Economia social y solidaria. Una visión directa.

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Algunas palabras se usan tanto y para tantas cosas, que acaban perdiendo
su significado original, convirtiéndose en un mero cliché vacío de contenido.
Ocurre con palabras como “social”, “solidaridad” o “economía”.
En Giser.info somos parte de la economía social, y somos conscientes del
riesgo que supone no comprender lo que significa realmente. Por eso
queremos contarte para qué nos sirve a nosotros este concepto, sin tapujos.
Queremos decirte por qué nos parece importante, y cómo intentamos hacer
realidad nuestra visión en el día a día.
LO PRIMERO ES SER EFICIENTE
La economía social, tal y como está regulada en España, incluye a
cooperativas, sociedades laborales, centros especiales de empleo, empresas
de inserción, y algunas asociaciones y fundaciones. Es un grupo heterogéneo
que, a veces, se ha acostumbrado a sobrevivir apelando a la bondad de su
nombre y no a su capacidad para ofrecer recursos útiles a la sociedad. Una
carga, vaya.
A veces se utiliza la excusa de lo social para ignorar que estamos en una
economía abierta, y todos los agentes que intervienen en ella deben ser
eficientes y dar satisfacción a sus clientes o sus usuarios, sean quienes sean.
No podemos construir una buena economía social si realmente no queremos
atender a las necesidades de quienes requieren nuestros servicios. No
podemos ser solidarios si no nos imponemos a nosotros mismos la obligación
de trabajar con profesionalidad.
Decía Kennedy que no nos preguntemos qué nos debe dar la sociedad sino
qué podemos aportarle nosotros. Esta verdad se hace patente cuando
hablamos de grupos humanos que pueden creerse con derecho a no aportar
tanto como otros, por el mero hecho de ser “diferentes”. Pues no. En Giser.info
creemos en una economía social donde no se busquen muletas sino
integración, donde no se utilice el nombre, la discapacidad o la falta de ánimo
de lucro, como pantalla frente a las críticas y las exigencias, sino como acicate
para trabajar mejor.
La economía social debe ser, antes que cualquier otra cosa, una economía
que produzca, que aporte valor añadido, o no será.

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LO SEGUNDO ES NO PONER ÉNFASIS EN LA DIFERENCIA, SINO EN
SER COMO TODOS
La economía social no consiste en esperar sentados a que otros ayuden. No
se trata de reeditar caritativas visiones religiosas o de acallar conciencias. Se
trata, en cambio, de moverse para que la integración social sea un hecho. La
economía social debe abrirse a la sociedad ofreciéndole propuestas
atractivas, interesantes, que no se queden en la mera promoción de la
diferencia, sino que permitan mejorar al país en su conjunto. Los agentes de
la economía social, los cooperativistas, los discapacitados, los grupos en
peligro de exclusión, tienen que formarse e implicarse: deben renunciar a su
secular conformismo para embarcarse en la construcción de proyectos
atractivos. Precisamente porque muchas veces parten de una situación de
desventaja, los integrantes de la economía social tienen que presentarse ante
la sociedad con su propio nombre y apellido, como personas completas, sin
aludir como muletilla a su condición de “gentes dignas de ayuda”. La sociedad
solo estará al lado de los que tienen dificultades si ellos se ayudan antes a sí
mismos luchando con ilusión por conquistar el lugar que les corresponde. El
paternalismo mata a la innovación. La conmiseración hunde a aquellos de los
que se apiada: no la queremos.
Los sectores sociales que parten con desventaja deben por tanto acudir ante
la sociedad con desparpajo, alegría y osadía: arriesgando, embarcándose en
empresas atractivas, y presentándolas como tales. Quienes parten con
desventaja serán valiosos para la sociedad si se hacen antes valiosos para sí
mismos, renunciando al ensimismamiento.
LO TERCERO ES NO IGNORAR LAS DIFICULTADES Y NO PRETENDER
ESQUIVARLAS HACIENDO TRAMPAS
Partir de una situación de desventaja implica disponer de muchas menos
posibilidades para tener éxito. Es cierto. Los agentes de la economía social
tienen que superar en su camino trabas adicionales que dificultan la
consecución de sus objetivos.

