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DESGLOSANDO UNA IDEA (Héctor de Cárdenas ss.cc.)
Si algo contribuye a procurarnos un poco de alegría en nuestras
vidas, son sin duda: “los regalos”… Y creo muchas veces hemos
pensado en términos de “cosas” para regalar. Olvidamos tal vez que
todo hombre, toda mujer, es un regalo. Un regalo para alguien, pues
fuimos creados para entregarnos mutuamente, los unos a los otros.
Algunos nos vienen magníficamente empaquetados otros envueltos
en papel ordinario, pero sigue siendo cierto que lo más importante
no es el aspecto físico ni la envoltura sino lo que hay dentro…
Nosotros, como los niños, fácilmente nos equivocamos pensando
que el regalo de más tamaño o mejor envuelto es el mejor.
Hay regalos a quienes el correo de la vida ha golpeado y cuyo
embalaje da pena, pero lo más valioso sigue siendo lo que está
dentro y, en definitiva, el hecho de ser regalos.
Hay regalos que se hacen esperar, como se espera un amigo o
como el hijo que algún día vendrá.
A veces los regalos son difíciles de abrir. No quieren ser
desgarrados en su envoltura, anhelarían irse abriendo con la ilusión
y respeto de los grandes misterios o quizá se tenga miedo que una
vez abierto no sea recibido… Por eso todo regalo debe darse en la
esperanza de ser aceptado y en la confianza de ser bien acogido.
¡Soy una persona: soy, pues, un regalo!
Un regalo, primero, para mí mismo, que debo ir abriendo de a pocos
y con ilusión. MI envoltura (aunque de alguna importancia) no es lo
primordial. ¿He mirado ya dentro de mi embalaje?
¿Tengo miedo de hacerlo? Tal vez no quiera ser el regalo que soy…
Una cosa es cierta: soy un don único, producto del amor de Dios.
¿Cuántas veces, preferí abrir, o que se me deje abrir otros paquetes
de regalo y el mío no lo dejo abrir por nadie?
Para muchos, es cierto, seré una envoltura andando, un regalo que
no llega a nadie.
Todo encuentro humano es siempre un intercambio de “Regalos”.
No temas dejar romper tus primeras envolturas porque el interior
nunca se agota y se puede renovar siempre.
La amistad es un regalarse, de persona a persona, tal vez bajo
expresiones y signos diversos, pero en definitiva entrega de un yo a
un tú, tal como es cada uno.
Y cuando poco a poco seas más maduro, tu regalo no será sólo para
ti, sino también para los demás, contigo y a través de ti.
Adueñarme de alguien, es destruir su naturaleza de regalo.
Si me apodero de él, lo pierdo. Si lo doy conmigo, lo conservo. Yo
soy yo mismo, porque me he entregado.
El Padre nos dio como regalo personal, a su Hijo amado, para que
seamos hijos de su amor y nos “regalemos” unos a otros.
Realizar la Eucaristía es explicar nuestra gratitud de sabernos
“regalos” del Señor, para nosotros mismos y para los demás, un
regalo siempre nuevo, por la esmerada preparación de mi mismo,
por la positiva confianza en ser recibido, por la entrega amorosa de
toda mi persona.
Yo quiero ser “un buen regalo” y recibir muchos “regalos”
DESGLOSANDO UNA IDEA (Héctor de Cárdenas ss.cc.)
Si algo contribuye a procurarnos un poco de alegría en nuestras
vidas, son sin duda: “los regalos”… Y creo muchas veces hemos
pensado en términos de “cosas” para regalar. Olvidamos tal vez que
todo hombre, toda mujer, es un regalo. Un regalo para alguien, pues
fuimos creados para entregarnos mutuamente, los unos a los otros.
Algunos nos vienen magníficamente empaquetados otros envueltos
en papel ordinario, pero sigue siendo cierto que lo más importante
no es el aspecto físico ni la envoltura sino lo que hay dentro…
Nosotros, como los niños, fácilmente nos equivocamos pensando
que el regalo de más tamaño o mejor envuelto es el mejor.
Hay regalos a quienes el correo de la vida ha golpeado y cuyo
embalaje da pena, pero lo más valioso sigue siendo lo que está
dentro y, en definitiva, el hecho de ser regalos.
Hay regalos que se hacen esperar, como se espera un amigo o
como el hijo que algún día vendrá.
A veces los regalos son difíciles de abrir. No quieren ser
desgarrados en su envoltura, anhelarían irse abriendo con la ilusión
y respeto de los grandes misterios o quizá se tenga miedo que una
vez abierto no sea recibido… Por eso todo regalo debe darse en la
esperanza de ser aceptado y en la confianza de ser bien acogido.
¡Soy una persona: soy, pues, un regalo!
Un regalo, primero, para mí mismo, que debo ir abriendo de a pocos
y con ilusión. MI envoltura (aunque de alguna importancia) no es lo
primordial. ¿He mirado ya dentro de mi embalaje?
¿Tengo miedo de hacerlo? Tal vez no quiera ser el regalo que soy…
Una cosa es cierta: soy un don único, producto del amor de Dios.
¿Cuántas veces, preferí abrir, o que se me deje abrir otros paquetes
de regalo y el mío no lo dejo abrir por nadie?
Para muchos, es cierto, seré una envoltura andando, un regalo que
no llega a nadie.
Todo encuentro humano es siempre un intercambio de “Regalos”.
No temas dejar romper tus primeras envolturas porque el interior
nunca se agota y se puede renovar siempre.
