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CAPERUCITA ROJA
Había una vez una niña llamada Caperucita Roja, ya que su abuelita le regaló una caperuza
roja. Un día, la mamá de Caperucita la mandó a casa de su abuelita, estaba enferma, para
que le llevara en una cesta pan, chocolate, azúcar y dulces. Su mamá le dijo: "no te apartes
del camino de siempre, ya que en el bosque hay lobos".
Caperucita iba cantando por el camino que su mamá le había dicho y , de repente, se
encontró con el lobo y le dijo:
- "Caperucita, Caperucita, ¿dónde vas?".
- "A casa de mi abuelita a llevarle pan, chocolate, azúcar y dulces".
- "¡Vamos a hacer una carrera! Te dejaré a ti el camino más corto y yo el más largo para
darte ventaja."
Caperucita aceptó pero ella no sabía que el lobo la había engañado. El lobo llegó antes y se
comió a la abuelita.
Cuando ésta llegó, llamó a la puerta:
- "¿Quién es?", dijo el lobo vestido de
abuelita.
- "Soy yo", dijo Caperucita.
- "Pasa, pasa nietecita".
- "Abuelita, qué ojos más grandes tienes",
dijo la niña extrañada.
- "Son para verte mejor".
- "Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes
tienes".
- "Son para oírte mejor".
- "Y qué nariz tan grande tienes".
- "Es para olerte mejor".
- "Y qué boca tan grande tienes".
- "¡Es para comerte mejor!".
Caperucita empezó a correr por toda la habitación y el lobo tras ella. Pasaban por allí unos
cazadores y al escuchar los gritos se acercaron con sus escopetas. Al ver al lobo le
dispararon y sacaron a la abuelita de la barriga del lobo. Así que Caperucita después de
este susto no volvió a desobedecer a su mamá. Y colorín colorado este cuento se ha
acabado.

EL PATITO FEO:
En una hermosa mañana primaveral, una hermosa y
fuerte pata empollaba sus huevos y mientras lo hacía,
pensaba en los hijitos fuertes y preciosos que pronto
iba a tener. De pronto, empezaron a abrirse los
cascarones. A cada cabeza que asomaba, el corazón le
latía con fuerza. Los patitos empezaron a esponjarse
mientras piaban a coro. La madre los miraba eran todos
tan hermosos, únicamente habrá uno, el último, que
resultaba algo raro, como más gordo y feo que los
demás. Poco a poco, los patos fueron creciendo y
aprendiendo a buscar entre las hierbas los más gordos
gusanos, y a nadar y bucear en el agua. Cada día se les
veía más bonitos. Únicamente aquel que nació el
último iba cada día más largo de cuello y más gordo de
cuerpo.... La madre pata estaba preocupada y triste ya que todo el mundo que pasaba por
el lado del pato lo miraba con rareza. Poco a poco el vecindario lo empezó a llamar el
"patito feo" y hasta sus mismos hermanos lo despreciaban porque lo veían diferente a
ellos.
El patito se sentía muy desgraciado y muy sólo y decidió irse de allí. Cuando todos fueron a
dormir, él se escondió entre unos juncos, y así emprendió un largo camino hasta que, de
pronto, vio un molino y una hermosa joven echando trigo a las gallinas. Él se acercó con
recelo y al ver que todos callaban decidió quedarse allí a vivir. Pero al poco tiempo todos
empezaron a llamarle "patito feo", "pato gordo"..., e incluso el gallo lo maltrataba. Una
noche escuchó a los dueños del molino decir: "Ese pato está demasiado gordo; lo vamos a
tener que asar". El pato enmudeció de miedo y decidió que esa noche huiría de allí.
Durante todo el invierno estuvo deambulando de un sitio para otro sin encontrar donde
vivir, ni con quién. Cuando llegó por fin la primavera, el pato salió de su cobijo para pasear.
De pronto, vio a unos hermosos cisnes blancos, de cuello largo, y el patito decidió
acercarse a ellos. Los cisnes al verlo se alegraron y el pato se quedó un poco asombrado, ya
que nadie nunca se había alegrado de verlo. Todos los cisnes lo rodearon y lo aceptaron
desde un primer momento. Él no sabía que le estaba pasando: de pronto, miró al agua del
lago y fue así como al ver su sombra descubrió que era un precioso cisne más. Desde
entonces vivió feliz y muy querido con su nueva familia.

BAMBI
Érase una vez un bosque donde vivían muchos animales y donde todos eran
muy amiguitos. Una mañana un pequeño conejo llamado Tambor fue a
despertar al búho para ir a ver un pequeño cervatillo que acababa de
nacer. Se reunieron todos los animalitos del bosque y fueron a conocer a
Bambi, que así se llamaba el nuevo cervatillo. Todos se hicieron muy
amigos de él y le fueron enseñando todo lo que había en el
bosque: las flores, los ríos y los nombres de los distintos
animales, pues para Bambi todo era desconocido.
Todos los días se juntaban en un claro del bosque
para jugar. Una mañana, la mamá de Bambi lo llevó a ver a
su padre que era el jefe de la manada de todos los ciervos y el encargado de vigilar y de
cuidar de ellos. Cuando estaban los dos dando un paseo, oyeron ladridos de un perro.
"¡Corre, corre Bambi! -dijo el padre- ponte a salvo". "¿Por qué, papi?", preguntó Bambi.
Son los hombres y cada vez que vienen al bosque intentan cazarnos, cortan árboles, por
eso cuando los oigas debes de huir y buscar refugio.
Pasaron los días y su padre le fue enseñando todo lo que debía de saber pues el día que él
fuera muy mayor, Bambi sería el encargado de cuidar a la manada. Más tarde, Bambi
conoció a una pequeña cervatilla que era muy muy guapa llamada Farina y de la que se
enamoró enseguida. Un día que estaban jugando las dos oyeron los ladridos de un perro y
Bambi pensó: "¡Son los hombres!", e intentó huir, pero cuando se dio cuenta el perro
estaba tan cerca que no le quedó más remedio que enfrentarse a él para defender a Farina.
Cuando ésta estuvo a salvo, trató de correr pero se encontró con un precipicio que tuvo
que saltar, y al saltar, los cazadores le dispararon y Bambi quedó herido.
Pronto acudió su papá y todos sus amigos y le ayudaron a pasar el río, pues sólo una vez
que lo cruzaran estarían a salvo de los hombres, cuando lo lograron le curaron las heridas y
se puso bien muy pronto.
Pasado el tiempo, nuestro protagonista había crecido mucho. Ya era un adulto. Fue a ver a
sus amigos y les costó trabajo reconocerlo pues había cambiado bastante y tenía unos
cuernos preciosos. El búho ya estaba viejecito y Tambor se había casado con una conejita y
tenían tres conejitos. Bambi se casó con Farina y tuvieron un pequeño cervatillo al que
fueron a conocer todos los animalitos del bosque, igual que pasó cuando él nació. Vivieron
todos muy felices y Bambi era ahora el encargado de cuidar de todos ellos, igual que antes
lo hizo su papá, que ya era muy mayor para hacerlo.

LOS TRES CERDITOS
En el corazón del bosque vivían tres cerditos que
eran hermanos. El lobo siempre andaba
persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del
lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa.
El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y
poder irse a jugar. El mediano construyó una casita
de madera. Al ver que su hermano pequeño había
terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él. El
mayor trabajaba en su casa de ladrillo.- Ya veréis lo
que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus
hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.
El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo
sopló y sopló y la casita de paja derrumbó. El lobo persiguió también al cerdito por el
bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló
y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí. Casi sin aliento, con
el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor. Los tres se metieron
dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas.
El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una
escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito
mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la
chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó. Escapó de allí dando unos
terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer
cerdito.

PETER PAN
Wendy, Michael y John eran tres hermanos que vivían en las afueras de
Londres. Wendy, la mayor, había contagiado a sus hermanitos su
admiración por Peter Pan. Todas las noches les contaba a sus hermanos
aventuras de Peter. Una noche, cuando ya casi dormían, vieron una
moverse por la habitación. Era Campanilla, el hada que acompaña
a Peter Pan, y el mismísimo Peter. Éste les propuso viajar con él y con
Campanilla al País de Nunca Jamás, donde vivían los Niños Perdidos...
"Campanilla os ayudará. Basta con que os eche un poco de polvo mágico
podáis volar."

las
lucecita
siempre

para que

Cuando ya se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter
les señaló: "Es el barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado
con
él. Hace tiempo un cocodrilo le devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se
pone ahora Garfio cuando oye un tic-tac!”
Campanilla se sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con Wendy, así que,
adelantándose, les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar una flecha a un gran
pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó al suelo, pero, por fortuna, la
flecha no había penetrado en su cuerpo y enseguida se recuperó del golpe.
Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y, también, claro está de sus hermanitos
y del propio Peter Pan. Procuraban no tropezarse con los terribles piratas, pero éstos, que
ya habían tenido noticias de su llegada al País de Nunca Jamás, organizaron una emboscada
y se llevaron prisioneros a Wendy, a Michael y a John.
Para que Peter no pudiera rescatarles, el Capitán Garfio decidió envenenarle, contando
para ello con la ayuda de Campanilla, quien deseaba vengarse del cariño que Peter sentía
hacia Wendy. Garfio aprovechó el momento en que Peter se había dormido para verter en
su vaso unas gotas de un poderosísimo veneno.
Cuando Peter Pan se despertó y se disponía a beber el agua, Campanilla, arrepentida de lo
que había hecho, se lanzó contra el vaso, aunque no pudo evitar que la salpicaran unas
cuantas gotas del veneno, una cantidad suficiente para matar a un ser tan diminuto como
ella. Una sola cosa podía salvarla: que todos los niños creyeran en las hadas y en el poder
de la fantasía. Y así es como, gracias a los niños, Campanilla se salvó.
Mientras tanto, nuestros amiguitos seguían en poder de los piratas. Ya estaban a punto de
ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía que nada podía
salvarles, cuando de repente, oyeron una voz: "¡Eh, Capitán Garfio, eres un cobarde! ¡A ver
si te atreves conmigo!".
Era Peter Pan que, alertado por Campanilla, había llegado justo a tiempo de evitarles a sus
amigos una muerte cierta. Comenzaron a luchar. De pronto, un tic-tac muy conocido por
Garfio hizo que éste se estremeciera de horror. El cocodrilo estaba allí y, del susto, el
Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar. Es muy posible que todavía hoy, si viajáis por el
mar, podáis ver al Capitán Garfio nadando desesperadamente, perseguido por el
infatigable cocodrilo. El resto de los piratas no tardó en seguir el camino de su capitán y
todos acabaron dándose un saludable baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y de
los demás niños.
Ya era hora de volver al hogar. Peter intentó convencer a sus amigos para que se quedaran
con él en el País de Nunca Jamás, pero los tres niños echaban de menos a sus padres y
deseaban volver, así que Peter les llevó de nuevo a su casa. "¡Quédate con nosotros!",
pidieron los niños. "¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-. No os hagáis mayores
nunca. Aunque crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. De ese
modo seguiremos siempre juntos." "¡Prometido!", gritaron los tres niños mientras agitaban
sus manos diciendo adiós.

