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Desde los primeros años de su vida en Valverde la gente fue fijando su mirada en aquella monjita de talla pequeña, que no perdía nunca la sonrisa, rodeada de un halo de felicidad y entrega tal que daba ánimos y bríos a los que le consultaban. Y fueron muchos los que le consultaron, sobre muy diversos problemas, obteniendo de ella una promesa: " Si Dios lo quiere, así pasará ". Se le atribuyen innumerables gracias debido a su intersección.  En una ocasión, una niña pequeña le confesó a la Directora: " Señora Directora, es que es una santa ".
[object Object],[object Object]
[object Object],[object Object],[object Object],La señora se quitó el delantal de faenas domésticas, se cubrió la cabeza con un velo negro y, acompañada de su hija, se dirigió  al Colegio. Las dos estuvieron largo tiempo en la capilla, aunque vivían bastante lejos y se hacía tarde. La madre continuaba llorando.
[object Object],[object Object],Subían las escaleras para pasar al patio superior y se encontraron  con Sor Eusebia. —Señora, ¿por qué llora? Y la otra, entre sollozos, le contó todo.
El Jueves Santo salían de la iglesia... Y oyó una voz que la llamaba.  ,[object Object],[object Object],Cuando Josefa contaba esto en 1975, en Valverde, lloraba y reía al mismo tiempo y le parecía volver a ver al soldado que llegaba en el famoso tren ya conocido, y a Sor Eusebia en la capilla del Colegio, orando en su lugar acostumbrado: «Tú lo puedes, Señor, hazlo por amor a esta pobre gente»
El huerto del Colegio se había convertido en una hermosura, y las niñas alegres traían toda el agua que podían de la fuente pública. Pozo había, como se ha dicho, pero estaba seco. Sor Eusebia, con su ánimo optimista, obtuvo de Sor Carmen Moreno que se llamase a un hombre práctico, para que viniese a ahondar un poco en el fondo del pozo:  Era un día de clase. Vino el hombre y vio el pozo. Desconfiaba que allí pudiera brotar agua, pero intentó hacer lo que pudo. Bajó con azada y pico. Sor Eusebia limpiaba las verduras para el mediodía, sentada en una banqueta no muy lejos de allí, a su lado tenía también sentada una niña, llamada Gregoria: posiblemente enredaría en la clase y la maestra la envió, como acostumbraba, bajo la vigilancia de la hermana cocinera . «Píense, señora Directora, cuánta verdura podremos tener para nosotras y flores para el altar...».
Se oían los golpes que daba el hombre en el fondo del pozo: trabajaba afanosamente, pero desconfiaba... A uno de sus golpes de pico se rompió una piedra y brotó un fuerte chorro de agua que lo mojó todo. El buen hombre tuvo que pedir ayuda, pues el agua salía cada vez con más vigor e iba a cubrirlo si no salía rápido.  Sor Eusebia elevó al Señor desde lo más íntimo de su alma un cántico de acción de gracias y echó al, hombre su propio crucifijo, diciéndole: ¡Cójalo! Al instante el agua se paró y el hombre pudo salir sano y salvo, pero calado hasta la médula de sus huesos. Entregó a Sor Eusebia el crucifijo que había sufrido alguna abolladura.
Gregoria, al ver todo esto, quedó profundamente admirada y pidió a Sor Eusebia que le permitiera besar el crucifijo. — Tómalo, para ti, te lo regalo, pero no lo pierdas; guárdalo durante toda tu vida, pues un día te servirá... Con el tiempo Gregoria se hizo mayor y se desposó con Antonio. En su ajuar llevó también el crucifijo de Sor Eusebia y jamás se ha desprendido de él, aunque fueron a vivir a Santiago de Compostela, en el extremo opuesto a Valverde. El 14 de agosto de 1974 volvieron a Valverde y visitaron a la hermana de Antonio, religiosa salesiana. Y contaron infinidad de gracias que ellos atribuyen al crucifijo...
Era mediodía, y ya llegaban las primeras niñas del Protectorado cuando Sor Eusebia pensó darles de segundo plato tortilla. Dijo a las dos primeras niñas que habían llegado: — Por favor, tomad este cesto e id al gallinero y recoged todos los huevos que encontréis. Herminia lavaba al aire libre, entre el huerto y el patio. El gallinero estaba en el fondo, junto a la pared. — ¡Eh!, ¿dónde vais? — A recoger los huevos para las tortillas. No tardó mucho tiempo sin que regresasen balanceando el cesto vacío. — ¿Y los huevos? — No hay ninguno.
