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NOCHE VIVA: DICHAS Y DICHOS DEL CARRETE JUVENIL.
    Un Enfoque No Convencional de la Diversión Nocturna en el Barrio
                            Bellavista.




Autores:
Juan Carlos Cuevas C.
Ingrid Espinosa K.
Daniela Facuse M.
Christián Matus M.
Gonzalo Muñoz B.




                                                                       1
INDICE



PROLOGO                                                    4

INTRODUCCIÓN                                               7


CAPITULO 1

¿Desde dónde Hablamos?
Enfoques y Miradas sobre Juventud (es)                     10

      Enfoques y Miradas del Estado, las Políticas
   Sociales y el Mundo Adulto respecto de la Juventud      10

       La Juventud como Categoría Sociodemográfica10

       Estereotipos Sociales sobre Juventud                12

       La juventud como grupo y como sujeto social         14

       La Juventud como construcción cultural              15

       Juventud (es) e Identidad (es)                      17

       Cultura Juvenil y Nuevas Tendencias de
       construcción de identidad                           18

       Nuestra aproximación hacia lo juvenil y hacia los
       jóvenes como sujetos                                20


CAPITULO 2

El Carrete como espacio cultural juvenil                   23

       El carrete como ritual                              23

       El carrete como espacio generacional: de los 80’s
       a la cultura de la post dictadura                   24


CAPITULO 3

Hacia una propuesta interventiva en el carrete juvenil     30
       Algunas consideraciones acerca del “lugar de lo
       juvenil” en los programas interventivos en Chile    30

       Hacia una propuesta interventiva que incorpore
       la subjetividad juvenil                             32


CAPITULO 4




                                                                2
Cuatro miradas al carrete juvenil nocturno                 37

       Representaciones juveniles acerca del carrete.
       Por Gonzalo Muñoz                                   38

       El Carrete Juvenil: La dicha y sus dichos.
       Por Daniela Facuse                                  46

       De tránsitos y travesías: Una mirada al carrete
       juvenil nocturno en el barrio Bellavista.
       Por Christian Matus                                 50

       Los “otros” actores del carrete juvenil.
       Por Juan Carlos Cuevas                              58


A MODO DE CONCLUSIÓN                                       67

       Una aproximación al carrete como fenómeno
       cultural de los años 90’ y de comienzos del
       nuevo siglo                                         67

       Los discursos juveniles o algunas dichas y
       dichos respecto del carrete nocturno                67

       Acerca de los sentidos y significados del carrete
       Juvenil                                             67

       La relación del carrete con el riesgo               69

       El carrete y su relación con el mundo adulto        70

       La apropiación juvenil del barrio Bellavista        71

       Los otros actores que determinan el carrete en
       el barrio Bellavista                                72

       Consideraciones Finales: ¿Porqué intervenir el
       carrete en Bellavista?                              74


ANEXO: ENFOQUES                                            76

       Disco Melody: El carrete adolescente                76

       La Zoom                                             77

       La Bunker o el carrete gay                          79

       El carrete en el Jammin’ club o
       “reggae is coming to the nation”                    81

       El bodegón: El carrete del reviente                 82

       De vuelta a casa…                                   84



                                                                3
PROLOGO


                              “La aldea duerme sosegada bajo la luz de la luna;
                          el agua silenciosa refleja la sombra de las casas y de
                       los árboles, pero no se oyen sones de canto o de danza.
                              La gente menuda está dentro de las habitaciones.
                            Sus padres ríen en las galerías o celebran sesiones
                           a puertas cerradas, procurando descubrir pecados”.

                                                                     Margaret Mead


La princesa Fiona, de la película Shrek, se transforma de noche en una ogra fea,
que contrasta con su belleza de cuento infantil a la luz del día. Pero a pesar de
que en la noche esconde horrorizada su fealdad, brota en ella lo más puro de sus
sentimientos, su belleza interior, que es la que le permite reconocerse a sí misma
y a su ser amado.

La noche en Bellavista tiene algo de este simbolismo. De día es un barrio bello, de
casas con carácter e historia -Neruda vivió allí- y su cerro al fondo con la Virgen en
la cima, como protegiéndonos. De noche, todo cambia y pareciera que la Virgen
cerrara sus ojos.

Para muchos lo bueno se transforma en malo, lo bello en feo y la paz en violencia.
A pesar de esta visión estigmatizante -mediatizada, por cierto- no deja brotar la
belleza interior de la vida social que se desarrolla con inusitada densidad en el
barrio.

Las Ciencias Sociales, producidas por hombres y mujeres de carne y hueso -que
también merecen sus descansos- no han desarrollado mucha reflexión respecto
de la noche como espacio de socialización, de producción creativa, de intensidad
en las pulsiones, de generación de vínculos, de experiencias de vida, desempeño
de roles, diversificación de consumos y estrategias de cortejo. Cuando la jornada
laboral termina y los sociólogos apagan los computadores en sus oficinas, los
psicólogos dejan de llenar sus tests y los antropólogos se encierran en sus carpas
a escribir en sus cuadernos de campo, la vida nocturna irrumpe con su carga de
contingencias.

