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SAFO DE LEBOLS
Bajo tierra estarás
Bajo tierra estarás,
nunca de ti,
muerta, memoria habrá
ni añoranza; que a ti
de este rosal
nada las Musas dan;
ignorada también,
tú marcharás
a esa infernal mansión,
y volando errarás,
siempre sin luz,
junto a los muertos tú.
De la hermosa luna
De la hermosa luna los astros cerca
hacia atrás ocultan luciente el rostro
cuando aquella brilla del todo llena
sobre la tierra...
Desde Creta ven, Afrodita
Desde Creta ven, Afrodita, aquí
a este sacro templo, que un bello bosque
de manzanos hay, y el incienso humea
ya en los altares;
suena fresca el agua por los manzanos
y las rosas dan al lugar su sombra,
y un profundo sueño de aquellas hojas
trémulas baja;
pasto de caballos, el prado allí
lleno está de flores de primavera
y las brisas soplan oliendo a miel...
Ven, chipriota, aquí y, tras tomar guirnaldas,
en doradas copas alegremente
mezclarás el néctar para escanciarlo
con la alegría
Dicen que una tropa de carros
Dicen que una tropa de carros unos,
otros que de infantes, de naves otros,
es lo más hermoso en la negra tierra;
que uno ama.
Y es sencillo hacer que cualquiera entienda
esto, pues Helena, que aventajaba
en belleza a todos, a su marido,
alto en honores,
lo dejó y se fue por el mar a Troya,
y ni de su hija o sus propios padres
quiso ya acordarse, pues fue llevada
y esto me recuerda que mi Anactoria
no está presente,
de ella ver quisiera su andar amable
y la clara luz de su rostro antes
que a los carros lidios o a mil guerreros
llenos de armas.
En mi sueño cerca se me aparece
En mi sueño cerca se me aparece
tu graciosa imagen, sagrada Hera,
la que los ilustres reyes Atridas
vieron con ruegos;
pues llegado el fin de la empresa de Ares,
junto al Escamandro voraginoso,
no pudieron ir desde aquí sus naves
hasta su casa
sin hacer ofrendas a ti y a Zeus
y al amable dios que engendró Tiona.
Sacrificios puros te ofrece el pueblo
hoy como entonces:
las doncellas traen un hermoso peplo
y a tu altar se agrupa junto con ellas
la apretada fila de las mujeres...
Inmortal celeste
Inmortal celeste, de ornado trono,
dolotrenzadora, Afrodita, atiende:
no atormentes más con pesar y angustias
mi alma, señora,
sino ven aquí, si mi voz de lejos
otra vez oíste y me escuchaste
y dejando atrás la dorada casa
patria viniste,
tras uncir el carro: gorriones lindos
a la negra tierra tiraban prestos
con sus fuertes alas batiendo el aire
desde los cielos.
Y llegaron pronto, y tú, dichosa,
con divino rostro me sonreías
preguntando qué me pasaba, a qué otra
vez te llamaba
y que qué prefiero que en mi alma loca
me suceda ahora: « ¿A quién deseas
que a tu amor yo lleve? Ay dime, Safo,
¿quién te hace daño?
Pues, si huyó de ti, pronto irá a buscarte;
si aceptar no quiso, dará regalos;
te amará bien pronto, si no te ama,
aun sin quererlo».
Ven también ahora y de amargas penas
líbrame, y otorga lo que mi alma
ver cumplido ansía, y en esta guerra,
sé mi aliada.
Me parece igual a los dioses
Me parece igual a los dioses ese
hombre que ahora está frente a ti sentado,
y tu dulce voz a tu lado escucha
mientras le hablas
y tu amable risa; lo cual, te juro,
en mi pecho el alma saltar ha hecho:
pues te miro apenas y mis palabras
ya no me salen
se me queda rota la lengua y, suave,
por la piel un fuego me corre al punto,
por mis ojos ya nada veo, y oigo
sólo un zumbido,
me destila un frío sudor y entera
un temblor me apresa, y cual la paja
amarilla estoy y mi muerte siento
poco alejada.
Pero todo habrá que sufrirlo, incluso...
Muéstrate, Gongula
...
muéstrate, Gongula, que aquí te llamo
ven con tu vestido color de leche:
¡cómo vuela ahora el deseo en torno
a tu belleza!
pues con sólo ver tu pequeña capa
siento ya el hechizo, y estoy contenta
de que sea la diosa nacida en Chipre
quien te reprocha
Sigue siendo mi amigo
Sigue siendo mi amigo
pero busca una esposa más fresca,
que vivir no podría contigo
siendo yo la más vieja.
Y la noche entera con sus canciones
...
y la noche entera con sus canciones
celebrando pasan tu amor las virgenes
y el de tu mujer de florido seno,
junto a la puerta;
mas, despierta, novio, que los amigos
de tu edad te esperan; puese deseamos
ver hoy menos sueño que los pardales
gorgoriteantes.
Y cuando te miro de frente creo
...
y cuando te miro de frente creo
que jamás Hermíona fue tan bella
y que no está mal que a la rubia Helena
yo te compare.
De verdad que morir yo quiero
de verdad que morir yo quiero
pues aquella llorando se fue de mí.
Y al marchar me decía: Ay, Safo,
qué terrible dolor el nuestro
que sin yo desearlo me voy de ti.
Pero yo contestaba entonces:
No me olvides y vete alegre
sabes bien el amor que por ti sentí,
y, si no, recordarte quiero,
por si acaso a olvidarlo llegas,
cuánto hermoso a las dos nos pasó y feliz:
las coronas de rosas tantas
y violetas también que tú
junto a mí te ponías después allí,
las guirnaldas que tú trenzabas
y que en torno a tu tierno cuello
enredabas haciendo con flores mil,
perfumado tu cuerpo luego
con aceite de nardo todo
y con leche y aceite del de jazmín.
recostada en el blando lecho,
delicada muchacha en flor,
al deseo dejabas tú ya salir.
Y ni fiesta jamás ni danza,
ni tampoco un sagrado bosque
al que tú no quisieras conmigo ir.
…
...pienso yo que jamás
...pienso yo que jamás
joven habrá
viendo la luz del sol,
que se pueda decir
que en su saber
se te parezca a ti...
...ponte guirnaldas, oh Dica
...ponte guirnaldas, oh Dica, por tus graciosos
cabellos
tras enlazar con tus manos suaves los tallos de eneldo,
que hasta las flores las Gracias siempre felices se acercan,
pero rechazan la vista de quien guirnaldas no lleva.
WILLIAN SHEPIARE
I
De los hermosos el retoño ansiamos
para que su rosal no muera nunca,
pues cuando el tiempo su esplendor marchite
guardará su memoria su heredero.
Pero tú, que tus propios ojos amas,
para nutrir la luz, tu esencia quemas
y hambre produces en donde hay hartura,
demasiado cruel y hostil contigo.
Tú que eres hoy del mundo fresco adorno,
pregón de la radiante primavera,
sepultas tu poder en el capullo,
dulce egoísta que malgasta ahorrando.
Del mundo ten piedad: que tú y la tumba,
ávidos, lo que es suyo no devoren.
II
Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos
y ahonden surcos en tu prado hermoso,
tu juventud, altiva vestidura,
será un andrajo que no mira nadie.
Y si por tu belleza preguntaran,
tesoro de tu tiempo apasionado,
decir que yace en tus sumidos ojos
dará motivo a escarnios o falsías.
¡Cuánto más te alabaran en su empleo
si respondieras: " Este grácil hijo
mi deuda salda y mi vejez excusa ",
pues su beldad sería tu legado!
Pudieras, renaciendo en la vejez,
ver cálida tu sangre que se enfría.
III
Mira a tu espejo, y a tu rostro dile:
ya es tiempo de formar otro como éste.
Si no renuevas hoy su lozanía,
al mundo engañas y a una madre robas.
¿Quién es la bella del intacto seno
que tu cultivo marital desdeñe?
y ¿quién tan loco para ser la tumba
de un amor egoísta sin futuro?
Tu madre encuentra en ti, que eres su espejo,
la gracia de su abril, su primavera;
así, de tu vejez por las ventanas,
aunque mustio, verás tu tiempo de oro.
Mas si pasar prefieres sin memoria,
muere solo y tu imagen morirá.
IV
Derrochador de encanto, ¿por qué gastas
en ti mismo tu herencia de hermosura?
Naturaleza presta y no regala,
y, generosa, presta al generoso.
Luego, bello egoísta, ¿por qué abusas
de lo que se te dio para que dieras?
Avaro sin provecho, ¿por qué empleas
suma tan grande, si vivir no logras?
Al comerciar así sólo contigo,
defraudas de ti mismo a lo más dulce.
Cuando te llamen a partir, ¿qué saldo
podrás dejar que sea tolerable?
Tu belleza sin uso irá a la tumba;
usada, hubiera sido tu albacea.
V
Las horas que gentiles compusieron
tal visión para encanto de los ojos,
sus tiranos serán cuando destruyan
una belleza de suprema gracia:
porque el tiempo incansable, en torvo invierno,
muda al verano que en su seno arruina;
la savia hiela y el follaje esparce
y a la hermosura agosta entre la nieve.
Si no quedara la estival esencia,
en muros de cristal cautivo líquido,
la belleza y su fruto morirían
sin dejar ni el recuerdo de su forma.
Mas la flor destilada, hasta en invierno,
su ornato pierde y en perfume vive.
VI
No dejes, pues, sin destilar tu savia,
que la mano invernal tu estío borre:
aroma un frasco y antes que se esfume
enriquece un lugar con tu belleza.
No ha de ser una usura prohibida
la que alegra a quien paga de buen grado;
y tú debes dar vida a otro tú mismo,
feliz diez veces, si son diez por uno.
Más que ahora feliz fueras diez veces,
si diez veces, diez hijos te copiaran:
¿qué podría la muerte, si al partir
en tu posteridad siguieras vivo?
No te obstines, que es mucha tu hermosura
para darla a la muerte y los gusanos.
VII
¡Ve! si en oriente la graciosa luz
su cabeza flamígera levanta,
los ojos de los hombres, sus vasallos,
con miradas le rinden homenaje.
Y mientras sube al escarpado cielo,
como un joven robusto en su edad media,
lo siguen venerando las miradas
que su dorada procesión escoltan.
Pero cuando en su carro fatigado
deja la cumbre y abandona al día,
apártanse los ojos antes fieles,
del anciano y su marcha declinante.
Así tú, al declinar sin ser mirado,
si no tienes un hijo, morirás.
XV
Cuando pienso que todo lo que crece
su perfección conserva un mero instante;
que las funciones de este gran proscenio
se dan bajo la influencia de los astros;
y que el hombre florece como planta
a quien el mismo cielo alienta y rinde,
primero ufano y abatido luego,
hasta que su esplendor nadie recuerda:
la idea de una estada tan fugaz
a mis ojos te muestra más vibrante,
mientras que Tiempo y Decadencia traman
mudar tu joven día en noche sórdida.
Y, por tu amor guerreando con el Tiempo,
si él te roba, te injerto nueva vida.
XVI
¿Y por qué no es tu guerra más pujante
contra el Tirano tiempo sanguinario;
y contra el decaer no te aseguras
mejores medios que mi rima estéril?
En el cenit estás de horas risueñas.
Los incultos jardines virginales
darían para ti vivientes flores,
a ti más semejantes que tu efigie.
Tendrías vida nueva en vivos trazos,
pues ni mi pluma inhábil ni el pincel
harán que tu nobleza y tu hermosura
ante los ojos de los hombres vivan.
Si a ti mismo te entregas, quedarás
por tu dulce destreza retratado.
XVII
¿Quién creerá en el futuro a mis poemas
si los colman tus méritos altísimos?
Tu vida, empero, esconden en su tumba
y apenas la mitad de tus bondades.
Si pudiera exaltar tus bellos ojos
y en frescos versos detallar sus gracias,
diría el porvenir: " Miente el poeta,
rasgos divinos son, no terrenales ".
Desdeñarían mis papeles mustios,
como ancianos locuaces, embusteros;
sería tu verdad " transporte lírico ",
" métrico exceso " de un " antiguo " canto.
Mas si entonces viviera un hijo tuyo,
mi rima y él dos vidas te darían.
XVIII
¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees.
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.
A veces demasiado brilla el ojo
solar, y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.
Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.
Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.
XIX
Mella, Tiempo voraz, del león las garras,
deja a la tierra devorar sus brotes,
arranca al tigre su colmillo agudo,
quema al añoso fénix en su sangre.
Mientras huyes con pies alados, Tiempo,
da vida a la estación, triste o alegre,
y haz lo que quieras, marchitando al mundo
Pero un crimen odioso te prohíbo:
no cinceles la frente de mi amor,
ni la dibujes con tu pluma antigua;
permite que tu senda siga, intacto,
ideal sempiterno de hermosura.
O afréntalo si quieres, Tiempo viejo:
mi amor será en mis versos siempre joven.
XX
Pintado por Natura el rostro tienes
de mujer, dueño y dueña de mi amor;
y de mujer el corazón sensible
mas no mudable como el femenino;
tus ojos brillan más, son más leales
y doran los objetos que contemplas;
de hombre es tu hechura, y tu dominio roba
miradas de hombres y almas de mujeres.
Primero te creó mujer Natura
y, desvariando mientras te esculpía,
de ti me separó, decepcionándome,
al agregarte lo que no me sirve.
Si es tu fin el placer de las mujeres,
mío sea tu amor, suyo tu goce.
XXI
No me sucede lo que a aquel poeta
que versifica a una beldad pintada,
y al cielo mismo emplea como adorno,
midiendo cuánto es bello con su bella;
y en henchidas imágenes la acopla
al sol, la luna y a las gemas ricas
y a las flores de abril y a las rarezas
que el aire envuelve en este globo vasto.
Sincero amante, la verdad escribo.
Mi amor es tan gentil, podéis creerme,
como cualquier hijo de madre, y brilla
menos que las candelas celestiales.
Dejad que digan más los habladores;
yo no quiero ensalzar lo que no vendo.
XXII
No creeré en mi vejez, ante el espejo,
mientras la juventud tu edad comparta;
sólo cuando los surcos te señalen
pensaré que la muerte se aproxima.
Si toda la hermosura que te cubre
es el ropaje de mi corazón,
que vive en ti, como en mí vive el tuyo,
¿cómo puedo ser yo mayor que tú?
Por eso, amor, contigo sé prudente,
como soy yo por ti, no por mi mismo;
tu corazón tendré con el cuidado
de la nodriza que al pequeño ampara.
No te ufanes del tuyo, si me hieres,
pues me lo diste para no volverlo.
XXIV
Como actor vacilante en el proscenio
que temeroso su papel confunde,
o como el poseído por la ira
que desfallece por su propio exceso,
así yo, desconfiando de mí mismo,
callo en la ceremonia enamorada,
y se diría que mi amor decae
cuando lo agobia la amorosa fuerza.
Deja que la elocuencia de mis libros,
sin voz, transmita el habla de mi pecho
que pide amor y busca recompensa,
más que otra lengua de expresivo alcance.
Del mudo amor aprende a leer lo escrito,
que oír con ojos es amante astucia.
XXIV
Pintores son mis ojos: te fijaron
sobre la tabla de mi corazón,
y mi cuerpo es el marco que sostiene
la perspectiva de la obra insigne.
A través del pintor hay que mirar
para encontrar tu imagen verdadera,
colgada en el taller que hay en mi pecho
al que brindan ventanas tus dos ojos.
Y observa de los ojos el servicio:
los míos diseñaron tu figura,
los tuyos son ventanas de mi pecho
por las que atisba el sol, feliz de verte.
Mas algo falta al arte de los ojos:
dibujan lo que ven y al alma ignoran.
XXV
Que los favorecidos por los astros
de honores y de títulos se ufanen;
yo, que la suerte priva de esos triunfos,
hallo mi dicha en lo que más venero.
Los favoritos de los grandes príncipes
abren al sol sus hojas cual caléndulas,
y su orgullo sepultan en sí mismos
pues los abate un ceño que se frunce.
El célebre guerrero laborioso,
derrocado una vez tras mil victorias,
es del libro de honores suprimido
y de su gesta lo demás se olvida.
Feliz de mí, que amando soy amado,
y ni cambiar ni ser cambiado puedo.
XXVI
Señor del amor mío, cuyo mérito
obliga mi homenaje de vasallo,
te envío esta embajada manuscrita,
mi devoción probando y no mi ingenio.
Grande es mi devoción: mi pobre espíritu
la muestra sin ropaje de vocablos
y espera, aunque desnuda, que en tu alma
le dé tu comprensión fácil albergue;
hasta que el astro que mi andanza guía
me señale con brillo favorable,
y al ornar mis andrajos amorosos
haga que yo merezca que me mires.
Así podré exhibir mi amor ufano,
pero hasta entonces rehuiré la prueba.
XXVII
Extenuado, hacia el lecho me apresuro
a calmar mis fatigas de viajero,
pero empieza en mi ánimo otro viaje,
cuando acaban del cuerpo las faenas.
Porque mis pensamientos, alejándose
en tu busca, celosos peregrinos,
de mis párpados abren el agobio
a la tiniebla que los ciegos miran.
Sólo que mi visión imaginaria
trae tu sombra hasta mis ojos ciegos,
como un joyel que cuelga de la noche
y el rostro oscuro le rejuvenece.
Así, por ti y por mí, nunca reposan
de día el cuerpo y a la noche el alma.
XXIX
Cuando hombres y Fortuna me abandonan,
lloro en la soledad de mi destierro,
y al cielo sordo con mis quejas canso
y maldigo al mirar mi desventura,
soñando ser más rico de esperanza,
bello como éste, como aquél rodeado,
deseando el arte de uno, el poder de otro,
insatisfecho con lo que me queda;
a pesar de que casi me desprecio,
pienso en ti y soy feliz y mi alma entonces,
como al amanecer la alondra, se alza
de la tierra sombría y canta al cielo:
pues recordar tu amor es cal fortuna
que no cambio mi estado con los reyes.
XXX
Cuando en sesiones dulces y calladas
hago comparecer a los recuerdos,
suspiro por lo mucho que he deseado
y lloro el bello tiempo que he perdido,
la aridez de los ojos se me inunda
por los que envuelve la infinita noche
y renuevo el plañir de amores muertos
y gimo por imágenes borradas.
Así, afligido por remotas penas,
puedo de mis dolores ya sufridos
la cuenta rehacer, uno por uno,
y volver a pagar lo ya pagado.
Pero si entonces pienso en ti, mis pérdidas
se compensan, y cede mi amargura.
XXXI
Los corazones que supuse muertos
pues me faltaban, a tu pecho ocupan;
en él reinan amor y sus virtudes
y los amigos que creí enterrados.
¡ Cuánta lágrima pía de mis ojos
robó el amor leal por esos muertos
que no son más que seres que han cambiado
de lugar y que yacen en ti ocultos!
Tú eres la tumba donde vive amor;
de mis amores los trofeos te ornan;
cada uno te dio mi parte suya
y ahora es tuyo el bien que fue de muchos.
Veo en ti las imágenes que amé:
soy tuyo entero pues las tienes todas.
XXXII
Si a mis días colmados sobrevives,
y cuando esté en el polvo de la Muerte
una vez más relees por ventura
los inhábiles versos de tu amigo,
con lo mejor de tu época compáralos,
y aunque todas las plumas los excedan,
guárdalos por mi amor, no por mis rimas,
superadas por hombres más felices.
Que tu amor reflexione: "Si su Musa
crecido hubiera en esta edad creciente,
frutos más caros a su edad le diera,
dignos de incorporarse a tal cortejo:
pero ha muerto; en poetas más notables
estilo buscaré y en él amor".
XXXIII
He visto a la mañana en plena gloria
los picos halagar con su mirada,
besar con su oro las praderas verdes
y dorar con su alquimia arroyos pálidos;
y luego permitir el paso oscuro
de fieros nubarrones por su rostro,
y ocultarlo a la tierra abandonada
huyendo hacia occidente sin ventura.
Así brilló mi sol, un día, al alba,
sobre mi frente, con triunfal belleza;
una hora no más lo he poseído
y hoy me lo esconden las aéreas nubes.
No desdeñes mi amor: si el sol del cielo
se eclipsa, han de velarse los del mundo.
XXXIV
¿Por qué me prometiste un día hermoso
y a viajar sin mi capa me obligaste,
si me dejaste sorprender por nubes
que en su bruma ocultaron tu destello?
No me basta que surjas de la niebla
y que la lluvia enjugues en mi rostro,
pues no ha de ponderar ninguno el bálsamo
que cicatriza pero no remedia.
Ni tu vergüenza a mi dolor aplaca,
ni tu remordimiento a lo perdido:
del ofensor la pena poco alivia
a quien la cruz soporta del agravio.
Pero tus lágrimas de amor son perlas
y su riqueza todo el mal rescata.
