Del semilleros para la participación infantil medellín
Meditar es ir hacia el centro
1. Meditar es ir hacia el centro (I)
Sentarse y sentirse en intimidad con uno mismo
Por Ascensión Belart
Todas las religiones apuntan a la experiencia de una realidad inefable,
absoluta, la Unidad, la gran alma, el Ser, para muchos, Dios. Sabemos que el
término religión viene de religare, que significa «unir» (o «reunir») y que todos
participamos de la unidad del Ser divino a través de nuestro Ser esencial.
Puede decirse que somos conciencia encarnada, una conciencia que respira
por medio del aliento divino. El sentido trascendente del ser humano es percibir
aquello se encuentra más allá del espacio y el tiempo, lo eterno de la
existencia.
Cada vez hay más personas que buscan un camino espiritual por diferentes
motivaciones. Unas por curiosidad, otras porque está de moda, algunas para
relajarse y otras por necesidad, a raíz de ciertas experiencias dolorosas en una
búsqueda de verdadero sentido, y finalmente para encontrar una vía espiritual
que les ayude a transformarse interiormente.
En efecto, cada día aumenta el número de hombres y mujeres interesados en
aprender a meditar. La meditación es una práctica que está más allá de las
doctrinas y religiones, es la esencia de todas las religiones; un camino hacia
uno mismo, un viaje para descubrir y experimentar la verdadera naturaleza
esencial. Sentarse es situarse conscientemente entre el cielo y la tierra, entre lo
ilimitado del Cielo y lo ordinario de la Tierra, uniendo así en el corazón lo
absoluto con lo relativo.
Al Ser se accede a través de la experiencia; mediante el ejercicio o práctica
espiritual podemos sentir que formamos parte del Todo. El ejercicio favorece
que seamos permeables y transparentes a lo que somos en lo más profundo de
2. nosotros. En la práctica meditativa podemos vislumbrar nuestra esencia
perdida en la identificación con la mente. Lo divino nos busca y nos encuentra
en la soledad y el silencio.
La práctica de la meditación es un despertar de la conciencia corporal. En
primer lugar, es importante tener conciencia del cuerpo como instrumento de
realización espiritual, y no como un obstáculo en el camino. Tomar conciencia
del cuerpo que se es, no que se tiene.
La palabra meditación proviene de meditari, que significa «ir hacia el centro».
Meditar es sentarse y sentirse, en intimidad con uno mismo. A través de la
meditación se abre la prisión del ego y se accede al Ser esencial. Para ello,
hemos de contemplar el flujo de la actividad de la mente, sin identificarnos con
sus contenidos, sean los que sean. La contemplación de los pensamientos y
emociones tiene el efecto de disolverlos.
No practicamos la meditación con la idea de obtener algo, tampoco para sacar
provecho, ni para relajarnos o ser mejores. Meditamos porque es lo mejor que
podemos hacer llegado a un determinado momento en la vida, sin esperar
premios ni recompensas, sin crearnos otro ego −ahora espiritual−, sino para
conocer nuestra naturaleza original y estar más presentes en nuestras vidas.
En la meditación se trata de silenciar al ego dándole un «hueso que roer», para
dejar que despierte la voz más profunda de nuestro Ser. Se puede meditar
observando la respiración, o bien mirando un objeto o imagen, y también por
medio de la recitación de un mantra o sonido −sea interior o exterior−, como
sucede en el budismo tibetano, el sufismo e hinduismo.
En la práctica de la meditación son importantes el asiento, la postura, los ojos,
las manos, la boca y la respiración. Repasaremos uno a uno dichos aspectos.
Hay que sentarse cómodo y holgado sobre un cojín −o zafu− con las piernas
cruzadas, como una montaña bien asentada, con firmeza y majestuosidad. La
espalda recta y bien erguida, con el coxis un poco hacia fuera de forma natural
y la cabeza equilibrada entre los hombros relajados. La columna vertebral es el
canal entre cielo y tierra; la verticalidad de su eje propiciará que la energía fluya
por el cuerpo y la mente se encuentre en reposo. Es fundamental la inmovilidad
en la postura para favorecer que la mente se vaya aquietando.
