Un capellán en medio de una batalla le ofreció al herido su última cantimplora con agua, su último mendrugo de pan y su único abrigo para calmar la sed, el hambre y el frío del herido antes de hablarle de Dios, lo que llevó al herido a querer conocer a un Dios tan bondadoso que inspiró tales actos de caridad en el capellán.