste y prematura muerte de Albert permitió el origen de
la droga para ser fabricada, manipulada y, lo más importante, mantenerse lo más opaco
como sea posible. Mientras tanto, él había tomado su lugar en el timón de la empresa
más poderosa en el mundo entero. Pero ahora... ahora... ahora necesitaba la fórmula,
necesitaba entender los garabatos de Albert. Pero en lugar de ayudarlo, eran tan
impenetrables como siempre. Casi podía sentir a Albert burlándose de él desde el más
allá.
Richard llevó su puño contra el escritorio con tanta fuerza que los papeles saltaron en el
aire. – ¿Cuál es el círculo sangriento de la vida? –Gritó–. ¿Es la fórmula? ¿Dónde está?
¿Dónde está? ¡Bastardo! ¡Sanguinario santurrón, bastardo manipulador!
Incluso mientras gritaba, sabía que tenía que poner fin a esta pérdida momentánea de
control. La ira no resolvería nada. Pero ésta era rabia que se había estado acumulando
durante años - ira y miedo de que un día las palabras de Albert volverían y lo
perseguirían. A Richard siempre le gustaba tener todos los cabos atados, fue por eso
que le había dicho a Derek deshacerse de Albert en vez de encerrarlo en algún lugar.
Cabos ordenados que le permitieron seguir adelante. Opositores, problemas - que
tuvieron que ser tratados de manera eficiente, no dejados sin resolver. Y había tenido
éxito también, a excepción de la fórmula. Por mucho que se había dicho que él no la
necesitaba, que una copia exacta era perfectamente suficiente - más que suficiente -
siempre había sospechado, incluso conocido, que este desenlace irregular, este asunto
inconcluso regresaría y lo perseguiría. Cuando el Dr. Thomas había estado parloteando
acerca de los virus mutantes, Richard lo había despedido de inmediato. Sabía cuál era el
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  • 2. 2 Para mis hermanas, Maddy y Abigail
  • 3. 3 Índice: Sinopsis.............Pág. 4 Prólogo.............Pág. 5 Capítulo 1.......Pág. 15 Capítulo 2.......Pág. 23 Capítulo 3.......Pág. 33 Capítulo 4.......Pág. 48 Capítulo 5.......Pág. 56 Capítulo 6.......Pág. 62 Capítulo 7........Pág. 67 Capítulo 8………Pág. 76 Capítulo 9………Pág. 85 Capítulo 10……Pág. 88 Capítulo 11……Pág. 95 Capítulo 12………Pág. 103 Capítulo 13………Pág. 114 Capítulo 14………Pág. 123 Capítulo 15………Pág. 129 Capítulo 16………Pág. 135 Capítulo 17………Pág. 140 Capítulo 18………Pág. 144 Capítulo 19………Pág. 148 Capítulo 20........Pág. 153 Capítulo 21........Pág. 164 Capítulo 22........Pág. 177 Capítulo 23........Pág. 180 Capítulo 24........Pág. 186 Epílogo.................Pág. 195
  • 4. 4 Sinopsis uando una camioneta Farmacéutica de Pincent es emboscada por el grupo rebelde conocido como el Subterráneo, su contenido llega como una gran sorpresa - no son las drogas, sino cadáveres en un estado horrible. Parece que la droga principal de la empresa farmacéutica, la Longevidad - que se supone, erradica la enfermedad y asegura la vida eterna - no está cumpliendo con sus promesas. Ahora, un virus se extiende por el país, matando a cientos de personas en su paso, y la Longevidad es impotente para luchar contra él. Pero cuando el jefe inescrupuloso de Pincent reclama que el Subterráneo es el responsable de liberar el virus, depende de Peter, Anna y sus amigos para alertar al mundo sobre la terrible verdad detrás de la Longevidad antes de que sea demasiado tarde. C
  • 5. 5 Prólogo LONDRES, 16 de marzo 2025 lbert Fern miró sus manos, que temblaban. Podía sentir pequeñas gotas de sudor juntarse en las grietas de su frente, líneas grabadas través de los años de concentración que le proporcionó una cara que parecía más vieja que sus años setenta. Setenta años, se encontró pensando. Se habían ido tan rápido, muchos de ellos dedicados a este gran laboratorio, el lugar que más amaba, en busca de respuestas, de avances, de... Se secó la frente con la manga de su bata de laboratorio. No había duda de ello - había hecho la prueba veinte veces y aún el mismo resultado lo estaba forzando sobre él. Tenía la cura, la cura para el cáncer, la cura que salvaría la vida de su hija, y sin embargo, llegó con algo más. Algo increíble. Algo aterrador. Con cuidado, el profesor dejó la jeringa que había estado sosteniendo en sus manos, se quitó los guantes y las gafas de protección. Dio unos pasos hacia atrás, como tratando de escapar de su creación y, al mismo tiempo se sentía incapaz de buscar otro sitio. El Santo Grial. Eso era. Se limpió las manos con su bata, inmediatamente apareció más sudor en ellas. La puerta se abrió de golpe detrás de él, y se asustó, saltando bastante más violento que quizás era de esperar. Con nerviosismo, se volvió, frunciendo su frente. Su asistente lo miró, enarcando las cejas de una manera que puso a Albert incómodo. – Entonces, ¿lo hiciste? ¿Funcionó de nuevo? Albert no dijo nada, pero sus ojos hablaron por él. Las esquinas de la boca de su asistente se deslizaron hacia arriba. –Lo hiciste, ¿no? Tú lo has hecho. Jesús, Albert, ¿Te das cuenta de lo que nosotros tenemos aquí? Albert notó el "nosotros" y lo dejó pasar. –Tal vez. Pero tal vez... –Su voz se apagó. No estaba preparado para articular la verdad, aún no estaba listo para enfrentar la realización que a sólo unos pocos metros de distancia estaba la respuesta a la pregunta que la humanidad había estado preguntando desde que se desarrolló el poder de la A
  • 6. 6 palabra. Estaba en shock, en admiración - el descubrimiento le puso caliente pero al mismo tiempo le heló la sangre. – ¿Albert? –Su asistente caminó lentamente hacia él. El hombre que había estado a su lado durante los últimos años, el hombre que Albert todavía no confiaba–. Albert, – estaba diciendo con incertidumbre –, ¿qué tiene de malo? ¿Algo va mal? Albert negó con la cabeza, y luego asintió con la cabeza, luego sacudió la cabeza de nuevo. –Nada salió mal, –susurró. El rostro del joven se iluminó. –Albert, ya sabes lo que esto significa, ¿no? Tenemos el mundo en nuestras manos. Hemos logrado lo que nadie más hizo. Una vez más, el "nosotros". Albert asintió con inquietud. –Richard, –dijo cuidadosamente –, la invención no siempre es buena. A veces, nuestros inventos son demasiado poderosos para que los controlemos. La división del átomo, por ejemplo. Ernest Rutherford no podía saber lo que iba a seguir, y sin embargo, todos lo asociamos con la bomba atómica. –La bomba atómica mató a la gente, –dijo Richard, poniendo los ojos en blanco de manera despectiva que sólo los hombres jóvenes podrían, Albert pensó para sí mismo–. Esto es sobre salvar vidas. Prolongar la vida. – ¿Pero indefinidamente? –Albert preguntó en voz baja–. ¿Sabes lo que eso significaría? ¿Has entendido las consecuencias? Cambiaría el mundo completamente. Cambiaría la humanidad por completo. Nos convertiríamos en semidioses. –Ya hemos pasado por esto mil veces, –gruñó Richard impaciente, escaneando el escritorio de Albert luego mirando hacia arriba cuando sintió los ojos de Albert sobre él– . Es sólo una excusa evasiva porque eres débil, Albert. Deja de preocuparte. Deja de sentirte como si fueras responsable de cada posible repercusión de lo que has creado. No lo eres. –Pero lo soy, –dijo Albert. –No, no lo eres. Y de todos modos, ¿por qué los seres humanos no deben convertirse en dioses? ¿No es el inevitable siguiente paso? Todo debido a ti, Albert. Todo debido a ti. – Tomo un tubo de ensayo y lo sacudió–. Lo que tenemos aquí es la cosa más hermosa
  • 7. 7 que he visto, –dijo, su voz era casi un susurro–. Es increíble. Es maravilloso. Y tú lo hiciste. Piensa en la gloria. Albert frunció el ceño y negó con la cabeza. –Yo no quiero la gloria, –dijo en voz baja–. Yo ni siquiera sé si quiero esto... ser responsable... haber creado un monstruo tal potencial... –No es un monstruo, –dijo Richard con rapidez–. Tu solo has estado trabajando muy duro, Albert. Debes tomar un descanso. – ¿Un descanso? –Albert lo miró con incredulidad–. ¿Crees que puedo tomar un descanso ahora? –Sí, –dijo Richard, acercándose a él, de repente más tranquilo, y poniéndole las manos sobre los hombros de Albert–. Has salvado la vida de Elizabeth. Lo has hecho. Ahora dame la fórmula y puedes descansar un poco. Había salvado la vida de ella. Albert sintió golpear su corazón en el pecho. Fue así como todo este trabajo había comenzado. La búsqueda de la cura para el cáncer, para el cáncer de Elizabeth, que había hecho estragos en su cuerpo, volviéndola contra él. Su hermosa hija, prácticamente una desconocida para él. Esto había sido algo que había estado capaz de hacer por ella. No lo suficiente - nunca es suficiente - pero algo. Albert miró a Richard, pasando por su mentón anguloso, sus ojos ambiciosos, su rígida postura. El marido de su hija. Su yerno. Tenía que recordarle a sí mismo de este hecho de manera regular - a Albert, siempre estaba sólo "su ayudante", el joven que se había negado a aceptar un no por respuesta, que había aparecido un día, una cara fresca de la universidad, diciéndole a Albert sin ningún tipo de ironía que él sabía que Albert tomaría la decisión correcta y lo contrataría. Luego, como si estuviera decidido a forzarse en cada grieta de la vida de Albert, Richard había transformado sus atenciones en la hija de su jefe. Sin dejarse intimidar por los problemas de salud de Elizabeth, la había cortejado, la arrastró a sus pies y se casó con ella. Incluso había tenido un hijo, mientras estaba en remisión, antes de que el cáncer se apoderara de nuevo, con más fuerza esta vez. Albert estudió a Richard durante unos segundos. A menudo se preguntaba qué había inducido a Elizabeth a enamorarse de este hombre, con su voz fuerte y su completa creencia en sí mismo, tan diferente de él. Entonces otra vez, pensó, tal vez esa fue la razón.
  • 8. 8 –Por lo tanto, la fórmula, –dijo Richard–. Vamos a patentarla de inmediato. – ¿Patentarla? –Albert preguntó vagamente, todavía pensando en su hija, en su nieta. Elizabeth le había prohibido visitarla hace un mes, cuando Albert tenía las primera dudas sobre la bestia que temía que estaba creando. Richard había transmitido el mensaje de sobriedad y de disculpa. Se estaba poniendo peor, él le había dicho, ella necesita la cura y la necesitaba pronto, y ella no permitiría a un hombre que tenía el poder en sus manos para curar su enfermedad ver a su nieta. Después de todo, si ella moría en sus manos, entonces perdería a Maggie. ¿Por qué tenía lo que ella no podía? Había sido el chantaje, Albert reconoció eso, pero aún así accedió, entregándose a su trabajo, seguido de cerca por Richard. Y ahora... ahora... –No he visto a Elizabeth durante tanto tiempo, –dijo tentativamente–. Si pudiera hablar con ella... –Sí, por supuesto, –dijo Richard con seriedad–. Pero Elizabeth va a querer saber que las drogas están en producción, ¿no es así? Que la formulación está siendo creada y probada. Dame la fórmula. Voy a decirle la maravillosa noticia y sé que ella va a querer verte de inmediato. Basta pensar que, una vez que Elizabeth comience a tomar los medicamentos tendrás toda la eternidad para hacer las paces con ella. Piensa en todo el tiempo que ustedes dos pueden estar juntos. Albert sintió una triste sonrisita arrastrarse en su rostro. Su asistente habló de la eternidad a la ligera, como si fuera algo bueno, una aventura, no el horror que realmente era. Pero ese era el optimismo de la juventud. Tal confianza en sí mismo. Tal convicción. – ¿No crees que tal vez estamos cometiendo un gran error? –Preguntó en voz baja–. El panorama de la vida eterna ha corrompido a los hombres a lo largo de los siglos. –El panorama, pero no la realidad, –dijo su asistente, con un rastro de impaciencia en su voz–. Albert, sería moralmente incorrecto retractarse. La gente tiene derecho a saber. La ciencia no puede ser egoísta - tu me enseñaste eso. Albert tragó con incomodidad. Quería tiempo para pensar, tiempo para reflexionar, apreciar sus opciones, para revisar la evidencia, para considerar las implicaciones. Y sin embargo, no había tiempo. No para su hija, por lo menos.
