Este documento explora la hipótesis de que la Tierra es hueca en su interior. Discute las teorías del siglo XIX del capitán John Cleves Symmes, quien propuso que la Tierra tenía dos grandes aberturas polares que conducían a un interior hueco con varias esferas internas habitables. También cubre las creencias nazis en la Tierra Hueca y las anomalías magnéticas y climáticas observadas cerca de los polos que podrían apoyar esta teoría. Finalmente, sugiere que aunque no es fís
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Contenido
Viaje al centro de la Tierra (Hueca)........................................................................................3
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A través de los agujeros de Symmes......................................................................................3
Redescubriendola Hohlweltlehre..........................................................................................5
Una verdad más profunda.....................................................................................................7
¿Tiene algún sentido todo esto del terrahuequismo? .............................................................9
¿Y entonces? ¿Qué es realmente?.......................................................................................10
La tierra se hunde en Texas.................................................................................................11
¿Quiénes son los intraterrestres?........................................................................................12
BIBLIOGRAFIA ....................................................................................................................13
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Viaje al centro de la Tierra (Hueca)
La historia de la ciencia abunda en revoluciones
copernicanas que han derribado a martillazos lo que se
percibía como verdades inmutables. En enero de 2014,
el astrofísico Hans Neige blandió de nuevo el martillo
al publicar un extenso artículo en Scientific
American, barajando varias hipótesis sobre la
formación planetaria y decantándose por el modelo de
planetas toroidales huecos… Es decir, con una corteza relativamente ancha y
aberturas en los polos, un espacio vacío en su parte media y un sólido radiante
en el núcleo asimilable a una protoestrella. Este modelo coincide
prodigiosamente con el modelo cosmológico de la Tierra Hueca, que se ha
movido hasta ahora en los márgenes de la comunidad científica y que no tardará
en volver al primer plano de la actualidad, si no lo ha hecho ya en el momento
de publicarse este texto. Es pues un momento único para derribar aquí en Jot
Down el mayor mito de todos: que la Tierra sea un esferoide sólido.
A través de los agujeros de Symmes
El concepto de una tierra subterránea, sea en la forma de
un «continente perdido» interior o una Tierra Hueca de
algún tipo, ha aparecido en la mitología y folclore de
prácticamente todas las culturas. A menudo se sitúa allí el
Reino de los Muertos, desde el Hades griego al Infierno
cristiano o el Svartálfaheimr nórdico. Especialmente
interesantes son las creencias del budismo tibetano, según
las que existe un enorme reino subterráneo llamado Agartha, al que puede
accederse desde entradas secretas repartidas por todo el planeta, y en cuya
capital Shambala gobierna el Rey oculto del mundo. Y como suele ocurrir, la
mitología esconde fragmentos de una verdad física subyacente.
A principios del siglo XIX, un capitán del ejército estadounidense y astrónomo
aficionado llamado John Cleves Symmes empezó a preguntarse si sería
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posible que viviéramos en un planeta hueco. Le inspiró esa idea una lectura
atenta de sir Edmund Halley (sí, el astrónomo que dio nombre al cometa), que
escribió largo y tendido sobre la hipótesis de que existen cinco esferas
concéntricas en el interior del planeta, cada una de ellas
capaz de albergar vida y dotada de una atmósfera
progresivamente más luminosa, causante de las auroras
boreales. Los cálculos de Symmes redujeron esas cinco
esferas internas a cuatro y estimaron las dimensiones del
planeta: unos 1300 km de grosor para la capa externa, y
dos aperturas polares de 2300 km de diámetro,
bautizadas popularmente como agujeros de Symmes.
Su hipótesis creó una enorme controversia en la época. Para comprobar sus
teorías, Symmes trató de organizar una expedición al polo norte, logrando el
apoyo explícito del presidente de los EE. UU., John Quincy Adams. Por
desgracia, la elección de un nuevo presidente detuvo bruscamente el proyecto
por motivos que nunca han quedado demasiado claros. Expediciones
subsiguientes no encontraron las aberturas previstas, pero por buenos motivos:
como han comprobado investigadores como el húngaro Yann Zăpadă, las
anomalías magnéticas en la cercanía de los polos son suficientemente potentes
como para confundir las brújulas y aparatos de navegación de los exploradores,
proporcionando lecturas falsas.