— Seguramente no habéis buscado bien. — Hemos rebuscado en todos los nidales y rincones, incluso hemos levantado las gallinas. Y he aquí a Sor Eusebia con el cesto camino del gallinero. —¿Dónde va, Sor Eusebia? — Voy a por los huevos. — No hay ninguno. Ya han mirado bien las niñas. —¿Quién sabe...? Intentaré mirar yo también. Y... volvió con el cesto lleno de huevos. Con ellos hizo unas buenas tortillas para las cuarenta niñas que comían en el Protectorado.
Lo escuchamos de los labios de Herminia: trabajaba en la cocina y oyó el diálogo de Sor Carmen y Sor Eusebia: — El bidón del aceite está casi vacío y aún falta bastante para que llegue otro... ¿Qué haremos...? —decía Sor Carmen. Existía un piadoso convenio entre una de las familias fundadoras del Colegio y las hermanas: el señor Mora Moya proveería de su propio olivar el aceite necesario. — No se preocupe, señora Directora, tendremos bastante. Sor Carmen concluyó: «¡Así sea...!».  Sor Eusebia no dijo que también quedaban muy pocos garbanzos, y ya sabemos que en la España de entonces los garbanzos eran como el pan-nuestro-de-cada-día.
Herminia que, a veces ayudaba en la cocina, alzaba el bidón del aceite y sonaba a vacío, sin embargo jamás dejó de caer el chorrito necesario hasta que el señor José María Moya envió, a fin de mes, el nuevo bidón.  Pero no pudieron quitar el tapón ni con la llave inglesa que hizo traer la Directora. Sor Eusebia con sus dos deditos lo desenroscó y se lo entregó al señor Moya. El criado del mismo, que lo trajo, decía después:  «No sé qué cosa sean los santos. Dicen que aquella hermana bastilla, delgada y pálida lo es. Pienso que sí: dos hombres acostumbrados al trabajo no pudimos... y ella sí. Sí, sí, sin duda que es santa».
Lo mismo pasó otro día con los garbanzos, no había para el cocido diario y en ese momento llevan una buena cantidad de ellos al Colegio... No había tiempo para que se cociesen bien, pero a la hora de la comida la comunidad tuvo un plato de cocido riquísimo. Otro día era la carne...; otro las patatas... Aquello era un florecer de hechos, anécdotas, que pasaban de boca en boca, Seminaristas, religiosas, sacerdotes, muchachas, iban a consultar sobre su futuro a sor Eusebia, mientras tendía la ropa en la huerta o pelaba patatas en la cocina. Y ella tranquila aconsejaba, predecía el porvenir, animaba una vocación auténtica, o desaconsejaba una falsa. Y a quien le preguntaba cómo sabía esas cosas, respondía con una frasecita que Don Bosco habla empleado muchas veces: "He soñado".
La gente de Valverde, haciendo eco a las ni ñ as y j ó venes del Colegio, comenz ó  a decir:  « Sor Eusebia es una santa, es una santa » .  Naturalmente, ella nada sab í a y Sor Carmen Moreno actu ó  siempre con gran prudencia, no haciendo caso o no dando importancia a lo que tambi é n en el Colegio suced í a de extraordinario. Pero, en secreto, lo anotaba todo. Estos fen ó menos contin ú an produci é ndose en nuestros d í as, por lo que su tumba siempre est á  acompa ñ ada de personas que vienen a rezar, con el convencimiento de que ella les escuchar á  y les ayudar á  a resolver los problemas
¿ Y por qu é  tantas cosas extra ñ as?  ¿ C ó mo es esto posible?  ¿ Y por qu é  se manifiesta precisamente en ella?
La infinita libertad de Dios que escoge a quien quiere para DARSE, y adaptarse a nuestras necesidades y deseos. Sin embargo, se da esto cuando se establece y se mantiene una continua corriente entre las dos partes. Ocurren estas cosas extraordinarias cuando la persona est á   í ntimamente relacionada con Dios y deja que  É l est é  presente en cada minuto de su vida y permite que Dios mismo se manifieste a trav é s de ella.  Esto ocurre cuando una persona se abandona tan profundamente al abrazo de Dios y deja que  é l act ú e a trav é s de su manera de vivir, de sus palabras, de sus pensamientos, de sus buenos deseos …   Esto   sucede cuando la persona est á  tan pendiente de las necesidades de los que la rodean que se olvida de s í  misma y s ó lo desea ardientemente el bien del otro. Por eso Dios es capaz de entrar y usar sus manos, sus palabras, su mirada, su pensamiento, su sonrisa, su  á nimo, su cercan í a …
Muchas más cosas extraordinarias podrían suceder si viviésemos más cerca de Dios, si lo amásemos de verdad, si fuésemos capaces de olvidarnos a nosotros mismos para que Dios pudiese manifestarse.  Da igual si lo llamamos “milagro” o “explosión de amor infinito”; eso es lo de menos, lo verdaderamente importante es que Dios se desborda, se derrama a borbotones, lo inunda todo cuando la persona le deja actuar, lo ama profundamente, le deja ocupar el centro de su vida.