Esta investigación viene a contribuir en el conocimiento de la sociabilidad que se
desarrolla en la noche, particularmente en el ámbito de la diversión juvenil. Se
aleja de la mirada pecaminosa con que la visitan los medios de comunicación
sensacionalistas que siempre encontrarán algún prostituto de noche aunque
también trabajen de día; siempre encontrarán algún grupo de borrachos a la luz de
un farol aunque también se beba de día. Para el espectáculo remitirse a esos
medios. Para la reflexión esta investigación es un aporte.



                                                                                     4
Otro aspecto importante es la mirada de lo juvenil. La noche no es lo mismo para
jóvenes que para los adultos. Con esta obviedad quiero precisar que no sólo las
experiencias colectivas son distintas. La diversidad está, por sobre todo, en los
significados con que son cargadas esas experiencias, producto de las
expectativas con que se enfrentan. El carrete juvenil no es lo mismo que la fiesta.

La fiesta es una actividad organizada para la diversión. Se funda en la necesidad
de festejar, de traspasar los límites de una conducta rutinaria que está normada
por las más diversas instituciones. En el fondo se parece al carrete pero en la
forma se distancia, pues la fiesta tiene su lugar y su procedimiento. Hay múltiples
tipos de fiesta según los sentidos otorgados (religiosas, católicas o paganas;
seculares y modernas, como el Año Nuevo y los cumpleaños, etc.)                   y
generalmente hay un responsable del “gasto festivo” que puede ser el jefe tribal, el
padre del hijo festejado, los feligreses de un santo patrono, etc.

La particularidad del carrete es que está ligado a la idea de movimiento, al estar
en distintas partes utilizando las máximas posibilidades del “menú de opciones”. Y
ello sólo se puede realizar consumiendo tiempo. La relación entre movimiento y
tiempo en el carrete es tan estrecha, que éste se valora en tanto se es capaz de
hacerlo durar hasta el amanecer. No hay lugar fijo que visitar ni rituales pre-
establecidos que cumplir. La idea es juntarse y comenzar a tirar del hilo del carrete
a través de múltiples experiencias. Esta es su densidad, en la que pueden “pasar”
-ocurrir y dejar- multiplicidad de vivencias, ojalá no previstas. El carrete pone a
prueba la capacidad de aguante y demanda energías. Hay que vivírselo
intensamente para que sea tal.

Pero aunque es una vivencia socializadora para cada individuo, en tanto posibilita
poner a prueba conocimientos, habilidades sociales y la propia identidad; no hay
carrete sin grupo. Es fundamentalmente una relación del grupo con otros, una
relación vivida con los amigos donde se fundan códigos valóricos, se reinterpretan
los símbolos y se ponen a circular las ideas de futuro. Se cuentan los secretos de
familia y las proezas de juventud. El carrete genera identidad, no en tanto sujetos
carreteros, sino como grupo que comparte experiencias de búsqueda, de esas que
ocurren por primera vez, las mitificadas en los relatos de los mayores, las que no
pueden ser contadas a los padres ni a los conocidos, sólo a los amigos. El carrete
leído de esta manera tiene una contundencia extraordinaria, pues la experiencia
en este espacio permite construir identidad sexual, etárea y cultural, que en
definitiva es lo que le da sentido a la existencia.

 Lo que se cuenta de noche en una esquina, en la schopería, en el rincón de la
disco, con un cigarro o un pito, no es lo mismo que se diría en el baño del colegio,
el casino de la universidad o en la casa de los amigos escuchando música.

En este sentido -y lo dicen los propios jóvenes en carrete- es que si en el día hay
cosas que no se dicen y sólo ocurre lo que debe ocurrir, es en la noche cuando se
puede decir y puede suceder cualquier cosa. El contraste entre estos dos hechos -
que suceden en el día y en la noche- demanda la interrogante sobre por qué en el


                                                                                    5
Chile actual los jóvenes esperan hasta la noche para entregar su opinión, hablar
con libertad, sin prejuicios, sin remordimientos. ¿Quién (o qué) empuja a que la
verdad sea dicha en la noche?.

Una pregunta similar surge con relación a que de noche puede pasar “cualquier
cosa”, porque bien puede ser que a plena luz del día los jóvenes sientan que
ocurre lo que tiene que ocurrir, lo modelado socialmente, lo prescrito por la
autoridad y ante la cual se finge compartir la norma cuando en la práctica se le
cuestiona.

Hay un aspecto del carrete que generalmente se olvida. Es constante, existe por
años y se transforma en sí mismo. Esto implica que su existencia es
ininterrumpida aunque los jóvenes de hoy dejen de serlo, pues otros vendrán a
ocupar esos espacios llenándolo de nuevos contenidos y discursos, ropas y
peinados, bailes y estimulantes. Lo importante es que es un espacio ineludible de
socialización que aunque sea vilipendiado tiene su sobrevida asegurada. El
carrete es joven por definición.