XXXV
No te acongojes más por lo que has hecho;
fango y espina tienen fuente y rosa;
a la luna y al sol vela el eclipse;
vive el gusano en el capullo suave.
Todos cometen faltas, yo también
pues disculpo con símiles la tuya,
y por justificarte me corrompo
y excuso tus pecados con exceso.
A tu yerro sensual le doy mi ayuda;
de opositor me vuelvo tu abogado
y comienzo a pleitear contra mí mismo.
Tanto el amor y el odio en mí combaten
que no puedo dejar de ser el cómplice
del ladrón tierno que cruel me roba.
XXXVI
Déjame confesar que somos dos
aunque es indivisible el amor nuestro,
así las manchas que conmigo quedan
he de llevar yo solo sin tu ayuda.
No hay más que un sentimiento en nuestro amor
si bien un hado adverso nos separa,
que si el objeto del amor no altera,
dulces horas le roba a su delicia.
No podré desde hoy reconocerte
para que así mis faltas no te humillen,
ni podrá tu bondad honrarme en público
sin despojar la honra de tu nombre.
Mas no lo hagas, pues te quiero tanto
que si es mío tu amor, mía es tu fama.
XXXVII
Como un padre decrépito disfruta
al ver de su hijo las empresas jóvenes,
así yo, mutilado por la suene,
en tu lealtad y mérito me afirmo.
Pues sea la hermosura o el linaje,
el poder o el ingenio, uno o todos,
quien te corone con mejores títulos,
yo incorporo mi amor a esa riqueza.
Ni pobre ni ofendido soy, ni inválido,
que basta la substancia de tu sombra
para colmarme a mí con su opulencia,
y de una parte de tu gloria vivo.
Busca, pues, lo mejor: te lo deseo;
seré feliz diez veces, si lo hallas.
XXXVIII
¿Cómo puede buscar temas mi Musa
mientras tú alientas, que a mi verso infundes
tu dulce inspiración, harto preciosa
para exponerla en un papel grosero?
Agradécete a ti, si algo de mi obra
digno de leerse encuentra tu mirada:
¿quién tan mudo será que no te escriba
cuando tu luz aclara lo que inventa?
Sé la décima Musa y sé diez veces
mejor que las antiguas invocadas,
y otorga a quien te invoque eternos versos
que sobrevivan a lejanos siglos.
Si al futuro censor mi Musa encanta,
mía será la pena y tuyo el lauro.
XXXIX
¿Cómo puedo elogiarte con modestia
cuando tú eres de mí la mejor parte?
¿Qué me puede otorgar mi propio elogio
y qué hago con tu elogio sino el mío?
Vivamos separados, y que pierda
su nombre de indiviso nuestro amor,
para que pueda darte, al separarnos,
lo que mereces tú, tú solamente.
¡Oh ausencia, cuál sería tu suplicio,
si tu amarga quietud no nos dejara
burlar al tiempo en el amor pensando,
engaño dulce del pensar y el tiempo,
y no enseñaras a hacer dos con uno,
aquí elogiando a quien está distante!
XL
Toma, amor, todos, todos mis amores,
¿qué más posees de lo que tenías?
Ningún amor, mi amor, que sea cierto;
pues ya antes era tuyo todo el mío.
Si a quien me ama por mi amor recibes,
no puedo reprocharte que lo goces,
mas te reprocho tu perverso engaño
si rechazas mi amor y no al que me ama.
Ladrón gentil, me robas y te absuelvo
por más que me hurtes mis escasos bienes,
y eso que duelen más, amor lo sabe,
las heridas de amor que las del odio.
Gracia inconstante en quien el mal es bello,
no seas mi enemiga, aunque me mates.
XLI
Las dulces faltas en que osado incurres
si de tu corazón estoy ausente,
cuadran a tu hermosura y a tus años
porque la tentación siempre te sigue.
Te querrán conquistar, pues eres noble;
te querrán asediar, pues eres bello;
¿qué hijo de mujer, antes que triunfe,
dejará a una mujer cuando lo acosa?
¡Ay! deberías respetar mi sitio
y a tu edad reprender y tus encantos
que en su fuga te arrastran al extremo
de violar obligado una fe doble :
la de ella, que ha tentado tu hermosura;
la tuya, infiel a mí con su belleza.
XLII
No sólo sufro porque la posees,
aunque en verdad la quise con ternura,
más hondo es mi dolor porque eres suyo
y esa pérdida siento más cercana.
Así disculpo vuestra ofensa, amantes:
tú la quieres pues sabes que la quiero,
y ella me engaña por amor de mí,
dejando que mi amigo la haga suya.
Si te pierdo, mi amada te recobra,
si la pierdo, mi amigo es quien la encuentra;
ambos se encuentran y a los dos los pierdo
y por mi amor me imponen esta cruz.
Pero al ser uno solo yo y mi amigo,
¡oh lisonja! yo soy quien ella quiere.
XLIII
Veo mejor si cierro más los ojos
que el día entero ven lo indiferente;
pero al dormir, soñando te contemplan
y brillantes se guían en lo oscuro.
Tú, cuya sombra lo sombrío aclara,
si ante quienes no ven tu sombra brilla,
¡qué luz diera la forma de tu sombra
al claro día por tu luz más claro!
¡Ay, qué felicidad para mis ojos
si te miraran en el día vivo,
ya que en la noche muerta, miro, ciego,
de tu hermosura la imperfecta sombra!
Los días noches son, si no te veo,
y cuando sueño en ti, días las noches.
LIII
¿Qué substancia es la tuya, qué te forma
que millones de sombras te acompañan?
Su propia sombra tiene cada uno
pero tú puedes producirlas todas.
Si describen a Adonis, su retrato
es tu pobre parodia; y te repintan
con traje griego si a la bella Helena
embellecen con máximo artificio.
Si hablan del año joven o maduro,
primavera es la sombra de tu gracia
y lo es de tu esplendor el tiempo fértil;
en todo lo feliz te descubrimos.
Contribuyes a toda la hermosura,
mas nada se parece a tu constancia.
LV
Ni el mármol, ni los áureos monumentos,
durarán con la fuerza de esta rima,
y en ella tu esplendor tendrá más brillo
que en la losa que mancha el tiempo impuro.
Cuando tumbe la guerra las estatuas
y el desorden los muros desarraigue,
ni la espada de Marte ni su incendio
destruirán tu memoria siempre viva.
Irás contra la muerte y el olvido.
Acogerá tu elogio la mirada
de la posteridad que, consumiéndolo,
hasta el juicio final fatigue al mundo.
Así, hasta el día en que también te juzguen,
aquí estarás y en los amantes ojos.
LXI
Si nada es nuevo, si lo que es ya ha sido,
¡cómo se engaña nuestra inteligencia
cuando, empeñada en busca de invenciones,
de un niño ya nacido lleva el peso!
¡Ay, si mirando atrás quinientos años
pudiera presentarme la memoria
tu imagen en un libro muy remoto,
ya que el alma empezó a expresarse en letras!
¡Si pudiera saber lo que inspiraron
tus maravillas al antiguo mundo,
y ver si es nuestra o suya la ventaja
o si los ciclos son iguales todos!
Seguro estoy que los pasados genios
exaltaron objetos menos dignos.
LX
Como en la playa al pedregal las olas,
nuestros minutos a su fin se apuran,
cada uno desplaza al que ha pasado
y avanzan todos en labor seguida.
El nacimiento, por un mar de luces,
va hacia la madurez y su corona;
combaten con su brillo eclipses pérfidos
y el Tiempo sus regalos aniquila.
El Tiempo orada el juvenil adorno,
surca de paralelas la hermosura,
se nutre de supremas maravillas
y nada existe que su hoz no abata.
A pesar de su mano cruel, mi verso
dirá tu elogio en tiempos que esperamos.
LXI
¿En verdad quieres que tu imagen abra
mis párpados al tedio de la noche,
mientras las sombras que se te parecen
de mí se burlan y a mi sueño quiebran?
¿Mandas así fuera de ti tu espíritu,
lejos, para que aceche mis acciones
y mis horas espíe de flaqueza,
que son blanco y dominio de tus celos?
No; tu amor, aunque grande, no lo es tanto:
es el mío el que me abre los dos ojos,
mi propio amor quien mi descanso vence
y en centinela para ti se cambia:
pues por ti velo mientras te desvelas,
muy distante de mi, muy cerca de otros.
LXII
El pecado de amarme se apodera
de mis ojos, de mi alma y de mí todo;
y para este pecado no hay remedio
pues en mi corazón echó raíces.
Pienso que es el más bello mi semblante,
mi forma, entre las puras, la ideal;
y mi valor tan alto conceptúo
que para mí domina a todo mérito.
Pero cuando el espejo me presenta,
tal cual soy, agrietado por los años,
en sentido contrario mi amor leo
que amarse siendo así sería inicuo.
Es a ti, otro yo mismo, a quien elogio,
pintando mi vejez con tu hermosura.
LXV
Si la muerte domina al poderío
de bronce, roca, tierra y mar sin límites,
¿cómo le haría frente la hermosura
cuando es más débil que una flor su fuerza?
Con su hálito de miel, ¿podrá el verano
resistir el asedio de los días,
cuando peñascos y aceradas puertas
no son invulnerables para el Tiempo?
¡Atroz meditación! ¿Dónde ocultarte,
joyel que para su arca el Tiempo quiere?
¿Qué mano detendrá sus pies sutiles?
Y ¿quién prohibirá que te despojen?
Ninguno a menos que un prodigio guarde
el brillo de mi amor en negra tinta.
LXXI
Cuando haya muerto, llórame tan sólo
mientras escuches la campana triste,
anunciadora al mundo de mi fuga
del mundo vil hacia el gusano infame.
Y no evoques, si lees esta rima,
la mano que la escribe, pues te quiero
tanto que hasta tu olvido prefiriera
a saber que te amarga mi memoria.
Pero si acaso miras estos versos
cuando del barro nada me separe,
ni siquiera mi pobre nombre digas
y que tu amor conmigo se marchite,
para que el sabio en tu llorar no indague
y se burle de ti por el ausente.
XCI
Unos se vanaglorian de la estirpe,
del saber, el vigor o la fortuna;
otros, de la elegancia extravagante,
o de halcones, lebreles y caballos;
cada carácter un placer comporta
cuya alegría a las demás excede;
pero estas distinciones no me alcanzan
pues tengo algo mejor que las incluye.
En altura, tu amor vence al linaje;
en soberbia al atuendo; al oro en fausto;
en júbilo al de halcones y corceles.
Teniéndote, todo el orgullo es mío.
Mi única miseria es que pudieras
quitarme todo y en miseria hundirme.
XCIV
Tu capricho y tu edad, según se mire,
provocan tus defectos o tu encanto;
y te aman por tu encanto o tus defectos,
pues tus defectos en encanto mudas.
Lo mismo que a la joya más humilde
valor se da en los dedos de una reina,
se truecan tus errores en verdades
y por cosa legítima se tienen.
¡Cómo engañara el lobo a los corderos,
si en cordero pudiera transformarse!
Y ¡a cuánto admirador extraviarías,
si usaras plenamente tu prestigio!
Mas no lo hagas, pues te quiero tanto
que si es mío tu amor, mía es tu fama.
CVI
Cuando en las crónicas de tiempos idos
veo que a los hermosos se describe
y a la Belleza embellecer la rima
que elogia a damas y señores muertos,
observo que al pintar de sus dechados
la mano, el labio, el pie, la frente, el ojo,
trataba de expresar la pluma arcaica
una belleza como la que tienes.
Así, sus alabanzas son presagios
de nuestro tiempo, que te prefiguran,
y pues no hacían más que adivinarte,
no podían cantarte cual mereces.
En cuanto a aquellos que te contemplamos
con absorta mirada, estamos mudos.
CXXIII
Tiempo, no has de jactarte de mis cambios:
alzas con nuevo brío tus pirámides
y no son para mí nuevas ni extrañas
sino aspectos de formas anteriores.
Por ser corta la vida, nos sorprende
lo antiguo que reiteras y que impones,
cual si fuera lo nuevo que deseamos
y si no conociéramos su historia.
Os desafío a ti y a tus anales;
no me asombran pasado ni presente,
pues tus anales y lo visto engañan
al transformarse mientras te apresuras.
Por mí, te juro que he de ser constante
a pesar de tu hoz y de ti mismo.
CXLVI
Pobre alma, centro de culpable limo
a la que burla, indócil, quien la ciñe,
¿por qué adentro sufrir afán y hambre
si pintas lo exterior de alegre lujo?
Si el contrato es tan breve, ¿por qué gastas
ornando tu morada pasajera?
¿Tendrá por fin tu cuerpo sustentar
al gusano que herede tu derroche?
Vive, alma, a expensas de tu servidor;
que aumenten sus fatigas tu tesoro;
y cambia horas de espuma por divinas.
Sé rica adentro, en vez de serlo afuera.
Devora tú a la Muerte y no la nutras,
pues si ella muere, no podrás morir.
FRANCISCO DE QUEVEDO
«A los moros por dinero;
a los cristianos de balde.»
¿Quién es ésta que lo cumple?
Dígasmelo tú, el romance.
Yo, con mi fe de bautismo,
tras ella bebo los aires;
por moro me tienen todas:
dinero quieren que gaste.
En lenguaje de mujeres,
que es diferente lenguaje,
de balde es dos veces dé,
cosa que no entendió nadie.
Todas me llaman Antón,
todas me cobran Azarque,
y son, al daca y al pido,
mis billetes Alcoranes.
El sombrero que les quito
se les antoja turbante,
y mi prosa, algarabía,
por más español que hable.
Sin duda, romance aleve,
que, por sólo el consonante,
a los pordioseros fieles
les diste alegrón tan grande.
Y aquella maldita hembra,
para burlar el linaje
de los Baldeses de paga,
tocó a barato una tarde.
Iuego que el romance oí,
me llamaba por las calles
cristianísimo, sin miedo
del rey de Francia y sus Pares.
¿Adónde están los cristianos
que gozan de aqueste lance?:
que en el reino de Toledo
los Pedros pagan por Tarfes.
Si la que lo prometiste
en esa cazuela yaces,
más gente harás, si te nombras,
que las banderas de Flandes.
Doña Urraca diz que fue
la del pregón detestable:
que cosa tan mal cumplida
no pudo ser de otras aves.
EDGAR ALAN POE
A Elena
Te vi a punto.
Era una noche de julio,
Noche tibia y perfumada,
Noche diáfana...
De la luna plena límpida,
Límpida como tu alma,
Descendían
Sobre el parque adormecido
Gráciles velos de plata.
Ni una ráfaga
El infinito silencio
Y la quietud perturbaban
En el parque...
Evaporaban las rosas
Los perfumes de sus almas
Para que los recogieras
En aquella noche mágica;
Para que tú los gozases
Su último aliento exhalaban
Como en una muerte dulce,
Como en una muerte lánguida,
Y era una selva encantada,
Y era una noche divina
Llena de místicos sueños
Y claridades fantásticas.
Toda de blanco vestida,
Toda blanca,
Sobre un ramo de violetas
Reclinada
Te veía
Y a las rosas moribundas
Y a ti, una luz tenue y diáfana
Muy suavemente
Alumbraba,
Luz de perla diluida
En un éter de suspiros
Y de evaporadas lágrimas.
¿Qué hado extraño
(¿Fue ventura? ¿Fue desgracia?)
Me condujo aquella noche
Hasta el parque de las rosas
Que exhalaban
Los suspiros perfumados
De sus almas?
Ni una hoja
Susurraba;
No se oía
Una pisada;
Todo mudo,
Todo en sueños,
Menos tú y yo
-¡Cuál me agito
Al unir las dos palabras! -
Menos tú y yo... De repente
Todo cambia.
¡Oh, el parque de los misterios!
¡Oh, la región encantada!
Todo, todo,
Todo cambia.
De la luna la luz límpida
La luz de perla se apaga.
El perfume de las rosas
Muere en las dormidas auras.
Los senderos se oscurecen.
Expiran las violas castas.
Menos tú y yo, todo huye,
Todo muere,
Todo pasa...
Todo se apaga y extingue
Menos tus hondas miradas.
¡Tus dos ojos donde arde tu alma!
Y sólo veo entre sombras
Aquellos ojos brillantes,
¡Oh mi amada! Todo, todo,
Todo cambia.
De la luna la luz límpida
La luz de perla se apaga.
El perfume de las rosas
Muere en las dormidas auras.
Los senderos se oscurecen.
Expiran las violas castas.
Menos tú y yo, todo huye,
Todo muere,
Todo pasa...
Todo se apaga y extingue
Menos tus hondas miradas.
¡Tus dos ojos donde arde tu alma!
Y sólo veo entre sombras
Aquellos ojos brillantes,
¡Oh mi amada!
¿Qué tristezas irreales,
Qué tristezas extrahumanas!
La luz tibia de esos ojos
Leyendas de amor relata.
¡Qué misteriosos dolores,
Qué sublimes esperanzas,
Qué mudas renunciaciones
Expresan aquellos ojos
que en la sombra
Fijan en mí su mirada!
Noche oscura. Ya Diana
Entre turbios nubarrones,
Lentamente,
Hundió la faz plateada,
Y tú sola
En medio de la avenida,
Te deslizas
Irreal, mística y blanca,
Te deslizas y te alejas incorpórea
Cual fantasma.
Sólo flotan tus miradas.
¡Sólo tus ojos perennes,
Tus ojos de honda mirada
Fijos quedan en mi alma!
A través de los espacios y los tiempos,
Marcan,
Marcan mi sendero
Y no me dejan
Cual me dejó la esperanza.
Van siguiéndome, siguiéndome
Como dos estrellas cándidas;
Cual fijas estrellas dobles
En los cielos apareadas
En la noche solitaria.
Ellos solos purifican
Mi alma toda con sus rayos
Y mi corazón abrasan,
Y me prosterno ante ellos
Con adoración extática,
Y en el día
No se ocultan
Cual se ocultó mi esperanza.
De todas partes me siguen
Mirándome fijamente
Con sus místicas miradas.
Misteriosas, divinales
Me persiguen sus miradas
Como dos estrellas fijas,
Como dos estrellas tristes,
¡Como dos estrellas blancas!
Alegre río, tu cristalino fulgor
Alegre río, tu cristalino fulgor,
Tu curso límpido, tu agua errante,
Son un emblema invocador
De la belleza: el corazón abierto,
El risueño serpenteo del arte
En la hija del viejo Alberto.
Mas cuando ella en ti se mira y, de repente,
Tus aguas se iluminan y estremecen,
Entonces, el más bello torrente
Y su humilde devoto se parecen,
Pues ambos llevan su imagen anclada,
Uno en el cauce, otro en el corazón
En ese corazón que su mirada
Intensa, honda, enciende de emoción.
Amigos que por siempre nos dejaron
Amigos que por siempre
Nos dejaron,
Caros amigos para siempre idos,
¡Fuera del Tiempo
Y fuera del Espacio!
Para el alma nutrida de pesares,
Para el transido corazón, acaso.
Arriba
Annabel Lee
Hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar,
Habitaba una doncella cuyo nombre os voy a dar,
Y el nombre que daros puedo es el de Annabel Lee,
Quien vivía para amarme y ser amada por mí.
Yo era un niño y era ella una niña, junto al mar,
En el reino prodigioso que os acabo de nombrar.
Mas nuestro amor fue tan grande como jamás yo presentí,
Mucho más que amor compartimos, yo y mi bella Annabel Lee,
Y los nobles en su estirpe de abolengo señorial,
Los ángeles en el cielo envidiaban tal amor,
Los alados serafines nos miraban con rencor.
Aquel fue el solo motivo, ¡hace tanto tiempo ya!
Por el cual, de los confines del océano y más allá,
Un gélido viento vino de una nube y yo sentí
Congelarse entre mis brazos a mi bella Annabel Lee.
La arrancaron de mi lado en solemne funeral,
A encerrarla la llevaron por la orilla del mar
A un sepulcro en ese reino que se alza junto al mar,
Los arcángeles que no eran tan felices como nosotros dos,
Con envidia nos miraban desde ese Reino que es de Dios.
Ese fue el solo motivo, bien lo podéis preguntar,
Pues lo saben los hidalgos de aquel reino junto al mar,
Por el cual un viento vino de una nube carmesí
Congelando una noche a mi bella Annabel Lee.
Nuestro amor era tan grande y aún más firme en su candor
Que aquel de nuestros mayores, más sabios en el amor.
Ni los ángeles que moran en su cielo tutelar,
Ni los demonios que habitan negros abismos bajo el mar
Podrán apartarme nunca del alma que mora en mí,
Espíritu luminoso de mi bella Annabel Lee.
Pues los astros no se elevan sin traerme la mirada
Celestial que, yo adivino, son los ojos de mi amada.
Y la luna vaporosa jamás brilla ya en vano,
Pues su fulgor es ensueño de mi bella Annabel Lee.