  • 9. 9 – ¿Por qué al menos no me muestras cómo funciona? –dijo su ayudante, luego–, ¿Por favor, Albert? Albert pensó por un momento. Hasta ahora se había frenado a compartir con Richard nada más que lo que era absolutamente necesario, por temor a que su excesivo entusiasmo, su evidente deseo de gloria, podría tentarlo a interferir. Luego asintió. La verdad era que quería que alguien más vea la belleza de lo que había creado, incluso si él no estaba dispuesto a compartir los métodos todavía. Le dio las gafas a Richard, lo llevó al microscopio. Con cuidado, Richard se inclinó hacia abajo. – ¿Qué estoy mirando? –La célula a la derecha. – ¿Qué pasa con ella? Es vieja. Esta devastada. –Ya lo sé, –dijo Albert–. Lo puedes decir por el color, por su falta de vitalidad. Ahora mira. –Tomó una jeringa y colocó cuidadosamente una gota del líquido sobre la célula. De inmediato, la célula comenzó a renovarse, los bordes irregulares se hicieron suaves de nuevo, su interior se puso luminoso una vez más. Albert miró el rostro de su asistente tomar una expresión de asombro, vio sus ojos abrirse, su pelo erizarse. –Es increíble, –susurró Richard–. Albert, esto es la cosa más extraordinaria que he visto nunca. –Se puso de pie, dirigiéndose a Albert con una admiración absoluta estampada en su rostro–. Has convertido a las células viejas jóvenes otra vez. Nadie más se ha acercado a esto. Albert, ¡eres un genio! –No un genio. –Albert se sintió enrojecer un poco por placer. Fue más bien un logro, admitió. Todo un golpe de Estado. La comunidad científica estaría sobre él. Tendría artículos publicados, daría charlas alrededor de todo el mundo. Cerró los ojos, dejándose imaginar su futuro - lo que quedaba de él. Entonces se rió un poco. Su futuro era tan largo como él quería que fuera. Ese era el punto. –Sí, –Richard estaba diciendo en voz baja–, un genio. Piensa en el poder. Quien tiene la clave de esta droga tiene la clave para todo el mundo. La sonrisa que había hecho su camino sobre el rostro de Albert desapareció de repente, su rostro se ensombreció. –No quiero el poder, Richard. La renovación no es cuestión de poder o política o –
  • 10. 10 – ¿Renovación? –las cejas Richard se alzaron–. ¿Así es cómo llamas al medicamento? Me encanta. Renovación. Hace lo que dice en el envase. –La Renovación es el proceso, –dijo Albert, frunciendo el ceño ligeramente–. El medicamento no existe, Richard. No tiene nombre. –Respiró profundamente, la batalla que se había apoderado en su cabeza semanas atrás cuando se dio cuenta que estaba al borde de este descubrimiento no disminuyo. La ciencia contra la humanidad. El científico dentro de él estaba a un punto febril de excitación; el hombre estaba aterrorizado por lo que había creado. –No todavía, –dijo Richard–. Pero lo hará, y pronto. En realidad, tal vez tengas razón - quizás Renovación no es del todo correcto. Tal vez algo que sugiere extensión en lugar de reemplazo. Voy a poner al área de comercialización en esto de inmediato. –Espera. –Albert golpeó sus manos con firmeza–. Richard, tú tienes que parar. No estoy listo. Yo... –su voz se quebró. No sabía cómo terminar la frase. –Nunca estarás listo, Albert. Pero piensa en tu hija. Piensa en todas las personas muriendo innecesariamente, dolorosamente, dejando atrás a los demás, vulnerables... Dame la fórmula, Albert. Dámela a mí y entonces no tienes que preocuparte nunca más. – ¿Crees que va a ser tan fácil? –Albert preguntó, levantando una ceja. –Sí, porque va a estar fuera de tus manos, –dijo Richard, acercándose–. Deja que el gobierno se preocupe por los aciertos y errores, Albert. Tú has hecho tu parte ahora. Date una palmadita en la espalda y relájate un poco. Albert lo miró por un momento. Él tenía un punto. Las decisiones acerca de tales cosas eran dominio del gobierno. Él era un científico, no un ético. Lentamente, entregó la jeringa. – ¿Es eso? ¿Sólo esto? –los ojos de Richard brillaban. Albert asintió. –En su forma más pura, sí. Se puede hacer en forma de comprimidos también, si eso es lo que la gente quiere. Si eso es lo que el gobierno... Pero Richard no lo escuchaba; estaba mirando a la jeringa en éxtasis, con la boca abierta, los ojos brillantes.
  • 11. 11 –Es hermosa, –murmuró–. Es tan hermosa. El elixir de la vida eterna. –Él miró a Albert de repente–. Es eterna, ¿no? Albert asintió con la cabeza, el científico haciéndose cargo, forzando una sonrisa en sus labios, con orgullo en su voz. –Parece que los órganos se renuevan indefinidamente, sí. Por supuesto que no significa la eternidad. Uno tiene que factorizar la capacidad de la naturaleza para cambiar y transformar. –Indefinidamente, –susurró Richard–. Oh, Albert, tú lo hiciste. Ahora, la fórmula. ¿Qué es exactamente? Albert abrió la boca para decir algo, pero se detuvo. Eran los ojos de Richard - el brillo que había visto un par de veces durante las últimas semanas. Había algo que lo hacía ansioso. Puso su mano izquierda sobre la derecha, girando el anillo en su dedo - algo que siempre hacía cuando estaba nervioso, pero que de alguna manera hoy tenía más significado. –La fórmula, –dijo Richard, con más insistencia esta vez–. Anótala para mí, Albert. Yo me encargo de todo, no te preocupes. – ¿Anotarla? No, no, es demasiado complejo... –dijo Albert, tratando de ganar tiempo. Miró su reloj - era tarde, demasiado tarde. No habría nadie más en el edificio ahora. –Entonces muéstrame tus notas. Muéstrame donde están los trabajos. Albert negó con la cabeza. Su paranoia volvía a surgir. –Ahora no, Richard. Mañana. Tienes razón - Necesito un descanso. Me iré a casa ahora. Mañana volveremos a esto otra vez... –No mañana, –dijo Richard, su tono cambiando un poco–. Ahora, Albert. Sé que has estado deliberadamente manteniendo la fórmula lejos de mí, ocultando tus documentos. Pero ahora es el momento de compartir, ¿entiendes? Albert lo miró con incertidumbre. Oyó la amenaza en la voz de Richard, sabía que debía de haberlo oído. –Mañana, –dijo–. Necesito descansar un poco. Hablaremos de esto mañana. –No, Albert, me la darás hoy, –dijo Richard sombríamente. Los ojos de Albert se abrieron como platos. – ¿Qué has dicho?
  • 12. 12 Richard lo miraba amenazadoramente. –dije, dame la fórmula ahora, Albert. Si no te arrepentirás. – ¿Me está amenazando? – ¿Si lo estaba?–preguntó Richard. Albert lo miró fijamente. No tenía miedo, se dio cuenta - un hecho que lo sorprendió. De alguna extraña manera había estado esperando este momento, desde que Richard había llegado a su laboratorio. –Si fuera tú, te diría que no hay ningún uso, –dijo en voz baja–. No voy a darte la fórmula, Richard, y sin ella no tienes nada. Richard digirió esto. –Tengo esto, –dijo, pensativo, sosteniendo la jeringa–. Estoy seguro de que algunos de tus colegas pueden sacar la formulación. Albert sostuvo la mirada de Richard, durante unos segundos, luego se encogió de hombros. –Tal vez podrían copiarla, sí. Pero no será lo mismo. Richard, ¿no es suficiente curar el cáncer? ¿Para curar tú esposa, mi hija? ¿No es eso suficiente gloria para ti? Los ojos de Richard se abrieron como platos, y luego se echó a reír. –Nunca me vas a dar la fórmula, ¿verdad, viejo? Albert negó con la cabeza. –No. –Entonces puedes ser que también sepas que Elizabeth está muerta, –continuó Richard–. Lo ha estado durante semanas. Albert sintió que se le encogía el estómago. – ¿Qué dijiste? –Ella murió. El cáncer la mató. Es por eso que te dije que no quería verte nunca más. No podía desaparecer tu única motivación para la creación de este medicamento, ¿no? En fin, no, curar el cáncer no es suficiente. La vida eterna. Ese será mi legado. – ¿Tu legado? Richard sonrió. –En realidad, no un legado. Tienes que morir para tener un legado, y yo no pienso hacerlo. Ahora no. –Sacó su teléfono y apretó un botón–. ¿Derek? Sí. Ahora sería bueno, gracias. Volvió a mirar a Albert. – ¿Estás seguro de que no me vas a dar la fórmula? ¿Insistes en hacer las cosas difíciles contigo mismo?
  • 13. 13 –Richard, no hagas esto, –dijo Albert con urgencia–. Esto es demasiado grande, demasiado importante. Vas a fallar. Con el tiempo fracasarás. La naturaleza va a ganar. –Yo voy a ganar, –Richard lo corrigió–. Ya ves, –le dijo, levantando la jeringa y mirándola con cariño–, eres el pasado, Albert, y yo soy el futuro. La puerta del laboratorio se abrió y apareció un hombre que Albert vagamente lo reconoció. Uno de los guardias de seguridad de la puerta, pensó. –Ah, Derek, –dijo Richard con gusto. Albert miró con incredulidad como Derek se dirigió hacia él y lo agarró por los brazos. – Tienes que venir conmigo, –dijo rotundamente. – ¿Ir contigo? No, –dijo Albert, dando un paso hacia atrás–. Richard, esto es una locura. Tú no puedes hacer esto. –Oh, pero si puedo, –dijo Richard, alejándose–. Traté de darte una oportunidad, Albert, pero sabía que ibas a perder. Eso sí, simplemente no puedes aliviar la presión, parece. Los científicos rara vez pueden. Adiós, Albert. – ¡No! Quítame las manos de encima, –dijo Albert, luchando contra Derek, quien lo sostenía en un apretón férreo mientras Richard lo miraba desinteresadamente. –No tiene sentido, Albert, –dijo Richard–. Tengo lo que necesito. Tengo la droga y al final del día voy a tener la fórmula también. – ¡Espera! –Gritó Albert–. Espera - no tienes nada. Richard, no puedes hacer esto. Sin la fórmula exacta no tienes nada. No va a funcionar. No puede funcionar. –Entonces dame la fórmula, –dijo Richard. Albert negó con la cabeza. –Nunca. El círculo de la vida debe ser protegido, –jadeó–. Sin ella, no tienes nada. – ¿El círculo de la vida? –preguntó Richard, rodando los ojos. Chasqueó los dedos a Derek–. Llévatelo, –ordenó–. Estoy cansado de esta conversación. Tengo lo que necesito. –Él tomó el teléfono y marcó un número. Derek, por su parte, tomó un trapo del bolsillo y lo forzó a meterlo en la boca de Albert, de modo que apenas podía respirar. –Ahora, sobre esta nueva empresa, –Albert
  • 14. 14 escuchó decir a Richard mientras era arrastrado de la habitación–. Estaba pensando en llamarla Pincent Pharma.