Aprendamos hoy de Sor Eusebia a estar pendientes de las necesidades de los demás, de los pequeños detalles. Y pidámosle que también nosotros aprendamos a ser instrumentos del Amor de Dios.

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Sor eusebia 3er día

  • 1.  
  • 2. Desde los primeros años de su vida en Valverde la gente fue fijando su mirada en aquella monjita de talla pequeña, que no perdía nunca la sonrisa, rodeada de un halo de felicidad y entrega tal que daba ánimos y bríos a los que le consultaban. Y fueron muchos los que le consultaron, sobre muy diversos problemas, obteniendo de ella una promesa: " Si Dios lo quiere, así pasará ". Se le atribuyen innumerables gracias debido a su intersección. En una ocasión, una niña pequeña le confesó a la Directora: " Señora Directora, es que es una santa ".
  • 3.
  • 4.
  • 5.
  • 6.
  • 7. El huerto del Colegio se había convertido en una hermosura, y las niñas alegres traían toda el agua que podían de la fuente pública. Pozo había, como se ha dicho, pero estaba seco. Sor Eusebia, con su ánimo optimista, obtuvo de Sor Carmen Moreno que se llamase a un hombre práctico, para que viniese a ahondar un poco en el fondo del pozo: Era un día de clase. Vino el hombre y vio el pozo. Desconfiaba que allí pudiera brotar agua, pero intentó hacer lo que pudo. Bajó con azada y pico. Sor Eusebia limpiaba las verduras para el mediodía, sentada en una banqueta no muy lejos de allí, a su lado tenía también sentada una niña, llamada Gregoria: posiblemente enredaría en la clase y la maestra la envió, como acostumbraba, bajo la vigilancia de la hermana cocinera . «Píense, señora Directora, cuánta verdura podremos tener para nosotras y flores para el altar...».
  • 8. Se oían los golpes que daba el hombre en el fondo del pozo: trabajaba afanosamente, pero desconfiaba... A uno de sus golpes de pico se rompió una piedra y brotó un fuerte chorro de agua que lo mojó todo. El buen hombre tuvo que pedir ayuda, pues el agua salía cada vez con más vigor e iba a cubrirlo si no salía rápido. Sor Eusebia elevó al Señor desde lo más íntimo de su alma un cántico de acción de gracias y echó al, hombre su propio crucifijo, diciéndole: ¡Cójalo! Al instante el agua se paró y el hombre pudo salir sano y salvo, pero calado hasta la médula de sus huesos. Entregó a Sor Eusebia el crucifijo que había sufrido alguna abolladura.
  • 9. Gregoria, al ver todo esto, quedó profundamente admirada y pidió a Sor Eusebia que le permitiera besar el crucifijo. — Tómalo, para ti, te lo regalo, pero no lo pierdas; guárdalo durante toda tu vida, pues un día te servirá... Con el tiempo Gregoria se hizo mayor y se desposó con Antonio. En su ajuar llevó también el crucifijo de Sor Eusebia y jamás se ha desprendido de él, aunque fueron a vivir a Santiago de Compostela, en el extremo opuesto a Valverde. El 14 de agosto de 1974 volvieron a Valverde y visitaron a la hermana de Antonio, religiosa salesiana. Y contaron infinidad de gracias que ellos atribuyen al crucifijo...
  • 10. Era mediodía, y ya llegaban las primeras niñas del Protectorado cuando Sor Eusebia pensó darles de segundo plato tortilla. Dijo a las dos primeras niñas que habían llegado: — Por favor, tomad este cesto e id al gallinero y recoged todos los huevos que encontréis. Herminia lavaba al aire libre, entre el huerto y el patio. El gallinero estaba en el fondo, junto a la pared. — ¡Eh!, ¿dónde vais? — A recoger los huevos para las tortillas. No tardó mucho tiempo sin que regresasen balanceando el cesto vacío. — ¿Y los huevos? — No hay ninguno.
  • 11. — Seguramente no habéis buscado bien. — Hemos rebuscado en todos los nidales y rincones, incluso hemos levantado las gallinas. Y he aquí a Sor Eusebia con el cesto camino del gallinero. —¿Dónde va, Sor Eusebia? — Voy a por los huevos. — No hay ninguno. Ya han mirado bien las niñas. —¿Quién sabe...? Intentaré mirar yo también. Y... volvió con el cesto lleno de huevos. Con ellos hizo unas buenas tortillas para las cuarenta niñas que comían en el Protectorado.