Yazgo al lado de mi amada, mi novia bien amada,
Mientras retumba en la playa la nocturna marejada,
Yazgo en su tumba labrada cerca del mar rumoroso,
En su sepulcro a la orilla del inmenso océano.
Balada nupcial
En mi dedo el anillo,
La guirnalda nupcial mi sien decora;
De sedas y diamantes busco el brillo,
Y soy feliz ahora.
Y mi señor me brinda amor seguro;
Pero al decirme ayer cuánto me adora,
Tembló mi corazón, como al conjuro,
De quien cayó en la guerra, al pie del muro,
Y es feliz ahora.
Pero él tranquilizóme, y en mi frente
Besó la palidez que le enamora.
Y he aquí que en un ensueño, vi presente,
Al muerto D'Elormy: -suyo, en mi frente,
Fue el beso; y suspiré -¡cuán dulcemente!-:
"-¡Ah, soy feliz ahora!"
Y si pude otorgar palabra nueva,
Así el voto juré, y aunque traidora,
Y aunque un luto de amor el alma lleva,
Ved brillar ese anillo que prueba
Que soy feliz ahora.
¡Ah! Ilumíneme Dios aquel pasado,
Pues si sueña o no sueña el alma ignora,
Y el corazón se oprime, y conturbado
Pregúntase, oh Señor, si el olvidado
Será feliz ahora.
De todos cuantos anhelan tu presencia
De todos cuantos anhelan tu presencia como una mañana,
De todos cuantos padecen tu ausencia como una noche,
Como el destierro inapelable del sol sagrado
Allende el firmamento; de todos los dolientes que a cada instante
Te bendicen por la esperanza, por la vida, ah, y sobre todo,
Por haberles devuelto la fe extraviada, enterrada
En la verdad, en la virtud, en la raza del hombre.
De todos aquellos que, cuando agonizaban en el lecho impío
De la desesperanza, se han incorporado de pronto
Al oírte susurrar con dulzura: "¡Que haya luz!",
Al oírte susurrar esas palabras acentuadas
Por el sereno brillo de tus ojos.
De todos tus numerosos deudores, cuya gratitud
Raya la veneración, recuerda, oh no olvides nunca
A tu devoto más ferviente, al más incondicional,
Y piensa que estas líneas vacilantes las habrá escrito él,
Ese que ahora, al escribirlas, se emociona pensando
Que su espíritu comulga con el espíritu de un ángel.
GARCILASO DE LA VEGA
Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por dó me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;
mas cuando del camino estoy olvidado,
a tanto mal no sé por dó he venido:
Sé que me acabo, y más he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.
Yo acabaré, que me entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme,
si quisiere, y aun sabrá querello:
Que pues mi voluntad puede matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,
Pudiendo, ¿qué hará sino hacello?
II
En fin, a vuestras manos he venido,
do sé que he de morir tan apretado,
que aun aliviar con quejas mi cuidado,
como remedio, me es ya defendido;
mi vida no sé en qué se ha sostenido,
si no es en haber sido yo guardado
para que sólo en mí fuese probado
cuanto corta una espada en un rendido.
Mis lágrimas han sido derramadas
donde la sequedad y la aspereza
dieron mal fruto dellas y mi suerte:
¡basten las que por vos tengo lloradas;
no os venguéis más de mí con mi flaqueza;
allá os vengad, señora, con mi muerte!
III
La mar en medio y tierras he dejado
de cuanto bien, cuitado, yo tenía;
y yéndome alejando cada día,
gentes, costumbres, lenguas he pasado.
Ya de volver estoy desconfiado;
pienso remedios en mi fantasía;
y el que más cierto espero es aquel día
que acabará la vida y el cuidado.
De cualquier mal pudiera socorrerme
con veros yo, señora, o esperallo,
si esperallo pudiera sin perdello;
mas no de veros ya para valerme,
si no es morir, ningún remedio hallo,
y si éste lo es, tampoco podré habello.
IV
Un rato se levanta mi esperanza:
mas, cansada de haberse levantado,
torna a caer, que deja, mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza.
¿Quién sufrirá tan áspera mudanza
del bien al mal? ¡Oh corazón cansado!
Esfuerza en la miseria de tu estado;
que tras fortuna suele haber bonanza.
Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos
romper un monte, que otro no rompiera,
de mil inconvenientes muy espeso.
Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,
quitarme de ir a veros, como quiera,
desnudo espirtu u hombre en carne y hueso.
V
Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.
Cuando tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.
VI
Por ásperos caminos he llegado
a parte que de miedo no me muevo;
y si a mudarme a dar un paso pruebo,
y allí por los cabellos soy tornado.
Mas tal estoy, que con la muerte al lado
busco de mi vivir consejo nuevo;
y conozco el mejor y el peor apruebo,
o por costumbre mala o por mi hado.
Por otra parte, el breve tiempo mío,
y el errado proceso de mis años,
en su primer principio y en su medio,
mi inclinación, con quien ya no porfío,
la cierta muerte, fin de tantos daños,
me hacen descuidar de mi remedio.
VII
No pierda más quien ha tanto perdido,
bástate, amor, lo que ha por mí pasado;
válgame agora jamás haber probado
a defenderme de lo que has querido.
Tu templo y sus paredes he vestido
de mis mojadas ropas y adornado,
como acontece a quien ha ya escapado
libre de la tormenta en que se vido.
Yo había jurado nunca más meterme,
a poder mío y mi consentimiento,
en otro tal peligro, como vano.
Mas del que viene no podré valerme;
y en esto no voy contra el juramento;
que ni es como los otros ni en mi mano.
VIII
De aquella vista buena y excelente
salen espirtus vivos y encendidos,
y siendo por mis ojos recibidos,
me pasan hasta donde el mal se siente.
Entránse en el camino fácilmente,
con los míos, de tal calor movidos,
salen fuera de mí como perdidos,
llamados de aquel bien que está presente.
Ausente, en la memoria la imagino;
mis espirtus, pensando que la vían,
se mueven y se encienden sin medida;
mas no hallando fácil el camino,
que los suyos entrando derretían,
revientan por salir do no hay salida.
IX
Señora mía, si yo de vos ausente
en esta vida turo y no me muero,
paréceme que ofendo a lo que os quiero,
y al bien de que gozaba en ser presente;
tras éste luego siento otro accidente,
que es ver que si de vida desespero,
yo pierdo cuanto bien bien de vos espero;
y ansí ando en lo que siento diferente.
En esta diferencia mis sentidos
están, en vuestra ausencia y en porfía,
no sé ya que hacerme en tal tamaño.
Nunca entre sí los veo sino reñidos;
de tal arte pelean noche y día,
que sólo se conciertan en mi daño.
X
¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería,
Juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas!
¿Quién me dijera, cuando las pasadas
horas que en tanto bien por vos me vía,
que me habiáis de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes,
lleváme junto el mal que me dejastes;
si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes, porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.
XI
Hermosas ninfas, que, en el río metidas,
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;
agora estéis labrando embebecidas
o tejiendo las telas delicadas,
agora unas con otras apartadas
contándoos los amores y las vidas:
dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme,
y no os detendréis mucho según ando,
que o no podréis de lástima escucharme,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá despacio consolarme.
XII
Si para refrenar este deseo
loco, imposible, vano, temeroso,
y guarecer de un mal tan peligroso,
que es darme a entender yo lo que no creo.
No me aprovecha verme cual me veo,
o muy aventurado o muy medroso,
en tanta confusión que nunca oso
fiar el mal de mí que lo poseo,
¿qué me ha de aprovechar ver la pintura
de aquél que con las alas derretidas
cayendo, fama y nombre al mar ha dado,
y la del que su fuego y su locura
llora entre aquellas plantas conocidas
apenas en el agua resfrïado?
XIII
A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!
XIV
Como la tierna madre, que el doliente
hijo le está con lágrimas pidiendo
alguna cosa, de la cual comiendo,
sabe que ha de doblarse el mal que siente.
Y aquel piadoso amor no le consiente
que considere el daño que, haciendo
lo que le pide hace, va corriendo
y aplaca el llanto y dobla el accidente,
así a mi enfermo y loco pensamiento,
que en su daño os me pide, yo querría
quitarle este mortal mantenimiento.
Mas pídemele y llora cada día
tanto que cuanto quiere le consiento,
olvidando su muerte, y aun la mía.
XV
Si quejas y lamentos pueden tanto,
que enfrenaron el curso de los ríos,
y en los diversos montes y sombríos
los árboles movieron con su canto;
si convertieron a escuchar su llanto
los fieros tigres, y peñascos fríos;
si, en fin, con menos casos que los míos
bajaron a los reinos del espanto,
¿por qué no ablandará mi trabajosa
vida, en miseria y lágrimas pasada,
un corazón conmigo endurecido?
Con más piedad debría ser escuchada
la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa.
XVI
No las francesas armas odïosas,
en contra puestas del airado pecho,
ni en los guardados muros con pertecho
los tiros y saetas ponzoñosas;
no las escaramuzas peligrosas,
ni aquel fiero rüido contrahecho
de aquel que para Júpiter fue hecho,
por manos de Vulcano artificiosas,
pudieron, aunque más yo me ofrecía
a los peligros de la dura guerra,
quitar una hora sola de mi hado.
Mas infición del aire en sólo un día
me quitó el mundo, y me ha en ti sepultado,
Parténope, tan lejos de mi tierra.
XVII
Pensando que el camino iba derecho,
vine a parar en tanta desventura,
que imaginar no puedo, aún con locura,
algo de que esté un rato satisfecho.
El ancho campo me parece estrecho,
la noche clara para mí es escura;
la dulce compañía, amarga y dura,
y duro campo de batalla el lecho.
Del sueño, si hay alguno, aquella parte
sola, que es imagen de la muerte,
se aviene con el alma fatigada.
En fin que como quiera estoy de arte,
que juzgo ya por hora menos fuerte,
aunque en ella me vi, la que es pasada.
XVIII
Si a vuestra voluntad yo soy de cera,
y por sol tengo sólo vuestra vista,
la cual a quien no inflama o no conquista
con su mirar, es de sentido fuera;
¿de do viene una cosa, que, si fuera
menos veces de mí probada y vista,
según parece que a razón resista,
a mi sentido mismo no creyera?
Y es que yo soy de lejos inflamado
de vuestra ardiente vista y encendido
tanto, que en vida me sostengo apenas;
mas si de cerca soy acometido
de vuestros ojos, luego siento helado
cuajárseme la sangre por las venas.
XIX
Julio, después que me partí llorando
de quien jamás mi pensamiento parte,
y dejé de mi alma aquella parte
que al cuerpo vida y fuerza estaba dando,
de mi bien a mí mismo voy tomando
estrecha cuenta, y siento de tal arte
faltarme todo el bien, que temo en parte
que ha de faltarme el aire sospirando;
y con este temor mi lengua prueba
a razonar con vos, oh dulce amigo,
del amarga memoria de aquel día
en que yo comencé como testigo
a poder dar, del alma vuestra, nueva
y a saberla de vos del alma mía.
XX
Con tal fuerza y vigor son concertados
para mi perdición los duros vientos,
que cortaron mis tiernos pensamientos
luego que sobre mí fueron mostrados.
El mal es que me quedan los cuidados
en salvo destos acontecimientos,
que son duros, y tienen fundamientos
en todos mis sentidos bien echados.
Aunque por otra parte no me duelo,
ya que el bien me dejó con su partida,
del grave mal que en mí está de contino;
antes con él me abrazo y me consuelo;
porque en proceso de tan dura vida
ataje la largueza del camino.
FEDERICO GARCIA LORCA
GRANADA
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
Una vestida de verde,
otra de malva, y la otra,
un corselete escocés
con cintas hasta la cola.
Las que van delante, garzas
la que va detrás, paloma,
abren por las alamedas
muselinas misteriosas.
¡Ay, qué oscura está la Alhambra!
¿Adónde irán las manolas
mientras sufren en la umbría
el surtidor y la rosa?
¿Qué galanes las esperan?
¿Bajo qué mirto reposan?
¿Qué manos roban perfumes
a sus dos flores redondas?
Nadie va con ellas, nadie;
dos garzas y una paloma.
Pero en el mundo hay galanes
que se tapan con las hojas.
La catedral ha dejado
bronces que la brisa toma;
El Genil duerme a sus bueyes
y el Dauro a sus mariposas.
La noche viene cargada
con sus colinas de sombra;
una enseña los zapatos
entre volantes de blonda;
la mayor abre sus ojos
y la menor los entorna.
¿Quién serán aquellas tres
de alto pecho y larga cola?
¿Por qué agitan los pañuelos?
¿Adónde irán a estas horas?
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
LLUVIA
La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.
Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.
La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.
El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.
Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.
Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.
¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!
¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.
El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentagrama sin clave.
Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.
¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!
CANCION OTOÑAL
Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas,
pero mi senda se pierde
en el alma de la niebla.
La luz me troncha las alas
y el dolor de mi tristeza
va mojando los recuerdos
en la fuente de la idea.
Todas las rosas son blancas,
tan blancas como mi pena,
y no son las rosas blancas,
que ha nevado sobre ellas.
Antes tuvieron el iris.
También sobre el alma nieva.
La nieve del alma tiene
copos de besos y escenas
que se hundieron en la sombra
o en la luz del que las piensa.
La nieve cae de las rosas,
pero la del alma queda,
y la garra de los años
hace un sudario con ellas.
¿Se deshelará la nieve
cuando la muerte nos lleva?
¿O después habrá otra nieve
y otras rosas más perfectas?
¿Será la paz con nosotros
como Cristo nos enseña?
¿O nunca será posible
la solución del problema?
¿Y si el amor nos engaña?
¿Quién la vida nos alienta
si el crepúsculo nos hunde
en la verdadera ciencia
del Bien que quizá no exista,
y del Mal que late cerca?
¿Si la esperanza se apaga
y la Babel se comienza,
qué antorcha iluminará
los caminos en la Tierra?
¿Si el azul es un ensueño,
qué será de la inocencia?
¿Qué será del corazón
si el Amor no tiene flechas?
¿Y si la muerte es la muerte,
qué será de los poetas
y de las cosas dormidas
que ya nadie las recuerda?
¡Oh sol de las esperanzas!
¡Agua clara! ¡Luna nueva!
¡Corazones de los niños!
¡Almas rudas de las piedras!
Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas
y todas las rosas son
tan blancas como mi pena.
JOHN MILTON
El paraíso perdido (fragmento)
Canta celeste Musa la primera desobediencia del hombre.
Y el fruto de aquel árbol prohibido cuyo funesto manjar
Trajo la muerte al mundo y todos nuestros males
Con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre, más grande,
Reconquistó para nosotros la mansión bienaventurada.
En la secreta cima del Oreb o del Sinaí tú inspiraste
A aquel pastor que fue el primero en enseñar a la escogida grey
Cómo en su principio salieron del caos los cielos y la tierra;
Y si te place más la colina de Sión o el arroyo de Siloé
Que se deslizaba rápido junto al oráculo de Dios,
Allí invocaré tu auxilio en favor de mi osado canto;
Que no con débil vuelo pretendo remontarme
Sobre el monte Aonio al empeñarme en un asunto
Que ni en prosa ni en verso nadie intentó jamás.
Y tú singularmente ¡Oh Espíritu! que prefieres
A todos los templos un corazón recto y puro,
Inspírame tu sabiduría. Tú estabas presente desde el principio
Y desplegando como una paloma tus poderosas alas
Cubriste el vasto abismo haciéndolo fecundo,
Ilumina mi oscuridad; realza y alienta mi bajeza
Para que desde la altura de este gran propósito
Pueda glorificar a la Providencia eterna
Justificando las miras de Dios para con los hombres.
Di ante todo, ya que ni la celestial esfera
Ni la profunda extensión del infierno ocultan nada a tu vista,
Di qué causa movió a nuestros primeros padres,
Tan favorecidos del cielo en su feliz estado,
A separarse de su Creador e incurrir en la única prohibición
Que les impuso siendo señores del mundo todo.
¿Quién fue el primero que los incitó a su infame rebelión?
La infernal Serpiente. Ella con su malicia animada
Por la envidia y el deseo de venganza
Engañó a la Madre del género humano.
Por su orgullo había sido arrojada del cielo
Con toda su hueste de ángeles rebeldes
Y con el auxilio de éstos, no bastándole eclipsar
La gloria de sus próceres, confiaba en igualarse
Al Altísimo si el Altísimo se le oponía.
El paraíso perdido (fragmento)
¡Salud, mundo infernal! Y tú, profundo Averno,
Recibe a tu nuevo señor, cuyo espíritu
No cambiará nunca, ni con el tiempo, ni en lugar alguno.
El espíritu vive en sí mismo, y en sí mismo
Puede hacer un cielo del infierno, o un infierno del cielo.
¿Qué importa el lugar donde yo resida,si soy el mismo que era,
Si lo soy todo, aunque inferior a aquel
A quien el trueno ha hecho más poderoso?
Aquí, al menos, seremos libres,
Pues no ha de haber hecho el Omnipotente este sitio
Para envidiárnoslo, ni querrá, por lo tanto, expulsarnos de él;
Aquí podremos reinar con seguridad, y para mí,
Reinar es ambición digna, aun cuando sea sobre el infierno,
Porque más vale reinar aquí, que servir en el cielo.
Pero, ¿dejaremos a nuestros fieles amigos,
A los partícipes y compañeros de nuestra ruina,
Yacer anonadados en el lago del olvido?
¿No hemos de invitarlos a que compartan con nosotros
Esta triste mansión, o intentar una vez más,
Con nuestras fuerzas reunidas, si hay todavía algo que
Recobrar en el cielo, o más que perder en el infierno?"
CHARLES BAUSELAIRE
El albatros
Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!
El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.
Elevación
Por encima de estanques, por encima de valles,
De montañas y bosques, de mares y de nubes,
Más allá de los soles, más allá de los éteres,
Más allá del confín de estrelladas esferas,
Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad
Y como un nadador que se extasía en las olas,
Alegremente surcas la inmensidad profunda
Con voluptuosidad indecible y viril.
Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas,
Sube a purificarte al aire superior
Y apura, como un noble y divino licor,
La luz clara que inunda los límpidos espacios.
Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!
Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras,
Levantan hacia el cielo matutino su vuelo
-¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo,
La lengua de las flores y de las cosas mudas!
Arthur Rimbaud
Sueño para el invierno
En el invierno viajaremos en un vagón de tren
con asientos azules.
Seremos felices. Habrá un nido de besos
oculto en los rincones.
Cerrarán sus ojos para no ver los gestos en las últimas sombras,
esos monstruos huidizos, multitudes oscuras
de demonios y lobos.
Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño...
un beso muy pequeño como una araña suave
correrá por tu cuello...
Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara
-y tardaremos mucho en hallar esa araña,
por demás indiscreta.
paul verlaine
Primavera
Tiernamente la joven mujer de cabello rojizo
Conmovida ante tanta inocencia
Le dijo a la rubia muchacha
Estas palabras en suave voz
"Savia que se eleva; flores que se abren
tu juventud es una glorieta
permite a mis dedos vagar por la hierba
donde se estremece el capullo de la rosa
Déjame por entre el herbaje puro
Beber las gotas del rocío
Que humedece a la tierna rosa,..
De modo que el placer, mi cariño
Avive tu rostro
Como el amanecer el azul del cielo
Su adorado cuerpo bello, armonioso
Perfumado, blanco como el blanco
Rosa, emblanquecido con pura leche, rosado
Como un lirio bajo un cielo púrpura
Bellos los muslos, enhiestos los pechos
Tu espalda, hombros, vientre, un banquete
Para los ojos y para las curiosas manos
Para los labios y todos los sentidos
"Pequeña niña, deja ver si tu lecho
tiene aún debajo de la roja cortina
la hermosa almohada que lleva
y las salvajes sábanas. Oh a tu lecho.
William Blake
Para ver el mundo en un grano de arena,
Y el Cielo en una flor silvestre,
Abarca el infinito en la palma de tu mano
Y la eternidad en una hora.
Aquel que se liga a una alegría
Hace esfumar el fluir de la vida;
Aquél quien besa la joya cuando esta cruza su camino
Vive en el amanecer de la eternidad.
Tú, rubio ángel de la noche
Ahora, cuando el sol descansa sobre las montañas, la luz
abrillanta la antorcha del amor; tu radiante corona
¡ ponla y sonríe sobre nuestro lecho nocturno !
Sonríe a nuestros amores,
y mientras echas las azules cortinas del cielo,
esparce tu helada de plata sobre cada flor que cierra sus dulces ojos
con oportuno sueño.
Deja que tu viento del este duerma sobre el lago;
habla el silencio con tus parpadeantes ojos,
Y lava la oscuridad con plata. Pronto, muy pronto,
te retiras, entonces el lobo se enfurece,
y el león se queda a través del bosque pardo,
Las pelajes de nuestros rebaños están cubiertos con tu sagrada helada,
protégelos con tu influencia.
El árbol que mueve algunos a lágrimas de felicidad,
en la Mirada de otros no es más que un objeto Verde
que se interpone en el camino.
