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La Divina Comedia
Dante Alighieri
EL INFIERNO
1
Canto I
En medio del camino de nuestra vida
me encontré en un obscuro bosque,
ya que la vía recta estaba perdida.
¡Ah que decir, cuán difícil era y es
este bosque salvaje, áspero y fuerte,
que al pensarlo renueva el pavor.
Tan amargo, que poco lo es más la muerte:
pero por tratar del bien que allí encontré,
diré de las otras cosas que allí he visto.
No sé bien repetir como allí entré;
tan somnoliento estaba en aquel punto,
que el verdadero camino abandoné.
Pero ya que llegué al pie de un monte,
allá donde aquel valle terminaba,
que de pavor me había acongojado el corazón,
miré en alto, y vi sus espaldas
vestidas ya de rayos del planeta,
que a todos lleva por toda senda recta.
Entonces se aquietó un poco el espanto,
que en el hueco de mi corazón había durado
la noche entera, que pasé con tanto afán.
Y como aquel que con angustiado resuello
salido fuera del piélago a la orilla
2
se vuelve al agua peligrosa y la mira;
así mi alma, que aún huía,
volvióse atrás a re mirar el cruce,
que jamás dejó a nadie con vida.
Una vez reposado el fatigado cuerpo,
retomé el camino por la desierta playa,
tal que el pie firme era siempre el más bajo;
y al comenzar la cuesta,
apareció una muy ágil y veloz pantera,
que de manchada piel se cubría.
Y no se apartaba de ante mi rostro;
y así tanto me impedía el paso,
que me volví muchas veces para volverme.
Era la hora del principiar de la mañana,
y el Sol allá arriba subía con aquellas estrellas
que junto a él estaban, cuando el amor divino
movió por vez primera aquellas cosas bellas;
bien que un buen presagio me auguraban
de aquella fiera la abigarrada piel,
la ocasión del momento, y la dulce estación:
pero no tanto, que de pavor no me llenara
la vista de un león que apareció.
Venir en contra mía parecía
erguida la cabeza y con rabiosa hambruna,
que hasta el aire como aterrado estaba:
3
y una loba que por su flacura
cargada estaba de todas las hambres,
y ya de mucha gente entristecido había la vida.
Tanta fue la congoja que me infundió
el espanto que de sus ojos salía,
que perdí la esperanza de la altura.
Y como aquel que goza en atesorar,
y llegado el tiempo en que perder le toca,
su pensamiento entero llora y se contrista;
así obró en mi la bestia sin paz,
que, viniéndome de frente, poco a poco,
me repelía a donde calla el Sol.
Mientras retrocedía yo a lugar bajo,
ante mis ojos se ofreció
quien por el largo silencio parecía mudo.
Cuando a éste vi en el gran desierto
Ten piedad de mí, le grité,
quienquiera seas, sombra u hombre cierto.
Respondióme: No hombre, hombre ya fui,
y lombardos fueron mis padres,
y ambos por patria Mantuanos.
Nací sub Julio, aunque algo tarde,
y viví en Roma bajo el buen Augusto,
en tiempos de los dioses falsos y embusteros.
4
Poeta fui, y canté a aquel justo
hijo de Anquises, que vino de Troya,
después del incendio de la soberbia Ilion.
Pero tú, ¿Por qué a tanta angustia te vuelves?
¿Por qué no trepas el deleitoso monte,
que es principio y razón de toda alegría?
¡Oh! ¿Eres tú aquel Virgilio, aquella fuente
que expande de elocuencia tan largo río?
le respondí, avergonzada la frente.
¡Oh! De los demás poetas honor y luz,
válgame el largo estudio y el gran amor,
que me han hecho ir en pos de tu libro.
Tú eres mi maestro y mi autor:
tú sólo eres aquel de quien tomé
el bello estilo, que me ha dado honor.
Mira la bestia por la que me he vuelto:
socórreme de ella, famoso sabio,
porque hace temblar las venas y los pulsos.
Otro es el camino que te conviene,
respondió al ver mis lágrimas,
si quieres huir de este lugar salvaje;
porque esta bestia, por la que gritas,
no deja a nadie pasar por el suyo,
sino que tanto impide, que mata:
su naturaleza es tan malvada y cruel,
5
que nunca satisface su hambrienta voluntad,
y tras comer tiene más hambre que antes.
Muchos son los animales con que se marida
y muchos más habrá todavía, hasta que venga
el Lebrel, que le dará dolorosa muerte.
No se alimentará de tierra ni de peltre,
más de sabiduría, de amor y de virtud
y su patria estará entre fieltro y fieltro.
Será la salud de aquella humilde Italia,
por quien murió la virgen Camila,
Euriale, y Turno y Niso, de sus heridas:
De ciudad en ciudad perseguirá a la loba,
hasta que la vuelva a lo profundo del infierno,
de donde la envidia la hizo salir primero.
Ahora por tu bien pienso y entiendo,
que mejor me sigas, y yo seré tu conductor,
y te llevaré de aquí a un lugar eterno,
donde oirás desesperados aullidos,
verás a los antiguos espíritus dolientes,
cada uno clamando la segunda muerte;
después verás los otros, que en el fuego
están contentos, porque unirse esperan,
cuando sea, a las felices gentes;
a las cuales, después, si quisieras subir,
un alma habrá más digna que yo para tu ascenso;
6
te dejaré con ella, cuando de ti me parta:
que aquel emperador, que allá arriba reina,
porque rebelde fui a su ley,
no quiere que a su ciudad por mí se llegue.
Impera en todas partes, y allá reina,
allá está su ciudad y allá su alta sede:
¡Feliz aquel a quién para su reino escoge!
Y yo a él: Poeta, te intimo
por aquel Dios que no conociste,
de éste y de peor mal que yo me salve,
que allá me lleves donde tú dijiste,
así que vea la puerta de san Pedro,
y a aquellos tan tristes que tú dices.
Entonces se movió, y yo me pegué detrás.
Canto II
Íbase el día, y el aire oscuro,
a los animales de la tierra,
libraba de las fatigas; y por mi parte solo yo
me preparaba a sostener la guerra
tan del camino y tan de la piedad,
que ha de referir la mente que no yerra.
¡Oh Musas! ¡Oh alto ingenio!, ayudadme ahora;
7
¡Oh mente que escribiste lo que vi!
Aquí se mostrará tu nobleza.
Comencé entonces: Poeta que me guías,
considera si es fuerte mi virtud,
antes que al alto paso me confíes.
Tú dices que el padre de Silvio,
aun corruptible, al inmortal siglo
pasó, y fue sensiblemente.
Pero si el adversario de todo mal
le fue gentil, pensando en el alto bien,
que salir de él debía, y qué gentes, y cuál imperio,
no parecerá indigno a un hombre de intelecto:
porque del alma Roma y de su imperio
fue elegido padre en el empíreo Cielo:
A decir verdad la una y el otro
fueron establecidos lugar santo
donde está la sede del sucesor del mayor Pedro.
En este viaje, por el que lo exaltas tanto,
oyó cosas que fueron la causa
de su victoria y del papal manto.
Viajó también el Vaso de elección,
para dar firmeza a aquella fe
que es principio en el camino de la salvación.
Pero yo ¿Por qué he de ir? o ¿Quién lo concede?
No soy Eneas, Pablo no soy:
8
que sea digno, ni yo ni nadie lo cree,
porque si a tal ir me abandono
temo que el viaje sea locura:
Sé sabio, y óyeme que yo ya no razono.
Y como aquel que desquiere lo que quería
y por nueva idea el propósito descambia,
y así de lo comenzado se aparta entero;
así me cambié yo en aquella cuesta obscura:
así, pensado, se consumió la empresa
cuyo comenzar fue con tanta fuerza.
Si he bien oído tus palabras,
repuso de aquel magnánimo la sombra,
tu alma está herida de bajeza:
la cual muchas veces estorba al hombre
tanto, que de empeñada empresa lo retorna,
como bestia espantada de una sombra.
A fin de que de este temor te libres
te diré, porqué yo vine y lo que oí
en aquel punto primero cuando me dolí de ti.
Estaba yo entre aquellos en suspenso
y una mujer me llamó, bendita y bella,
tanto de que me mandara yo la requerí.
Lucían sus ojos más que la estrella:
y comenzó a decirme suave y humilde,
con angélica voz, en su lenguaje:
9
¡Oh gentil alma Mantuana!
cuya en el mundo aún la fama dura
y durará cuanto el movimiento dure, lejana:
mi amigo, que no lo es de la ventura,
de la desierta playa está tan impedido
en el camino, que vuelto se ha de miedo:
y temo que no esté ya tan perdido
que tarde me haya levantado a socorrerlo,
de acuerdo a lo que de él en el Cielo he oído.
Ahora muévete, y con tu palabra ornada
y con lo necesario para que él sobreviva,
ayúdalo pues, para que yo quede consolada.
Yo soy Beatriz, la que te manda vayas.
Vengo del lugar de a donde volver deseo:
Amor me movió, el que me hace hablar.
Cuando esté ante mi Señor,
hablaré bien de ti con frecuencia.
Calló pues, y comencé yo entonces:
Oh mujer de virtud única por la que
la humana especie excede todo lo que hay en
aquel Cielo, cuyos menores son los círculos;
Tanto me agrada tu mandato,
que en obedecerlo, si ya lo hubiera, sería tardo;
nada ganarías con más ampliarme tu deseo.
10
Pero dime la razón que no te cuidas
de bajar aquí abajo a este centro
desde aquel amplio lugar, al que volver ardes.
Lo que saber tan profundamente deseas
te diré brevemente, me repuso,
porqué no temo venir aquí adentro.
Solo aquellas cosas se han de temer
que detentan poder de daño a otro;
de las otras no, que no son temibles.
Estoy hecha así por Dios, por su merced,
que vuestra miseria no me alcanza,
ni la llama de este incendio no me asalta.
Mujer hay gentil en el Cielo, que se apiada
por este entrabamiento al que te mando,
y tanto, que el duro juicio de allá quebranta.
Es ella la que llamó a Lucía en su demanda
y dijo: Tiene necesidad tu fiel
de ti, y yo a ti lo recomiendo.
Lucia, enemiga de todo cruel
movióse, y vino al lugar donde yo estaba,
sentada con la antigua Raquel.
Dijo: Beatriz, alabanza de Dios verdadera,
¿Que no socorres a aquel que te amó tanto
que por ti salió de la vulgar tropa?
¿La compasión no escuchas de su llanto,
11
no ves la muerte que combate
en tumultuoso río más que la mar violento?
No hubo en el mundo más veloz nadie
en pro de su bien y en contra de su daño,
que yo, después de recibidas las palabras;
aquí abajo vine desde mi bendito escalón,
confiando en tu parlar honesto,
que a ti te honra y a quienes lo han oído.
Después de haberme razonado de esa forma
volvióme los lucientes ojos lagrimando,
por más presto a venir forzarme:
y así que vine a ti, como ella quiso,
te levanté de ante de aquella fiera
que del bello monte el breve paso te cerraba.
¿Entonces qué? ¿Por qué te quedas todavía?
¿Por qué en el corazón encierras tanta bajeza?
¿Por qué el ardor te falta y la grandeza?
¿Acaso no tienes tres mujeres benditas
que de ti curan en la corte del Cielo,
y mi palabra que tanto bien te promete?
Como la florcillas bajo el nocturno hielo
doblegadas y oclusas, así que el Sol las ilumina,
se yerguen abiertas en sus tallos;
tal fui yo, desde mi ánimo abatido
y a tan buen ardor el corazón me enardeció
12
que comencé a decir como persona decidida:
¡Oh piadosa aquella que ha venido en mi socorro,
y tú que veloz gentil obedeciste
a las veraces palabras a ti dirigidas!
Me has colmado el corazón con tal deseo
al viaje, con tus palabras,
que retornado he a mi primer propósito.
Ve adelante que ambos somos de un sólo querer,
tú Conductor, tú Señor y tú Maestro:
Así le dije; y puesto luego él en marcha,
entré por el camino duro y salvaje.
Canto III
ALTO INFIERNO
Los inútiles y egoístas.
Travesía del río Aqueronte en la barca de
Carón.
«Por mí se va a la ciudad doliente,
por mí se va en el eterno dolor,
por mí se va con la perdida gente.
La justicia movió a mi alto hacedor:
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.
13
Antes de mí ninguna cosa fue creada
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!»
Estas palabras de color oscuro
vi escritas en el dintel de una puerta:
Y dije: Maestro, su sentido me es duro.
Y él a mí, como persona atenta:
Es necesario aquí dejar todo recelo;
toda cobardía es necesario que aquí muera.
Hemos venido al lugar donde te dije
habías de ver la gente adolorida,
que ha perdido el bien del intelecto.
Después su mano en la mía puso
con rostro sonriente me reanimó,
y me introdujo adentro a las secretas cosas.
Allí suspiros, llantos y grandes gritos
resonaban en el aire sin estrellas,
que me hicieron llorar no bien entré.
Lenguas diversas, horribles lenguarajos,
palabras de dolor, acentos de ira,
altivas y roncas voces, con puñadas,
tumultuaban todas rondando
siempre en aquel astuto aire sin tiempo,
como la arena que el torbellino aspira.
Y yo con el horror ciñéndome la frente
14
dije: Maestro, ¿Qué es lo que oigo?
¿Y cuál es esta gente tan por el dolor vencida?
Y él a mí: Esta suerte miserable
tienen las tristes almas de aquellos
que vivieron sin infamia y sin honor.
Mezcladas están con aquel malvado coro
de los Ángeles que ni fueron rebeldes
a Dios, ni fieles, sino sólo para sí fueron.
Los echa el Cielo por no ser menos bello:
y el profundo infierno no los recibe
porque sus reos alguna gloria lograrían de ellos.
Y yo: Maestro, ¿Qué les es tan pesado
qué los hace lamentar tan fuertemente?
Repuso: Te lo diré brevemente:
Estos no tienen esperanza de muerte,
y su ciega vida es tan villana
que envidiosos están de cualquier otra suerte.
De ellos no queda fama en el mundo,
misericordia y justicia los desdeñan:
no tratemos ya de ellos, mas mira y pasa.
Y observando vi una insignia
que sin descanso rondaba velozmente
incapaz al parecer de detenerse:
y detrás la seguía una multitud
de gentes de la que nunca yo creyera
15
que tantas hubiera deshecho la muerte.
Después de haber reconocido a algunos
me fijé más y conocí la sombra de aquel
que por vileza hizo la gran renuncia.
De pronto comprendí y cierto fui
de que esta era la turba de los cautivos
que desagradan a Dios y a sus enemigos.
Los desgraciados, que nunca fueron vivos,
estaban desnudos y molestados mucho
por moscones y avispas que allí había.
Sangre les regaba el rostro
matizada de lágrimas, que a sus pies
fastidiosas lombrices recogían.
Y después que me di a mirar más lejos,
vi gente en la ribera de un gran río:
Por lo que dije: Concédeme ahora, Maestro,
que sepa quiénes son, y porqué ley
están forzados a transbordar tan presto,
a lo que en la turbia luz puedo ver.
Y él a mí: Las cosas te serán contadas
al detener nuestros pasos
en la triste ribera del Aqueronte.
Entonces bajé avergonzados los ojos,
temiendo a mi charla por gravosa,
y hasta llegado al río hablar no quise.
16
He aquí hacia nosotros vi venir
en barco un viejo, blanco por antiguo pelo
gritando: ¡Ay de vosotras, almas perversas!
¡No esperéis ya más de ver el Cielo!
Aquí vengo a llevaros a la otra orilla
a las tinieblas eternas, al calor y al hielo.
Y tú que estás allí, ánima viva,
aléjate de estos que están muertos.
Mas luego que vio que yo no me partía
dijo: Por otra vía, por otros puertos,
llegarás a la playa, no por aquí:
Conviene que más leve leño te lleve.
Y el Conductor a él: Carón, no te atormentes,
quiérese así allá, donde se puede
lo que se quiere, y no preguntes más.
Entonces se aquietaron las velludas mejillas
del barquero del lívido pantano
de circundados ojos de círculos de fuego.
Mas aquellas infelices almas desnudas
cambiaron de color y rompieron a crujir los dientes
al punto de escuchar las palabras rudas.
Blasfemaban de Dios y de sus padres,
de la humana especie, del donde y el cuando y de la
semilla
de su simiente y de su nacimiento.
17
Después todas cuantas eran se retiraron juntas
fuertemente llorando, hacia la malvada orilla
que aguarda a todo aquel que a Dios no teme.
Carón, demonio, con ojos de brasas
a ellos señalando a todos recoge;
asestando con el remo a quien se atarda.
Como arrastra el otoño las hojas
una tras otra, hasta que la rama
devuelve a la tierra todos sus despojos,
de igual forma el simiente malo de Adán:
arrójanse de aquel borde una por una
a la señal, como acude el pájaro al reclamo.
Aléjanse entonces por las obscuras ondas
y antes que hayan descendido allá
ya se apretujan aquí nuevas legiones.
Hijo mío, dijo el gentil Maestro,
los que mueren en la ira de Dios
de todo país todos aquí vienen.
Y ansían cruzar el río
porque tanto los acucia la justicia divina
que se les torna el temor deseo.
Por aquí no pasa nunca un alma buena;
y por eso, si de ti Carón se queja,
bien comprenderás lo que su decir quiere.
18
En ese entonces, el oscuro campo
tembló tan fuertemente, que del espanto
el recuerdo de sudor me baña todavía.
La tierra lacrimosa lanzó un viento
que centelló en relámpagos bermejos,
derrotando todos mis sentidos,
y caí como aquel que cae dormido.
Canto IV
Limbo de los no bautizados y del mundo
antiguo
Quebró el hondo sueño en la cabeza
un feroz tono, tanto que abrí los ojos
como quien por fuerza está despierto.
Reposada la mirada entorno recorrí,
erguido, levantado, y atento mirando
por reconocer el lugar donde me hallaba.
Verdad es que al borde me encontré
del valle, abismo doloroso,
que acoge el tronar de llantos infinitos.
Oscuro, profundo y nebuloso,
tanto, que aun fijando la vista al fondo
no discernía cosa alguna.
Descendamos ahora al ciego mundo,
19
comenzó palidísimo el Poeta;
yo iré primero, y tú segundo.
Y yo que advertí el color de su rostro
le dije: ¿Cómo iré si tú te espantas,
que sueles ser tú quien mi dudar conforta?
Y él a mí: La angustia de la gente
de allá abajo, tiñe mi rostro
de piedad, que de temor tú piensas.
Vamos que nos apremia la larga vía:
allí empezó a moverse y me hizo entrar
en el primer círculo que al abismo ciñe.
Aquí, según lo que escuchar podía
no había llanto, mas suspiros tantos
que el aire eterno estremecer hacían;
provenía de un dolor sin tormento
que la multitud tenía, que era de muchos e inmensa,
de infantes, hembras y varones.
El buen Maestro a mí: ¿Y no preguntas
qué espíritus son los que estás viendo?
Quiero que sepas, antes que más andes,
que estos no pecaron, y que si mérito tuvieron
no bastó, pues les faltó el bautismo,
que es parte de la fe en la que crees;
y si antes del Cristianismo vivieron
no adoraron a Dios como debieron
20
y entre estos tales estoy yo mismo.
Por tal defecto y no por otro mal
perdidos somos, y heridos sólo en esto:
que vivamos sin esperanza y con deseo.
Gran dolor entró en mi corazón al oírlo
pues gente de mucho valor
he conocido, que flotaban en aquel limbo.
Dime Maestro mío, dime señor,
comencé yo, por querer estar cierto
de aquella fe que vence todo error:
¿De aquí alguno acaso ha salido, por su mérito
o por el de otro, que llegara a ser bendito?
Y él que entendió mi habla encubierta,
respondió: Era yo nuevo en este estado,
cuando vi venir un Poderoso
de signo de victoria coronado.
Sacó de aquí la sombra del primer padre,
de Abel su hijo, y aquella de Noé,
la de Moisés, legislador y obediente;
Abraham patriarca, y David rey,
Israel y el padre, y sus nacidos,
y con Raquel por quien tanto hizo,
y a otros muchos; y beatos los hizo:
y quiero que sepas que antes de ellos
no hubo espíritus humanos que salvados fueran.
21
No dejábamos de andar mientras hablaba
pero íbamos siempre por entre la selva,
la selva, digo, de apiñados espíritus.
No estaba lejos nuestra senda todavía
de aquí a la cima, cuando vi un fuego
que al hemisferio de tinieblas vencía.
Lejos estábamos todavía un poco,
pero no tanto, que en parte yo no viera
cuán honorable gente ocupaba aquel lugar.
¡Oh tú que honras ciencia y arte!
¿Quiénes son estos cuyo honor es tan grande
que así de las demás gentes se parte?
Y él a mí: la honrada nombradía,
que de ellos resuena allá en tu vida,
gracia logra en el Cielo que así los adelanta.
Entonces oí una voz que decía:
¡Honrad al altísimo poeta,
retorna su sombra, que partida era!
Luego que la voz callada se detuvo.
Viniendo vi a nosotros cuatro sombras,
el rostro tenían ni triste ni alegre.
El buen Maestro comenzó a decir:
mira aquel de espada en mano,
que precede a los otros tres, como señor.
22
Ese tal es Homero, poeta soberano,
el otro que viene es Horacio satírico,
Ovidio el tercero, y el último Lucano.
Como a cada uno conmigo corresponde
el nombre que exclamó la voz unísona,
con él me honran, y hacen bien.
Así vi reunirse la bella escuela
de aquel señor del altísimo canto
que como águila sobre los otros vuela.
Después de entretenerse un poco juntos,
volviéronse a mí con saludable ceño;
y mi Maestro sonrióse un tanto:
y aún más honor me confirieron
al incluirme con ellos en su escuadra,
y entonces fui el sexto en tan gran consejo.
Y así anduvimos hasta la luz,
hablando cosas que callar es bello,
como bello era el hablar allá donde yo estaba.
Llegamos al pie de un noble castillo,
siete veces cercado de altos muros,
defendido en torno por un bello riachuelo.
Lo atravesamos, como por firme tierra:
Por siete puertas entré con estos sabios;
y llegamos a un prado de verdura fresca.
Había allí gentes de mirada reposada y grave,
23
de grande autoridad en sus semblantes:
hablaban poco y con voz suave.
Nos retiramos entonces a un costado
a un lugar abierto luminoso y alto,
de donde a todos se podía ver.
Desde allí, sobre el verde prado,
me fueron mostrados los espíritus magnos
que verlos regocijó a mi alma.
Vi a Electra con muchos compañeros,
entre los cuales advertí a Héctor y a Eneas,
César en armas, de ojos rapaces.
Vi a Camila y a la Pentesilea
al otro lado, y vi al rey Latino,
junto a su hija Lavinia sentado.
Vi a aquel Bruto que arrojó fuera a Tarquino,
Lucrecia, Julia, Marcia y Cornelia,
y aparte solitario vi a Saladino.
Y alzando un poco más las cejas
vi al Maestro de aquellos que saben,
sentado en medio de la filosófica familia.
Todos lo admiran, todos le honran,
allí vi a Sócrates y a Platón,
que más cerca suyo que los otros están.
Demócrito que el mundo del acaso pone,
Diógenes, Anaxágoras y Tales,
24
Empédocles, Heráclito y Zenón,
Y vi al buen apreciador de cualidades
digo a Dioscórides: y vi a Orfeo,
Tulio y Lino y Séneca moral:
Euclides geómetra y Tolomeo,
Hipócrates, Avicena y Galeno,
Averroes, que el gran comentario hizo.
Mas aquí tratar de todos no puedo;
que a tanto me obliga el largo tema,
que a relatar los hechos no basten las palabras.
La compañía de seis se amengua,
el sabio Conductor por otra senda me lleva,
lejos del aura tranquila hacia la que tiembla;
y voy a una parte donde nada brilla.
Canto V
Círculo de los lujuriosos.
Así pues bajé del círculo primero
abajo al segundo, que menor espacio ciñe,
pero más dolor, más punzantes lamentos.
Horrible estaba Minos, rechinando dientes:
Examina las culpas en la entrada,
juzga y ordena, conforme se ciñe.
25
Digo que cuando el alma mal nacida
viene delante, toda se confiesa;
y aquel conocedor de pecados
ve cuál es su lugar en el Infierno:
Cíñese con la cola tantas veces,
cuantos grados abajo quiere sea puesta.
Siempre delante de él hay muchas almas
que van y vienen, cada cual al juicio,
dicen y oyen y después abajo son devueltas.
¡Oh tú que vienes al doloroso albergue
me dijo Minos al verme,
dejando su obrar de tan grande oficio,
guárdate de como entres y de quien te fíes:
¡Que no te engañe la amplitud de la puerta!
Y mi jefe a él: ¿Por qué gritas entonces?
No impidas su fatal camino:
Quiérese así allá donde se puede
lo que se quiere, y no más inquieras.
Ahora comienzan las dolientes notas
a dejárseme oír: he llegado ahora
a donde tantos lamentos me hieren.
Vine a un lugar de toda luz mudo,
que ruge como tempestad en la mar
cuando contrarios vientos la combaten.
La tromba infernal, que nunca calma,
26
arrastra en torbellino a los espíritus,
volviéndose, y golpeando los molesta.
Cuando llegan ante su propia ruina,
allí son los gritos, el llanto y los lamentos,
aquí blasfeman de la virtud divina.
Supe que a un tal tormento
sentenciados eran los pecadores carnales
que la razón al deseo sometieron.
Y como las alas llevan a los estorninos
en tiempo frío, en larga y compacta hilera,
así aquel soplo a los espíritus malignos
de aquí, de allá, de abajo a arriba, así los lleva;
nunca ninguna esperanza los conforta
de algún reposo, o de disminuida pena.
Y como van las grullas entonando sus lamentos
componiéndose en el aire en larga fila;
así vi venir, exhalando gemidos,
sombras llevadas por la dicha tromba:
Por lo que dije: Maestro, ¿quiénes son aquellas
gentes, a quienes el negro aire así castiga?