El contexto es crucial. Respecto de las consecuencias de lo que ocurre en la
noche, hay que afirmar que las estructuras sociales nocturnas parecieran dormir.
Su presencia es más relativa, su capacidad de coerción (diría Durkheim)
disminuye. La luz del día ha naturalizado la presencia de las instituciones y éstas
funcionan como si hubieran estado allí por siempre, provocando una conducta
esperada por todos. En la vida cotidiana todo parece marchar sin contratiempos,
sin necesidad de reflexionar sobre los por qué de las múltiples coordinaciones de
facto que realizamos y que se realizan con nosotros -la virtud de los partidos
políticos era hacer reflexionar sobre esa vida diaria y proponer los cambios en la
estructura invisible que nos ordena-.

Es como si la modernidad y los sistemas expertos de los que habla Giddens, que
operan estableciendo las posibilidades de coordinación (re-anclaje) de las
personas, consituyéndolas como tales en lo societal, siempre y cuando no son
excluidas; fijaran una forma exclusiva de “ser modernos” y de movernos en
sociedad, despojándonos de toda capacidad de modificación del funcionamiento y
relación de y con esos sistemas expertos. En esta lógica parece que la
transgresión se va de las calles, la protesta se escapa del espacio cívico, los
jóvenes parecen estar en orden. Es como si la luz nos enfocara y nos ordenara
que debemos comportarnos según lo aprendido, sin que podamos hacer nada.

Sin embargo postulo que de noche, cuando la luz es más tenue, se nos permite
invisibilizar el peso de casi todas las instituciones (la policía pasa a ser la reina de
la noche, buena o mala es otra cosa), pues “ellas también duermen” o se relajan.
La noche, al no estar tan acotada por los cientistas sociales, no ha sido definida
como “hecho social” y por tanto la norma se relaja (Durkheim parece dormir). Se
abre la posibilidad de traspasar los límites que ha fijado una socialización tan
chilena, preocupada sólo de lo que se ve o de lo peligroso que puede ser el que
nos vean “en algo” y luego sea contado como “copucha”, pelambre, o “dicen que".


                                                                                      6
La relación entre estructura y acción individual en el código nocturno cambia y
bastante. Lo que estructura primordialmente la vida nocturna no es la
productividad laboral, ni la competitividad social. Estos factores pesan cuando hay
obligaciones sociales como el matrimonio de la hija o hijo del político amigo, del
gerente que tuvo a bien en invitarle a una comida o esa estresante visita a los
escaladores sociales. La estructura que organiza la vida social de la noche tiene
un código más lúdico, informal, donde la vestimenta, el saludo y los circuitos
topográficos son diferentes y admitidos. Esta situación hace que los individuos
accionen de otra forma, incluso con mayor libertad. En este sentido es bueno que
no existan bancos abiertos –pues podrían cobrar deudas-, ni municipios
funcionando, ni ministerios, ni supermercados o iglesias, ni partidos políticos o
conferencias de prensa.

Una estructura social que tiende a ordenar la acción individual de manera más
relajada en la noche, permite que los individuos modifiquen la propia estructura en
la que se mueven y sus efectos se notan también en toda la vida social. Los
discursos y prácticas nocturnas tienen la cualidad de producir actividad económica
y cultural, darle densidad a la vida social de la ciudad, generar espacios de
sociabilidad de carácter distinto a la rutina diaria y con ello aportar a la
transformación de los individuos y de su propia sociedad.

Es decir, la noche le hace bien a la libertad de la sociedad pensada tanto de día
como de noche. Permite que individuos más libres puedan actuar para liberalizar
las estructuras, diluyendo los límites –hasta hoy casi esquizofrénicos- entre una
conducta nocturna y otra para la luz del día. Esto es más que claro en el contraste
entre los besos lésbicos de la discoteque Bunker en medio de la pista de baile y la
imposibilidad de expresar la libertad de opción sexual en el paseo Ahumada o en
el lugar de trabajo.

Todo esto es planteado sin olvidar que vivimos 17 años de toque de queda, fijos
en una casa cuando caía la noche, sin posibilidad de movilidad, buscando los
intersticios del horario nocturno para producir una convivencia a la que se le
negaba la libertad.

Pero el tema del Carrete juvenil ha tocado otras aristas. Algunos políticos y padres
preocupados por los jóvenes han retomado las ideas de restricción de los horarios
a las discoteques, pubs y todos los recintos de diversión nocturna. Es decir, se
supone que con “normas estrictas” y “autoridad” que impondría la ley -pero que
reflejan la incompetencia que tienen para aplicarlas en sus hogares- podrán
contener el irrefrenable cambio en los modos de vida de una sociedad que
abandona su aislamiento y re-procesa sus tradiciones.

                                                                Osvaldo Torres G.
                                                                     Antropólogo.
                                                                Director Ejecutivo
                                                                          ACHNU.


