2. Alguno, a la vista del título, puede salir corriendo. Bien, por prejuzgarlo
sermón, o bien, por preconsiderarlo mofa religiosa. Advierto que no es
ni lo uno, ni lo otro. A veces se hace humor de crítica, pero éste no es el
caso. Esto es humor a secas. Que nadie busque cinco pies al gato.
Soy cristiano de rodar por casa (los usuarios de silla de ruedas no
andamos). Digamos de conveniencia... que intenta compaginar la
religión con el amor y respeto a los demás. Sin más complicaciones ni
comeduras de coco. Por tanto, no cabe lo de mofa a ninguna religión.
Pero tampoco cabe lo de sermón, pues no tengo interés por predicar.
3. Un padre judío, con la mejor
de las intenciones, había
enviado a su hijo al colegio
más caro de la colectividad
judía, el Tarbut.
Pese a las buenas
intenciones de su padre,
Samuel (el hijo) no daba pie
con bola. Suspendía en
todas y cada una de las
asignaturas, incluidas las
notas de aplicación y
conducta.
4. Estas espantosas calificaciones de suspensos se repetían mes a mes,
hasta que el padre se cansó:
- Samuel, hijo, escúchame bien lo que te voy a decir: ¡Si a final de curso,
tus calificaciones, tu comportamiento, y tu aplicación, no mejoran, te
voy a mandar a estudiar a un internado católico!.
5. A final de curso, las notas de Samuel fueron una tragedia, sólo
comparable con el hundimiento del Titanic. Por ello, el padre decidió
cumplir con su amenaza.
A través de un rabino, conectó con un obispo, que le recomendó un
buen Colegio Franciscano. Y Samuel fue enviado al internado católico.
6. En el internado católico, las notas, mes tras mes, fueron todas de
sobresaliente.
El padre judío, a primera vista, pensó que los profesores Franciscanos
eran sumamente benevolentes... y dejó correr el curso.
7. Las notas de Samuel a
final de curso fueron
sobresalientes.
8. - Samuel, hijo ¿cómo es que te va tan bien en el colegio católico? ¡Esto
parece un milagro! ¿Qué ha sucedido?.
- No sé, papá... Nada más llegar, me presentaron a los compañeros y a
los profesores. Por la tarde fuimos a la capilla. Vi a un hombre
crucificado, con clavos en las manos y en los pies, con cara de haber
sufrido mucho, y todo ensangrentado. Y pregunté al de al lado: "¿quién
es ése?". Y me respondió: "Era un judío, igual que tú". Entonces me
dije: "¡Joder, Samuel, hay que estudiar, que aquí no se andan con
hostias!”.