La primera de aquellos de los que noticia
quieres, me dijo entonces,
fue emperatriz de muchas lenguas.
Al vicio de la lujuria estaba tan entregada,
que en su reino fue ley la lascivia
27
por no caer ella misma en el escarnio en el que estaba.
Es Semíramis, de la que se lee,
que sucedió a Nino y fue su esposa,
tuvo la tierra que Soldán tiene ahora.
La otra es aquella que se mató amorosa
y quebró la fe de las cenizas de Siqueo;
tras ella viene Cleopatra lujuriosa.
Vi a Helena por quien tiempo hubo
tan malvado, y vi al gran Aquiles,
que al final combatió con amor.
Vi a Paris, a Tristán; y a más de mil
sombras mostróme y señalóme con el dedo,
que de esta vida por amor partieron.
Luego que hube a mi Doctor oído
nombrar las mujeres antiguas y los caballeros,
la piedad me venció, y quedé como aturdido.
Y comencé: Poeta, a aquellos que juntos
tan gustosamente van, yo hablaría,
que parecen bajo el viento tan ligeros.
Y él a mí: Verás, cuando más cerca
estuvieren: y tú por el amor que así los lleva
los llamarás entonces; y ellos vendrán.
Tan pronto como el viento a nos los trajo
les di la voz: ¡Oh dolorosas almas
venid a hablarnos, si no hay otro que lo impida!
28
Como palomas por el deseo llamadas,
abiertas y firmes las alas, al dulce nido,
cruzan el aire por el querer llevadas:
Así salieron de la fila donde estaba Dido,
a nos vinieron por el maligno aire,
tan fuerte fue el afectuoso grito.
¡Oh animal gracioso y benigno,
que visitando vas por el aire negro enrojecido
a nosotros que de sangre al mundo teñimos:
Si fuese amigo el Rey del universo,
a El rogaríamos que la paz te diera,
por la piedad que tienes de nuestro mal perverso.
Di lo que oír y de lo que hablar te place
nosotros oiremos y hablaremos contigo,
mientras se calla el viento, como lo hace.
La tierra, en la que fui nacida, está
en la marina orilla a donde el Po desciende
para gozar de paz con sus afluentes.
Amor, que de un corazón gentil presto se adueña,
prendó a aquél por el hermoso cuerpo
que quitado me fue, y de forma que aún me ofende.
Amor, que no perdona amar a amado alguno,
me prendó del placer de este tan fuertemente
que, como ves, aún no me abandona.
29
Amor condújonos a una muerte:
el alma que nos mató caína tiene que la espera.
Así ella estas palabras dijo.
Al oír aquellas almas desgraciadas,
abatí el rostro, y tan abatido lo tuve,
que el Poeta me dijo: ¿Qué estás pensando?
Cuando respondí, comencé: ¡Ay infelices!
¡Cuán dulces ideas, cuántos deseos
no los trajo al doloroso paso!
Luego para hablarles me volví a ellos
diciendo: Francisca, tus martirios
me hacen llorar, triste y piadoso.
En tiempo de los dulces suspiros,
dime pues ¿Cómo amor os permitió
conocer deseos tan peligrosos?
Y ella a mí: No hay mayor dolor,
que, en la miseria recordar
el feliz tiempo, y eso tu Doctor lo sabe.
Pero si conocer la primera raíz
de nuestro amor deseas tanto,
haré como el que llora y habla.
Por entretenernos leíamos un día
de Lancelote, cómo el amor lo oprimiera;
estábamos solos, y sin sospecha alguna.
Muchas veces los ojos túvonos suspensos
30
la lectura, y descolorido el rostro:
mas sólo un punto nos dejó vencidos.
Cuando leímos que la deseada risa
besada fue por tal amante,
este que nunca de mí se había apartado
temblando entero me besó en la boca:
el libro fue y su autor, para nos Galeoto,
y desde entonces no más ya no leímos.
Mientras el espíritu estas cosas decía
el otro lloraba tanto que de piedad
yo vine a menos como si muriera;
y caí como un cuerpo muerto cae.
Canto VI
Círculo de los golosos
Cuando volví en mí, a la cerrada mente
por el dolor de ambos cuñados,
que de tristeza entero me dejó confuso,
nuevos tormentos y más atormentados
de todas partes me rodeaban, a donde me moviera
o hacia donde mirara o me volviera.
Estoy en el tercer anillo de la lluvia
eterna, maldita, fría y grave:
su ritmo y calidad no cambia nunca.
31
Granizo grueso, y agua negra, y nieve
que se vuelca por el aire de tinieblas:
pudre a la tierra que los recibe.
Cerbero, fiera cruel y aviesa,
con sus tres golas caninas ladra
sobre la gente aquí inmersa.
Ojos bermejos, unta y negra la barba,
amplio el vientre, y uñosa tiene la zarpa,
a los espíritus clava, destroza y desgarra.
Aullar como perros los hace la lluvia:
se cubren cambiando de uno a otro lado,
zarandeados con frecuencia los míseros profanos.
Cuando nos vio Cerbero, el gran gusano,
abrió la boca y desplegó los colmillos:
ninguno de sus miembros era calmo.
Mi Conductor entonces extendió los brazos;
cogió tierra y a manos llenas
arrojó puñadas dentro de las rugientes fauces.
Como el perro que a ladrar se agota
y se calma al morder la presa,
pues sólo a devorarla tiende y lucha por ella,
tal hicieron las mugrientas caras
del Cerbero demonio que tanto atruena
a las almas que ser sordas quisieran.
32
Pasábamos por encima de las sombras que doma
la pesada lluvia, y los pies plantábamos
sobre fantasmas que semejaban personas.
Yacían por tierra todas
salvo una que se alzó para sentarse,
luego que nos vio pasar delante.
Oh tú, por este infierno traído,
me dijo, reconóceme, si entiendes:
tú fuiste, antes que yo deshecho fuera, hecho.
Y yo a él: La angustia que te atormenta
quizá es lo que tan de mi memoria te aparta
como si nunca visto te hubiera.
Mas dime ¿Quién eres tú, en tan doliente
lugar metido, y condenado a tal pena
que si mayor hubiera no la hay tan cruel?
Y él a mí: Tu ciudad, que está tan llena
de envidia que ya revienta el saco,
consigo me tuvo en la serena vida.
Vosotros, ciudadanos, me llamasteis Ciacco:
Por la dañina culpa de la gula estoy,
como tú ves, bajo la lluvia abatido:
y yo, triste alma, no estoy sola
que todas estas en igual pena están
por símil culpa, y no diré ya más nada.
Yo le repuse: Ciacco, tus penurias
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me pesan tanto, que a lagrimear me llaman:
pero dime, si lo sabes, ¿En qué han de parar
los ciudadanos de la ciudad dividida?
Si hay alguno allí que sea justo; y dime la razón
que de tan gran discordia esté invadida.
Y él a mí: Después de largos debates
vendrán a verter sangre, y la parte de la selva
expulsará a la otra con gran ofensa.
Luego conviene a seguir que esta caiga
a los tres soles, y que la otra suba
con la fuerza del que por ahora calla.
Alta tendrá largo tiempo la frente
teniendo a la otra bajo imperio grave,
por lo que esta llora y por lo que se afrenta.
Justos hay dos, mas no los escucha nadie:
Soberbia, envidia y avaricia son
tres centellas que guardan los corazones ardiendo.
Aquí puso final a su llorosa voz
y yo le dije: quiero que más me enseñes,
y que de hablar me hagas presente.
Farinata y el Tegghiaio, que tan dignos fueron,
Jacobo Rusticucci, Enrique y el Mosca,
y a otros que a bien hacer se ingeniaron,
dime dónde están, y haz que los vea;
que me oprime de saber un gran deseo
34
si el Cielo los endulza o si los pudre el Infierno.
Y me dijo: Están entre las almas más negras;
diversa culpa los arrastra al fondo:
si a tanto desciendes los podrás ver.
Mas cuando tú estés en el dulce mundo
te ruego que a la memoria de otros me devuelvas;
más no te digo, y más no te respondo.
Los rectos ojos miraron de reojo,
miróme un trecho, inclinó la testa,
y cayó de bruces entre los otros ciegos.
Y el Conductor me dijo: Ya no ha de levantarse
hasta el sonar de la angélica trompeta,
cuando venga el poder adverso.
Cada uno encontrará su triste tumba,
recobrará su carne y su figura,
oirá la voz que por la eternidad resuena.
Y así cruzamos por la mezcla impura
de sombra y lluvia, con pasos lentos,
tratando un algo de la vida futura;
por donde dije: Maestro, estos tormentos
¿Serán mayores después de la gran sentencia,
o se harán menores, y serán tan ardientes?
Y él a mí: Vuelve a tu ciencia,
que quiere que, cuando la cosa es más perfecta,
más sienta el bien, como también la dolencia.
35
Aunque todas estas malditas gentes
no llegarán nunca a la perfección verdadera,
de allá, más que de acá, estar esperan.
Giramos en torno de aquel camino,
hablando mucho más de lo que digo:
llegamos al punto donde se desciende.
Allí encontramos a Plutos, el gran enemigo.
Canto VII
Círculo de los avaros y pródigos.
"Pape Satan, pape Satan Aleppe",
comenzó Plutos con la voz clueca,
y aquel Sabio gentil, que lo conoce todo,
dijo para animarme: Que no te inquiete
el temor, que, por poder que tenga,
no te impedirá que desciendas esta roca.
Luego volvióse a aquellos airados labios,
y dijo: Cállate, maldito lobo:
Consúmete adentro con tu rabia.
No sin razón venimos a lo profundo:
Quiérese en lo alto, allá donde Miguel
tomó venganza de la soberbia tropa.
Como por el viento las hinchadas velas
caen derribadas cuando el mástil se quiebra,
tal cayó a tierra la acerba fiera.
36
Así bajamos al espacio cuarto
acercándonos más a la doliente ribera
que el mal del universo todo encierra.
¡Ay justicia de Dios! ¿Nuevos trabajos
y penas tanto amontonas, cuantas yo vi?
¿Y por qué nuestra culpa nos destruye así?
Como la ola allá sobre Caribdis
se estrella contra aquella que le viene en contra,
así aquí, forzadas, locas danzan las almas.
Aquí más que en otra parte vi mucha gente,
que de una banda a la otra con aullidos grandes,
con el pecho se arrojaban enormes cargas:
Se golpeaban uno al otro, y de allí luego,
cada uno volviéndose, recomenzaba atrás,
gritando: ¿Por qué acaparas? ¿Por qué derrochas?
Así rondaban por el tétrico anillo
desde un opuesto al otro extremo,
siempre gritando el injurioso estribillo.
Después, alcanzado el medio giro,
volvía cada uno por nueva justa.
Y yo que el corazón compungido tenía
dije: Maestro mío, hazme saber
qué gente es esta, y si son clérigos
los tonsurados aquí a la izquierda.
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Y él a mí: Todos estos fueron tan miopes
de la mente, que en la vida anterior
ningún gasto hicieron con mesura.
Así su voz a ellos clara los declara:
cuando llegan a los dos puntos del cerco
que de la culpa contraria los separa.
Estos fueron clérigos, los que tienen la coronilla
pelada en la cabeza, y Papas y Cardenales,
a quienes de la avaricia los doblegó la soberbia.
Y yo: Maestro, entre estos tales
debiera yo reconocer bien a algunos,
que fueron inmundos de estos males.
Y él a mí: Adunas pensamientos vanos:
La villana vida que los hizo deformes,
a reconocerlos hoy los hace oscuros;
eternamente se darán de cornadas;
resurgirán estos del sepulcro
con el puño cerrado y estos otros con la crin rapada.
Mal dar y mal guardar, del bello mundo
los ha privado, y metido los ha en esta guerra;
que ya no hace falta más decir cuál sea.
Ahora, hijito mío, mira cuán breve es la vida
de los bienes encomendados a la Fortuna,
por los que tanto la gente se engríe y se disputa,
que todo el oro que hay bajo la Luna
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y que ya hubo, de estas almas fatigadas
no podría sosegar a ninguna.
Maestro, le dije, dime todavía:
Esta Fortuna de que me hablas,
¿Cómo es que los bienes del mundo tiene tan entre las
garras?
Y él a mí: ¡Oh locas criaturas,
cuánta es la ignorancia que os ofende!
Quiero que mi sentencia engullas:
Aquel, cuyo saber todo trasciende,
hizo los Cielos, les dio quien los conduzca
de modo que por toda parte esplenden,
distribuyendo la luz igualitariamente:
en forma semejante, del esplendor mundano
ordenó una ministro y conductora general,
que permutara a su tiempo los bienes vanos,
de pueblo en pueblo, de una a otra sangre,
por sobre los intentos del criterio humano.
Por donde una nación impera y otra languidece,
conforme al juicio de ella,
que oculta está como el áspid en la hierba.
Vuestro saber no se compara al de ella:
Ella procura, juzga y continúa
su reino, como cada dios el suyo.
Sus permutaciones no tienen tregua;
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necesidad la obliga a ser veloz,
y así es común que una a otra suceda.
Esta es aquella que es crucificada
por quienes ya debieran alabarla,
maldiciéndola sin razón y a malas voces.
Pero ella es feliz consigo y no las oye:
con las otras primas criaturas siempre alegre,
gira su esfera, y bienaventurada goza.
Ahora pues a mayor dolor descendamos:
que caen todas las estrellas que al empezar
surgían, y está prohibido el mucho demorarse.
Atravesamos del círculo a la otra ribera,
sobre una fuente hirviente, y que vierte
en un arroyo que de ella deriva.
El agua era muy oscura sin ser negra,
y nosotros, en compañía de las ondas brunas,
fuimos bajando por una inusitada vía.
En un pantano viértese, el llamado Éstige,
regato triste, cuando ha descendido
al pie de las malignas playas grises.
Y yo, con la mirada intensa,
fangosa gente vi en aquel pantano,
desnudas todas y con semblante airado.
Se castigaban no con palmadas
mas a cabezazos, pechadas y patadas,
40
mordiéndose a dentadas, pedazo a pedazo.
El buen Maestro dijo: Hijo ahora mira
las almas de aquellos a quienes venció la ira:
y quiero que por cierto creas,
que bajo el agua hay gente que suspira,
y borbotean esta agua que está arriba,
como el ojo te dice, a donde gire.
Inmersos en el limo dicen: Tristes fuimos,
bajo el aire dulce que del Sol se alegra,
llevando adentro un amargado humo:
Ahora nos apenamos en este negro cieno.
Este himno barbotaban en el garguero
porque hablar no pueden con palabra entera.
Así en derredor de la fétida poza
fuimos girando entre la seca orilla y el fango
mirando atentamente a los que engullen barro;
y llegamos finalmente al pie de una torre.
Canto VIII
Llegada a la ciudad de Dite y oposición de
los demonios.
Digo pues, continuando, que mucho antes
de llegar al pie del alta torre,
nuestros ojos se fueron arriba hacia la cima,
por dos llamitas que allí veíamos brillar
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y una a otra de lejos mandar señas,
tanto que apenas podía la vista apartar.
Y, vuelto al mar de todo sabio aviso
le dije: ¿Qué dice este fuego y qué responde
aquel otro? ¿y quiénes lo hacen?
Y él a mí: Por sobre las sucias ondas,
ya puedes atisbar lo que se espera
si el humo del pantano no lo esconde.
Cuerda no despidió de sí jamás saeta
que corriera tan veloz en el aire suelta,
como vi yo a una nave pequeñita
venir hacia nosotros por el agua aquella,
gobernada por sólo un piloto
que gritaba: ¡Haz llegado al fin alma perversa!
¡Flegias, Flegias, mi señor le dijo,
esta vez gritas en vano!
Más no nos tendrás sino es pasando el lodo.
Como aquel que un gran engaño percibe
le ha sido hecho, y luego se lamenta,
tal hizo Flegias, conteniendo la ira.
Mi Conductor descendió en la barca
y luego me hizo entrar al lado suyo,
mas sólo, cuando yo entré, sufrió la carga.
Luego que el Conductor y yo en el leño fuimos
se fue la antigua proa cortando
42
el agua, más que cuando a otros lleva.
Mientras surcábamos la corriente muerta,
ante nosotros se alzó uno de fango lleno,
y dijo: ¿Quién eres tú que vienes antes de hora?
Y yo a él: Así vengo, no me detengo,
pero tú que estás tan sucio ¿quién eres?
Respondió: Mira que soy uno que llora.
Y yo a él: Con el llorar y con el luto
quédate, espíritu maldito,
que te conozco aunque estés todo enlodado.
Extendió entonces las manos al leño:
pero el Maestro lo rechazó advertido
diciendo: ¡Vete de aquí con los otros perros!
Después el cuello me ciñó su brazo,
besóme el rostro y dijo: Alma indignada
bendita aquella que de ti fue encinta.
En el mundo este fue persona orgullosa,
bondad no hay suya que alguien recuerde:
por eso está aquí tan furiosa su sombra.
¡Cuántos creen allá arriba ser grandes reyes,
que aquí estarán, como cerdos en el barro,
dejando tras de sí horribles infamias!
Y yo: Maestro, estoy muy deseoso
de verlo sofocado en esta sopa
antes que nos salgamos de este lago.
43
Y él a mí: Antes de que la orilla
se deje ver de ti, serás saciado:
es justo que de tal deseo goces.
Entonces pude ver cuál estropicio
de él hicieron las fangosas gentes,
que aún a Dios alabo y agradezco.
Todos gritaban: "¡Ea Felipe Argenti!";
y el florentino espíritu irritable
él mismo se hincaba con los dientes.
Allí lo dejamos, que más no cuento:
pues al oído me llegó un lamento
que me forzó a mirar atentamente hacia adelante.
El buen Maestro dijo: Ahora hijito mío
se acerca la ciudad de nombre Dite,
de pesados ciudadanos, grandes escuadras.
Y yo: Maestro ya sus mezquitas
bien adentro de este valle veo,
bermejas, como si del fuego salidas
fueran. Y él me dijo: El fuego eterno
que les arde adentro, las muestra rojas,
como tú puedes ver en este bajo infierno.
Al fin llegamos adentro de las altas fosas,
que vallan esa desolada tierra:
pensé que de hierro fueran los muros.
44
No sin rondar un giro grande primero
venimos al lugar donde con fuerza el remero
¡Salid, nos gritó, esta es la entrada!
Vi a más de mil sobre las puertas
del cielo llovidos, que irritadamente
decían: ¿Quién es este que sin la muerte
va por el reino de la muerta gente?
El sabio Maestro mío, hizo ademán
de querer hablarlos en secreto.
Abatieron un poco su gran desprecio
y dijeron: Ven tú sólo, y que aquel se vaya,
que así de osado entró en este reino.
Que se vuelva solo por la demente vía:
Pruebe si sabe; tú haz de quedarte aquí,
que fuiste su escolta en comarca tan sombría.
Piensa, lector, cómo quedé desconsolado
las malditas palabras oyendo,
que ya descreía de poder regresar nunca.
¡Oh amado Conductor mío, que más de siete
veces me has devuelto a seguro, y de peligros
grandes me has librado en los que estuve!
No me dejes, dije, así deshecho:
que si el más andar se nos niega
volvamos raudos sobre nuestros pasos.
Y aquel Señor que allí me había llevado
45
me dijo: No temas, que nuestro paso
nadie impedirlo puede: del tal nos fue dado.
Mas aquí espérame, y el espíritu perdido
conforta y alimenta de esperanza buena,
que no te dejaré en el mundo bajo.
Y así se va, y allí mismo me abandona
el dulce Padre, y yo quedé en la incierta duda,
que el sí y el no en la mente me combaten.
Oír no pude lo que a ellos dijo:
mas no estuvo con ellos mucho tiempo,
que adentro todos a seguro se metieron.
Cerraron nuestros adversarios las puertas
ante el pecho de mi Señor, que quedó afuera,
y volvió hacia mí con lentos pasos.
Bajos los ojos y las cejas sin osadía
llevaba, y entre suspiros decía:
¿Quién me ha negado a las dolientes casas?
Y a mí me dijo: Tú, porque irritado me ves
no te inquietes, que venceré la prueba,
fuese quien fuese el que la prohibición opuso.
Esta insolencia no es nueva
que ya la usaron ante una secreta puerta
que aún sin cerradura se encuentra.
Sobre ella has visto ya la escritura muerta:
Pero más acá de ella descendiendo el camino,
46
viene por los círculos sin escolta,
uno por quien se nos abrirá la puerta.
BAJO INFIERNO
Canto IX
Aparición de las Erinias. Episodio de la
Gorgona.
Aquel color que el temor mostró en mi rostro
al ver atrás mi Conductor volverse,
restringió muy rápido él en el suyo.
Atento como hombre a la escucha se detuvo;
porque el ojo era incapaz de divisar muy lejos
por la espesa niebla y por el aire negro.
Mas a nosotros corresponderá la victoria,
comenzó él: si no... así nos fue prometido.
¡Oh cuánto tarda en llegar el otro!
Bien percibí yo como él cubriera
su comenzar con lo que después dijo,
que fueron palabras de lo anterior diversas.
Mas con todo su decir pavor me indujo,
porque pensaba que sus palabras truncas
de peor sentido eran del que él les diera.
¿A este fondo de este triste abismo
bajó nunca alguno del grado primero,
47
cuya sola pena es la esperanza ida?
Esta pregunta le hice yo a él:
Raro es que alguno, me repuso, vaya
por el camino por el que ahora voy.
Verdad es que hubo otra vez cuando aquí vine
por conjuro de la Erictón cruda,
que convocaba las sombras a sus cuerpos.
Poco hacía que de mí la carne fuera nuda
que me hizo ella traspasar tras este muro
para sacar a un espíritu del círculo de Judas.
Ese es el lugar más bajo y más oscuro
que más lejos está del Cielo que gira el todo.
Bien sé el camino: pero quédate seguro.
Este pantano que expira tal hedor
ciñe en derredor a la ciudad doliente,
al que entrar ya no podremos sin ira.
Y otras cosas dijo, que ya no tuve en mente,
porque el ojo habíame atraído todo entero
la alta torre de cumbrera ardiente.
Salieron súbito de allí rápidamente
tres furias infernales tintas de sangre
de miembros y de gestos femeninos;
verdísimas hidras las ceñían:
sierpes y cerastas eran sus crines
que las feroces sienes restringían.
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Y aquel que bien conocía a las sirvientes
de la reina del eterno llanto:
Observa, me dijo, las feroces Erinias.
Esta es Megera la del siniestro lado;
aquella que a la derecha llora es Alecto
Tisífona está en el medio, y callóse un tanto.
Con las uñas lascerábanse ellas el pecho;
con las manos se golpeaban y tan alto gritaban
que de miedo me estreché al Poeta.
Venga Medusa: a que así lo hagamos piedra,
decían todas mirando abajo;
que mal del asalto de Teseo nos vengamos.
Vuélvete atrás, y cúbrete los ojos;
que si sale la Gorgona y tú la vieras
ya no podrías volver nunca arriba.
Así dijo el Maestro; y volvióme
él mismo, y no confiando en mis manos
me los cerró aún con las suyas.
¡Oh vosotros que tenéis el intelecto sano
mirad la doctrina que se esconde
bajo el velo de los versos extraños!
Y ya venía subiendo por las fangosas aguas
un alboroto de espantoso sonido
que hacía temblar a las orillas ambas;
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a la manera de un viento
que, impetuoso por adversos ardores,
hiere a las selvas, y sin tregua alguna
las ramas rompe, abate y arroja afuera:
y adelante polvoriento va soberbio,
y las fieras ahuyenta y los pastores.
Liberóme pues los ojos y dijo: Alza arriba
el nervio de tu rostro tras aquella espuma antigua
allá por donde el humo es más acerbo.
Como las ranas ante la enemiga
culebra por el agua se disparan todas
hasta que en el cieno cada una se encierra;
vi yo más de mil almas destruidas
huir así ante el paso de uno
que el Éstige cruzaba a pie enjuto.
Apartábase del rostro aquel aire espeso
extendiendo a menudo adelante la siniestra;
se veía que de sólo aquel pesar cansado estaba.
Bien comprendí que era del Cielo mensajero
y volvíme al Maestro, que me hizo seña
de quedarme quieto, y de inclinarme ante él.
¡Ah cuán parecióme de desprecio lleno!
Vino ante la puerta y con una varilla
la abrió, sin encontrar resistencia.
¡Oh arrojados de Cielo, despreciable gente!
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así comenzó sobre el horrible umbral,
¿Cómo esta vuestra arrogancia persevera?
¿Por qué recalcitráis contra aquella voluntad
que nunca de su intento pudo ser movida
y que muchas veces os aumentó la pena?
¿De qué sirve cocear contra el destino?
Vuestro Cerbero, si bien os recordaís,
por ello tiene aún pelados el mentón y el cuello.
Luego volvióse por la sucia calle
sin decirnos nada; mas mostró apariencia
de hombre que otro cuidado más ciñe y acucia,
que aquel que es de quien tiene delante.
Y nosotros movimos los pies hacia la tierra,
seguros tras las palabras santas.
Adentro entramos sin ninguna guerra:
y yo que de mirar tenía deseo
la condición que tal baluarte encierra,
no bien estuve adentro, el ojo en torno envio:
y veo a todos lados un gran campo
de dolor lleno y de cruel tormento.
Como en Arles, donde se estanca el Ródano,
como en Pola cerca del Quarnero,
que Italia cierra y sus confines baña,
los sepulcros dan al campo variado aspecto:
así era aquí por todos partes,
51
salvo en el modo que era más amargo;
porque entre las tumbas había llamas esparcidas,
por ellas tan por completo inflamadas
más que lo fuera nunca fierro en una fragua.
Todas sus losas en sus puntales se alzaban,
y de allí salían durísimos lamentos
que bien parecían de míseros y atormentados.
Y yo: Maestro, ¿quiénes son estas gentes
que sepultados en estas arcas
sus suspiros dejan oír dolientes?
Y él a mí: Son heresiarcas
con sus secuaces, de toda secta, y muchas
más son las tumbas que no creyeras pobladas.