Los ojos han de estar ligeramente abiertos para no retirarse de la realidad con
ensoñaciones y fantasías; la mirada delicada reposando en un punto fijo en el
suelo a unos ochenta o noventa centímetros y la barbilla un poco hacia el
pecho. La boca suavemente relajada, con la lengua en el paladar.
En cuanto a las manos, pueden estar sobre las rodillas, como en el budismo
tibetano o el taoísmo, o bien formando el mudra cósmico del zazen: las palmas
abiertas forman un cuenco, la izquierda sobre la derecha y los pulgares se
tocan formando una línea recta, mientras que los dedos meñiques están
pegados al hara, segundo chakra, justo debajo del ombligo.
3. El centro del cuerpo es el corazón, pero para abrirlo no hay que centrarse
directamente en él, sino en el hara; desde ahí se facilita que el corazón se abra
dulcemente, como una flor.
En la práctica de la meditación es imprescindible estar conectado con el centro
de gravedad o hara, que proporciona estabilidad, voluntad, equilibrio, serenidad
y dominio de uno mismo. La persona centrada en el hara se halla enraizada en
una relación equilibrada entre el cielo y la tierra, con ella misma y con el
mundo. El hara aporta confianza, seguridad, incrementa la salud y refuerza el
sistema inmunológico. Además, facilita la acumulación de la energía vital, por
eso en la vida cotidiana es bueno instalarse en él.
La conciencia del hara propicia estar presente y plenamente enraizado, libera
del yo egocéntrico y nos permite percibir, acceder y actuar desde el Ser
esencial. La conexión con el hara prepara para acoger la experiencia del Ser
que permanece a la espera para brotar cuando se dan las condiciones
adecuadas para ello.
Lo primero que experimentaremos es dolor físico ya que permanecemos
inmóviles en una postura a la que no estamos acostumbrados. Se trata de la
postura del loto o medio loto, si bien en algunas tradiciones −por ejemplo, la
taoísta− se medita sentado en una silla con la espalda recta. Podemos
empezar por sentir el interior, saborearlo, escucharlo y también sentir la piel, el
exterior, lo que nos separa y a la vez une al mundo.
El ejercicio requiere entrenamiento y adaptación, aunque también es cierto que
a más ego más dolor y que las personas con una mente agitada sufren más
que las serenas. Hay una relación entre la postura corporal y la actitud mental,
porque como sabemos cuerpo y mente están interrelacionados. Ahora bien,
podemos entrenar el cuerpo y la mente, superar el dolor, armonizar la
respiración e ir hacia la serenidad y quietud interior mediante la paciencia, la
perseverancia y la confianza en que ahí se encuentra nuestra esencia
La observación de la respiración es fundamental y común a las diferentes
tradiciones espirituales. La concentración tiene lugar en la respiración, en el
ritmo de inspiración y espiración, en el intercambio vital: dar y recibir. Hay que
ser íntimo con la respiración, en cada inhalación y exhalación. Se inspira
apoyándose primero en el hara o centro de gravedad, dejándose ir e insistiendo
en la espiración. Entre la toma del aire y la expulsión, entre el ir y venir sin la
intervención de la voluntad del ego, se produce equilibrio y alternancia.
Observamos la respiración, nos dejamos llevar en la expulsión del aire,
soltando, abandonándolo todo, sintiendo el hara al final de cada espiración. En
la exhalación se descansa, no se fuerza o manipula, se contempla. Al acabar
de soltar el aire pueden contarse las respiraciones, de uno a diez.
Se reposa en la pausa entre inspiración y espiración. Inspiración, pausa,
espiración lenta y vacío, y reencontrarse en la inspiración. En cada exhalación
se entrega todo, hay una pequeña muerte. Cada respiración es una muerte y
un nacimiento. La respiración es ser y devenir, nacer y morir a cada instante.
Morir una y otra vez en cada exhalación, relajándose. Ser uno con la
4. respiración, mientras ésta fluye sosegadamente, volver una y otra vez, sin
añadir nada. Los pensamientos aparecen y desaparecen como nubes en el
cielo, como olas en el mar, y una y otra vez los dejamos ir.