                                                                                   7
INTRODUCCIÓN


La presente investigación ha sido realizada por el equipo del programa “Noche
Viva: Información Vital para el Carrete Juvenil" a partir del trabajo en terreno
realizado a partir de noviembre del 2000 en el barrio Bellavista de Santiago. Con
ella se pretende aportar al diseño de un modelo de intervención en el ámbito de la
diversión nocturna y de la promoción de los derechos juveniles, modelo que luego
podrá ser replicado en contextos similares.

Elegimos, para iniciar el programa NocheViva, el barrio Bellavista ya que en él se
dan cita hombres y mujeres jóvenes de diversos contextos socioeconómicos y
culturales, de distintos estilos, opciones sexuales y generaciones.

Asimismo en Bellavista los y las jóvenes interactúan con otros ocupantes de este
espacio: administradores y dueños de locales nocturnos, garzones y garzonas,
promotores y guardias de discoteques y pubs, acomodadores de autos, artesanos
que venden en la calle, policías y guardias municipales entre otros. Todos ellos
contribuyen a la instauración de una legalidad que define el “deber ser” respecto
de la ocupación de espacios públicos y privados y que genera una tensión entre la
apropiación de la calle y de los espacios de consumo cultural.

En la geografía de este barrio se observan dos sectores pertenecientes a
municipios diferentes que están divididos por la calle Pío Nono. Esto se traduce en
una diferencia en el tipo de locales y públicos que existen en un sector y en otro,
tornándose así en un espacio representativo de nuestra cuidad y las relaciones
que en ella se establecen. En Bellavista se pone en juego uno de los principales
hallazgos de la investigación en terreno: una tensión entre los elementos propios
del mundo juvenil y las reacciones que el mundo adulto tiene ante ellos.

En el último tiempo, el barrio Bellavista ha sido caracterizado, desde distintos
discursos, como un lugar de riesgos y amenazas en la noche; por lo que incluso
ha sido denominado “Bellabestia”.

Asimismo, el espacio de la diversión y lo lúdico, es decir, el carrete, es valorado
negativamente o no es reconocido por nuestra sociedad, la cual se relaciona con
sus jóvenes a través de pautas de integración y control social que atribuyen
identidad juvenil sólo desde la socialización familiar, el estudio, el trabajo y la
participación en instituciones formales.

Reconocer las potencialidades del espacio del carrete en la construcción de la
identidad, en la adquisición de habilidades sociales, en el ejercicio de la
ciudadanía y en la construcción de una manera de hacer sociedad desde la
diversidad, la tolerancia, la responsabilidad y fundamentalmente la democracia; es
la apuesta de este proyecto.




                                                                                  8
Asimismo, esperamos contribuir en la creación de un modelo de prevención del
riesgo juvenil en el carrete nocturno respondiendo a la actual tendencia
proveniente desde distintos discursos públicos de estigmatizar y hacer de la noche
y el carrete juvenil un motivo de alarma moral, donde los gestos que emergen con
más visibilidad son la represión y la restricción, desconociendo la densidad cultural
y las potencialidades de la noche.

En general, el riesgo es un supuesto natural en toda actividad humana. En la
diversión juvenil nocturna esta situación es parte del goce y de la exploración de
los límites, pero puede tornarse peligrosa por situaciones como la ingesta
excesiva de alcohol y drogas, la violencia generada desde ellos mismos o contra
ellos, el sexo sin prevención (embarazos no deseados, enfermedades de
transmisión sexual –ETS- y VIH-SIDA) y los accidentes automovilísticos, como
también por las medidas preferentemente represivas con que se frena lo que,
para las políticas preventivas de seguridad, se configura como desorden y ante
las cuales el joven es el sospechoso número uno.

Una acción cultural de este tipo tiene necesariamente que conocer en primer
lugar a los sujetos de diversión, sus ritos, creencias, representaciones y las
apreciaciones acerca de los elementos que configuran el o los posibles riesgos a
los que se exponen, y la forma en que los viven y los conviven. Por otro lado, es
básico conocer la opinión y las acciones con las cuales los otros actores, con
quienes comparten el espacio definen y conjuran estos riesgos.

Desde este marco y desde la pregunta por la alarma moral que suscita el carrete
juvenil nocturno en la opinión pública chilena, es que nos hemos acercado a este
espacio,
asistiendo específicamente al barrio Bellavista, a sus calles, circuitos y locales. Es
decir, a los espacios que los y las jóvenes han hecho propios para carretear.
Hemos escuchado ahí lo que les preocupa, cómo se divierten y qué es valido para
ellos. Es así como hemos realizado etnografías de la noche; grupos de discusión
con jóvenes de distintas edades y niveles socioeconómicos; entrevistas a
locatarios, garzones, acomodadores de autos, juntas de vecinos y policías; lo que
nos ha abierto un espacio para construir nuestra propuesta de intervención en el
ámbito de diversión juvenil nocturna a partir de la promoción de derechos.

Así hemos intentado un acercamiento a la cultura juvenil, a sus potencialidades y
a sus espacios reales y no bibliográficos, como también a los distintos discursos
que se construyen respecto de lo juvenil y a estereotipos como joven adicto,
delincuente, marginal. Es así como en los grupos de discusión, entrevistas y
etnografías, nos hemos encontrado con jóvenes que esperan otro modo de
acercamiento a su realidad, desde la validación de sus derechos y no desde el
estigma y la prohibición.