Igual con igual aquí están sepultos
y unas tumbas son más calientes que otras.
Y después que a la derecha se volviera,
pasamos entre los martirios y los altos muros.
Canto X
Explicaciones de Virgilio acerca de las
tumbas abiertas.
Entonces se fue por una estrecha calle
entre el muro del lugar y los martirios,
mi Maestro, y yo tras sus espaldas.
52
¡Oh virtud suma, que por los impíos giros
me conduces, comencé, como te place,
háblame, y mis deseos satisface!
La gente que en los sepulcros yace
¿podráse ver? Ya están alzadas
todas las losas, y no hay quien guarde.
Y él me dijo a mí: Todas quedarán cerradas
cuando de Josafat a este lugar regresen
con el cuerpo que allá arriba dejaron.
Su cementerio en esta parte tienen,
con Epicuro, todos sus secuaces
que el alma con el cuerpo morir hacen.
Pero a la pregunta que me haces
aquí dentro satisfecho serás luego,
y aún del deseo que tú me callas.
Y yo: Buen Conductor, si no he abierto
a ti mi corazón es por hablar poco;
que a ello antes de ahora me has dispuesto.
¡Oh Toscano, que por la ciudad del fuego
transcurres vivo hablando honestamente,
plúgate detenerte aquí en este sitio.
Por tu parla es claro y manifiesto
que en aquella noble patria habéis nacido,
a la cual tal vez fui asaz molesto.
Esta voz surgió súbitamente
53
de una de las arcas: y yo me arrimé,
temiendo, un poco más al Conductor mío.
Y él me dijo:¡Vuélvete! ¿Qué haces?
Míralo a Farinata que allí erguido,
lo verás de la cintura arriba entero.
Había ya fijado mi vista en su mirada:
y él se erguía del pecho y de la frente
como teniendo al Infierno en gran desprecio:
Y las animosas manos de mi Conductor prestas
fueron a impulsarme hacia él entre las tumbas,
diciendo: Que tus palabras sean claras.
Cuando al pie de su tumba junto estuve,
miróme un poco, y luego como desdeñoso
me preguntó: ¿Quiénes tus mayores fueron?
Yo, que de obedecer era deseoso,
no le oculté, más se lo dije todo:
por donde las cejas alzó un poco;
luego dijo: Ferozmente adversos fueron
a mí, a mis padres y a mi partido,
tanto que por dos veces los eché dispersos.
Si los echaste, de todas partes volvieron,
le respondí, una y otra ambas las veces;
arte que los vuestros nunca bien aprendieron.
Entonces surgió a la vista descubierta
una sombra junto a él, hasta la barba:
54
creo que de rodillas se alzaba.
Miraba en torno mío, como teniendo deseo
de saber si alguien era conmigo;
y después de extinguidas sus sospechas
llorando dijo: Si vas por esta ciega
prisión por gracia de alto ingenio,
mi hijo ¿Dónde está? ¿Y porqué no va contigo?
Y yo a él: Por mí solo no vengo;
aquel, que allá espera, llévame por aquí;
a quien tal vez tu Guido tuvo en desprecio.
Sus palabras y el modo de su castigo
me habían hecho sospechar su nombre:
por eso la respuesta fue tan clara.
De pronto irguiéndose gritó: ¿Cómo
dijiste? ¿Tuvo? ¿Es que no vive todavía?
¿No hieren sus ojos la dulce luz del día?
Cuando advirtió cierta demora
que postergaba la respuesta,
cayó de bruces y ya no apareció más fuera.
Mas aquel otro magnánimo, a cuyo lado
me había quedado, no mudó de aspecto,
no movió el cuello, no inclinó el cuerpo.
Y así, continuando lo primero,
Si aquel arte, dijo, mal aprendido, guardan,
eso más me atormenta que este lecho.
55
Mas no será cincuenta veces alumbrado
el rostro de la mujer que aquí reina
que tú sabrás cuánto aquel arte pesa.
Y si tal vez al dulce mundo vuelves,
dime ¿Por qué aquel pueblo es tan impío
en contra mía en cada una de sus leyes?
Por donde yo a él: El estrago y la matanza
que dejó al Arbia teñido de rojo,
tal sentencia provoca en nuestro templo.
Luego que suspirando sacudiera la cabeza:
No estuve solo, dijo, ni por cierto
no sin razón con los otros me mantuve:
Mas yo fui el único, cuando aprobaron
todos arrasar toda Florencia,
que a defenderla estuve a rostro manifiesto.
¡Ah, que repose alguna vez vuestra simiente!
le dije, mas resuélveme este nudo,
en el que está enredado mi sentido.
Pues parece que tu vieras, si bien oigo,
adelante a lo que el tiempo traerá consigo,
aunque ves el presente de otro modo.
Vemos nosotros como el que tiene poca luz,
las cosas, dijo, que están lejanas;
como tanto aún nos alumbra el sumo Jefe;
56
cuando se aproximan o son, es todo vano
nuestro intelecto; y si nadie nos ilustra
nada sabemos de vuestro estado humano.
Por donde podrás ver, que enteramente muerto
estará nuestro saber en aquel punto
cuando del futuro quede cerrada la puerta.
Entonces como de mi culpa compungido,
dije: Dirás entonces a ese que ha caído
que su progenie está aún junto a los vivos.
Y si yo estuve en la respuesta mudo
hazle saber que así lo hice, porque pensaba
en el error que tú me has resuelto.
Pero ya mi Maestro reclamaba
que rogara al espíritu más prestamente
a que dijera quienes con él estaban.
Díjome: Con más de mil aquí yazgo,
aquí adentro está el segundo Federico
y el Cardenal, de los demás me callo.
Se ocultó entonces, y yo al antiguo
Poeta volví los pasos, repensando
en ese hablar que parecía enemigo.
El se movió, y después así andando
me dijo: ¿Por qué estás tan confuso?
Y yo le satisfice su demanda.
Que tu mente conserve lo que ha oído
57
en contra tuya, me recomendó aquel Sabio,
y ahora atiende a esto: y levantó el dedo.
Cuando estés delante del dulce rayo
de aquella, cuyos bellos ojos lo ven todo,
de ella sabrás de tu vida el viaje.
Luego su pie volvió a la izquierda:
el muro dejamos, y fuimos hacia el medio
por un sendero que a un valle lleva,
que hasta aquí arriba exhalaba su hedor.
Canto XI
Topografía del infierno descrita por
Virgilio.
Por el extremo de un alto risco
de grandes piedras rotas en círculo,
arribamos a una más cruel caterva:
y allí, por el ultraje horrible
de la fetidez que el profundo abismo arroja,
nos abrigamos detrás de la cubierta
de un gran sepulcro, donde vi una escritura
que decía: A Anastasio Papa encierro,
a quien Fotino arrastró del camino recto.
Nuestro descenso conviene que sea tardo,
para que antes se habitúe un poco el sentido
58
al triste hedor, y luego ya no haya que guardarse.
Así el Maestro; y yo: Alguna compensación,
le dije, busca para que el tiempo
no se pierda en vano; y él: En eso pienso.
Hijito mío, en medio de estas rocas,
comenzó a decir, hay tres menores círculos
de grado en grado, como los que has dejado.
Todos están llenos de espíritus malditos:
Pero para que después te baste la vista ,
entiende cómo y porqué están así circunscritos.
De toda maldad que al odio el cielo excita
la injuria es el fin, y todo tal propósito
con fuerza o con fraude a otro contrista.
Mas como defraudar es propio mal del hombre,
más desplace a Dios: por eso más abajo están
los fraudulentos, y mayor dolor los acosa.
De los violentos es todo el primer círculo;
mas como se violenta a tres personas,
en tres recintos fue dividido y construido.
A Dios, a sí, al prójimo, se pone
violencia, digo en la persona y en sus cosas,
como oirás con abiertas razones.
Muerte violenta y heridas dolorosas
en el prójimo se dan, y en sus haberes
ruinas, incendios y rapiñas dañosas:
59
por donde a homicidas y a todo el que mal hiere,
devastadores y ladrones, a todos atormenta
el primer recinto en diversas legiones.
Puede el hombre en sí poner mano violenta
y en sus bienes: y por eso en el segundo
recinto conviene que sin provecho se arrepienta
cualquiera que se priva de vuestro mundo,
juega y disipa su fortuna,
y llora allí donde debería estar jocundo.
Puédese violentar a la Deidad,
en el corazón negando o blasfemando de ella,
y despreciando la naturaleza y su bondad:
por eso el menor recinto marca con fuego
su sello a Sodoma y a Cahors
y a quien, de corazón, habla en desprecio de Dios.
Con el fraude, que a toda conciencia hiere,
puede el hombre abusar de quien confía,
y de quien a la confianza no da albergue.
En este modo segundo, parece que aún mata
el vínculo de amor que la naturaleza crea;
por donde en el círculo segundo anida
hipocresía, adulación y hechicería,
falsedad, latrocinios, simonía,
rufianes, truhanes y similares inmundicias.
60
En el primer modo, aquel amor se olvida
que la natura crea, y lo que después de agrega,
de lo cual la fe especial se cría:
y así en el círculo menor, donde está el centro
del universo, sobre el que se asienta Dite,
todo traidor eternamente se consume.
Y yo: Maestro, bien claramente
procede tu razón, y muy bien distingue
a este báratro y al pueblo que contiene.
Pero dime: los de aquel pantano cenagoso,
que arrasa el viento, y la lluvia azota
y se afrentan con tan grandes maldiciones,
¿Por qué no dentro de la ciudad ardiente
son castigados, si Dios los tiene en su ira?
y si no los tiene, ¿por qué están en la parte aquella?
Y él a mí: ¿Por qué tanto delira,
dijo, el ingenio tuyo en contra de lo que suele?
¿O es que tu mente hacia otro lado mira?
¿No recuerdas las palabras
de las de tu Etica que a fondo trata
las tres disposiciones que rechaza el Cielo:
incontinencia, malicia y la bestialidad
demente? ¿y cómo incontinencia
menos ofende a Dios y menor censura gana?
Si observas bien esta sentencia,
61
y traes a la mente quienes son aquellos
que fuera de aquí sostienen penitencia,
bien verás porqué de estos felones
están separados, y porqué menos penosa
la divina venganza los martilla.
¡Oh Sol que sanas toda vista conturbada
me satisfaces tanto cuando así esclareces,
que, no menos que saber, dudar me agrada!
Vuélvete ahora un poco más atrás
dije yo, allá donde dijiste que la usura ofende
a la divina bondad, y el escollo resuelve.
La filosofía, me dijo, a quien la entiende,
nota y no sólo en un lugar,
cómo la naturaleza su curso prende
del divino intelecto y de su arte;
y si tú bien tu Física recorres
encontraras no lejos de unas páginas
que vuestro arte, a él, en cuanto puede,
sigue, como al maestro el que aprende,
y así vuestro arte de Dios es casi el nieto.
De estos dos, si traes a tu mente
la Génesis del principio, conviene
concordar su vida y avanzar la gente.
Y como el usurero otro camino sigue,
a la natura en sí, y a su secuaz
62
desprecia, pone así en otra parte su esperanza.
Mas sígueme ahora, que apresurarnos me place:
ya los Peces se deslizan sobre el horizonte,
y todo el Carro sobre el Coro yace,
y el promontorio un poco más allá desmonta.
Canto XII
Los violentos contra el prójimo
sumergidos en el río de sangre hirviente.
Era el lugar, donde a bajar la cuesta
venimos, montañoso, y por quien allí estaba,
era tal, que toda mirada le sería esquiva.
Como aquella ruina, cuyo flanco
de acá de Trento azotó el Adigio,
o por terremoto o de base falta,
que de la cima del monte, despeñóse,
al valle, y allí tal está quebrantada
que alguna senda ofrece al que bajara;
así por aquel precipicio era el descenso:
y en la cumbre de la rota pendiente
la infamia de Creta tendida estaba,
concebido que fue de falsa vaca;
cuando nos vio, se mordió a sí mismo
como aquel a quien la ira por dentro atrapa.
63
Mi Sabio al verlo le gritó: ¿Por ventura
crees que está aquí el duque de Atenas,
que allá en el mundo te dio muerte?
Apártate, bestia, que este no viene
amaestrado por tu hermana,
sino por ver las penas vuestras.
Como el toro rompe el lazo de sus patas
cuando el golpe mortal ha recibido,
que huir no puede, mas aquí y allá se revuelve,
así de igual vi yo volverse al Minotauro,
y aquel prudente me gritó: Corre al desfiladero;
mientras está furioso, bueno es que bajes.
Así nos fuimos por el derrumbe
de aquellas piedras, que más se movían
bajo mis pies, por la nueva carga.
Iba yo pensativo y me dijo: Tú piensas
tal vez en esta ruina que está guardada
por aquella ira bestial por mi vencida.
Quiero ahora que sepas, que la otra vez
que descendí yo allá, al bajo infierno,
esta roca aún no estaba cascada.
Mas ciertamente poco antes, si bien discierno,
que Aquel viniera, que la gran presa
arrebató a Dite del círculo superno,
64
por todas partes el alto valle hediondo
tembló tanto que yo pensé que el universo
sintiera amor, por lo cual hay quien crea
que muchas veces el mundo volvió al Caos;
y en aquel punto esta vieja roca
revuelta fue aquí y en otras partes.
Mas fija los ojos abajo, que se acerca
el río de sangre, en el que hierve
todo el que por violencia a otro daña.
¡Oh ciega avidez!, ¡Oh loca ira,
que tanto nos acucia en la corta vida,
y en la eterna luego a tanto nos inmola!
Vi entonces una amplia fosa en arco conformada
como corona que todo el llano abraza,
como me había dicho mi escolta:
y entre el pie de la roca y ella, en hilera
corrían Centauros armados de saetas
como solían en el mundo salir de caza.
Viéndonos callar, se detuvieron,
y tres se separaron de la hilera
ya con arcos y flechas preparados:
y uno gritó de lejos: ¿A qué martirio
venís vosotros, los que bajáis la cuesta?
Decidlo ahora, o el arco suelto.
Mi Maestro dijo: La respuesta
65
a Quirón se la daremos, aquí y de cerca:
funesta fue siempre tu precipitada osadía.
Después me tocó y dijo: Aquel es Neso,
el que murió por la bella Deyanira,
y él mismo, de sí mismo, creó venganza.
Y aquel del medio que el pecho se mira,
es el gran Quirón, nutricio de Aquiles:
aquel otro es Folo, que fue tan lleno de ira.
En torno al foso van de a miles
asaeteando a las almas que se salen
de la sangre más de lo que su culpa tolera.
Nos acercamos a aquellas ágiles fieras:
Quirón tomó una flecha, y con la contera
echó las barbas detrás de sus quijadas.
Descubierta entonces la enorme boca
dijo a sus colegas: ¿Os habéis dado cuenta
que el de atrás mueve todo lo que toca?
Así no hacen los pies de los muertos.
Y mi buen Maestro que hasta el pecho le llegaba
donde las dos naturalezas se conciertan,
repuso: Sí, que está vivo, y yo solamente
debo mostrarle el sombrío valle:
necesidad lo lleva, y no placer.
Una que interrumpió su aleluya
fue la que me encomendó este oficio nuevo:
66
No es él ladrón, ni yo alma ratera.
Mas por aquella virtud, por la cual muevo
mis pasos por tan salvaje senda,
danos uno de los tuyos por compañero
que nos indique un lugar de paso
y que a éste en las ancas lleve,
que no es espíritu que por el aire vuele.
Quirón se volvió a la derecha tetilla
y dijo a Neso: Ve y así los guía
y hazlos transar si se os opone otra tropa.
Nos movimos con la escolta adicta
por el largo de la bermeja orilla,
donde chillaban los que allí hervían.
Vi gente sumergida hasta las cejas;
y el gran Centauro dijo: Estos son tiranos
que de la sangre vivieron y del poseer robado.
Aquí se lloran los despiadados daños;
ved allí a Alejandro y al Dionisio fiero
que vivir hizo a Sicilia dolorosos años.
Y aquella frente de pelo tan negro
es Azzolino; y aquel otro que es rubio
es Obezzo de Este, que de verdad
fue muerto por su hijastro allá en el mundo.
Entonces me volví al Poeta el cual me dijo:
que éste te valga ahora primero y yo segundo.
67
Un poco más allá el Centauro se detuvo
cerca de una gente que hasta la garganta
salir de aquel hervidero se veían.
Nos mostró una sombra apartada y sola
diciendo: Hirió este en el regazo de Dios
al corazón que en el Támesis aún se honra.
Después vi gente que fuera del río
sacaban la cabeza y aun todo el pecho:
y de estos reconocí a muchos.
Y así poco a poco se hacía menos profunda
aquella sangre que ya sólo los pies cocía;
y allí fue de aquel foso nuestro paso.
Así como de esta parte tú contemplas
que el caldo hirviente va disminuyendo,
dijo el Centauro, quiero que sepas
que en esta otra orilla más y más hunde
su fondo hasta que al final llega a aquel punto
donde concierne que la tiranía gima.
La divina justicia allí castiga
al que de la tierra fue flagelo, Atila,
y a Pirro y Sexto; y eternamente exprime
lágrimas por el hervor derramadas,
a Renato de Corneto y a Renato Pazzo,
que en los caminos hicieron tanta guerra.
68
Entonces se volvió y repasó el vado.
Canto XIII
Los violentos contra sí mismos.
No había aún de allá llegado Neso,
cuando nos metimos en un bosque
no señalado por sendero alguno.
No verdes frondas, más de color oscuro,
no rectas ramas, sino nudosas y enredadas,
no había frutas, sino espinas venenosas.
Ni en tan ásperos bosques moran, ni en tan espesos,
aquellas fieras salvajes que aborrecidos tienen
los cultivados campos entre Cecina y Corneto.
Aquí su nido hacen las tétricas Arpías,
que de las Estrofíades echaron los Troyanos,
con triste anuncio de futuros daños.
Alas tienen anchas, y cuello y rostro humanos,
pies con garras, y el gran vientre emplumado:
lanzan lamentos sobre los árboles extraños.
Y el buen Maestro: Antes que más te adentres,
sabe que te hallas en el segundo recinto,
comenzó a decirme, y aquí estarás,
69
hasta que veas el arenal horrible.
Por tanto atento mira, y así verás
cosas que darán fe de mis palabras.
De todos lados oía gemidos
y no veía a nadie que gimiera:
por donde temeroso me detuve.
Yo creo que él pensaba que yo creía
que tantas voces, de la espesura, eran
de gentes que de nosotros se ocultaban.
Sin embargo, dijo el Maestro, si quiebras
de una de estas plantas una rama,
la idea que tienes verás que es errada.
Extendí entonces la mano hacia adelante
y una ramita cogí de un gran endrino:
y su tronco gritó: ¿Por qué me quiebras?
Quedó entonces de oscura sangre teñido
y volvió a gritarme: ¿Por qué desgarras?
¿No tiene tu espíritu piedad alguna?
Hombres fuimos y ahora nos han hecho plantas:
bien debería ser más piadosa tu alma
aunque fuéramos de sierpes almas.
Como el tizón verde, que encendido
en un extremo, por el otro gotea,
y chilla en el soplo que arroja fuera,
así del leño aquel brotaban juntas
70
sangre y palabras: así dejé caer
la rama, y me detuve como el que teme.
Si éste hubiera podido creer primero,
repuso el Sabio mío, ¡Oh alma herida!,
lo que antes había visto en mis rimas,
no habría hacia ti alargado el brazo;
mas lo increíble de la cosa hízome
inducirlo a obrar, lo que a mí mismo pesa.
Mas dile quien tú fuiste, que así por manera
de enmienda, tu fama refresque
allá en el mundo, a donde tornar puede.
Y el tronco: Si con dulces palabras me llevas,
callar no puedo; a vosotros que no os pese
porque un poco a razonar me entretenga.
Yo soy aquel que tuvo las dos llaves
del corazón de Federico, y que las giré
abriendo y cerrando tan suave,
que de su confianza a todo hombre aparté:
mi fidelidad puse en aquel glorioso oficio,
tanta que allí perdí venas y pulsos.
La meretriz, que no apartó nunca
del palacio de César sus ojos putos,
peste común, y de las cortes vicio,
enardeció en contra mía todas las almas,
y los enardecidos enardecieron tanto a Augusto,
71
que el feliz honor tornaron en triste luto.
Mi espíritu por desdeñoso gusto,
creyendo en el morir huir el desprecio,
injustamente en contra mía me hizo justo.
Por las nueve raíces de este leño
os juro que jamás falté a la confianza
de mi señor, que fue de honor tan digno.
Y si alguno de vosotros al mundo vuelve,
reafiance mi memoria, que aún yace
bajo el golpe que le dio la envidia.
Esperó un poco el Poeta y luego:
Puesto que calla, me dijo, no te demores;
mas háblale y pregúntale, si más te place.
Y yo a él: Pregúntale tú ahora
de lo que creas que más me satisfaga;
que no podré yo: tanta piedad me adolora.
Entonces comenzó: Si cumplimos contigo
liberalmente lo que tu pedido ruega,
espíritu encarcelado, que aún te plazca
decirnos como el alma se amarra
en estos nudos; y dime si puedes
si alguna nunca de tales miembros se suelta.
Entonces sopló fuerte el tronco, y luego
ese viento se hizo voz:
Brevemente os daré respuesta.
72
Cuando se aparta el alma feroz
del cuerpo, del que ella misma se arranca,
Minos la envía a la séptima fosa.
Cae en la selva, sin lugar elegido;
mas allí donde la fortuna la lanza,
allí germina como semilla de espelta;
surge en retoño, y en silvestre planta.
Las Harpías luego de sus hojas paciendo,
causan dolor, y al dolor dan vía abierta.
Como todos, vendremos por nuestros despojos,
pero no para que alguno los vista de nuevo:
no es justo que el hombre posea lo que se quitó.
Aquí los acarrearemos, y en esta triste
selva quedarán nuestros cuerpos suspendidos,
cada uno del endrino de la sombra tan molesta.
Estábamos todavía junto al tronco en espera,
creyendo que algo más nos diría,
cuando nos sorprendió un rumor,
parecido al que venir siente
el jabalí y la caza hacia su sitio,
que la jauría oyen y el fragor del ramaje.
Y luego aparecieron dos del siniestro lado
desnudos y lacerados, huyendo tan a prisa
que de la selva todas las ramas rompían.
73
El de adelante: acude ya, acude muerte.
Y el otro que tanto no corría,
gritaba: Lano, tan ágiles no tenías
las piernas en el torneo del Topo.
Y porque falto tal vez de aliento,
hizo un cosa de sí y de un arbusto.
Detrás de él la selva estaba llena
de negras perras, corriendo hambrientas
como lebreles que han perdido la cadena.
En aquel que se ocultó echaron los dientes
y lo despedazaron parte tras parte;
y se llevaron luego aquellos miembros dolientes.
Me tomó entonces mi escolta de la mano
y llevóme hasta el arbusto que lloraba,
por las heridas ensangrentadas en vano.
¡Oh Jacobo de san Andrés!, decía,
¿Con qué provecho me tomaste por refugio?
¿Qué culpa tengo yo de tu vida criminal?
Cuando el Maestro cerca de él estuvo
dijo: ¿Quién fuiste tú que por tantas puntas
soplas con sangre doloroso discurso?
Y él a nosotros: ¡Oh almas que habéis venido
a contemplar el desonesto estrago
que a mis tantas frondas de mí ha separado!
Recogedlas al pie del triste arbusto.
74
Yo fui de la ciudad que por el Bautista
trocó su primer patrono: el cual por ello
con su arte siempre la tendrá contrista:
y si no fuera que en el puente del Arno
aún se conserva una imagen suya,
los ciudadanos, que otra vez la fundaron
de las cenizas que de Atila quedaron,
todo su trabajo hubieran hecho en vano.
Yo me hice de mi propia casa un patíbulo.
Canto XIV
Los violentos contra Dios.
Condolido por el amor de mi lugar natal,
me di a recoger la dispersa fronda
y a retornarla a aquel cuya voz desvanecía.
De allí llegamos al confín donde se parte
el segundo recinto del tercero, y donde
se ve de la justicia horrible arte.
A bien manifestar las cosas nuevas,
digo que llegamos a un áspera llanura
de cuyo manto a toda planta destierra.
La dolorosa selva le es guirnalda
75
en torno, como el triste foso a aquella;
detuvimos el paso allí, al borde mismo de la playa.
El espacio era un arena árida y espesa,
semejante a aquella otra
que fue del pie de Catón hollada.
¡Oh venganza de Dios, cuánto debes
ser temida por todo aquel que lee
lo que entonces apareció a mis ojos!
De almas desnudas vi un gran rebaño
llorando todas juntas miserablemente,
y al parecer sujetas a diversas leyes.
Supinas yacían en tierra algunas gentes,
sentadas otras en total encogimiento,
y otras caminaban continuamente.
Las que giraban de continuo eran mayoría
y menos las que yacían bajo el tormento
aunque el dolor más la lengua les soltaba.
Por todo el arenal, en forma lenta,
llovían grandes copos de fuego,
como cae la nieve en la montaña si no hay viento.
Como Alejandro en aquellas ardientes tierras
de la India vio sobre su ejército caer
llamas que en el suelo firmes yacían,
por lo que mandó pisotear el suelo
a la tropa, pues los febriles efluvios
76
separados mejor se extinguían,
tal descendía el sempiterno ardor;
y así la arena ardía, como yesca
bajo el pedernal, y duplicaba el dolor.
Sin reposo nunca era la loca danza
de las miserables manos, aquí y allá
apartando de sí el renovado calor.
Y comencé: Maestro, tu que venciste
todo, salvo aquellos duros demonios
que a la entrada nos hicieron frente,
¿Quién es aquel grande que al parecer no cura
del incendio, y yace retorcido y desdeñoso
como si no lo hiriera la lluvia?
Y aquel mismo percatado
que de él yo a mi Guía preguntaba
gritó: Como vivo era, tal soy muerto.