EL SOLDADITO DE PLOMO
Había una vez un juguetero que fabricó un ejército de
soldaditos de plomo, muy derecho y elegante. Cada uno
llevaba un fusil al hombro, una chaqueta roja, pantalones
azules y un sombrero negro alto con una insignia dorada al
frente. Al juguetero no le alcanzó el plomo para el último
soldadito y lo tuvo que dejar sin una pierna.
Pronto, los soldaditos se encontraban en la vitrina de una
tienda de juguetes. Un señor los compró para regalárselos a
su
hijo de cumpleaños. Cuando el niño abrió la caja, en
presencia de sus hermanos, el soldadito sin pierna le llamó
mucho la atención.
El soldadito se encontró de pronto frente a un castillo de cartón con cisnes flotando a su
alrededor en un lago de espejos.
Frente a la entrada había una preciosa bailarina de papel. Llevaba una falda rosada de tul y
una banda azul sobre la que brillaba una lentejuela. La bailarina tenía los brazos alzados y
una pierna levantada hacia atrás, de tal manera que no se le alcanzaba a ver. ¡Era muy
hermosa!
"Es la chica para mí", pensó el soldadito de plomo, convencido de que a la bailarina le
faltaba una pierna como a él. Esa noche, cuando ya todos en la casa se habían ido a dormir,
los juguetes comenzaron a divertirse. El cascanueces hacía piruetas mientras que los demás
juguetes bailaban y corrían por todas partes.
Los únicos juguetes que no se movían eran el soldadito de plomo y la hermosa bailarina de
papel. Inmóviles, se miraban el uno al otro. De repente, dieron las doce de la noche. La
tapa de la caja de sorpresas se abrió y de ella saltó un duende con expresión malvada.
-¿Tú qué miras, soldado? -gritó. El soldadito siguió con la mirada fija al frente.
-Está bien. Ya verás lo que te pasará mañana -anunció el duende.
A la mañana siguiente, el niño jugó un rato con su soldadito de plomo y luego lo puso en el
borde de la ventana, que estaba abierta. A lo mejor fue el viento, o quizás fue el duende
malo, lo cierto es que el soldadito de plomo se cayó a la calle.
El niño corrió hacia la ventana, pero desde el tercer piso no se alcanzaba a ver nada.
-¿Puedo bajar a buscar a mi soldadito? -preguntó el niño a la criada. Pero ella se negó, pues
estaba lloviendo muy fuerte para que el niño saliera. La criada cerró la ventana y el niño
tuvo que resignarse a perder su juguete.
Afuera, unos niños de la calle jugaban bajo la lluvia. Fueron ellos quienes encontraron al
soldadito de plomo cabeza abajo, con el fusil clavado entre dos adoquines.
-¡Hagámosle un barco de papel! -gritó uno de los chicos. Llovía tan fuerte que se había
formado un pequeño río por los bordes de las calles. Los chicos hicieron un barco con un
viejo periódico, metieron al soldadito allí y lo pusieron a navegar.
El sodadito permanecía erguido mientras el barquito de papel se dejaba llevar por la
corriente. Pronto se metió en una alcantarilla y por allí siguió navegando.
"¿A dónde iré a parar?" pensó el soldadito. "El culpable de esto es el duende malo. Claro
que no me importaría si estuviera conmigo la hermosa bailarina."
En ese momento, apareció una rata enorme.
-¡Alto ahí! -gritó con voz chillona-. Págame el peaje.
Pero el soldadito de plomo no podía hacer nada para detenerse. El barco de papel siguió
navegando por la alcantarilla hasta que llegó al canal. Pero, ya estaba tan mojado que no
pudo seguir a flote y empezó a naufragar. Por fin, el papel se deshizo completamente y el
erguido soldadito de plomo se hundió en el agua. Justo antes de llegar al fondo, un pez
gordo se lo tragó.
-¡Qué oscuro está aquí dentro! -dijo el soldadito de plomo-. ¡Mucho más oscuro que en la
caja de juguetes!
El pez, con el soldadito en el estómago, nadó por todo el canal hasta llegar al mar. El
soldadito de plomo extrañaba la habitación de los niños, los juguetes, el castillo de cartón y
extrañaba sobre todo a la hermosa bailarina.
"Creo que no los volveré a ver nunca más", suspiró con tristeza. El soldadito de plomo no
tenía la menor idea de dónde se hallaba. Sin embargo, la suerte quiso que unos pescadores
pasaran por allí y atraparan al pez con su red.
El barco de pesca regresó a la ciudad con su cargamento. Al poco tiempo, el pescado fresco
ya estaba en el mercado; justo donde hacía las compras la criada de la casa del niño.
Después de mirar la selección de pescados, se decidió por el más grande: el que tenía al
soldadito de plomo adentro.
La criada regresó a la casa y le entregó el pescado a la cocinera.
-¡Qué buen pescado! -exclamó la cocinera.
Enseguida, tomó un cuchillo y se dispuso a preparar el pescado para meterlo al horno.
-Aquí hay algo duro -murmuró. Luego, llena de sorpresa, sacó al soldadito de plomo.
La criada lo reconoció de inmediato.
-¡Es el soldadito que se le cayó al niño por la ventana! -exclamó.
El niño se puso muy feliz cuando supo que su soldadito de plomo había aparecido. El
soldadito, por su parte, estaba un poco aturdido. Había pasado tanto tiempo en la
oscuridad. Finalmente, se dio cuenta de que estaba de nuevo en casa. En la mesa vio los
mismos juguetes de siempre, y también el castillo con el lago de espejos. Al frente estaba la
bailarina, apoyada en una pierna. Habría llorado de la emoción si hubiera tenido lágrimas,
pero se limitó a mirarla. Ella lo miraba también.
De repente, el hermano del niño agarró al soldadito de plomo diciendo:
-Este soldado no sirve para nada. Sólo tiene una pierna. Además, apesta a pescado.
Todos vieron aterrados cómo el muchacho arrojaba al soldadito de plomo al fuego de la
chimenea. El soldadito cayó de pie en medio de las llamas. Los colores de su uniforme
desvanecían a medida que se derretía. De pronto, una ráfaga de viento arrancó a la
bailarina de la entrada del castillo y la llevó como a un ave de papel hasta el fuego, junto al
soldadito de plomo. Una llamarada la consumió en un segundo.
A la mañana siguiente, la criada fue a limpiar la chimenea. En medio de las cenizas
encontró un pedazo de plomo en forma de corazón. Al lado, negra como el carbón, estaba
la lentejuela de la bailarina.

LA RATITA PRESUMIDA
Érase una vez, una ratita que era muy presumida. Un
día la ratita estaba barriendo su casita, cuando de
repente en el suelo ve algo que brilla... una moneda de
oro.
La ratita la recogió del suelo y se puso a pensar qué se
compraría con la moneda.
“Ya sé me compraré caramelos... uy no que me dolerán
los dientes. Pues me comprare pasteles... uy no que me
dolerá la barriguita. Ya lo sé me compraré un lacito de
color rojo para mi rabito.”
La ratita se guardó su moneda en el bolsillo y se fue al mercado. Una vez en el mercado le
pidió al tendero un trozo de su mejor cinta roja. La compró y volvió a su casita.
Al día siguiente cuando la ratita presumida se levantó se puso su lacito en la colita y salió al
balcón de su casa. En eso que aparece un gallo y le dice:
“Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?”.
Y la ratita le respondió: “No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces?”
Y el gallo le dice: “quiquiriquí”. “Ay no, contigo no me casaré que no me gusta el ruido que
haces”.
Se fue el gallo y apareció un perro. “Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar
conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces?”. “Guau,
guau”. “Ay no, contigo no me casaré que ese ruido me asusta”.
Se fue el perro y apareció un cerdo. “Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar
conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿y tú por las noches qué ruido haces?”. “Oink,
oink”. “Ay no, contigo no me casaré que ese ruido es muy ordinario”.
El cerdo desaparece por donde vino y llega un gato blanco, y le dice a la ratita: “Ratita,
ratita tú que eres tan bonita ¿te quieres casar conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé,
¿y tú qué ruido haces por las noches?”. Y el gatito con voz suave y dulce le dice: “Miau,
miau”. “Ay sí contigo me casaré que tu voz es muy dulce.”
Y así se casaron la ratita presumida y el gato blanco de dulce voz. Los dos juntos fueron
felices y comieron perdices y colorín colorado este cuento se ha acabado.