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Por tanto, el que existan normas legales que promuevan la economía social
no supone un trato de favor, sino un mecanismo imprescindible para que todos
podamos competir en igualdad de condiciones. El problema surge cuando
estas formas de promoción se confunden con otras que, por desgracia, existen
demasiado en nuestra sociedad: medidas que privilegian a sectores o grupos
que no parten de una desigualdad objetiva que merezca un impulso dado
desde arriba. Medidas arbitrarias, coyunturales y, a veces, sencillamente
injustas.
Ante esta realidad, la sociedad ha aprendido a desconfiar de las ayudas
públicas, y con razón. Pero esto hace que la economía social se vea sometida
a un estigma adicional: el rechazo social a “la subvención”, entendida como
ejemplo de arbitrariedad proveniente de lo público, hace que se pueda ver a
la persona integrante de la economía social como un ventajista, alguien que
hace competencia desleal frente los que “tienen que ganarse la vida por sí
mismos”. El papel de lo público, de esta forma, se transforma en un
inconveniente, en una etiqueta peyorativa que aleja posibilidades y levanta
muros. La loable intención de “poner a todos en la misma posición de partida”
se vuelve contra aquellos a quienes se pretende igualar.
En muchas ocasiones la reacción adversa es provocada por los propios
miembros de la economía social, que mendigan ante las administraciones,
usando como coartada su condición “social”, para conseguir prebendas que
con su trabajo diario no consiguen o que su medianía no alcanza.
Tenemos que cambiar: cambiemos. La economía social del siglo XXI no debe
ser pedigüeña sino combativa. Debe dar el salto desde la marginalidad hasta
el centro del tablero con osadía y sin red. Obtener ventajas públicas no puede
ser ni el objetivo ni el late motive de los responsables de nuestras
organizaciones. Precisamente porque las dificultades son reales y muy
superiores a las que afrontan otros sectores, hay que poner el énfasis, más si
cabe, en la productividad y en el trabajo bien hecho. Solo a posteriori, ante la
evidencia del valor que la economía social aporta al resto del país, se pueden
reclamar medidas de igualación basadas en la desigualdad del punto de
partida. Solo eso.

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LO CUARTO ES NO SER CORPORATIVO
La economía social no debería ser una secta. Ni siquiera, casi, debería ser un
sector. La economía social es un espíritu, una actitud que debería impregnar
a toda la sociedad. En el ámbito de la “empresa ordinaria” se ha hablado
mucho de la “responsabilidad social corporativa”, y por ahí van los tiros. No
importa tanto la forma jurídica como el compromiso, la forma como el fondo.
Las empresas de economía social pueden y deben asociarse para defender
su posición y sus razones, por supuesto. Pero en el marco de la economía
colaborativa propia del siglo XXI, tanto o más empeño deben poner en
colaborar con empresas que no son de su ámbito. Hay que abrirse, hay que
construir redes, haciendo de la sociedad una tela de araña permeable a
nuestras gentes. De nada sirve hablar solo con otras organizaciones
“sociales”, o con concejalías, consejerías o ministerios. La sociedad, la
auténtica sociedad, está esperando, y los agentes de la economía social
deben buscar vínculos que las impliquen con las empresas que se mueven
fuera de ella, empujándolas hacia una responsabilidad real, efectiva, que las
obligue a mojarse en el día a día, a emplear a personas discapacitadas aun
cuando la ley no lo exija, a comerciar de igual a igual con las cooperativas, a
no dar la espalda a los inmigrantes por el hecho de serlo, etc, etc.
Frente a una sociedad que se parapeta, que se vuelve egoísta y mezquina,
los miembros de la economía social no pueden reaccionar siendo también
defensivos o corporativistas sino, por el contrario, abriéndose para ganar. La
creación de redes informales de empresas en las que se integren con otras
que no pertenezcan estrictamente al ámbito de lo social, enriquecerá a ambas
partes.
LO QUINTO ES NO DEFRAUDAR APROVECHANDO LOS MOLDES
JURÍDICOS
El Derecho es un conjunto de moldes a los que las personas deben atenerse
en su vida dentro de la sociedad. Las empresas de economía social tienen
también sus propios moldes jurídicos. Funcionan frente a terceros como

