1. Timbre de colegio: Historias que no podemos olvidar
A veces las cosas más tontas y absurdas, las más nimias y que pasan desapercibidas son las
más importantes. Los detalles marcan parte de nuestra vida, de manera inconsciente cambian
el rumbo de los acontecimientos, sin más explicaciones, que esa pequeña pista depositada en
medio del camino. Una pista: el tiempo.
El tiempo se encarga de indicarnos cuando comienzan y finalizan nuestras tareas cotidianas
sean o no importantes e imprescindibles. Los escrupulosos horarios de los que no podemos
librarnos marcan, de alguna manera, nuestro tipo de vida y un aspecto importante de nuestra
personalidad. El tiempo lleva con nosotros desde antes de conocerlo y sin querer algunos
hemos sabido apreciarlo.
Desde pequeños tenemos reglas, órdenes y mandatos estrictos, desde las más pequeñas hasta
las más duras indicadas por nuestros padres que no podemos pasar por alto. Una de esas
reglas que nunca, nunca nos podíamos saltar es la llamada a clase por el timbre de colegio o
carillón musical. Te acuerdas, ¿verdad? Una imagen que se os acaba de venir a la cabeza y que
con añoranza recordáis. ¡Aquellos tiempos!
Jugabas sin cesar y con la boca llena de comida del bocadillo que agarráis con fuerza en la
mano izquierda. Jugabas a todo tipo de juegos que se te ocurriesen o aprendieses y siempre
ocurría lo mismo, justo cuando mejor te lo estabas pasando, cuando por fin te quitabas el
abrigo en aquellos días de invierno y frío helado, justo sonaba la campana, el timbre de
colegio.
Pero nunca pasaba nada. El recreo se había acabado y sonriente subías a clase a sabiendas de
que el timbre volvería a sonar, volvería a sonar para marcar el fin de clase.