Si fatigara Jove a su herrero de quien
atormentado tomó el agudo rayo
con el que en mi último día fui azotado;
o si fatigara a los otros día tras día
del Mongibelo de hocicos negros,
clamando “Buen Vulcano, ayúdame, ayúdame!”,
así como en la pelea de Flegra hiciera
y me clavara saetas con su fuerza entera:
aun así no obtendría de mí una feliz victoria.
77
Entonces el líder mío habló con tal vehemencia
como yo nunca con tanta fuerza lo había oído:
Oh Capaneo, en lo mismo que no se amengua
tu soberbia, está tu castigo;
ningún martirio, fuera de tu misma rabia,
sería a tu furor dolor cumplido.
Luego volvióse a mí con mejor labia
diciendo: Ese fue uno de los siete reyes
que asediaron Tebas; y tuvo y aún tiene
a Dios en desprecio, y no parece que ruegue;
pero, como a él le dije, sus despechos
son en su pecho una bien debida llaga.
Ahora ven detrás mío, y nuevamente cuida
de no poner los pies sobre la ardiente arena;
mas cuida del bosque tener los pies al borde.
Callados fuimos allá donde brotaba
fuera del bosque un breve riachuelo
cuya rojez todavía me horripila.
Cual del Bulicame sale un arroyuelo
que comparten entre si las pecadoras,
tal por la arena allá corría su curso.
Su fondo y ambas sus orillas
eran de piedra, y las márgenes alzadas,
por lo que comprendí que por allí el paso era franco.
78
Entre todas las cosas que te he enseñado,
desde que por aquella puerta ingresamos
cuyo umbral a nadie le es negado,
tus ojos no han visto cosa alguna
más notable como el presente río,
que sobre sí todas las llamas amortigua.
Estas palabras fueron de mi Conductor
y entonces le rogué que me entregara el alimento
del que entregado el hambre ya me había.
En medio del mar hay un arruinado país,
dijo él entonces, llamado Creta,
bajo cuyo rey ya fuera el mundo casto.
Tiene una montaña antaño feliz
en aguas y en verde fronda, llamada Ida,
y que hoy está yerma como una cosa vieja.
Rea la hubo elegido como segura cuna
de su hijito, y por mejor celarlo,
cuando lloraba, que dieran gritos hacía.
Dentro del monte yérguese en pie un anciano
que hacia Damiata vuelta tiene la espalda
y a Roma mira como a su espejo.
Su testa de fino oro está formada
y de pura plata brazos y pecho,
luego es de bronce hasta la entrepierna;
de allí hasta abajo es de fino hierro,
79
salvo que de terracota es el pie derecho;
se apoya en éste, más que en el otro, erecto.
Cada parte, excepto el oro, está rota
en una fisura de donde lágrimas llora
que reunidas perforan aquella gruta.
Su curso en este valle cae de roca en roca;
formando el Aqueronte, el Éstige y el Flegetonte;
luego se va por este conducto estrecho,
y en fin, allá donde ya más no se desciende,
forma el Cocito, y cual sea ese estanque
tú lo verás, que aquí nada se cuenta.
Y yo a él: Si este reguero
derívase así de nuestro mundo,
¿Por qué aflora sólo solamente en esta orilla?
Y él a mí: Sabes que este lugar es redondo;
y aunque hayas andado mucho,
por el siniestro lado siempre hacia el fondo,
aún no has dado vuelta por el cerco todo;
por donde si alguna cosa nueva te parece,
que no haya sorpresa en tu rostro.
Y yo aún: Maestro, ¿se encuentra dónde
el Flegetón y el Lete? Que del uno callas,
y del otro dices estar hecho de esas lágrimas.
Tus preguntas cierto me placen todas,
repuso, más el hervir del agua roja
80
bien debería resolverte una.
Verás el Lete, mas fuera de esta fosa,
allá donde a lavarse van las almas
y la culpa arrepentida se les trueca.
Luego me dijo: Ya de apartarse es la hora
del bosque; que vengas tras de mi procura;
no estando ardidos, los bordes nos son ruta,
y sobre ellos todo el vapor se esfuma.
Canto XV
Los violentos contra la naturaleza
Aparece el monstruo Gerión.
Nos lleva ahora una de las duras márgenes:
y el humo del arroyo tal niebla les hace
que del fuego salva el agua y las orillas.
Como los Flamencos entre Gante y Brujas,
temiendo las olas que se les avanzan
levantan diques para que el mar se aleje;
y al igual que los Paduanos a lo largo del Brenta
para amparar sus castillos y pueblos
antes que el Carentana el calor sienta;
de tal manera estas riberas,
aunque no eran tan altos ni tan gruesas,
cualquiera fuese quien las construyera.
81
Ya de la selva nos habíamos alejado tanto
que no podía verla desde donde estaba
aunque me hubiera vuelto a mirar atrás,
cuando de almas encontramos una hilera
cada una, viniendo por la ribera,
mirándonos como suele en la noche
mirarse uno al otro bajo la luna nueva,
y para así vernos aguzaban la vista
como mira el viejo sastre al ojo de la aguja.
Escrutados así por esa tal familia
de uno fui conocido, que me tomó
por el ruedo y me gritó: ¡Maravilla!
Y yo, cuando zafé de su brazo,
fijé tanto la vista en su cocido aspecto,
que aún a pesar de su abrasado rostro
pude reconocerlo en mi intelecto;
e inclinando hacia su faz la mía
respondíle: ¿Vos aquí, maestro Brunetto?
Y él: Hijito mío, no te desplazca
si Brunetto Latino contigo un poco
se retrasa y deja al tropel que vaya.
Y yo le dije: Cuanto pueda os lo ruego;
y si queréis que juntos nos sentemos
lo haré, si place a aquel que va conmigo.
Hijito mío, dijo, si alguno de este rebaño
82
hace alto un instante, luego por cien años
queda sin defensa bajo el fuego que lo hiere.
Mas sigue adelante, que yo iré a tu lado,
y luego alcanzaré a mi manada,
que va llorando sus eternos daños.
No osaba yo bajar de la orilla
para andar a su par; más inclinado el rostro
llevaba en gesto deferente.
Y comenzó: ¿Qué fortuna o destino
antes del último día aquí te trae?
y ¿quién es aquel que apunta el camino?
Allá arriba, en la vida serena,
le respondí, me perdí en un valle
antes que mi edad fuera plena.
Sólo ayer de mañana le volví la espalda;
este me apareció, cuando me volvía al valle,
y recondújome aquí por esta calle.
Y él a mí: Si sigues tu estrella
errar no puedes el glorioso puerto
como bien advertí en la vida bella;
y si no hubiera tan pronto muerto,
viendo el cielo para ti tan benigno,
confortado en tu obra yo te hubiera.
Pero aquel ingrato pueblo maligno
que desciende de Fiésole ab anticuo
83
que mucho tiene de monte y piedra,
será, a causa de tu buen obrar, tu enemigo;
y es de razón, porque entre ásperos serbales,
no es conveniente disfrutar del dulce higo.
Una vieja fama en el mundo los llama ciegos,
avara gente, envidiosa y soberbia:
de sus costumbres guárdate pulcro.
Tu fortuna tanto honor te reserva
que unos y otros tendrán hambre
de ti; pero que lejos del pico sea la hierba.
Hagan las bestias fiesolanas de sí mismas
pasto; y que no toquen la planta
si aún alguna en su estiércol crezca,
de la cual renazca la semilla santa
de aquellos Romanos que aún quedaron
cuando se hizo nido de malicia tanta.
Si plenamente mi deseo se cumpliera
le respondí, vos no estaríais todavía
de la humana naturaleza puesto fuera;
que fijo en la mente guardo, y me contrista
ahora, la querida y buena imagen paterna
de vos cuando en el mundo, de tanto en tanto,
me enseñabais cómo se inmortaliza el hombre:
y cuanta gratitud de ello guardo, mientras viva,
es necesario que mi lengua lo discierna.
84
Lo que narráis del curso de mi vida grabo,
y lo guardo para glosarlo con otro texto
a dama que sabrá, si a ella arribo.
Solo quiero que os sea manifiesto,
para que mi conciencia no reproche,
que a la Fortuna, lo que quiera, yo estoy presto.
No es nuevo a mis oídos tal presagio:
pero gire su rueda como le plazca
la Fortuna, y el villano su azada.
Mi maestro entonces vuelta su mejilla
a la derecha, volvióse y mirándome
me dijo: Bien escucha quien lo acota.
No obstante continúo hablando
con maese Brunetto, y quienes son le pregunto
sus compañeros más nobles y famosos.
Y me dijo: Saber de alguno es bueno;
de los otros mejor será callarse,
que a tanta charla el tiempo sería corto.
En suma, sabe que son clérigos todos
y grandes literatos y de gran fama,
de un mismo pecado sucios.
Prisciano va con esa turba mezquina,
y Francisco de Accorso también; y si de ver
esa tiñosa caterva tendrías el deseo
85
verás aquel que por el siervo de los siervos
fue trasladado del Arno al Bacchiglione
donde dejó sus mal extendidos nervios.
Más hablaría, pero el viaje y el sermón
alargarse más no puede, porque ya veo
surgir nuevo humo del arenal.
Vienen gentes con las que estar no deseo,
Séate recomendado mi Tesoro
en el que vivo todavía, y nada más pido.
Volvióse luego, y parecía uno de aquellos
que corren en Verona el palio verde
en la campiña; y parecía ser de aquellos
que ganan, y no de los que pierden.
Canto XVI
Estaba ya donde se oía el estruendo
del agua que caía en el siguiente giro
semejante al rumor de las colmenas,
cuando juntas tres sombras se apartaron,
corriendo, de un tropel que pasaba
bajo la lluvia del áspero martirio.
Venían a nosotros, y cada una gritaba:
Detente, tú, que por el ropaje pareces
ser uno de nuestra tierra depravada.
86
¡Ay de mí! Qué plagas vi en sus miembros,
recientes y viejas, producidas por las llamas!
Todavía me duele de solo recordarlas.
A sus gritos mi doctor se detuvo:
Volvió su rostro a mí y: Ahora espera,
dijo, con estos corresponde ser cortés.
Y si no fuera el fuego que asaeta
la naturaleza del lugar, yo diría
que más a ti que a ellos valdría la prisa.
Así que nos detuvimos, recomenzaron ellos
el anterior verso; y cuando a nosotros llegaron
entre los tres formaron una ronda.
Como los campeones solían hacer, nudos y untos,
sondear la presa y buscar ventaja,
antes de entrar al castigo y al combate,
así rondando, cada uno el visaje
me dirigía, de modo que contrario al pie
el cuello hacía continuo viaje.
Si la miseria de este arenoso sitio
torna en desprecio a nos y a nuestros ruegos,
comenzó uno, y el negro aspecto y lo desnudo,
que nuestra fama pliegue tu alma
para decirnos quien eres, que los pies vivos
por el infierno friegas tan seguro.
Este, cuyas huellas perseguir me ves,
87
por más que desnudo y excoriado vaya
fue de mayor rango de lo que creyeras:
fue nieto de la buena Gualdrada,
Guido Guerra tuvo por nombre, y en su vida
con su talento hizo mucho y con su espada.
El otro, que junto a mí la arena pisa,
es Tegghiajo Aldobrandini, cuya voz
allá en el mundo debería ser agradecida.
Y yo, que en cruz con ellos estoy puesto,
Jacobo Rusticucci fui, y por cierto
mi fiera esposa me dañó más que nadie.
Si hubiera estado a cubierto del fuego,
abajo me hubiera lanzado entre ellos,
y creo que el doctor lo habría sufrido;
mas, como yo sería quemado y cocido,
venció en mí el miedo al buen anhelo
que de abrazarlos me tenía tenso.
Después comencé: No desprecio sino pena
vuestra condición dentro de mi provoca,
tanta que tarde se desvanecerá toda,
luego que este mi señor me dijo
palabras por las que yo comprendí
que tal cual sois, tal era la gente que venía.
De vuestra tierra soy, y siempre siempre
vuestra obra y los honrosos nombres
88
he retenido y escuchado con afecto.
Dejo las hieles y voy por las dulces pomas
que mi veraz Conductor me ha prometido;
pero antes es preciso descender hasta el centro.
Así largamente porte tu alma
sus miembros, continuó aquel todavía,
y así después brille tu fama,
dinos si cortesía y valor aún moran
en nuestra ciudad como solían,
o si del todo han sido echadas fuera;
porque Guillermo Borsiere, que con nosotros
sufre desde hace poco, y va con los otros,
tanto con sus historias nos tortura.
La nueva gente y las súbitas ganancias
orgullo y desmesura han engendrado,
Florencia, en ti, tanto que ya te plañes.
Así grité con el rostro alzado;
y los tres, que la respuesta entendieron,
miráronse uno al otro como quien se asombra.
Si en ocasiones como ésta tan poco te cuesta,
respondieron todos, satisfacer preguntas,
¡Feliz de ti, que dices lo que sientes!
Pero, si sales de este lugar oscuro,
y a ver las bellas estrellas vuelves,
cuanto te plazca decir ¡Allí estuve!
89
haz que de nosotros los hombres hablen.
De allí, quebraron la ronda, y huyeron
tan velozmente, que alas parecían sus piernas.
Un amén no hubiera podido decirse
en el breve tiempo en que se fueron,
por lo que al maestro pareció bien irnos.
Yo lo seguía, y poco habíamos ido,
cuando el fragor del agua fue tan vecino
que de hablar apenas nos oiríamos.
Como aquel río que hace camino
del Monte Viso hacia el levante,
en la siniestra costa del Apenino,
que se llama Acquacheta arriba, que antes
de derramarse allá en el bajo lecho,
y en Forli de ese nombre quedar vacante,
allá atruena sobre San Benedetto
y de los Alpes cae en un solo rugiente salto
en vez de un millar de cascadas quietas;
así, por abajo de un risco quebrado,
hallamos tronando aquella teñida agua,
tanto que en poco tiempo el oído nos hiriera.
Tenía yo en torno ceñida una cuerda,
con la que alguna vez hube pensado
atar la pantera de la manchada piel.
90
Una vez que desatada la tuve,
como mi Conductor me había ordenado,
se la alcancé arrollada y replegada.
Entonces él volviéndose al derecho lado,
y algo alejado de la orilla
la arrojó abajo en aquel profundo abismo.
Preciso es que a novedad convenga,
dije entre mí, un nuevo signo
que el maestro con ojo atento espera.
¡Ay! ¡Cuán cautos debieran ser los hombres
con los que no sólo ven los actos externos,
sino que por dentro la mente ven con el intelecto!
Y me dijo: Pronto vendrá aquí arriba
lo que yo espero y tu mente sueña;
pronto conviene que a tu vista se descubra.
Siempre ante la verdad que cara tiene de mentira,
debe el hombre sellar sus labios tanto como pueda,
de modo de no pasar sin culpa vergüenza;
pero aquí callar no puedo; y por las líneas
de esta comedia, lector, te juro,
si ellas no fueran de larga fama privadas,
que vi por aquel aire grueso y oscuro
venir por la alto una figura nadando,
maravillosa aún para el corazón seguro,
como del fondo regresa el marinero
91
tal vez de soltar el atrapada ancla
de un escollo o de otra cosa en la mar trabada,
que extiende el brazo y la pierna encoge.
Canto XVII
Descenso sobre el lomo de Gerión al
octavo círculo.
¡He aquí la fiera de aguzada cola,
que traspasa montes y abate muros y armas!
¡He aquí la que corrompe al mundo entero!
Así empezó a hablarme mi Guía;
y le indicó que se arrimara a la orilla,
donde morían los hollados mármoles.
Y aquella inmunda imagen del engaño
vino, y acercó la testa y el tronco,
pero a la orilla no allegó la cola.
Su rostro era el de un varón justo,
tan benigna era por fuera la piel,
y de serpiente todo el restante cuerpo;
vellosas hasta la axila eran sus zarpas,
la espalda y el pecho y ambos costados
de lazos y escudos salpicados.
De más colores, en fondos y relieves,
no habido nunca tela Turca o Tártara,
ni hubo tal otra que Arácnea preparara.
92
Como se ven a veces las barcas en la orilla
que en parte sumergidas y en parte están en tierra,
y como allá entre los golosos Tudescos
el castor a lanzar su guerra se apresta,
así la pésima fiera se tenía en el borde
de piedra que al arenal encierra.
En el vacío la entera cola agitaba
curvando en alto la ponzoñosa horca,
que a modo de escorpión la punta armaba.
El Conductor dijo: conviene que se tuerza
nuestro camino un poco hacia esta
fiera malvada que allá se tiende.
Bajamos pues por el lado diestro,
y diez pasos dimos hacia el extremo
borde, para evitar la arena y la hoguera.
Y cuando cerca de la fiera fuimos,
algo alejados del horno, sobre la arena
vimos gente sentada cabe el abismo.
Aquí el maestro: A fin de que plena
experiencia de este recinto obtengas,
me dijo, anda y ve cómo están éstos.
Que sean breves tus parlamentos;
y en tanto vuelves, hablaré con esta
para que nos conceda sus hombros fuertes.
93
Así entonces sobre la extrema testa
del séptimo círculo muy solo
anduve a donde estaba la gente triste.
De los ojos fuera manaba su dolor;
de aquí, de allá eludiendo con las manos
ya los vapores, ya el ardiente arena;
no de otro modo en el verano hacen los perros
con el hocico o con las zarpas, cuando mordidos
de las pulgas, o de las moscas o de los tábanos.
Mirando atentamente a muchos de ellos
que el doloroso fuego azotaba,
a nadie reconocí; pero advertí entonces
que del cuello les pendía un saquito
de cierto color y signo marcado,
y a sus ojos al parecer deleitoso.
Y cuando vine entre ellos mirando,
en una bolsa amarilla vi un azul
que de león tenía la cara y el aspecto.
Después, prosiguiendo mi encuesta
vi otra bolsa como de sangre roja,
con una oca más que manteca blanca.
Y uno, que de una puerca azul y gruesa
signado tenía su saquito blanco,
me dijo: ¿Qué haces tú en esta fosa?
Ahora vete; y porque aún estás vivo
94
sabe que mi vecino Vitallano
ha de sentarse aquí a mi siniestro flanco.
Entre estos Florentinos yo soy paduano:
a cada rato me aturden las orejas
gritando: “Venga el caballero soberano,
que en la bolsa lleva tres picos”.
Aquí torció la boca y sacó fuera la lengua,
como el buey cuando se lame el hocico.
Y yo temiendo que el mucho estar ofendiese
al que de poco estar me había advertido,
volví la espalda a esas almas tan miserables.
Hallé a mi Guía trepado
del fiero animal sobre las ancas,
y me dijo: Sé fuerte y osado.
En esta clase de escala bajaremos ahora;
monta delante que quiero estar en el medio
a fin de que la cola no pueda hacerte daño.
Como el que ya cerca el asalto siente
de la cuartana, y ya le blanquean las uñas.
y tiembla entero sólo de presentir la fresca,
así estaba yo al oír tales palabras;
pero me avergonzaron sus amenazas,
las que ante un buen señor dan fuerza al siervo.
Tomé asiento sobre aquellas espaldazas;
y quise de decir, pero la voz no me vino
95
como yo quería: Por favor abrázame.
Pero mi Guía que otras veces me mantuvo
en otros riesgos, así que hube subido
en los brazos me estrechó y me sostuvo;
y dijo: Gerión muévete ya:
la ruta es larga, que sea lento el descenso:
piensa en la nueva carga que llevas.
Como sale el barquito de su lugar
retrocediendo de a poco, así la bestia se apartó;
y cuando sintióse libre del todo
volvió la cola donde antes tenía el pecho,
y movió tensa la cola como una anguila,
y con los brazos se atrajo el aire.
Miedo mayor no tuvo, creo,
Faetón cuando soltó las riendas
por quién el cielo, como aún se ve, se tostó;
ni cuando Ícaro sintió de los riñones
soltarse las plumas de la derretida cera,
y le gritaba el padre: ¡Mal camino llevas!,
cuanto fue el mío, cuando me vi volando
en el inmenso aire, y vi que no veía
ninguna cosa más que la fiera.
Ella se va nadando lenta lenta;
gira y desciende, pero yo nada veo
sino que al rostro y desde abajo me aventa.
96
Sentía yo el torbellino a la derecha
bramar debajo nuestro un horrible trueno,
por lo que incliné hacia abajo la cabeza.
Entonces más me espantó el precipicio
cuando vi fuegos y sentí llantos,
y me recogí en mí temblando entero.
Y vi después lo que antes no veía
el descender y rodar entre grandes males
aproximándose de todas partes.
Como el halcón que ha volado harto
sin ver reclamo ni ave alguna
hace exclamar al cetrero: "¡Ay! ¿que ya bajas?"
desciende laso de moverse tanto
en rondas ciento, y se posa lejos
de su maestro, desdeñoso y colérico;
así posóse Gerión en el fondo,
justo al pie de una estallada roca,
y, descargadas nuestras personas,
se alejó como se aleja una flecha.
Canto XVIII
OCTAVO CIRCULO O MALEBOLGE
Hay lugar en el Infierno llamado Malebolge
todo de piedra de color ferroso,
como la cerca que lo envuelve en torno.
97
En el mismo centro del maligno campo
hay un vacío bien ancho y profundo,
de cuya estructura me ocuparé en su lugar.
El cerco entonces que resta es redondo
entre el pozo y el borde de la orilla dura,
y está dividido en diez valles el fondo.
Así como, por salvaguardia de los muros,
más y más fosos ciñen los castillos,
y la parte donde están forma el diseño,
tal imagen aquí hacían aquellos;
y como en tales fortalezas del umbral
a la orilla de afuera hay puentecillos,
así de la cima de la roca parten puentes
que atraviesan las márgenes y el foso
hasta el pozo central que los trunca y los recoge.
En este lugar, expulsados del lomo
de Gerión, estábamos; y el poeta
tomó la izquierda y yo detrás me puse.
A la derecha mano vi nueva miseria,
nuevo tormento y nuevos verdugos,
de que la primera fosa era repleta.
En el fondo estaban los pecadores desnudos;
la mitad primera nos daba la espalda,
la otra más veloz hacia nosotros venía;
98
como los Romanos que por la muchedumbre
del jubileo, al cruzar el puente
hacen pasar con orden a la gente,
y de un lado todos dan la frente
hacia el castillo y van a San Pedro,
del otro todos van hacia el monte.
De acá, de allá, sobre la férrea piedra,
vi demonios cornudos y con grandes fustas,
que los azotaban cruelmente por detrás.
¡Ay de mi! ¡Cómo se movían las piernas
al primer azote! pues ya ninguno
esperaba el segundo, ni el tercer golpe.
Mientras andaba, mis ojos se toparon
con uno de ellos; y le dije al punto:
No es la primera vez que a este veo.
Por lo que a bien fijarlo me detuve;
mi dulce Conductor lo hizo al mismo tiempo,
y aún me concedió retroceder un tanto.
Y el azotado creyó ocultarse
bajando el rostro; más le valió poco
pues le dije: Oh tú que abajo vuelves el ojo,
si las facciones que portas no son falsas,
Venedico eres tú, Caccianemico,
mas ¿qué te trajo a tan picantes salsas?
Y él a mí: De mala gana lo digo:
99
más fuérzame tu verba clara
que me recuerda el mundo antiguo.
Yo fui quien a Ghisolabella
conduje a complacer al marqués,
sean como las habladurías sean.
Y no soy el único boloñés que aquí lloro,
antes este lugar está tan lleno,
que tantas lenguas no hay tan prestas
a decir sipa entre el Savena y el Reno;
y si de ello quieres fe o testimonio
trae a memoria nuestro avaro seno.
Así hablaba cuando lo azotó un demonio
de su escuadra, y le dijo: ¡Anda,
rufián! aquí no hay mujeres de cuño.
Volvíme a mi compañía;
luego en pocos pasos llegamos
allá donde un puente de la barranca salía.
Ágilmente a él nos subimos;
y vueltos a la derecha sobre su áspero lomo
de aquellos giros eternos nos partimos.
Cuando llegamos a donde hay un hueco
debajo para dar paso a los forzados,
el Conductor dijo: Detente, y haz que fijen
en ti la vista estos mal natos,
de los que todavía no viste el rostro
100
porque con nuestro rumbo marchaban.
Desde el viejo puente veíamos la fila
de los que hacia nosotros venían por la otra banda,
castigados por la fusta de igual manera.
Y el buen maestro, sin que yo se lo pidiera,
me dijo: Mira aquel grande que viene
y por el dolor no parece que lágrimas derrame:
¡Cuán majestuoso aspecto aún retiene!
Es Jasón, que por corazón y coraje
privó a los Cólquides del vellocino.
Pasó por la isla de Lemnos
luego que las impiadosas féminas audaces
a todos sus varones dieran muerte.
Allí con ardides y adornadas palabras
engañó a Hipsípila, la jovencita
que antes había engañado a todas las demás.
Allí la dejó, preñada, abandonada;
tal culpa y tal martirio lo condena;
y también de Medea se obra venganza.
Con él van todos los que así engañan:
y que esto baste del primer valle
saber, y de los que en él atrapa.
Estábamos ya donde la estrecha calle
con el recinto segundo en cruz se engarza,
a nuevo arco haciéndole espalda.
101
Aquí vimos gente que se lamenta
en nueva fosa y con el hocico hoza
y a sí misma con las manos se agravia.
Los bordes estaban incrustados de un moho
producto del vaho que allí se empasta
y que a la vista y a la nariz ultraja.
El fondo es tan umbrío, que no se alcanza
a verlo si no trepando al dorso
del arco, donde más el puente destaca.
Allí llegamos; y allá abajo en el foso
vi gente sumergida en estiércol
como salido de letrinas humanas.
Y mientras tenía allá abajo el ojo atento
vi a uno tan de mierda enlodado
que no sabía si era clérigo o laico.
El cual me gritó: ¿Por qué tanto ahínco
de mirarme a mí más que a los otros brutos?
Y yo a él: Porque, si bien me acuerdo,
te he visto antes con el cabello enjuto,
y eres Alejo Interminei de Luca:
por eso más te miro que a los otros.