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etiquetas, que se llaman “cooperativa”, “empresa de inserción”, “centro
especial de empleo”, etc.
Pero como esos moldes, a veces, se asocian con ventajas que provienen de
lo público, siempre existe la tentación de utilizarlos para disfrazar actividades
ordinarias y conseguir, por el camino, privilegios económicos o de otro tipo.
Digámoslo claramente: Un centro especial de empleo que dispone de dos
centros anexos, uno plagado de discapacitados y otro casi sin ellos, y que
obtiene subvenciones gracias a esa yuxtaposición, está defraudándonos a
todos. Una cooperativa que cuente con tres socios pero con quince
trabajadores que no lo son, porque han renunciado voluntariamente a esa
condición, no es una cooperativa, sino una sociedad capitalista camuflada. No
debería tolerarse que se comercie sin obtener las autorizaciones pertinentes,
amparándose en que quien lo hace es una asociación humanitaria. Pero se
hace. Y así vivimos, en medio de un largo y triste etcétera de mentiras jamás
reveladas, de falsedades ocultas por un nombre o una etiqueta “social”, que
nadie se atreve a desvelar. Las ventajas de que se disfruta gracias a artimañas
como esas nos dañan a todos, no solo por la pérdida de recursos públicos que
suponen, sino por el deterioro de nuestra imagen que acarrean.
Es preciso que se abandonen las prácticas fraudulentas, el habitual recurso a
moldes jurídicos que en su interior no encierran nada real. Y es preciso que
quienes, desde fuera, contratan o se relacionan con las empresas de
economía social, se aseguren de que la apariencia que se presenta no es una
mera cáscara vacía sino algo contrastado, con todas las de la ley. El nombre,
la imagen con la que nos presentamos ante los demás, no garantiza ninguna
bondad adicional, ni nos exime de cumplir con las normas y las exigencias
legales. Los otros, y sobre todo, las administraciones públicas, tienen el deber
inexcusable de comprobar la veracidad de lo que afirmamos ser y hacer, y de
castigarnos con dureza si no lo somos o no lo hacemos realmente.
El recurso hispano, tan extendido, al fraude y el disimulo, ni puede ni
consentirse, ni tolerarse, ni ampararse. Cada euro público destinado a una
causa que no lo merece es un aguijón que daña profundamente a la auténtica
economía social, desacreditándola y hundiéndola.
Está pasando.

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LO SEXTO ES QUERERLO TODO
El objetivo último de los agentes de la economía social, a tenor de todo lo
dicho, tiene que ser estar en todas partes y alcanzarlo todo. Que llegue un
momento en que la economía social esté integrada en el conjunto del país de
forma que resulte indistinguible de él. Sin guetos. Sin zonas exentas de
competencia. Sin privilegios injustificados.
Para conseguirlo es necesario salir del armario de la excepcionalidad y hacer
que la sociedad comprenda que hay millones de personas imprescindibles,
porque pueden aportar mucho y porque quieren hacerlo. Millones de personas
como tú y como yo: como todos. Que no se busca obtener réditos inmerecidos,
sino trabajo conjunto y compromiso. Porque una sociedad abierta necesita a
todos sus miembros para prosperar, y no se puede permitir ir dejándose
jirones (productivos, útiles, humanos) por el camino.
El objetivo último de una economía social vigorosa es estar siempre en todas
partes; en las empresas y en la calle, en los consejos de administración y en
los puestos de trabajo: resultar tan normales para la sociedad, ni más ni
menos, como lo somos como personas individuales en nuestra vida cotidiana.
Para eso sí que necesitamos la colaboración de nuestro entorno. Necesitamos
un compromiso activo por parte de todos que no cierre puertas a quienes
vienen pisando fuerte e intentando abrirlas. Que nos escuchen, que trabajen
con nosotros y nos pongan exigentemente a prueba.
Y para eso, simplemente, Giser está aquí. Emprendiendo la tarea. Abriendo
puertas. Contándolo.
Salamanca, diciembre de 2016

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LO PRIMERO ES SER EFICIENTE
LO SEGUNDO ES NO PONER ÉNFASIS EN LA DIFERENCIA,
SINO EN SER COMO TODOS
LO TERCERO ES NO IGNORAR LAS DIFICULTADES Y NO
PRETENDER ESQUIVARLAS HACIENDO TRAMPAS
LO CUARTO ES NO SER CORPORATIVO
LO QUINTO ES NO DEFRAUDAR APROVECHANDO LOS
MOLDES JURÍDICOS
LO SEXTO ES QUERERLO TODO