Algunas personas Ven la Naturaleza como algo Ridículo y Deforme,
pero para ellos no dirijo mi discurso;
y aun algunos pocos no ven en la naturaleza nada en especial.
Pero para los ojos de la persona de imaginación,
la Naturaleza es imaginación misma.
Así como un hombre es, ve.
Así como el ojo es formado, así es como sus potencias quedan establecidas.
"No poseo nombre:
pero nací hace dos días."
¿Cómo te llamaré?
"Soy feliz.
Me llamo alegría."
¡Que el dulce júbilo sea contigo!
¡Bonita alegría!
Dulce alegría, de apenas dos días,
te llamo dulce alegría:
así tú sonríes,
mientras yo canto.
¡Que el dulce júbilo sea contigo!
Cuando los verdes bosques ríen con la voz del júbilo,
y el arroyo encrespado se desplaza riendo;
cuando ríe el aire con nuestras divertidas ocurrencias,
y la verde colina ríe del estrépito que hacemos;
cuando los prados ríen con vívidos verdes,
y ríe la langosta ante la escena gozosa;
cuando Mary y Susan y Emily
cantan "¡ja, ja, ji!" con sus dulces bocas redondas.
Cuando los pájaros pintados ríen en la sombra
donde nuestra mesa desborda de cerezas y nueces,
acercaos y alegraos, y uníos a mí,
para cantar en dulce coro el "¡ja, ja, ji!"
Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?
¿En qué profundidades distantes,
en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?
¿Y qué hombro, y qué arte
pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?
¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque?
¿Qué tremendas garras osaron
sus mortales terrores dominar?
Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?
Tigre, tigre, que te enciendes en luz,
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?
¡ Despierta, despierta, mi pequeño !
Tú eras la única alegría de tu madre;
¿Por qué lloras en tu sueño tranquilo?
¡Despierta! Tu padre te protege.
Oh, ¿que tierra es la Tierra de los Sueños?
¿Cuáles son sus montañas, y cuáles sus ríos?
¡Oh padre! Allí vi a mi madre,
Entre los lirios junto a las bellas aguas.
Entre los corderos, vestida de blanco,
Caminaba con su Thomas en dulce deleite.
Lloré de alegría, como una paloma me lamento;
¡Oh! ¿Cuándo volveré allí?
Querido hijo, también yo junto a ríos placenteros
He caminado la noche entera en la Tierra de los Sueños;
Pero por serenas y cálidas que fuesen las anchas aguas,
No pude llegar hasta la otra orilla.
¡Padre, oh padre! ¿Qué hacemos aquí
En esta tierra de incredulidad y temor?
La Tierra de los Sueños es mucho mejor, allá lejos,
Por sobre la luz del lucero del alba
Constantino Cavafis
LA CIUDAD
Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí".
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.
Walt Whitman
Creo que una brizna de hierba
Creo que una brizna de hierba no es inferior a la jornada de los
astros
Y que la hormiga no es menos perfecta ni lo es un grano de arena
Y que el escorzo es una obra de arte para los gustos más
exigentes
Y que la articulación más pequeña de mi mano es un escarnio
para todas las máquinas.
Quédate conmigo este día y esta noche y poseerás el origen de
todos los poemas.
Creo en ti, alma mía, el otro que soy no debe humillarse ante ti,
Ni tú debes humillarte ante el otro.
Retoza conmigo sobre la hierba, borra el freno de tu garganta.
Creo que podría retornar y vivir con los animales, ellos son tan
plácidos y autónomos.
Me detengo y los observo largo rato.
Ellos no se impacientan ni se lamentan de su situación.
No lloran sus pecados en la oscuridad de un cuarto.
No me fastidian con sus discusiones sobre sus deberes hacia
Dios.
Ninguno está descontento. Ninguno padece la manía de poseer
objetos.
Ninguno se arrodilla ante otro ni ante los antepasados que
vivieron hace milenios.
Ninguno es respetable o desdichado en toda la faz de la tierra.
Así me muestran su relación conmigo y yo así lo acepto.
No pregunto quién eres, eso carece de importancia para mí.
No puedes hacer ni ser más que aquello que yo te inculco.
Fernando Pessoa
A veces, y el sueño es triste
A veces, y el sueño es triste,
En mis deseos existe
Lejanamente un país
Donde ser feliz consiste
Solamente en ser feliz.
Se vive como se nace,
Sin querer y sin saber.
En esa ilusión de ser,
El tiempo muere y renace
Sin que se sienta correr.
El sentir y el desear
No existen en esa tierra.
Y no es el amor amar
En el país donde yerra
Mi lejano divagar.
Ni se sueña ni se vive:
Es una infancia sin fin.
Y parece que revive
Ese imposible jardín
Que con suavidad recibe.
Elizabeth Barret Browning
Almas de flores
Elizabeth Barret Browning
Nos quedamos contigo, rezagadas,
las últimas de aquella muchedumbre,
como voz de quien canta
y sus propias canciones le enamoran.
Somos perfume y alma
de la flor y el capullo.
Tus pensamientos nos llevamos, cuando
nuestro aliento respiras,
hacia los amarantos de esplendores,
que en las colinas arden,
hacia tiernas campanas de los lirios
y grises heliotropos;
hacia llanos cubiertos de amapolas, que guardan
tal aliento de sueño y tal sonrojo,
que, al cruzarlas, los ángeles
habrán de parecerte más blancos todavía;
hacia el sesgo del río, de ajo silvestre orlado,
donde te solazaste un día entero,
hasta que tu sonrisa trocábase en devota
y el rezo florecía;
hacia la rosa oculta en el boscaje,
que vertía sus gotas de rocío en tu sueño;
y hacia aquellos asfódelos floridos
donde tu paso hundiste.
Tiramos de tu ropa
y tu pelo alisamos;
desfallecemos entre nuestras quejas
y sufrimos, perdidas por los aires.
Aléjate de mí...
Aléjate de mí. Mas sé que, para siempre,
he de estar en tu sombra. Ya nunca, solitaria,
irguiéndome en los mismos umbrales de mi vida
recóndita, podré gobernar los impulsos
de mi alma, ni alzar la mano como antaño,
al sol, serenamente, sin que perciba en ella
lo que intenté hasta ahora apartar: el contacto
de tu mano en la mía. Esta anchurosa tierra
con que quiso alejarnos el destino, en el mío
deja tu corazón, con latir doble. En todo
lo que hiciere o soñare estás presente, como
en el vino el sabor de las uvas. Y cuando
por mí rezo al Señor, en mis ruegos tu nombre
escucha y ve en mis ojos mezclarse nuestras lágrimas.
Elio Campos
Elio Vacía, por dentro y por fuera
Entre los vientos que soplan
solo los de primavera
traen verdades
las que se robaron a las flores.
Tu robas sueños
y los cargas como el viento
pero te olvidas
esas flores lo lloraran
cuando eso pase
caerán al vacío
y se depositaran
sobre otra flor
que escucho el llanto “entre tu viento”
la acunara
transformándola en una nueva flor
más bella, más amada.
Y tú
seguirás tu camino
solo soplando
hasta ser, solo viento frío.
Elio Campos
RAINER MARIA RILKE
Canción de amor
¿Cómo sujetar mi alma para
que no roce la tuya?
¿Cómo debo elevarla
hasta las otras cosas, sobre ti?
Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
en un rincón extraño y mudo
donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse.
Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
nos une, como un golpe de arco,
que una sola voz arranca de dos cuerdas.
¿En qué instrumento nos tensaron?
¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
¡Oh, dulce canto!
Canciones de los ángeles
No he soltado a mi ángel mucho tiempo,
y se me ha vuelto pobre entre los brazos,
se hizo pequeño, y yo me hacía grande:
de repente yo fui la compasión;
y él, solamente. un ruego tembloroso.
Le .di su cielo entonces: me dejó
él lo cercano, de que él se marchaba;
a cernerse aprendió. yo aprendí vida,
y nos reconocimos . lentamente...
Aunque mi ángel no tiene ya deber,
por mi día más fuerte desplazado,
baja a veces su rostro con nostalgia,
como si no quisiera ya su cielo.
Querría alzar de nuevo, de mis pobres
días, sobre las cimas de los bosques
rumorosos, mis pálidas plegarias
basta la patria de los querubines.
Allí llevó mi llanto originario
y pensamientos; y mis diminutos
dolores se volvieron allí bosques
que susurran sobre él...
Sí algún día, en las tierras de la vida,
entre el ruido de feria y de mercado,
la palidez olvido de mi infancia
florecida, y olvido el primer ángel,
su bondad, sus ropajes y sus manos
en oración, su mano bendiciendo;
conservaré en mis sueños más secretos
siempre el plegarse de esas alas,
que como un ciprés blanco
quedaban detrás de él...
Sus manos se quedaron como ciegos
pájaros que, engañados por el sol,
cuando, sobre las olas, los demás
se fueron a perennes primaveras,
han de afrontar los vientos invernales
en los tilos vacíos, sin follaje.
Había en sus mejillas la vergüenza
de las novias, que el espanto del alma
tapan con púrpuras oscuras
ante el esposo.
Y en los ojos había
resplandor del primer día:
pero sobre todo
descollaban las alas portadoras...
Había expectación en la llanura
por un huésped que no acudió jamás:
aún pregunta tal vez el jardín trémulo:
su sonrisa después se vuelve inválida.
Y por los barrizales aburridos
se empobrece en la tarde la alameda,
las manzanas se angustian en las ramas
y les hacen sufrir todos los vientos.
Es donde están las últimas cabañas
y casas nuevas que, con pecho angosto,
se asoman estrujadas, entre andamios miedosos,
quieren saber dónde empieza el campo.
Allí la primavera siempre es pálida, a medias,
el verano es febril tras esas tablas:
enferman los ciruelos y los niños,
y tan sólo el otoño allí tiene algo
de remoto y conciliador: a veces
son sus tardes de suave derretirse:
dormitan las ovejas, y el pastor con zamarra
se apoya, oscuro, en la última farola.
Alguna vez ocurre en la honda noche
que se despierta el viento, como un niño,
y pasa la alameda, solitario,
quedo, quedo, llegando hasta la aldea.
Y a tientas va marchando hasta el estanque
y se para después a oír en torno:
y las casas están pálidas todas
y las encinas mudas...
GUSTAVO ADOLFO BECQUER
Como se arranca el hierro de una herida
su amor de las entrañas me arranqué,
¡aunque sentí al hacerlo que la vida
me arrancaba con él!
Del altar que le alcé en el alma mía
la Voluntad su imagen arrojó,
y la luz de la fe que en ella ardía
ante el ara desierta se apagó.
Aun para combatir mi firme empeño
viene a mi mente su visión tenaz...
¡Cuándo podré dormir con ese sueño
en que acaba el soñar!
Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin o con los ojos
o con el pensamiento.
Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo
y me incliné un momento,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡Tan hondo era y tan negro!
En la clave del arco mal seguro
cuyas piedras el tiempo enrojeció,
obra de cincel rudo campeaba
el gótico blasón.
Penacho de su yelmo de granito,
la yedra que colgaba en derredor
daba sombra al escudo en que una mano
tenía un corazón.
A contemplarle en la desierta plaza
nos paramos los dos.
Y, ese, me dijo, es el cabal emblema
de mi constante amor.
¡Ay!, es verdad lo que me dijo entonces:
verdad que el corazón
lo llevará en la mano... en cualquier parte...
pero en el pecho no.
¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
¿sabes tú a dónde va?
Las ondas tienen vaga armonía,
las violetas suave olor,
brumas de plata la noche fría,
luz y oro el día,
yo algo mejor;
¡yo tengo Amor!
Aura de aplausos, nube radiosa,
ola de envidia que besa el pie.
Isla de sueños donde reposa
el alma ansiosa.
Dulce embriaguez
¡la Gloria es!
Ascua encendida es el tesoro,
sombra que huye la vanidad.
Todo es mentira: la gloria, el oro,
lo que yo adoro
sólo es verdad:
¡la Libertad!
Así los barqueros pasaban cantando
la eterna canción
y a golpe de remo saltaba la espuma
y heríala el sol.
-¿Te embarcas? gritaban, y yo sonriendo
les dije al pasar:
Yo ya me he embarcado, por señas que aún tengo
la ropa en la playa tendida a secar.
Rubén Darío
LOS TRES REYES MAGOS
Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!
Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. Él es la luz del día.
¡La blanca flor tiene sus pies en lodo
y en el placer hay la melancolía!
Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. Él es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.
Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor, ya su fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida!.
PABLO NERUDA
Amor
Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte
la leche de los senos como de un manantial,
por mirarte y sentirte a mi lado, y tenerte
en la risa de oro y la voz de cristal.
Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos
y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,
porque tu ser pasara sin pena al lado mío
y saliera en la estrofa --limpio de todo mal--.
¡Cómo sabría amarte, mujer cómo sabría
amarte, amarte como nadie supo jamás!
Morir y todavía
amarte más.
Y todavía
amarte más.
Ángela Adónica
Hoy me he tendido junto a una joven pura
como a la orilla de un océano blanco,
como en el centro de una ardiente estrella
de lento espacio.
De su mirada largamente verde
la luz caía como un agua seca,
en transparentes y profundos círculos
de fresca fuerza.
Su pecho como un fuego de dos llamas
ardía en dos regiones levantado,
y en doble río llegaba a sus pies,
grandes y claros.
Un clima de oro maduraba apenas
las diurnas longitudes de su cuerpo
llenándolo de frutas extendidas
y oculto fuego.
Mario Benedetti
TÁCTICA Y ESTRATEGIA
Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible
mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo
ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos
mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo
ni sé
con qué pretexto
por fin
me necesites.
LORD BIRON
Acuérdate de mí
Llora en silencio mi alma solitaria,
excepto cuando está mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza
de mutuo suspirar y mutuo amor.
Es la llama de mi alma cual lumbrera,
que brilla en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna...
ni la muerte la puede aniquilar.
¡Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba
no pases, no, sin darme una oración;
para mi alma no habrá mayor tortura
que el saber que olvidaste mi dolor.
Oye mi última voz. No es un delito
rogar por los que fueron. Yo jamás
te pedí nada: al expirar te exijo
que vengas a mi tumba a sollozar.
Adiós
¡Adiós! si dicha se concede al hombre
de una plegaria en premio, ésta tu nombre
elevará hasta el trono del Señor.
Promesas, quejas, llanto, fueran vanos;
más que el lloro, exprimido, ya sangrante,
de ojos sin luz, tenaz remordimiento
esta palabra dice... ¡Adiós! ¡Adiós!
Secos están mis ojos, extinguida
mi voz, pero al dejarte, de mi vida
se adueña para siempre un gran dolor.
Aunque el pesar y la pasión torturan
mi corazón, quejarse no le es dado...
Yo sólo sé que en vano hemos amado...
Sólo puedo sentir... ¡Adiós! adiós.
Al cumplir mis 36 años
¡Calma, corazón, ten calma!
¿A qué lates, si no abates
ya ni alegras a otra alma?
¿A qué lates?
Mi vida, verde parral,
dio ya su fruto y su flor,
amarillea, otoñal,
sin amor.
Más no pongamos mal ceño!
¡No pensemos, no pensemos!
Démonos al alto empeño
que tenemos.
Mira: Armas, banderas, campo
de batalla, y la victoria,
y Grecia. ¿No vale un lampo
de esta gloria?
¡Despierta! A Hélade no toques,
Ya Hélade despierta está.
Invócate a ti. No invoques
más allá
Viejo volcán enfriado
es mi llama; al firmamento
alza su ardor apagado.
¡Ah momento!
Temor y esperanza mueren.
Dolor y placer huyeron.
Ni me curan ni me hieren.
No son. Fueron.
¿A qué vivir, correr suerte,
si la juventud tu sien
ya no adorna? He aquí tu
muerte.
Y está bien.
Tras tanta palabra dicha,
el silencio. Es lo mejor.
En el silencio ¿no hay dicha?
y hay valor.
Lo que tantos han hallado
buscar ahora para ti:
una tumba de soldado.
Y hela aquí.
Todo cansa todo pasa.
Una mirada hacia atrás,
y marchémonos a casa.
Allí hay paz.
PERCY SHELLEY
A una alondra
¡Sé bienvenido, jubiloso espíritu!
No fuiste nunca un pájaro,
tú, que desde los cielos o cerca de sus lindes,
el corazón derramas
en profusos acentos, con arte no pensado.
Alta, siempre más alta,
de la tierra te lanzas
como nube de fuego;
por el azul revuelas
y cantando, te ciernes y, cerniéndote, cantas.
En dorados relámpagos
del sol, ya trasmontado,
donde se encienden nubes,
flotas tú y te deslizas
como gozo sin cuerpo que empieza su carrera.
La tardecita pálida y purpúrea, en torno
de tu vuelo se funde:
como estrella del cielo,
al ser día, invisible
eres tú, pero escucho tu voz dulce y aguda,
fina como las flechas
de la esfera de plata,
cuya viva luz mengua
en la blanca alborada,
y ya, sin verla apenas, lejana la sentimos.
Todo el aire y la tierra
de tus trinos se colman:
así, en la noche pura,
desde una nube sola,
derrama luz la luna y se inundan los cielos.
No sabemos quién eres.
Ya ti más parecido
¿qué habrá? De la irisada nube no fluyen nunca
gotas tan radiantes,
como de tu presencia nos llueven melodías.
Así un poeta oculto
en luz de pensamientos,
que entona sus canciones,
hasta sentir el mundo
temores y esperanzas que no advirtiera nunca.
Así un alta doncella
en torre de un palacio,
que alivia pesadumbres
de amor secretamente, con música tan dulce
como el amor, fluyendo de su estancia.
Tal dorada luciérnaga
en valle de rocío,
que esparce, sin ser vista,
aéreos, sus fulgores,
entre flores y hierba que a los ojos la ocultan.
Cual rosa retirada
entre sus hojas verdes,
deshojada por brisas
tibias, hasta que sienten desmayo, por exceso
de aroma, sus ladrones de vuelo fatigado.
Al son de los chubascos
de primavera, en hierbas relucientes,
a flores despertadas por la lluvia,
a todo lo que hubiere
de alegre, claro y fresco, tu música aventaja.
Dinos, ave o espíritu,
tus dulces pensamientos:
nunca oí una alabanza
del amor o del vino,
que tan divino arrobo, ardiente, derramara.
Los coros de Himeneo,
los cantos de victoria,
junto a los tuyos fueran
ostentación vacía,
aquello en que se siente alguna falla oculta.
JOHN KEAT
A quien en la ciudad estuvo largo tiempo
A quien en la ciudad estuvo largo tiempo
confinado, le es dulce contemplar la serena
y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria
hacia la gran sonrisa del azul.
¿Quién más feliz, entonces, si, con el alma alegre,
se hunde, fatigado, en la blanda yacija
de la hierba ondulante y lee una acabada,
una gentil historia de amor y languidez?
Si, atardecido, vuelve al hogar, ya en su oído
la voz de Filomela, y acechando sus ojos
la fúlgida carrera de una pequeña nube,
lamenta el deslizarse del presuroso día,
desvanecido como la lágrima de un ángel
que cae por el éter claro, calladamente.
A Reynolds
¿DÓNDE hallar al poeta? Nueve Musas,
mostrádmelo, que Pueda conocerlo.
Es aquel hombre que ante cualquier hombre
como un igual se siente, aunque fuere el monarca
o el más pobre de toda la tropa de mendigos;
o es tal vez una cosa de maravilla: un hombre
entre el simio y Platón;
es quien, a una con el pájaro,
reyezuelo o bien águila, el camino descubre
que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado
el rugir del león, y nos diría
lo que expresa aquella áspera garganta;
y el bramido del tigre
le llega articulado y se le adentra,
como lengua materna, en el oído.