Y él entonces, golpeándose el coco:
Aquí me han sumergido las lisonjas
de las que nunca se cansó mi lengua.
102
Después el Conductor: Avanza,
me dijo, un poco la cabeza
para que bien puedas ver el rostro
de aquella inmunda y licenciosa esclava
que se rasca con las merdosas uñas,
que ora se apoya y ora de pie se guarda.
Es Tais, la puta, que respondió
a la pregunta de su macho: ¿Tengo méritos
grandes a tus ojos? ¡Y aún maravillosos!
Y desde ahora queden nuestras miradas saciadas.
Canto XIX
¡Oh Simón mago! ¡Oh míseros secuaces
que las cosas de Dios, que de bondad
deben ser esposas, y vosotros rapaces
por oro y por plata adulteráis,
conviene ahora que por vos suene la trompa
ya que en la tercera fosa os encontráis!
Estábamos ya en la siguiente tumba,
subidos en aquella parte del puente
que sobre el centro del foso cae aplomo.
103
¡Oh Sabiduría suma! ¡Cuán grande arte
muestras en el Cielo, en la Tierra y en el mal mundo,
y con cuánta equidad tu virtud compartes!
Vi en las paredes y en el fondo de la fosa
llena la piedra lívida de agujeros
de igual anchura, y cada uno era redondo.
No me parecían más amplios ni mayores
que los que están en mi bello San Juan,
hechos para pilas de bautismo;
una de los cuales, y no hace muchos años,
rompí yo por uno que adentro se ahogaba:
y que esto sirva de sello para que nadie se engañe.
Fuera de la boca de cada hoya sobresalían
de cada pecador los pies y las piernas
hasta la corva, el resto adentro quedaba.
De todos se abrasaban las plantas
y por eso agitaban las coyunturas tanto
que hubieran roto cuerdas y espartos.
Como suelen las llamas correr por las cosas untas
moviéndose por la corteza externa,
tal ardían allí desde el talón hasta las puntas.
¿Quién es aquel, maestro, que se atormenta
agitando más las piernas que sus consortes,
dije yo, y a quien más roja llama reseca?
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  • 1. La Divina Comedia Dante Alighieri EL INFIERNO
  • 2. 1 Canto I En medio del camino de nuestra vida me encontré en un obscuro bosque, ya que la vía recta estaba perdida. ¡Ah que decir, cuán difícil era y es este bosque salvaje, áspero y fuerte, que al pensarlo renueva el pavor. Tan amargo, que poco lo es más la muerte: pero por tratar del bien que allí encontré, diré de las otras cosas que allí he visto. No sé bien repetir como allí entré; tan somnoliento estaba en aquel punto, que el verdadero camino abandoné. Pero ya que llegué al pie de un monte, allá donde aquel valle terminaba, que de pavor me había acongojado el corazón, miré en alto, y vi sus espaldas vestidas ya de rayos del planeta, que a todos lleva por toda senda recta. Entonces se aquietó un poco el espanto, que en el hueco de mi corazón había durado la noche entera, que pasé con tanto afán. Y como aquel que con angustiado resuello salido fuera del piélago a la orilla
  • 3. 2 se vuelve al agua peligrosa y la mira; así mi alma, que aún huía, volvióse atrás a re mirar el cruce, que jamás dejó a nadie con vida. Una vez reposado el fatigado cuerpo, retomé el camino por la desierta playa, tal que el pie firme era siempre el más bajo; y al comenzar la cuesta, apareció una muy ágil y veloz pantera, que de manchada piel se cubría. Y no se apartaba de ante mi rostro; y así tanto me impedía el paso, que me volví muchas veces para volverme. Era la hora del principiar de la mañana, y el Sol allá arriba subía con aquellas estrellas que junto a él estaban, cuando el amor divino movió por vez primera aquellas cosas bellas; bien que un buen presagio me auguraban de aquella fiera la abigarrada piel, la ocasión del momento, y la dulce estación: pero no tanto, que de pavor no me llenara la vista de un león que apareció. Venir en contra mía parecía erguida la cabeza y con rabiosa hambruna, que hasta el aire como aterrado estaba:
  • 4. 3 y una loba que por su flacura cargada estaba de todas las hambres, y ya de mucha gente entristecido había la vida. Tanta fue la congoja que me infundió el espanto que de sus ojos salía, que perdí la esperanza de la altura. Y como aquel que goza en atesorar, y llegado el tiempo en que perder le toca, su pensamiento entero llora y se contrista; así obró en mi la bestia sin paz, que, viniéndome de frente, poco a poco, me repelía a donde calla el Sol. Mientras retrocedía yo a lugar bajo, ante mis ojos se ofreció quien por el largo silencio parecía mudo. Cuando a éste vi en el gran desierto Ten piedad de mí, le grité, quienquiera seas, sombra u hombre cierto. Respondióme: No hombre, hombre ya fui, y lombardos fueron mis padres, y ambos por patria Mantuanos. Nací sub Julio, aunque algo tarde, y viví en Roma bajo el buen Augusto, en tiempos de los dioses falsos y embusteros.
  • 5. 4 Poeta fui, y canté a aquel justo hijo de Anquises, que vino de Troya, después del incendio de la soberbia Ilion. Pero tú, ¿Por qué a tanta angustia te vuelves? ¿Por qué no trepas el deleitoso monte, que es principio y razón de toda alegría? ¡Oh! ¿Eres tú aquel Virgilio, aquella fuente que expande de elocuencia tan largo río? le respondí, avergonzada la frente. ¡Oh! De los demás poetas honor y luz, válgame el largo estudio y el gran amor, que me han hecho ir en pos de tu libro. Tú eres mi maestro y mi autor: tú sólo eres aquel de quien tomé el bello estilo, que me ha dado honor. Mira la bestia por la que me he vuelto: socórreme de ella, famoso sabio, porque hace temblar las venas y los pulsos. Otro es el camino que te conviene, respondió al ver mis lágrimas, si quieres huir de este lugar salvaje; porque esta bestia, por la que gritas, no deja a nadie pasar por el suyo, sino que tanto impide, que mata: su naturaleza es tan malvada y cruel,
  • 6. 5 que nunca satisface su hambrienta voluntad, y tras comer tiene más hambre que antes. Muchos son los animales con que se marida y muchos más habrá todavía, hasta que venga el Lebrel, que le dará dolorosa muerte. No se alimentará de tierra ni de peltre, más de sabiduría, de amor y de virtud y su patria estará entre fieltro y fieltro. Será la salud de aquella humilde Italia, por quien murió la virgen Camila, Euriale, y Turno y Niso, de sus heridas: De ciudad en ciudad perseguirá a la loba, hasta que la vuelva a lo profundo del infierno, de donde la envidia la hizo salir primero. Ahora por tu bien pienso y entiendo, que mejor me sigas, y yo seré tu conductor, y te llevaré de aquí a un lugar eterno, donde oirás desesperados aullidos, verás a los antiguos espíritus dolientes, cada uno clamando la segunda muerte; después verás los otros, que en el fuego están contentos, porque unirse esperan, cuando sea, a las felices gentes; a las cuales, después, si quisieras subir, un alma habrá más digna que yo para tu ascenso;
  • 7. 6 te dejaré con ella, cuando de ti me parta: que aquel emperador, que allá arriba reina, porque rebelde fui a su ley, no quiere que a su ciudad por mí se llegue. Impera en todas partes, y allá reina, allá está su ciudad y allá su alta sede: ¡Feliz aquel a quién para su reino escoge! Y yo a él: Poeta, te intimo por aquel Dios que no conociste, de éste y de peor mal que yo me salve, que allá me lleves donde tú dijiste, así que vea la puerta de san Pedro, y a aquellos tan tristes que tú dices. Entonces se movió, y yo me pegué detrás. Canto II Íbase el día, y el aire oscuro, a los animales de la tierra, libraba de las fatigas; y por mi parte solo yo me preparaba a sostener la guerra tan del camino y tan de la piedad, que ha de referir la mente que no yerra. ¡Oh Musas! ¡Oh alto ingenio!, ayudadme ahora;
  • 8. 7 ¡Oh mente que escribiste lo que vi! Aquí se mostrará tu nobleza. Comencé entonces: Poeta que me guías, considera si es fuerte mi virtud, antes que al alto paso me confíes. Tú dices que el padre de Silvio, aun corruptible, al inmortal siglo pasó, y fue sensiblemente. Pero si el adversario de todo mal le fue gentil, pensando en el alto bien, que salir de él debía, y qué gentes, y cuál imperio, no parecerá indigno a un hombre de intelecto: porque del alma Roma y de su imperio fue elegido padre en el empíreo Cielo: A decir verdad la una y el otro fueron establecidos lugar santo donde está la sede del sucesor del mayor Pedro. En este viaje, por el que lo exaltas tanto, oyó cosas que fueron la causa de su victoria y del papal manto. Viajó también el Vaso de elección, para dar firmeza a aquella fe que es principio en el camino de la salvación. Pero yo ¿Por qué he de ir? o ¿Quién lo concede? No soy Eneas, Pablo no soy:
  • 9. 8 que sea digno, ni yo ni nadie lo cree, porque si a tal ir me abandono temo que el viaje sea locura: Sé sabio, y óyeme que yo ya no razono. Y como aquel que desquiere lo que quería y por nueva idea el propósito descambia, y así de lo comenzado se aparta entero; así me cambié yo en aquella cuesta obscura: así, pensado, se consumió la empresa cuyo comenzar fue con tanta fuerza. Si he bien oído tus palabras, repuso de aquel magnánimo la sombra, tu alma está herida de bajeza: la cual muchas veces estorba al hombre tanto, que de empeñada empresa lo retorna, como bestia espantada de una sombra. A fin de que de este temor te libres te diré, porqué yo vine y lo que oí en aquel punto primero cuando me dolí de ti. Estaba yo entre aquellos en suspenso y una mujer me llamó, bendita y bella, tanto de que me mandara yo la requerí. Lucían sus ojos más que la estrella: y comenzó a decirme suave y humilde, con angélica voz, en su lenguaje:
  • 10. 9 ¡Oh gentil alma Mantuana! cuya en el mundo aún la fama dura y durará cuanto el movimiento dure, lejana: mi amigo, que no lo es de la ventura, de la desierta playa está tan impedido en el camino, que vuelto se ha de miedo: y temo que no esté ya tan perdido que tarde me haya levantado a socorrerlo, de acuerdo a lo que de él en el Cielo he oído. Ahora muévete, y con tu palabra ornada y con lo necesario para que él sobreviva, ayúdalo pues, para que yo quede consolada. Yo soy Beatriz, la que te manda vayas. Vengo del lugar de a donde volver deseo: Amor me movió, el que me hace hablar. Cuando esté ante mi Señor, hablaré bien de ti con frecuencia. Calló pues, y comencé yo entonces: Oh mujer de virtud única por la que la humana especie excede todo lo que hay en aquel Cielo, cuyos menores son los círculos; Tanto me agrada tu mandato, que en obedecerlo, si ya lo hubiera, sería tardo; nada ganarías con más ampliarme tu deseo.
  • 11. 10 Pero dime la razón que no te cuidas de bajar aquí abajo a este centro desde aquel amplio lugar, al que volver ardes. Lo que saber tan profundamente deseas te diré brevemente, me repuso, porqué no temo venir aquí adentro. Solo aquellas cosas se han de temer que detentan poder de daño a otro; de las otras no, que no son temibles. Estoy hecha así por Dios, por su merced, que vuestra miseria no me alcanza, ni la llama de este incendio no me asalta. Mujer hay gentil en el Cielo, que se apiada por este entrabamiento al que te mando, y tanto, que el duro juicio de allá quebranta. Es ella la que llamó a Lucía en su demanda y dijo: Tiene necesidad tu fiel de ti, y yo a ti lo recomiendo. Lucia, enemiga de todo cruel movióse, y vino al lugar donde yo estaba, sentada con la antigua Raquel. Dijo: Beatriz, alabanza de Dios verdadera, ¿Que no socorres a aquel que te amó tanto que por ti salió de la vulgar tropa? ¿La compasión no escuchas de su llanto,
  • 12. 11 no ves la muerte que combate en tumultuoso río más que la mar violento? No hubo en el mundo más veloz nadie en pro de su bien y en contra de su daño, que yo, después de recibidas las palabras; aquí abajo vine desde mi bendito escalón, confiando en tu parlar honesto, que a ti te honra y a quienes lo han oído. Después de haberme razonado de esa forma volvióme los lucientes ojos lagrimando, por más presto a venir forzarme: y así que vine a ti, como ella quiso, te levanté de ante de aquella fiera que del bello monte el breve paso te cerraba. ¿Entonces qué? ¿Por qué te quedas todavía? ¿Por qué en el corazón encierras tanta bajeza? ¿Por qué el ardor te falta y la grandeza? ¿Acaso no tienes tres mujeres benditas que de ti curan en la corte del Cielo, y mi palabra que tanto bien te promete? Como la florcillas bajo el nocturno hielo doblegadas y oclusas, así que el Sol las ilumina, se yerguen abiertas en sus tallos; tal fui yo, desde mi ánimo abatido y a tan buen ardor el corazón me enardeció
  • 13. 12 que comencé a decir como persona decidida: ¡Oh piadosa aquella que ha venido en mi socorro, y tú que veloz gentil obedeciste a las veraces palabras a ti dirigidas! Me has colmado el corazón con tal deseo al viaje, con tus palabras, que retornado he a mi primer propósito. Ve adelante que ambos somos de un sólo querer, tú Conductor, tú Señor y tú Maestro: Así le dije; y puesto luego él en marcha, entré por el camino duro y salvaje. Canto III ALTO INFIERNO Los inútiles y egoístas. Travesía del río Aqueronte en la barca de Carón. «Por mí se va a la ciudad doliente, por mí se va en el eterno dolor, por mí se va con la perdida gente. La justicia movió a mi alto hacedor: Hízome la divina potestad, la suma sabiduría y el primer amor.
  • 14. 13 Antes de mí ninguna cosa fue creada sólo las eternas, y yo eternamente duro: ¡Perded toda esperanza los que entráis!» Estas palabras de color oscuro vi escritas en el dintel de una puerta: Y dije: Maestro, su sentido me es duro. Y él a mí, como persona atenta: Es necesario aquí dejar todo recelo; toda cobardía es necesario que aquí muera. Hemos venido al lugar donde te dije habías de ver la gente adolorida, que ha perdido el bien del intelecto. Después su mano en la mía puso con rostro sonriente me reanimó, y me introdujo adentro a las secretas cosas. Allí suspiros, llantos y grandes gritos resonaban en el aire sin estrellas, que me hicieron llorar no bien entré. Lenguas diversas, horribles lenguarajos, palabras de dolor, acentos de ira, altivas y roncas voces, con puñadas, tumultuaban todas rondando siempre en aquel astuto aire sin tiempo, como la arena que el torbellino aspira. Y yo con el horror ciñéndome la frente
  • 15. 14 dije: Maestro, ¿Qué es lo que oigo? ¿Y cuál es esta gente tan por el dolor vencida? Y él a mí: Esta suerte miserable tienen las tristes almas de aquellos que vivieron sin infamia y sin honor. Mezcladas están con aquel malvado coro de los Ángeles que ni fueron rebeldes a Dios, ni fieles, sino sólo para sí fueron. Los echa el Cielo por no ser menos bello: y el profundo infierno no los recibe porque sus reos alguna gloria lograrían de ellos. Y yo: Maestro, ¿Qué les es tan pesado qué los hace lamentar tan fuertemente? Repuso: Te lo diré brevemente: Estos no tienen esperanza de muerte, y su ciega vida es tan villana que envidiosos están de cualquier otra suerte. De ellos no queda fama en el mundo, misericordia y justicia los desdeñan: no tratemos ya de ellos, mas mira y pasa. Y observando vi una insignia que sin descanso rondaba velozmente incapaz al parecer de detenerse: y detrás la seguía una multitud de gentes de la que nunca yo creyera
  • 16. 15 que tantas hubiera deshecho la muerte. Después de haber reconocido a algunos me fijé más y conocí la sombra de aquel que por vileza hizo la gran renuncia. De pronto comprendí y cierto fui de que esta era la turba de los cautivos que desagradan a Dios y a sus enemigos. Los desgraciados, que nunca fueron vivos, estaban desnudos y molestados mucho por moscones y avispas que allí había. Sangre les regaba el rostro matizada de lágrimas, que a sus pies fastidiosas lombrices recogían. Y después que me di a mirar más lejos, vi gente en la ribera de un gran río: Por lo que dije: Concédeme ahora, Maestro, que sepa quiénes son, y porqué ley están forzados a transbordar tan presto, a lo que en la turbia luz puedo ver. Y él a mí: Las cosas te serán contadas al detener nuestros pasos en la triste ribera del Aqueronte. Entonces bajé avergonzados los ojos, temiendo a mi charla por gravosa, y hasta llegado al río hablar no quise.
  • 17. 16 He aquí hacia nosotros vi venir en barco un viejo, blanco por antiguo pelo gritando: ¡Ay de vosotras, almas perversas! ¡No esperéis ya más de ver el Cielo! Aquí vengo a llevaros a la otra orilla a las tinieblas eternas, al calor y al hielo. Y tú que estás allí, ánima viva, aléjate de estos que están muertos. Mas luego que vio que yo no me partía dijo: Por otra vía, por otros puertos, llegarás a la playa, no por aquí: Conviene que más leve leño te lleve. Y el Conductor a él: Carón, no te atormentes, quiérese así allá, donde se puede lo que se quiere, y no preguntes más. Entonces se aquietaron las velludas mejillas del barquero del lívido pantano de circundados ojos de círculos de fuego. Mas aquellas infelices almas desnudas cambiaron de color y rompieron a crujir los dientes al punto de escuchar las palabras rudas. Blasfemaban de Dios y de sus padres, de la humana especie, del donde y el cuando y de la semilla de su simiente y de su nacimiento.
  • 18. 17 Después todas cuantas eran se retiraron juntas fuertemente llorando, hacia la malvada orilla que aguarda a todo aquel que a Dios no teme. Carón, demonio, con ojos de brasas a ellos señalando a todos recoge; asestando con el remo a quien se atarda. Como arrastra el otoño las hojas una tras otra, hasta que la rama devuelve a la tierra todos sus despojos, de igual forma el simiente malo de Adán: arrójanse de aquel borde una por una a la señal, como acude el pájaro al reclamo. Aléjanse entonces por las obscuras ondas y antes que hayan descendido allá ya se apretujan aquí nuevas legiones. Hijo mío, dijo el gentil Maestro, los que mueren en la ira de Dios de todo país todos aquí vienen. Y ansían cruzar el río porque tanto los acucia la justicia divina que se les torna el temor deseo. Por aquí no pasa nunca un alma buena; y por eso, si de ti Carón se queja, bien comprenderás lo que su decir quiere.
  • 19. 18 En ese entonces, el oscuro campo tembló tan fuertemente, que del espanto el recuerdo de sudor me baña todavía. La tierra lacrimosa lanzó un viento que centelló en relámpagos bermejos, derrotando todos mis sentidos, y caí como aquel que cae dormido. Canto IV Limbo de los no bautizados y del mundo antiguo Quebró el hondo sueño en la cabeza un feroz tono, tanto que abrí los ojos como quien por fuerza está despierto. Reposada la mirada entorno recorrí, erguido, levantado, y atento mirando por reconocer el lugar donde me hallaba. Verdad es que al borde me encontré del valle, abismo doloroso, que acoge el tronar de llantos infinitos. Oscuro, profundo y nebuloso, tanto, que aun fijando la vista al fondo no discernía cosa alguna. Descendamos ahora al ciego mundo,
  • 20. 19 comenzó palidísimo el Poeta; yo iré primero, y tú segundo. Y yo que advertí el color de su rostro le dije: ¿Cómo iré si tú te espantas, que sueles ser tú quien mi dudar conforta? Y él a mí: La angustia de la gente de allá abajo, tiñe mi rostro de piedad, que de temor tú piensas. Vamos que nos apremia la larga vía: allí empezó a moverse y me hizo entrar en el primer círculo que al abismo ciñe. Aquí, según lo que escuchar podía no había llanto, mas suspiros tantos que el aire eterno estremecer hacían; provenía de un dolor sin tormento que la multitud tenía, que era de muchos e inmensa, de infantes, hembras y varones. El buen Maestro a mí: ¿Y no preguntas qué espíritus son los que estás viendo? Quiero que sepas, antes que más andes, que estos no pecaron, y que si mérito tuvieron no bastó, pues les faltó el bautismo, que es parte de la fe en la que crees; y si antes del Cristianismo vivieron no adoraron a Dios como debieron
  • 21. 20 y entre estos tales estoy yo mismo. Por tal defecto y no por otro mal perdidos somos, y heridos sólo en esto: que vivamos sin esperanza y con deseo. Gran dolor entró en mi corazón al oírlo pues gente de mucho valor he conocido, que flotaban en aquel limbo. Dime Maestro mío, dime señor, comencé yo, por querer estar cierto de aquella fe que vence todo error: ¿De aquí alguno acaso ha salido, por su mérito o por el de otro, que llegara a ser bendito? Y él que entendió mi habla encubierta, respondió: Era yo nuevo en este estado, cuando vi venir un Poderoso de signo de victoria coronado. Sacó de aquí la sombra del primer padre, de Abel su hijo, y aquella de Noé, la de Moisés, legislador y obediente; Abraham patriarca, y David rey, Israel y el padre, y sus nacidos, y con Raquel por quien tanto hizo, y a otros muchos; y beatos los hizo: y quiero que sepas que antes de ellos no hubo espíritus humanos que salvados fueran.
  • 22. 21 No dejábamos de andar mientras hablaba pero íbamos siempre por entre la selva, la selva, digo, de apiñados espíritus. No estaba lejos nuestra senda todavía de aquí a la cima, cuando vi un fuego que al hemisferio de tinieblas vencía. Lejos estábamos todavía un poco, pero no tanto, que en parte yo no viera cuán honorable gente ocupaba aquel lugar. ¡Oh tú que honras ciencia y arte! ¿Quiénes son estos cuyo honor es tan grande que así de las demás gentes se parte? Y él a mí: la honrada nombradía, que de ellos resuena allá en tu vida, gracia logra en el Cielo que así los adelanta. Entonces oí una voz que decía: ¡Honrad al altísimo poeta, retorna su sombra, que partida era! Luego que la voz callada se detuvo. Viniendo vi a nosotros cuatro sombras, el rostro tenían ni triste ni alegre. El buen Maestro comenzó a decir: mira aquel de espada en mano, que precede a los otros tres, como señor.
  • 23. 22 Ese tal es Homero, poeta soberano, el otro que viene es Horacio satírico, Ovidio el tercero, y el último Lucano. Como a cada uno conmigo corresponde el nombre que exclamó la voz unísona, con él me honran, y hacen bien. Así vi reunirse la bella escuela de aquel señor del altísimo canto que como águila sobre los otros vuela. Después de entretenerse un poco juntos, volviéronse a mí con saludable ceño; y mi Maestro sonrióse un tanto: y aún más honor me confirieron al incluirme con ellos en su escuadra, y entonces fui el sexto en tan gran consejo. Y así anduvimos hasta la luz, hablando cosas que callar es bello, como bello era el hablar allá donde yo estaba. Llegamos al pie de un noble castillo, siete veces cercado de altos muros, defendido en torno por un bello riachuelo. Lo atravesamos, como por firme tierra: Por siete puertas entré con estos sabios; y llegamos a un prado de verdura fresca. Había allí gentes de mirada reposada y grave,
  • 24. 23 de grande autoridad en sus semblantes: hablaban poco y con voz suave. Nos retiramos entonces a un costado a un lugar abierto luminoso y alto, de donde a todos se podía ver. Desde allí, sobre el verde prado, me fueron mostrados los espíritus magnos que verlos regocijó a mi alma. Vi a Electra con muchos compañeros, entre los cuales advertí a Héctor y a Eneas, César en armas, de ojos rapaces. Vi a Camila y a la Pentesilea al otro lado, y vi al rey Latino, junto a su hija Lavinia sentado. Vi a aquel Bruto que arrojó fuera a Tarquino, Lucrecia, Julia, Marcia y Cornelia, y aparte solitario vi a Saladino. Y alzando un poco más las cejas vi al Maestro de aquellos que saben, sentado en medio de la filosófica familia. Todos lo admiran, todos le honran, allí vi a Sócrates y a Platón, que más cerca suyo que los otros están. Demócrito que el mundo del acaso pone, Diógenes, Anaxágoras y Tales,
  • 25. 24 Empédocles, Heráclito y Zenón, Y vi al buen apreciador de cualidades digo a Dioscórides: y vi a Orfeo, Tulio y Lino y Séneca moral: Euclides geómetra y Tolomeo, Hipócrates, Avicena y Galeno, Averroes, que el gran comentario hizo. Mas aquí tratar de todos no puedo; que a tanto me obliga el largo tema, que a relatar los hechos no basten las palabras. La compañía de seis se amengua, el sabio Conductor por otra senda me lleva, lejos del aura tranquila hacia la que tiembla; y voy a una parte donde nada brilla. Canto V Círculo de los lujuriosos. Así pues bajé del círculo primero abajo al segundo, que menor espacio ciñe, pero más dolor, más punzantes lamentos. Horrible estaba Minos, rechinando dientes: Examina las culpas en la entrada, juzga y ordena, conforme se ciñe.