  • 15. 15 Capítulo uno Abril 2142 ichard Pincent se detuvo, con el rostro sombrío. Tomando una respiración profunda, abrió la puerta delante de él y entró a la fría y húmeda habitación. Lo que solía ser una despensa - ahora se había convertido en una sala de autopsias y el olor de la muerte flotaba en el aire. Muerte. La misma palabra hacía temblar a Richard, hizo curvar su boca hacia arriba en repugnancia. La muerte y la enfermedad, sus viejos adversarios - las había vencido una vez antes y las volvería a vencer. El Dr. Thomas, uno de sus científicos de mayor antigüedad a su servicio, estaba de pie sobre un cadáver, con la frente arrugada en una mueca, una brillante luz brillaba sobre su cabeza. Levantó la vista, parecía incómodo. –Me temo que son malas noticias, –dijo, volviendo la mirada hacia el cuerpo - o lo que quedaba de él. La piel estaba apretada contra los huesos, como si cada gota de humedad hubiera abandonado el cuerpo, los ojos muy abiertos, mirando fijamente. Richard deseaba que el Dr. Thomas los hubiera cerrado - lo habría hecho él mismo si la propia idea no lo hacía vomitar. En su lugar, miró directamente al científico, haciendo todo lo posible para ocultar cualquier atisbo de miedo que sus ojos podrían delatar. – ¿Malas noticias? –la terrible sensación de temor inundó a través de él–. No quiero malas noticias. Pensé que lo dejé claro. El Dr. Thomas suspiró y se puso en pie, secándose la frente con la manga y quitándose los guantes de plástico que revestían sus manos. –No sé qué más decir, Sr. Pincent. No sé cuántos cuerpos más puedo abrir cuando me enfrento a la misma conclusión cada vez. Richard lo miró con enojo. – ¿A la misma conclusión? ¿Está seguro? –su voz se quebró mientras hablaba y se aclaró la garganta ruidosamente. –Sí. R
  • 16. 16 Hubo un silencio durante unos minutos, mientras que ambos digerían este pronóstico. –Te equivocas, –dijo Richard, finalmente, con voz desafiante. –Sr. Pincent, señor. –La tensión era audible en la voz del Dr. Thomas–. Sólo porque usted quiere que algo sea, el caso no lo hace que lo sea. He cortado varios cuerpos, y le digo que he encontrado lo mismo en todos ellos... –Su voz se interrumpió al ver la expresión en el rostro de Richard y se dio cuenta de que se había pasado de la raya. Richard le sostuvo la mirada durante unos segundos y luego la dejó caer. Miró el cadáver. Número 7. Ellos habían estado llegando todos los días desde el comienzo de la semana, cuando un Cazador se había derrumbado y su preocupado colega lo había llevado al médico, ante la sospecha de una intoxicación alimentaria - la única posible enfermedad en un mundo donde la Longevidad había hecho a la dolencia y a la enfermedad cosas del pasado. En el momento en que había llegado a la consulta del médico, sin embargo, el hombre estaba muerto. Hillary Wright, la Secretaria General de las Autoridades, había sido alertada inmediatamente y había tenido la precaución de hacer arreglos para que la situación se organizara. Se hicieron excusas y el cuerpo fue llevado a Pincent Pharma para su análisis. –Lo siento, –dijo el Dr. Thomas cuidadosamente–. No quise ser negativo. – ¿No? –la voz de Richard era plana, enojada. El Doctor se aclaró la garganta. –No, –dijo él–. Pero los hechos permanecen. Este virus es mortal. La Longevidad parece que no puede... parece que no puede luchar contra él, señor. – ¿La Longevidad no puede combatirlo? –Richard repitió lentamente–. ¿No puede luchar contra un simple virus? –se sintió enfermo. No era cierto, no podía ser verdad. La Longevidad luchó con cada enfermedad, cada infección, cada bacteria. Mantuvo al mundo joven, luchó contra la muerte, otorgó el don de la vida eterna a la humanidad. También hizo a Gran Bretaña el país más poderoso del mundo. Al igual que Libia a finales del siglo XXI con su petróleo, o a Roma en el primer siglo, con sus ejércitos, nadie se atrevía a cruzar su gobierno, nadie se atrevió a desafiar a sus demandas–. Estás equivocado, –continuó–. La longevidad lucha contra todo. Es invencible. –Por supuesto que lo es, –dijo el Dr. Thomas tentativamente–. Pero tal vez….
  • 17. 17 – ¿Tal vez qué? –los ojos de Richard se estrecharon. El Dr. Thomas se limpió la frente de nuevo. –Tal vez... –Repitió con voz vacilante–. Es sólo una teoría, pero… – ¿Pero qué? Escúpelo, hombre, –gritó Richard, impaciente. –Tal vez el virus ha mutado. Tal vez ha encontrado una manera de hacerlo... una forma de... –pequeñas gotas de sudor continuaron apareciendo en la frente del Dr. Thomas a pesar de sus intentos de limpiarlas. Tomó una respiración profunda–. De vencer a la Longevidad, –dijo al fin, con los ojos muy abiertos ante la enormidad de sus palabras. – ¿Vencer a la Longevidad? –Richard lo miró con incertidumbre–. ¿Qué es exactamente lo que usted sugiere? –Estoy sugiriendo que tenemos un gran problema, –dijo el Dr. Thomas, con la voz quebrada–. Estoy diciendo que si Longevidad no puede luchar contra este virus, entonces... entonces... –tomó una respiración profunda–. Entonces, todos vamos a morir. Richard asintió con la cabeza, digiriendo esto. –Morir, –dijo pensativo. Luego negó con la cabeza–. Imposible. La longevidad es invencible. Tú lo sabes. Todo el mundo sabe eso. Nuestra sociedad se basa en ese hecho tranquilizador, Doctor. Soy el hombre más poderoso en el mundo a causa de este hecho. No hay virus que la longevidad no puede destruir. El hombre es inmune a la enfermedad, al envejecimiento, a la muerte. Tiene que haber otra explicación. –No, –dijo el Dr. Thomas, moviendo la cabeza–. No, Richard, está equivocado. – ¿Estoy equivocado? –Richard miró con interés al científico que había conocido durante tanto tiempo, el hombre que le había servido fielmente durante décadas, nunca cuestionándolo, apenas atreviéndose siquiera a mirarlo a los ojos. Hasta ahora–. Esa es una acusación audaz. El Dr. Thomas suspiró pesadamente. –Lo siento, señor. No quise decir - es sólo la enormidad de esto - si no me equivoco, lo que significa para mí, para usted, para todos... –Estaba sudado mucho ahora. Richard apartó la mirada con disgusto. –Si tienes razón, –gruñó–. Entonces, por lo menos vas a admitir que hay una posibilidad de que te equivocas. Y me permito sugerir que esta oportunidad es muy grande. Tú no
  • 18. 18 eres un científico brillante, Doctor. Tú no inventaste la Longevidad, no has inventado nada. Simplemente buscas cosas que te pido y me das tus conclusiones. Entonces por favor perdóname si no me tomo tu anuncio del fin del mundo demasiado en serio. O en absoluto en serio. –Pero si este virus es dejado que se extienda va a ser una epidemia, –dijo el Dr. Thomas, retorciéndose las manos desesperadamente–. La Longevidad ha suprimido nuestro sistema inmunológico - no tenemos necesidad de ello. Un virus de este tipo podría matar a millones. Cientos de millones de personas. –Su rostro se retorció con incomodidad. – ¿Y eso es todo? ¿Eso es todo lo que tienes para mí? –los ojos de Richard se estrecharon con enojo. El Dr. Thomas se aclaró la garganta. –Me preguntaba si tal vez deberíamos considerar la Medicina Antigua, –dijo con cautela–. Si nos remontamos a través de los archivos, ajustar uno o dos medicamentos antiguos, estoy seguro de que podemos llegar a algo que podría ayudar. Los antivirales. Incluso los antibióticos, para las infecciones secundarias. El período de incubación de este virus es de cinco meses. Si pudiéramos desarrollar una vacuna, tal vez, entonces podríamos – – ¿Medicina antigua? ¿Viejos medicamentos? –Richard lo corto airadamente, con el rostro arrugado con incredulidad–. ¿Quieres que vayamos a la Edad Media, cuando cada enfermedad debía ser tratada por separada, cuando se trataba de una luchar sólo para mantener viva a la gente? –podía sentir la vena en su cuello palpitar con enojo. –No. Quiero decir que sí. Quiero decir, tenemos que hacer algo, ¿no? –Estaba agitado, Richard podía ver el miedo en su rostro mientras hablaba. – ¿Y después qué? ¿Esperamos que el próximo virus se apodere? –Richard podía oír la tensión en su voz y se obligó a tomar control. El Dr. Thomas levantó la vista. –No lo sé, –dijo en voz baja, con los hombros caídos–. Solo estoy en busca de respuestas, como todos los demás. Yo no quiero morir, Sr. Pincent. No quiero que mi familia muera. No quiero... No terminó la frase, sino que empezó a sollozar en silencio, patéticamente.
  • 19. 19 Richard se dio la vuelta, en busca de cualquier cosa que mirar que no sea el Dr. Thomas y el cuerpo tendido en la losa. Pero no había ventanas para aliviar su repentina claustrofobia - nada excepto paredes grises. Esto era una habitación, al igual que otras alrededor, que había sido utilizada de diversas maneras en los últimos años como una cámara de tortura, una prisión, un escondite. Se tragó todos sus habitantes, rara vez regresándolos a la tierra de la vida. –Parece que has perdido la fe, –dijo eventualmente. El Dr. Thomas lo miró con incomodidad. –No he perdido la fe. Creo que solo tenemos que advertir a la gente. Tenemos que hacer algo antes de que más cuerpos lleguen aquí en la oscuridad de la noche. Necesitamos que las Autoridades sepan. Tienen que hacer planes. Richard se quedó pensativo por un momento. – ¿Crees que deberíamos decirle a la gente? ¿Es eso? –La Longevidad no puede luchar contra este virus, –dijo el Dr. Thomas con determinación–. Piense en las consecuencias, Richard. Se va a extender. Extenderse sin obstáculos. Se volverá una epidemia, una pandemia. Va a matar a todos en su estela. Va a – – ¡Detente! –gritó Richard, sosteniendo su mano en alto. Entonces, sin previo aviso, se volvió hacia el Dr. Thomas, agarrándolo por los hombros–. Pasas tus días en laboratorios, disfrutando de los beneficios de la Longevidad, siendo pagado por mí durante años para mejorar la Longevidad, para perfeccionar la fórmula, para mantener a Pincent Pharma en la cima, ¿y ahora te das la vuelta y me dices que tenemos que cavar tumbas? La única razón por la que cualquiera está vivo es por mí, por mis medicamentos. El mundo me debe todo. Tú me debes todo. ¿Y la amenaza de un virus que ni siquiera existe por lo que sé es suficiente para hacer que predigas el fin del mundo? El Dr. Thomas se puso pálido, y luego se aclaró la garganta otra vez. –Le debemos todo porque nos prometió que íbamos a vivir para siempre. Si usted no puede mantener esa promesa... –su voz estaba temblando, pero había determinación en ella.
  • 20. 20 Richard cerró los ojos un momento y luego volvió a mirar al Doctor temblando. Él no quiso escuchar. No podía escuchar. La Longevidad triunfaría, porque la alternativa era demasiado aterradora. –Basta ya de esto, –dijo secamente–. Vas a continuar para llevar a cabo las autopsias hasta que tengamos conclusiones diferentes. ¿Entiendes? –Pero eso es imposible. No hay otras conclusiones que puedo extraer. El Dr. Thomas estaba mirando a Richard a los ojos y eso lo inquietaba. Hace años, la gente solía decir que la muerte era el gran nivelador. Richard no estaba de acuerdo - era el miedo a la muerte que hizo a los hombres olvidarse de sí mismos. –Ya veo, –dijo–. Bueno, en ese caso, lo siento. – ¿Cómo? –el Dr. Thomas lo miró con optimismo. –Sí, lo siento, –dijo Richard, asintiendo con la cabeza lentamente. Luego, en un movimiento hábil, sacó una pistola y disparó. El Dr. Thomas miró sorprendido, luego se desplomó en el suelo, sangre supurando desde su pecho–. Lo siento, –continuó Richard–, de que me has dado un nuevo cuerpo para eliminar. Lo siento por haber perdido a uno de mis mejores científicos. Sacó su teléfono. El Dr. Thomas estaba muerto, pero sus palabras, sus preocupaciones, todavía estaban colgando en el aire, como el polvo. Richard se sentía como si estuviera ahogándose en ellas. – ¿Derek? Soy yo. Te necesito en el sótano. –Por supuesto. Richard puso su teléfono en el bolsillo, luego se apoyó contra la pared. No tuvo que esperar mucho. Derek Samuels, su Jefe de seguridad, apareció minutos más tarde. Por su expresión Richard dedujo que no se sorprendió al ver a su ex compañero ahora yaciendo sin vida en el suelo. Inmediatamente, Richard sintió alivio desbordándose a través de él, de inmediato sintió el consuelo familiar de la seria voz de Derek y su comportamiento. Derek Samuels era el único hombre que Richard podía confiar para ser completamente carente de emociones, para centrarse en el trabajo, para no mostrar interés en los derechos, las
  • 21. 21 injusticias, en los peros. Si tenía una conciencia, la escondía bien. Richard sospechaba que le gustaba su papel de ejecutor, disfrutaba el poder que le cedía, disfrutaba el sufrimiento que causaba. Richard no había tenido ni idea de todos estos años qué compañero Derek llegaría a ser cuando le ofreció 5.000 libras para que le haga un favor, para que se haga cargo de alguien por él, para que ayudara a deshacerse de un problema. – ¿Entonces Thomas no encontró la respuesta que estabas buscando? –preguntó Derek, con un tono tan serio como siempre. Richard negó con la cabeza y suspiró. De pronto se sintió muy cansado. –No, –respondió él con cansancio–. Dijo que era un virus que ha mutado, que había descubierto la manera de eludir a la Longevidad. Dijo que va a haber una epidemia. Dijo que todos vamos a morir. –Él intentó una risa, pero sonó hueca. –Ah, –dijo Derek con gravedad, mientras levantaba el cuerpo en una bolsa de plástico y comenzaba a limpiar el desorden–. Ya veo. Richard se encontró mirando a Derek en admiración mientras metódicamente se ponía a trabajar. El único hombre que nunca le fallaría, cuya larga vida había estado dedicada a suavizar el camino para él, tratando con sus enemigos, protegiéndolo de sus amigos. –No sé qué hacer, –dijo él, su voz tan tranquila que apenas era audible–. ¿Qué voy a hacer, Derek? Derek miró hacia arriba y frunció el ceño. Luego se volvió de nuevo a la sangre en el suelo y continuó limpiándola. – ¿Todavía tienes algo de la fórmula original? –preguntó el asunto de manera casual. – ¿La fórmula original? –Richard frunció el ceño–. No. Bueno, una gota, tal vez. Pero la copiamos exactamente. Tú no crees... –Yo no creo nada, –dijo Derek–. Era sólo una pregunta. –Sí. –dijo Richard, con su mente corriendo–. Pero una buena pregunta. Una pregunta importante. ¿Crees que la copia es el problema? ¿Crees que las copias de las copias ya no son tan poderosas como la original?
