1. Bombillas fluorescentes: ¿es oro todo
lo que reluce?
Publicado por Carlos en marzo 2, 2007
A raíz de toda la preocupación pública que en los últimos tiempos se está suscitando en relación a
las consecuencias de un cambio climático, se están sucediendo en los medios de comunicación
diferentes mensajes concienciadores al respecto. La preocupación es legítima, por más que
algunas de las cosas que oímos sean el chocolate del loro en términos energéticos, y busquen
más la tranquilidad de conciencia que otra cosa. Pensemos por ejemplo en el caso de las bombillas
domésticas. Se nos está transmitiendo el mensaje de que las bombillas fluorescentes
compactas (BFC) son muy superiores en durabilidad y consumo a las bombillas
incandescentes tradicionales (cosa que es cierta), y que por lo tanto es poco menos que absurdo
seguir manteniendo estas últimas en casa. Este tema no es baladí: Australia va a serel primer
país democrático en el que se van a a promulgar leyes para sustituir las bombillas
incandescentes tradicionales por BFC. Con ello se pretende reducir en 800,000 toneladas anuales
la emisión de gases de efecto invernadero durante el periodo 2008-2012, alcanzando las 4
millones de toneladas para 2015.
Aunque lo anterior puede parecer una contribución remarcable al crecimiento sostenido, hay que
poner esos números en perspectiva, y comprobar que únicamente las emisiones anuales de
CO2 de Australia son de 603 millones de toneladas, lo que supone que la reducción perseguida
está entre el 0.13% y el 0.66%. Por supuesto, si no hubiera ninguna otra variable en juego, no
habría por qué despreciar este porcentaje, aunque sea ínfimo. Pero el caso es que sí las hay, y
deben tenerse en cuenta antes de salir corriendo a la tienda a cambiar todas las bombillas de
casa.
Empecemos por el espectro de emisión energética. En el caso del filamento de una bombilla
incandescente, este espectro se ajusta muy bien a lo que se conoce como radiación de cuerpo
negro. Este espectro de radiación (cuya explicación teórica fue la primera contribución de la
mecánica cuántica) tiene una forma característica que depende de la temperatura del objeto
incandescente. Por ejemplo, la energía que nos llega del Sol se ajusta a la de un cuerpo negro a
5780K, como muestra la figura inferior.
2. En esta figura se muestra fundamentalmente la emisión en el espectro visible (entre 380 nm y
750 nm) , así como toda la banda ultravioleta y la parte superior del infrarrojo. En el caso de una
bombilla incandescente, el filamento está a una temperatura de entre 2000K y 3300K, lo que
corresponde al siguiente espectro:
Como puede verse, la mayor parte del espectro cae por el infrarrojo, es decir, mucha de la energía
se disipa en forma de calor (lo cual, dicho sea de paso, no es necesariamente negativo si
contribuye a elevar la temperatura de la estancia en un ambiente frío). El espectro resultante en el
3. rango visible tiene por lo tanto el tono amarillento con el que estamos familiarizados. ¿Cómo es el
espectro en el caso de una BFC? Depende del modelo, pero puede ser algo como lo siguiente:
No es nada que se parezca a un cuerpo negro, como puede apreciarse. Esto tiene consecuencias
obvias en cómo percibimos la luz que nos proporcionan. A diferencia de la luz de las bombillas
incandescentes (que atraviesan todo el espectro visible), este espectro concentra la energía
fundamentalmente en unos cuantos picos, lo que resulta en una iluminación menos natural, que a
veces podemos calificar como “fría”. Existen modelos que afinan la composición del espectro para
ajustarla mejor a la de una bombilla incandescente, pero que pierden eficiencia energética en este
empeño.
A lo anterior hay que añadir un segundo factor: el impacto ambiental. Aunque poco a poco va
mejorando la tecnología, las BFC contienen trazas de metales pesados que las hacen muy
contaminantes si no se desechan de manera apropiada. El reciclaje y post-procesamiento de las
BFC supone por lo tanto un coste oculto que a veces no se tiene en cuenta a la hora de calcular la
balanza económica de su uso. Es de esperar en cualquier caso que en el futuro la tecnología de
fabricación siga mejorando, y permita reducir el potencial contaminante de estas bombillas.
A la luz (nunca mejor dicho) de todo esto, parece claro que la elección entre bombillas
incandescentes y fluorescentes no es trivial, y debe tener en cuenta diversos factores, como por
ejemplo el uso que se va a hacer de ellas. Una BFC puede ser perfecta para un pasillo, una cocina,
o un cuarto de baño. Sin embargo, para una lámpara de lectura o una sala de estar puede ser
mejor una bombilla incandescente que produzca una iluminación más confortable. Mientras tanto,
la labor de los fabricantes ha de ser cubrir el hueco existente entre ambas alternativas, y aunar
eficiencia energética plena, con seguridad ambiental e iluminación natural. Ahí es nada.