  • 12. Lo escuchamos de los labios de Herminia: trabajaba en la cocina y oyó el diálogo de Sor Carmen y Sor Eusebia: — El bidón del aceite está casi vacío y aún falta bastante para que llegue otro... ¿Qué haremos...? —decía Sor Carmen. Existía un piadoso convenio entre una de las familias fundadoras del Colegio y las hermanas: el señor Mora Moya proveería de su propio olivar el aceite necesario. — No se preocupe, señora Directora, tendremos bastante. Sor Carmen concluyó: «¡Así sea...!». Sor Eusebia no dijo que también quedaban muy pocos garbanzos, y ya sabemos que en la España de entonces los garbanzos eran como el pan-nuestro-de-cada-día.
  • 13. Herminia que, a veces ayudaba en la cocina, alzaba el bidón del aceite y sonaba a vacío, sin embargo jamás dejó de caer el chorrito necesario hasta que el señor José María Moya envió, a fin de mes, el nuevo bidón. Pero no pudieron quitar el tapón ni con la llave inglesa que hizo traer la Directora. Sor Eusebia con sus dos deditos lo desenroscó y se lo entregó al señor Moya. El criado del mismo, que lo trajo, decía después: «No sé qué cosa sean los santos. Dicen que aquella hermana bastilla, delgada y pálida lo es. Pienso que sí: dos hombres acostumbrados al trabajo no pudimos... y ella sí. Sí, sí, sin duda que es santa».
  • 14. Lo mismo pasó otro día con los garbanzos, no había para el cocido diario y en ese momento llevan una buena cantidad de ellos al Colegio... No había tiempo para que se cociesen bien, pero a la hora de la comida la comunidad tuvo un plato de cocido riquísimo. Otro día era la carne...; otro las patatas... Aquello era un florecer de hechos, anécdotas, que pasaban de boca en boca, Seminaristas, religiosas, sacerdotes, muchachas, iban a consultar sobre su futuro a sor Eusebia, mientras tendía la ropa en la huerta o pelaba patatas en la cocina. Y ella tranquila aconsejaba, predecía el porvenir, animaba una vocación auténtica, o desaconsejaba una falsa. Y a quien le preguntaba cómo sabía esas cosas, respondía con una frasecita que Don Bosco habla empleado muchas veces: "He soñado".
  • 15. La gente de Valverde, haciendo eco a las ni ñ as y j ó venes del Colegio, comenz ó a decir: « Sor Eusebia es una santa, es una santa » . Naturalmente, ella nada sab í a y Sor Carmen Moreno actu ó siempre con gran prudencia, no haciendo caso o no dando importancia a lo que tambi é n en el Colegio suced í a de extraordinario. Pero, en secreto, lo anotaba todo. Estos fen ó menos contin ú an produci é ndose en nuestros d í as, por lo que su tumba siempre est á acompa ñ ada de personas que vienen a rezar, con el convencimiento de que ella les escuchar á y les ayudar á a resolver los problemas
  • 16. ¿ Y por qu é tantas cosas extra ñ as? ¿ C ó mo es esto posible? ¿ Y por qu é se manifiesta precisamente en ella?
  • 17. La infinita libertad de Dios que escoge a quien quiere para DARSE, y adaptarse a nuestras necesidades y deseos. Sin embargo, se da esto cuando se establece y se mantiene una continua corriente entre las dos partes. Ocurren estas cosas extraordinarias cuando la persona est á í ntimamente relacionada con Dios y deja que É l est é presente en cada minuto de su vida y permite que Dios mismo se manifieste a trav é s de ella. Esto ocurre cuando una persona se abandona tan profundamente al abrazo de Dios y deja que é l act ú e a trav é s de su manera de vivir, de sus palabras, de sus pensamientos, de sus buenos deseos … Esto sucede cuando la persona est á tan pendiente de las necesidades de los que la rodean que se olvida de s í misma y s ó lo desea ardientemente el bien del otro. Por eso Dios es capaz de entrar y usar sus manos, sus palabras, su mirada, su pensamiento, su sonrisa, su á nimo, su cercan í a …
  • 18. Muchas más cosas extraordinarias podrían suceder si viviésemos más cerca de Dios, si lo amásemos de verdad, si fuésemos capaces de olvidarnos a nosotros mismos para que Dios pudiese manifestarse. Da igual si lo llamamos “milagro” o “explosión de amor infinito”; eso es lo de menos, lo verdaderamente importante es que Dios se desborda, se derrama a borbotones, lo inunda todo cuando la persona le deja actuar, lo ama profundamente, le deja ocupar el centro de su vida.
  • 19. Aprendamos hoy de Sor Eusebia a estar pendientes de las necesidades de los demás, de los pequeños detalles. Y pidámosle que también nosotros aprendamos a ser instrumentos del Amor de Dios.