  • 22. 22 Derek se encogió de hombros ligeramente. –Yo no sé nada de ciencia, señor - ese es su dominio. Pero fotocopias - no son originales, ¿no? –No, no, no lo son, –dijo Richard, comenzando a caminar–. Pero no tenemos la fórmula. Nunca la encontramos. Todo lo que tenemos son copias. Es todo lo que siempre he tenido. –Nunca la encontramos en aquel entonces, pero eso no quiere decir que no está por ahí afuera en alguna parte, –dijo Derek mientras asistía al cuerpo, envolviéndolo como si fuera simplemente el cuerpo de un animal yendo al mercado–. Lo debe haber escrito en alguna parte. Lo debe haber hecho. –Hemos buscado, –dijo Richard con incertidumbre–. Hemos buscado por todas partes. –Hemos buscado un poco, –admitió Derek–, pero tenías la misma cosa. Tus científicos la copiaron bien, ¿no? No pensamos que necesitábamos la fórmula. Nos detuvimos de buscarla. –Hemos dejado de buscar. –Richard asintió con la cabeza, sus ojos se iluminaron. –Así que ahora podemos empezar de nuevo, –dijo Derek, poniéndose de pie y inspeccionando el suelo, que ahora estaba inmaculado. Richard exhaló, sus hombros se relajaron un poco. Ellos encontrarían la fórmula. La fórmula que resolvería todo. No habría un virus mutado. No habría pandemia. No el final de todo lo que había pasado su vida construyendo. Todo volvería a la normalidad. Todo sería restaurado. –Gracias, Derek. Sabía que podía contar contigo. –Richard se permitió exhalar, luego miró a Derek significativamente y salió de la habitación, haciendo se camino rápidamente de regreso a su despacho, lejos de las entrañas de Pincent Pharma a los luminosos y amplios espacios.
  • 23. 23 Capitulo 2 nna se sentó de golpe, con el corazón latiendo en su pecho, con sudor brotando de su frente. Estaba completamente oscuro, pero sin vacilar saltó de la cama y corrió hacia la habitación de Molly. En silencio abrió poco a poco la puerta, luego se dejó caer de rodillas a los pies de la cuna improvisada de su hija. Permitiendo que su respiración vuelva a la normalidad, Anna veía dormir a su hermoso bebé. Solo cuatro meses de edad, sus pequeñas manos se cerraban en puños, su pecho suavemente subía y bajaba con cada respiración, con los labios fruncidos, fruncía las cejas como concentrándose tan fuerte como fuera posible para dormir. Molly estaba bien. Por supuesto que estaba bien. Fue sólo un sueño, una pesadilla. Al igual que todas las demás. De vez en cuando Molly suspiraría y se extendería por algún objeto inexistente. Su pulgar encontraría su boca, se daría la vuelta y luego, cuando el sueño la abrasara una vez más, el pulgar caería de nuevo. Anna sabía esta rutina mejor que cualquier otro en el mundo. Cada noche, durante semanas la había visto, tranquilizada de que sus peores temores eran sólo eso y que nadie se estaba robando a su bebé, no en el mundo real. Desde el día en que nació, Molly había representado tanto para Anna. Era como si su propia felicidad y paz mental se encontraban en ese pequeño cuerpo. Molly era más valiosa para ella de lo que había sido preparada - ella habría dormido en el suelo junto a la cama cada noche si Peter la hubiera dejado. Él le había dicho que tenían que seguir adelante, le dijo que estaba a salvo ahora, que Molly estaba a salvo, que no tenía por qué temer más, que debería dormir satisfecha. Pero fue el sueño en sí que despertó todos los temores de Anna. Los sueños que llenaban su mente tan pronto como se sumía en el subconsciente eran atestados con Cazadores tratando de arrebatar a Molly y a Ben, el hermano de tres años de edad de Anna, lejos de ella. Su inocencia del mundo en que habían nacido, su falta de conciencia de lo preciosa que sus vidas eran, hizo a Anna tan protectora como una leona. Al igual que su propia madre, ella moriría por ellos - ahora entendía por qué. A
  • 24. 24 Anna no había conocido mucha inocencia en su vida. Llevaba por los Cazadores al Grange Hall cuando ella era muy pequeña, había crecido bajo la ira de la Sra. Pincent. Sólo cuando Peter había llegado dos años antes había aprendido que ella no era mala, no era una Carga para la Madre Naturaleza, que estaba mal hacerla trabajar sin descanso para pagar por los pecados de sus padres. Ahora era Legal, pero incluso eso no ofrecía mucha protección, no cuando su propia existencia era una amenaza para las Autoridades, no cuando Richard Pincent la quería muerta a ella y a Peter, fuera de escena. Pero el Subterráneo los estaba manteniendo a salvo. Ella lo sabía. Durante el día, se lo recordaba con regularidad, no había nada de qué preocuparse. Como Peter dice todo el tiempo, iban a estar bien. El Subterráneo había encontrado un lugar donde vivir, un lugar donde nadie podía encontrarlos. Ellos eran autosuficientes, más o menos, estaban protegidos. Todo estaba bien. Por fin, todo en la vida de Anna estaba bien. En silencio, Anna se dirigió a la cómoda donde una pila de ropa planchada de Molly estaba tendida. Ella la tomó y, una por una, las guardó. Ordenar la tranquilizó - había pasado la mayor parte de su vida tratando de lograrlo. Pero por la noche los demonios salían - los terribles monstruos que querían robar a sus hijos, que querían encarcelarlos como ella había sido encarcelada, querían que ellos la odiaran, querían que conocieran una vida sin amor, sin risas, sin ella. Anna había pasado su infancia en el Grange Hall. Un Establecimiento de Excedentes, era una prisión para los niños nacidos ilegalmente por padres que habían firmado la Declaración – un pedazo de papel que la mayoría la firmaban demasiado joven para entender que a cambio de la vida eterna nunca tendrían hijos. Peter había sido un Excedente también, pero no había sido descubierto por los Cazadores, en su lugar había sido pasado alrededor de los simpatizantes del Subterráneo por la mayor parte de su vida, escondido en áticos, sin saber si estaría en el mismo lugar al día siguiente o si sería trasladado de nuevo. Fue sólo cuando fue tomado por los verdaderos padres de Anna que había visto lo que la familia era y que era su amor que lo había llevado a entregarse el mismo a los Cazadores y conseguir que lo enviaran al Grange Hall de modo que pudiera ayudarla a escapar. Y ahora él no conocía el miedo. Anna amaba eso y temía en la misma medida; amaba a su fuerza, su valentía, su capacidad de reír cuando ella le expresaba sus preocupaciones de una manera que no las menospreciaba sino que las hacía obsoletas. Yo estoy aquí, le
  • 25. 25 diría a ella. Nadie te hará daño de nuevo. Pero ella ni siquiera veía su valentía como una amenaza, ella se preocupaba por su inquietud, su necesidad de estar peleando con alguien, con algo. Temía que la fuerza dentro de él eventualmente lo alejaría de ella. De los niños. La ropa estaba plegada, Anna se sentó junto a la cama y escuchó la respiración rítmica de Molly. Todo estaba en silencio. Sus seres queridos estaban cerca de ella, estaban durmiendo, no iban a ninguna parte. – ¿Anna? –Ella levantó la vista con un sobresalto al ver a Peter en la puerta, mirándola con curiosidad–. ¿Qué estás haciendo? Ella se ruborizó. –Nada. –Estás viendo su sueño de nuevo, ¿verdad? Anna se mordió el labio. –Yo sólo... –suspiró–. Tuve otra pesadilla. –No me digas, –susurró Peter–. ¿Cazadores? Ella lo miró a los ojos - que brillaban amablemente. –No Cazadores esta vez, –dijo, lentamente poniéndose de pie y avanzando hacia él–. Soñé con Sheila. – ¿Sheila? –Peter frunció el ceño–. ¿Qué soñaste? Anna cerró los ojos por un momento. Sheila, su amiga del Grange Hall. ¿Era amiga la palabra correcta? Sheila había sido su sombra. Menor que Anna, se había vuelto a ella para su protección que Anna le había dado a regañadientes. Sheila no era tan fuerte como Anna, ella se había metido en problemas con las otras chicas, con la Directora, la Sra. Pincent, con todo el mundo. Como un fantasma con su piel pálida, translúcida y su pelo de color naranja pálido, Sheila había sido tan frágil, y sin embargo, había producido una cualidad resistente con ella, la negativa a aceptar su condición de Excedente, la determinación de que sus padres la habían querido, que ella no pertenecía al Grange Hall. Y habría resultado de que ella tenía razón. Sólo habían descubierto eso más tarde, después de que Anna se había escapado con Peter, dejando detrás a Sheila. Después de que Sheila había sido llevada a Pincent Pharma, experimentando con ella, usándola...
  • 26. 26 Anna se estremeció ante el recuerdo. –Yo soñé... –exhaló poco a poco, su respiración visible en el aire frío de la noche–. Soñé que estaba molesta conmigo. Porque no le había creído. Porque yo le había dicho que era un Excedente. Soñé que ella se llevaba a Molly para servirme lo justo, para mostrarme como era. Lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y Peter la atrajo hacia él, hacia el corredor. Luego cerró la puerta de Molly detrás de ellos. –Sheila no haría eso, –dijo él con suavidad, acariciando el cabello de Anna. –Fue mi culpa que terminara en Pincent Pharma, –dijo Anna, con la voz ronca–. Ella me pidió que la llevara conmigo. No lo hice. La dejé atrás. –Tenías que hacerlo, –dijo Peter con severidad–. Y ahora ella está bien de todos modos. Está con Pip y Jude en Londres. No hay nada de lo que sentirse culpable. Nada. –Cuidé de ella. En el Grange Hall, –susurró Anna–. Cuando me fui... –Cuando te marchaste fuiste intrépida y fuerte y valiente. Has salvado mi vida. Para esto, Anna. Deja de encontrar problemas donde no los hay. –La voz de Peter era más dura ahora–. Nadie va a llevarse a Molly. No Sheila, ni los Cazadores, ni nadie. –Ya lo sé, –dijo Anna, secándose los ojos y agitando a sí misma. Miró a Peter con seriedad–. Lo sé. No sé por qué sigo teniendo estos horribles sueños... –Porque no estás trabajando lo suficiente durante el día, –dijo Peter, con un brillo travieso apareciendo de repente en sus ojos - el brillo que empleaba siempre que Anna se exaltaba–. Desenterré todas esas patatas ayer y tú simplemente te sentaste y observaste. – ¡Yo no lo hice! –Protestó Anna ardientemente, a pesar de que sabía de que él no era del todo serio–. Yo desenterré las zanahorias. Y lavé las patatas. Y – –Estoy bromeando, –sonrió Peter–. Mira, los sueños se detendrán con el tiempo. Pero ya no más escurridas por la noche. Necesitas tu sueño y yo también ¿está bien? – ¿Crees que ella está bien? Sheila, quiero decir. ¿Crees que ella es feliz en Londres? –Creo que ella es muy feliz. También creo que ella es su propia persona. No es tu responsabilidad. Ya no más. –Tienes razón. –Anna asintió con la cabeza.
