Época colonial: vestimenta, costumbres y juegos de la época
Una infección cantada crónica
1. DÍA 1:
UNA INFECCIÓN CANTADA
Dedicado a mi
sobrino Alvin, en
este proceso de
cambio y
transformación.
Cuando llegaron a Trujillo eran aproximadamente las 4.30 am (creo que
no es común recibir una llamada a esa hora). Yo me había dormido cerca de
las 2 am; por lo tanto, tenía el cuerpo casi adormecido. Me había
levantado como soldado que es sacado de la cama por ese sonido
característico de la corneta en el cuartel. Mi madre y mi hermana
vendrían desde Lima por sólo unos días.
Me alentaba haber concretado algunos puntos: piso de la casa trapeado
(listo), dormitorio donde se quedarían (preparado), jardín exterior
(adecuado para la ocasión), ramo de flores (en el florero y esperando su
destinatario: mamá, leche fresca de vaca (comprada y en el congelador,
manteles y cortinas (lavadas y en su sitio), baño (habilitado para
cualquier imprevisto) y yo (durmiendo en el mueble y en guardia).
Desde que arribaron, mi hermana, no paró de comer. Yo había sido
designado por mamá la seguridad y fiel escudero de mi hermana. Jamás
imaginé que ello implicaría degustar todo, absolutamente todo lo que ella
comiera en los próximos tres días de su estancia. La degustación incluía:
leche fresca de vaca, pan, queso, chuño de papa y de maíz, frutas,
bizcocho, jugo, ...hasta pollo a la brasa. Cierta molestia se dejaba
notar ya durante la primera noche.
El siguiente día (martes), nos dirigimos mi mamá, mi hermana y yo a
los quesos. Compramos: queso fresco y mantecoso, quesillo con dulce de
higos, rosquitas cajamarquinas, manjar blanco, pan, bizcocho, melón,
entre otras cosas.
Para ese entonces, los malestares habían ido en aumento.
2. Vamos a la farmacia, y te compramos algo para ese dolor abdominal -
dijo mamá.
Vamos, pues -respondió mi hermana encogiéndose al mismo tiempo que se
frotaba el área abdominal- que ya no aguanto este dolor...
Ha de saberse que en el Perú, uno se va a la farmacia primero antes
que al doctor y se autoreceta medicamentos sin receta alguna.
Estando en la farmacia, la encargada, después de escuchar los
síntomas, nos sugirió que pasáramos por el consultorio para que
diagnosticaran el hecho. Así lo hicimos. Fuimos allí. Las dudas fueron
confirmadas. Mi hermana padecía de un cuadro de infección estomacal por
haber ingerido alimentos sin previa desinfección de sus manos. Sueros y
pastillas fueron necesarios para contrarrestar dicho mal.
Desde ese entonces, mi hermana tuvo más cuidado. Mamá y yo le
recordábamos la importancia ineludible de lavarse las manos.
¿Ya te lavaste las manos? -preguntaba mamá.
¡Tus manos! -exclamaba yo cada vez que se llevaba algo a la boca.
Estoy completamente seguro que una infección más estaba fuera de los
planes de mi hermana, en lo que le quedaba de visita aquí en este Perú de
todos los peruanos.