Con relación al consumo de drogas, si bien es una realidad innegable, hemos
omitido en la presente investigación referencias particulares al tema atendiendo a
que no es nuestro objetivo la denuncia sino la instalación de un trabajo desde esa


                                                                                     9
realidad, calibrando y promoviendo un cambio cultural y la disminución de los
riesgos, más allá del prohibicionismo que estimula prácticas represivas que
refuerzan la estigmatización. Nos posicionamos en la disminución de la
vulnerabilidad de los individuos y comunidades, fomentando la capacidad de hacer
buen uso de la libertad e interactuar con el conflicto.

Para dar cuenta de esta experiencia, este documento se estructura en un marco
teórico construido a partir de la reflexión colectiva del equipo que permite leer e
interpretar el material cualitativo surgido del trabajo en terreno.

Se dividió el marco teórico en tres capítulos. En el primero se hace una breve
revisión de lo que, a nuestro juicio, son las dos grandes miradas en relación con lo
juvenil. Esto, para posicionar nuestra investigación desde una definición de la
juventud que considere al joven como sujeto de derechos con relación al
desarrollo de su tiempo libre y, particularmente, a su calidad de sujeto en el
espacio del carrete nocturno.

En el segundo capitulo se trabaja la configuración del carrete juvenil nocturno
como objeto de intervención y como espacio de construcción de identidad juvenil.

En el tercer capítulo se revisa el lugar que ocupan los jóvenes desde los
programas interventivos en Chile hoy, para luego hacer una propuesta de
intervención en el carrete juvenil nocturno considerando la importancia de la
comprensión de este fenómeno, del marco cultural en que se desarrolla y las
respuestas que el medio ofrece ante las problemáticas juveniles.

Asimismo se desarrolló un cuarto capitulo de análisis del trabajo en terreno, a
través de la elaboración de cuatro textos ejecutados por profesionales del
proyecto. En el primero se trabaja un enfoque etnográfico de los locales y circuitos
que utilizan los jóvenes en el barrio Bellavista, con relación a la apropiación del
espacio. En el segundo se presentan las representaciones construidas por
jóvenes entre 13 y 29 años a propósito de los riesgos y el carrete. En el tercero se
analizan los distintos discursos en torno al carrete juvenil nocturno por parte de
otros actores asociados a la noche (locatarios, carabineros, acomodadores de
autos, trabajadores nocturnos, autoridades y medios de comunicación). Por último,
en el cuarto texto se analiza un grupo de discusión de jóvenes de 13 a 18 años, a
propósito de las significaciones que para ellos tiene el carrete y las hipótesis que
generan acerca de los riesgos asociados al mismo. Estas construcciones estarán
ligadas a cómo la cultura interviene frente a sus problemáticas y preguntas.

Estamos en condiciones de definir un trabajo de diagnóstico e intervención en el
barrio Bellavista en la medida en que se ha establecido un contacto que involucra
activamente a gran parte de los actores de la noche, constituyendo de este modo
la primera intervención en red, ya que genera iniciativas espontáneas y
propositivas para realizar este trabajo en conjunto. Esta incorporación del contexto
inmediato del barrio Bellavista nos alienta y estimula, al confirmar el potencial de



                                                                                      10
nuestra propuesta y su pertinencia y consonancia con las necesidades e
inquietudes de los actores del sector.

De este modo, esta investigación busca contribuir a una perspectiva donde, antes
que hacer campaña contra la droga o la violencia, se promueva la capacidad de
los sujetos para que elijan y ejerzan su libertad plena y voluntariamente
estableciendo sus límites. En el ámbito social, nuestro trabajo busca abrir el tema
del riesgo para despojarlo de la carga de generalizaciones que marginalizan a los
individuos y que hace inoperante la prevención. Asimismo, buscamos establecer
las diferenciaciones necesarias para hacer posible el manejo           de      estas
situaciones de riesgo en su real dimensión. Es esta mirada la que puede
contribuir a optimizar y coordinar los esfuerzos y recursos de la comunidad, como
son los servicios y políticas públicas.

Así, para el proyecto NocheViva la prevención tiene que ver con facilitar que los
individuos y las instituciones logren una representación social de los conflictos
para poder enfrentarlos.

El proceso de diagnóstico y de ejecución del proyecto nos permitirá acercarnos y
sistematizar esta experiencia como un aporte para ser replicada en contextos
parecidos, contribuyendo a orientar un cambio cultural y social en torno a la
visibilización del carrete de los y las jóvenes como un espacio que, por sus
características, es valioso para la profundización de las prácticas democráticas de
los jóvenes.