  • 27. 27 –Por supuesto que sí. –Sonrió Peter. Le tomó la mano y Anna la apretó, permitiéndole que la lleve de vuelta a su dormitorio. Y si tenía un mal presentimiento, una sensación de que algo terrible iba a suceder pronto, muy pronto, lo suprimió. Peter tenía razón - tenía que aprender a confiar, se dijo. Tenía que aprender a ser optimista. ••• La mano de Jude estaba temblando. No eran los nervios - por lo menos, se dijo que no eran. Era su agobiante posición la que estaba causando que sus músculos temblaran, a rebelarse, a temblar con indignación. Él respiró hondo y volvió a los cables frente a él, cuidadosamente haciendo conexiones, verificando y doble verificando. Estaba listo para cargar la película, listo para mostrarle al mundo lo que acababa de ver. Miró su reloj - 4 a.m. Buscando a su alrededor una vez más para asegurarse de que no había sido seguido, que las sombras oscuras debajo de él eran sólo eso y no un ejército reunido de los guardias de Pincent listo para atacar, contuvo el aliento y presionó el botón azul en su computadora portátil. Cargar. Oyó un familiar zumbido, el reconfortante sonido del dispositivo parpadeando en acción. Y entonces, por primera vez en tres horas, se permitió relajarse un poco. Había sido su idea, filmando las incursiones en Pincent Pharma. Después de todo, habían estado ocurriendo durante años y nunca nada había pasado - unos pocos lotes de Longevidad habían sido destruidos pero Pincent Pharma solo hacia más. En la batalla de David y Goliat, Jude le había señalado a Pip, Goliat no sólo era ganador, era triunfante y arrogante. Ellos apenas estaban haciendo una abolladura. Pero Jude sabía de tecnología – sabía cómo aprovecharla, cómo hacerla que funcione para él. Y así lo había convencido a Pip para que lo deje ayudar. Inicialmente sólo había rastreado los ataques a través de la red de las Autoridades de las cámaras de circuito cerrado para que Pip, Jude o cualquier otra persona que quisiera, pudiera ver a los soldados del Subterráneo hacer que los camiones de Pincent se detuvieran y destruir las drogas de Longevidad dentro de ellos. Esto hizo que todos se sintieran mejor, los hacía sentir parte de esto, más arraigados a la rebelión. Y entonces Jude se dio cuenta de que si más gente veía los ataques, también se sentirían parte de la rebelión o, si no, al menos sabrían lo que estaba sucediendo. Al menos, las Autoridades y Pincent Pharma no lo podían negar más. Él se levantó y movió sus músculos doloridos, tratando de no hacer una mueca. Odiaba que le recordaran sus debilidades físicas, de su cuerpo delgado, su pálida piel. Tenía casi
  • 28. 28 diecisiete, pero aún se veía como un niño, no como un hombre. Cada vez que se miraba al espejo, se encogía ante su reflejo. Quería ser fuerte, poderoso, pero en cambio se sentía como el pequeño de la camada, el del montón. Peter, su medio hermano, era el héroe de acción que había interrumpido en el Establecimiento de Excedentes para salvar a Anna. Jude... Jude solo era un aficionado a la tecnología. Él oyó algo, un ruido, y se agachó de nuevo, su corazón latía rápidamente. Alguien estaba aquí. ¿Quién? ¿Había sido seguido? Aún así, en silencio, se agachó y esperó. Luego, sin oír nada más, se relajó un poco. Probablemente lo había imaginado. Después de todo, siempre tenía cuidado. Peter era el valiente, el impetuoso, Jude era el planificador, el organizador. En resumen, el aburrido, pensó con ironía. Él nunca había pensado en sí mismo como un aburrido antes de haber conocido a su hermano, antes de haber conocido a Pip y unirse al Subterráneo, el movimiento de resistencia que había sido creado para luchar contra Pincent Pharma, la Longevidad y todo lo que significaba para la humanidad. Había sido un Caballero Blanco en su vida anterior en el Exterior – un genio de la computación que trabajaba para el bien, identificando las deficiencias en las redes de las empresas y ofreciéndose a solucionarlas. Lo hacía por un precio, por supuesto, pero había otros que simplemente se aprovechaban de las debilidades para robar, espiar, para causar estragos. Jude siempre se había visto como un protector benévolo; le gustaba esa imagen, le gustaba la protesta que conseguía cada vez que se ponía en contacto con una gran empresa para hacerles saber que acababa de hackear su red y podría, si quisiera, vaciar su cuenta bancaria. A cambio de su trabajo exigía una cuota suficientemente grande como para seguir adelante por algunas semanas, a veces por unos meses. Y luego se recompensaba por pasar a MyWorld. Sólo podría haber existido en su computadora, pero a menudo se sentía más real que el mundo Exterior. En el mundo real no había gente joven, pero MyWorld estaba lleno de ellos. Y en MyWorld Jude era un héroe auténtico, popular con todos. La verdad era, que la vida sin eso había tomado algún tiempo para acostumbrarse. –Vamos, vamos, –murmuró en voz baja mientras la película digital lentamente se cargaba. Frustraba a Jude que la conectividad se había vuelto, en los últimos meses, más lenta y no rápida. Como todo en estos días, las cosas estaban empeorando todo el tiempo. La caída del suministro de energía, la caída del suministro de agua - había oído que en el suroeste las personas se habían visto obligadas a empezar a hacer cola por
  • 29. 29 agua en el pozo municipal. La sequía había significado que la comida estaba siendo racionada también, y ni siquiera bajo el pretexto de las preferencias de la cedula personal. Pero por lo menos podían hacer cola abiertamente. Por lo menos no eran como él, escondido en un sucio, apenas habitable edificio donde a veces la comida no se materializaba durante días seguidos. El Subterráneo. El Movimiento de la Resistencia. Jude había sabido de su existencia durante toda su vida, pero sólo en referencias sombrías. Alentaban a las personas a tener hijos cuando el mundo ya estaba completo - demasiado lleno. Creían que las drogas de la Longevidad estaban equivocadas cuando la Longevidad había curado al mundo de la enfermedad, había curado al hombre del envejecimiento. Jude, un niño Legal (ciertos miembros de los altos directivos de las Autoridades llegaron con la ventaja de tener un hijo), habían sido educados para odiar al Subterráneo y todo lo que representaba. Pero mientras crecía, mientras había anhelado por compañía, por alguien de su misma edad con quien jugar, los argumentos de su padre a favor de la Longevidad parecían menos convincentes. Y cuando, hace apenas dos años, su padre, Stephen, había sido asesinado por Margaret Pincent, su primer esposa, y la verdad sobre cómo la legalidad de Jude había sido arrancada de su medio hermano Peter fuera revelada, se había dado cuenta de que nada era lo que parecía. Peter, el hijo de Margaret y el segundo hijo de Stephen, había nacido solo dos meses después de Jude, pero el nacimiento de Jude le había dejado como un Excedente. Así, mientras que Jude había sido criado en una familia acomodada, Peter había sido escondido en áticos, en sótanos, obligado a trasladarse de un lugar a otro. No de extrañar que Peter fuese el héroe, Jude pensó mientras observaba la barra de descarga, tamborileando sus dedos sobre su muslo. Y no es de extrañar que Pip no hubiera querido que Jude se una al Subterráneo. Él era un ladrón, su nacimiento le había robado a Peter la legalidad que le correspondía. Jude se sacudió y volvió a su dispositivo. En cualquier momento la policía de las Autoridades podría subir. Había elegido este lugar cuidadosamente – una fábrica abandonada bajo órdenes de demolición, sus paredes y la condenada estructura y las vallas de alambre de púas impidiendo la entrada. Pero aún así, eso no detendría a un guardia o un policía si sospechaba lo que él estaba haciendo aquí. Y si lo atrapaban... se estremeció. No soportaba pensarlo. Desde que había lanzado su suerte con Pip y Peter, desde que había tomado la decisión de unirse al Subterráneo, había estado en la Lista de los Más Buscados. Si por más que tratara de utilizar una tarjeta de crédito sería
  • 30. 30 rastreado, localizado, capturado y encarcelado o peor. El Subterráneo no puede ofrecer mucho en la forma de la hospitalidad, pero al menos lo protegían, lo mantenía a salvo. Miró a su alrededor con cautela y luego, con un suspiro de alivio, vio que el trabajo estaba hecho. Rápidamente sacó los cables, saltó y comenzó a correr. Pero mientras corría a través de una puerta y lo que una vez había sido una escalera en pleno funcionamiento, Jude se detuvo en seco por el sonido que había oído antes. Miró alrededor y cuidadosamente se hundió en las sombras, con el corazón latiendo en su pecho - de la carrera o del miedo, no estaba seguro. Y luego lo escuchó de nuevo. Un jadeo, un ruido agudo. No sonaba como guardias enemigos. No se parecía a nada que Jude había encontrado antes. Vacilante, se arrastró a lo largo de la pared, teniendo cuidado de permanecer oculto en las sombras. Él estaba en una plataforma, un corredor que ahora estaba ausente de ambas paredes. Debajo de él habían dos plataformas como ésta, más allá del hueco donde había estado la otra pared había una caída de cinco metros hacia abajo al piso central donde máquinas abandonadas rebosaban, oxidándose como barcos hundidos. El jadeo era cada vez más fuerte. Jude pensó de nuevo en correr, pero no podía - tenía que saber si lo habían seguido, tenía que saber qué o quién estaba haciendo este sonido. Podría ser una trampa, pero eso era poco probable. Comida gratis habría sido una trampa mejor que el sonido de alguien respirando con dificultad. Comida gratis, si era buena, casi valdría la pena entrar a una trampa. Deteniéndose brevemente para contemplar su estómago vacío, Jude se sacudió y continuó por la orilla hacia el sonido. Se dio la vuelta en la esquina, el sonido era más fuerte y sin embargo, todavía no podía ver nada. Frunciendo el ceño, se apartó de la pared para ver abajo, al piso central, pero todavía no podía ver nada. Sonaba como un animal, se dio cuenta con alivio cada vez mayor. No era humano. Probablemente un perro. Escuchó cuidadosamente; venía directamente debajo de él. Se dejó caer hasta el suelo, Jude avanzó hasta el borde de la plataforma y bajó la cabeza por el borde, estirando el cuello para ver al animal herido haciendo el ruido, ahora frenético. Y entonces sintió que la sangre abandonaba su rostro y sintió que sus manos se humedecían, porque no era un perro. No era un animal de cualquier tipo. Era una mujer. Estaba sentada sujetando su garganta, su piel estirada alrededor de sus manos, alrededor de su rostro, y parecía como si alguien la estaba estrangulando, como si estuvieran tirando de una cuerda invisible alrededor de su cuello, porque se estaba
  • 31. 31 ahogando y tenía los ojos desorbitados y mirando salvajemente, sus manos arañando el aire por encima de su cabeza como si fuera a salvarla. Pero Jude podía ver que nadie estaba tirando de la cuerda invisible, la mujer estaba sola. Sin pensarlo, se giró, agarrando el piso que había estado de pie con las manos, bajándose a la plataforma donde estaba sentada. Ella lo vio, pero apenas podía atreverse a mirarlo. – ¡Agua! –jadeó. Jude sacó su valiosa botella de agua y sólo después de una pausa breve se la ofreció. Ella trató de agarrarla, pero sus brazos estaban agitando desesperadamente. Con cuidado, él vertió un poco de agua en su boca. Ella asintió con la cabeza frenéticamente y derramó el resto, pero a medida que el líquido se deslizaba por su garganta, gimió dolorosamente. – ¿Qué? ¿Qué es?–preguntó Jude con ansiedad, pero la mujer no lo estaba mirando, ella se aferraba a su cuello de nuevo. – ¡Agua! –dijo ella de nuevo. –Se acabó, –dijo Jude–. ¿Qué te pasa? ¿Qué pasó? –Sedienta, –dijo la mujer, con los ojos brillando ahora–. Agua. Jude retrocedió, con los ojos muy abiertos y su corazón latía con fuerza. –Yo no tengo más agua. La mujer asintió con la cabeza, como si por fin entendiera lo que estaba diciendo. Entonces, sin previo aviso, reunió sus fuerzas y se lanzó hacia él, tomándolo por sorpresa y derribándolo al suelo. –Agua, –gritó ella–. ¡Agua! Sus manos estaban agarrando su cuello y luego su codo estaba presionando su tráquea y él no podía respirar. Trató de empujarla pero ella parecía estar impregnada con una fuerza increíble - la fuerza de la desesperación, se encontró pensando - y todo empezó a volverse negro. Y entonces, sin advertencia, la presión desapareció. Él jadeó en busca de aire, ahogándose por oxígeno, rodando sobre su frente, empujándose en cuatro patas. La mujer se había alejado de él, estaba en el suelo ahora. Con su garganta todavía doliendo, Jude la miró con rabia, con miedo, pero luego retrocedió. Su piel se estaba secando. No sólo su piel - su cuerpo. Justo en frente a él. Parecía que cada pizca de
  • 32. 32 humedad fuese literalmente succionada fuera de ella. Ella levantó su cabeza y lo miró, con sus ojos enormes, sus párpados retrocediendo - como un esqueleto, Jude se puso a pensar. Y luego, con un último grito, cayó hacia atrás y se quedó en silencio. Jude no se movió durante un minuto. Shock y temor lo hicieron permanecer completamente inmóvil mientras su cerebro trataba de procesar lo que había visto, tratar de darle sentido a eso. Luego, tentativamente, se detuvo. Su cuello todavía sentía dolor, su respiración todavía era entrecortada mientras se arrastraba hacia la mujer. El no logró todo el camino hacia allí - no se atrevía. Su piel se había vuelto ennegrecida, su boca y ojos estaban abiertos, grandes círculos que lo invitaban a mirar profundamente al interior. En su lugar miró a su alrededor - quería una cinta de esto, tenía que saber dónde encontrar las imágenes. Pero no había cámaras aquí. Se dio una patada. Por supuesto que no había cámaras - había elegido el lugar a causa de ello. Se puso de pie con las piernas temblorosas, consideró llevar a la mujer con él a la sede del Subterráneo, y luego rechazó la idea inmediatamente por razones de seguridad y practicidad. Al menos eso fue lo que se dijo. Pero su verdadera razón era su repugnancia, su terror, su deseo de dejar este lugar tan pronto como sea humanamente posible y nunca regresar. Tomando una última mirada a la mujer, se volvió y corrió hacia la entrada trasera del edificio. Una vez fuera, vomitó violentamente, y luego continuó su viaje de regreso al Subterráneo.