La teoría de Symmes fue desarrollada en muchos ensayos posteriores, como La
hipótesis de las esferas de McBride (1826) o The Hollow Globe de W. F.
Lyons (1868). En 1913 Marshall Gardner publicó Viaje al interior del planeta y
patentó un globo terráqueo que mostraba la Tierra Hueca en todo su esplendor.
La idea de que podrían aprovecharse aperturas similares a las de los polos para
entrar en un continente subterráneo inspiró novelas de Edgar Rice
Burroughs, Edgar Allan Poe o, por supuesto, El viaje al centro de la
Tierra de Jules Verne, que va a comprobarse visionario.
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Redescubriendo la Hohlweltlehre
En 1926, el famoso almirante Richard E. Byrd, de la Marina
de los Estados Unidos, se convirtió en la primera persona
en sobrevolar el polo norte, y tres años más tarde el sur. En
su cuaderno de vuelo dejó anotaciones un tanto extrañas,
describiendo no las gigantescas aperturas predichas por
Symmes, pero sí unos enormes cráteres de origen incierto
en cuyo fondo se vislumbraban destellos verdosos. Los
detalles fueron considerados confidenciales y por un buen motivo: la ascensión
de los nazis al poder en Alemania y su nunca bien explicada ansia por las
exploraciones polares.
Es bien conocido que tanto Adolf Hitler como
varios de sus asesores más cercanos
estaban muy interesados en las tradiciones
místicas orientales, en particular la existencia
del reino subterráneo de Agartha como
capital de la Tierra Hueca o Hohlweltlehre. Es
difícil saber hasta qué punto la jerarquía nazi
consideraba como cierta esta teoría, pero
hay constancia al menos de una operación militar que trató de obtener una
ventaja estratégica de una variante de la hipótesis de la Tierra Hueca: la de la
Tierra Invertida. Según esta teoría, vivimos en realidad en el interior del globo
terráqueo hueco, y lo que percibimos como gravedad no es más que la fuerza
centrífuga provocada por la rotación terrestre. Las estrellas son fragmentos de
hielo centelleante suspendidos a gran altura en el aire, y la existencia del día y
la noche se explica por la rotación de un sol central que, como un foco, tiene una
parte luminosa y otra oscura. El alquimista de Utica que concibió esta teoría en
el siglo XIX se llamaba Cyrus Teed, aunque se cambió el nombre por Koresh y
fundó una secta… Pero esa es otra historia y será contada en otra
ocasión. Volviendo a los nazis: un alto cargo del partido, seguidor de la teoría de
la Tierra Invertida, convenció a Hitler de que enviara una expedición científica a
cargo del doctor Heinz Fischer. Su objetivo sería espiar a la flota aliada desde la
isla báltica de Rugen empleando una potente cámara telescópica, pero no
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apuntada hacia el océano sino hacia los cielos… Si Koresh hubiera estado en lo
cierto, eso hubiera permitido observar el océano Atlántico y por ende la posición
exacta de la flota. El inevitable fracaso subsiguiente fue achacado por Fischer a
imperfecciones de la cámara, no a su modelo cosmológico.
De todas formas, la creencia en alguna forma de Hohlweltlehre no terminó allí, y
una de las muchas leyendas que rodean el fin de la II
Guerra Mundial sostiene que Hitler no murió en Berlín, sino
que escapó en un vuelo dirigido a la apertura antártica de
la Tierra Hueca, donde se refugió junto a dos mil científicos
y militares alemanes e italianos. Si la película Iron
Sky imagina a los nazis habitando la Luna, otros los
imaginan refugiados en el subsuelo.