                                                                                  11
CAPITULO 1


 ¿DESDE DÓNDE HABLAMOS?: ENFOQUES Y MIRADAS SOBRE JUVENTUD
                            (ES)


Crear un marco teórico acabado sobre los jóvenes puede ser una tarea
pretenciosa y sin fin. Más que desarrollar una larga revisión conceptual, queremos
potenciar una mirada distinta para aproximarnos a lo “juvenil”. Por esto hemos
hilado un trayecto que, en algunos momentos con mayor formalidad y en otros con
mayor artesanía, nos permite decir y comunicar un conjunto de ideas y reflexiones
plurales que constituyen el lugar desde donde pensamos la(s) juventud(es).

En primer lugar parece relevante hacer una breve revisión de lo que a nuestro
juicio son las dos grandes aproximaciones que encontramos con relación a lo
juvenil, de manera de poder posicionar nuestra investigación desde una definición
de juventud que considere al joven como sujeto de derechos respecto del
desarrollo de su tiempo libre y, particularmente, a su calidad de sujeto en el
espacio del carrete nocturno.

A partir de este trabajo buscamos contrastar las miradas con que
institucionalmente se ha definido e intervenido el mundo de los jóvenes desde el
mundo adulto y las políticas sociales, con otras miradas que ponen el acento en la
contextualización y la valoración de lo que es ser joven en cada sociedad y
cultura, permitiendo indagar la juventud desde una perspectiva que considere y
valore la subjetividad juvenil.

Así, hemos organizado un primer capítulo a partir de un recorrido por las miradas
desde donde se ha construido una cierta noción de la juventud como categoría
objetivable y definible desde fuera del mundo juvenil, en donde se define juventud
a partir de la co-ocurrencia de ciertos atributos o características que, más que
considerar a los jóvenes desde la heterogeneidad de sus prácticas y discursos, los
definen a partir de la carencia y de lo que no son: sujetos adultos. Es desde esta
mirada que se construyen múltiples estereotipos sociales, algunos de los cuales
sintetizamos en esta presentación.

En contraste, en un segundo segmento agrupamos los enfoques, por cierto
heterogéneos, que nos permiten acercarnos a los jóvenes considerando los
contextos sociales y culturales donde se insertan, permitiéndonos entender la
juventud como una categoría móvil, no rígida y esquemática, que tiene relación
con un grupo social y una cultura y que adquiere creciente autonomía y presencia
en nuestra sociedad.




                                                                                12
Enfoques y Miradas del Estado, las Políticas Sociales y el
                          Mundo Adulto respecto de la Juventud



a) La Juventud como categoría socio-demográfica

El criterio demográfico define juventud a partir de su asociación con un
determinado rango etáreo. En principio se institucionaliza la idea de fijar el período
juvenil entre los 15 y los 24 años (1). No obstante, en estudios más recientes (2) se
recomienda ampliar este criterio a los 29 años considerando que, en el caso de
Chile, la mayoría de los jóvenes gozan de un período de moratoria más amplio
que en otros países.

Si bien esta definición tiene una utilidad práctica en términos estadísticos y de
diseño de políticas sociales, no permite, a nuestro juicio, asir las particularidades
de los grupos juveniles, ni da cuenta del carácter dinámico de la juventud en tanto
construcción estrechamente relacionada con el contexto social y cultural donde se
sitúan los sujetos jóvenes.

Por esto consideraremos la edad sólo como un referente, más no como el criterio
que define ser joven. Si bien la edad ha sido validada por nuestra sociedad como
el indicador que produce el ser o no ser joven, nos parece que la perspectiva
sociodemográfica es una variable dura que no construye realidad, sino que
encubre otros procesos culturales de atribuciones de significados a prácticas y
discursos sociales propios de los y las jóvenes.

b) La Juventud como estado de precariedad e inestabilidad

Otro criterio de definición proviene de la psicología y considera la juventud como
un proceso de desarrollo de la personalidad del individuo. Dicho proceso se
encuentra marcado por cambios fisiológicos que determinan el inicio del período y
por el ambiente social y psicológico en que el joven vive (Undiks et al, 1989). Esta
conceptualización de la juventud como etapa de desarrollo plantea que los sujetos
deben estructurar una identidad particular, resultante de desafíos bio-psicológicos
y sociales que determinan un conjunto de cambios a nivel personal(3). Esta
perspectiva pone el acento en la carencia de una cierta madurez y, a partir de ella,
se tiende a homologar juventud a “adolescencia” (4).

1
  Algunos estudios que consignan esta definición, son: Medina Echavarría, "La juventud latinoamericana como campo de
investigación social", en Filosofía, Educación y Desarrollo, E. Siglo XXI, México, 1967, y Naciones Unidas, "Situación y perspectivas
de la juventud en América Latina", mime, Agosto, 1983; citados por José Weinstein en la Memoria para optar al grado de Licenciado en
Sociología titulada El período juvenil en sectores urbanos de extrema pobreza. Un estudio exploratorio, Santiago, 1984, Fa. de
Filosofía, Humanidades y Educación, Universidad de Chile.
2
  Nos referimos al Primer Informe Nacional de la Juventud editado en 1994 por el Instituto Nacional de la Juventud.
3
  Uno de los estudios clásicos desarrollados desde esta perspectiva es el de Asún, 1980 que distingue cinco áreas de la
personalidad que durante la juventud se manifiestan especialmente dinámicas. Estas son: área sexual, área de la
afectividad, área socio-afectiva, área intelectual y área físico-motora.
4
  “Adolescer” , carecer de ciertos elementos básicos, substanciales, que constituyen un todo uniforme, una unidad, una
identidad.



