La avaricia nos deshumaniza porque cuando llegamos al mundo no trajimos nada y cuando nos vayamos tampoco podremos llevarnos nuestras posesiones. Las Escrituras enseñan que vinimos desnudos al mundo y desnudos partiremos, por lo que no debemos aferrarnos a las riquezas temporales sino bendecir a Dios, quien da y quita.