Tras la guerra, en 1947, el almirante Byrd fue enviado de nuevo en misiones de
reconocimiento aéreo a los polos. Como explica Raymond Bernard en The
Hollow Earth (1979), ni Byrd ni ningún piloto han sobrevolado realmente el centro
de ninguno de los polos: engañados por sus brújulas pueden creer que lo
sobrevuelan, cuando en realidad están rotando sobre su borde magnético. El
propio almirante Byrd lo reconoció en sus Diarios: «me encantaría contemplar la
tierra más allá del Polo, esa área que podríamos llamar la Gran Desconocida».
En varias expediciones marítimas árticas (y,
en algún caso, antárticas), se han
registrado informes de aumento de la
temperatura ambiente en la cercanía de los
polos, en lugar de un enfriamiento
progresivo como sería esperable. En 1892
el doctor Fridtjof Nansen diseñó su propio
navío, el Fram, para explorar el polo norte.
Durante su viaje se encontró con vientos cálidos procedentes del norte y restos
recientes de madera de deriva, a pesar de la ausencia de árboles en cientos de
kilómetros a la redonda. En 2007, el biólogo Ianto Schnee tomó abundantes
muestras de agua del océano Ártico y encontró restos frescos de semillas, hojas
e incluso flores propias de climas cálidos. En el mismo viaje analizó varios
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icebergs, confirmando que incluso los más gigantescos están compuestos de
agua dulce y no salada, a pesar de la escasez de precipitaciones de lluvia o nieve
en las regiones polares. Además, encontró restos de tierra, polvo y polen rojizo
en dos de estos icebergs, sin que se localizara ninguna vegetación cercana.
Todas estas anomalías pueden explicarse mediante la existencia de géiseres de
agua templada procedentes de los ríos subterráneos de la Hohlweltlehre, que
arrastran restos de la vegetación intraterrestre.
Una verdad más profunda
Un giro copernicano de esta magnitud levanta por supuesto muchísimas
preguntas, no todas ellas al alcance del poco espacio de que dispongo en este
texto. Por ejemplo: ¿dónde se encuentra el centro de
gravedad de la Tierra Hueca? Obviamente, y como calculó
con precisión el topólogo Jean Kar, se encuentra distribuido
esféricamente en el centro de la corteza externa planetaria,
ejerciendo su atracción tanto hacia la superficie interior
como la exterior. Eso permitiría a los hipotéticos habitantes
del interior de la Tierra Hueca experimentar una gravedad
similar a la nuestra, y sitúa a seiscientos kilómetros de profundidad un disco de
gravedad cerHay un capítulo muy bueno en El péndulo de Foucault,
probablemente mi novela favorita, sobre cómo Agliè, uno de los protagonistas,
reconoce píldoras de verdad en los lugares más insospechados, tanto en la
antigua sabiduría mística como en el conocimiento científico más actual. Siempre
he preferido esta actitud frente a la de quienes desprecian despectivamente a
quienes sostienen visiones del mundo diferentes a las propias. Cuando lo hace
un conspiranoico suele resultar irritante: a nadie le gusta que le griten a la oreja
«¡despierta, oveja crédula!», en particular si lo que viene tras la imprecación es
una sarta de tonterías a medio cocinar aceptadas acríticamente. También me
disgusta quien emplea la deshonestidad intelectual para vender una presunta
conspiración que encubra en realidad motivos espurios, políticos o de ganancia
personal
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Pero cuando quien se enroca en
verdades absolutas se escuda para ello
en una visión de la ciencia carente de
imaginación o valentía, resulta
muchísimo más molesto. Sostener que
algo es evidente o auto explicativo, o no
molestarse siquiera en razonar los
motivos de su falsedad, es en el fondo
una indigesta mezcla de pereza
argumentativa y matonismo
intelectual. Y cuando me cruzo con
alguien que usa la ciencia o su visión
miope de la misma para mirar con
desprecio y por encima del hombro a un creyente en la Tierra Hueca, la
conspiración del HAARP o los ovnis, lo que me pide el cuerpo es espetarle: «tal
vez lo que dice no es científicamente exacto, pero puede que en su error haya
un razonamiento con mérito, una metáfora de una realidad más profunda o
incluso un fragmento de verdad que tú hayas pasado por alto». So gilipollas,
añado generalmente en voz baja.
