1. EL ADIOS DE JUAN
-¡Juan!
-¿Si?
-¿Tú me amas?
-¿Qué esperas que te responda?
-¡La verdad!
-¿La verdad?, la verdad no sé si en mi vida yo haya llegado a amar a alguien.
-¿A nadie?, ¿y a tu hijo?
-No; posiblemente no, hacia él siento algo así como un deber, ¡sí, eso es!, con
él adquirí una deuda al permitir que viniera al mundo.
-No puedo creer que no ames a tu hijo, pero has de amar a tu madre.
-A mi madre sólo le tengo gratitud, por el hecho de que ella se esforzó mucho
en hacer de mí un hombre de bien, aunque no lo haya logrado. Por mi madre
siento lástima al ver su vejez y la vida infructuosa que ha llevado hasta el
momento.
-¿Y amas a tu esposa Amelia?
-Amelia fue en mi vida tan sólo una equivocación más, un intento fallido en la
búsqueda de la normalidad, digamos que fue una víctima de mi deseo por
complacer a mi madre. No importó ni un poco todo el amor que ella derrochó
en mí, ni su excesiva dedicación por el hogar, ni lo mucho que intentó que ese
matrimonio funcionara, ni siquiera el hecho de haber tenido un hijo juntos. Si
bien Amelia se podía considerar la mujer perfecta, un dechado de virtudes;
hermosa, elegante, sofisticada y muy hogareña, no dejaba de ser más que una
mujer frívola, insulsa y sin ningún encanto real. No, nunca llegué a amar a
Amelia, es más, no sé cómo fui capaz de compartir el lecho con ella durante
cinco años y de besar su boca de víbora; junto a Amelia sólo conseguí perder
tiempo y dinero.
-¡Juan, entonces dime qué carajo sientes por mí, si es que sientes algo!
-No te enojes, me pediste la verdad y eso obtendrás de mí. Por ti siento un
enorme deseo, cada vez que te veo me invade un ardor más fuerte que mi
razón, me invaden unas ganas locas de rasgarte la ropa, de llenar con mi
pasión cada rincón de tu cuerpo, besarte y morderte los labios, el cuello, el
2. pecho, apretarte fuertemente contra mí, clavar mis dedos en tus caderas y
subyugarte bajo mi cuerpo, entrar en ti y meterme bajo tu piel, humedecerte
cada ranura con mi saliva y descuartizarte en pedacitos para devorarte en tu
propia salsa, tu sudor, deseo estallar en tu interior y que me acojas dentro de ti.
Sí, esto es lo que siento por ti, una pasión irrefrenable, una inmensa necesidad
de tu presencia, mas amor, amor no.
-Entonces yo no tengo nada que hacer aquí, lo mejor será que me vaya.
-Si eso es lo que deseas...
-¿Acaso no piensas pedirme que me quede?
-Para qué preguntas lo obvio, bien sabes que no pienso detenerte, pero
recuerda que eres tú quien se va y no soy yo quien te pide que lo hagas.
-No hay nada más que decir, contigo no hay caso. Adiós Juan; no olvides
cuanto te amé.
-Adiós Pedro, nunca lo olvidaré.
DAYAN HERRERA BERNAL.
BOGOTÁ, MAYO DE 2005