María había creído desde el principio que Jesús era el Mesías, aunque también tenía dudas. Anhelaba el momento en que la gloria de Jesús se revelara. Sin embargo, debido a su relación como madre, María corría el peligro de creer que tenía derechos especiales sobre Jesús o poder para dirigir su misión, cuando en realidad como Hijo de Dios, ningún vínculo terrenal podía impedirle cumplir su propósito o influir en su conducta.