Dicho de otro modo: evidentemente no creo que la Tierra sea físicamente hueca
(la propagación de las ondas sísmicas prueba lo contrario), pero me encanta
sopesar esa idea como metáfora, del mismo modo que Venus es a la vez, de
forma muy afortunada, un símbolo del amor y un planeta rebosante de ácido
sulfúrico. ¿Qué representaría pues la Tierra Hueca con su Sol interno en el
mundo de los símbolos, en la Inmateria colectiva que tan bien describió Alan
Moore en Promethea? ¿Los reyes de Agartha son los guías de nuestra sabiduría
interior, oculta frecuentemente a nuestros propios ojos? ¿Muestra la Tierra
Hueca la idea de que todos tenemos un centro cálido y luminoso, que ilumina
una rica vida interior de la que no somos plenamente conscientes? ¿Qué
criaturas inimaginables se ocultan en las selvas de nuestro corazón?
Pensando en este tipo de cosas me despido con un par de aclaraciones finales
tal vez innecesarias: ya sé que si los icebergs contienen agua dulce en lugar de
salada es por la estructura atómica de los cristales de hielo, sin espacio para
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partículas de sal. Lo mismo respecto a las otras inexactitudes científicas e
históricas con que he trufado la primera parte de este texto. Y si alguien desea
buscar más información sobre alguno de los nombres que aparecen en el
artículo, debería tener en cuenta que cada vez que he querido inventarme un
autor para dar más empaque a una afirmación sacada de la manga he recurrido
a Jean Kar, Ianto Schnee, Hans Neige o Yann Zăpadă… Es decir, Jon Nieve
escrito en diferentes idiomas. Y es que no he podido resistirme a la tentación de
llevar Juego de Tronos al centro de la Tierra.
¿Tiene algún sentido todo esto del terrahuequismo?
Lo cierto es que resulta una teoría realmente difícil
de justificar. Los propios defensores suelen
quejarse de que el terraplanismo lo tiene más fácil
que ellos porque, en fin, es mucho más sencillo de
entender. Y es que, mientras las falsas pruebas de
la planicidad de la tierra son engañosamente
intuitivas, a ver cómo convencesa alguien de que
el planeta es una alcancía.
Por ejemplo, ellos tienen que recurrir a V838 Monocerotis una estrella variable
situada unos 20.000 años luz de nosotros que en 2002 exhibió una explosión
muy llamativa. Basta con ver la imagen que rescató el telescopio Hubble el 12
de diciembre de ese mismo año para entender por qué el movimiento la
considera una "prueba irrefutable" de que todos los planetas son huecos (y
contienen una estrella).
Recurren a ello porque en la realidad hay poco que rascar. Como cuenta José
Luis Crespo, un poco de física elemental es suficiente para entender que la idea
de que haya un mundo como el nuestro al otro lado de la corteza terrestres
es inviable. Si la Tierra estuviera hueca, la gente que viviera dentro de ella no
experimentaría la fuerza de la gravedad.
La explicación es que, al ser (algo muy parecido a) una esfera, las distintas
fuerzas gravitacionales se cancelarían entre ellas y los habitantes del hueco
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flotarían por su interior. Es más, si nos ponemos estrictos, nosotros no
experimentaríamos la fuerza de la gravedad que experimentamos.
Al fin y al cabo, la única explicación científica que tenemos para explicar la
gravedad de la Tierra es la inmensa densidad de su núcleo. Si estuviera vacío y
solo dependiéramos de la masa de la corteza para andar sobre la superficie, esto
sería una fiesta digna de John Carter.
Algo similar ocurre con los terremotos. La
estructura sísmica del planeta está perfectamente
estudiada y es una de las cosas que nos ha
permitido entender cómo se organiza
geológicamente. La hipótesis de la Tierra Hueca
sencillamente es incapaz de explicar cómo es
posible que las ondas sísmicas se muevan como lo
hacen. Y todo eso sin entrar a debatir lo complejo que sería meter una estrella
dentro de un planeta como el nuestro.