  • 26. 25 Digo que cuando el alma mal nacida viene delante, toda se confiesa; y aquel conocedor de pecados ve cuál es su lugar en el Infierno: Cíñese con la cola tantas veces, cuantos grados abajo quiere sea puesta. Siempre delante de él hay muchas almas que van y vienen, cada cual al juicio, dicen y oyen y después abajo son devueltas. ¡Oh tú que vienes al doloroso albergue me dijo Minos al verme, dejando su obrar de tan grande oficio, guárdate de como entres y de quien te fíes: ¡Que no te engañe la amplitud de la puerta! Y mi jefe a él: ¿Por qué gritas entonces? No impidas su fatal camino: Quiérese así allá donde se puede lo que se quiere, y no más inquieras. Ahora comienzan las dolientes notas a dejárseme oír: he llegado ahora a donde tantos lamentos me hieren. Vine a un lugar de toda luz mudo, que ruge como tempestad en la mar cuando contrarios vientos la combaten. La tromba infernal, que nunca calma,
  • 27. 26 arrastra en torbellino a los espíritus, volviéndose, y golpeando los molesta. Cuando llegan ante su propia ruina, allí son los gritos, el llanto y los lamentos, aquí blasfeman de la virtud divina. Supe que a un tal tormento sentenciados eran los pecadores carnales que la razón al deseo sometieron. Y como las alas llevan a los estorninos en tiempo frío, en larga y compacta hilera, así aquel soplo a los espíritus malignos de aquí, de allá, de abajo a arriba, así los lleva; nunca ninguna esperanza los conforta de algún reposo, o de disminuida pena. Y como van las grullas entonando sus lamentos componiéndose en el aire en larga fila; así vi venir, exhalando gemidos, sombras llevadas por la dicha tromba: Por lo que dije: Maestro, ¿quiénes son aquellas gentes, a quienes el negro aire así castiga? La primera de aquellos de los que noticia quieres, me dijo entonces, fue emperatriz de muchas lenguas. Al vicio de la lujuria estaba tan entregada, que en su reino fue ley la lascivia
  • 28. 27 por no caer ella misma en el escarnio en el que estaba. Es Semíramis, de la que se lee, que sucedió a Nino y fue su esposa, tuvo la tierra que Soldán tiene ahora. La otra es aquella que se mató amorosa y quebró la fe de las cenizas de Siqueo; tras ella viene Cleopatra lujuriosa. Vi a Helena por quien tiempo hubo tan malvado, y vi al gran Aquiles, que al final combatió con amor. Vi a Paris, a Tristán; y a más de mil sombras mostróme y señalóme con el dedo, que de esta vida por amor partieron. Luego que hube a mi Doctor oído nombrar las mujeres antiguas y los caballeros, la piedad me venció, y quedé como aturdido. Y comencé: Poeta, a aquellos que juntos tan gustosamente van, yo hablaría, que parecen bajo el viento tan ligeros. Y él a mí: Verás, cuando más cerca estuvieren: y tú por el amor que así los lleva los llamarás entonces; y ellos vendrán. Tan pronto como el viento a nos los trajo les di la voz: ¡Oh dolorosas almas venid a hablarnos, si no hay otro que lo impida!
  • 29. 28 Como palomas por el deseo llamadas, abiertas y firmes las alas, al dulce nido, cruzan el aire por el querer llevadas: Así salieron de la fila donde estaba Dido, a nos vinieron por el maligno aire, tan fuerte fue el afectuoso grito. ¡Oh animal gracioso y benigno, que visitando vas por el aire negro enrojecido a nosotros que de sangre al mundo teñimos: Si fuese amigo el Rey del universo, a El rogaríamos que la paz te diera, por la piedad que tienes de nuestro mal perverso. Di lo que oír y de lo que hablar te place nosotros oiremos y hablaremos contigo, mientras se calla el viento, como lo hace. La tierra, en la que fui nacida, está en la marina orilla a donde el Po desciende para gozar de paz con sus afluentes. Amor, que de un corazón gentil presto se adueña, prendó a aquél por el hermoso cuerpo que quitado me fue, y de forma que aún me ofende. Amor, que no perdona amar a amado alguno, me prendó del placer de este tan fuertemente que, como ves, aún no me abandona.
  • 30. 29 Amor condújonos a una muerte: el alma que nos mató caína tiene que la espera. Así ella estas palabras dijo. Al oír aquellas almas desgraciadas, abatí el rostro, y tan abatido lo tuve, que el Poeta me dijo: ¿Qué estás pensando? Cuando respondí, comencé: ¡Ay infelices! ¡Cuán dulces ideas, cuántos deseos no los trajo al doloroso paso! Luego para hablarles me volví a ellos diciendo: Francisca, tus martirios me hacen llorar, triste y piadoso. En tiempo de los dulces suspiros, dime pues ¿Cómo amor os permitió conocer deseos tan peligrosos? Y ella a mí: No hay mayor dolor, que, en la miseria recordar el feliz tiempo, y eso tu Doctor lo sabe. Pero si conocer la primera raíz de nuestro amor deseas tanto, haré como el que llora y habla. Por entretenernos leíamos un día de Lancelote, cómo el amor lo oprimiera; estábamos solos, y sin sospecha alguna. Muchas veces los ojos túvonos suspensos
  • 31. 30 la lectura, y descolorido el rostro: mas sólo un punto nos dejó vencidos. Cuando leímos que la deseada risa besada fue por tal amante, este que nunca de mí se había apartado temblando entero me besó en la boca: el libro fue y su autor, para nos Galeoto, y desde entonces no más ya no leímos. Mientras el espíritu estas cosas decía el otro lloraba tanto que de piedad yo vine a menos como si muriera; y caí como un cuerpo muerto cae. Canto VI Círculo de los golosos Cuando volví en mí, a la cerrada mente por el dolor de ambos cuñados, que de tristeza entero me dejó confuso, nuevos tormentos y más atormentados de todas partes me rodeaban, a donde me moviera o hacia donde mirara o me volviera. Estoy en el tercer anillo de la lluvia eterna, maldita, fría y grave: su ritmo y calidad no cambia nunca.
  • 32. 31 Granizo grueso, y agua negra, y nieve que se vuelca por el aire de tinieblas: pudre a la tierra que los recibe. Cerbero, fiera cruel y aviesa, con sus tres golas caninas ladra sobre la gente aquí inmersa. Ojos bermejos, unta y negra la barba, amplio el vientre, y uñosa tiene la zarpa, a los espíritus clava, destroza y desgarra. Aullar como perros los hace la lluvia: se cubren cambiando de uno a otro lado, zarandeados con frecuencia los míseros profanos. Cuando nos vio Cerbero, el gran gusano, abrió la boca y desplegó los colmillos: ninguno de sus miembros era calmo. Mi Conductor entonces extendió los brazos; cogió tierra y a manos llenas arrojó puñadas dentro de las rugientes fauces. Como el perro que a ladrar se agota y se calma al morder la presa, pues sólo a devorarla tiende y lucha por ella, tal hicieron las mugrientas caras del Cerbero demonio que tanto atruena a las almas que ser sordas quisieran.
  • 33. 32 Pasábamos por encima de las sombras que doma la pesada lluvia, y los pies plantábamos sobre fantasmas que semejaban personas. Yacían por tierra todas salvo una que se alzó para sentarse, luego que nos vio pasar delante. Oh tú, por este infierno traído, me dijo, reconóceme, si entiendes: tú fuiste, antes que yo deshecho fuera, hecho. Y yo a él: La angustia que te atormenta quizá es lo que tan de mi memoria te aparta como si nunca visto te hubiera. Mas dime ¿Quién eres tú, en tan doliente lugar metido, y condenado a tal pena que si mayor hubiera no la hay tan cruel? Y él a mí: Tu ciudad, que está tan llena de envidia que ya revienta el saco, consigo me tuvo en la serena vida. Vosotros, ciudadanos, me llamasteis Ciacco: Por la dañina culpa de la gula estoy, como tú ves, bajo la lluvia abatido: y yo, triste alma, no estoy sola que todas estas en igual pena están por símil culpa, y no diré ya más nada. Yo le repuse: Ciacco, tus penurias
  • 34. 33 me pesan tanto, que a lagrimear me llaman: pero dime, si lo sabes, ¿En qué han de parar los ciudadanos de la ciudad dividida? Si hay alguno allí que sea justo; y dime la razón que de tan gran discordia esté invadida. Y él a mí: Después de largos debates vendrán a verter sangre, y la parte de la selva expulsará a la otra con gran ofensa. Luego conviene a seguir que esta caiga a los tres soles, y que la otra suba con la fuerza del que por ahora calla. Alta tendrá largo tiempo la frente teniendo a la otra bajo imperio grave, por lo que esta llora y por lo que se afrenta. Justos hay dos, mas no los escucha nadie: Soberbia, envidia y avaricia son tres centellas que guardan los corazones ardiendo. Aquí puso final a su llorosa voz y yo le dije: quiero que más me enseñes, y que de hablar me hagas presente. Farinata y el Tegghiaio, que tan dignos fueron, Jacobo Rusticucci, Enrique y el Mosca, y a otros que a bien hacer se ingeniaron, dime dónde están, y haz que los vea; que me oprime de saber un gran deseo
  • 35. 34 si el Cielo los endulza o si los pudre el Infierno. Y me dijo: Están entre las almas más negras; diversa culpa los arrastra al fondo: si a tanto desciendes los podrás ver. Mas cuando tú estés en el dulce mundo te ruego que a la memoria de otros me devuelvas; más no te digo, y más no te respondo. Los rectos ojos miraron de reojo, miróme un trecho, inclinó la testa, y cayó de bruces entre los otros ciegos. Y el Conductor me dijo: Ya no ha de levantarse hasta el sonar de la angélica trompeta, cuando venga el poder adverso. Cada uno encontrará su triste tumba, recobrará su carne y su figura, oirá la voz que por la eternidad resuena. Y así cruzamos por la mezcla impura de sombra y lluvia, con pasos lentos, tratando un algo de la vida futura; por donde dije: Maestro, estos tormentos ¿Serán mayores después de la gran sentencia, o se harán menores, y serán tan ardientes? Y él a mí: Vuelve a tu ciencia, que quiere que, cuando la cosa es más perfecta, más sienta el bien, como también la dolencia.
  • 36. 35 Aunque todas estas malditas gentes no llegarán nunca a la perfección verdadera, de allá, más que de acá, estar esperan. Giramos en torno de aquel camino, hablando mucho más de lo que digo: llegamos al punto donde se desciende. Allí encontramos a Plutos, el gran enemigo. Canto VII Círculo de los avaros y pródigos. "Pape Satan, pape Satan Aleppe", comenzó Plutos con la voz clueca, y aquel Sabio gentil, que lo conoce todo, dijo para animarme: Que no te inquiete el temor, que, por poder que tenga, no te impedirá que desciendas esta roca. Luego volvióse a aquellos airados labios, y dijo: Cállate, maldito lobo: Consúmete adentro con tu rabia. No sin razón venimos a lo profundo: Quiérese en lo alto, allá donde Miguel tomó venganza de la soberbia tropa. Como por el viento las hinchadas velas caen derribadas cuando el mástil se quiebra, tal cayó a tierra la acerba fiera.
  • 37. 36 Así bajamos al espacio cuarto acercándonos más a la doliente ribera que el mal del universo todo encierra. ¡Ay justicia de Dios! ¿Nuevos trabajos y penas tanto amontonas, cuantas yo vi? ¿Y por qué nuestra culpa nos destruye así? Como la ola allá sobre Caribdis se estrella contra aquella que le viene en contra, así aquí, forzadas, locas danzan las almas. Aquí más que en otra parte vi mucha gente, que de una banda a la otra con aullidos grandes, con el pecho se arrojaban enormes cargas: Se golpeaban uno al otro, y de allí luego, cada uno volviéndose, recomenzaba atrás, gritando: ¿Por qué acaparas? ¿Por qué derrochas? Así rondaban por el tétrico anillo desde un opuesto al otro extremo, siempre gritando el injurioso estribillo. Después, alcanzado el medio giro, volvía cada uno por nueva justa. Y yo que el corazón compungido tenía dije: Maestro mío, hazme saber qué gente es esta, y si son clérigos los tonsurados aquí a la izquierda.
  • 38. 37 Y él a mí: Todos estos fueron tan miopes de la mente, que en la vida anterior ningún gasto hicieron con mesura. Así su voz a ellos clara los declara: cuando llegan a los dos puntos del cerco que de la culpa contraria los separa. Estos fueron clérigos, los que tienen la coronilla pelada en la cabeza, y Papas y Cardenales, a quienes de la avaricia los doblegó la soberbia. Y yo: Maestro, entre estos tales debiera yo reconocer bien a algunos, que fueron inmundos de estos males. Y él a mí: Adunas pensamientos vanos: La villana vida que los hizo deformes, a reconocerlos hoy los hace oscuros; eternamente se darán de cornadas; resurgirán estos del sepulcro con el puño cerrado y estos otros con la crin rapada. Mal dar y mal guardar, del bello mundo los ha privado, y metido los ha en esta guerra; que ya no hace falta más decir cuál sea. Ahora, hijito mío, mira cuán breve es la vida de los bienes encomendados a la Fortuna, por los que tanto la gente se engríe y se disputa, que todo el oro que hay bajo la Luna
  • 39. 38 y que ya hubo, de estas almas fatigadas no podría sosegar a ninguna. Maestro, le dije, dime todavía: Esta Fortuna de que me hablas, ¿Cómo es que los bienes del mundo tiene tan entre las garras? Y él a mí: ¡Oh locas criaturas, cuánta es la ignorancia que os ofende! Quiero que mi sentencia engullas: Aquel, cuyo saber todo trasciende, hizo los Cielos, les dio quien los conduzca de modo que por toda parte esplenden, distribuyendo la luz igualitariamente: en forma semejante, del esplendor mundano ordenó una ministro y conductora general, que permutara a su tiempo los bienes vanos, de pueblo en pueblo, de una a otra sangre, por sobre los intentos del criterio humano. Por donde una nación impera y otra languidece, conforme al juicio de ella, que oculta está como el áspid en la hierba. Vuestro saber no se compara al de ella: Ella procura, juzga y continúa su reino, como cada dios el suyo. Sus permutaciones no tienen tregua;
  • 40. 39 necesidad la obliga a ser veloz, y así es común que una a otra suceda. Esta es aquella que es crucificada por quienes ya debieran alabarla, maldiciéndola sin razón y a malas voces. Pero ella es feliz consigo y no las oye: con las otras primas criaturas siempre alegre, gira su esfera, y bienaventurada goza. Ahora pues a mayor dolor descendamos: que caen todas las estrellas que al empezar surgían, y está prohibido el mucho demorarse. Atravesamos del círculo a la otra ribera, sobre una fuente hirviente, y que vierte en un arroyo que de ella deriva. El agua era muy oscura sin ser negra, y nosotros, en compañía de las ondas brunas, fuimos bajando por una inusitada vía. En un pantano viértese, el llamado Éstige, regato triste, cuando ha descendido al pie de las malignas playas grises. Y yo, con la mirada intensa, fangosa gente vi en aquel pantano, desnudas todas y con semblante airado. Se castigaban no con palmadas mas a cabezazos, pechadas y patadas,
  • 41. 40 mordiéndose a dentadas, pedazo a pedazo. El buen Maestro dijo: Hijo ahora mira las almas de aquellos a quienes venció la ira: y quiero que por cierto creas, que bajo el agua hay gente que suspira, y borbotean esta agua que está arriba, como el ojo te dice, a donde gire. Inmersos en el limo dicen: Tristes fuimos, bajo el aire dulce que del Sol se alegra, llevando adentro un amargado humo: Ahora nos apenamos en este negro cieno. Este himno barbotaban en el garguero porque hablar no pueden con palabra entera. Así en derredor de la fétida poza fuimos girando entre la seca orilla y el fango mirando atentamente a los que engullen barro; y llegamos finalmente al pie de una torre. Canto VIII Llegada a la ciudad de Dite y oposición de los demonios. Digo pues, continuando, que mucho antes de llegar al pie del alta torre, nuestros ojos se fueron arriba hacia la cima, por dos llamitas que allí veíamos brillar
  • 42. 41 y una a otra de lejos mandar señas, tanto que apenas podía la vista apartar. Y, vuelto al mar de todo sabio aviso le dije: ¿Qué dice este fuego y qué responde aquel otro? ¿y quiénes lo hacen? Y él a mí: Por sobre las sucias ondas, ya puedes atisbar lo que se espera si el humo del pantano no lo esconde. Cuerda no despidió de sí jamás saeta que corriera tan veloz en el aire suelta, como vi yo a una nave pequeñita venir hacia nosotros por el agua aquella, gobernada por sólo un piloto que gritaba: ¡Haz llegado al fin alma perversa! ¡Flegias, Flegias, mi señor le dijo, esta vez gritas en vano! Más no nos tendrás sino es pasando el lodo. Como aquel que un gran engaño percibe le ha sido hecho, y luego se lamenta, tal hizo Flegias, conteniendo la ira. Mi Conductor descendió en la barca y luego me hizo entrar al lado suyo, mas sólo, cuando yo entré, sufrió la carga. Luego que el Conductor y yo en el leño fuimos se fue la antigua proa cortando
  • 43. 42 el agua, más que cuando a otros lleva. Mientras surcábamos la corriente muerta, ante nosotros se alzó uno de fango lleno, y dijo: ¿Quién eres tú que vienes antes de hora? Y yo a él: Así vengo, no me detengo, pero tú que estás tan sucio ¿quién eres? Respondió: Mira que soy uno que llora. Y yo a él: Con el llorar y con el luto quédate, espíritu maldito, que te conozco aunque estés todo enlodado. Extendió entonces las manos al leño: pero el Maestro lo rechazó advertido diciendo: ¡Vete de aquí con los otros perros! Después el cuello me ciñó su brazo, besóme el rostro y dijo: Alma indignada bendita aquella que de ti fue encinta. En el mundo este fue persona orgullosa, bondad no hay suya que alguien recuerde: por eso está aquí tan furiosa su sombra. ¡Cuántos creen allá arriba ser grandes reyes, que aquí estarán, como cerdos en el barro, dejando tras de sí horribles infamias! Y yo: Maestro, estoy muy deseoso de verlo sofocado en esta sopa antes que nos salgamos de este lago.
  • 44. 43 Y él a mí: Antes de que la orilla se deje ver de ti, serás saciado: es justo que de tal deseo goces. Entonces pude ver cuál estropicio de él hicieron las fangosas gentes, que aún a Dios alabo y agradezco. Todos gritaban: "¡Ea Felipe Argenti!"; y el florentino espíritu irritable él mismo se hincaba con los dientes. Allí lo dejamos, que más no cuento: pues al oído me llegó un lamento que me forzó a mirar atentamente hacia adelante. El buen Maestro dijo: Ahora hijito mío se acerca la ciudad de nombre Dite, de pesados ciudadanos, grandes escuadras. Y yo: Maestro ya sus mezquitas bien adentro de este valle veo, bermejas, como si del fuego salidas fueran. Y él me dijo: El fuego eterno que les arde adentro, las muestra rojas, como tú puedes ver en este bajo infierno. Al fin llegamos adentro de las altas fosas, que vallan esa desolada tierra: pensé que de hierro fueran los muros.
  • 45. 44 No sin rondar un giro grande primero venimos al lugar donde con fuerza el remero ¡Salid, nos gritó, esta es la entrada! Vi a más de mil sobre las puertas del cielo llovidos, que irritadamente decían: ¿Quién es este que sin la muerte va por el reino de la muerta gente? El sabio Maestro mío, hizo ademán de querer hablarlos en secreto. Abatieron un poco su gran desprecio y dijeron: Ven tú sólo, y que aquel se vaya, que así de osado entró en este reino. Que se vuelva solo por la demente vía: Pruebe si sabe; tú haz de quedarte aquí, que fuiste su escolta en comarca tan sombría. Piensa, lector, cómo quedé desconsolado las malditas palabras oyendo, que ya descreía de poder regresar nunca. ¡Oh amado Conductor mío, que más de siete veces me has devuelto a seguro, y de peligros grandes me has librado en los que estuve! No me dejes, dije, así deshecho: que si el más andar se nos niega volvamos raudos sobre nuestros pasos. Y aquel Señor que allí me había llevado
  • 46. 45 me dijo: No temas, que nuestro paso nadie impedirlo puede: del tal nos fue dado. Mas aquí espérame, y el espíritu perdido conforta y alimenta de esperanza buena, que no te dejaré en el mundo bajo. Y así se va, y allí mismo me abandona el dulce Padre, y yo quedé en la incierta duda, que el sí y el no en la mente me combaten. Oír no pude lo que a ellos dijo: mas no estuvo con ellos mucho tiempo, que adentro todos a seguro se metieron. Cerraron nuestros adversarios las puertas ante el pecho de mi Señor, que quedó afuera, y volvió hacia mí con lentos pasos. Bajos los ojos y las cejas sin osadía llevaba, y entre suspiros decía: ¿Quién me ha negado a las dolientes casas? Y a mí me dijo: Tú, porque irritado me ves no te inquietes, que venceré la prueba, fuese quien fuese el que la prohibición opuso. Esta insolencia no es nueva que ya la usaron ante una secreta puerta que aún sin cerradura se encuentra. Sobre ella has visto ya la escritura muerta: Pero más acá de ella descendiendo el camino,
  • 47. 46 viene por los círculos sin escolta, uno por quien se nos abrirá la puerta. BAJO INFIERNO Canto IX Aparición de las Erinias. Episodio de la Gorgona. Aquel color que el temor mostró en mi rostro al ver atrás mi Conductor volverse, restringió muy rápido él en el suyo. Atento como hombre a la escucha se detuvo; porque el ojo era incapaz de divisar muy lejos por la espesa niebla y por el aire negro. Mas a nosotros corresponderá la victoria, comenzó él: si no... así nos fue prometido. ¡Oh cuánto tarda en llegar el otro! Bien percibí yo como él cubriera su comenzar con lo que después dijo, que fueron palabras de lo anterior diversas. Mas con todo su decir pavor me indujo, porque pensaba que sus palabras truncas de peor sentido eran del que él les diera. ¿A este fondo de este triste abismo bajó nunca alguno del grado primero,
  • 48. 47 cuya sola pena es la esperanza ida? Esta pregunta le hice yo a él: Raro es que alguno, me repuso, vaya por el camino por el que ahora voy. Verdad es que hubo otra vez cuando aquí vine por conjuro de la Erictón cruda, que convocaba las sombras a sus cuerpos. Poco hacía que de mí la carne fuera nuda que me hizo ella traspasar tras este muro para sacar a un espíritu del círculo de Judas. Ese es el lugar más bajo y más oscuro que más lejos está del Cielo que gira el todo. Bien sé el camino: pero quédate seguro. Este pantano que expira tal hedor ciñe en derredor a la ciudad doliente, al que entrar ya no podremos sin ira. Y otras cosas dijo, que ya no tuve en mente, porque el ojo habíame atraído todo entero la alta torre de cumbrera ardiente. Salieron súbito de allí rápidamente tres furias infernales tintas de sangre de miembros y de gestos femeninos; verdísimas hidras las ceñían: sierpes y cerastas eran sus crines que las feroces sienes restringían.
  • 49. 48 Y aquel que bien conocía a las sirvientes de la reina del eterno llanto: Observa, me dijo, las feroces Erinias. Esta es Megera la del siniestro lado; aquella que a la derecha llora es Alecto Tisífona está en el medio, y callóse un tanto. Con las uñas lascerábanse ellas el pecho; con las manos se golpeaban y tan alto gritaban que de miedo me estreché al Poeta. Venga Medusa: a que así lo hagamos piedra, decían todas mirando abajo; que mal del asalto de Teseo nos vengamos. Vuélvete atrás, y cúbrete los ojos; que si sale la Gorgona y tú la vieras ya no podrías volver nunca arriba. Así dijo el Maestro; y volvióme él mismo, y no confiando en mis manos me los cerró aún con las suyas. ¡Oh vosotros que tenéis el intelecto sano mirad la doctrina que se esconde bajo el velo de los versos extraños! Y ya venía subiendo por las fangosas aguas un alboroto de espantoso sonido que hacía temblar a las orillas ambas;
  • 50. 49 a la manera de un viento que, impetuoso por adversos ardores, hiere a las selvas, y sin tregua alguna las ramas rompe, abate y arroja afuera: y adelante polvoriento va soberbio, y las fieras ahuyenta y los pastores. Liberóme pues los ojos y dijo: Alza arriba el nervio de tu rostro tras aquella espuma antigua allá por donde el humo es más acerbo. Como las ranas ante la enemiga culebra por el agua se disparan todas hasta que en el cieno cada una se encierra; vi yo más de mil almas destruidas huir así ante el paso de uno que el Éstige cruzaba a pie enjuto. Apartábase del rostro aquel aire espeso extendiendo a menudo adelante la siniestra; se veía que de sólo aquel pesar cansado estaba. Bien comprendí que era del Cielo mensajero y volvíme al Maestro, que me hizo seña de quedarme quieto, y de inclinarme ante él. ¡Ah cuán parecióme de desprecio lleno! Vino ante la puerta y con una varilla la abrió, sin encontrar resistencia. ¡Oh arrojados de Cielo, despreciable gente!
  • 51. 50 así comenzó sobre el horrible umbral, ¿Cómo esta vuestra arrogancia persevera? ¿Por qué recalcitráis contra aquella voluntad que nunca de su intento pudo ser movida y que muchas veces os aumentó la pena? ¿De qué sirve cocear contra el destino? Vuestro Cerbero, si bien os recordaís, por ello tiene aún pelados el mentón y el cuello. Luego volvióse por la sucia calle sin decirnos nada; mas mostró apariencia de hombre que otro cuidado más ciñe y acucia, que aquel que es de quien tiene delante. Y nosotros movimos los pies hacia la tierra, seguros tras las palabras santas. Adentro entramos sin ninguna guerra: y yo que de mirar tenía deseo la condición que tal baluarte encierra, no bien estuve adentro, el ojo en torno envio: y veo a todos lados un gran campo de dolor lleno y de cruel tormento. Como en Arles, donde se estanca el Ródano, como en Pola cerca del Quarnero, que Italia cierra y sus confines baña, los sepulcros dan al campo variado aspecto: así era aquí por todos partes,
  • 52. 51 salvo en el modo que era más amargo; porque entre las tumbas había llamas esparcidas, por ellas tan por completo inflamadas más que lo fuera nunca fierro en una fragua. Todas sus losas en sus puntales se alzaban, y de allí salían durísimos lamentos que bien parecían de míseros y atormentados. Y yo: Maestro, ¿quiénes son estas gentes que sepultados en estas arcas sus suspiros dejan oír dolientes? Y él a mí: Son heresiarcas con sus secuaces, de toda secta, y muchas más son las tumbas que no creyeras pobladas. Igual con igual aquí están sepultos y unas tumbas son más calientes que otras. Y después que a la derecha se volviera, pasamos entre los martirios y los altos muros. Canto X Explicaciones de Virgilio acerca de las tumbas abiertas. Entonces se fue por una estrecha calle entre el muro del lugar y los martirios, mi Maestro, y yo tras sus espaldas.
