9. Había una vez un hombre que tenía una costumbre muy rara; cuanta curiosidad andaba viendo en
el mundo ahí mismo se ponía a buscar el origen de su historia. Le preguntaba a todos los viejos que
podía, consultaba los libros más antiguos así le tocara ir hasta la biblioteca de Alejandría o a la
Torre de Babilonia; y cuando creía haber develado los secretos se dedicaba a contarle al que lo
quisiera escuchar lo que él creía que era la verdad. Cuando descubrió las huellas de la pata del
diablo por los alrededores del Salitre; él ya sabía lo que había pasado en tiempos muy remotos: “El
diablo, que antes de ser diablo era uno de los ángeles preferidos de Dios; empezó a portarse tan mal
que Dios le tocó expulsarlo del cielo. Dicen que cuando al diablo le tocó bajarse del cielo tenía el
rostro (todavía de ángel) tan desencajado que traía el rabo entre las piernas; y cómo no iba a ser así
si de repente había perdido sus más grandes poderes ante la presencia de Dios, pero a cambio
había ganado mucha influencia sobre los pensamientos de los hombres.
10. Pero como eso no era lo que él había pretendido conseguir; le tocó bajarse del cielo tan de prisa que
lo hizo a pie y como Dios dispuso que para que conociera los pensamientos del hombre; pues que
anduviera errante por el mundo durante muchísimos años; imagínense; pues al principio andaba
tan angustiado que no se dio cuenta que le habían quitado las alas y que sus patas eran del más
ardiente de los fuegos de tal modo que por donde quiera que iba pasando dejaba un hediondo olor a
azufre quemado pues todo lo que tocaba lo iba quemando. Era tanta su angustia por no poder volar
y por el olor que delataba su presencia que anduvo errante recorriendo la tierra a grandes zancadas
que lo llevaban de loma en loma y no le permitían descansar porque si se quedaba quieto la tierra se
derretía debajo de sus pies y lo que menos él quería era ir a parar al fondo de la tierra donde todo es
puro fuego. Por eso fue que cuando pasó por nuestro pueblo con las patas en fuego dejó sus huellas
estampadas sobre esas piedras donde todavía las podemos ver hoy”.
11.
12. Eso fue lo que le dijo el papá a la mamá, sin darse cuenta que el niño lo estaba
escuchando. Al otro día por la mañana el papá le dijo al niño que cuando
estuvieran jugando con el muñeco se hiciera el distraído, lo orinara en la cara y lo
trajera para la casa para que no tuviera que ir tan lejos a jugar con su duende. Ese
día la mamá le dio bastante jugo al niño para que tuviera hartas ganas de orinar
y ella misma lo mandó a jugar con el duende. El niño, a diferencia de los otros
días, se fue caminado despacio y por otro camino para despistar a su padre.
Cuando le dieron ganas de orinar: ¡Pues lo hizo contra el primer barranco que
encontró! Pero ocurrió que cuando estaba orinando se puso a pensar si era bueno
hacer eso con su amigo: ¡Qué tal que se convirtiera en oro! De todos modos el
niño se internó entre el monte en busca del pozo y su duende, pero; ¡A los
duendes solo les encanta jugar con los niños!