Sí, es cierto que durante años se ha hablado de las esferas de Tyson, pero esto
dejaría sin explicar una enorme cantidad de problemas. El más evidente de los
cuales es el de cómo explicar que todos los planetas del sistema solar sean, en
realidad, estrellas cubiertas de enormes cantidades de tierra o gas.
¿Y entonces? ¿Qué es realmente?
Hace años, explicábamos que los defensores del Terraplanismo no eran cuatro
frikis, sino grupos ideológicosque llevan siglos organizándose contra el progreso
científico. En el caso de las ideas terrahuequistas pasa algo muy similar. Se
tratan de ideas más excéntricas y llamativas, pero si tiramos del hilo histórico
solo nos encontramos con sectas espiritualistas y mistéricas.
Gente como la famosa espiritista (y amiga de la familia real británica) Walburga
von Hohenthal o el ufólogo y pseudoterapeuta Walter Siegmeinster fueron
defensores clásicos de la teoría. Y es que, en buena medida, estas
creencias actúan como símbolo (en el sentido teológico del término): algo
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que permite a los grupos reconocerse mutuamente como comunidad aunque no
les defina como comunidad.
La excentricidad o rareza de esas ideas,
en parte, ese es un mecanismo más que
hace que los grupos pseudocientíficos
permanezcan unidos y se cohesionen y
los expone a ataques que impulsan su
sentido de pertenencia. Por eso no es
una buena estrategia reírse de los
creyentes sinceros (por muy raro que nos parezca lo que dicen).
Lo interesante de este momento es que estas elaboradas creencias son capaces
de desgajarse de esos grupos y alcanzar al internauta medio. Aquí es donde
empiezan las incógnitas. ¿Sirven estas creencias conspiranoicas de anzuelo
para atraer nuevos miembros o se independizarán las teorías de la 'tierra hueca
de esos grupos y se convertirán en entidades con vida propia? Ese es el
verdadero misterio
La tierra se hunde en Texas
Las teorías sobre la Tierra Hueca y los
agujeros en los Polos han vuelto a resurgir
estos días con noticias en Rusia o Texas, en
donde grandes agujeros se están haciendo
más grandes: Están en zonas de extracción
petrolífera en donde, literalmente, se está
vaciando la tierra a su alrededor, o en zonas
de grandes acumulaciones de gases, que explican la existencia de estos
agujeros.
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¿Quiénes son los intraterrestres?
Curiosamente, la mayoría de las teorías de
la Tierra Hueca no buscan descubrir cómo
es la Tierra, sino justificar la existencia de
todo tipo de seres que viven en su interior.
Una tendencia reflejada en la literatura,
por ejemplo, en la obra de Hwee-Yong
Jang, es que en el interior de la Tierra
viven las civilizaciones mitológicas que se describen en los relatos antigüos,
como la Atlántida, Lemuria, etc. Seres humanos más inteligentes y más
avanzados que nosotros. Se comunican a través de puertas oceánicas como el
Triángulo de las Bermudas, o centros de energía como Stonehenge. También
viven allí seres que creíamos extinguidos, pero no lo están, como los mamuts o
los gigantes.
Otras creencias aseguran que en el interior de la Tierra viven Reptilianos o
Anunnaki, seres inteligentes con cuerpo de reptil que en realidad son los
verdaderos dominadores del mundo.
La existencia de intraterrestres en el interior del planeta explicaría por qué hay
tantos supuestos avistamientos de OVNIS a baja altura, sin que se detecten
naves en el espacio. O por qué civilizaciones antiguas como la egipcia eran tan
avanzadas, capaces de construir pirámides sin que aún hoy sepamos muy bien
cómo lo hacían.
En este tipo de teorías se cita con frecuencia a Hitler como uno de los creyentes
de la Tierra Hueca, en cuyo interior se encontrarían los seres de raza aria
puros. Un militar alemán llamado Karl Unger supuestamente fue enviado para
acceder al interior del planeta, y encontró una civilización avanzada que vivía en
la isla Arcoíris.