  • 33. 33 Capítulo 3 ude se ocupó de los controles de seguridad del Subterráneo tan rápido como pudo antes de estallar por la puerta. Todavía era temprano, pero las horas no eran importantes aquí y las reuniones regularmente se llevaban a cabo en la oscuridad de la noche. Pip, por lo que Jude podría decir, rara vez dormía e incluso cuando lo hacía, se despertaba y estaba listo para la acción en pocos segundos por si algo estuviera sucediendo. – ¡Pip! –Gritó con urgencia–. Pip, ¿dónde estás? – ¿Jude? –Pip apareció en una puerta, con una expresión indescifrable, pero Jude sabía que rechazaría tal arrebato. Pip, que había establecido al Subterráneo hace cientos de años y lo había conducido desde entonces, era un hombre de pocas palabras y aquellas que pronunciaba eran bien pensadas, ordenadas, cuidadosamente elegidas. Estaba a favor de la precaución sobre la pasión, la razón sobre la primera impresión. Él y Jude no podía haber sido más diferentes entre sí. –Pip, tienes que escuchar esto. Acabo de llegar de la planta procesadora. La desusa cerca de Euston... –Sí, Jude. He visto las imágenes que has subido. Felicitaciones por otro éxito. –Habló en voz baja. Pip, el enigmático líder no oficial del Subterráneo - el grupo rebelde creado para luchar contra la Longevidad, para combatir la Declaración, para luchar contra Pincent Pharma y todo lo que representaba – rara vez levantaba su voz, significaba que nunca sonaba entusiasta, nunca sonaba orgulloso o suficientemente sorprendido por nada. Era la voz más frustrante que Jude había encontrado. –Eso no, –dijo él apresuradamente–. Algo más. Algo... –su rostro crispado sin darse cuenta por lo que estaba por decir–. Acabo de ver a alguien morir. Fue horrible. –Él se arrepintió del uso del lenguaje inmediatamente - se sentía torpe y desdeñoso. Pero no sabía qué más decir, cómo describir lo que había visto. Hacía tiempo que había superado su miedo, su disgusto, en el camino de regreso al Subterráneo se había sacudido, se dijo que no fuera tan patético. Pero ahora, en lugar de llegar a ser tan J
  • 34. 34 valiente, se sintió un poco tonto. Después de todo, había visto gente morir antes - Soldados del Subterráneo, muertos por los secuaces de Pincent Pharma. Sólo que esta vez era diferente. La mujer parecía... enferma. Era una palabra de la historia, un concepto que parecía abstracto de alguna manera. Hasta ahora, eso es. Ahora se sentía muy real y muy terrible. Vio a Pip levantar una ceja y se sonrojó ligeramente –. Fue una mujer. Ella jadeaba, como realmente jadeando por respirar, y ella quería un poco de agua, así que le di un poco, y entonces ella solo... –Sintió sus piernas debilitarse mientras el impacto de la vista lo golpeó una vez más. Podía sentir a Pip viéndolo, quería impresionarlo, quería su admiración. Pero en su lugar pudo ver la simpatía, preocupación. Sus hombros cayeron abatidos–. Se marchito, –dijo, decepcionado consigo mismo–. Ella murió, allí mismo. Sheila apareció junto a él, con los ojos abiertos, y sacó una silla para él, sintió el aleteo habitual de anhelo que llenaba su pecho cada vez que la veía y se sentó. – ¿Ella murió? ¿Entonces era una de Exclusión Voluntaria? –preguntó Sheila. La Exclusión Voluntaria eran las personas que optaban por apartarse de la Declaración, que optaban por renunciar a las drogas de Longevidad para tener hijos. Eran pocos y distantes entre sí y observados con recelo por los Legales - ¿quién querría envejecer y estar abierto a la enfermedad cuando las tabletas de Longevidad podrían protegerte? ¿Quién querría tener un hijo cuando el mundo estaba ahora casi en su totalidad sin hijos? – ¿Estaba sola? –intervino Pip antes de que Jude pueda responder, ahora lo miraba fijamente. Jude asintió con la cabeza. – ¿Y nadie te vio? –continuó Pip. –No. Quiero decir, yo no vi a nadie. Tuve cuidado - regresé aquí, quiero decir. –Bien. Sheila, ¿serías tan amable de hacerle a Jude una taza de té? Y luego, Jude, me gustaría que me dijeras exactamente lo que sucedió. Cada detalle, todo lo que puedas recordar. ¿Puedes hacer eso? Jude asintió con la cabeza.
  • 35. 35 – ¿Té? –Preguntó Sheila, su cara entornada con indignación–. Pero ya no queda té. No tendremos más hasta esta tarde y – –Y yo estaba esperando que podrías ser ingeniosa y encontrar un poco, –dijo Pip, con los ojos ligeramente centelleantes. Los ojos de Sheila se entrecerraron y Jude sintió impulso proyector en cuanto se dio cuenta de que Pip había descubierto su pequeña colección de bolsas de té, de galletas, de todo lo demás que ella había sido capaz de ocultar. Ella no pudo evitarlo - Jude lo sabía, y no la culpaba por ello. Había crecido sin nada que llamar suyo. Jude, que había sido criado con abundantes suministros de todo excepto con amor, no la envidiaba más que participación de algo - él le hubiese dado la camisa si ella la hubiera querido. –No necesito té, –dijo rápidamente–. De verdad, yo – –Sí, lo necesitas, –dijo Sheila en voz baja–. Creo que en realidad puede haber una bolsita de té. Voy a ir a buscar. Ella fue a la cocina y Jude se obligó a mirar de nuevo a Pip. – ¿Estás bien? –el líder del Subterráneo preguntó, sentándose a su lado. Jude asintió. –Estoy bien, –dijo, en los ojos de su mente veía a Sheila tomando una de sus bolsas de té atesoradas desde donde ella la había escondido. –Debe haber sido un shock. –Estoy bien, –insistió Jude–. No soy un completo cobarde, sabes. Su tono era más sarcástico de lo que había previsto y vio a Pip fruncir el ceño ligeramente. –No te considero una persona débil en absoluto, –dijo después de una corta pausa–. Dime lo que has visto, Jude. No dejes nada afuera. Jude se echó hacia atrás en su silla y le dijo todo a Pip - sobre la redada, las cámaras, la carga de la película, escuchar el jadeo y la búsqueda de la mujer. Pip escuchó atentamente, asintiendo de vez en cuando, con el rostro serio. – ¿Su piel estaba ennegrecida?
  • 36. 36 –Ella parecía casi como si hubiera sido quemada, –asintió Jude, estremeciéndose un poco–. Parecía un esqueleto. Pip asintió, sumido en sus pensamientos. Luego miró a Jude, sus ojos, que se habían nublado de repente estaban brillantes y claros. – ¿Qué crees que estaba mal con ella? –Jude le preguntó inquisitivamente–. ¿Crees que fue algo que ver con Pincent Pharma? –Creo que es muy probable, –dijo Pip suavemente. –Así que vamos a averiguar. Voy a entrar ahí de alguna manera, averiguar lo que está pasando. –Miró a Pip esperanzado. Apenas un año antes, Peter había ido a trabajar a Pincent Pharma, fingiendo que quería trabajar con su abuelo, Richard Pincent, fingiendo que había roto todos los vínculos con el Subterráneo. Pip había confiado para que espiara por él, para descubrir los infames secretos que Richard Pincent habían escondido. Peter había sido un héroe, incluso ahora todo el mundo hablaba de su nombre casi con un susurro. Jude deseaba tener una oportunidad similar para demostrar su valía, para mostrar que era digno. Pero Pip negaba con la cabeza. –No, Jude, –dijo, poniéndose de pie–. Tienes que quedarte aquí. Hay mucho que hacer. – ¿Cómo qué? –Preguntó Jude a la defensiva–. Puedo espiar también. Me metí en Pincent Pharma la última vez. Puedo hacerlo de nuevo. Sólo dame una oportunidad para – –No, –dijo Pip de nuevo–. Te necesito aquí. Te necesito para estudiar. – ¿Para estudiar? –Jude suspiró irritado, sus ojos se inclinaron sobre la pila de libros que Pip le había dado para leer: Biografías políticas, libros de historia, libros de supervivencia, sobre los desastres, libros sobre liderazgo, libros sobre plomería... Ambos sabían que leyendo libros no iban a lograr nada. Pip simplemente no lo valoraba, no creían en él. Y, Jude pensó mucho, a lo mejor tenía razón. –Estudiar es muy importante, –dijo Pip seriamente, moviéndose hacia Jude. Levantó su mano y por un momento Jude pensó que la iba a poner sobre su hombro, pero luego pareció cambiar de idea y en su lugar se la llevó de vuelta a su lado.
  • 37. 37 Jude no dijo nada, un golpe de decepción amenazaba con traer lágrimas a sus ojos, ahogando su voz. Más evidencia de que él no era un héroe, pensó desesperadamente. Sheila apareció con una taza de té y se la dio a Jude, que la tomó miserablemente. –Gracias, Jude. Eso ha sido muy esclarecedor, –dijo Pip, poniéndose de pie, sin darse cuenta - o tal vez no elegir notar - la mirada de irritación en la cara de Sheila cuando se dio cuenta de que se había perdido todo–.Y ahora hay mucho que hacer. – ¿Cómo qué? –preguntó Jude de repente, su defensa habitual de sarcasmo finalmente apareciendo. Tomó un sorbo de la bebida caliente y sintió su interior calentarse. Pip frunció el ceño. – ¿Perdón? –dijo. –Dijiste que hay mucho que hacer. Solo me preguntaba qué es, –dijo Jude, mirando a Pip justo a sus ojos. Pip respiró hondo. –Jude, –dijo en voz baja–, ¿Has leído ese libro de allí? Estaba señalando a un libro viejo y maltrecho, el lomo estaba perdido pero Jude sabía que estaba lleno de historias cortas. Historias dirigidas a los niños, no a jóvenes adultos como él. –Sí, –dijo lacónicamente–. Está lleno de cuentos de hadas. –No de cuentos de hadas, –Pip le corrigió–. Fables. Deberías leerlo alguna vez. En particular, la historia sobre el ratón y el león. – ¿El ratón y el león? –preguntó Jude con cansancio. Otra desviación. –El león atrapa al ratón y lo va a matar, pero el ratón brinca en su cola y el león lo persigue y lo persigue, sin siquiera dándose cuenta cuando el ratón se agacha y se escapa. –De acuerdo, –dijo Jude rotundamente. Si Peter estuviera aquí, Pip no estaría hablando de leones y ratones. Si Peter estuviera aquí, estaría en el centro de la acción–. Correcto. Gracias. Suena como una gran historia. –Lo es, Jude. Como ya he dicho, deberías leerla alguna vez. –Entonces, rápidamente, Pip salió de la habitación, dejando a Jude sacudiendo la cabeza en frustración.
  • 38. 38 Sheila atrapó su mirada y entornó los ojos. –Hay, –dijo con solemnidad, haciendo una muy buena imitación de Pip, –mucho que hacer. Jude suspiró, luego se permitió una pequeña sonrisa. –Muchas, muchas cosas importantes, –dijo sin expresión, tomando otro sorbo de té caliente. – ¿Así que realmente murió? –Preguntó Sheila, sacándole la taza y tomando un sorbo–. ¿Delante de ti? Jude asintió con la cabeza. – ¡Eeeuuughh! –Sí, –dijo Jude, levantando una ceja y logrando una sonrisa–. Tú te habrías desmayado a ciencia cierta, o hubieses salido corriendo gritando del lugar. –No, –dijo Sheila desafiante. –Sí, sí lo harías, –dijo Jude, entusiasta con el tema y tomando su taza de nuevo–. Tú habrías estado imposible. –Corriste hacia aquí con bastante rapidez, –dijo Sheila alegremente–. Y estoy segura de haberte oído gritar justo antes de que llegaras. –No, no lo hiciste, –dijo Jude con brusquedad, su sentido del humor evaporando súbitamente. Si Pip pensaba que era débil, eso era bastante malo. ¿Pero Sheila? Eso no lo podía soportar. Sheila lo miró con malicia. –Bueno, tenías miedo. –No lo tenía, –dijo Jude, volviéndose furiosamente–. Yo no tenía miedo, ¿de acuerdo? Sheila no dijo nada durante unos segundos, y luego lentamente se acercó a Jude y se sentó en el brazo de su silla. –Yo habría estado aterrorizada, –dijo en voz baja. – ¿Si? –preguntó Jude inquisitivamente –. ¿En serio? –En serio, –dijo Sheila–. A menos que tú estuvieras allí. Entonces no habría tenido miedo en absoluto. Jude se sintió entrar en calor. –Tú... ¿no lo estarías?