                                                                                                                                 13
No obstante, pensamos que el proceso de crecimiento de un sujeto no tiene un
comienzo ni un fin estandarizados. Como veremos más adelante, el espacio del
carrete puede ser concebido como un lugar al interior del cual cada joven explora
y procesa diferencialmente su experiencia con el límite y el riesgo,
constituyéndose así en un espacio de crecimiento.



c) La Juventud como período de moratoria social

En tercer lugar, se ha definido el ser joven como un proceso transicional, de llegar
a ser un “otro”: un ser adulto. Desde esta perspectiva se entiende la juventud
como un período de preparación y transición a la adultez. Para lograr esta meta
social, se deben internalizar ciertos contenidos que, una vez integrados,
determinan si el joven es apto o no para ingresar al mundo productivo. Esta
perspectiva se encuentra marcada por el concepto de moratoria social, lo que
implica que ser joven es el proceso de espera del sujeto para integrarse a la
sociedad.

El concepto de moratoria es definido como “un período de la vida posterior a la
madurez fisiológica, en el cual el sujeto todavía no ha asumido los roles que
normalmente se confían a los adultos en la sociedad" (Weinstein, 1984:27). Esta
etapa o transición transcurriría “entre el final de los cambios corporales que
acaecen en la adolescencia y la plena integración a la vida social que ocurre
cuando la persona forma un hogar, se casa, trabaja, tiene hijos. O sea, juventud
sería el lapso que media entre la madurez física y la madurez social” (Margulis &
Urresti, 1997:5).

A nuestro juicio esta forma marcadamente adultocéntrica (Duarte, 1994) de
concebir el ser joven, que se encuentra presente también en los enfoques
demográfico y psicológico; constituye un rasgo característico de las
aproximaciones que tiene el Estado y la sociedad hacia lo “juvenil”.

Por una parte, el ser joven aparece como un proceso de búsqueda de integración
a la sociedad en el marco de los parámetros que el mundo adulto define como
válidos. Por otra, el ser joven estaría constituido por una temporalidad que varía
de individuo en individuo, dependiendo de su capacidad para lograr la preparación
señalada y, de esa manera, obtener el status de adulto.

Nos parece importante consignar que la perspectiva de la moratoria generaliza
una pauta asociada a un determinado grupo de jóvenes, hombres y mujeres
habitualmente de sectores sociales medios y altos que tienen la posibilidad de
postergar su ingreso al mundo del trabajo, ya que durante un período cada vez
más prolongado, tienen acceso al estudio y la capacitación (Margulis & Urresti,
1998).



                                                                                  14
Estereotipos Sociales sobre Juventud

Paralelo a esta forma hegemónica de definir y conceptualizar juventud en el plano
social, encontramos que se imponen ciertas miradas o imágenes generalizadas de
cómo la sociedad en su conjunto entiende a los jóvenes. Muchas veces estas
imágenes se condensan y se rigidizan en una noción estereotipada y
homogeneizante de lo que se entiende por juventud.

A continuación presentamos tres de los estereotipos más habituales con que
nuestra sociedad tiende a fijar una imagen social de cómo es y debe ser la
juventud.



a) La Juventud Protagónica

En primer lugar encontramos una perspectiva que releva la visión de un joven-
activo, protagonista de los cambios sociales. Es así como en determinados
contextos históricos, la sociedad a tendido a reconocer en los jóvenes sus propios
proyectos y anhelos, potenciando una visión positiva de ellos como actores
sociales y como protagonistas del futuro y el porvenir(5). Como ejemplo reciente
podemos señalar cómo durante la década de los ochenta y en el contexto de las
protestas, se ensalzó la imagen del joven como actor social clave, lo que generó
numerosos estudios de juventud que recogieron esta imagen y la proyectaron
como característica de toda una generación de jóvenes que vivió en dictadura.

Otra variante de este estereotipo lo encontramos en la asociación que muchos
regímenes militaristas y autoritarios hacen entre el joven y la patria. Durante sus
primeros años, la dictadura militar chilena desarrolló esta estrategia ideológica
imponiendo políticas de juventud marcadas por un fuerte sello nacionalista. La
máxima expresión de este fervor fue la proclamación, en 1976, del día de la
Batalla de la Concepción como “Día Nacional de la Juventud”, desarrollando en
esa fecha ceremonias de juramento y de compromiso de la juventud, con la patria
y con la bandera.


a) La Juventud como Problema

Un segundo estereotipo que constituye el otro extremo de cómo la sociedad tiende
a ver a los jóvenes, es la construcción juvenil que se plantea en el Chile de post
dictadura a partir de la articulación de las políticas sociales dirigidas a los jóvenes
y su implementación sucesiva por los gobiernos de la Concertación.



