1. El morral pesado que decidimos cargar, la culpa.
Plutarco, el célebre historiador griego, en su obra “Las vidas paralelas” relata la siguiente particular
historia, resumo: Decía la leyenda de Frigia que en algún momento cruzaría por las puertas del Este el
auténtico rey enviado por los dioses, la señal sería la presencia de un cuervo. Pasó entonces una mañana
un humilde pastor, Gordias, quien al cruzar con su carruaje se posó un cuervo en sus bueyes, por
supuesto sería coronado y más adelante padre del rey Midas. Tras su coronación, nadie podía quitar el
yugo que enlazaba los bueyes al carruaje, atado entonces se quedó en la Acrópolis gordiana durante
cerca de 5 siglos sin que nadie lograra desatar aquel nudo. Gente salía del templo frustrada, enfadada,
había quien se quedaba días enteros ideando rebuscadas maniobras para resolver aquel misterio. Hasta
que una mañana, cruzó la puerta de Frigia Alejandro Magno, al estar frente al famoso nudo, lo examina
e intenta desatarlo, luego de ver la complejidad, desenvainó su espada y con un certero corte, dividió el
nudo liberando por fin el yugo ancestral.
La culpa, es un sentimiento karmático de dolor y sufrimiento, así como el nudo gordiano de la
historia, preferimos estar siglos sin resolverlo, manteniendo complejas maneras, otorgándole
hasta ciertos grados de supremacía y majestuosidad (drama), en vez de, sin espavientos, cortar
de tirón todo el sufrimiento que lo acompaña. Pero es que detrás de la culpa siempre hay una
intención, veremos. La culpa se alimenta principalmente del miedo, por un lado del miedo en
no asumir nuestra responsabilidad sobre las consecuencias de nuestras acciones; y por otro, el
miedo a quedarnos solos y la utilizamos como vil herramienta de manipulación.
Al sentirte culpable, y de paso, le añades mucho “show”, te exime en algunos casos, de asumir
las consecuencias de las acciones que cometemos, esas consecuencias que serán mucho más
benignas, que la consecuencia de haberte negado a la nutrición del alma en aprender, crecer,
evolucionar, al darte cuenta del mensaje detrás de los errores que cometemos que, en la
mayoría de las veces, se fundamentan, en acciones inconscientes que debemos llevar al
consciente para madurar y hasta sanar heridas. Peor aún si decimos justificar tercamente el
error cometido: “la verdad que eso lo pensé así porque lo vi en las noticias”, “no me explicaste
eso de esa forma”, “yo soy así”… es lo más común que hacemos, es por ello que debemos
estar conscientes de nuestras acciones a lo largo del día y no estar en el piloto automático estilo
zombis, que no nos permite observar, evaluar y trascender nuestra sombra.
Por otro lado, hay quien utiliza la culpa vinculada a la deuda, utilizando la lástima y la pena para
conseguir que el otro vea en tu sacrificio, una reparación a la que ahora, está comprometido,
cantidad de relaciones interpersonales están basadas en esto, en las madres que creen haberlo
sacrificado todo para que un hijo tenga que pagarle con atención y cuidados, un marido que
trabajo toda la vida para que su mujer ahora lo deje por otro, una empleada que dedicó su vida
por años al trabajo y ahora la despiden. ¿De quién fue la decisión de sacrificarlo todo?
Sentir culpa y culpar a otros son barreras emocionales que nos colocamos sin necesidad, llenas
de juicios que nos distancian de aprender el hacernos responsables de las consecuencias de
nuestras acciones o de nuestros juicios al otro "¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu
hermano y no ves la viga que está en el tuyo?, aprenderíamos la lección que exige de nosotros
el alma si solo lo entendiéramos. La única manera de salir de la toxicidad de la culpa es el
perdón: perdonándonos a nosotros mismos y las proyecciones que hemos colocado en los
demás, pero un perdón real, sentido y liberador (de esto escribiré en el siguiente artículo).