LA CASA DE CHOCOLATE:
Había una vez una pobre familia que vivía en su perdido bosque lejos de
todos
sitios. Tenían dos hijos, el chico se llamaba Haensel y la chica, Gretel.
Todos
los días Haensel y Gretel iban con su padre a buscar leña para su
casa. Un día, salieron con su padre en busca de ramitas. Su
papá les advirtió que no se distrajeran porque se podrían
perder, pero Haensel y Gretel no le hicieron mucho caso
porque estaban jugando. Al llegar a la mitad del camino, su
papá les dijo: "Vamos a separarnos, vosotros dos ir por allí, y
yo iré
por aquí, pero antes del anochecer tenéis que estar aquí para volver juntos a casa, ¿vale?".
"Sí, papá, no te preocupes." "Bueno, hijos, tened cuidado, dadme un beso."
Los dos hermanos besaron a su padre y alegremente se fueron cantando y saltando
mientras cogían ramas. Tan bien se lo estaban pasando que no se fijaron en el camino que
estaban recorriendo y de repente se dieron cuenta de que estaban perdidos. Haensel se
asustó mucho, pero su hermana que era un poco más valiente que él le dijo: "No te
preocupes hermanito, todavía no ha anochecido, seguro que encontramos el camino de
vuelta." Haensel y Gretel empezaron a andar sin saber muy bien hacia donde iban y con
miedo porque pronto anochecería. De pronto, ¡qué sorpresa!, ¡no se lo podían creer! ¡Era
una casa de chocolate allí, en medio del bosque! Al principio, los dos hermanos no se
atrevían a acercarse, pero decidieron cogerse de la mano e ir juntos. Miraron por la
ventana y vieron que no había nadie dentro. Por fuera de la casa tenía ladrillos de
chocolate, tejado de mazapán, cristales de caramelo. Tenían mucha hambre y pensaron
que si le daban un bocado a un ladrillo no pasaría nada y así lo hicieron. Mientras comían
se dieron cuenta que la puerta de la casa estaba abierta. Decidieron entrar. ¡Qué susto
cuando vieron lo que allí había! Un gran fuego con un enorme caldero y jaulas que
colgaban del techo, sapos y culebras en botes ¡Qué asco! Estaban ensimismados mirando y,
de pronto... ¡Ja, Ja, Ja, Ja!
Era la risa de una fea bruja que entró en la casa montada en su escoba y tras de sí cerró la
puerta con llave y Haensel y Gretel quedaron allí atrapados. La bruja los cogió y metió a
cada niño en una jaula, cerro y colgó la llave en la pared, diciendo: "¡Creíais que os podías
comer mi casa! Ja, Ja. Pues ahora quién os comerá seré yo, pero antes tenéis que engordar
porque estáis muy flacos. Y así cada día la bruja les daba mucho de comer y les pedía que
sacaran el brazo entre los barrotes, pero Haensel que muy inteligente, se dio cuenta que la
bruja apenas veía y cuando ella le decía que sacara el brazo, él y su hermana sacaban un
hueso de pollo y así la bruja decidía no comérselos aún, hasta que se cansó y dijo: "¡Ya está
bien! Me da igual lo flaco que estés, te comeré a tí primero." La bruja cogió la llave y sacó a
Haensel de la jaula. Se enfadó mucho al notar que el niño estaba más gordito y que la
había engañado. Se enfadó tanto que se olvidó que la llave la había dejado puesta en la
jaula. Mientras la bruja gritaba y metía a Haensel en el caldero, Gretel cogió la llave, salió
de su jaula, agarró la escoba en que la bruja volaba y le atizó en la cabeza, entonces su
hermano y ella subieron a la escoba y salieron volando de allí. La bruja quería perseguirlos
pero no podía hacer nada sin su escoba, así que no pudo agarrarlos.
Los dos hermanos se dirigieron alegremente a su casa, y ¡cuál fue la sorpresa de sus padres
cuando los vieron llegar sanos y salvos en la escoba! Se besaron y abrazaron felizmente,
utilizaron la escoba para ir de pueblo en pueblo vendiendo leña y así nunca les faltó para
comer, y además los dos hermanos aprendieron una gran lección: "Nunca hay que fiarse de
las apariencias". Por eso si veis a un desconocido que os llama, aunque parezca bueno....
No os fieis.

LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO
Érase un labrador tan pobre, tan pobre, que ni siquiera
pobre de la aldea. Y resulta que un día, trabajando en el
su suerte, apareció un enanito que le dijo:

poseía una vaca. Era el más
campo y lamentándose de

-Buen hombre, he oído tus lamentaciones y voy a
fortuna cambie. Toma esta gallina; es tan maravillosa
días pone un huevo de oro.

hacer que tu
que todos los

El enanito desapareció sin más ni más y el labrador llevó
gallina a su corral. Al día siguiente, ¡oh sorpresa!,
encontró un huevo de oro. Lo puso en una cestita y se
fue con ella a la ciudad, donde vendió el huevo por un alto precio.

la

Al día siguiente, loco de alegría, encontró otro huevo de oro. ¡Por fin la fortuna había
entrado a su casa! Todos los días tenía un nuevo huevo.
Fue así que poco a poco, con el producto de la venta de los huevos, fue convirtiéndose en
el hombre más rico de la comarca. Sin embargo, una insensata avaricia hizo presa su
corazón y pensó:
"¿Por qué esperar a que cada día la gallina ponga un huevo? Mejor la mato y descubriré la
mina de oro que lleva dentro".
Y así lo hizo, pero en el interior de la gallina no encontró ninguna mina. A causa de la
avaricia tan desmedida que tuvo, este tonto aldeano malogró la fortuna que tenía.

RICITOS DE ORO
En un bosque florido y frondoso vivían tres ositos,
un papá, una mamá y el pequeño osito. Un día, tras
hacer todas las camas, limpiar la casa y hacer la
sopa para la cena, los tres ositos fueron a pasear
por el bosque para que el pequeño osito pudiera
jugar y respirar aire puro. De repente, apareció una
niña muy bien vestida llamada Ricitos de Oro.
Cuando vio la casita de los tres ositos, se asomó a la
ventana y le pareció muy curioso lo ordenada y
coqueta que tenían la casa. A Ricitos de Oro se le
olvidaron los modales que su mamá le había inculcado y decidió entrar en la casita de los
tres ositos. "¡Oh! ¡Qué casita más bonita! ¡Qué limpia y ordenada tienen la casa la gente
que vive aquí!". Mientras iba observando todo lo que había en la casa comenzó a sentir
hambre, ya que le vino un olor muy sabroso a sopa . "¡Mmm...! ¡Qué hambre me ha
entrado! Voy a ver que tendrán para cenar." Fue hacia la mesa y vio que había tres tazones.
Un tazón pequeño, uno más grande y otro más y más grande que los otros dos anteriores.
Ricitos de Oro siguió sin acordarse de los modales que su mamá le había enseñado y en vez
de esperar a que los tres ositos volvieran a la casita y le invitaran a tomar un poco de la
sopa que habían preparado, se lanzó directamente a probarla. Comenzó por el tazón más
grande, pero al probarlo, la sopa estaba demasiado caliente. Entonces pasó al tazón
mediano y al probarlo, la sopa estaba demasiado fría, pasándose a probar el tazón más
pequeño que estaba como a ella le gustaba. "Está en su punto", dijo la niña. Cuando acabó
la sopa se subió a la silla más grandota pero estaba demasiado dura y se pasó a la otra silla
más mediana comprobando que estaba demasiado blanda, y entonces decidió sentarse en
la silla más pequeña que estaba ni muy dura ni muy blanda; era comodísima. Pero la sillita
estaba acostumbrada al peso tan ligero del osito y poco a poco el asiento fue cediendo y se
rompió. Cuando Ricitos de Oro se levantó del suelo, subió a la habitación de los tres ositos
y comenzó a probar las tres camas. Probó la cama grande pero estaba demasiado alta.
Después probó la cama mediana pero estaba demasiado baja y por fin probó la cama
pequeña que era tan mullidita y cómoda que se quedó totalmente dormida.
Mientras Ricitos de Oro dormía profundamente, llegaron los tres ositos a la casa y nada
más entrar el oso grande vio cómo su cuchara estaba dentro del tazón y dijo con su gran
voz: "¡Alguien ha probado mi sopa!". Y mamá oso también vio su cuchara dentro del tazón
y dijo: "¡Alguien ha probado también mi sopa!". Y el osito pequeño dijo con voz
apesadumbrada: "¡Alguien se ha tomado mi sopa y se la ha comido toda entera!". Después
pasaron al salón y dijo papá oso: "¡Alguien se ha sentado en mi silla!". Y mamá oso dijo:
"¡Alguien se ha sentado también en mi silla!". Y el pequeño osito dijo con su voz aflautada:
"¡Alguien se ha sentado en mi sillita y además me la ha roto!". Al ver que allí no había
nadie, subieron a la habitación para ver si el ladrón de su comida se encontraba todavía en
el interior de la casa. Al entrar en la habitación, papá oso dijo: "¡Alguien se ha acostado en
mi cama!". Y mamá eso exclamó: "¡Alguien se ha acostado en mi cama también!". Y el osito
pequeño dijo: "¡Alguien se ha acostado en ella...!". Ricitos de Oro, mientras dormía creía
que la voz fuerte que había escuchado y que era papá oso, había sido un trueno, y que la
voz de mamá oso había sido una voz que la hablaba en sueños pero la voz aflautada del
osito la despertó. De un salto se sentó en la cama mientras los osos la observaban, y saltó
hacia el otro lado saliendo por la ventana corriendo sin parar un solo instante, tanto, tanto
que no daban los pies en el suelo. Desde ese momento, Ricitos de Oro nunca volvió a
entrar en casa de nadie ajeno sin pedir permiso primero.

LOS SIETE CABRILLOS
En una bonita casa del bosque vivía mamá cabra con
sus siete cabritillos. Una mañana mamá cabra le dijo a
sus hijos que tenía que ir a la ciudad a comprar y de
forma insistente les dijo: "Queridos hijitos, ya sabéis
que no tenéis que abrirle la puerta a nadie. Vosotros
jugad y no le abráis a nadie". " ¡Sí mamá. No le
abriremos a nadie la puerta." La mamá de los
cabritillos temía que el lobo la viera salir y fuera a
casa a comerse a sus hijitos. Ella, preocupada, al salir
por la puerta volvió a decir: "Hijitos, cerrar la puerta
con llave y no le abráis la puerta a nadie, puede venir
el
lobo." El mayor de los cabritillos cerró la puerta con
llave.
Al ratito llaman a la puerta. "¿Quién es?", dijo un cabritillo. "Soy yo, vuestra mamá", dijo el
lobo, que intentaba imitar la voz de la mamá cabra. "No, no, tú no eres nuestra mamá,
nuestra mamá tiene la voz fina y tú la tienes ronca." El lobo se marchó y fue en busca del
huevero y le dijo: "Dame cinco huevos para que mi voz se aclare." El lobo tras comerse los
huevos tuvo una voz más clara. De nuevo llaman a la puerta de las casa de los cabritillos.
"¿Quién es?". "Soy yo, vuestra mamá." "Asoma la patita por debajo de la puerta." Entonces
el lobo metió su oscura y peluda pata por debajo de la puerta y los cabritillos dijeron: "¡No,
no! tú no eres nuestra mamá, nuestra mamá tiene la pata blanquita." El lobo enfadado
pensó: "Qué listos son estos cabritillos, pero se van a enterar, voy a ir al molino a pedirle al
molinero harina para poner mi para muy blanquita." Así lo hizo el lobo y de nuevo fue a
casa de los cabritillos. "¿Quién es?", dice un cabritillo. "Soy yo, vuestra mamá." "Enseña la
patita por debajo de la puerta." El lobo metió su pata, ahora blanquita, por debajo de la
puerta y todos los cabritillos dijeron: "¡Sí, sí! Es nuestra mamá, abrid la puerta." Entonces el
lobo entró en la casa y se comió a seis de los cabritillos, menos a uno, el más pequeño, que
se había escondido en la cajita del reloj.
El lobo con una barriga muy gorda salió de la casa hacia el río, bebió agua y se quedó
dormido al lado del río. Mientras tanto mamá cabra llegó a casa. Al ver la puerta abierta
entró muy nerviosa gritando: "¡Hijitos, dónde estáis! ¡Hijitos, dónde estáis!". Una voz muy
lejana decía: "¡Mamá, mamá!". "¿Dónde estás, hijo mío?". "Estoy aquí, en la cajita del
reloj." La mamá cabra sacó al menor de sus hijos de la cajita del reloj, y el cabritillo le contó
que el lobo había venido y se había comido a sus seis hermanitos. La mamá cabra le dijo a
su hijito que cogiera hilo y una aguja, y juntos salieron a buscar al lobo. Le encontraron
durmiendo profundamente. La mamá cabra abrió la barriga del lobo, sacó a sus hijitos, la
llenó de piedras, luego la cosió y todos se fueron contentos.
Al rato el lobo se despertó: "¡Oh¡ ¡Qué sed me ha dado comerme a estos cabritillos!". Se
arrastró por la tierra para acercarse al río a beber agua, pero al intentar beber, cayó al río y
se ahogó, pues no podía moverse, ya que su barriga estaba llena de muchas y pesadas
piedras. Al legar a casa, la mamá regañó a los cabritillos diciéndoles que no debieron
desobedecerla, pues mira lo que había pasado.