La amistad es un regalarse, de persona a persona, tal vez bajo
expresiones y signos diversos, pero en definitiva entrega de un yo a
un tú, tal como es cada uno.
Y cuando poco a poco seas más maduro, tu regalo no será sólo para
ti, sino también para los demás, contigo y a través de ti.
Adueñarme de alguien, es destruir su naturaleza de regalo.
Si me apodero de él, lo pierdo. Si lo doy conmigo, lo conservo. Yo
soy yo mismo, porque me he entregado.
El Padre nos dio como regalo personal, a su Hijo amado, para que
seamos hijos de su amor y nos “regalemos” unos a otros.
Realizar la Eucaristía es explicar nuestra gratitud de sabernos
“regalos” del Señor, para nosotros mismos y para los demás, un
regalo siempre nuevo, por la esmerada preparación de mi mismo,
por la positiva confianza en ser recibido, por la entrega amorosa de
toda mi persona.
Yo quiero ser “un buen regalo” y recibir muchos “regalos”

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A veces los regalos son difíciles de abrir. No quieren ser desgarrados en su envoltura, anhelarían irse abriendo con la ilusión y respeto de los grandes misterios o quizá se tenga miedo que una vez abierto no sea recibido… Por eso todo regalo debe darse en la esperanza de ser aceptado y en la confianza de ser bien acogido. ¡Soy una persona: soy, pues, un regalo! Un regalo, primero, para mí mismo, que debo ir abriendo de a pocos y con ilusión. MI envoltura (aunque de alguna importancia) no es lo primordial. ¿He mirado ya dentro de mi embalaje? ¿Tengo miedo de hacerlo? Tal vez no quiera ser el regalo que soy… Una cosa es cierta: soy un don único, producto del amor de Dios. ¿Cuántas veces, preferí abrir, o que se me deje abrir otros paquetes de regalo y el mío no lo dejo abrir por nadie? Para muchos, es cierto, seré una envoltura andando, un regalo que no llega a nadie. Todo encuentro humano es siempre un intercambio de “Regalos”. No temas dejar romper tus primeras envolturas porque el interior nunca se agota y se puede renovar siempre. La amistad es un regalarse, de persona a persona, tal vez bajo expresiones y signos diversos, pero en definitiva entrega de un yo a un tú, tal como es cada uno. Y cuando poco a poco seas más maduro, tu regalo no será sólo para ti, sino también para los demás, contigo y a través de ti. Adueñarme de alguien, es destruir su naturaleza de regalo. Si me apodero de él, lo pierdo. Si lo doy conmigo, lo conservo. Yo soy yo mismo, porque me he entregado. El Padre nos dio como regalo personal, a su Hijo amado, para que seamos hijos de su amor y nos “regalemos” unos a otros. Realizar la Eucaristía es explicar nuestra gratitud de sabernos “regalos” del Señor, para nosotros mismos y para los demás, un regalo siempre nuevo, por la esmerada preparación de mi mismo, por la positiva confianza en ser recibido, por la entrega amorosa de toda mi persona. Yo quiero ser “un buen regalo” y recibir muchos “regalos” DESGLOSANDO UNA IDEA (Héctor de Cárdenas ss.cc.) Si algo contribuye a procurarnos un poco de alegría en nuestras vidas, son sin duda: “los regalos”… Y creo muchas veces hemos pensado en términos de “cosas” para regalar. Olvidamos tal vez que todo hombre, toda mujer, es un regalo. Un regalo para alguien, pues fuimos creados para entregarnos mutuamente, los unos a los otros. Algunos nos vienen magníficamente empaquetados otros envueltos en papel ordinario, pero sigue siendo cierto que lo más importante no es el aspecto físico ni la envoltura sino lo que hay dentro… Nosotros, como los niños, fácilmente nos equivocamos pensando que el regalo de más tamaño o mejor envuelto es el mejor. Hay regalos a quienes el correo de la vida ha golpeado y cuyo embalaje da pena, pero lo más valioso sigue siendo lo que está dentro y, en definitiva, el hecho de ser regalos. Hay regalos que se hacen esperar, como se espera un amigo o como el hijo que algún día vendrá. A veces los regalos son difíciles de abrir. No quieren ser desgarrados en su envoltura, anhelarían irse abriendo con la ilusión y respeto de los grandes misterios o quizá se tenga miedo que una vez abierto no sea recibido… Por eso todo regalo debe darse en la esperanza de ser aceptado y en la confianza de ser bien acogido. ¡Soy una persona: soy, pues, un regalo! Un regalo, primero, para mí mismo, que debo ir abriendo de a pocos y con ilusión. MI envoltura (aunque de alguna importancia) no es lo primordial. ¿He mirado ya dentro de mi embalaje? ¿Tengo miedo de hacerlo? Tal vez no quiera ser el regalo que soy… Una cosa es cierta: soy un don único, producto del amor de Dios. ¿Cuántas veces, preferí abrir, o que se me deje abrir otros paquetes de regalo y el mío no lo dejo abrir por nadie? Para muchos, es cierto, seré una envoltura andando, un regalo que no llega a nadie. 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Realizar la Eucaristía es explicar nuestra gratitud de sabernos “regalos” del Señor, para nosotros mismos y para los demás, un regalo siempre nuevo, por la esmerada preparación de mi mismo, por la positiva confianza en ser recibido, por la entrega amorosa de toda mi persona. Yo quiero ser “un buen regalo” y recibir muchos “regalos”