  • 39. 39 –No, –dijo Sheila con firmeza–. Me salvaste de Pincent Pharma. –Ella se volvió hacia él, y Jude vio un destello de auténtica emoción en sus ojos–. Yo sé que tú me has protegido, –susurró–. Siempre me proteges. –Y siempre lo haré, –dijo, envolviendo sus brazos alrededor de ella y abrazándola fuertemente contra él. Él no era un héroe, lo sabía, pero podía ser el héroe de Sheila, si ella lo hubiera dejado. –Entonces, ¿crees que fue Richard Pincent quién mató a esa mujer? –Continuó Sheila, con ansiedad audible en su voz–. ¿Al igual como él me iba a matar? Jude apretó su abrazo su alrededor. –No lo sé, –dijo con gravedad–. Pero no te preocupes, no va a salirse con la suya. –Pensó que, –dijo Sheila, mordiéndose el labio–. Quiero decir, él siempre lo hace. Que el Subterráneo no va a ganar, ¿verdad? Entonces, ¿cuál es el punto? –El punto es, –dijo Jude con suavidad, recordándose a sí mismo que la vida de Sheila ha sido dura, que no era su culpa decir las cosas que dijo–, tenemos que seguir luchando. Si hay más personas jóvenes, más oposición habrá para las Autoridades y Pharma Pincent. –Pero la Declaración tiene sentido, –dijo Sheila, frunciendo el ceño–. Hay demasiada gente como están las cosas. No tenemos suficiente agua. Me dijiste que los ríos se están secando en África. No tenemos suficiente energía, o comida, ni nada. No quiero más gente. Quiero menos gente. Jude sacudió la cabeza con firmeza. –No es así de simple, –dijo. – ¿No? Sheila preguntó inquisitivamente. –No, –dijo Jude, frunciendo el ceño–. El mundo necesita gente joven. No es justo detener a gente nueva sólo para que las personas mayores puedan seguir viviendo. No es... –Él se alejó, no podía pensar con claridad. Todo lo que podía pensar era en la proximidad de Sheila con él, y las extrañas sensaciones disparando alrededor de su cuerpo - como miedo, solamente... diferente. Ella se volvió a mirarlo, y él enrojeció–. ¿No tienes... tareas que hacer?–preguntó, su voz se quebrada con torpeza mientras hablaba. Lamentó las palabras tan pronto como habían salido de su boca, pero ya era demasiado tarde. Sheila levantó las cejas, robó un último sorbo de té de la taza de Jude, y luego
  • 40. 40 salió enojada, dejándolo solo. Suspirando interiormente miró hacia arriba, permitiendo que sus ojos recorran por todo la habitación. Era un pequeño espacio, una de las pocas habitaciones que formaban la sede del Subterráneo. La sede de hoy, en todo caso. El rumor decía que se moverían de nuevo pronto. Y por rumor, Jude quería decir que Sheila le había dicho, lo que significaba que tenía aproximadamente un cincuenta por ciento de probabilidad de ser cierto. A Sheila le gusta saber todo, y si no sabía algo ella lo inventaba en vez de admitir su falta de conocimiento. De acuerdo con Sheila, Pip le dijo a alguien el otro día que estarían en algún otro lugar al final de la semana, y ya que hoy era jueves, eso no dejaba muchos más días para levantar las estacas y marcharse. Él se levantó y se acercó a la mesa que la usaba de escritorio, se sentó en su silla y puso los pies sobre la mesa, como solía hacer cuando había vivido en su propia casa, con sus propias reglas. Parecía mucho tiempo atrás. Casi toda una vida. En realidad sólo habían sido unos meses desde que él y Sheila se había trasladado en calidad de residentes permanentes. Unos meses desde que Pip había considerado un riesgo demasiado alto para que se establecieran en algún otro lugar. Los dos sabían, había visto de primera mano, las sórdidas actividades que tienen lugar en Pincent Pharma, y Richard Pincent había prometido encontrarlos y matarlos en las notas que Jude había hackeado. Lo habían hecho sentir importante en aquel entonces. Ahora - bueno, ahora ya no estaba tan seguro de que Sheila no tenía un punto. No era el Subterráneo de por sí. Jude estaba completamente de acuerdo con todo el asunto anti-Pincent. Él no podía dejar de estarlo, en realidad no, no viendo que casi nadie de su edad existía y aquellos que habían nacido habían sido detenidos y enviados a Establecimientos de Excedentes. Sabía que Pip tenía razón, sabía que la Declaración - esos pedazos de papel que la gente firmaba prometiendo no procrear sólo para que pudieran tomar la Longevidad – estaba fundamentalmente errónea, que un mundo completamente lleno de gente mayor apestaba, incluso si las personas no lucían viejas. Y sabía que Richard Pincent era el hombre más malvado del mundo entero. Nadie lo odiaba más que Jude – nadie. Pero había pensado que el Subterráneo sería más como un ejército que un... un... Buscó la palabra adecuada y fracasó. Había pensado que el Subterráneo sería diferente, un hervidero de actividad, lleno de soldados, hombres y mujeres valientes hablando de la revolución por venir, haciendo planes y llevándolos a cabo. En cambio, casi no había
  • 41. 41 gente allí por una cosa - la gente entraba por procedimientos o, en ocasiones, por reuniones, pero nadie se detenía a conversar y no pretender mirar a alguien demasiado cerca porque era arriesgado, porque la idea era que la gente difícilmente pudiera identificar a cualquier otros simpatizantes si eran capturados, si Richard Pincent o las Autoridades se apoderaban de ellos. Las únicas personas que estaban allí de forma permanente eran Jude, Sheila, Pip, y uno o dos guardias. Jude había visto más drama cuando había vivido en un pequeño recinto en el sur de Londres. De repente lo golpeó. Una familia, eso es como era el Subterráneo - una familia un poco disfuncional. Pip había asumido el papel de los padres, generalmente desaprobando y criticando todo mientras está convencido de que todo lo que hacía estaba bien y la mejor manera de hacer las cosas. Peter y Anna eran los niños de oro. Sheila era la joven, la niña mimada. ¿Y Jude? Era el decepcionante, el inadaptado, el 'problemático'. A veces ni siquiera estaba seguro de que estaba en la familia en absoluto. Sacudiendo la cabeza con cansancio, Jude se volvió a su computadora. No tenía sentido pensar en ello realmente, nunca sería Peter, nunca tendrá lugar en la misma estima. Y mientras tanto otro camión de Pincent estaba siendo emboscado esa tarde y tenía que seguirlo. Pronto apareció en su pantalla y observó durante una hora más o menos, aburrido, miró a Sheila que había aparecido de nuevo al otro lado de la habitación unos minutos antes y estaba apoyada contra la pared, escoba en mano, soñando despierta. Él sabía que estaba esperando a que él la llame. – ¿Te apetece un juego, princesa? –princesa era su apodo para ella - le dijo que era porque se comportaba como una, porque era tan difícil y demandante, pero en realidad era porque la primera vez que la había visto, pensó que parecía una princesa en un cuento de hadas, congelada, asustada, esperando que alguien la rescatara. La había visto cuando había hackeado la red de Pincent Pharma, cuando se había dado cuenta de que Pincent Pharma era más que solo una compañía farmacéutica - era una prisión, una cámara de tortura. Fue entonces cuando había renunciado a todo lo que había dado por sentado durante toda su vida y abriéndose paso dentro de Pincent Pharma para rescatarla, para salvar a su princesa de las fuerzas oscuras en juego en las entrañas de aquel odioso lugar. Allí fue donde había conocido finalmente a Pip y a Peter y juntos habían hecho el sorprendente descubrimiento de que los Excedentes eran enviados y utilizados para obtener células madre y obtener la Longevidad +, la maravillosa droga que trataría los signos externos del envejecimiento, así como el proceso de renovación interno.
  • 42. 42 Ese había sido el fin de la existencia de Jude como un ciudadano Legal - a partir de entonces, él necesitaba la protección del Subterráneo. Pero la verdad era, que la Legalidad era tan buena como parece, no cuando tú eras la única persona Legal de tu edad en lo que parecía ser toda la ciudad o posiblemente todo el país. –No, gracias, –dijo Sheila arrogantemente, inmediatamente comenzando a empujar la escoba por el suelo–. De hecho, tengo un montón de cosas que hacer. Jude sonrió. –Pero los dos sabemos que no las vas a hacer. Sheila se cruzó de brazos defensivamente. –Si las haré. No soy un vago como tú. –Se dio la vuelta y barrió un poco de polvo de la esquina, y luego barrió otra vez. Él observo divertido, pero no dijo nada. Sheila se había criado en un Establecimiento de Excedentes. Ella no se cansaba de decirle a alguien que la escuchaba que no era un Excedente, que sus padres habían Excluido la Declaración, renunciando a la Longevidad para que pudieran tenerla, pero aun así, todavía había terminado siendo llevada por los Cazadores y entrenada para ser un Activo Valioso, un ama de llaves u otro servidor. Salvo que parecía que no eran Activos Valiosos después de todo. En Pincent Pharma, ella había descubierto que Richard Pincent las necesitaba para... otras cosas. –Como quieras. –Lo haré. Y si fuera tú, hubiera leído algunos de los libros que Pip te dio. Tienes suerte de estar aquí, Jude. – ¿Así que - debo hacerme más valioso? –otra vez se arrepintió de las palabras, la primera vez que había sido llevados por el Subterráneo Sheila había hecho un gran problema acerca de las habilidades de limpieza que había aprendido en Grange Hall, sobre lo valiosa que sería para todos. Pero el Subterráneo tendió a elegir edificios en ruinas e inhabitable para sus locales, y que no era tan fácil ser un ama de casa en un lugar que estaba lleno de polvo y donde nadie parecía importarle si el suelo estaba limpio o no. Pronto resultó que Sheila no era tan buena en la limpieza de todos modos, ni en la cocina, a menos que la comida carbonizada fuese tu idea de alta cocina. Lo que significaba que pasaba la mayor parte de su tiempo caminando por todo el lugar, con una mirada un poco defensiva en su rostro. Jude podría relacionarse con eso, se sentía como si estuviera continuamente tratando de defender su posición, su valor, su utilidad.
  • 43. 43 –Fui rescatada, –dijo Sheila, evidentemente decidiendo que atacar era la mejor forma de defensa–. Estaba en un Establecimiento de Excedentes porque los Cazadores me robaron de mis padres. Tú estás... bueno, estabas viviendo en una casa, ¿no es así? Quiero decir, realmente no necesitas estar aquí en absoluto. Jude respiró hondo. Siempre las mismas indirectas, los mismos comentarios mordaces, como si la vida fuera una competencia y si Sheila no intentaba humillarlo al menos tres veces al día, de algún modo estaría perdiendo en el juego de la vida. El problema era, que ella ya había perdido tantas veces y Jude lo sabía. Una vida gastada en el Grange Hall, y su primer contacto con el mundo Exterior fue ser amarrada a una cama en la Unidad X, un sucio secretito de Pincent Pharma. Sheila nunca había estado sola, pero sabía que había estado sola - desesperadamente sola. Había estado muy confundida acerca de sus amigos en Grange Hall, pero a veces le contaba historias sobre los juegos violentos que jugaban allí, la intimidación y los castigos que regularmente se impartía, lo que le hacía a Jude sufrir cuando pensaba en ello. Él perdonaría cualquier cosa a Sheila por lo que ha pasado - sus comentarios mordaces, su moral retorcida, la manera en que lo observaba en silencio y luego se escondía en las sombras en el momento en que él se daba la vuelta. –No como yo, –continuó ella–. Quiero decir, yo era Legal también, pero los Cazadores me robaron de mis abuelos y mis padres no pudieron encontrarme de nuevo. Le lanzó una mirada significativa a Jude y él suspiró para sus adentros. Ella le había contado esta historia miles de veces. Más de un millón. Y la semana pasada, estúpidamente, estúpidamente, en un momento de debilidad había accedido para ver si podía rastrear a sus padres para ella. A pesar de que Pip había dejado claro que no quería que lo hiciera. A pesar de que Sheila había dicho que no buscaría a sus padres bajo ninguna circunstancia. –Palmer, era su nombre, –dijo Sheila, mirándolo con cautela–. En Surrey... –Palmer. De acuerdo, –dijo Jude con torpeza, observando un pedazo de papel delante de él, una lista de nombres y direcciones. Él suspiró–. OK. Mira, Sheila, tal vez hice un poco de excavación. El asunto es... –dijo, mordiéndose el labio.