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  • 1. SAFO DE LEBOLS Bajo tierra estarás Bajo tierra estarás, nunca de ti, muerta, memoria habrá ni añoranza; que a ti de este rosal nada las Musas dan; ignorada también, tú marcharás a esa infernal mansión, y volando errarás, siempre sin luz, junto a los muertos tú. De la hermosa luna De la hermosa luna los astros cerca hacia atrás ocultan luciente el rostro cuando aquella brilla del todo llena sobre la tierra... Desde Creta ven, Afrodita Desde Creta ven, Afrodita, aquí a este sacro templo, que un bello bosque de manzanos hay, y el incienso humea ya en los altares; suena fresca el agua por los manzanos y las rosas dan al lugar su sombra, y un profundo sueño de aquellas hojas trémulas baja; pasto de caballos, el prado allí lleno está de flores de primavera
  • 2. y las brisas soplan oliendo a miel... Ven, chipriota, aquí y, tras tomar guirnaldas, en doradas copas alegremente mezclarás el néctar para escanciarlo con la alegría Dicen que una tropa de carros Dicen que una tropa de carros unos, otros que de infantes, de naves otros, es lo más hermoso en la negra tierra; que uno ama. Y es sencillo hacer que cualquiera entienda esto, pues Helena, que aventajaba en belleza a todos, a su marido, alto en honores, lo dejó y se fue por el mar a Troya, y ni de su hija o sus propios padres quiso ya acordarse, pues fue llevada y esto me recuerda que mi Anactoria no está presente, de ella ver quisiera su andar amable y la clara luz de su rostro antes que a los carros lidios o a mil guerreros llenos de armas. En mi sueño cerca se me aparece En mi sueño cerca se me aparece tu graciosa imagen, sagrada Hera, la que los ilustres reyes Atridas vieron con ruegos; pues llegado el fin de la empresa de Ares, junto al Escamandro voraginoso, no pudieron ir desde aquí sus naves hasta su casa sin hacer ofrendas a ti y a Zeus
  • 3. y al amable dios que engendró Tiona. Sacrificios puros te ofrece el pueblo hoy como entonces: las doncellas traen un hermoso peplo y a tu altar se agrupa junto con ellas la apretada fila de las mujeres... Inmortal celeste Inmortal celeste, de ornado trono, dolotrenzadora, Afrodita, atiende: no atormentes más con pesar y angustias mi alma, señora, sino ven aquí, si mi voz de lejos otra vez oíste y me escuchaste y dejando atrás la dorada casa patria viniste, tras uncir el carro: gorriones lindos a la negra tierra tiraban prestos con sus fuertes alas batiendo el aire desde los cielos. Y llegaron pronto, y tú, dichosa, con divino rostro me sonreías preguntando qué me pasaba, a qué otra vez te llamaba y que qué prefiero que en mi alma loca me suceda ahora: « ¿A quién deseas que a tu amor yo lleve? Ay dime, Safo, ¿quién te hace daño? Pues, si huyó de ti, pronto irá a buscarte; si aceptar no quiso, dará regalos; te amará bien pronto, si no te ama, aun sin quererlo». Ven también ahora y de amargas penas líbrame, y otorga lo que mi alma
  • 4. ver cumplido ansía, y en esta guerra, sé mi aliada. Me parece igual a los dioses Me parece igual a los dioses ese hombre que ahora está frente a ti sentado, y tu dulce voz a tu lado escucha mientras le hablas y tu amable risa; lo cual, te juro, en mi pecho el alma saltar ha hecho: pues te miro apenas y mis palabras ya no me salen se me queda rota la lengua y, suave, por la piel un fuego me corre al punto, por mis ojos ya nada veo, y oigo sólo un zumbido, me destila un frío sudor y entera un temblor me apresa, y cual la paja amarilla estoy y mi muerte siento poco alejada. Pero todo habrá que sufrirlo, incluso... Muéstrate, Gongula ... muéstrate, Gongula, que aquí te llamo ven con tu vestido color de leche: ¡cómo vuela ahora el deseo en torno a tu belleza! pues con sólo ver tu pequeña capa siento ya el hechizo, y estoy contenta
  • 5. de que sea la diosa nacida en Chipre quien te reprocha Sigue siendo mi amigo Sigue siendo mi amigo pero busca una esposa más fresca, que vivir no podría contigo siendo yo la más vieja. Y la noche entera con sus canciones ... y la noche entera con sus canciones celebrando pasan tu amor las virgenes y el de tu mujer de florido seno, junto a la puerta; mas, despierta, novio, que los amigos de tu edad te esperan; puese deseamos ver hoy menos sueño que los pardales gorgoriteantes. Y cuando te miro de frente creo ... y cuando te miro de frente creo que jamás Hermíona fue tan bella y que no está mal que a la rubia Helena yo te compare. De verdad que morir yo quiero de verdad que morir yo quiero pues aquella llorando se fue de mí. Y al marchar me decía: Ay, Safo, qué terrible dolor el nuestro que sin yo desearlo me voy de ti. Pero yo contestaba entonces: No me olvides y vete alegre
  • 6. sabes bien el amor que por ti sentí, y, si no, recordarte quiero, por si acaso a olvidarlo llegas, cuánto hermoso a las dos nos pasó y feliz: las coronas de rosas tantas y violetas también que tú junto a mí te ponías después allí, las guirnaldas que tú trenzabas y que en torno a tu tierno cuello enredabas haciendo con flores mil, perfumado tu cuerpo luego con aceite de nardo todo y con leche y aceite del de jazmín. recostada en el blando lecho, delicada muchacha en flor, al deseo dejabas tú ya salir. Y ni fiesta jamás ni danza, ni tampoco un sagrado bosque al que tú no quisieras conmigo ir. … ...pienso yo que jamás ...pienso yo que jamás joven habrá viendo la luz del sol, que se pueda decir que en su saber se te parezca a ti... ...ponte guirnaldas, oh Dica ...ponte guirnaldas, oh Dica, por tus graciosos cabellos tras enlazar con tus manos suaves los tallos de eneldo, que hasta las flores las Gracias siempre felices se acercan, pero rechazan la vista de quien guirnaldas no lleva.
  • 7. WILLIAN SHEPIARE I De los hermosos el retoño ansiamos para que su rosal no muera nunca, pues cuando el tiempo su esplendor marchite guardará su memoria su heredero. Pero tú, que tus propios ojos amas, para nutrir la luz, tu esencia quemas y hambre produces en donde hay hartura, demasiado cruel y hostil contigo. Tú que eres hoy del mundo fresco adorno, pregón de la radiante primavera, sepultas tu poder en el capullo, dulce egoísta que malgasta ahorrando. Del mundo ten piedad: que tú y la tumba, ávidos, lo que es suyo no devoren. II Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos y ahonden surcos en tu prado hermoso, tu juventud, altiva vestidura, será un andrajo que no mira nadie. Y si por tu belleza preguntaran, tesoro de tu tiempo apasionado, decir que yace en tus sumidos ojos dará motivo a escarnios o falsías. ¡Cuánto más te alabaran en su empleo si respondieras: " Este grácil hijo mi deuda salda y mi vejez excusa ", pues su beldad sería tu legado! Pudieras, renaciendo en la vejez, ver cálida tu sangre que se enfría. III Mira a tu espejo, y a tu rostro dile: ya es tiempo de formar otro como éste. Si no renuevas hoy su lozanía, al mundo engañas y a una madre robas. ¿Quién es la bella del intacto seno que tu cultivo marital desdeñe?
  • 8. y ¿quién tan loco para ser la tumba de un amor egoísta sin futuro? Tu madre encuentra en ti, que eres su espejo, la gracia de su abril, su primavera; así, de tu vejez por las ventanas, aunque mustio, verás tu tiempo de oro. Mas si pasar prefieres sin memoria, muere solo y tu imagen morirá. IV Derrochador de encanto, ¿por qué gastas en ti mismo tu herencia de hermosura? Naturaleza presta y no regala, y, generosa, presta al generoso. Luego, bello egoísta, ¿por qué abusas de lo que se te dio para que dieras? Avaro sin provecho, ¿por qué empleas suma tan grande, si vivir no logras? Al comerciar así sólo contigo, defraudas de ti mismo a lo más dulce. Cuando te llamen a partir, ¿qué saldo podrás dejar que sea tolerable? Tu belleza sin uso irá a la tumba; usada, hubiera sido tu albacea. V Las horas que gentiles compusieron tal visión para encanto de los ojos, sus tiranos serán cuando destruyan una belleza de suprema gracia: porque el tiempo incansable, en torvo invierno, muda al verano que en su seno arruina; la savia hiela y el follaje esparce y a la hermosura agosta entre la nieve. Si no quedara la estival esencia, en muros de cristal cautivo líquido, la belleza y su fruto morirían sin dejar ni el recuerdo de su forma. Mas la flor destilada, hasta en invierno, su ornato pierde y en perfume vive. VI No dejes, pues, sin destilar tu savia,
  • 9. que la mano invernal tu estío borre: aroma un frasco y antes que se esfume enriquece un lugar con tu belleza. No ha de ser una usura prohibida la que alegra a quien paga de buen grado; y tú debes dar vida a otro tú mismo, feliz diez veces, si son diez por uno. Más que ahora feliz fueras diez veces, si diez veces, diez hijos te copiaran: ¿qué podría la muerte, si al partir en tu posteridad siguieras vivo? No te obstines, que es mucha tu hermosura para darla a la muerte y los gusanos. VII ¡Ve! si en oriente la graciosa luz su cabeza flamígera levanta, los ojos de los hombres, sus vasallos, con miradas le rinden homenaje. Y mientras sube al escarpado cielo, como un joven robusto en su edad media, lo siguen venerando las miradas que su dorada procesión escoltan. Pero cuando en su carro fatigado deja la cumbre y abandona al día, apártanse los ojos antes fieles, del anciano y su marcha declinante. Así tú, al declinar sin ser mirado, si no tienes un hijo, morirás. XV Cuando pienso que todo lo que crece su perfección conserva un mero instante; que las funciones de este gran proscenio se dan bajo la influencia de los astros; y que el hombre florece como planta a quien el mismo cielo alienta y rinde, primero ufano y abatido luego, hasta que su esplendor nadie recuerda: la idea de una estada tan fugaz a mis ojos te muestra más vibrante, mientras que Tiempo y Decadencia traman mudar tu joven día en noche sórdida.
  • 10. Y, por tu amor guerreando con el Tiempo, si él te roba, te injerto nueva vida. XVI ¿Y por qué no es tu guerra más pujante contra el Tirano tiempo sanguinario; y contra el decaer no te aseguras mejores medios que mi rima estéril? En el cenit estás de horas risueñas. Los incultos jardines virginales darían para ti vivientes flores, a ti más semejantes que tu efigie. Tendrías vida nueva en vivos trazos, pues ni mi pluma inhábil ni el pincel harán que tu nobleza y tu hermosura ante los ojos de los hombres vivan. Si a ti mismo te entregas, quedarás por tu dulce destreza retratado. XVII ¿Quién creerá en el futuro a mis poemas si los colman tus méritos altísimos? Tu vida, empero, esconden en su tumba y apenas la mitad de tus bondades. Si pudiera exaltar tus bellos ojos y en frescos versos detallar sus gracias, diría el porvenir: " Miente el poeta, rasgos divinos son, no terrenales ". Desdeñarían mis papeles mustios, como ancianos locuaces, embusteros; sería tu verdad " transporte lírico ", " métrico exceso " de un " antiguo " canto. Mas si entonces viviera un hijo tuyo, mi rima y él dos vidas te darían. XVIII ¿A un día de verano compararte? Más hermosura y suavidad posees. Tiembla el brote de mayo bajo el viento y el estío no dura casi nada. A veces demasiado brilla el ojo solar, y otras su tez de oro se apaga; toda belleza alguna vez declina, ajada por la suerte o por el tiempo.
  • 11. Pero eterno será el verano tuyo. No perderás la gracia, ni la Muerte se jactará de ensombrecer tus pasos cuando crezcas en versos inmortales. Vivirás mientras alguien vea y sienta y esto pueda vivir y te dé vida. XIX Mella, Tiempo voraz, del león las garras, deja a la tierra devorar sus brotes, arranca al tigre su colmillo agudo, quema al añoso fénix en su sangre. Mientras huyes con pies alados, Tiempo, da vida a la estación, triste o alegre, y haz lo que quieras, marchitando al mundo Pero un crimen odioso te prohíbo: no cinceles la frente de mi amor, ni la dibujes con tu pluma antigua; permite que tu senda siga, intacto, ideal sempiterno de hermosura. O afréntalo si quieres, Tiempo viejo: mi amor será en mis versos siempre joven. XX Pintado por Natura el rostro tienes de mujer, dueño y dueña de mi amor; y de mujer el corazón sensible mas no mudable como el femenino; tus ojos brillan más, son más leales y doran los objetos que contemplas; de hombre es tu hechura, y tu dominio roba miradas de hombres y almas de mujeres. Primero te creó mujer Natura y, desvariando mientras te esculpía, de ti me separó, decepcionándome, al agregarte lo que no me sirve. Si es tu fin el placer de las mujeres, mío sea tu amor, suyo tu goce. XXI No me sucede lo que a aquel poeta
  • 12. que versifica a una beldad pintada, y al cielo mismo emplea como adorno, midiendo cuánto es bello con su bella; y en henchidas imágenes la acopla al sol, la luna y a las gemas ricas y a las flores de abril y a las rarezas que el aire envuelve en este globo vasto. Sincero amante, la verdad escribo. Mi amor es tan gentil, podéis creerme, como cualquier hijo de madre, y brilla menos que las candelas celestiales. Dejad que digan más los habladores; yo no quiero ensalzar lo que no vendo. XXII No creeré en mi vejez, ante el espejo, mientras la juventud tu edad comparta; sólo cuando los surcos te señalen pensaré que la muerte se aproxima. Si toda la hermosura que te cubre es el ropaje de mi corazón, que vive en ti, como en mí vive el tuyo, ¿cómo puedo ser yo mayor que tú? Por eso, amor, contigo sé prudente, como soy yo por ti, no por mi mismo; tu corazón tendré con el cuidado de la nodriza que al pequeño ampara. No te ufanes del tuyo, si me hieres, pues me lo diste para no volverlo. XXIV Como actor vacilante en el proscenio que temeroso su papel confunde, o como el poseído por la ira que desfallece por su propio exceso, así yo, desconfiando de mí mismo, callo en la ceremonia enamorada, y se diría que mi amor decae cuando lo agobia la amorosa fuerza. Deja que la elocuencia de mis libros, sin voz, transmita el habla de mi pecho que pide amor y busca recompensa, más que otra lengua de expresivo alcance.
  • 13. Del mudo amor aprende a leer lo escrito, que oír con ojos es amante astucia. XXIV Pintores son mis ojos: te fijaron sobre la tabla de mi corazón, y mi cuerpo es el marco que sostiene la perspectiva de la obra insigne. A través del pintor hay que mirar para encontrar tu imagen verdadera, colgada en el taller que hay en mi pecho al que brindan ventanas tus dos ojos. Y observa de los ojos el servicio: los míos diseñaron tu figura, los tuyos son ventanas de mi pecho por las que atisba el sol, feliz de verte. Mas algo falta al arte de los ojos: dibujan lo que ven y al alma ignoran. XXV Que los favorecidos por los astros de honores y de títulos se ufanen; yo, que la suerte priva de esos triunfos, hallo mi dicha en lo que más venero. Los favoritos de los grandes príncipes abren al sol sus hojas cual caléndulas, y su orgullo sepultan en sí mismos pues los abate un ceño que se frunce. El célebre guerrero laborioso, derrocado una vez tras mil victorias, es del libro de honores suprimido y de su gesta lo demás se olvida. Feliz de mí, que amando soy amado, y ni cambiar ni ser cambiado puedo. XXVI Señor del amor mío, cuyo mérito obliga mi homenaje de vasallo, te envío esta embajada manuscrita, mi devoción probando y no mi ingenio. Grande es mi devoción: mi pobre espíritu la muestra sin ropaje de vocablos
  • 14. y espera, aunque desnuda, que en tu alma le dé tu comprensión fácil albergue; hasta que el astro que mi andanza guía me señale con brillo favorable, y al ornar mis andrajos amorosos haga que yo merezca que me mires. Así podré exhibir mi amor ufano, pero hasta entonces rehuiré la prueba. XXVII Extenuado, hacia el lecho me apresuro a calmar mis fatigas de viajero, pero empieza en mi ánimo otro viaje, cuando acaban del cuerpo las faenas. Porque mis pensamientos, alejándose en tu busca, celosos peregrinos, de mis párpados abren el agobio a la tiniebla que los ciegos miran. Sólo que mi visión imaginaria trae tu sombra hasta mis ojos ciegos, como un joyel que cuelga de la noche y el rostro oscuro le rejuvenece. Así, por ti y por mí, nunca reposan de día el cuerpo y a la noche el alma. XXIX Cuando hombres y Fortuna me abandonan, lloro en la soledad de mi destierro, y al cielo sordo con mis quejas canso y maldigo al mirar mi desventura, soñando ser más rico de esperanza, bello como éste, como aquél rodeado, deseando el arte de uno, el poder de otro, insatisfecho con lo que me queda; a pesar de que casi me desprecio, pienso en ti y soy feliz y mi alma entonces, como al amanecer la alondra, se alza de la tierra sombría y canta al cielo: pues recordar tu amor es cal fortuna que no cambio mi estado con los reyes. XXX
  • 15. Cuando en sesiones dulces y calladas hago comparecer a los recuerdos, suspiro por lo mucho que he deseado y lloro el bello tiempo que he perdido, la aridez de los ojos se me inunda por los que envuelve la infinita noche y renuevo el plañir de amores muertos y gimo por imágenes borradas. Así, afligido por remotas penas, puedo de mis dolores ya sufridos la cuenta rehacer, uno por uno, y volver a pagar lo ya pagado. Pero si entonces pienso en ti, mis pérdidas se compensan, y cede mi amargura. XXXI Los corazones que supuse muertos pues me faltaban, a tu pecho ocupan; en él reinan amor y sus virtudes y los amigos que creí enterrados. ¡ Cuánta lágrima pía de mis ojos robó el amor leal por esos muertos que no son más que seres que han cambiado de lugar y que yacen en ti ocultos! Tú eres la tumba donde vive amor; de mis amores los trofeos te ornan; cada uno te dio mi parte suya y ahora es tuyo el bien que fue de muchos. Veo en ti las imágenes que amé: soy tuyo entero pues las tienes todas. XXXII Si a mis días colmados sobrevives, y cuando esté en el polvo de la Muerte una vez más relees por ventura los inhábiles versos de tu amigo, con lo mejor de tu época compáralos, y aunque todas las plumas los excedan, guárdalos por mi amor, no por mis rimas, superadas por hombres más felices. Que tu amor reflexione: "Si su Musa crecido hubiera en esta edad creciente, frutos más caros a su edad le diera, dignos de incorporarse a tal cortejo:
  • 16. pero ha muerto; en poetas más notables estilo buscaré y en él amor". XXXIII He visto a la mañana en plena gloria los picos halagar con su mirada, besar con su oro las praderas verdes y dorar con su alquimia arroyos pálidos; y luego permitir el paso oscuro de fieros nubarrones por su rostro, y ocultarlo a la tierra abandonada huyendo hacia occidente sin ventura. Así brilló mi sol, un día, al alba, sobre mi frente, con triunfal belleza; una hora no más lo he poseído y hoy me lo esconden las aéreas nubes. No desdeñes mi amor: si el sol del cielo se eclipsa, han de velarse los del mundo. XXXIV ¿Por qué me prometiste un día hermoso y a viajar sin mi capa me obligaste, si me dejaste sorprender por nubes que en su bruma ocultaron tu destello? No me basta que surjas de la niebla y que la lluvia enjugues en mi rostro, pues no ha de ponderar ninguno el bálsamo que cicatriza pero no remedia. Ni tu vergüenza a mi dolor aplaca, ni tu remordimiento a lo perdido: del ofensor la pena poco alivia a quien la cruz soporta del agravio. Pero tus lágrimas de amor son perlas y su riqueza todo el mal rescata. XXXV No te acongojes más por lo que has hecho; fango y espina tienen fuente y rosa; a la luna y al sol vela el eclipse; vive el gusano en el capullo suave. Todos cometen faltas, yo también pues disculpo con símiles la tuya, y por justificarte me corrompo y excuso tus pecados con exceso.
  • 17. A tu yerro sensual le doy mi ayuda; de opositor me vuelvo tu abogado y comienzo a pleitear contra mí mismo. Tanto el amor y el odio en mí combaten que no puedo dejar de ser el cómplice del ladrón tierno que cruel me roba. XXXVI Déjame confesar que somos dos aunque es indivisible el amor nuestro, así las manchas que conmigo quedan he de llevar yo solo sin tu ayuda. No hay más que un sentimiento en nuestro amor si bien un hado adverso nos separa, que si el objeto del amor no altera, dulces horas le roba a su delicia. No podré desde hoy reconocerte para que así mis faltas no te humillen, ni podrá tu bondad honrarme en público sin despojar la honra de tu nombre. Mas no lo hagas, pues te quiero tanto que si es mío tu amor, mía es tu fama. XXXVII Como un padre decrépito disfruta al ver de su hijo las empresas jóvenes, así yo, mutilado por la suene, en tu lealtad y mérito me afirmo. Pues sea la hermosura o el linaje, el poder o el ingenio, uno o todos, quien te corone con mejores títulos, yo incorporo mi amor a esa riqueza. Ni pobre ni ofendido soy, ni inválido, que basta la substancia de tu sombra para colmarme a mí con su opulencia, y de una parte de tu gloria vivo. Busca, pues, lo mejor: te lo deseo; seré feliz diez veces, si lo hallas. XXXVIII ¿Cómo puede buscar temas mi Musa mientras tú alientas, que a mi verso infundes tu dulce inspiración, harto preciosa
  • 18. para exponerla en un papel grosero? Agradécete a ti, si algo de mi obra digno de leerse encuentra tu mirada: ¿quién tan mudo será que no te escriba cuando tu luz aclara lo que inventa? Sé la décima Musa y sé diez veces mejor que las antiguas invocadas, y otorga a quien te invoque eternos versos que sobrevivan a lejanos siglos. Si al futuro censor mi Musa encanta, mía será la pena y tuyo el lauro. XXXIX ¿Cómo puedo elogiarte con modestia cuando tú eres de mí la mejor parte? ¿Qué me puede otorgar mi propio elogio y qué hago con tu elogio sino el mío? Vivamos separados, y que pierda su nombre de indiviso nuestro amor, para que pueda darte, al separarnos, lo que mereces tú, tú solamente. ¡Oh ausencia, cuál sería tu suplicio, si tu amarga quietud no nos dejara burlar al tiempo en el amor pensando, engaño dulce del pensar y el tiempo, y no enseñaras a hacer dos con uno, aquí elogiando a quien está distante! XL Toma, amor, todos, todos mis amores, ¿qué más posees de lo que tenías? Ningún amor, mi amor, que sea cierto; pues ya antes era tuyo todo el mío. Si a quien me ama por mi amor recibes, no puedo reprocharte que lo goces, mas te reprocho tu perverso engaño si rechazas mi amor y no al que me ama. Ladrón gentil, me robas y te absuelvo por más que me hurtes mis escasos bienes, y eso que duelen más, amor lo sabe, las heridas de amor que las del odio. Gracia inconstante en quien el mal es bello, no seas mi enemiga, aunque me mates.
