3. “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si
primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no
obedecen al evangelio de Dios? (1 Pedro 4:17).
Todos vamos a prestar cuentas de nuestras palabras (Mateo 12:36,
37).
Todos seremos juzgados con justicia por el Hombre elegido por
Dios (Hechos 17:31).
4. Con base en los juicios pasados relatados en la Biblia,
podemos aprender que en los juicios divinos del presente y del
futuro se considerará el tiempo, el lugar y las circunstancias.
5. El capítulo 7 de Daniel relata el sueño profético de cuatro bestias que
surgieron del mar (versículo 3), cada una como símbolo de un imperio
mundial (v. 17) que se levantaría y desaparecería, hasta que ocurra un juicio
de proporciones gigantescas en el cielo (versículos 9, 10, 22, 26), que
conducen al reino eterno de Dios (versículos 14, 22, 27).
6. “Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán
en la tierra. Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y
poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre”
(Daniel 7:17, 18).
Estos son identificados como Babilonia, Medo Persia, Grecia y
Roma, que permanece de alguna forma hasta el fin del mundo.
7. El cuarto poder, Roma medieval, cuando hubo una fuerte
persecución (versículos 21, 24, 25), surgió después de Grecia. Roma
pasó por las fases de República, después de los Césares y se
extiende hasta hoy en su fase papal. Sin embargo, un juicio celestial
del tiempo del fin (versículos 9, 10, 22, 26) conduce al reino eterno,
al “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1; ver Isaías 65:17;
66:22; 2 Pedro 3:13).
8. El Anciano de Días, ahora con el “Hijo del Hombre”, como se refería Jesús a sí
mismo en el Nuevo Testamento, está en un evento celestial que conduce
directamente al reino eterno de Dios.
9. “…hasta que vino el Anciano de días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y
llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino” (Daniel 7:22; cf. versículos 26 y
27). Para los “santos”, el pueblo de Dios, el juicio es una
buena noticia, pues heredarán el reino.
10. Todos somos pecadores, no “No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios”
(Romanos 3:11-18). Todo lo que hicimos será revelado (ver Eclesiastés 12:14), sin
embargo, nuestra salvación es el evangelio, la justicia de Cristo, aceptada por el
Padre como si fuese nuestra en el momento en el que nos apropiamos de ella por la
fe.
11. El juicio en Daniel 7 es “en favor de los santos del Altísimo” (Daniel 7:22, NVI),
pues fueron cubiertos por la justicia de Cristo. Pablo enseña: “Ahora, pues,
ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1), pues el “hombre
es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28).
12. “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo,
justo y bueno” (Romanos 7:12), señala el pecado, pero
no es capaz de expiarlo (pagarlo, purificarlo). Solamente
el sumo sacerdote, Jesús, prefigurado en el templo del
antiguo Israel por medio de símbolos, podría ser el
“Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan
1:29). Él asumió nuestra culpa y murió en nuestro lugar.
13. El ritual realizado en el Lugar
Santísimo, segundo compartimiento
del Templo, en el Día de la
Expiación, el Yom Kippur,
representaba tanto el evangelio
eterno como el día del juicio
(Apocalipsis 14:6), pues mediante la
sangre del Cordero derramada y
asperjada en la tapa del
propiciatorio, eran perdonados,
eliminados y purificados todos los
pecados de los hijos de Israel
(Levítico 16).
14. “O juízo começará pelos da casa de Deus, os que são obedientes, depois
se seguirá aos que desobedecem o evangelho (I Pedro 4:17). Todos
vamos prestar contas de nossas palavras (Mateus 12:36,37), todos
seremos julgados com justiça pelo Homem escolhido por Deus (Atos
17:31).
La expiación es para perdonar pecadores, no para
condenarlos, y el perdón solo puede originarse de la sangre.
Aunque en el Arca del Pacto, contenida en el segundo
compartimiento del Santuario, estuvieran los Diez
Mandamientos, la expiación ocurría no por causa de la ley,
sino a pesar de ella.
15. El libro de Hebreos explica que el santuario terrenal era un modelo del
santuario celestial, en el cual Jesús, Sumo sacerdote, después de derramar su
sangre en la cruz, “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que
tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en
los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el
Señor, y no el hombre” (Hebreos 8:1, 2).
16. Así como el primer sacerdote intercedía por los pecadores, llevando la sangre
adentro del santuario, Jesús, nuestro Sumo sacerdote en el santuario celestial,
intercede por nosotros también (Romanos 8:34) y puede salvar totalmente a los que
por él se acercan a Dios (Hebreos 7:25).
17. “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere
pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1).
“Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en
el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreus 9:24).
18. Podemos tener la seguridad de la
salvación por lo que Cristo hizo por
nosotros en la cruz, como nuestro
sacrificio, y por lo que hace por
nosotros ahora, en el santuario
celestial, en la función de sumo
sacerdote.
19. “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el
que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que
también intercede por nosotros” (Romanos 8:34). Debido a esa
intercesión por nosotros, “Ahora, pues, ninguna condenación hay
para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1).
¡NINGUNA CONDENACIÓN AHORA NI EN EL JUICIO!
20. El mensaje del primer ángel ocurre
en el contexto del Día de la
Expiación y “la llegada de la hora
del juicio” pero, aunque su pueblo
tenga el deber de temer a Dios y
darle gloria, los redimidos lo hacen
con la seguridad de la vida eterna
en Jesús, prometida a ellos por el
“evangelio eterno”, la promesa
que les pertenece por la fe.