LA LIEBRE Y LA TORTUGA
En el centro del bosque había un amplio círculo, libre de árboles, en el que los
animales que habitaban aquellos contornos celebraban
toda clase de competiciones deportivas.
En el centro de un grupo de animales hablaba la bonita y
elegante Esmelinda, la liebre:
- Soy veloz como el viento, y no hay nadie que se atreva
competir conmigo en velocidad.
Un conejito gris insinuó, soltando la carcajada y
ironía:

a
hablando con burlona

- Yo conozco alguien que te ganaría...
- ¿Quien? - Preguntó Esmelinda, sorprendida e indignada a la vez.
- ¡La tortuga! ¡La tortuga!
Todos los allí reunidos rompieron a reír a carcajadas, y entre las risotadas se oyeron gritos
de: "¡La tortuga y la liebre en carrera! ¡Frente a frente!
En el centro del grupo la liebre alzó su mano para ordenar silencio.
- ¡Qué cosas se os ocurren! Yo soy el animal más veloz del bosque y nadie sería capaz de
alcanzarme.
Y se alejó del lugar tan rápidamente como si tuviera alas en los pies. La liebre se dirigió al
mercado de lechugas, pues la tortuga era vendedora de la mencionada mercancía, y se
aproximó a la tortuga contoneándose:
- Hola tortuguita, vengo a proponerte que el domingo corras conmigo en la carrera.
La tortuga se le quedó mirando boquiabierta.
- ¡Tú bromeas! Yo soy muy lenta y la carrera no tendría emoción. Aunque, ¡quién sabe!
- ¿Como? Pobre animalucho. Supongo que no te imaginarás competir conmigo. Apostaría
cualquier cosa a que no eres capaz.
- Iré el domingo a la carrera.
Una vieja tortuga le dijo:
- Tu eres lenta pero constante...; la liebre veloz, pero inconstante ve tranquila y suerte,
tortuguita.
El domingo amaneció un día espléndido. En el campo de los deportes reinaba una gran
algarabía.
- ¡Vamos, retírate! - le gritaban algunos a la tortuga. Pero la tortuga, aunque avergonzada
no se retiró.
La liebre, después de recorrer un trecho se echó a dormir y cuando despertó siguió riendo
porque la tortuga llegaba entonces a su lado.
- ¡Anda, sigue, sigue! Te doy un kilómetro de ventaja. Voy a ponerme a merendar.
La liebre se sentó a merendar y a charlar con algunos amigos y cuando le pareció se
dispuso a salir tras la tortuga, a quien ya no se la veía a lo lejos.
Pero, ¡ay!, la liebre había sido excesivamente optimista y menospreciado en demasía el
caminar de la tortuga, porque cuando quiso darle alcance ya llegaba a la meta y ganaba el
premio.
Fue un triunfo inolvidable en el que el sabio consejo de una anciana y la preciosa virtud de
la constancia salieron triunfales una vez más.

LAS HABICHUELAS MÁGICAS
Juan vivía con su madre en el campo. Un día, mientras Juan
paseaba, Se encontró un paquetito debajo de un árbol. Miró
dentro del paquetito y vio que en él sólo había unas pequeñas
semillas redondas; entonces, Juan se guardó las semillas en el
se fue muy contento a su casa.

bolsillo y

Juan plantó las semillas en el jardín de su casa y se fue a la
cama porque estaba muy cansado. A la mañana siguiente,
Juan descubrió que, de las semillas, habían crecido raíces
tallos tan largos que se perdían en las nubes. Juan trepó
por uno de los tallos y al llegar arriba, vio un castillo.

y

Juan se acercó al castillo y entró con mucho cuidado.
Dentro del castillo, sentado en un sillón, vio a un gigante que roncaba sin parar, con un
montón de monedas de oro a sus pies.
Juan se acercó al gigante de puntillas y se llenó los bolsillos de monedas. Pero, de pronto, él
gigante despertó y, dando un rugido, intentó atrapar a Juan.
Juan corrió hasta el tallo de las habichuelas mágicas, descendió por la planta y, cuando
llegó al suelo, con un hacha cortó el tallo para que el gigante no pudiera bajar.
Juan y su madre vivieron muy felices desde entonces con las monedas de oro del gigante.

PINOCHO
El viejo carpintero Gepetto fabricó un muñeco de
madera, y le quedó tan bien que le puso un nombre:
Pinocho.
Pero de pronto el muñeco empezó a hablar y a saltar
ante el asombro de Gepetto.
Gepetto le compró una cartera y libros, y lo mandó al
colegio, acompañado de grillo, que le iba dando
buenos consejos. Pero pinocho prefería divertirse en
el teatro de títeres, sin escuchar a grillo.
El dueño del teatro quiso quedarse con pinocho, pero
tanto lloró el pobre muñeco que le dio unas monedas y lo dejó marchar.
De vuelta a casa, se fue con el zorro y el gato, dos astutos ladrones, sin atender a grillo.
Le llevaron al campo de los milagros y le dijeron que si enterraba allí sus monedas se haría
muy rico. Pinocho les creyó y se quedó sin monedas. Cuando se dio cuenta del engaño,
decidió volver a casa, pero una paloma le dijo que Gepetto había ido a buscarle al mar.
En el camino se encontró con muchos niños que se dirigían al país de los juguetes. Al
instante olvidó sus promesas y se fue con ellos.
Allí jugó y brincó todo lo que quiso... pero acabó convertido en burro.
Lloró arrepentido hasta que un hada buena se compadeció de él. El hada le devolvió su
aspecto, pero le advirtió:
- Cada vez que mientas te crecerá la nariz.
Pinocho y grillo salieron hacia el mar en busca de Gepetto. Allí se toparon con un tiburón
gigante, que se los tragó.
¡Qué sorpresa encontrar a Gepetto en el estómago del animal! Gracias a que el tiburón
bostezó, pudieron escapar. Cuando llegaron a la playa, sanos y salvos, el hada transformó a
Pinocho en un niño de carne y hueso. Y desde aquel día, siempre se portó bien.

EL CUERVO Y LA ZORRA
Erase en cierta ocasión un cuervo, el de más
negro plumaje, que habitaba en el bosque y
que tenía cierta fama de vanidoso.
Ante su vista se extendían campos, sembrados
y jardines llenos de florecillas... Y una preciosa
casita blanca, a través de cuyas abiertas
ventanas se veía al ama de la casa preparando
la comida del dia.
-¡Un queso!- murmuró el cuervo, y sintió que
el pico se le hacía agua.
El ama de la casa, pensando que así el queso se mantendría más fresco, colocó el plato con
su contenido cerca de la abierta ventana.
-¡Qué queso tan sabroso!- volvió a suspirar el cuervo, imaginando que se lo apropiaba.
Voló el ladronzuelo hasta la ventana, y tomando el queso en el pico, se fue muy contento a
saborearlo sobre las ramas de un arbol.
Todo esto que acabamos de referir había sido visto también por una astuta zorra, que
llevaba bastante tiempo sin comer.
En estas circunstancias vio la zorra llegar ufano al cuervo a la más alta rama del arbol.
-Ay, si yo pudiera a mi vez robar a ese ladrón!
-Buenos días, señor cuervo.
El cuervo callaba. Miró hacia abajo y contempló a la zorra, amable y sonriente.
-Tenga usted buenos días -repitió aquella, comenzando a adularle de esta manera - Vaya,
¡que está usted bien elegante con tan bello plumaje!
El cuervo, que, como ya sabemos era vanidoso, siguió callado, pero contento al escuchar
tales elogios.
-Sí, sí prosiguió la zorra. Es lo que siempre digo. No hay entre todas las aves quien tenga la
gallardía y belleza del señor cuervo.
El ave, sobre su rama, se esponjaba lleno de satisfacción. Y en su fuero interno estaba
convencido de que todo cuanto decía el animal que estaba a sus pies era verdad. Pues,
¿acaso había otro plumaje más lindo que el suyo?
Desde abajo volvió a sonar, con acento muy suave y engañoso, la voz de aquella astuta
zorra:
- Bello es usted, a fe mía, y de porte majestuoso. Como que si su voz es tan hermosa como
deslumbrante es su cuerpo, creo que no habrá entre todas las aves del mundo quien se le
pueda igualar en perfección.
Al oír aquel discurso tan dulce y halagueño, quiso demostrar el cuervo a la zorra su
armonía de voz y la calidad de su canto, para que se convenciera de que el gorjeo no le iba
en zaga a su plumaje.
Llevado de su vanidad, quiso cantar.
Abrió su negro pico y comenzó a graznar, sin acordarse de que así dejaba caer el queso.
¡Qué más deseaba la astuta zorra! Se apresuró a coger entre sus dientes el suculento
bocado. Y entre bocado y bocado dijo burlonamente a la engañada ave:
-Señor bobo, ya que sin otro alimento que las adulaciones y lisonjas os habéis quedado tan
hinchado y repleto, podéis ahora hacer la digestión de tanta adulación, en tanto que yo me
encargo de digerir este queso.
Nuestro cuervo hubo de comprender, aunque tarde, que nunca debió admitir aquellas
falsas alabanzas.
Desde entonces apreció en el justo punto su valía, y ya nunca más se dejó seducir por
elogios inmerecidos. Y cuando, en alguna ocasión, escuchaba a algún adulador, huía de él,
porque, acordándose de la zorra, sabía que todos los que halagan a quien no tiene meritos,
lo hacen esperando lucrarse a costa del que linsonjean. Y el cuervo escarmentó de esta
forma para siempre.