  • 19. XLI Las dulces faltas en que osado incurres si de tu corazón estoy ausente, cuadran a tu hermosura y a tus años porque la tentación siempre te sigue. Te querrán conquistar, pues eres noble; te querrán asediar, pues eres bello; ¿qué hijo de mujer, antes que triunfe, dejará a una mujer cuando lo acosa? ¡Ay! deberías respetar mi sitio y a tu edad reprender y tus encantos que en su fuga te arrastran al extremo de violar obligado una fe doble : la de ella, que ha tentado tu hermosura; la tuya, infiel a mí con su belleza. XLII No sólo sufro porque la posees, aunque en verdad la quise con ternura, más hondo es mi dolor porque eres suyo y esa pérdida siento más cercana. Así disculpo vuestra ofensa, amantes: tú la quieres pues sabes que la quiero, y ella me engaña por amor de mí, dejando que mi amigo la haga suya. Si te pierdo, mi amada te recobra, si la pierdo, mi amigo es quien la encuentra; ambos se encuentran y a los dos los pierdo y por mi amor me imponen esta cruz. Pero al ser uno solo yo y mi amigo, ¡oh lisonja! yo soy quien ella quiere. XLIII Veo mejor si cierro más los ojos que el día entero ven lo indiferente; pero al dormir, soñando te contemplan y brillantes se guían en lo oscuro. Tú, cuya sombra lo sombrío aclara, si ante quienes no ven tu sombra brilla, ¡qué luz diera la forma de tu sombra al claro día por tu luz más claro! ¡Ay, qué felicidad para mis ojos si te miraran en el día vivo, ya que en la noche muerta, miro, ciego,
  • 20. de tu hermosura la imperfecta sombra! Los días noches son, si no te veo, y cuando sueño en ti, días las noches. LIII ¿Qué substancia es la tuya, qué te forma que millones de sombras te acompañan? Su propia sombra tiene cada uno pero tú puedes producirlas todas. Si describen a Adonis, su retrato es tu pobre parodia; y te repintan con traje griego si a la bella Helena embellecen con máximo artificio. Si hablan del año joven o maduro, primavera es la sombra de tu gracia y lo es de tu esplendor el tiempo fértil; en todo lo feliz te descubrimos. Contribuyes a toda la hermosura, mas nada se parece a tu constancia. LV Ni el mármol, ni los áureos monumentos, durarán con la fuerza de esta rima, y en ella tu esplendor tendrá más brillo que en la losa que mancha el tiempo impuro. Cuando tumbe la guerra las estatuas y el desorden los muros desarraigue, ni la espada de Marte ni su incendio destruirán tu memoria siempre viva. Irás contra la muerte y el olvido. Acogerá tu elogio la mirada de la posteridad que, consumiéndolo, hasta el juicio final fatigue al mundo. Así, hasta el día en que también te juzguen, aquí estarás y en los amantes ojos. LXI Si nada es nuevo, si lo que es ya ha sido, ¡cómo se engaña nuestra inteligencia cuando, empeñada en busca de invenciones, de un niño ya nacido lleva el peso! ¡Ay, si mirando atrás quinientos años pudiera presentarme la memoria tu imagen en un libro muy remoto,
  • 21. ya que el alma empezó a expresarse en letras! ¡Si pudiera saber lo que inspiraron tus maravillas al antiguo mundo, y ver si es nuestra o suya la ventaja o si los ciclos son iguales todos! Seguro estoy que los pasados genios exaltaron objetos menos dignos. LX Como en la playa al pedregal las olas, nuestros minutos a su fin se apuran, cada uno desplaza al que ha pasado y avanzan todos en labor seguida. El nacimiento, por un mar de luces, va hacia la madurez y su corona; combaten con su brillo eclipses pérfidos y el Tiempo sus regalos aniquila. El Tiempo orada el juvenil adorno, surca de paralelas la hermosura, se nutre de supremas maravillas y nada existe que su hoz no abata. A pesar de su mano cruel, mi verso dirá tu elogio en tiempos que esperamos. LXI ¿En verdad quieres que tu imagen abra mis párpados al tedio de la noche, mientras las sombras que se te parecen de mí se burlan y a mi sueño quiebran? ¿Mandas así fuera de ti tu espíritu, lejos, para que aceche mis acciones y mis horas espíe de flaqueza, que son blanco y dominio de tus celos? No; tu amor, aunque grande, no lo es tanto: es el mío el que me abre los dos ojos, mi propio amor quien mi descanso vence y en centinela para ti se cambia: pues por ti velo mientras te desvelas, muy distante de mi, muy cerca de otros. LXII El pecado de amarme se apodera de mis ojos, de mi alma y de mí todo;
  • 22. y para este pecado no hay remedio pues en mi corazón echó raíces. Pienso que es el más bello mi semblante, mi forma, entre las puras, la ideal; y mi valor tan alto conceptúo que para mí domina a todo mérito. Pero cuando el espejo me presenta, tal cual soy, agrietado por los años, en sentido contrario mi amor leo que amarse siendo así sería inicuo. Es a ti, otro yo mismo, a quien elogio, pintando mi vejez con tu hermosura. LXV Si la muerte domina al poderío de bronce, roca, tierra y mar sin límites, ¿cómo le haría frente la hermosura cuando es más débil que una flor su fuerza? Con su hálito de miel, ¿podrá el verano resistir el asedio de los días, cuando peñascos y aceradas puertas no son invulnerables para el Tiempo? ¡Atroz meditación! ¿Dónde ocultarte, joyel que para su arca el Tiempo quiere? ¿Qué mano detendrá sus pies sutiles? Y ¿quién prohibirá que te despojen? Ninguno a menos que un prodigio guarde el brillo de mi amor en negra tinta. LXXI Cuando haya muerto, llórame tan sólo mientras escuches la campana triste, anunciadora al mundo de mi fuga del mundo vil hacia el gusano infame. Y no evoques, si lees esta rima, la mano que la escribe, pues te quiero tanto que hasta tu olvido prefiriera a saber que te amarga mi memoria. Pero si acaso miras estos versos cuando del barro nada me separe, ni siquiera mi pobre nombre digas y que tu amor conmigo se marchite, para que el sabio en tu llorar no indague y se burle de ti por el ausente.
  • 23. XCI Unos se vanaglorian de la estirpe, del saber, el vigor o la fortuna; otros, de la elegancia extravagante, o de halcones, lebreles y caballos; cada carácter un placer comporta cuya alegría a las demás excede; pero estas distinciones no me alcanzan pues tengo algo mejor que las incluye. En altura, tu amor vence al linaje; en soberbia al atuendo; al oro en fausto; en júbilo al de halcones y corceles. Teniéndote, todo el orgullo es mío. Mi única miseria es que pudieras quitarme todo y en miseria hundirme. XCIV Tu capricho y tu edad, según se mire, provocan tus defectos o tu encanto; y te aman por tu encanto o tus defectos, pues tus defectos en encanto mudas. Lo mismo que a la joya más humilde valor se da en los dedos de una reina, se truecan tus errores en verdades y por cosa legítima se tienen. ¡Cómo engañara el lobo a los corderos, si en cordero pudiera transformarse! Y ¡a cuánto admirador extraviarías, si usaras plenamente tu prestigio! Mas no lo hagas, pues te quiero tanto que si es mío tu amor, mía es tu fama. CVI Cuando en las crónicas de tiempos idos veo que a los hermosos se describe y a la Belleza embellecer la rima que elogia a damas y señores muertos, observo que al pintar de sus dechados la mano, el labio, el pie, la frente, el ojo, trataba de expresar la pluma arcaica una belleza como la que tienes. Así, sus alabanzas son presagios de nuestro tiempo, que te prefiguran,
  • 24. y pues no hacían más que adivinarte, no podían cantarte cual mereces. En cuanto a aquellos que te contemplamos con absorta mirada, estamos mudos. CXXIII Tiempo, no has de jactarte de mis cambios: alzas con nuevo brío tus pirámides y no son para mí nuevas ni extrañas sino aspectos de formas anteriores. Por ser corta la vida, nos sorprende lo antiguo que reiteras y que impones, cual si fuera lo nuevo que deseamos y si no conociéramos su historia. Os desafío a ti y a tus anales; no me asombran pasado ni presente, pues tus anales y lo visto engañan al transformarse mientras te apresuras. Por mí, te juro que he de ser constante a pesar de tu hoz y de ti mismo. CXLVI Pobre alma, centro de culpable limo a la que burla, indócil, quien la ciñe, ¿por qué adentro sufrir afán y hambre si pintas lo exterior de alegre lujo? Si el contrato es tan breve, ¿por qué gastas ornando tu morada pasajera? ¿Tendrá por fin tu cuerpo sustentar al gusano que herede tu derroche? Vive, alma, a expensas de tu servidor; que aumenten sus fatigas tu tesoro; y cambia horas de espuma por divinas. Sé rica adentro, en vez de serlo afuera. Devora tú a la Muerte y no la nutras, pues si ella muere, no podrás morir. FRANCISCO DE QUEVEDO
  • 25. «A los moros por dinero; a los cristianos de balde.» ¿Quién es ésta que lo cumple? Dígasmelo tú, el romance. Yo, con mi fe de bautismo, tras ella bebo los aires; por moro me tienen todas: dinero quieren que gaste. En lenguaje de mujeres, que es diferente lenguaje, de balde es dos veces dé, cosa que no entendió nadie. Todas me llaman Antón, todas me cobran Azarque, y son, al daca y al pido, mis billetes Alcoranes. El sombrero que les quito se les antoja turbante, y mi prosa, algarabía, por más español que hable. Sin duda, romance aleve, que, por sólo el consonante, a los pordioseros fieles les diste alegrón tan grande. Y aquella maldita hembra, para burlar el linaje de los Baldeses de paga, tocó a barato una tarde. Iuego que el romance oí, me llamaba por las calles cristianísimo, sin miedo del rey de Francia y sus Pares. ¿Adónde están los cristianos que gozan de aqueste lance?: que en el reino de Toledo los Pedros pagan por Tarfes.
  • 26. Si la que lo prometiste en esa cazuela yaces, más gente harás, si te nombras, que las banderas de Flandes. Doña Urraca diz que fue la del pregón detestable: que cosa tan mal cumplida no pudo ser de otras aves. EDGAR ALAN POE A Elena Te vi a punto. Era una noche de julio, Noche tibia y perfumada, Noche diáfana... De la luna plena límpida, Límpida como tu alma, Descendían Sobre el parque adormecido Gráciles velos de plata. Ni una ráfaga El infinito silencio Y la quietud perturbaban En el parque... Evaporaban las rosas Los perfumes de sus almas Para que los recogieras En aquella noche mágica; Para que tú los gozases Su último aliento exhalaban Como en una muerte dulce, Como en una muerte lánguida, Y era una selva encantada, Y era una noche divina Llena de místicos sueños Y claridades fantásticas. Toda de blanco vestida, Toda blanca, Sobre un ramo de violetas Reclinada
  • 27. Te veía Y a las rosas moribundas Y a ti, una luz tenue y diáfana Muy suavemente Alumbraba, Luz de perla diluida En un éter de suspiros Y de evaporadas lágrimas. ¿Qué hado extraño (¿Fue ventura? ¿Fue desgracia?) Me condujo aquella noche Hasta el parque de las rosas Que exhalaban Los suspiros perfumados De sus almas? Ni una hoja Susurraba; No se oía Una pisada; Todo mudo, Todo en sueños, Menos tú y yo -¡Cuál me agito Al unir las dos palabras! - Menos tú y yo... De repente Todo cambia. ¡Oh, el parque de los misterios! ¡Oh, la región encantada! Todo, todo, Todo cambia. De la luna la luz límpida La luz de perla se apaga. El perfume de las rosas Muere en las dormidas auras. Los senderos se oscurecen. Expiran las violas castas. Menos tú y yo, todo huye, Todo muere, Todo pasa... Todo se apaga y extingue Menos tus hondas miradas. ¡Tus dos ojos donde arde tu alma! Y sólo veo entre sombras Aquellos ojos brillantes, ¡Oh mi amada! Todo, todo, Todo cambia.
  • 28. De la luna la luz límpida La luz de perla se apaga. El perfume de las rosas Muere en las dormidas auras. Los senderos se oscurecen. Expiran las violas castas. Menos tú y yo, todo huye, Todo muere, Todo pasa... Todo se apaga y extingue Menos tus hondas miradas. ¡Tus dos ojos donde arde tu alma! Y sólo veo entre sombras Aquellos ojos brillantes, ¡Oh mi amada! ¿Qué tristezas irreales, Qué tristezas extrahumanas! La luz tibia de esos ojos Leyendas de amor relata. ¡Qué misteriosos dolores, Qué sublimes esperanzas, Qué mudas renunciaciones Expresan aquellos ojos que en la sombra Fijan en mí su mirada! Noche oscura. Ya Diana Entre turbios nubarrones, Lentamente, Hundió la faz plateada, Y tú sola En medio de la avenida, Te deslizas Irreal, mística y blanca, Te deslizas y te alejas incorpórea Cual fantasma. Sólo flotan tus miradas. ¡Sólo tus ojos perennes, Tus ojos de honda mirada Fijos quedan en mi alma! A través de los espacios y los tiempos, Marcan, Marcan mi sendero Y no me dejan Cual me dejó la esperanza. Van siguiéndome, siguiéndome
  • 29. Como dos estrellas cándidas; Cual fijas estrellas dobles En los cielos apareadas En la noche solitaria. Ellos solos purifican Mi alma toda con sus rayos Y mi corazón abrasan, Y me prosterno ante ellos Con adoración extática, Y en el día No se ocultan Cual se ocultó mi esperanza. De todas partes me siguen Mirándome fijamente Con sus místicas miradas. Misteriosas, divinales Me persiguen sus miradas Como dos estrellas fijas, Como dos estrellas tristes, ¡Como dos estrellas blancas! Alegre río, tu cristalino fulgor Alegre río, tu cristalino fulgor, Tu curso límpido, tu agua errante, Son un emblema invocador De la belleza: el corazón abierto, El risueño serpenteo del arte En la hija del viejo Alberto. Mas cuando ella en ti se mira y, de repente, Tus aguas se iluminan y estremecen, Entonces, el más bello torrente Y su humilde devoto se parecen, Pues ambos llevan su imagen anclada, Uno en el cauce, otro en el corazón En ese corazón que su mirada Intensa, honda, enciende de emoción. Amigos que por siempre nos dejaron Amigos que por siempre Nos dejaron, Caros amigos para siempre idos,
  • 30. ¡Fuera del Tiempo Y fuera del Espacio! Para el alma nutrida de pesares, Para el transido corazón, acaso. Arriba Annabel Lee Hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar, Habitaba una doncella cuyo nombre os voy a dar, Y el nombre que daros puedo es el de Annabel Lee, Quien vivía para amarme y ser amada por mí. Yo era un niño y era ella una niña, junto al mar, En el reino prodigioso que os acabo de nombrar. Mas nuestro amor fue tan grande como jamás yo presentí, Mucho más que amor compartimos, yo y mi bella Annabel Lee, Y los nobles en su estirpe de abolengo señorial, Los ángeles en el cielo envidiaban tal amor, Los alados serafines nos miraban con rencor. Aquel fue el solo motivo, ¡hace tanto tiempo ya! Por el cual, de los confines del océano y más allá, Un gélido viento vino de una nube y yo sentí Congelarse entre mis brazos a mi bella Annabel Lee. La arrancaron de mi lado en solemne funeral, A encerrarla la llevaron por la orilla del mar A un sepulcro en ese reino que se alza junto al mar, Los arcángeles que no eran tan felices como nosotros dos, Con envidia nos miraban desde ese Reino que es de Dios. Ese fue el solo motivo, bien lo podéis preguntar, Pues lo saben los hidalgos de aquel reino junto al mar, Por el cual un viento vino de una nube carmesí Congelando una noche a mi bella Annabel Lee. Nuestro amor era tan grande y aún más firme en su candor Que aquel de nuestros mayores, más sabios en el amor. Ni los ángeles que moran en su cielo tutelar, Ni los demonios que habitan negros abismos bajo el mar Podrán apartarme nunca del alma que mora en mí, Espíritu luminoso de mi bella Annabel Lee. Pues los astros no se elevan sin traerme la mirada Celestial que, yo adivino, son los ojos de mi amada. Y la luna vaporosa jamás brilla ya en vano, Pues su fulgor es ensueño de mi bella Annabel Lee.
  • 31. Yazgo al lado de mi amada, mi novia bien amada, Mientras retumba en la playa la nocturna marejada, Yazgo en su tumba labrada cerca del mar rumoroso, En su sepulcro a la orilla del inmenso océano. Balada nupcial En mi dedo el anillo, La guirnalda nupcial mi sien decora; De sedas y diamantes busco el brillo, Y soy feliz ahora. Y mi señor me brinda amor seguro; Pero al decirme ayer cuánto me adora, Tembló mi corazón, como al conjuro, De quien cayó en la guerra, al pie del muro, Y es feliz ahora. Pero él tranquilizóme, y en mi frente Besó la palidez que le enamora. Y he aquí que en un ensueño, vi presente, Al muerto D'Elormy: -suyo, en mi frente, Fue el beso; y suspiré -¡cuán dulcemente!-: "-¡Ah, soy feliz ahora!" Y si pude otorgar palabra nueva, Así el voto juré, y aunque traidora, Y aunque un luto de amor el alma lleva, Ved brillar ese anillo que prueba Que soy feliz ahora. ¡Ah! Ilumíneme Dios aquel pasado, Pues si sueña o no sueña el alma ignora, Y el corazón se oprime, y conturbado Pregúntase, oh Señor, si el olvidado Será feliz ahora. De todos cuantos anhelan tu presencia De todos cuantos anhelan tu presencia como una mañana, De todos cuantos padecen tu ausencia como una noche, Como el destierro inapelable del sol sagrado Allende el firmamento; de todos los dolientes que a cada instante Te bendicen por la esperanza, por la vida, ah, y sobre todo, Por haberles devuelto la fe extraviada, enterrada En la verdad, en la virtud, en la raza del hombre.