La respiración consciente es un poderoso mecanismo de transformación que
conduce al «yo soy». La respiración es la vida, la expresión fundamental de la
vida, del aliento divino o espíritu. Nos convertimos en respiración. El que
respira y la respiración se funden, se hacen uno, de modo que pasamos de
respirar a sentir que somos respirados por la vida.
Meditar es ir hacia el centro (II)
Más allá del apego y del rechazo
Por Ascensión Belart
En la práctica de la meditación soltar es imprescindible, fundamental. Soltarlo todo,
desprenderse de todo, morir una y otra vez en el cojín. Dejar de aferrar, relajarse y crear
espacio, sin esfuerzo. En una actitud alerta y a la vez relajada, soltando pero manteniéndose
firme y despierto se conecta con el vacío, con el centro o tesoro interior, accediendo a la
intimidad con uno mismo. Sin detenerse en nada, sin estancarse, únicamente sentarse y dejar
pasar.
Cuando empezamos a
practicar la meditación por primera vez parece que la actividad mental se haya
incrementado, pero en realidad lo que sucede es que hay más conciencia de
los pensamientos. Hay que dejar que las oleadas de pensamientos y
sentimientos surjan y se desvanezcan, no seguir tras ellos sino permitir que
vengan y se vayan. La mente es como un jarro lleno de agua fangosa que no
hemos de remover sino dejar que el lodo repose y se vaya al fondo, de manera
que arriba quede el agua clara.
Abandonamos las expectativas egoicas y centramos la atención en la postura y
la respiración, así la conciencia se libera de la tiranía de los pensamientos y
obsesiones y empiezan a abrirse espacios vacíos de pensamientos. Se trata de
5. crear una discontinuidad o brecha en la corriente mental, de prolongar el
espacio entre dos pensamientos.
De un continuum mental:
……………………………………………………………………………………………………………….
Pasamos a otro que es:
……… ……… ……… …….. …….. ……….. …….. ………
…… ……
Ha de ampliarse el espacio entre pensamientos sin aferrarse a las sensaciones
agradables ni rechazar las desagradables; sin tratar de quedarse en ningún
sitio, experimentando el estar presente hasta que no hay un yo ni un tú, ni
dentro ni fuera. Generalmente nos aferramos a lo conocido y agradable y
rechazamos lo nuevo o desagradable. Sin embargo, en ambos casos hay que
observar, hacerlo consciente y dejarlo marchar. Ver, identificar, soltar y dejar ir.
Intentar asirse a un pensamiento o sentimiento es como «querer coger la luna
en el agua».
Dirigimos la luz de la atención hacia el interior para iluminar nuestra esencia.
Simplemente estar, simplemente sentarse. Dejamos de luchar con nosotros
mismos y nos relajamos en lo que es, reconociendo, aceptando y dejando
pasar pensamientos, sentimientos y sensaciones.
Como se dice en uno de los libros más antiguos zen, el sutra del Shin jin mei:
La vía no es fácil ni difícil,
basta con no elegir ni rechazar.
Cuando no se elige ni se rechaza,
la verdad aparece delante de nosotros.
Una y otra vez, aún en el aburrimiento, la irritación o el dolor, hay que ver lo
que surge y dejarlo ir. Al ver lo que aparece respiración a respiración tomamos
conciencia del funcionamiento de la mente, aprendemos a ver qué surge
momento a momento, lo que representa un poderoso entrenamiento para la
vida cotidiana. Ejercitamos una mirada interior ecuánime, que no se queda
fijada a hechos ni emociones, que no se aferra a tener razón o estar
equivocada; una mente libre, exenta de juicios y opiniones.
Meditamos para ver qué sucede en nuestra mente, observamos los
pensamientos dejándolos pasar, sin aferrarnos, volviendo una y otra vez a la
postura, a la respiración, al hara.