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  • 1. CAPERUCITA ROJA Había una vez una niña llamada Caperucita Roja, ya que su abuelita le regaló una caperuza roja. Un día, la mamá de Caperucita la mandó a casa de su abuelita, estaba enferma, para que le llevara en una cesta pan, chocolate, azúcar y dulces. Su mamá le dijo: "no te apartes del camino de siempre, ya que en el bosque hay lobos". Caperucita iba cantando por el camino que su mamá le había dicho y , de repente, se encontró con el lobo y le dijo: - "Caperucita, Caperucita, ¿dónde vas?". - "A casa de mi abuelita a llevarle pan, chocolate, azúcar y dulces". - "¡Vamos a hacer una carrera! Te dejaré a ti el camino más corto y yo el más largo para darte ventaja." Caperucita aceptó pero ella no sabía que el lobo la había engañado. El lobo llegó antes y se comió a la abuelita. Cuando ésta llegó, llamó a la puerta: - "¿Quién es?", dijo el lobo vestido de abuelita. - "Soy yo", dijo Caperucita. - "Pasa, pasa nietecita". - "Abuelita, qué ojos más grandes tienes", dijo la niña extrañada. - "Son para verte mejor". - "Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes tienes". - "Son para oírte mejor". - "Y qué nariz tan grande tienes". - "Es para olerte mejor". - "Y qué boca tan grande tienes". - "¡Es para comerte mejor!". Caperucita empezó a correr por toda la habitación y el lobo tras ella. Pasaban por allí unos cazadores y al escuchar los gritos se acercaron con sus escopetas. Al ver al lobo le dispararon y sacaron a la abuelita de la barriga del lobo. Así que Caperucita después de este susto no volvió a desobedecer a su mamá. Y colorín colorado este cuento se ha acabado. EL PATITO FEO:
  • 2. En una hermosa mañana primaveral, una hermosa y fuerte pata empollaba sus huevos y mientras lo hacía, pensaba en los hijitos fuertes y preciosos que pronto iba a tener. De pronto, empezaron a abrirse los cascarones. A cada cabeza que asomaba, el corazón le latía con fuerza. Los patitos empezaron a esponjarse mientras piaban a coro. La madre los miraba eran todos tan hermosos, únicamente habrá uno, el último, que resultaba algo raro, como más gordo y feo que los demás. Poco a poco, los patos fueron creciendo y aprendiendo a buscar entre las hierbas los más gordos gusanos, y a nadar y bucear en el agua. Cada día se les veía más bonitos. Únicamente aquel que nació el último iba cada día más largo de cuello y más gordo de cuerpo.... La madre pata estaba preocupada y triste ya que todo el mundo que pasaba por el lado del pato lo miraba con rareza. Poco a poco el vecindario lo empezó a llamar el "patito feo" y hasta sus mismos hermanos lo despreciaban porque lo veían diferente a ellos. El patito se sentía muy desgraciado y muy sólo y decidió irse de allí. Cuando todos fueron a dormir, él se escondió entre unos juncos, y así emprendió un largo camino hasta que, de pronto, vio un molino y una hermosa joven echando trigo a las gallinas. Él se acercó con recelo y al ver que todos callaban decidió quedarse allí a vivir. Pero al poco tiempo todos empezaron a llamarle "patito feo", "pato gordo"..., e incluso el gallo lo maltrataba. Una noche escuchó a los dueños del molino decir: "Ese pato está demasiado gordo; lo vamos a tener que asar". El pato enmudeció de miedo y decidió que esa noche huiría de allí. Durante todo el invierno estuvo deambulando de un sitio para otro sin encontrar donde vivir, ni con quién. Cuando llegó por fin la primavera, el pato salió de su cobijo para pasear. De pronto, vio a unos hermosos cisnes blancos, de cuello largo, y el patito decidió acercarse a ellos. Los cisnes al verlo se alegraron y el pato se quedó un poco asombrado, ya que nadie nunca se había alegrado de verlo. Todos los cisnes lo rodearon y lo aceptaron desde un primer momento. Él no sabía que le estaba pasando: de pronto, miró al agua del lago y fue así como al ver su sombra descubrió que era un precioso cisne más. Desde entonces vivió feliz y muy querido con su nueva familia. BAMBI
  • 3. Érase una vez un bosque donde vivían muchos animales y donde todos eran muy amiguitos. Una mañana un pequeño conejo llamado Tambor fue a despertar al búho para ir a ver un pequeño cervatillo que acababa de nacer. Se reunieron todos los animalitos del bosque y fueron a conocer a Bambi, que así se llamaba el nuevo cervatillo. Todos se hicieron muy amigos de él y le fueron enseñando todo lo que había en el bosque: las flores, los ríos y los nombres de los distintos animales, pues para Bambi todo era desconocido. Todos los días se juntaban en un claro del bosque para jugar. Una mañana, la mamá de Bambi lo llevó a ver a su padre que era el jefe de la manada de todos los ciervos y el encargado de vigilar y de cuidar de ellos. Cuando estaban los dos dando un paseo, oyeron ladridos de un perro. "¡Corre, corre Bambi! -dijo el padre- ponte a salvo". "¿Por qué, papi?", preguntó Bambi. Son los hombres y cada vez que vienen al bosque intentan cazarnos, cortan árboles, por eso cuando los oigas debes de huir y buscar refugio. Pasaron los días y su padre le fue enseñando todo lo que debía de saber pues el día que él fuera muy mayor, Bambi sería el encargado de cuidar a la manada. Más tarde, Bambi conoció a una pequeña cervatilla que era muy muy guapa llamada Farina y de la que se enamoró enseguida. Un día que estaban jugando las dos oyeron los ladridos de un perro y Bambi pensó: "¡Son los hombres!", e intentó huir, pero cuando se dio cuenta el perro estaba tan cerca que no le quedó más remedio que enfrentarse a él para defender a Farina. Cuando ésta estuvo a salvo, trató de correr pero se encontró con un precipicio que tuvo que saltar, y al saltar, los cazadores le dispararon y Bambi quedó herido. Pronto acudió su papá y todos sus amigos y le ayudaron a pasar el río, pues sólo una vez que lo cruzaran estarían a salvo de los hombres, cuando lo lograron le curaron las heridas y se puso bien muy pronto. Pasado el tiempo, nuestro protagonista había crecido mucho. Ya era un adulto. Fue a ver a sus amigos y les costó trabajo reconocerlo pues había cambiado bastante y tenía unos cuernos preciosos. El búho ya estaba viejecito y Tambor se había casado con una conejita y tenían tres conejitos. Bambi se casó con Farina y tuvieron un pequeño cervatillo al que fueron a conocer todos los animalitos del bosque, igual que pasó cuando él nació. Vivieron todos muy felices y Bambi era ahora el encargado de cuidar de todos ellos, igual que antes lo hizo su papá, que ya era muy mayor para hacerlo. LOS TRES CERDITOS
  • 4. En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar. El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él. El mayor trabajaba en su casa de ladrillo.- Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande. El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó. El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí. Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor. Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó. Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito. PETER PAN
  • 5. Wendy, Michael y John eran tres hermanos que vivían en las afueras de Londres. Wendy, la mayor, había contagiado a sus hermanitos su admiración por Peter Pan. Todas las noches les contaba a sus hermanos aventuras de Peter. Una noche, cuando ya casi dormían, vieron una moverse por la habitación. Era Campanilla, el hada que acompaña a Peter Pan, y el mismísimo Peter. Éste les propuso viajar con él y con Campanilla al País de Nunca Jamás, donde vivían los Niños Perdidos... "Campanilla os ayudará. Basta con que os eche un poco de polvo mágico podáis volar." las lucecita siempre para que Cuando ya se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter les señaló: "Es el barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado con él. Hace tiempo un cocodrilo le devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se pone ahora Garfio cuando oye un tic-tac!” Campanilla se sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con Wendy, así que, adelantándose, les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar una flecha a un gran pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó al suelo, pero, por fortuna, la flecha no había penetrado en su cuerpo y enseguida se recuperó del golpe. Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y, también, claro está de sus hermanitos y del propio Peter Pan. Procuraban no tropezarse con los terribles piratas, pero éstos, que ya habían tenido noticias de su llegada al País de Nunca Jamás, organizaron una emboscada y se llevaron prisioneros a Wendy, a Michael y a John. Para que Peter no pudiera rescatarles, el Capitán Garfio decidió envenenarle, contando para ello con la ayuda de Campanilla, quien deseaba vengarse del cariño que Peter sentía hacia Wendy. Garfio aprovechó el momento en que Peter se había dormido para verter en su vaso unas gotas de un poderosísimo veneno. Cuando Peter Pan se despertó y se disponía a beber el agua, Campanilla, arrepentida de lo que había hecho, se lanzó contra el vaso, aunque no pudo evitar que la salpicaran unas cuantas gotas del veneno, una cantidad suficiente para matar a un ser tan diminuto como ella. Una sola cosa podía salvarla: que todos los niños creyeran en las hadas y en el poder de la fantasía. Y así es como, gracias a los niños, Campanilla se salvó. Mientras tanto, nuestros amiguitos seguían en poder de los piratas. Ya estaban a punto de ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía que nada podía salvarles, cuando de repente, oyeron una voz: "¡Eh, Capitán Garfio, eres un cobarde! ¡A ver si te atreves conmigo!".