  • 32. De todos aquellos que, cuando agonizaban en el lecho impío De la desesperanza, se han incorporado de pronto Al oírte susurrar con dulzura: "¡Que haya luz!", Al oírte susurrar esas palabras acentuadas Por el sereno brillo de tus ojos. De todos tus numerosos deudores, cuya gratitud Raya la veneración, recuerda, oh no olvides nunca A tu devoto más ferviente, al más incondicional, Y piensa que estas líneas vacilantes las habrá escrito él, Ese que ahora, al escribirlas, se emociona pensando Que su espíritu comulga con el espíritu de un ángel. GARCILASO DE LA VEGA Cuando me paro a contemplar mi estado y a ver los pasos por dó me ha traído, hallo, según por do anduve perdido, que a mayor mal pudiera haber llegado; mas cuando del camino estoy olvidado, a tanto mal no sé por dó he venido: Sé que me acabo, y más he yo sentido ver acabar conmigo mi cuidado. Yo acabaré, que me entregué sin arte a quien sabrá perderme y acabarme, si quisiere, y aun sabrá querello: Que pues mi voluntad puede matarme, la suya, que no es tanto de mi parte, Pudiendo, ¿qué hará sino hacello? II En fin, a vuestras manos he venido, do sé que he de morir tan apretado, que aun aliviar con quejas mi cuidado, como remedio, me es ya defendido; mi vida no sé en qué se ha sostenido, si no es en haber sido yo guardado para que sólo en mí fuese probado cuanto corta una espada en un rendido. Mis lágrimas han sido derramadas donde la sequedad y la aspereza dieron mal fruto dellas y mi suerte:
  • 33. ¡basten las que por vos tengo lloradas; no os venguéis más de mí con mi flaqueza; allá os vengad, señora, con mi muerte! III La mar en medio y tierras he dejado de cuanto bien, cuitado, yo tenía; y yéndome alejando cada día, gentes, costumbres, lenguas he pasado. Ya de volver estoy desconfiado; pienso remedios en mi fantasía; y el que más cierto espero es aquel día que acabará la vida y el cuidado. De cualquier mal pudiera socorrerme con veros yo, señora, o esperallo, si esperallo pudiera sin perdello; mas no de veros ya para valerme, si no es morir, ningún remedio hallo, y si éste lo es, tampoco podré habello. IV Un rato se levanta mi esperanza: mas, cansada de haberse levantado, torna a caer, que deja, mal mi grado, libre el lugar a la desconfianza. ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza del bien al mal? ¡Oh corazón cansado! Esfuerza en la miseria de tu estado; que tras fortuna suele haber bonanza. Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos romper un monte, que otro no rompiera, de mil inconvenientes muy espeso. Muerte, prisión no pueden, ni embarazos, quitarme de ir a veros, como quiera, desnudo espirtu u hombre en carne y hueso. V Escrito está en mi alma vuestro gesto, y cuanto yo escribir de vos deseo; vos sola lo escribisteis, yo lo leo tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
  • 34. En esto estoy y estaré siempre puesto; que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo, de tanto bien lo que no entiendo creo, tomando ya la fe por presupuesto. Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma mismo os quiero. Cuando tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir, y por vos muero. VI Por ásperos caminos he llegado a parte que de miedo no me muevo; y si a mudarme a dar un paso pruebo, y allí por los cabellos soy tornado. Mas tal estoy, que con la muerte al lado busco de mi vivir consejo nuevo; y conozco el mejor y el peor apruebo, o por costumbre mala o por mi hado. Por otra parte, el breve tiempo mío, y el errado proceso de mis años, en su primer principio y en su medio, mi inclinación, con quien ya no porfío, la cierta muerte, fin de tantos daños, me hacen descuidar de mi remedio. VII No pierda más quien ha tanto perdido, bástate, amor, lo que ha por mí pasado; válgame agora jamás haber probado a defenderme de lo que has querido. Tu templo y sus paredes he vestido de mis mojadas ropas y adornado, como acontece a quien ha ya escapado libre de la tormenta en que se vido. Yo había jurado nunca más meterme, a poder mío y mi consentimiento, en otro tal peligro, como vano.
  • 35. Mas del que viene no podré valerme; y en esto no voy contra el juramento; que ni es como los otros ni en mi mano. VIII De aquella vista buena y excelente salen espirtus vivos y encendidos, y siendo por mis ojos recibidos, me pasan hasta donde el mal se siente. Entránse en el camino fácilmente, con los míos, de tal calor movidos, salen fuera de mí como perdidos, llamados de aquel bien que está presente. Ausente, en la memoria la imagino; mis espirtus, pensando que la vían, se mueven y se encienden sin medida; mas no hallando fácil el camino, que los suyos entrando derretían, revientan por salir do no hay salida. IX Señora mía, si yo de vos ausente en esta vida turo y no me muero, paréceme que ofendo a lo que os quiero, y al bien de que gozaba en ser presente; tras éste luego siento otro accidente, que es ver que si de vida desespero, yo pierdo cuanto bien bien de vos espero; y ansí ando en lo que siento diferente. En esta diferencia mis sentidos están, en vuestra ausencia y en porfía, no sé ya que hacerme en tal tamaño. Nunca entre sí los veo sino reñidos; de tal arte pelean noche y día, que sólo se conciertan en mi daño. X ¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas, dulces y alegres cuando Dios quería, Juntas estáis en la memoria mía, y con ella en mi muerte conjuradas!
  • 36. ¿Quién me dijera, cuando las pasadas horas que en tanto bien por vos me vía, que me habiáis de ser en algún día con tan grave dolor representadas? Pues en una hora junto me llevastes todo el bien que por términos me distes, lleváme junto el mal que me dejastes; si no, sospecharé que me pusistes en tantos bienes, porque deseastes verme morir entre memorias tristes. XI Hermosas ninfas, que, en el río metidas, contentas habitáis en las moradas de relucientes piedras fabricadas y en columnas de vidrio sostenidas; agora estéis labrando embebecidas o tejiendo las telas delicadas, agora unas con otras apartadas contándoos los amores y las vidas: dejad un rato la labor, alzando vuestras rubias cabezas a mirarme, y no os detendréis mucho según ando, que o no podréis de lástima escucharme, o convertido en agua aquí llorando, podréis allá despacio consolarme. XII Si para refrenar este deseo loco, imposible, vano, temeroso, y guarecer de un mal tan peligroso, que es darme a entender yo lo que no creo. No me aprovecha verme cual me veo, o muy aventurado o muy medroso, en tanta confusión que nunca oso fiar el mal de mí que lo poseo, ¿qué me ha de aprovechar ver la pintura de aquél que con las alas derretidas cayendo, fama y nombre al mar ha dado,
  • 37. y la del que su fuego y su locura llora entre aquellas plantas conocidas apenas en el agua resfrïado? XIII A Dafne ya los brazos le crecían, y en luengos ramos vueltos se mostraba; en verdes hojas vi que se tornaban los cabellos que el oro escurecían. De áspera corteza se cubrían los tiernos miembros, que aún bullendo estaban: los blancos pies en tierra se hincaban, y en torcidas raíces se volvían. Aquel que fue la causa de tal daño, a fuerza de llorar, crecer hacía este árbol que con lágrimas regaba. ¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño! ¡Que con llorarla crezca cada día la causa y la razón porque lloraba! XIV Como la tierna madre, que el doliente hijo le está con lágrimas pidiendo alguna cosa, de la cual comiendo, sabe que ha de doblarse el mal que siente. Y aquel piadoso amor no le consiente que considere el daño que, haciendo lo que le pide hace, va corriendo y aplaca el llanto y dobla el accidente, así a mi enfermo y loco pensamiento, que en su daño os me pide, yo querría quitarle este mortal mantenimiento. Mas pídemele y llora cada día tanto que cuanto quiere le consiento, olvidando su muerte, y aun la mía. XV Si quejas y lamentos pueden tanto, que enfrenaron el curso de los ríos, y en los diversos montes y sombríos
  • 38. los árboles movieron con su canto; si convertieron a escuchar su llanto los fieros tigres, y peñascos fríos; si, en fin, con menos casos que los míos bajaron a los reinos del espanto, ¿por qué no ablandará mi trabajosa vida, en miseria y lágrimas pasada, un corazón conmigo endurecido? Con más piedad debría ser escuchada la voz del que se llora por perdido que la del que perdió y llora otra cosa. XVI No las francesas armas odïosas, en contra puestas del airado pecho, ni en los guardados muros con pertecho los tiros y saetas ponzoñosas; no las escaramuzas peligrosas, ni aquel fiero rüido contrahecho de aquel que para Júpiter fue hecho, por manos de Vulcano artificiosas, pudieron, aunque más yo me ofrecía a los peligros de la dura guerra, quitar una hora sola de mi hado. Mas infición del aire en sólo un día me quitó el mundo, y me ha en ti sepultado, Parténope, tan lejos de mi tierra. XVII Pensando que el camino iba derecho, vine a parar en tanta desventura, que imaginar no puedo, aún con locura, algo de que esté un rato satisfecho. El ancho campo me parece estrecho, la noche clara para mí es escura; la dulce compañía, amarga y dura, y duro campo de batalla el lecho. Del sueño, si hay alguno, aquella parte sola, que es imagen de la muerte,
  • 39. se aviene con el alma fatigada. En fin que como quiera estoy de arte, que juzgo ya por hora menos fuerte, aunque en ella me vi, la que es pasada. XVIII Si a vuestra voluntad yo soy de cera, y por sol tengo sólo vuestra vista, la cual a quien no inflama o no conquista con su mirar, es de sentido fuera; ¿de do viene una cosa, que, si fuera menos veces de mí probada y vista, según parece que a razón resista, a mi sentido mismo no creyera? Y es que yo soy de lejos inflamado de vuestra ardiente vista y encendido tanto, que en vida me sostengo apenas; mas si de cerca soy acometido de vuestros ojos, luego siento helado cuajárseme la sangre por las venas. XIX Julio, después que me partí llorando de quien jamás mi pensamiento parte, y dejé de mi alma aquella parte que al cuerpo vida y fuerza estaba dando, de mi bien a mí mismo voy tomando estrecha cuenta, y siento de tal arte faltarme todo el bien, que temo en parte que ha de faltarme el aire sospirando; y con este temor mi lengua prueba a razonar con vos, oh dulce amigo, del amarga memoria de aquel día en que yo comencé como testigo a poder dar, del alma vuestra, nueva y a saberla de vos del alma mía. XX Con tal fuerza y vigor son concertados
  • 40. para mi perdición los duros vientos, que cortaron mis tiernos pensamientos luego que sobre mí fueron mostrados. El mal es que me quedan los cuidados en salvo destos acontecimientos, que son duros, y tienen fundamientos en todos mis sentidos bien echados. Aunque por otra parte no me duelo, ya que el bien me dejó con su partida, del grave mal que en mí está de contino; antes con él me abrazo y me consuelo; porque en proceso de tan dura vida ataje la largueza del camino. FEDERICO GARCIA LORCA GRANADA Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas. Una vestida de verde, otra de malva, y la otra, un corselete escocés con cintas hasta la cola. Las que van delante, garzas la que va detrás, paloma, abren por las alamedas muselinas misteriosas. ¡Ay, qué oscura está la Alhambra! ¿Adónde irán las manolas mientras sufren en la umbría el surtidor y la rosa? ¿Qué galanes las esperan? ¿Bajo qué mirto reposan? ¿Qué manos roban perfumes a sus dos flores redondas?
  • 41. Nadie va con ellas, nadie; dos garzas y una paloma. Pero en el mundo hay galanes que se tapan con las hojas. La catedral ha dejado bronces que la brisa toma; El Genil duerme a sus bueyes y el Dauro a sus mariposas. La noche viene cargada con sus colinas de sombra; una enseña los zapatos entre volantes de blonda; la mayor abre sus ojos y la menor los entorna. ¿Quién serán aquellas tres de alto pecho y larga cola? ¿Por qué agitan los pañuelos? ¿Adónde irán a estas horas? Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas. LLUVIA La lluvia tiene un vago secreto de ternura, algo de soñolencia resignada y amable, una música humilde se despierta con ella que hace vibrar el alma dormida del paisaje. Es un besar azul que recibe la Tierra, el mito primitivo que vuelve a realizarse. El contacto ya frío de cielo y tierra viejos con una mansedumbre de atardecer constante. Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
  • 42. y nos unge de espíritu santo de los mares. La que derrama vida sobre las sementeras y en el alma tristeza de lo que no se sabe. La nostalgia terrible de una vida perdida, el fatal sentimiento de haber nacido tarde, o la ilusión inquieta de un mañana imposible con la inquietud cercana del color de la carne. El amor se despierta en el gris de su ritmo, nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre, pero nuestro optimismo se convierte en tristeza al contemplar las gotas muertas en los cristales. Y son las gotas: ojos de infinito que miran al infinito blanco que les sirvió de madre. Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio y le dejan divinas heridas de diamante. Son poetas del agua que han visto y que meditan lo que la muchedumbre de los ríos no sabe. ¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos, lluvia mansa y serena de esquila y luz suave, lluvia buena y pacifica que eres la verdadera, la que llorosa y triste sobre las cosas caes! ¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas almas de fuentes claras y humildes manantiales! Cuando sobre los campos desciendes lentamente las rosas de mi pecho con tus sonidos abres. El canto primitivo que dices al silencio y la historia sonora que cuentas al ramaje los comenta llorando mi corazón desierto en un negro y profundo pentagrama sin clave. Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena, tristeza resignada de cosa irrealizable, tengo en el horizonte un lucero encendido
  • 43. y el corazón me impide que corra a contemplarte. ¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman y eres sobre el piano dulzura emocionante; das al alma las mismas nieblas y resonancias que pones en el alma dormida del paisaje! CANCION OTOÑAL Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas, pero mi senda se pierde en el alma de la niebla. La luz me troncha las alas y el dolor de mi tristeza va mojando los recuerdos en la fuente de la idea. Todas las rosas son blancas, tan blancas como mi pena, y no son las rosas blancas, que ha nevado sobre ellas. Antes tuvieron el iris. También sobre el alma nieva. La nieve del alma tiene copos de besos y escenas que se hundieron en la sombra o en la luz del que las piensa. La nieve cae de las rosas, pero la del alma queda, y la garra de los años hace un sudario con ellas. ¿Se deshelará la nieve cuando la muerte nos lleva? ¿O después habrá otra nieve y otras rosas más perfectas? ¿Será la paz con nosotros
  • 44. como Cristo nos enseña? ¿O nunca será posible la solución del problema? ¿Y si el amor nos engaña? ¿Quién la vida nos alienta si el crepúsculo nos hunde en la verdadera ciencia del Bien que quizá no exista, y del Mal que late cerca? ¿Si la esperanza se apaga y la Babel se comienza, qué antorcha iluminará los caminos en la Tierra? ¿Si el azul es un ensueño, qué será de la inocencia? ¿Qué será del corazón si el Amor no tiene flechas? ¿Y si la muerte es la muerte, qué será de los poetas y de las cosas dormidas que ya nadie las recuerda? ¡Oh sol de las esperanzas! ¡Agua clara! ¡Luna nueva! ¡Corazones de los niños! ¡Almas rudas de las piedras! Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas y todas las rosas son tan blancas como mi pena. JOHN MILTON El paraíso perdido (fragmento) Canta celeste Musa la primera desobediencia del hombre. Y el fruto de aquel árbol prohibido cuyo funesto manjar Trajo la muerte al mundo y todos nuestros males Con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre, más grande,
  • 45. Reconquistó para nosotros la mansión bienaventurada. En la secreta cima del Oreb o del Sinaí tú inspiraste A aquel pastor que fue el primero en enseñar a la escogida grey Cómo en su principio salieron del caos los cielos y la tierra; Y si te place más la colina de Sión o el arroyo de Siloé Que se deslizaba rápido junto al oráculo de Dios, Allí invocaré tu auxilio en favor de mi osado canto; Que no con débil vuelo pretendo remontarme Sobre el monte Aonio al empeñarme en un asunto Que ni en prosa ni en verso nadie intentó jamás. Y tú singularmente ¡Oh Espíritu! que prefieres A todos los templos un corazón recto y puro, Inspírame tu sabiduría. Tú estabas presente desde el principio Y desplegando como una paloma tus poderosas alas Cubriste el vasto abismo haciéndolo fecundo, Ilumina mi oscuridad; realza y alienta mi bajeza Para que desde la altura de este gran propósito Pueda glorificar a la Providencia eterna Justificando las miras de Dios para con los hombres. Di ante todo, ya que ni la celestial esfera Ni la profunda extensión del infierno ocultan nada a tu vista, Di qué causa movió a nuestros primeros padres, Tan favorecidos del cielo en su feliz estado, A separarse de su Creador e incurrir en la única prohibición Que les impuso siendo señores del mundo todo. ¿Quién fue el primero que los incitó a su infame rebelión? La infernal Serpiente. Ella con su malicia animada Por la envidia y el deseo de venganza Engañó a la Madre del género humano. Por su orgullo había sido arrojada del cielo Con toda su hueste de ángeles rebeldes Y con el auxilio de éstos, no bastándole eclipsar La gloria de sus próceres, confiaba en igualarse Al Altísimo si el Altísimo se le oponía. El paraíso perdido (fragmento) ¡Salud, mundo infernal! Y tú, profundo Averno, Recibe a tu nuevo señor, cuyo espíritu No cambiará nunca, ni con el tiempo, ni en lugar alguno. El espíritu vive en sí mismo, y en sí mismo Puede hacer un cielo del infierno, o un infierno del cielo. ¿Qué importa el lugar donde yo resida,si soy el mismo que era, Si lo soy todo, aunque inferior a aquel A quien el trueno ha hecho más poderoso?