  • 44. 44 Sheila lo miró con emoción. – ¿Sí? ¿El asunto es qué? ¿Los has encontrado? Oh, dime, Jude. Por favor. Sé que Pip no quiere que los encuentre, pero tienes que decirme. Tiene que – Ella fue interrumpida por el mismo Pip entrando a la habitación de repente. –Sheila, –dijo–, tenemos una enfermera por el corredor que le vendría bien un poco de ayuda, si eres tan amable. –Jude miró sorprendido, no lo había notado, no sabía cuánto tiempo había estado allí de pie. – ¿Has descubierto lo que sucedido? ¿Qué le pasaba a esa mujer? –le preguntó esperanzado, pero Pip no contestó, sino que miraba a Sheila deliberadamente. Ella abrió la boca como si fuera a protestar, entonces, percibiendo la expresión inamovible de Pip, se encogió de hombros y vagó por el corredor. – ¿Y? –preguntó Jude cuando ella se había ido. -–Sheila ha tenido una vida difícil, ¿no te parece? –señaló Pip, caminando hacia él. Jude asintió con cautela. Había aprendido a prestar atención lo que le decía a Pip, quién tenía una manera de tergiversar sus palabras, haciéndolo parecer estar de acuerdo con cosas que no tenía la intención de acordar. –Ella no ha visto a sus padres por años, me parece. –No desde que tenía unos cuatro años, creo, –dijo Jude. –Y ahora, por primera vez en su vida está relativamente segura. Ella te tiene, y tiene la protección del Subterráneo. –Así es, –asintió Jude. – ¿Así que piensas que es una buena idea, ahora, enturbiar las cosas, distraerla con pensamientos de sus padres? Jude frunció el ceño. –Pero yo – –No hay peros, Jude. Y ahora hay un camión que requiere seguimiento y creo que merece toda tu atención. –Estoy enfocado. –Jude podía sentir que su boca se fijaba en un gesto furioso. ¿Pip no confía en él en absoluto?
  • 45. 45 –No, Jude, no estás enfocado. Si estuvieras centrado, te habrías dado cuenta de que el camión se ha detenido. Los ojos de Jude se abrieron como platos y se ampliaron a la pantalla del software de SpyNet, que estaba inspeccionando el sistema de circuito cerrado de televisión propio de Pincent Pharma con el fin de realizar un seguimiento del progreso de los camiones de Pincent Pharma ahora de cara a la emboscada del Subterráneo. – ¡Mierda! –dijo. El camión estaba en su lado en el medio de la carretera. Un solitario coche viró para evitarlo, pero mantuvo la conducción–. ¡Mierda! Lo siento, yo... Se volvió a Pip, que sonrió suavemente y apuntó de nuevo a la pantalla. Jude asintió, giró y vio que hombres vestidos de caqui saltaban delante del camión, sacando al conductor, obligándolo abrir la parte de atrás. Jude sintió la familiar oleada de adrenalina al ver la escena desplegarse - David contra Goliat, el Bien contra el Mal. Las puertas estaban abiertas ahora y los ojos de Jude estaban en el conductor que estaba en el suelo, dos hombres manteniéndolo presionado. Parecía agitado, temeroso - él estaba gritando algo. Los hombres del Subterráneo estaban sacando grandes cajas del camión, que no se parecía a las habituales cajas que transportan las drogas de la Longevidad. No es que importase - serían quemadas de todos modos, destruidas. El Subterráneo dejaría su mensaje alto y claro al lado de la carretera. Pero al ver las cajas siendo abiertas Jude frunció el ceño, las líneas entre sus ojos profundizándose. Algo no estaba bien. Las cajas no eran de cartón, estaban hechas de madera. Los hombres estaban improvisando, fabricando herramientas con sus armas para penetrar las cajas. Y entonces una se abrió y la mandíbula de Jude cayó, y su mano se movió hacia su boca, la tapó, con los ojos muy abiertos, con el pulso acelerado, un oscuro presentimiento levantándose con él. Miró a Pip en alarma. –No son drogas, –dijo él, mirando cuerpos caer fuera de los contenedores - cadáveres, negros, pedacitos de cuerpos. Los hombres estaban saltando hacia atrás, mientras asumían el horror que yacía frente a ellos. Algunos huían, otros estaban empujando los cuerpos para ver si estaban vivos. –No, –convino Pip, con la mirada fija en la pantalla, sus claros ojos azules se nublaron de repente –. No, no lo son.
  • 46. 46 –Son como la mujer, –jadeó Jude, el miedo sujetando su pecho como fuertes y heladas manos. – ¿La mujer? ¿Lucia así? –Pip preguntó, su voz urgente y baja. Jude asintió. –Exactamente igual, –dijo sin aliento. Pip no dijo nada, simplemente siguió mirando justo delante de la pantalla. – ¿Pip? –Jude se volvió hacia él con ansiedad–. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué pasó con ellos? –Una pregunta muy buena, –dijo Pip gravemente. –Es Pincent Pharma, ¿no es así? –dijo Jude con los dientes apretados–. Voy a subir esto a la Web. Decirles a los noticieros. La gente tiene que ver esto. Pip se volvió hacia él, con los ojos nublados y negó con la cabeza. –No, Jude. Ahora no es el momento de actuar. Ahora es el momento de esperar. – ¿Esperar? ¿Por qué? –Preguntó Jude incrédulo–. Deja de alejarme. Puedo ayudar. Debemos transmitir esto. Deberíamos estar usando esto para que el mundo sepa que Pincent Pharma es corrupto, ¡que está matando a la gente! Déjame ser parte de la lucha, Pip. Por favor. –Miró con esperanza, con desesperación, con ojos apasionados, con los puños apretados. Y por un momento, pensó que Pip iba a decir que sí, por un momento, Pip parecía que realmente lo estaba teniendo en cuenta. Pero entonces sintió estrellarse con la tierra cuando Pip negó con la cabeza. –Una transmisión no es necesario ni conveniente, Jude. Las noticias de esto saldrán eventualmente, te lo aseguro. –Se levantó y comenzó a alejarse. – ¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que vas a decir?–Preguntó Jude desesperadamente–. ¿Qué debo decirles a los hombres? ¿Qué debo hacer? –Miró miserablemente a su dispositivo portátil–. ¿Te das cuenta de lo que tengo aquí? ¿Siquiera eres consciente de que trabajé durante meses en esta red de comunicaciones? ¿De que no tiene rival en lo que sé? ¿Te importa que no solo grabe ataques, que gracias a mí, tú o yo podemos hablar directamente con los líderes de los soldados, para enviar refuerzos, dar órdenes cuando cadáveres se derraman fuera de los camiones en lugar de medicamentos? ¿Te importa?
  • 47. 47 Miró a Pip desafiante, enojado. Pip le devolvió la mirada y luego asintió. –Por supuesto que lo sé, Jude, –dijo en voz baja–. Decenas, tal vez cientos de vidas se han salvado gracias a lo que has hecho. Jude lo miró con sorpresa. Pip nunca siquiera había dado las gracias por la red, nunca pareció mostrar algún interés en ella. –Entonces, ¿qué les digo que hagan? –preguntó. –Diles que regresen a casa, –dijo Pip en voz baja–. Y luego haz un seguimiento de los camiones de nuevo a través de sus viajes. Quiero saber de dónde vienen y dónde se pararon en su camino. ¿Puedes hacer eso, Jude? – ¿Seguir camiones? Claro, puedo hacer eso, –dijo Jude fuertemente, volviendo a las imágenes y sintiendo su sangre volverse fría a la vista de ellas–. Puedo hacer lo que sea que quieras.
  • 48. 48 Capítulo 4 ichard estaba mirando por la ventana de su gran oficina, pero apenas veía la vista panorámica de Londres, el símbolo de todo su poder y éxito. Se sentía mal, se sentía cansado, se sentía... asustado. Poder y éxito. Ya sentía como si se estuvieran evaporando. Se acercó a su escritorio y lo apretó. Poco a poco respiro, adentro, afuera, adentro, afuera. Él encontraría una respuesta. Siempre encontraba una respuesta. Pero aún mientras se decía que todo se resolvería, encontró su mente anegada con la duda. Durante mucho tiempo había enterrado todos los pensamientos de Albert Fern, de sus protestas mientras Derek lo llevaba a la muerte. -Tú no tienes nada, Richard... Sin la fórmula exacta no sabes nada... El círculo de la vida debe ser protegido… Richard se estremeció. Cómo odiaba a su ex jefe, su ex suegro, el hombre que lo había tratado con tanto desprecio, que lo obligó a realizar tareas menores en el laboratorio cuando había quedado claro que estaba destinado para grandes cosas. Pero Richard había tenido la última palabra. Había sido un artículo que había tenido lugar al mismo tiempo en la universidad que lo había convencido de que debía ir a trabajar para Albert - una entrevista en la que el profesor Fern había hecho una pequeña referencia acerca de su búsqueda de la cura del cáncer, diciendo que temía que podrían curar el envejecimiento antes de curar todas las cepas de esa terrible enfermedad. Había terminado su investigación y por lo que había leído, Albert parecía ser el verdadero negocio. Así que Richard había esperado por una apertura, un puesto de trabajo para llegar a su laboratorio. Y cuando lo tuvo, había estado preparado. Todo había ido según el plan. Más planeado que Richard se había permitido soñar. A excepción... Él se movió hacia su gran silla de cuero y se sentó con pesadez, luego sacó de su cajón los papeles que había robado del escritorio de Albert el día de su muerte - garabatos sin sentido, ecuaciones y un torrente de cartas que hasta los científicos más brillantes habían sido incapaces de interpretarlas. Todo lo que Richard podía escuchar en su R
  • 49. 49 cabeza eran las burlas de Albert sobre el círculo de la vida. ¿El círculo de la vida? ¿Qué era eso? Furioso, dejó caer los papeles de sus manos de nuevo en el escritorio. Varias veces en los últimos años casi las había tirado - eran tonterías sin sentido y no las había necesitado. A pesar de las protestas de Albert, su equipo de científicos había sido capaz de recrear la Longevidad, como la había nombrado, a partir de la muestra original del profesor. La droga había navegado a través de todas las pruebas y ensayos y había tomado al mundo por sorpresa, y Albert Fern había sido refundido en los libros de historia como un genio que había muerto de causas naturales antes de que su gran descubrimiento hubiera sido aceptado, aprobado y legalizado. Richard sabía que la comunidad científica nunca aceptaría la historia de que él mismo había inventado la droga, y la triste y prematura muerte de Albert permitió el origen de la droga para ser fabricada, manipulada y, lo más importante, mantenerse lo más opaco como sea posible. Mientras tanto, él había tomado su lugar en el timón de la empresa más poderosa en el mundo entero. Pero ahora... ahora... ahora necesitaba la fórmula, necesitaba entender los garabatos de Albert. Pero en lugar de ayudarlo, eran tan impenetrables como siempre. Casi podía sentir a Albert burlándose de él desde el más allá. Richard llevó su puño contra el escritorio con tanta fuerza que los papeles saltaron en el aire. – ¿Cuál es el círculo sangriento de la vida? –Gritó–. ¿Es la fórmula? ¿Dónde está? ¿Dónde está? ¡Bastardo! ¡Sanguinario santurrón, bastardo manipulador! Incluso mientras gritaba, sabía que tenía que poner fin a esta pérdida momentánea de control. La ira no resolvería nada. Pero ésta era rabia que se había estado acumulando durante años - ira y miedo de que un día las palabras de Albert volverían y lo perseguirían. A Richard siempre le gustaba tener todos los cabos atados, fue por eso que le había dicho a Derek deshacerse de Albert en vez de encerrarlo en algún lugar. Cabos ordenados que le permitieron seguir adelante. Opositores, problemas - que tuvieron que ser tratados de manera eficiente, no dejados sin resolver. Y había tenido éxito también, a excepción de la fórmula. Por mucho que se había dicho que él no la necesitaba, que una copia exacta era perfectamente suficiente - más que suficiente - siempre había sospechado, incluso conocido, que este desenlace irregular, este asunto inconcluso regresaría y lo perseguiría. Cuando el Dr. Thomas había estado parloteando acerca de los virus mutantes, Richard lo había despedido de inmediato. Sabía cuál era el