  • 6. Era Peter Pan que, alertado por Campanilla, había llegado justo a tiempo de evitarles a sus amigos una muerte cierta. Comenzaron a luchar. De pronto, un tic-tac muy conocido por Garfio hizo que éste se estremeciera de horror. El cocodrilo estaba allí y, del susto, el Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar. Es muy posible que todavía hoy, si viajáis por el mar, podáis ver al Capitán Garfio nadando desesperadamente, perseguido por el infatigable cocodrilo. El resto de los piratas no tardó en seguir el camino de su capitán y todos acabaron dándose un saludable baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y de los demás niños. Ya era hora de volver al hogar. Peter intentó convencer a sus amigos para que se quedaran con él en el País de Nunca Jamás, pero los tres niños echaban de menos a sus padres y deseaban volver, así que Peter les llevó de nuevo a su casa. "¡Quédate con nosotros!", pidieron los niños. "¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-. No os hagáis mayores nunca. Aunque crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. De ese modo seguiremos siempre juntos." "¡Prometido!", gritaron los tres niños mientras agitaban sus manos diciendo adiós. EL SOLDADITO DE PLOMO
  • 7. Había una vez un juguetero que fabricó un ejército de soldaditos de plomo, muy derecho y elegante. Cada uno llevaba un fusil al hombro, una chaqueta roja, pantalones azules y un sombrero negro alto con una insignia dorada al frente. Al juguetero no le alcanzó el plomo para el último soldadito y lo tuvo que dejar sin una pierna. Pronto, los soldaditos se encontraban en la vitrina de una tienda de juguetes. Un señor los compró para regalárselos a su hijo de cumpleaños. Cuando el niño abrió la caja, en presencia de sus hermanos, el soldadito sin pierna le llamó mucho la atención. El soldadito se encontró de pronto frente a un castillo de cartón con cisnes flotando a su alrededor en un lago de espejos. Frente a la entrada había una preciosa bailarina de papel. Llevaba una falda rosada de tul y una banda azul sobre la que brillaba una lentejuela. La bailarina tenía los brazos alzados y una pierna levantada hacia atrás, de tal manera que no se le alcanzaba a ver. ¡Era muy hermosa! "Es la chica para mí", pensó el soldadito de plomo, convencido de que a la bailarina le faltaba una pierna como a él. Esa noche, cuando ya todos en la casa se habían ido a dormir, los juguetes comenzaron a divertirse. El cascanueces hacía piruetas mientras que los demás juguetes bailaban y corrían por todas partes. Los únicos juguetes que no se movían eran el soldadito de plomo y la hermosa bailarina de papel. Inmóviles, se miraban el uno al otro. De repente, dieron las doce de la noche. La tapa de la caja de sorpresas se abrió y de ella saltó un duende con expresión malvada. -¿Tú qué miras, soldado? -gritó. El soldadito siguió con la mirada fija al frente. -Está bien. Ya verás lo que te pasará mañana -anunció el duende. A la mañana siguiente, el niño jugó un rato con su soldadito de plomo y luego lo puso en el borde de la ventana, que estaba abierta. A lo mejor fue el viento, o quizás fue el duende malo, lo cierto es que el soldadito de plomo se cayó a la calle. El niño corrió hacia la ventana, pero desde el tercer piso no se alcanzaba a ver nada. -¿Puedo bajar a buscar a mi soldadito? -preguntó el niño a la criada. Pero ella se negó, pues
  • 8. estaba lloviendo muy fuerte para que el niño saliera. La criada cerró la ventana y el niño tuvo que resignarse a perder su juguete. Afuera, unos niños de la calle jugaban bajo la lluvia. Fueron ellos quienes encontraron al soldadito de plomo cabeza abajo, con el fusil clavado entre dos adoquines. -¡Hagámosle un barco de papel! -gritó uno de los chicos. Llovía tan fuerte que se había formado un pequeño río por los bordes de las calles. Los chicos hicieron un barco con un viejo periódico, metieron al soldadito allí y lo pusieron a navegar. El sodadito permanecía erguido mientras el barquito de papel se dejaba llevar por la corriente. Pronto se metió en una alcantarilla y por allí siguió navegando. "¿A dónde iré a parar?" pensó el soldadito. "El culpable de esto es el duende malo. Claro que no me importaría si estuviera conmigo la hermosa bailarina." En ese momento, apareció una rata enorme. -¡Alto ahí! -gritó con voz chillona-. Págame el peaje. Pero el soldadito de plomo no podía hacer nada para detenerse. El barco de papel siguió navegando por la alcantarilla hasta que llegó al canal. Pero, ya estaba tan mojado que no pudo seguir a flote y empezó a naufragar. Por fin, el papel se deshizo completamente y el erguido soldadito de plomo se hundió en el agua. Justo antes de llegar al fondo, un pez gordo se lo tragó. -¡Qué oscuro está aquí dentro! -dijo el soldadito de plomo-. ¡Mucho más oscuro que en la caja de juguetes! El pez, con el soldadito en el estómago, nadó por todo el canal hasta llegar al mar. El soldadito de plomo extrañaba la habitación de los niños, los juguetes, el castillo de cartón y extrañaba sobre todo a la hermosa bailarina. "Creo que no los volveré a ver nunca más", suspiró con tristeza. El soldadito de plomo no tenía la menor idea de dónde se hallaba. Sin embargo, la suerte quiso que unos pescadores pasaran por allí y atraparan al pez con su red. El barco de pesca regresó a la ciudad con su cargamento. Al poco tiempo, el pescado fresco ya estaba en el mercado; justo donde hacía las compras la criada de la casa del niño. Después de mirar la selección de pescados, se decidió por el más grande: el que tenía al
  • 9. soldadito de plomo adentro. La criada regresó a la casa y le entregó el pescado a la cocinera. -¡Qué buen pescado! -exclamó la cocinera. Enseguida, tomó un cuchillo y se dispuso a preparar el pescado para meterlo al horno. -Aquí hay algo duro -murmuró. Luego, llena de sorpresa, sacó al soldadito de plomo. La criada lo reconoció de inmediato. -¡Es el soldadito que se le cayó al niño por la ventana! -exclamó. El niño se puso muy feliz cuando supo que su soldadito de plomo había aparecido. El soldadito, por su parte, estaba un poco aturdido. Había pasado tanto tiempo en la oscuridad. Finalmente, se dio cuenta de que estaba de nuevo en casa. En la mesa vio los mismos juguetes de siempre, y también el castillo con el lago de espejos. Al frente estaba la bailarina, apoyada en una pierna. Habría llorado de la emoción si hubiera tenido lágrimas, pero se limitó a mirarla. Ella lo miraba también. De repente, el hermano del niño agarró al soldadito de plomo diciendo: -Este soldado no sirve para nada. Sólo tiene una pierna. Además, apesta a pescado. Todos vieron aterrados cómo el muchacho arrojaba al soldadito de plomo al fuego de la chimenea. El soldadito cayó de pie en medio de las llamas. Los colores de su uniforme desvanecían a medida que se derretía. De pronto, una ráfaga de viento arrancó a la bailarina de la entrada del castillo y la llevó como a un ave de papel hasta el fuego, junto al soldadito de plomo. Una llamarada la consumió en un segundo. A la mañana siguiente, la criada fue a limpiar la chimenea. En medio de las cenizas encontró un pedazo de plomo en forma de corazón. Al lado, negra como el carbón, estaba la lentejuela de la bailarina. LA RATITA PRESUMIDA
  • 10. Érase una vez, una ratita que era muy presumida. Un día la ratita estaba barriendo su casita, cuando de repente en el suelo ve algo que brilla... una moneda de oro. La ratita la recogió del suelo y se puso a pensar qué se compraría con la moneda. “Ya sé me compraré caramelos... uy no que me dolerán los dientes. Pues me comprare pasteles... uy no que me dolerá la barriguita. Ya lo sé me compraré un lacito de color rojo para mi rabito.” La ratita se guardó su moneda en el bolsillo y se fue al mercado. Una vez en el mercado le pidió al tendero un trozo de su mejor cinta roja. La compró y volvió a su casita. Al día siguiente cuando la ratita presumida se levantó se puso su lacito en la colita y salió al balcón de su casa. En eso que aparece un gallo y le dice: “Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?”. Y la ratita le respondió: “No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces?” Y el gallo le dice: “quiquiriquí”. “Ay no, contigo no me casaré que no me gusta el ruido que haces”. Se fue el gallo y apareció un perro. “Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces?”. “Guau, guau”. “Ay no, contigo no me casaré que ese ruido me asusta”. Se fue el perro y apareció un cerdo. “Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿y tú por las noches qué ruido haces?”. “Oink, oink”. “Ay no, contigo no me casaré que ese ruido es muy ordinario”. El cerdo desaparece por donde vino y llega un gato blanco, y le dice a la ratita: “Ratita, ratita tú que eres tan bonita ¿te quieres casar conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿y tú qué ruido haces por las noches?”. Y el gatito con voz suave y dulce le dice: “Miau, miau”. “Ay sí contigo me casaré que tu voz es muy dulce.” Y así se casaron la ratita presumida y el gato blanco de dulce voz. Los dos juntos fueron felices y comieron perdices y colorín colorado este cuento se ha acabado. LA CASA DE CHOCOLATE:
  • 11. Había una vez una pobre familia que vivía en su perdido bosque lejos de todos sitios. Tenían dos hijos, el chico se llamaba Haensel y la chica, Gretel. Todos los días Haensel y Gretel iban con su padre a buscar leña para su casa. Un día, salieron con su padre en busca de ramitas. Su papá les advirtió que no se distrajeran porque se podrían perder, pero Haensel y Gretel no le hicieron mucho caso porque estaban jugando. Al llegar a la mitad del camino, su papá les dijo: "Vamos a separarnos, vosotros dos ir por allí, y yo iré por aquí, pero antes del anochecer tenéis que estar aquí para volver juntos a casa, ¿vale?". "Sí, papá, no te preocupes." "Bueno, hijos, tened cuidado, dadme un beso." Los dos hermanos besaron a su padre y alegremente se fueron cantando y saltando mientras cogían ramas. Tan bien se lo estaban pasando que no se fijaron en el camino que estaban recorriendo y de repente se dieron cuenta de que estaban perdidos. Haensel se asustó mucho, pero su hermana que era un poco más valiente que él le dijo: "No te preocupes hermanito, todavía no ha anochecido, seguro que encontramos el camino de vuelta." Haensel y Gretel empezaron a andar sin saber muy bien hacia donde iban y con miedo porque pronto anochecería. De pronto, ¡qué sorpresa!, ¡no se lo podían creer! ¡Era una casa de chocolate allí, en medio del bosque! Al principio, los dos hermanos no se atrevían a acercarse, pero decidieron cogerse de la mano e ir juntos. Miraron por la ventana y vieron que no había nadie dentro. Por fuera de la casa tenía ladrillos de chocolate, tejado de mazapán, cristales de caramelo. Tenían mucha hambre y pensaron que si le daban un bocado a un ladrillo no pasaría nada y así lo hicieron. Mientras comían se dieron cuenta que la puerta de la casa estaba abierta. Decidieron entrar. ¡Qué susto cuando vieron lo que allí había! Un gran fuego con un enorme caldero y jaulas que colgaban del techo, sapos y culebras en botes ¡Qué asco! Estaban ensimismados mirando y, de pronto... ¡Ja, Ja, Ja, Ja! Era la risa de una fea bruja que entró en la casa montada en su escoba y tras de sí cerró la puerta con llave y Haensel y Gretel quedaron allí atrapados. La bruja los cogió y metió a cada niño en una jaula, cerro y colgó la llave en la pared, diciendo: "¡Creíais que os podías comer mi casa! Ja, Ja. Pues ahora quién os comerá seré yo, pero antes tenéis que engordar porque estáis muy flacos. Y así cada día la bruja les daba mucho de comer y les pedía que sacaran el brazo entre los barrotes, pero Haensel que muy inteligente, se dio cuenta que la bruja apenas veía y cuando ella le decía que sacara el brazo, él y su hermana sacaban un hueso de pollo y así la bruja decidía no comérselos aún, hasta que se cansó y dijo: "¡Ya está bien! Me da igual lo flaco que estés, te comeré a tí primero." La bruja cogió la llave y sacó a Haensel de la jaula. Se enfadó mucho al notar que el niño estaba más gordito y que la había engañado. Se enfadó tanto que se olvidó que la llave la había dejado puesta en la jaula. Mientras la bruja gritaba y metía a Haensel en el caldero, Gretel cogió la llave, salió
  • 12. de su jaula, agarró la escoba en que la bruja volaba y le atizó en la cabeza, entonces su hermano y ella subieron a la escoba y salieron volando de allí. La bruja quería perseguirlos pero no podía hacer nada sin su escoba, así que no pudo agarrarlos. Los dos hermanos se dirigieron alegremente a su casa, y ¡cuál fue la sorpresa de sus padres cuando los vieron llegar sanos y salvos en la escoba! Se besaron y abrazaron felizmente, utilizaron la escoba para ir de pueblo en pueblo vendiendo leña y así nunca les faltó para comer, y además los dos hermanos aprendieron una gran lección: "Nunca hay que fiarse de las apariencias". Por eso si veis a un desconocido que os llama, aunque parezca bueno.... No os fieis. LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO
  • 13. Érase un labrador tan pobre, tan pobre, que ni siquiera pobre de la aldea. Y resulta que un día, trabajando en el su suerte, apareció un enanito que le dijo: poseía una vaca. Era el más campo y lamentándose de -Buen hombre, he oído tus lamentaciones y voy a fortuna cambie. Toma esta gallina; es tan maravillosa días pone un huevo de oro. hacer que tu que todos los El enanito desapareció sin más ni más y el labrador llevó gallina a su corral. Al día siguiente, ¡oh sorpresa!, encontró un huevo de oro. Lo puso en una cestita y se fue con ella a la ciudad, donde vendió el huevo por un alto precio. la Al día siguiente, loco de alegría, encontró otro huevo de oro. ¡Por fin la fortuna había entrado a su casa! Todos los días tenía un nuevo huevo. Fue así que poco a poco, con el producto de la venta de los huevos, fue convirtiéndose en el hombre más rico de la comarca. Sin embargo, una insensata avaricia hizo presa su corazón y pensó: "¿Por qué esperar a que cada día la gallina ponga un huevo? Mejor la mato y descubriré la mina de oro que lleva dentro". Y así lo hizo, pero en el interior de la gallina no encontró ninguna mina. A causa de la avaricia tan desmedida que tuvo, este tonto aldeano malogró la fortuna que tenía. RICITOS DE ORO
  • 14. En un bosque florido y frondoso vivían tres ositos, un papá, una mamá y el pequeño osito. Un día, tras hacer todas las camas, limpiar la casa y hacer la sopa para la cena, los tres ositos fueron a pasear por el bosque para que el pequeño osito pudiera jugar y respirar aire puro. De repente, apareció una niña muy bien vestida llamada Ricitos de Oro. Cuando vio la casita de los tres ositos, se asomó a la ventana y le pareció muy curioso lo ordenada y coqueta que tenían la casa. A Ricitos de Oro se le olvidaron los modales que su mamá le había inculcado y decidió entrar en la casita de los tres ositos. "¡Oh! ¡Qué casita más bonita! ¡Qué limpia y ordenada tienen la casa la gente que vive aquí!". Mientras iba observando todo lo que había en la casa comenzó a sentir hambre, ya que le vino un olor muy sabroso a sopa . "¡Mmm...! ¡Qué hambre me ha entrado! Voy a ver que tendrán para cenar." Fue hacia la mesa y vio que había tres tazones. Un tazón pequeño, uno más grande y otro más y más grande que los otros dos anteriores. Ricitos de Oro siguió sin acordarse de los modales que su mamá le había enseñado y en vez de esperar a que los tres ositos volvieran a la casita y le invitaran a tomar un poco de la sopa que habían preparado, se lanzó directamente a probarla. Comenzó por el tazón más grande, pero al probarlo, la sopa estaba demasiado caliente. Entonces pasó al tazón mediano y al probarlo, la sopa estaba demasiado fría, pasándose a probar el tazón más pequeño que estaba como a ella le gustaba. "Está en su punto", dijo la niña. Cuando acabó la sopa se subió a la silla más grandota pero estaba demasiado dura y se pasó a la otra silla más mediana comprobando que estaba demasiado blanda, y entonces decidió sentarse en la silla más pequeña que estaba ni muy dura ni muy blanda; era comodísima. Pero la sillita estaba acostumbrada al peso tan ligero del osito y poco a poco el asiento fue cediendo y se rompió. Cuando Ricitos de Oro se levantó del suelo, subió a la habitación de los tres ositos y comenzó a probar las tres camas. Probó la cama grande pero estaba demasiado alta. Después probó la cama mediana pero estaba demasiado baja y por fin probó la cama pequeña que era tan mullidita y cómoda que se quedó totalmente dormida. Mientras Ricitos de Oro dormía profundamente, llegaron los tres ositos a la casa y nada más entrar el oso grande vio cómo su cuchara estaba dentro del tazón y dijo con su gran voz: "¡Alguien ha probado mi sopa!". Y mamá oso también vio su cuchara dentro del tazón y dijo: "¡Alguien ha probado también mi sopa!". Y el osito pequeño dijo con voz apesadumbrada: "¡Alguien se ha tomado mi sopa y se la ha comido toda entera!". Después pasaron al salón y dijo papá oso: "¡Alguien se ha sentado en mi silla!". Y mamá oso dijo: "¡Alguien se ha sentado también en mi silla!". Y el pequeño osito dijo con su voz aflautada: "¡Alguien se ha sentado en mi sillita y además me la ha roto!". Al ver que allí no había nadie, subieron a la habitación para ver si el ladrón de su comida se encontraba todavía en
  • 15. el interior de la casa. Al entrar en la habitación, papá oso dijo: "¡Alguien se ha acostado en mi cama!". Y mamá eso exclamó: "¡Alguien se ha acostado en mi cama también!". Y el osito pequeño dijo: "¡Alguien se ha acostado en ella...!". Ricitos de Oro, mientras dormía creía que la voz fuerte que había escuchado y que era papá oso, había sido un trueno, y que la voz de mamá oso había sido una voz que la hablaba en sueños pero la voz aflautada del osito la despertó. De un salto se sentó en la cama mientras los osos la observaban, y saltó hacia el otro lado saliendo por la ventana corriendo sin parar un solo instante, tanto, tanto que no daban los pies en el suelo. Desde ese momento, Ricitos de Oro nunca volvió a entrar en casa de nadie ajeno sin pedir permiso primero. LOS SIETE CABRILLOS
  • 16. En una bonita casa del bosque vivía mamá cabra con sus siete cabritillos. Una mañana mamá cabra le dijo a sus hijos que tenía que ir a la ciudad a comprar y de forma insistente les dijo: "Queridos hijitos, ya sabéis que no tenéis que abrirle la puerta a nadie. Vosotros jugad y no le abráis a nadie". " ¡Sí mamá. No le abriremos a nadie la puerta." La mamá de los cabritillos temía que el lobo la viera salir y fuera a casa a comerse a sus hijitos. Ella, preocupada, al salir por la puerta volvió a decir: "Hijitos, cerrar la puerta con llave y no le abráis la puerta a nadie, puede venir el lobo." El mayor de los cabritillos cerró la puerta con llave. Al ratito llaman a la puerta. "¿Quién es?", dijo un cabritillo. "Soy yo, vuestra mamá", dijo el lobo, que intentaba imitar la voz de la mamá cabra. "No, no, tú no eres nuestra mamá, nuestra mamá tiene la voz fina y tú la tienes ronca." El lobo se marchó y fue en busca del huevero y le dijo: "Dame cinco huevos para que mi voz se aclare." El lobo tras comerse los huevos tuvo una voz más clara. De nuevo llaman a la puerta de las casa de los cabritillos. "¿Quién es?". "Soy yo, vuestra mamá." "Asoma la patita por debajo de la puerta." Entonces el lobo metió su oscura y peluda pata por debajo de la puerta y los cabritillos dijeron: "¡No, no! tú no eres nuestra mamá, nuestra mamá tiene la pata blanquita." El lobo enfadado pensó: "Qué listos son estos cabritillos, pero se van a enterar, voy a ir al molino a pedirle al molinero harina para poner mi para muy blanquita." Así lo hizo el lobo y de nuevo fue a casa de los cabritillos. "¿Quién es?", dice un cabritillo. "Soy yo, vuestra mamá." "Enseña la patita por debajo de la puerta." El lobo metió su pata, ahora blanquita, por debajo de la puerta y todos los cabritillos dijeron: "¡Sí, sí! Es nuestra mamá, abrid la puerta." Entonces el lobo entró en la casa y se comió a seis de los cabritillos, menos a uno, el más pequeño, que se había escondido en la cajita del reloj. El lobo con una barriga muy gorda salió de la casa hacia el río, bebió agua y se quedó dormido al lado del río. Mientras tanto mamá cabra llegó a casa. Al ver la puerta abierta entró muy nerviosa gritando: "¡Hijitos, dónde estáis! ¡Hijitos, dónde estáis!". Una voz muy lejana decía: "¡Mamá, mamá!". "¿Dónde estás, hijo mío?". "Estoy aquí, en la cajita del reloj." La mamá cabra sacó al menor de sus hijos de la cajita del reloj, y el cabritillo le contó que el lobo había venido y se había comido a sus seis hermanitos. La mamá cabra le dijo a su hijito que cogiera hilo y una aguja, y juntos salieron a buscar al lobo. Le encontraron durmiendo profundamente. La mamá cabra abrió la barriga del lobo, sacó a sus hijitos, la llenó de piedras, luego la cosió y todos se fueron contentos. Al rato el lobo se despertó: "¡Oh¡ ¡Qué sed me ha dado comerme a estos cabritillos!". Se