  • 53. 52 ¡Oh virtud suma, que por los impíos giros me conduces, comencé, como te place, háblame, y mis deseos satisface! La gente que en los sepulcros yace ¿podráse ver? Ya están alzadas todas las losas, y no hay quien guarde. Y él me dijo a mí: Todas quedarán cerradas cuando de Josafat a este lugar regresen con el cuerpo que allá arriba dejaron. Su cementerio en esta parte tienen, con Epicuro, todos sus secuaces que el alma con el cuerpo morir hacen. Pero a la pregunta que me haces aquí dentro satisfecho serás luego, y aún del deseo que tú me callas. Y yo: Buen Conductor, si no he abierto a ti mi corazón es por hablar poco; que a ello antes de ahora me has dispuesto. ¡Oh Toscano, que por la ciudad del fuego transcurres vivo hablando honestamente, plúgate detenerte aquí en este sitio. Por tu parla es claro y manifiesto que en aquella noble patria habéis nacido, a la cual tal vez fui asaz molesto. Esta voz surgió súbitamente
  • 54. 53 de una de las arcas: y yo me arrimé, temiendo, un poco más al Conductor mío. Y él me dijo:¡Vuélvete! ¿Qué haces? Míralo a Farinata que allí erguido, lo verás de la cintura arriba entero. Había ya fijado mi vista en su mirada: y él se erguía del pecho y de la frente como teniendo al Infierno en gran desprecio: Y las animosas manos de mi Conductor prestas fueron a impulsarme hacia él entre las tumbas, diciendo: Que tus palabras sean claras. Cuando al pie de su tumba junto estuve, miróme un poco, y luego como desdeñoso me preguntó: ¿Quiénes tus mayores fueron? Yo, que de obedecer era deseoso, no le oculté, más se lo dije todo: por donde las cejas alzó un poco; luego dijo: Ferozmente adversos fueron a mí, a mis padres y a mi partido, tanto que por dos veces los eché dispersos. Si los echaste, de todas partes volvieron, le respondí, una y otra ambas las veces; arte que los vuestros nunca bien aprendieron. Entonces surgió a la vista descubierta una sombra junto a él, hasta la barba:
  • 55. 54 creo que de rodillas se alzaba. Miraba en torno mío, como teniendo deseo de saber si alguien era conmigo; y después de extinguidas sus sospechas llorando dijo: Si vas por esta ciega prisión por gracia de alto ingenio, mi hijo ¿Dónde está? ¿Y porqué no va contigo? Y yo a él: Por mí solo no vengo; aquel, que allá espera, llévame por aquí; a quien tal vez tu Guido tuvo en desprecio. Sus palabras y el modo de su castigo me habían hecho sospechar su nombre: por eso la respuesta fue tan clara. De pronto irguiéndose gritó: ¿Cómo dijiste? ¿Tuvo? ¿Es que no vive todavía? ¿No hieren sus ojos la dulce luz del día? Cuando advirtió cierta demora que postergaba la respuesta, cayó de bruces y ya no apareció más fuera. Mas aquel otro magnánimo, a cuyo lado me había quedado, no mudó de aspecto, no movió el cuello, no inclinó el cuerpo. Y así, continuando lo primero, Si aquel arte, dijo, mal aprendido, guardan, eso más me atormenta que este lecho.
  • 56. 55 Mas no será cincuenta veces alumbrado el rostro de la mujer que aquí reina que tú sabrás cuánto aquel arte pesa. Y si tal vez al dulce mundo vuelves, dime ¿Por qué aquel pueblo es tan impío en contra mía en cada una de sus leyes? Por donde yo a él: El estrago y la matanza que dejó al Arbia teñido de rojo, tal sentencia provoca en nuestro templo. Luego que suspirando sacudiera la cabeza: No estuve solo, dijo, ni por cierto no sin razón con los otros me mantuve: Mas yo fui el único, cuando aprobaron todos arrasar toda Florencia, que a defenderla estuve a rostro manifiesto. ¡Ah, que repose alguna vez vuestra simiente! le dije, mas resuélveme este nudo, en el que está enredado mi sentido. Pues parece que tu vieras, si bien oigo, adelante a lo que el tiempo traerá consigo, aunque ves el presente de otro modo. Vemos nosotros como el que tiene poca luz, las cosas, dijo, que están lejanas; como tanto aún nos alumbra el sumo Jefe;
  • 57. 56 cuando se aproximan o son, es todo vano nuestro intelecto; y si nadie nos ilustra nada sabemos de vuestro estado humano. Por donde podrás ver, que enteramente muerto estará nuestro saber en aquel punto cuando del futuro quede cerrada la puerta. Entonces como de mi culpa compungido, dije: Dirás entonces a ese que ha caído que su progenie está aún junto a los vivos. Y si yo estuve en la respuesta mudo hazle saber que así lo hice, porque pensaba en el error que tú me has resuelto. Pero ya mi Maestro reclamaba que rogara al espíritu más prestamente a que dijera quienes con él estaban. Díjome: Con más de mil aquí yazgo, aquí adentro está el segundo Federico y el Cardenal, de los demás me callo. Se ocultó entonces, y yo al antiguo Poeta volví los pasos, repensando en ese hablar que parecía enemigo. El se movió, y después así andando me dijo: ¿Por qué estás tan confuso? Y yo le satisfice su demanda. Que tu mente conserve lo que ha oído
  • 58. 57 en contra tuya, me recomendó aquel Sabio, y ahora atiende a esto: y levantó el dedo. Cuando estés delante del dulce rayo de aquella, cuyos bellos ojos lo ven todo, de ella sabrás de tu vida el viaje. Luego su pie volvió a la izquierda: el muro dejamos, y fuimos hacia el medio por un sendero que a un valle lleva, que hasta aquí arriba exhalaba su hedor. Canto XI Topografía del infierno descrita por Virgilio. Por el extremo de un alto risco de grandes piedras rotas en círculo, arribamos a una más cruel caterva: y allí, por el ultraje horrible de la fetidez que el profundo abismo arroja, nos abrigamos detrás de la cubierta de un gran sepulcro, donde vi una escritura que decía: A Anastasio Papa encierro, a quien Fotino arrastró del camino recto. Nuestro descenso conviene que sea tardo, para que antes se habitúe un poco el sentido
  • 59. 58 al triste hedor, y luego ya no haya que guardarse. Así el Maestro; y yo: Alguna compensación, le dije, busca para que el tiempo no se pierda en vano; y él: En eso pienso. Hijito mío, en medio de estas rocas, comenzó a decir, hay tres menores círculos de grado en grado, como los que has dejado. Todos están llenos de espíritus malditos: Pero para que después te baste la vista , entiende cómo y porqué están así circunscritos. De toda maldad que al odio el cielo excita la injuria es el fin, y todo tal propósito con fuerza o con fraude a otro contrista. Mas como defraudar es propio mal del hombre, más desplace a Dios: por eso más abajo están los fraudulentos, y mayor dolor los acosa. De los violentos es todo el primer círculo; mas como se violenta a tres personas, en tres recintos fue dividido y construido. A Dios, a sí, al prójimo, se pone violencia, digo en la persona y en sus cosas, como oirás con abiertas razones. Muerte violenta y heridas dolorosas en el prójimo se dan, y en sus haberes ruinas, incendios y rapiñas dañosas:
  • 60. 59 por donde a homicidas y a todo el que mal hiere, devastadores y ladrones, a todos atormenta el primer recinto en diversas legiones. Puede el hombre en sí poner mano violenta y en sus bienes: y por eso en el segundo recinto conviene que sin provecho se arrepienta cualquiera que se priva de vuestro mundo, juega y disipa su fortuna, y llora allí donde debería estar jocundo. Puédese violentar a la Deidad, en el corazón negando o blasfemando de ella, y despreciando la naturaleza y su bondad: por eso el menor recinto marca con fuego su sello a Sodoma y a Cahors y a quien, de corazón, habla en desprecio de Dios. Con el fraude, que a toda conciencia hiere, puede el hombre abusar de quien confía, y de quien a la confianza no da albergue. En este modo segundo, parece que aún mata el vínculo de amor que la naturaleza crea; por donde en el círculo segundo anida hipocresía, adulación y hechicería, falsedad, latrocinios, simonía, rufianes, truhanes y similares inmundicias.
  • 61. 60 En el primer modo, aquel amor se olvida que la natura crea, y lo que después de agrega, de lo cual la fe especial se cría: y así en el círculo menor, donde está el centro del universo, sobre el que se asienta Dite, todo traidor eternamente se consume. Y yo: Maestro, bien claramente procede tu razón, y muy bien distingue a este báratro y al pueblo que contiene. Pero dime: los de aquel pantano cenagoso, que arrasa el viento, y la lluvia azota y se afrentan con tan grandes maldiciones, ¿Por qué no dentro de la ciudad ardiente son castigados, si Dios los tiene en su ira? y si no los tiene, ¿por qué están en la parte aquella? Y él a mí: ¿Por qué tanto delira, dijo, el ingenio tuyo en contra de lo que suele? ¿O es que tu mente hacia otro lado mira? ¿No recuerdas las palabras de las de tu Etica que a fondo trata las tres disposiciones que rechaza el Cielo: incontinencia, malicia y la bestialidad demente? ¿y cómo incontinencia menos ofende a Dios y menor censura gana? Si observas bien esta sentencia,
  • 62. 61 y traes a la mente quienes son aquellos que fuera de aquí sostienen penitencia, bien verás porqué de estos felones están separados, y porqué menos penosa la divina venganza los martilla. ¡Oh Sol que sanas toda vista conturbada me satisfaces tanto cuando así esclareces, que, no menos que saber, dudar me agrada! Vuélvete ahora un poco más atrás dije yo, allá donde dijiste que la usura ofende a la divina bondad, y el escollo resuelve. La filosofía, me dijo, a quien la entiende, nota y no sólo en un lugar, cómo la naturaleza su curso prende del divino intelecto y de su arte; y si tú bien tu Física recorres encontraras no lejos de unas páginas que vuestro arte, a él, en cuanto puede, sigue, como al maestro el que aprende, y así vuestro arte de Dios es casi el nieto. De estos dos, si traes a tu mente la Génesis del principio, conviene concordar su vida y avanzar la gente. Y como el usurero otro camino sigue, a la natura en sí, y a su secuaz
  • 63. 62 desprecia, pone así en otra parte su esperanza. Mas sígueme ahora, que apresurarnos me place: ya los Peces se deslizan sobre el horizonte, y todo el Carro sobre el Coro yace, y el promontorio un poco más allá desmonta. Canto XII Los violentos contra el prójimo sumergidos en el río de sangre hirviente. Era el lugar, donde a bajar la cuesta venimos, montañoso, y por quien allí estaba, era tal, que toda mirada le sería esquiva. Como aquella ruina, cuyo flanco de acá de Trento azotó el Adigio, o por terremoto o de base falta, que de la cima del monte, despeñóse, al valle, y allí tal está quebrantada que alguna senda ofrece al que bajara; así por aquel precipicio era el descenso: y en la cumbre de la rota pendiente la infamia de Creta tendida estaba, concebido que fue de falsa vaca; cuando nos vio, se mordió a sí mismo como aquel a quien la ira por dentro atrapa.
  • 64. 63 Mi Sabio al verlo le gritó: ¿Por ventura crees que está aquí el duque de Atenas, que allá en el mundo te dio muerte? Apártate, bestia, que este no viene amaestrado por tu hermana, sino por ver las penas vuestras. Como el toro rompe el lazo de sus patas cuando el golpe mortal ha recibido, que huir no puede, mas aquí y allá se revuelve, así de igual vi yo volverse al Minotauro, y aquel prudente me gritó: Corre al desfiladero; mientras está furioso, bueno es que bajes. Así nos fuimos por el derrumbe de aquellas piedras, que más se movían bajo mis pies, por la nueva carga. Iba yo pensativo y me dijo: Tú piensas tal vez en esta ruina que está guardada por aquella ira bestial por mi vencida. Quiero ahora que sepas, que la otra vez que descendí yo allá, al bajo infierno, esta roca aún no estaba cascada. Mas ciertamente poco antes, si bien discierno, que Aquel viniera, que la gran presa arrebató a Dite del círculo superno,
  • 65. 64 por todas partes el alto valle hediondo tembló tanto que yo pensé que el universo sintiera amor, por lo cual hay quien crea que muchas veces el mundo volvió al Caos; y en aquel punto esta vieja roca revuelta fue aquí y en otras partes. Mas fija los ojos abajo, que se acerca el río de sangre, en el que hierve todo el que por violencia a otro daña. ¡Oh ciega avidez!, ¡Oh loca ira, que tanto nos acucia en la corta vida, y en la eterna luego a tanto nos inmola! Vi entonces una amplia fosa en arco conformada como corona que todo el llano abraza, como me había dicho mi escolta: y entre el pie de la roca y ella, en hilera corrían Centauros armados de saetas como solían en el mundo salir de caza. Viéndonos callar, se detuvieron, y tres se separaron de la hilera ya con arcos y flechas preparados: y uno gritó de lejos: ¿A qué martirio venís vosotros, los que bajáis la cuesta? Decidlo ahora, o el arco suelto. Mi Maestro dijo: La respuesta
  • 66. 65 a Quirón se la daremos, aquí y de cerca: funesta fue siempre tu precipitada osadía. Después me tocó y dijo: Aquel es Neso, el que murió por la bella Deyanira, y él mismo, de sí mismo, creó venganza. Y aquel del medio que el pecho se mira, es el gran Quirón, nutricio de Aquiles: aquel otro es Folo, que fue tan lleno de ira. En torno al foso van de a miles asaeteando a las almas que se salen de la sangre más de lo que su culpa tolera. Nos acercamos a aquellas ágiles fieras: Quirón tomó una flecha, y con la contera echó las barbas detrás de sus quijadas. Descubierta entonces la enorme boca dijo a sus colegas: ¿Os habéis dado cuenta que el de atrás mueve todo lo que toca? Así no hacen los pies de los muertos. Y mi buen Maestro que hasta el pecho le llegaba donde las dos naturalezas se conciertan, repuso: Sí, que está vivo, y yo solamente debo mostrarle el sombrío valle: necesidad lo lleva, y no placer. Una que interrumpió su aleluya fue la que me encomendó este oficio nuevo:
  • 67. 66 No es él ladrón, ni yo alma ratera. Mas por aquella virtud, por la cual muevo mis pasos por tan salvaje senda, danos uno de los tuyos por compañero que nos indique un lugar de paso y que a éste en las ancas lleve, que no es espíritu que por el aire vuele. Quirón se volvió a la derecha tetilla y dijo a Neso: Ve y así los guía y hazlos transar si se os opone otra tropa. Nos movimos con la escolta adicta por el largo de la bermeja orilla, donde chillaban los que allí hervían. Vi gente sumergida hasta las cejas; y el gran Centauro dijo: Estos son tiranos que de la sangre vivieron y del poseer robado. Aquí se lloran los despiadados daños; ved allí a Alejandro y al Dionisio fiero que vivir hizo a Sicilia dolorosos años. Y aquella frente de pelo tan negro es Azzolino; y aquel otro que es rubio es Obezzo de Este, que de verdad fue muerto por su hijastro allá en el mundo. Entonces me volví al Poeta el cual me dijo: que éste te valga ahora primero y yo segundo.
  • 68. 67 Un poco más allá el Centauro se detuvo cerca de una gente que hasta la garganta salir de aquel hervidero se veían. Nos mostró una sombra apartada y sola diciendo: Hirió este en el regazo de Dios al corazón que en el Támesis aún se honra. Después vi gente que fuera del río sacaban la cabeza y aun todo el pecho: y de estos reconocí a muchos. Y así poco a poco se hacía menos profunda aquella sangre que ya sólo los pies cocía; y allí fue de aquel foso nuestro paso. Así como de esta parte tú contemplas que el caldo hirviente va disminuyendo, dijo el Centauro, quiero que sepas que en esta otra orilla más y más hunde su fondo hasta que al final llega a aquel punto donde concierne que la tiranía gima. La divina justicia allí castiga al que de la tierra fue flagelo, Atila, y a Pirro y Sexto; y eternamente exprime lágrimas por el hervor derramadas, a Renato de Corneto y a Renato Pazzo, que en los caminos hicieron tanta guerra.
  • 69. 68 Entonces se volvió y repasó el vado. Canto XIII Los violentos contra sí mismos. No había aún de allá llegado Neso, cuando nos metimos en un bosque no señalado por sendero alguno. No verdes frondas, más de color oscuro, no rectas ramas, sino nudosas y enredadas, no había frutas, sino espinas venenosas. Ni en tan ásperos bosques moran, ni en tan espesos, aquellas fieras salvajes que aborrecidos tienen los cultivados campos entre Cecina y Corneto. Aquí su nido hacen las tétricas Arpías, que de las Estrofíades echaron los Troyanos, con triste anuncio de futuros daños. Alas tienen anchas, y cuello y rostro humanos, pies con garras, y el gran vientre emplumado: lanzan lamentos sobre los árboles extraños. Y el buen Maestro: Antes que más te adentres, sabe que te hallas en el segundo recinto, comenzó a decirme, y aquí estarás,
  • 70. 69 hasta que veas el arenal horrible. Por tanto atento mira, y así verás cosas que darán fe de mis palabras. De todos lados oía gemidos y no veía a nadie que gimiera: por donde temeroso me detuve. Yo creo que él pensaba que yo creía que tantas voces, de la espesura, eran de gentes que de nosotros se ocultaban. Sin embargo, dijo el Maestro, si quiebras de una de estas plantas una rama, la idea que tienes verás que es errada. Extendí entonces la mano hacia adelante y una ramita cogí de un gran endrino: y su tronco gritó: ¿Por qué me quiebras? Quedó entonces de oscura sangre teñido y volvió a gritarme: ¿Por qué desgarras? ¿No tiene tu espíritu piedad alguna? Hombres fuimos y ahora nos han hecho plantas: bien debería ser más piadosa tu alma aunque fuéramos de sierpes almas. Como el tizón verde, que encendido en un extremo, por el otro gotea, y chilla en el soplo que arroja fuera, así del leño aquel brotaban juntas
  • 71. 70 sangre y palabras: así dejé caer la rama, y me detuve como el que teme. Si éste hubiera podido creer primero, repuso el Sabio mío, ¡Oh alma herida!, lo que antes había visto en mis rimas, no habría hacia ti alargado el brazo; mas lo increíble de la cosa hízome inducirlo a obrar, lo que a mí mismo pesa. Mas dile quien tú fuiste, que así por manera de enmienda, tu fama refresque allá en el mundo, a donde tornar puede. Y el tronco: Si con dulces palabras me llevas, callar no puedo; a vosotros que no os pese porque un poco a razonar me entretenga. Yo soy aquel que tuvo las dos llaves del corazón de Federico, y que las giré abriendo y cerrando tan suave, que de su confianza a todo hombre aparté: mi fidelidad puse en aquel glorioso oficio, tanta que allí perdí venas y pulsos. La meretriz, que no apartó nunca del palacio de César sus ojos putos, peste común, y de las cortes vicio, enardeció en contra mía todas las almas, y los enardecidos enardecieron tanto a Augusto,
  • 72. 71 que el feliz honor tornaron en triste luto. Mi espíritu por desdeñoso gusto, creyendo en el morir huir el desprecio, injustamente en contra mía me hizo justo. Por las nueve raíces de este leño os juro que jamás falté a la confianza de mi señor, que fue de honor tan digno. Y si alguno de vosotros al mundo vuelve, reafiance mi memoria, que aún yace bajo el golpe que le dio la envidia. Esperó un poco el Poeta y luego: Puesto que calla, me dijo, no te demores; mas háblale y pregúntale, si más te place. Y yo a él: Pregúntale tú ahora de lo que creas que más me satisfaga; que no podré yo: tanta piedad me adolora. Entonces comenzó: Si cumplimos contigo liberalmente lo que tu pedido ruega, espíritu encarcelado, que aún te plazca decirnos como el alma se amarra en estos nudos; y dime si puedes si alguna nunca de tales miembros se suelta. Entonces sopló fuerte el tronco, y luego ese viento se hizo voz: Brevemente os daré respuesta.
  • 73. 72 Cuando se aparta el alma feroz del cuerpo, del que ella misma se arranca, Minos la envía a la séptima fosa. Cae en la selva, sin lugar elegido; mas allí donde la fortuna la lanza, allí germina como semilla de espelta; surge en retoño, y en silvestre planta. Las Harpías luego de sus hojas paciendo, causan dolor, y al dolor dan vía abierta. Como todos, vendremos por nuestros despojos, pero no para que alguno los vista de nuevo: no es justo que el hombre posea lo que se quitó. Aquí los acarrearemos, y en esta triste selva quedarán nuestros cuerpos suspendidos, cada uno del endrino de la sombra tan molesta. Estábamos todavía junto al tronco en espera, creyendo que algo más nos diría, cuando nos sorprendió un rumor, parecido al que venir siente el jabalí y la caza hacia su sitio, que la jauría oyen y el fragor del ramaje. Y luego aparecieron dos del siniestro lado desnudos y lacerados, huyendo tan a prisa que de la selva todas las ramas rompían.
  • 74. 73 El de adelante: acude ya, acude muerte. Y el otro que tanto no corría, gritaba: Lano, tan ágiles no tenías las piernas en el torneo del Topo. Y porque falto tal vez de aliento, hizo un cosa de sí y de un arbusto. Detrás de él la selva estaba llena de negras perras, corriendo hambrientas como lebreles que han perdido la cadena. En aquel que se ocultó echaron los dientes y lo despedazaron parte tras parte; y se llevaron luego aquellos miembros dolientes. Me tomó entonces mi escolta de la mano y llevóme hasta el arbusto que lloraba, por las heridas ensangrentadas en vano. ¡Oh Jacobo de san Andrés!, decía, ¿Con qué provecho me tomaste por refugio? ¿Qué culpa tengo yo de tu vida criminal? Cuando el Maestro cerca de él estuvo dijo: ¿Quién fuiste tú que por tantas puntas soplas con sangre doloroso discurso? Y él a nosotros: ¡Oh almas que habéis venido a contemplar el desonesto estrago que a mis tantas frondas de mí ha separado! Recogedlas al pie del triste arbusto.
  • 75. 74 Yo fui de la ciudad que por el Bautista trocó su primer patrono: el cual por ello con su arte siempre la tendrá contrista: y si no fuera que en el puente del Arno aún se conserva una imagen suya, los ciudadanos, que otra vez la fundaron de las cenizas que de Atila quedaron, todo su trabajo hubieran hecho en vano. Yo me hice de mi propia casa un patíbulo. Canto XIV Los violentos contra Dios. Condolido por el amor de mi lugar natal, me di a recoger la dispersa fronda y a retornarla a aquel cuya voz desvanecía. De allí llegamos al confín donde se parte el segundo recinto del tercero, y donde se ve de la justicia horrible arte. A bien manifestar las cosas nuevas, digo que llegamos a un áspera llanura de cuyo manto a toda planta destierra. La dolorosa selva le es guirnalda
  • 76. 75 en torno, como el triste foso a aquella; detuvimos el paso allí, al borde mismo de la playa. El espacio era un arena árida y espesa, semejante a aquella otra que fue del pie de Catón hollada. ¡Oh venganza de Dios, cuánto debes ser temida por todo aquel que lee lo que entonces apareció a mis ojos! De almas desnudas vi un gran rebaño llorando todas juntas miserablemente, y al parecer sujetas a diversas leyes. Supinas yacían en tierra algunas gentes, sentadas otras en total encogimiento, y otras caminaban continuamente. Las que giraban de continuo eran mayoría y menos las que yacían bajo el tormento aunque el dolor más la lengua les soltaba. Por todo el arenal, en forma lenta, llovían grandes copos de fuego, como cae la nieve en la montaña si no hay viento. Como Alejandro en aquellas ardientes tierras de la India vio sobre su ejército caer llamas que en el suelo firmes yacían, por lo que mandó pisotear el suelo a la tropa, pues los febriles efluvios
  • 77. 76 separados mejor se extinguían, tal descendía el sempiterno ardor; y así la arena ardía, como yesca bajo el pedernal, y duplicaba el dolor. Sin reposo nunca era la loca danza de las miserables manos, aquí y allá apartando de sí el renovado calor. Y comencé: Maestro, tu que venciste todo, salvo aquellos duros demonios que a la entrada nos hicieron frente, ¿Quién es aquel grande que al parecer no cura del incendio, y yace retorcido y desdeñoso como si no lo hiriera la lluvia? Y aquel mismo percatado que de él yo a mi Guía preguntaba gritó: Como vivo era, tal soy muerto. Si fatigara Jove a su herrero de quien atormentado tomó el agudo rayo con el que en mi último día fui azotado; o si fatigara a los otros día tras día del Mongibelo de hocicos negros, clamando “Buen Vulcano, ayúdame, ayúdame!”, así como en la pelea de Flegra hiciera y me clavara saetas con su fuerza entera: aun así no obtendría de mí una feliz victoria.
  • 78. 77 Entonces el líder mío habló con tal vehemencia como yo nunca con tanta fuerza lo había oído: Oh Capaneo, en lo mismo que no se amengua tu soberbia, está tu castigo; ningún martirio, fuera de tu misma rabia, sería a tu furor dolor cumplido. Luego volvióse a mí con mejor labia diciendo: Ese fue uno de los siete reyes que asediaron Tebas; y tuvo y aún tiene a Dios en desprecio, y no parece que ruegue; pero, como a él le dije, sus despechos son en su pecho una bien debida llaga. Ahora ven detrás mío, y nuevamente cuida de no poner los pies sobre la ardiente arena; mas cuida del bosque tener los pies al borde. Callados fuimos allá donde brotaba fuera del bosque un breve riachuelo cuya rojez todavía me horripila. Cual del Bulicame sale un arroyuelo que comparten entre si las pecadoras, tal por la arena allá corría su curso. Su fondo y ambas sus orillas eran de piedra, y las márgenes alzadas, por lo que comprendí que por allí el paso era franco.