Respecto al tiempo que dedicamos a la práctica de la meditación, se puede
empezar por veinte minutos para llegar a media hora o cuarenta minutos,
6. preferiblemente por la mañana y por la noche. Al acabar, nos levantamos
despacio, sin brusquedades, para llevar esa atención a lo cotidiano.
Meditamos para abrirnos al aquí y ahora, para estar más despiertos en nuestra
vida. Buda significa «el despierto» y meditar es practicar el arte de despertar.
En realidad, el sentido de la meditación es llevar ese estado a nuestra vida
cotidiana, prolongar el estar plenamente despiertos y presentes en todos y
cada uno de nuestros actos. Otorgar esa amplitud, serenidad y silencio a todos
los momentos y ámbitos de nuestra vida, bien enraizados en el aquí y ahora.
Vivimos en la ignorancia de lo que somos realmente, como sonámbulos,
dormidos en ensoñaciones sobre el pasado y el futuro, preocupados,
insatisfechos y temerosos. Despertar es darse cuenta del mundo esencial,
entrar en el instante en la vida cotidiana, instalarse en el ahora.
En algún momento hay que elegir, seleccionar un camino y un maestro de
entre las diferentes posibilidades y seguir con determinación aunque surjan
dudas. El viaje espiritual exige la apertura del corazón, requiere perseverancia
y un verdadero compromiso, paciencia, humildad y coraje. Supone encontrar la
senda espiritual que más inspire, y hacerse la pregunta que se le proponía a
Castaneda en Las enseñanzas de Don Juan: «¿Tiene corazón este camino? Si
tiene, el camino es bueno; si no, de nada sirve».
Para recorrerlo es imprescindible una actitud de amistad incondicional con
nosotros mismos, de amor compasivo y también cierta dosis de humor. Ha de
profundizarse en la vía elegida, sin salirse a la primera dificultad, sin
desalentarse y sin hacer gala de un «consumismo espiritual», con una actitud
abierta, tolerante y respetuosa hacia otros caminos.
La espiritualidad significa estar presente, con el corazón abierto y receptivo, en
actitud compasiva ante el dolor del mundo, entregados y comprometidos con la
vida, amando cada vez con mayor profundidad, en contacto con los demás, con
sencillez y simplicidad.
7. Es importante contar con las enseñanzas de un guía espiritual que nos enseñe
un camino que conoce; que nos dirija, apoye y guíe ante las incertidumbres y
obstáculos que inevitablemente irán surgiendo. Un verdadero maestro se
reconoce en primer lugar porque proviene de un antiguo linaje de enseñanzas
de maestro a maestro, de corazón a corazón, de mente a mente, generación
tras generación. Signos de ello son que sea compasivo, comparta su sabiduría,
no abandone, no manipule, sea humilde, alegre y con sentido del humor, y que
encarne el amor, la verdad, la presencia y la sabiduría de las enseñanzas.
Se dice que «Cuando el alumno está preparado aparece al maestro», y así
sucede. Es como un acto mágico o una sincronía cuando se da el momento de
conocer a aquel que es un espejo claro donde mirarnos. Para ser un buen
discípulo hay que estar receptivo a sus enseñanzas, con humildad, respeto,
sinceridad y gratitud. Impregnarse de la sabiduría y espíritu del maestro, y
confiar en él o ella.
A través de la meditación y de las enseñanzas comprendemos que todos los
fenómenos son impermanentes, que las circunstancias no son eternas. Todo
tiende a desaparecer. Somos seres en proceso y hay aspectos que nacen y
aspectos que mueren, como al fin será nuestro destino. Nuestro sufrimiento
proviene de aferrarnos a hechos, personas, situaciones, ilusiones y
expectativas. Nuestras mentes agitadas están insatisfechas porque nos falta
serenidad, tranquilidad y libertad interior. Sin embargo, el sufrimiento
existencial puede superarse mediante una práctica espiritual que nos permita
acceder a nuestra naturaleza original. Vivir el día a día con una mente tranquila
y ecuánime, entrenada por la meditación, una mente serena ante cualquier
experiencia. Se dice que Buda murió experimentando el Samadhi, la paz y la
serenidad del alma fruto de la vía de la meditación.