1. LA NIÑA DE LOS CERILLOS
Era la última noche del año, ¡Víspera de Año Nuevo y hacía mucho frío!
Nevaba y pronto iba a ser de noche. En el frío y la oscuridad, una pobre
niñita vagaba por la calle, descalza y sin bufanda en la cabeza. La verdad
es que, antes de salir de la casa llevaba zapatillas, pero no le habían
servido de mucho. Estas eran demasiado grandes y su madre ya las había
usado. Eran tan grandes que la niñita, en su prisa, las había perdido al
cruzar la calle entre dos carretas. Una de las zapatillas nunca la encontró y
la otra la encontró un niño que quiso usarla de cuna para cuando tuviera
sus propios hijos. La niña vagaba por la calle, con sus pies descalzos, los
cuales estaban azules por el frío, En su viejo delantal llevaba varios cerillos
y tenían un manojo en su mano. Había sido un mal día para ella; nadie le
había comprado ni un cerillo y no había ganado ningún centavo. Tenía
hambre y frío, y se veía muy débil. ¡Pobre niñita!. Desde todas las
ventanas se veían las luces que brillaban y la calle entera despedía el
maravilloso aroma de la carne asada. Lo único en que la niñita podía
pensar era que esa noche era la víspera de Año Nuevo. Ella se sentó en
una esquina y trató de calentarse entre dos casas. Sintió más y más frío
pero no se atrevía a volver a la casa porque no había vendido ni un cerillo,
y por ello no había ganado ni un centavo. Su padre la podría golpear y, por
otro lado, hacía frío en la casa también. Ellos vivían en una pequeña casita
y el viento se colaba por todos lados, a pesar que las grietas grandes las
habían tapado con paja y trapos. Sus manitas estaban casi muertas por el
frío. ¡Un cerillo encendido por lo menos los ayudaría! ¡Si tan solo pudiera
sacar uno del manojo, encenderlo contra la pared, y calentarse los dedos!
Entonces sacó uno. ¡Whoosh! ¡Cómo chispeaba! ¡Cómo encendía! Era una
llamita suave, igual que una velita protegida con las manos alrededor.
¡Pero que luz más extraña! A la niña le pareció que estaba frente una
cocina de hierro grande con cacerolas y ollas con perillas de metal pulido y
brillante. ¡El fuego era magnífico y daba tanto calor! La niña había apenas
estirado sus pies para calentarlos, cuando la llama se apagó y la cocina
desapareció. Ella quedó allí sentada con solo un pedacito de cerillo
quemado en sus manos