  • 79. 78 Entre todas las cosas que te he enseñado, desde que por aquella puerta ingresamos cuyo umbral a nadie le es negado, tus ojos no han visto cosa alguna más notable como el presente río, que sobre sí todas las llamas amortigua. Estas palabras fueron de mi Conductor y entonces le rogué que me entregara el alimento del que entregado el hambre ya me había. En medio del mar hay un arruinado país, dijo él entonces, llamado Creta, bajo cuyo rey ya fuera el mundo casto. Tiene una montaña antaño feliz en aguas y en verde fronda, llamada Ida, y que hoy está yerma como una cosa vieja. Rea la hubo elegido como segura cuna de su hijito, y por mejor celarlo, cuando lloraba, que dieran gritos hacía. Dentro del monte yérguese en pie un anciano que hacia Damiata vuelta tiene la espalda y a Roma mira como a su espejo. Su testa de fino oro está formada y de pura plata brazos y pecho, luego es de bronce hasta la entrepierna; de allí hasta abajo es de fino hierro,
  • 80. 79 salvo que de terracota es el pie derecho; se apoya en éste, más que en el otro, erecto. Cada parte, excepto el oro, está rota en una fisura de donde lágrimas llora que reunidas perforan aquella gruta. Su curso en este valle cae de roca en roca; formando el Aqueronte, el Éstige y el Flegetonte; luego se va por este conducto estrecho, y en fin, allá donde ya más no se desciende, forma el Cocito, y cual sea ese estanque tú lo verás, que aquí nada se cuenta. Y yo a él: Si este reguero derívase así de nuestro mundo, ¿Por qué aflora sólo solamente en esta orilla? Y él a mí: Sabes que este lugar es redondo; y aunque hayas andado mucho, por el siniestro lado siempre hacia el fondo, aún no has dado vuelta por el cerco todo; por donde si alguna cosa nueva te parece, que no haya sorpresa en tu rostro. Y yo aún: Maestro, ¿se encuentra dónde el Flegetón y el Lete? Que del uno callas, y del otro dices estar hecho de esas lágrimas. Tus preguntas cierto me placen todas, repuso, más el hervir del agua roja
  • 81. 80 bien debería resolverte una. Verás el Lete, mas fuera de esta fosa, allá donde a lavarse van las almas y la culpa arrepentida se les trueca. Luego me dijo: Ya de apartarse es la hora del bosque; que vengas tras de mi procura; no estando ardidos, los bordes nos son ruta, y sobre ellos todo el vapor se esfuma. Canto XV Los violentos contra la naturaleza Aparece el monstruo Gerión. Nos lleva ahora una de las duras márgenes: y el humo del arroyo tal niebla les hace que del fuego salva el agua y las orillas. Como los Flamencos entre Gante y Brujas, temiendo las olas que se les avanzan levantan diques para que el mar se aleje; y al igual que los Paduanos a lo largo del Brenta para amparar sus castillos y pueblos antes que el Carentana el calor sienta; de tal manera estas riberas, aunque no eran tan altos ni tan gruesas, cualquiera fuese quien las construyera.
  • 82. 81 Ya de la selva nos habíamos alejado tanto que no podía verla desde donde estaba aunque me hubiera vuelto a mirar atrás, cuando de almas encontramos una hilera cada una, viniendo por la ribera, mirándonos como suele en la noche mirarse uno al otro bajo la luna nueva, y para así vernos aguzaban la vista como mira el viejo sastre al ojo de la aguja. Escrutados así por esa tal familia de uno fui conocido, que me tomó por el ruedo y me gritó: ¡Maravilla! Y yo, cuando zafé de su brazo, fijé tanto la vista en su cocido aspecto, que aún a pesar de su abrasado rostro pude reconocerlo en mi intelecto; e inclinando hacia su faz la mía respondíle: ¿Vos aquí, maestro Brunetto? Y él: Hijito mío, no te desplazca si Brunetto Latino contigo un poco se retrasa y deja al tropel que vaya. Y yo le dije: Cuanto pueda os lo ruego; y si queréis que juntos nos sentemos lo haré, si place a aquel que va conmigo. Hijito mío, dijo, si alguno de este rebaño
  • 83. 82 hace alto un instante, luego por cien años queda sin defensa bajo el fuego que lo hiere. Mas sigue adelante, que yo iré a tu lado, y luego alcanzaré a mi manada, que va llorando sus eternos daños. No osaba yo bajar de la orilla para andar a su par; más inclinado el rostro llevaba en gesto deferente. Y comenzó: ¿Qué fortuna o destino antes del último día aquí te trae? y ¿quién es aquel que apunta el camino? Allá arriba, en la vida serena, le respondí, me perdí en un valle antes que mi edad fuera plena. Sólo ayer de mañana le volví la espalda; este me apareció, cuando me volvía al valle, y recondújome aquí por esta calle. Y él a mí: Si sigues tu estrella errar no puedes el glorioso puerto como bien advertí en la vida bella; y si no hubiera tan pronto muerto, viendo el cielo para ti tan benigno, confortado en tu obra yo te hubiera. Pero aquel ingrato pueblo maligno que desciende de Fiésole ab anticuo
  • 84. 83 que mucho tiene de monte y piedra, será, a causa de tu buen obrar, tu enemigo; y es de razón, porque entre ásperos serbales, no es conveniente disfrutar del dulce higo. Una vieja fama en el mundo los llama ciegos, avara gente, envidiosa y soberbia: de sus costumbres guárdate pulcro. Tu fortuna tanto honor te reserva que unos y otros tendrán hambre de ti; pero que lejos del pico sea la hierba. Hagan las bestias fiesolanas de sí mismas pasto; y que no toquen la planta si aún alguna en su estiércol crezca, de la cual renazca la semilla santa de aquellos Romanos que aún quedaron cuando se hizo nido de malicia tanta. Si plenamente mi deseo se cumpliera le respondí, vos no estaríais todavía de la humana naturaleza puesto fuera; que fijo en la mente guardo, y me contrista ahora, la querida y buena imagen paterna de vos cuando en el mundo, de tanto en tanto, me enseñabais cómo se inmortaliza el hombre: y cuanta gratitud de ello guardo, mientras viva, es necesario que mi lengua lo discierna.
  • 85. 84 Lo que narráis del curso de mi vida grabo, y lo guardo para glosarlo con otro texto a dama que sabrá, si a ella arribo. Solo quiero que os sea manifiesto, para que mi conciencia no reproche, que a la Fortuna, lo que quiera, yo estoy presto. No es nuevo a mis oídos tal presagio: pero gire su rueda como le plazca la Fortuna, y el villano su azada. Mi maestro entonces vuelta su mejilla a la derecha, volvióse y mirándome me dijo: Bien escucha quien lo acota. No obstante continúo hablando con maese Brunetto, y quienes son le pregunto sus compañeros más nobles y famosos. Y me dijo: Saber de alguno es bueno; de los otros mejor será callarse, que a tanta charla el tiempo sería corto. En suma, sabe que son clérigos todos y grandes literatos y de gran fama, de un mismo pecado sucios. Prisciano va con esa turba mezquina, y Francisco de Accorso también; y si de ver esa tiñosa caterva tendrías el deseo
  • 86. 85 verás aquel que por el siervo de los siervos fue trasladado del Arno al Bacchiglione donde dejó sus mal extendidos nervios. Más hablaría, pero el viaje y el sermón alargarse más no puede, porque ya veo surgir nuevo humo del arenal. Vienen gentes con las que estar no deseo, Séate recomendado mi Tesoro en el que vivo todavía, y nada más pido. Volvióse luego, y parecía uno de aquellos que corren en Verona el palio verde en la campiña; y parecía ser de aquellos que ganan, y no de los que pierden. Canto XVI Estaba ya donde se oía el estruendo del agua que caía en el siguiente giro semejante al rumor de las colmenas, cuando juntas tres sombras se apartaron, corriendo, de un tropel que pasaba bajo la lluvia del áspero martirio. Venían a nosotros, y cada una gritaba: Detente, tú, que por el ropaje pareces ser uno de nuestra tierra depravada.
  • 87. 86 ¡Ay de mí! Qué plagas vi en sus miembros, recientes y viejas, producidas por las llamas! Todavía me duele de solo recordarlas. A sus gritos mi doctor se detuvo: Volvió su rostro a mí y: Ahora espera, dijo, con estos corresponde ser cortés. Y si no fuera el fuego que asaeta la naturaleza del lugar, yo diría que más a ti que a ellos valdría la prisa. Así que nos detuvimos, recomenzaron ellos el anterior verso; y cuando a nosotros llegaron entre los tres formaron una ronda. Como los campeones solían hacer, nudos y untos, sondear la presa y buscar ventaja, antes de entrar al castigo y al combate, así rondando, cada uno el visaje me dirigía, de modo que contrario al pie el cuello hacía continuo viaje. Si la miseria de este arenoso sitio torna en desprecio a nos y a nuestros ruegos, comenzó uno, y el negro aspecto y lo desnudo, que nuestra fama pliegue tu alma para decirnos quien eres, que los pies vivos por el infierno friegas tan seguro. Este, cuyas huellas perseguir me ves,
  • 88. 87 por más que desnudo y excoriado vaya fue de mayor rango de lo que creyeras: fue nieto de la buena Gualdrada, Guido Guerra tuvo por nombre, y en su vida con su talento hizo mucho y con su espada. El otro, que junto a mí la arena pisa, es Tegghiajo Aldobrandini, cuya voz allá en el mundo debería ser agradecida. Y yo, que en cruz con ellos estoy puesto, Jacobo Rusticucci fui, y por cierto mi fiera esposa me dañó más que nadie. Si hubiera estado a cubierto del fuego, abajo me hubiera lanzado entre ellos, y creo que el doctor lo habría sufrido; mas, como yo sería quemado y cocido, venció en mí el miedo al buen anhelo que de abrazarlos me tenía tenso. Después comencé: No desprecio sino pena vuestra condición dentro de mi provoca, tanta que tarde se desvanecerá toda, luego que este mi señor me dijo palabras por las que yo comprendí que tal cual sois, tal era la gente que venía. De vuestra tierra soy, y siempre siempre vuestra obra y los honrosos nombres
  • 89. 88 he retenido y escuchado con afecto. Dejo las hieles y voy por las dulces pomas que mi veraz Conductor me ha prometido; pero antes es preciso descender hasta el centro. Así largamente porte tu alma sus miembros, continuó aquel todavía, y así después brille tu fama, dinos si cortesía y valor aún moran en nuestra ciudad como solían, o si del todo han sido echadas fuera; porque Guillermo Borsiere, que con nosotros sufre desde hace poco, y va con los otros, tanto con sus historias nos tortura. La nueva gente y las súbitas ganancias orgullo y desmesura han engendrado, Florencia, en ti, tanto que ya te plañes. Así grité con el rostro alzado; y los tres, que la respuesta entendieron, miráronse uno al otro como quien se asombra. Si en ocasiones como ésta tan poco te cuesta, respondieron todos, satisfacer preguntas, ¡Feliz de ti, que dices lo que sientes! Pero, si sales de este lugar oscuro, y a ver las bellas estrellas vuelves, cuanto te plazca decir ¡Allí estuve!
  • 90. 89 haz que de nosotros los hombres hablen. De allí, quebraron la ronda, y huyeron tan velozmente, que alas parecían sus piernas. Un amén no hubiera podido decirse en el breve tiempo en que se fueron, por lo que al maestro pareció bien irnos. Yo lo seguía, y poco habíamos ido, cuando el fragor del agua fue tan vecino que de hablar apenas nos oiríamos. Como aquel río que hace camino del Monte Viso hacia el levante, en la siniestra costa del Apenino, que se llama Acquacheta arriba, que antes de derramarse allá en el bajo lecho, y en Forli de ese nombre quedar vacante, allá atruena sobre San Benedetto y de los Alpes cae en un solo rugiente salto en vez de un millar de cascadas quietas; así, por abajo de un risco quebrado, hallamos tronando aquella teñida agua, tanto que en poco tiempo el oído nos hiriera. Tenía yo en torno ceñida una cuerda, con la que alguna vez hube pensado atar la pantera de la manchada piel.
  • 91. 90 Una vez que desatada la tuve, como mi Conductor me había ordenado, se la alcancé arrollada y replegada. Entonces él volviéndose al derecho lado, y algo alejado de la orilla la arrojó abajo en aquel profundo abismo. Preciso es que a novedad convenga, dije entre mí, un nuevo signo que el maestro con ojo atento espera. ¡Ay! ¡Cuán cautos debieran ser los hombres con los que no sólo ven los actos externos, sino que por dentro la mente ven con el intelecto! Y me dijo: Pronto vendrá aquí arriba lo que yo espero y tu mente sueña; pronto conviene que a tu vista se descubra. Siempre ante la verdad que cara tiene de mentira, debe el hombre sellar sus labios tanto como pueda, de modo de no pasar sin culpa vergüenza; pero aquí callar no puedo; y por las líneas de esta comedia, lector, te juro, si ellas no fueran de larga fama privadas, que vi por aquel aire grueso y oscuro venir por la alto una figura nadando, maravillosa aún para el corazón seguro, como del fondo regresa el marinero
  • 92. 91 tal vez de soltar el atrapada ancla de un escollo o de otra cosa en la mar trabada, que extiende el brazo y la pierna encoge. Canto XVII Descenso sobre el lomo de Gerión al octavo círculo. ¡He aquí la fiera de aguzada cola, que traspasa montes y abate muros y armas! ¡He aquí la que corrompe al mundo entero! Así empezó a hablarme mi Guía; y le indicó que se arrimara a la orilla, donde morían los hollados mármoles. Y aquella inmunda imagen del engaño vino, y acercó la testa y el tronco, pero a la orilla no allegó la cola. Su rostro era el de un varón justo, tan benigna era por fuera la piel, y de serpiente todo el restante cuerpo; vellosas hasta la axila eran sus zarpas, la espalda y el pecho y ambos costados de lazos y escudos salpicados. De más colores, en fondos y relieves, no habido nunca tela Turca o Tártara, ni hubo tal otra que Arácnea preparara.
  • 93. 92 Como se ven a veces las barcas en la orilla que en parte sumergidas y en parte están en tierra, y como allá entre los golosos Tudescos el castor a lanzar su guerra se apresta, así la pésima fiera se tenía en el borde de piedra que al arenal encierra. En el vacío la entera cola agitaba curvando en alto la ponzoñosa horca, que a modo de escorpión la punta armaba. El Conductor dijo: conviene que se tuerza nuestro camino un poco hacia esta fiera malvada que allá se tiende. Bajamos pues por el lado diestro, y diez pasos dimos hacia el extremo borde, para evitar la arena y la hoguera. Y cuando cerca de la fiera fuimos, algo alejados del horno, sobre la arena vimos gente sentada cabe el abismo. Aquí el maestro: A fin de que plena experiencia de este recinto obtengas, me dijo, anda y ve cómo están éstos. Que sean breves tus parlamentos; y en tanto vuelves, hablaré con esta para que nos conceda sus hombros fuertes.
  • 94. 93 Así entonces sobre la extrema testa del séptimo círculo muy solo anduve a donde estaba la gente triste. De los ojos fuera manaba su dolor; de aquí, de allá eludiendo con las manos ya los vapores, ya el ardiente arena; no de otro modo en el verano hacen los perros con el hocico o con las zarpas, cuando mordidos de las pulgas, o de las moscas o de los tábanos. Mirando atentamente a muchos de ellos que el doloroso fuego azotaba, a nadie reconocí; pero advertí entonces que del cuello les pendía un saquito de cierto color y signo marcado, y a sus ojos al parecer deleitoso. Y cuando vine entre ellos mirando, en una bolsa amarilla vi un azul que de león tenía la cara y el aspecto. Después, prosiguiendo mi encuesta vi otra bolsa como de sangre roja, con una oca más que manteca blanca. Y uno, que de una puerca azul y gruesa signado tenía su saquito blanco, me dijo: ¿Qué haces tú en esta fosa? Ahora vete; y porque aún estás vivo
  • 95. 94 sabe que mi vecino Vitallano ha de sentarse aquí a mi siniestro flanco. Entre estos Florentinos yo soy paduano: a cada rato me aturden las orejas gritando: “Venga el caballero soberano, que en la bolsa lleva tres picos”. Aquí torció la boca y sacó fuera la lengua, como el buey cuando se lame el hocico. Y yo temiendo que el mucho estar ofendiese al que de poco estar me había advertido, volví la espalda a esas almas tan miserables. Hallé a mi Guía trepado del fiero animal sobre las ancas, y me dijo: Sé fuerte y osado. En esta clase de escala bajaremos ahora; monta delante que quiero estar en el medio a fin de que la cola no pueda hacerte daño. Como el que ya cerca el asalto siente de la cuartana, y ya le blanquean las uñas. y tiembla entero sólo de presentir la fresca, así estaba yo al oír tales palabras; pero me avergonzaron sus amenazas, las que ante un buen señor dan fuerza al siervo. Tomé asiento sobre aquellas espaldazas; y quise de decir, pero la voz no me vino
  • 96. 95 como yo quería: Por favor abrázame. Pero mi Guía que otras veces me mantuvo en otros riesgos, así que hube subido en los brazos me estrechó y me sostuvo; y dijo: Gerión muévete ya: la ruta es larga, que sea lento el descenso: piensa en la nueva carga que llevas. Como sale el barquito de su lugar retrocediendo de a poco, así la bestia se apartó; y cuando sintióse libre del todo volvió la cola donde antes tenía el pecho, y movió tensa la cola como una anguila, y con los brazos se atrajo el aire. Miedo mayor no tuvo, creo, Faetón cuando soltó las riendas por quién el cielo, como aún se ve, se tostó; ni cuando Ícaro sintió de los riñones soltarse las plumas de la derretida cera, y le gritaba el padre: ¡Mal camino llevas!, cuanto fue el mío, cuando me vi volando en el inmenso aire, y vi que no veía ninguna cosa más que la fiera. Ella se va nadando lenta lenta; gira y desciende, pero yo nada veo sino que al rostro y desde abajo me aventa.
  • 97. 96 Sentía yo el torbellino a la derecha bramar debajo nuestro un horrible trueno, por lo que incliné hacia abajo la cabeza. Entonces más me espantó el precipicio cuando vi fuegos y sentí llantos, y me recogí en mí temblando entero. Y vi después lo que antes no veía el descender y rodar entre grandes males aproximándose de todas partes. Como el halcón que ha volado harto sin ver reclamo ni ave alguna hace exclamar al cetrero: "¡Ay! ¿que ya bajas?" desciende laso de moverse tanto en rondas ciento, y se posa lejos de su maestro, desdeñoso y colérico; así posóse Gerión en el fondo, justo al pie de una estallada roca, y, descargadas nuestras personas, se alejó como se aleja una flecha. Canto XVIII OCTAVO CIRCULO O MALEBOLGE Hay lugar en el Infierno llamado Malebolge todo de piedra de color ferroso, como la cerca que lo envuelve en torno.
  • 98. 97 En el mismo centro del maligno campo hay un vacío bien ancho y profundo, de cuya estructura me ocuparé en su lugar. El cerco entonces que resta es redondo entre el pozo y el borde de la orilla dura, y está dividido en diez valles el fondo. Así como, por salvaguardia de los muros, más y más fosos ciñen los castillos, y la parte donde están forma el diseño, tal imagen aquí hacían aquellos; y como en tales fortalezas del umbral a la orilla de afuera hay puentecillos, así de la cima de la roca parten puentes que atraviesan las márgenes y el foso hasta el pozo central que los trunca y los recoge. En este lugar, expulsados del lomo de Gerión, estábamos; y el poeta tomó la izquierda y yo detrás me puse. A la derecha mano vi nueva miseria, nuevo tormento y nuevos verdugos, de que la primera fosa era repleta. En el fondo estaban los pecadores desnudos; la mitad primera nos daba la espalda, la otra más veloz hacia nosotros venía;
  • 99. 98 como los Romanos que por la muchedumbre del jubileo, al cruzar el puente hacen pasar con orden a la gente, y de un lado todos dan la frente hacia el castillo y van a San Pedro, del otro todos van hacia el monte. De acá, de allá, sobre la férrea piedra, vi demonios cornudos y con grandes fustas, que los azotaban cruelmente por detrás. ¡Ay de mi! ¡Cómo se movían las piernas al primer azote! pues ya ninguno esperaba el segundo, ni el tercer golpe. Mientras andaba, mis ojos se toparon con uno de ellos; y le dije al punto: No es la primera vez que a este veo. Por lo que a bien fijarlo me detuve; mi dulce Conductor lo hizo al mismo tiempo, y aún me concedió retroceder un tanto. Y el azotado creyó ocultarse bajando el rostro; más le valió poco pues le dije: Oh tú que abajo vuelves el ojo, si las facciones que portas no son falsas, Venedico eres tú, Caccianemico, mas ¿qué te trajo a tan picantes salsas? Y él a mí: De mala gana lo digo:
  • 100. 99 más fuérzame tu verba clara que me recuerda el mundo antiguo. Yo fui quien a Ghisolabella conduje a complacer al marqués, sean como las habladurías sean. Y no soy el único boloñés que aquí lloro, antes este lugar está tan lleno, que tantas lenguas no hay tan prestas a decir sipa entre el Savena y el Reno; y si de ello quieres fe o testimonio trae a memoria nuestro avaro seno. Así hablaba cuando lo azotó un demonio de su escuadra, y le dijo: ¡Anda, rufián! aquí no hay mujeres de cuño. Volvíme a mi compañía; luego en pocos pasos llegamos allá donde un puente de la barranca salía. Ágilmente a él nos subimos; y vueltos a la derecha sobre su áspero lomo de aquellos giros eternos nos partimos. Cuando llegamos a donde hay un hueco debajo para dar paso a los forzados, el Conductor dijo: Detente, y haz que fijen en ti la vista estos mal natos, de los que todavía no viste el rostro
  • 101. 100 porque con nuestro rumbo marchaban. Desde el viejo puente veíamos la fila de los que hacia nosotros venían por la otra banda, castigados por la fusta de igual manera. Y el buen maestro, sin que yo se lo pidiera, me dijo: Mira aquel grande que viene y por el dolor no parece que lágrimas derrame: ¡Cuán majestuoso aspecto aún retiene! Es Jasón, que por corazón y coraje privó a los Cólquides del vellocino. Pasó por la isla de Lemnos luego que las impiadosas féminas audaces a todos sus varones dieran muerte. Allí con ardides y adornadas palabras engañó a Hipsípila, la jovencita que antes había engañado a todas las demás. Allí la dejó, preñada, abandonada; tal culpa y tal martirio lo condena; y también de Medea se obra venganza. Con él van todos los que así engañan: y que esto baste del primer valle saber, y de los que en él atrapa. Estábamos ya donde la estrecha calle con el recinto segundo en cruz se engarza, a nuevo arco haciéndole espalda.
  • 102. 101 Aquí vimos gente que se lamenta en nueva fosa y con el hocico hoza y a sí misma con las manos se agravia. Los bordes estaban incrustados de un moho producto del vaho que allí se empasta y que a la vista y a la nariz ultraja. El fondo es tan umbrío, que no se alcanza a verlo si no trepando al dorso del arco, donde más el puente destaca. Allí llegamos; y allá abajo en el foso vi gente sumergida en estiércol como salido de letrinas humanas. Y mientras tenía allá abajo el ojo atento vi a uno tan de mierda enlodado que no sabía si era clérigo o laico. El cual me gritó: ¿Por qué tanto ahínco de mirarme a mí más que a los otros brutos? Y yo a él: Porque, si bien me acuerdo, te he visto antes con el cabello enjuto, y eres Alejo Interminei de Luca: por eso más te miro que a los otros. Y él entonces, golpeándose el coco: Aquí me han sumergido las lisonjas de las que nunca se cansó mi lengua.
  • 103. 102 Después el Conductor: Avanza, me dijo, un poco la cabeza para que bien puedas ver el rostro de aquella inmunda y licenciosa esclava que se rasca con las merdosas uñas, que ora se apoya y ora de pie se guarda. Es Tais, la puta, que respondió a la pregunta de su macho: ¿Tengo méritos grandes a tus ojos? ¡Y aún maravillosos! Y desde ahora queden nuestras miradas saciadas. Canto XIX ¡Oh Simón mago! ¡Oh míseros secuaces que las cosas de Dios, que de bondad deben ser esposas, y vosotros rapaces por oro y por plata adulteráis, conviene ahora que por vos suene la trompa ya que en la tercera fosa os encontráis! Estábamos ya en la siguiente tumba, subidos en aquella parte del puente que sobre el centro del foso cae aplomo.
  • 104. 103 ¡Oh Sabiduría suma! ¡Cuán grande arte muestras en el Cielo, en la Tierra y en el mal mundo, y con cuánta equidad tu virtud compartes! Vi en las paredes y en el fondo de la fosa llena la piedra lívida de agujeros de igual anchura, y cada uno era redondo. No me parecían más amplios ni mayores que los que están en mi bello San Juan, hechos para pilas de bautismo; una de los cuales, y no hace muchos años, rompí yo por uno que adentro se ahogaba: y que esto sirva de sello para que nadie se engañe. Fuera de la boca de cada hoya sobresalían de cada pecador los pies y las piernas hasta la corva, el resto adentro quedaba. De todos se abrasaban las plantas y por eso agitaban las coyunturas tanto que hubieran roto cuerdas y espartos. Como suelen las llamas correr por las cosas untas moviéndose por la corteza externa, tal ardían allí desde el talón hasta las puntas. ¿Quién es aquel, maestro, que se atormenta agitando más las piernas que sus consortes, dije yo, y a quien más roja llama reseca?