  • 17. arrastró por la tierra para acercarse al río a beber agua, pero al intentar beber, cayó al río y se ahogó, pues no podía moverse, ya que su barriga estaba llena de muchas y pesadas piedras. Al legar a casa, la mamá regañó a los cabritillos diciéndoles que no debieron desobedecerla, pues mira lo que había pasado. LA LIEBRE Y LA TORTUGA
  • 18. En el centro del bosque había un amplio círculo, libre de árboles, en el que los animales que habitaban aquellos contornos celebraban toda clase de competiciones deportivas. En el centro de un grupo de animales hablaba la bonita y elegante Esmelinda, la liebre: - Soy veloz como el viento, y no hay nadie que se atreva competir conmigo en velocidad. Un conejito gris insinuó, soltando la carcajada y ironía: a hablando con burlona - Yo conozco alguien que te ganaría... - ¿Quien? - Preguntó Esmelinda, sorprendida e indignada a la vez. - ¡La tortuga! ¡La tortuga! Todos los allí reunidos rompieron a reír a carcajadas, y entre las risotadas se oyeron gritos de: "¡La tortuga y la liebre en carrera! ¡Frente a frente! En el centro del grupo la liebre alzó su mano para ordenar silencio. - ¡Qué cosas se os ocurren! Yo soy el animal más veloz del bosque y nadie sería capaz de alcanzarme. Y se alejó del lugar tan rápidamente como si tuviera alas en los pies. La liebre se dirigió al mercado de lechugas, pues la tortuga era vendedora de la mencionada mercancía, y se aproximó a la tortuga contoneándose: - Hola tortuguita, vengo a proponerte que el domingo corras conmigo en la carrera. La tortuga se le quedó mirando boquiabierta. - ¡Tú bromeas! Yo soy muy lenta y la carrera no tendría emoción. Aunque, ¡quién sabe! - ¿Como? Pobre animalucho. Supongo que no te imaginarás competir conmigo. Apostaría cualquier cosa a que no eres capaz. - Iré el domingo a la carrera. Una vieja tortuga le dijo: - Tu eres lenta pero constante...; la liebre veloz, pero inconstante ve tranquila y suerte, tortuguita. El domingo amaneció un día espléndido. En el campo de los deportes reinaba una gran algarabía. - ¡Vamos, retírate! - le gritaban algunos a la tortuga. Pero la tortuga, aunque avergonzada no se retiró.
  • 19. La liebre, después de recorrer un trecho se echó a dormir y cuando despertó siguió riendo porque la tortuga llegaba entonces a su lado. - ¡Anda, sigue, sigue! Te doy un kilómetro de ventaja. Voy a ponerme a merendar. La liebre se sentó a merendar y a charlar con algunos amigos y cuando le pareció se dispuso a salir tras la tortuga, a quien ya no se la veía a lo lejos. Pero, ¡ay!, la liebre había sido excesivamente optimista y menospreciado en demasía el caminar de la tortuga, porque cuando quiso darle alcance ya llegaba a la meta y ganaba el premio. Fue un triunfo inolvidable en el que el sabio consejo de una anciana y la preciosa virtud de la constancia salieron triunfales una vez más. LAS HABICHUELAS MÁGICAS
  • 20. Juan vivía con su madre en el campo. Un día, mientras Juan paseaba, Se encontró un paquetito debajo de un árbol. Miró dentro del paquetito y vio que en él sólo había unas pequeñas semillas redondas; entonces, Juan se guardó las semillas en el se fue muy contento a su casa. bolsillo y Juan plantó las semillas en el jardín de su casa y se fue a la cama porque estaba muy cansado. A la mañana siguiente, Juan descubrió que, de las semillas, habían crecido raíces tallos tan largos que se perdían en las nubes. Juan trepó por uno de los tallos y al llegar arriba, vio un castillo. y Juan se acercó al castillo y entró con mucho cuidado. Dentro del castillo, sentado en un sillón, vio a un gigante que roncaba sin parar, con un montón de monedas de oro a sus pies. Juan se acercó al gigante de puntillas y se llenó los bolsillos de monedas. Pero, de pronto, él gigante despertó y, dando un rugido, intentó atrapar a Juan. Juan corrió hasta el tallo de las habichuelas mágicas, descendió por la planta y, cuando llegó al suelo, con un hacha cortó el tallo para que el gigante no pudiera bajar. Juan y su madre vivieron muy felices desde entonces con las monedas de oro del gigante. PINOCHO
  • 21. El viejo carpintero Gepetto fabricó un muñeco de madera, y le quedó tan bien que le puso un nombre: Pinocho. Pero de pronto el muñeco empezó a hablar y a saltar ante el asombro de Gepetto. Gepetto le compró una cartera y libros, y lo mandó al colegio, acompañado de grillo, que le iba dando buenos consejos. Pero pinocho prefería divertirse en el teatro de títeres, sin escuchar a grillo. El dueño del teatro quiso quedarse con pinocho, pero tanto lloró el pobre muñeco que le dio unas monedas y lo dejó marchar. De vuelta a casa, se fue con el zorro y el gato, dos astutos ladrones, sin atender a grillo. Le llevaron al campo de los milagros y le dijeron que si enterraba allí sus monedas se haría muy rico. Pinocho les creyó y se quedó sin monedas. Cuando se dio cuenta del engaño, decidió volver a casa, pero una paloma le dijo que Gepetto había ido a buscarle al mar. En el camino se encontró con muchos niños que se dirigían al país de los juguetes. Al instante olvidó sus promesas y se fue con ellos. Allí jugó y brincó todo lo que quiso... pero acabó convertido en burro. Lloró arrepentido hasta que un hada buena se compadeció de él. El hada le devolvió su aspecto, pero le advirtió: - Cada vez que mientas te crecerá la nariz. Pinocho y grillo salieron hacia el mar en busca de Gepetto. Allí se toparon con un tiburón gigante, que se los tragó. ¡Qué sorpresa encontrar a Gepetto en el estómago del animal! Gracias a que el tiburón bostezó, pudieron escapar. Cuando llegaron a la playa, sanos y salvos, el hada transformó a Pinocho en un niño de carne y hueso. Y desde aquel día, siempre se portó bien. EL CUERVO Y LA ZORRA
  • 22. Erase en cierta ocasión un cuervo, el de más negro plumaje, que habitaba en el bosque y que tenía cierta fama de vanidoso. Ante su vista se extendían campos, sembrados y jardines llenos de florecillas... Y una preciosa casita blanca, a través de cuyas abiertas ventanas se veía al ama de la casa preparando la comida del dia. -¡Un queso!- murmuró el cuervo, y sintió que el pico se le hacía agua. El ama de la casa, pensando que así el queso se mantendría más fresco, colocó el plato con su contenido cerca de la abierta ventana. -¡Qué queso tan sabroso!- volvió a suspirar el cuervo, imaginando que se lo apropiaba. Voló el ladronzuelo hasta la ventana, y tomando el queso en el pico, se fue muy contento a saborearlo sobre las ramas de un arbol. Todo esto que acabamos de referir había sido visto también por una astuta zorra, que llevaba bastante tiempo sin comer. En estas circunstancias vio la zorra llegar ufano al cuervo a la más alta rama del arbol. -Ay, si yo pudiera a mi vez robar a ese ladrón! -Buenos días, señor cuervo. El cuervo callaba. Miró hacia abajo y contempló a la zorra, amable y sonriente. -Tenga usted buenos días -repitió aquella, comenzando a adularle de esta manera - Vaya, ¡que está usted bien elegante con tan bello plumaje! El cuervo, que, como ya sabemos era vanidoso, siguió callado, pero contento al escuchar tales elogios. -Sí, sí prosiguió la zorra. Es lo que siempre digo. No hay entre todas las aves quien tenga la gallardía y belleza del señor cuervo. El ave, sobre su rama, se esponjaba lleno de satisfacción. Y en su fuero interno estaba convencido de que todo cuanto decía el animal que estaba a sus pies era verdad. Pues, ¿acaso había otro plumaje más lindo que el suyo? Desde abajo volvió a sonar, con acento muy suave y engañoso, la voz de aquella astuta zorra:
  • 23. - Bello es usted, a fe mía, y de porte majestuoso. Como que si su voz es tan hermosa como deslumbrante es su cuerpo, creo que no habrá entre todas las aves del mundo quien se le pueda igualar en perfección. Al oír aquel discurso tan dulce y halagueño, quiso demostrar el cuervo a la zorra su armonía de voz y la calidad de su canto, para que se convenciera de que el gorjeo no le iba en zaga a su plumaje. Llevado de su vanidad, quiso cantar. Abrió su negro pico y comenzó a graznar, sin acordarse de que así dejaba caer el queso. ¡Qué más deseaba la astuta zorra! Se apresuró a coger entre sus dientes el suculento bocado. Y entre bocado y bocado dijo burlonamente a la engañada ave: -Señor bobo, ya que sin otro alimento que las adulaciones y lisonjas os habéis quedado tan hinchado y repleto, podéis ahora hacer la digestión de tanta adulación, en tanto que yo me encargo de digerir este queso. Nuestro cuervo hubo de comprender, aunque tarde, que nunca debió admitir aquellas falsas alabanzas. Desde entonces apreció en el justo punto su valía, y ya nunca más se dejó seducir por elogios inmerecidos. Y cuando, en alguna ocasión, escuchaba a algún adulador, huía de él, porque, acordándose de la zorra, sabía que todos los que halagan a quien no tiene meritos, lo hacen esperando lucrarse a costa del que linsonjean. Y el cuervo escarmentó de esta forma para siempre.