1. El lustrólogo profesional
Por: Jessica Serna Sierra
Con mirada vigilante y atenta, gesto incrédulo y brazos cruzados, la estatua de Pedro
Justo Berrío custodia el parque nombrado en su honor. A su alrededor, un tejido cultural
de especial excentricidad se forma, los ancianos de sombrero y bastón ambientados por
la guitarra y voz de intérpretes aficionados, dejan pasar el tiempo. Voces que se levantan
para alegar posiciones políticas, para vender productos, cantar o simplemente contar
historias a peatones curiosos que se acercan a escuchar y en ocasiones a participar.
Entre vendedores de tinto, de minutos, dulces, cigarrillos y helados, los empleados de
alumbrado público levantan la decoración que hasta hoy, 29 de enero, acompañó el
sentimiento navideño de trabajadores y visitantes del Parque Berrío de Medellín. El viento
sopla suavemente y el convulsionado sitio se toma un respiro, el ruido de los autos se
opaca ante la música mientras el sol comienza a esconderse.
— ¡Oscar Alberto Echeverry! Exclamó un hombre de lentes, camisa azul a rayas,
pantalón beige, dos anillos de oro y periódico bajo el brazo.
— ¿Se va a lustrar caballero? preguntó Oscar.
— ¿Lustrólogo titulado? Indagó el hombre evadiendo la pregunta.
—Sí señor, de la universidad de la vida. Bien pueda, aquí se le hace cambio
extremo a sus zapatos.
Una caja de icopor para guardar las herramientas, betún, pinceles, cepillos de varios
tamaños para brillar, shampoo para tenis, dulce abrigo para limpiar y secar el sudor de
vez en cuando. No pueden faltar dos zapatos para la muestra, un diploma que lo acredita
como informante de la policía, butaca y silla especial para el cliente, jean claro, delantal
negro con rayas verdes sobre los hombros, carnet que confirma su pertenencia a
“Asolustres”, la Asociación de Lustrabotas.
Oscar Alberto Echeverry, se ubica en una esquina del parque y con su oficina portátil
completamente instalada, espera desde las 8:00 de la mañana la clientela que ha
conseguido durante los 18 años que lleva trabajando en el lugar. Él es un hombre de
contextura gruesa, ojos expresivos y bigote sombreado, reconocido en el sector por
apelar a su creatividad para atraer clientes, él “lustrólogo titulado”, “embellecedor de
calzado”, “el que le hace cambio extremo a sus zapatos”.
Oscar tiene 46 años y desde la edad de 15 ejerce esta profesión, actualmente vive en el
Popular Número 1 con su esposa Claudia Parra y sus tres hijos: Sebástián de 13,
Davinson Arley de 8 y Sara de 3 años.
2. Su madre llegó a Medellín huyendo de Maceo, Antioquia el pueblo donde Roberto
Echeverry, el abuelo de Oscar fue asesinado por pertenecer a “la chusma”, es decir, a los
liberales. “Yo no conozco a mi papá, sólo sé que fue un pintor que llegó a la misma casa
donde mi mamá trabajaba, la embarazó y nunca volvió” dice Echeverry mientras se
acomoda en la silla que cambia por butaca cuando un cliente aparece.
“A mi mamá la echaban del trabajo por mi culpa, porque yo peleaba con los niños de los
patrones, por eso no tuvo como darme el estudio y yo solo pude estudiar hasta segundo
de primaria. Cuando cumplí 15 años, yo le dije a mi mamá que no trabajara más, que yo
me iba a ir a vender cigarrillos para pagarle una pieza y darle el sustento, pero como no
me dio la utilidad que esperaba, cogí una cajita de lustrar”.
Oscar comenzó su labor como lustrabotas cerca de la Clínica León 13 y en la Plazuela
San Ignacio. “Cuando decidí trabajar en el Parque Berrío nos sacaban porque no
estábamos autorizados, pero como la constancia vence, luego de un tiempo nos
acreditaron y después entramos a hacer parte de Asolustres”.
— Hay lustradas desde 2.000 hasta 12.000 pesos, que vendría siendo la tinturada,
se los dejo como nuevos caballero. Dijo Echeverry ofreciendo su servicio al cliente
que no hizo más que preguntar.
“Ahora hay mucha herramienta para trabajar calzado, no es como antes que se usaba
solo betún negro y café”. Mencionó Oscar recordando la época en la que fue lustrador a
peso. “A mí me tocó la construcción del Metro, este parque lo elevaron 2 metros, porque
era muy bajito. En ese tiempo nos hacíamos a la orilla del parque y a pesar del polvo los
clientes seguían viniendo”.
La seguridad del sector ha mejorado, porque según el lustrólogo, algunos de los
trabajadores entraron en un sistema de seguridad de la Policía Metro, ellos tienen un
código y realizan la labor de informantes mientras desempeñan sus labores. Él se siente
orgulloso y por eso su diploma hace parte esencial de sus herramientas de trabajo, ha
desarrollado la capacidad de reconocer a primera vista los ladrones y las modalidades de
robo.
— Él es el sapo, dice sonriendo uno de sus compañeros lustrabotas.
Pese a la informalidad de su trabajo, Oscar Alberto gana el dinero suficiente para sostener
a su, él es uno de los lustrabotas que cuestionan los pronósticos de extinción de la
profesión. Mientras el parque vuelve a la calma el sol se esconde y uno de los lugares
más concurridos de la ciudad se va silenciando, Pedro Justo Berrío va quedando solo,
esperando el cambio de turno en el que los trabajadores de la noche hacen presencia.