  • 46. Aquí, al menos, seremos libres, Pues no ha de haber hecho el Omnipotente este sitio Para envidiárnoslo, ni querrá, por lo tanto, expulsarnos de él; Aquí podremos reinar con seguridad, y para mí, Reinar es ambición digna, aun cuando sea sobre el infierno, Porque más vale reinar aquí, que servir en el cielo. Pero, ¿dejaremos a nuestros fieles amigos, A los partícipes y compañeros de nuestra ruina, Yacer anonadados en el lago del olvido? ¿No hemos de invitarlos a que compartan con nosotros Esta triste mansión, o intentar una vez más, Con nuestras fuerzas reunidas, si hay todavía algo que Recobrar en el cielo, o más que perder en el infierno?" CHARLES BAUSELAIRE El albatros Por distraerse, a veces, suelen los marineros Dar caza a los albatros, grandes aves del mar, Que siguen, indolentes compañeros de viaje, Al navío surcando los amargos abismos. Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas, Estos reyes celestes, torpes y avergonzados, Dejan penosamente arrastrando las alas, Sus grandes alas blancas semejantes a remos. Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil! Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco! ¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa, Aquél, mima cojeando al planeador inválido! El Poeta es igual a este señor del nublo, Que habita la tormenta y ríe del ballestero. Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío, Sus alas de gigante le impiden caminar. Elevación Por encima de estanques, por encima de valles, De montañas y bosques, de mares y de nubes, Más allá de los soles, más allá de los éteres, Más allá del confín de estrelladas esferas,
  • 47. Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad Y como un nadador que se extasía en las olas, Alegremente surcas la inmensidad profunda Con voluptuosidad indecible y viril. Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas, Sube a purificarte al aire superior Y apura, como un noble y divino licor, La luz clara que inunda los límpidos espacios. Detrás de los hastíos y los hondos pesares Que abruman con su peso la neblinosa vida, ¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos! Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras, Levantan hacia el cielo matutino su vuelo -¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo, La lengua de las flores y de las cosas mudas! Arthur Rimbaud Sueño para el invierno En el invierno viajaremos en un vagón de tren con asientos azules. Seremos felices. Habrá un nido de besos oculto en los rincones. Cerrarán sus ojos para no ver los gestos en las últimas sombras, esos monstruos huidizos, multitudes oscuras de demonios y lobos. Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño... un beso muy pequeño como una araña suave correrá por tu cuello... Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara -y tardaremos mucho en hallar esa araña, por demás indiscreta. paul verlaine Primavera Tiernamente la joven mujer de cabello rojizo Conmovida ante tanta inocencia Le dijo a la rubia muchacha Estas palabras en suave voz
  • 48. "Savia que se eleva; flores que se abren tu juventud es una glorieta permite a mis dedos vagar por la hierba donde se estremece el capullo de la rosa Déjame por entre el herbaje puro Beber las gotas del rocío Que humedece a la tierna rosa,.. De modo que el placer, mi cariño Avive tu rostro Como el amanecer el azul del cielo Su adorado cuerpo bello, armonioso Perfumado, blanco como el blanco Rosa, emblanquecido con pura leche, rosado Como un lirio bajo un cielo púrpura Bellos los muslos, enhiestos los pechos Tu espalda, hombros, vientre, un banquete Para los ojos y para las curiosas manos Para los labios y todos los sentidos "Pequeña niña, deja ver si tu lecho tiene aún debajo de la roja cortina la hermosa almohada que lleva y las salvajes sábanas. Oh a tu lecho. William Blake Para ver el mundo en un grano de arena, Y el Cielo en una flor silvestre, Abarca el infinito en la palma de tu mano Y la eternidad en una hora. Aquel que se liga a una alegría Hace esfumar el fluir de la vida; Aquél quien besa la joya cuando esta cruza su camino Vive en el amanecer de la eternidad. Tú, rubio ángel de la noche Ahora, cuando el sol descansa sobre las montañas, la luz abrillanta la antorcha del amor; tu radiante corona
  • 49. ¡ ponla y sonríe sobre nuestro lecho nocturno ! Sonríe a nuestros amores, y mientras echas las azules cortinas del cielo, esparce tu helada de plata sobre cada flor que cierra sus dulces ojos con oportuno sueño. Deja que tu viento del este duerma sobre el lago; habla el silencio con tus parpadeantes ojos, Y lava la oscuridad con plata. Pronto, muy pronto, te retiras, entonces el lobo se enfurece, y el león se queda a través del bosque pardo, Las pelajes de nuestros rebaños están cubiertos con tu sagrada helada, protégelos con tu influencia. El árbol que mueve algunos a lágrimas de felicidad, en la Mirada de otros no es más que un objeto Verde que se interpone en el camino. Algunas personas Ven la Naturaleza como algo Ridículo y Deforme, pero para ellos no dirijo mi discurso; y aun algunos pocos no ven en la naturaleza nada en especial. Pero para los ojos de la persona de imaginación, la Naturaleza es imaginación misma. Así como un hombre es, ve. Así como el ojo es formado, así es como sus potencias quedan establecidas. "No poseo nombre: pero nací hace dos días." ¿Cómo te llamaré? "Soy feliz. Me llamo alegría." ¡Que el dulce júbilo sea contigo! ¡Bonita alegría! Dulce alegría, de apenas dos días, te llamo dulce alegría: así tú sonríes, mientras yo canto. ¡Que el dulce júbilo sea contigo! Cuando los verdes bosques ríen con la voz del júbilo, y el arroyo encrespado se desplaza riendo; cuando ríe el aire con nuestras divertidas ocurrencias, y la verde colina ríe del estrépito que hacemos; cuando los prados ríen con vívidos verdes, y ríe la langosta ante la escena gozosa; cuando Mary y Susan y Emily cantan "¡ja, ja, ji!" con sus dulces bocas redondas. Cuando los pájaros pintados ríen en la sombra donde nuestra mesa desborda de cerezas y nueces,
  • 50. acercaos y alegraos, y uníos a mí, para cantar en dulce coro el "¡ja, ja, ji!" Tigre, tigre, que te enciendes en luz por los bosques de la noche ¿qué mano inmortal, qué ojo pudo idear tu terrible simetría? ¿En qué profundidades distantes, en qué cielos ardió el fuego de tus ojos? ¿Con qué alas osó elevarse? ¿Qué mano osó tomar ese fuego? ¿Y qué hombro, y qué arte pudo tejer la nervadura de tu corazón? Y al comenzar los latidos de tu corazón, ¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies? ¿Qué martillo? ¿Qué cadena? ¿En qué horno se templó tu cerebro? ¿En qué yunque? ¿Qué tremendas garras osaron sus mortales terrores dominar? Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas y bañaron los cielos con sus lágrimas ¿sonrió al ver su obra? ¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo? Tigre, tigre, que te enciendes en luz, por los bosques de la noche ¿qué mano inmortal, qué ojo osó idear tu terrible simetría? ¡ Despierta, despierta, mi pequeño ! Tú eras la única alegría de tu madre; ¿Por qué lloras en tu sueño tranquilo? ¡Despierta! Tu padre te protege. Oh, ¿que tierra es la Tierra de los Sueños? ¿Cuáles son sus montañas, y cuáles sus ríos? ¡Oh padre! Allí vi a mi madre, Entre los lirios junto a las bellas aguas. Entre los corderos, vestida de blanco, Caminaba con su Thomas en dulce deleite. Lloré de alegría, como una paloma me lamento; ¡Oh! ¿Cuándo volveré allí? Querido hijo, también yo junto a ríos placenteros He caminado la noche entera en la Tierra de los Sueños;
  • 51. Pero por serenas y cálidas que fuesen las anchas aguas, No pude llegar hasta la otra orilla. ¡Padre, oh padre! ¿Qué hacemos aquí En esta tierra de incredulidad y temor? La Tierra de los Sueños es mucho mejor, allá lejos, Por sobre la luz del lucero del alba Constantino Cavafis LA CIUDAD Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar. Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta. Todo esfuerzo mío es una condena escrita; y está mi corazón - como un cadáver - sepultado. Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo. Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire oscuras ruinas de mi vida veo aquí, donde tantos años pasé y destruí y perdí". Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares. La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo y en estas mismas casas encanecerás. Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes- no hay barco para ti, no hay camino. Así como tu vida la arruinaste aquí en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste. Walt Whitman Creo que una brizna de hierba Creo que una brizna de hierba no es inferior a la jornada de los astros Y que la hormiga no es menos perfecta ni lo es un grano de arena Y que el escorzo es una obra de arte para los gustos más exigentes Y que la articulación más pequeña de mi mano es un escarnio para todas las máquinas. Quédate conmigo este día y esta noche y poseerás el origen de todos los poemas. Creo en ti, alma mía, el otro que soy no debe humillarse ante ti,
  • 52. Ni tú debes humillarte ante el otro. Retoza conmigo sobre la hierba, borra el freno de tu garganta. Creo que podría retornar y vivir con los animales, ellos son tan plácidos y autónomos. Me detengo y los observo largo rato. Ellos no se impacientan ni se lamentan de su situación. No lloran sus pecados en la oscuridad de un cuarto. No me fastidian con sus discusiones sobre sus deberes hacia Dios. Ninguno está descontento. Ninguno padece la manía de poseer objetos. Ninguno se arrodilla ante otro ni ante los antepasados que vivieron hace milenios. Ninguno es respetable o desdichado en toda la faz de la tierra. Así me muestran su relación conmigo y yo así lo acepto. No pregunto quién eres, eso carece de importancia para mí. No puedes hacer ni ser más que aquello que yo te inculco. Fernando Pessoa A veces, y el sueño es triste A veces, y el sueño es triste, En mis deseos existe Lejanamente un país Donde ser feliz consiste Solamente en ser feliz. Se vive como se nace, Sin querer y sin saber. En esa ilusión de ser, El tiempo muere y renace Sin que se sienta correr. El sentir y el desear No existen en esa tierra. Y no es el amor amar En el país donde yerra Mi lejano divagar. Ni se sueña ni se vive: Es una infancia sin fin. Y parece que revive
  • 53. Ese imposible jardín Que con suavidad recibe. Elizabeth Barret Browning Almas de flores Elizabeth Barret Browning Nos quedamos contigo, rezagadas, las últimas de aquella muchedumbre, como voz de quien canta y sus propias canciones le enamoran. Somos perfume y alma de la flor y el capullo. Tus pensamientos nos llevamos, cuando nuestro aliento respiras, hacia los amarantos de esplendores, que en las colinas arden, hacia tiernas campanas de los lirios y grises heliotropos; hacia llanos cubiertos de amapolas, que guardan tal aliento de sueño y tal sonrojo, que, al cruzarlas, los ángeles habrán de parecerte más blancos todavía; hacia el sesgo del río, de ajo silvestre orlado, donde te solazaste un día entero, hasta que tu sonrisa trocábase en devota y el rezo florecía; hacia la rosa oculta en el boscaje, que vertía sus gotas de rocío en tu sueño; y hacia aquellos asfódelos floridos donde tu paso hundiste. Tiramos de tu ropa y tu pelo alisamos; desfallecemos entre nuestras quejas y sufrimos, perdidas por los aires. Aléjate de mí... Aléjate de mí. Mas sé que, para siempre, he de estar en tu sombra. Ya nunca, solitaria, irguiéndome en los mismos umbrales de mi vida recóndita, podré gobernar los impulsos
  • 54. de mi alma, ni alzar la mano como antaño, al sol, serenamente, sin que perciba en ella lo que intenté hasta ahora apartar: el contacto de tu mano en la mía. Esta anchurosa tierra con que quiso alejarnos el destino, en el mío deja tu corazón, con latir doble. En todo lo que hiciere o soñare estás presente, como en el vino el sabor de las uvas. Y cuando por mí rezo al Señor, en mis ruegos tu nombre escucha y ve en mis ojos mezclarse nuestras lágrimas. Elio Campos Elio Vacía, por dentro y por fuera Entre los vientos que soplan solo los de primavera traen verdades las que se robaron a las flores. Tu robas sueños y los cargas como el viento pero te olvidas esas flores lo lloraran cuando eso pase caerán al vacío y se depositaran sobre otra flor que escucho el llanto “entre tu viento” la acunara transformándola en una nueva flor más bella, más amada. Y tú seguirás tu camino solo soplando hasta ser, solo viento frío. Elio Campos
  • 55. RAINER MARIA RILKE Canción de amor ¿Cómo sujetar mi alma para que no roce la tuya? ¿Cómo debo elevarla hasta las otras cosas, sobre ti? Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido, en un rincón extraño y mudo donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse. Pero todo aquello que tocamos, tú y yo, nos une, como un golpe de arco, que una sola voz arranca de dos cuerdas. ¿En qué instrumento nos tensaron? ¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido? ¡Oh, dulce canto! Canciones de los ángeles No he soltado a mi ángel mucho tiempo, y se me ha vuelto pobre entre los brazos, se hizo pequeño, y yo me hacía grande: de repente yo fui la compasión; y él, solamente. un ruego tembloroso. Le .di su cielo entonces: me dejó él lo cercano, de que él se marchaba; a cernerse aprendió. yo aprendí vida, y nos reconocimos . lentamente... Aunque mi ángel no tiene ya deber,
  • 56. por mi día más fuerte desplazado, baja a veces su rostro con nostalgia, como si no quisiera ya su cielo. Querría alzar de nuevo, de mis pobres días, sobre las cimas de los bosques rumorosos, mis pálidas plegarias basta la patria de los querubines. Allí llevó mi llanto originario y pensamientos; y mis diminutos dolores se volvieron allí bosques que susurran sobre él... Sí algún día, en las tierras de la vida, entre el ruido de feria y de mercado, la palidez olvido de mi infancia florecida, y olvido el primer ángel, su bondad, sus ropajes y sus manos en oración, su mano bendiciendo; conservaré en mis sueños más secretos siempre el plegarse de esas alas, que como un ciprés blanco quedaban detrás de él... Sus manos se quedaron como ciegos pájaros que, engañados por el sol, cuando, sobre las olas, los demás se fueron a perennes primaveras, han de afrontar los vientos invernales en los tilos vacíos, sin follaje. Había en sus mejillas la vergüenza de las novias, que el espanto del alma tapan con púrpuras oscuras ante el esposo. Y en los ojos había resplandor del primer día: pero sobre todo descollaban las alas portadoras... Había expectación en la llanura por un huésped que no acudió jamás: aún pregunta tal vez el jardín trémulo: su sonrisa después se vuelve inválida. Y por los barrizales aburridos se empobrece en la tarde la alameda, las manzanas se angustian en las ramas y les hacen sufrir todos los vientos.
  • 57. Es donde están las últimas cabañas y casas nuevas que, con pecho angosto, se asoman estrujadas, entre andamios miedosos, quieren saber dónde empieza el campo. Allí la primavera siempre es pálida, a medias, el verano es febril tras esas tablas: enferman los ciruelos y los niños, y tan sólo el otoño allí tiene algo de remoto y conciliador: a veces son sus tardes de suave derretirse: dormitan las ovejas, y el pastor con zamarra se apoya, oscuro, en la última farola. Alguna vez ocurre en la honda noche que se despierta el viento, como un niño, y pasa la alameda, solitario, quedo, quedo, llegando hasta la aldea. Y a tientas va marchando hasta el estanque y se para después a oír en torno: y las casas están pálidas todas y las encinas mudas... GUSTAVO ADOLFO BECQUER Como se arranca el hierro de una herida su amor de las entrañas me arranqué, ¡aunque sentí al hacerlo que la vida me arrancaba con él! Del altar que le alcé en el alma mía la Voluntad su imagen arrojó, y la luz de la fe que en ella ardía ante el ara desierta se apagó. Aun para combatir mi firme empeño viene a mi mente su visión tenaz... ¡Cuándo podré dormir con ese sueño en que acaba el soñar! Yo me he asomado a las profundas simas de la tierra y del cielo, y les he visto el fin o con los ojos o con el pensamiento. Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo
  • 58. y me incliné un momento, y mi alma y mis ojos se turbaron: ¡Tan hondo era y tan negro! En la clave del arco mal seguro cuyas piedras el tiempo enrojeció, obra de cincel rudo campeaba el gótico blasón. Penacho de su yelmo de granito, la yedra que colgaba en derredor daba sombra al escudo en que una mano tenía un corazón. A contemplarle en la desierta plaza nos paramos los dos. Y, ese, me dijo, es el cabal emblema de mi constante amor. ¡Ay!, es verdad lo que me dijo entonces: verdad que el corazón lo llevará en la mano... en cualquier parte... pero en el pecho no. ¡Los suspiros son aire y van al aire! ¡Las lágrimas son agua y van al mar! Dime, mujer: cuando el amor se olvida, ¿sabes tú a dónde va? Las ondas tienen vaga armonía, las violetas suave olor, brumas de plata la noche fría, luz y oro el día, yo algo mejor; ¡yo tengo Amor! Aura de aplausos, nube radiosa, ola de envidia que besa el pie. Isla de sueños donde reposa el alma ansiosa. Dulce embriaguez ¡la Gloria es! Ascua encendida es el tesoro, sombra que huye la vanidad. Todo es mentira: la gloria, el oro,
  • 59. lo que yo adoro sólo es verdad: ¡la Libertad! Así los barqueros pasaban cantando la eterna canción y a golpe de remo saltaba la espuma y heríala el sol. -¿Te embarcas? gritaban, y yo sonriendo les dije al pasar: Yo ya me he embarcado, por señas que aún tengo la ropa en la playa tendida a secar. Rubén Darío LOS TRES REYES MAGOS Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso. Vengo a decir: La vida es pura y bella. Existe Dios. El amor es inmenso. ¡Todo lo sé por la divina Estrella! Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo. Existe Dios. Él es la luz del día. ¡La blanca flor tiene sus pies en lodo y en el placer hay la melancolía! Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro que existe Dios. Él es el grande y fuerte. Todo lo sé por el lucero puro que brilla en la diadema de la Muerte. Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos. Triunfa el amor, ya su fiesta os convida. ¡Cristo resurge, hace la luz del caos y tiene la corona de la Vida!. PABLO NERUDA Amor
  • 60. Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte la leche de los senos como de un manantial, por mirarte y sentirte a mi lado, y tenerte en la risa de oro y la voz de cristal. Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal, porque tu ser pasara sin pena al lado mío y saliera en la estrofa --limpio de todo mal--. ¡Cómo sabría amarte, mujer cómo sabría amarte, amarte como nadie supo jamás! Morir y todavía amarte más. Y todavía amarte más. Ángela Adónica Hoy me he tendido junto a una joven pura como a la orilla de un océano blanco, como en el centro de una ardiente estrella de lento espacio. De su mirada largamente verde la luz caía como un agua seca, en transparentes y profundos círculos de fresca fuerza. Su pecho como un fuego de dos llamas ardía en dos regiones levantado, y en doble río llegaba a sus pies, grandes y claros. Un clima de oro maduraba apenas las diurnas longitudes de su cuerpo llenándolo de frutas extendidas y oculto fuego.
  • 61. Mario Benedetti TÁCTICA Y ESTRATEGIA Mi táctica es mirarte aprender como sos quererte como sos mi táctica es hablarte y escucharte construir con palabras un puente indestructible mi táctica es quedarme en tu recuerdo no sé cómo ni sé con qué pretexto pero quedarme en vos mi táctica es ser franco y saber que sos franca y que no nos vendamos simulacros para que entre los dos no haya telón ni abismos mi estrategia es en cambio más profunda y más simple mi estrategia es que un día cualquiera no sé cómo ni sé con qué pretexto por fin me necesites.
  • 62. LORD BIRON Acuérdate de mí Llora en silencio mi alma solitaria, excepto cuando está mi corazón unido al tuyo en celestial alianza de mutuo suspirar y mutuo amor. Es la llama de mi alma cual lumbrera, que brilla en el recinto sepulcral: casi extinta, invisible, pero eterna... ni la muerte la puede aniquilar. ¡Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba no pases, no, sin darme una oración; para mi alma no habrá mayor tortura que el saber que olvidaste mi dolor. Oye mi última voz. No es un delito rogar por los que fueron. Yo jamás te pedí nada: al expirar te exijo que vengas a mi tumba a sollozar. Adiós ¡Adiós! si dicha se concede al hombre de una plegaria en premio, ésta tu nombre elevará hasta el trono del Señor. Promesas, quejas, llanto, fueran vanos; más que el lloro, exprimido, ya sangrante, de ojos sin luz, tenaz remordimiento esta palabra dice... ¡Adiós! ¡Adiós! Secos están mis ojos, extinguida mi voz, pero al dejarte, de mi vida se adueña para siempre un gran dolor. Aunque el pesar y la pasión torturan mi corazón, quejarse no le es dado... Yo sólo sé que en vano hemos amado... Sólo puedo sentir... ¡Adiós! adiós.
  • 63. Al cumplir mis 36 años ¡Calma, corazón, ten calma! ¿A qué lates, si no abates ya ni alegras a otra alma? ¿A qué lates? Mi vida, verde parral, dio ya su fruto y su flor, amarillea, otoñal, sin amor. Más no pongamos mal ceño! ¡No pensemos, no pensemos! Démonos al alto empeño que tenemos. Mira: Armas, banderas, campo de batalla, y la victoria, y Grecia. ¿No vale un lampo de esta gloria? ¡Despierta! A Hélade no toques, Ya Hélade despierta está. Invócate a ti. No invoques más allá Viejo volcán enfriado es mi llama; al firmamento alza su ardor apagado. ¡Ah momento! Temor y esperanza mueren. Dolor y placer huyeron. Ni me curan ni me hieren. No son. Fueron. ¿A qué vivir, correr suerte, si la juventud tu sien ya no adorna? He aquí tu muerte. Y está bien. Tras tanta palabra dicha, el silencio. Es lo mejor. En el silencio ¿no hay dicha? y hay valor.
  • 64. Lo que tantos han hallado buscar ahora para ti: una tumba de soldado. Y hela aquí. Todo cansa todo pasa. Una mirada hacia atrás, y marchémonos a casa. Allí hay paz. PERCY SHELLEY A una alondra ¡Sé bienvenido, jubiloso espíritu! No fuiste nunca un pájaro, tú, que desde los cielos o cerca de sus lindes, el corazón derramas en profusos acentos, con arte no pensado. Alta, siempre más alta, de la tierra te lanzas como nube de fuego; por el azul revuelas y cantando, te ciernes y, cerniéndote, cantas. En dorados relámpagos del sol, ya trasmontado, donde se encienden nubes, flotas tú y te deslizas como gozo sin cuerpo que empieza su carrera. La tardecita pálida y purpúrea, en torno de tu vuelo se funde: como estrella del cielo, al ser día, invisible eres tú, pero escucho tu voz dulce y aguda, fina como las flechas de la esfera de plata, cuya viva luz mengua en la blanca alborada, y ya, sin verla apenas, lejana la sentimos. Todo el aire y la tierra de tus trinos se colman: así, en la noche pura,
  • 65. desde una nube sola, derrama luz la luna y se inundan los cielos. No sabemos quién eres. Ya ti más parecido ¿qué habrá? De la irisada nube no fluyen nunca gotas tan radiantes, como de tu presencia nos llueven melodías. Así un poeta oculto en luz de pensamientos, que entona sus canciones, hasta sentir el mundo temores y esperanzas que no advirtiera nunca. Así un alta doncella en torre de un palacio, que alivia pesadumbres de amor secretamente, con música tan dulce como el amor, fluyendo de su estancia. Tal dorada luciérnaga en valle de rocío, que esparce, sin ser vista, aéreos, sus fulgores, entre flores y hierba que a los ojos la ocultan. Cual rosa retirada entre sus hojas verdes, deshojada por brisas tibias, hasta que sienten desmayo, por exceso de aroma, sus ladrones de vuelo fatigado. Al son de los chubascos de primavera, en hierbas relucientes, a flores despertadas por la lluvia, a todo lo que hubiere de alegre, claro y fresco, tu música aventaja. Dinos, ave o espíritu, tus dulces pensamientos: nunca oí una alabanza del amor o del vino, que tan divino arrobo, ardiente, derramara. Los coros de Himeneo, los cantos de victoria, junto a los tuyos fueran ostentación vacía,
  • 66. aquello en que se siente alguna falla oculta. JOHN KEAT A quien en la ciudad estuvo largo tiempo A quien en la ciudad estuvo largo tiempo confinado, le es dulce contemplar la serena y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria hacia la gran sonrisa del azul. ¿Quién más feliz, entonces, si, con el alma alegre, se hunde, fatigado, en la blanda yacija de la hierba ondulante y lee una acabada, una gentil historia de amor y languidez? Si, atardecido, vuelve al hogar, ya en su oído la voz de Filomela, y acechando sus ojos la fúlgida carrera de una pequeña nube, lamenta el deslizarse del presuroso día, desvanecido como la lágrima de un ángel que cae por el éter claro, calladamente. A Reynolds ¿DÓNDE hallar al poeta? Nueve Musas, mostrádmelo, que Pueda conocerlo. Es aquel hombre que ante cualquier hombre como un igual se siente, aunque fuere el monarca o el más pobre de toda la tropa de mendigos; o es tal vez una cosa de maravilla: un hombre entre el simio y Platón; es quien, a una con el pájaro, reyezuelo o bien águila, el camino descubre que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado el rugir del león, y nos diría lo que expresa aquella áspera garganta; y el bramido del tigre le llega articulado y se le adentra, como lengua materna, en el oído.