5
    En nuestro país este enfoque puede ejemplificarse en frases tan manidas como la de que los jóvenes son el “futuro de Chile”



                                                                                                                                  15
Consiste en la construcción de la figura de un joven-problema que tiene su origen
en la asociación que se hace, en el diseño de las políticas de juventud, entre la
condición juvenil y la condición de pobreza. Un primer antecedente de esta mirada
lo encontramos en el diseño de la política juvenil del primer gobierno de la
Concertación. En él se definió que la situación de la juventud perteneciente a los
sectores populares y a las clases medias empobrecidas, sería abordada como un
‘problema nacional’ segmentado en, a lo menos, cinco aspectos que debían ser
encarados por el Estado y la sociedad chilena : empleo, educación, daño, cultura y
política (Weinstein, 1989).

Durante la primera mitad de los años noventa las políticas de juventud enfatizaron
dos de estos aspectos: la integración productiva a través de programas de
capacitación y empleo, como Projoven (6) y la preocupación por la baja
participación política-electoral de los jóvenes, que dio origen a la figura de una
juventud apática y el consecuente planteamiento del "noestoyniahísmo" (7).

Otro elemento que se hace presente es la asociación que se hace entre el joven,
fundamentalmente de origen popular y situaciones de delincuencia, cuyo ejemplo
más gráfico resulta la "detención por sospecha". Pese a ser derogada legalmente,
las prácticas y el trato injustamente represivo seguirá operando en la relación que
los adultos establecen con los y las jóvenes pertenecientes a sectores
empobrecidos.

Cabe señalar que durante la segunda mitad de los noventa la política de juventud
se desdibujó producto de la falta de atribuciones y el creciente desprestigio del
organismo estatal encargado de elaborar políticas hacia los jóvenes, el INJ (hoy
INJUV), que se redefinió como un organismo meramente asesor y no decisor
respecto de las políticas que el Estado dirige hacia el mundo juvenil.

En la práctica, este vacío sería llenado por las políticas sectoriales de los
ministerios (fundamentalmente MINEDUC) y otros organismos que como
CONACE (Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes), los que
contribuirían a reproducir una visión problemática respecto de los y las jóvenes. La
última campaña de prevención de consumo de drogas un claro ejemplo de un
recrudecimiento de los estereotipos y estigmatizaciones dirigidos hacia los y las
jóvenes ( 8).


6
  Para el desarrollo de esta perspectiva nos basamos en Pablo Cottet, "Participar o ser involucrado (la vitalidad de una diferencia)", págs
24-27 en Revista Cal y Canto N.10, Eco, Enero, 1992; y Jóvenes: una conversación social por cambiar, en co-autoría con Ligia Galván,
Eco, Mayo, 1993.
7
  Que proviene de la jerga juvenil, "no estar ni ahí", la que se generaliza a principios de los noventa y expresa la lejanía y desafección que
las nuevas generaciones de jóvenes manifiestan en relación con el ordenamiento social y el sistema político que se re-establece a partir de
1990.
8
  En el caso de la campaña nacional de prevención de consumo de drogas que CONACE desarrolla a partir del 2000, titulada
originalmente “la droga mata, conversemos” y posteriormente “la droga amenaza” encontramos una visión de los y las jóvenes que junto
con construirse desde el estereotipo del “joven-problema”, los instala insólitamente como protagonistas-víctimas de la “guerra contra las
drogas”. En el afiche promocional de campaña aparecen diferentes tipos de jóvenes bajo el círculo y la mirilla de un arma imaginaria que
apunta hacia ellos. Si bien la campaña apela a la amenaza de la droga al insertar los símbolos de la guerra lo que enfatiza la cruda imagen
es el ambiente de violencia en que se ven involucrados los y las jóvenes en una política de drogas que opta por la “guerra contra las
drogas”.



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c)    La Juventud como Consumo

Una de las formas estereotipadas respecto de lo que se entiende por joven, tiene
relación con la extensión de una noción idealizada de juventud a la sociedad en su
conjunto, donde la máxima ideal es “ser joven”. A este fenómeno lo llamaremos
proceso de juvenilización, en tanto extensión del consumo de los signos
juveniles al resto de la sociedad (Margulis & Urresti, 1998).

Siguiendo a los autores, el proceso de “juvenilización” responde a un factor
determinante: el avance de la cultura de la imagen producto de los fenómenos de
globalización, que en Chile empiezan a ser recepcionados a comienzos de los
noventa generando un impacto en las formas de construcción de identidad juvenil.
Estas se reorientan hacia el plano del consumo cultural, el manejo corporal y la
elaboración de una imagen y una estética particulares.

En esta imagen social predominante en la actualidad encontramos un proceso de
fetichización de la juventud por parte de la sociedad de consumo. Lo “juvenil” -en
tanto pautas estéticas, estilos de vida, consumos, gustos y preferencias, looks,
imágenes e indumentarias de los y las jóvenes- indica tendencias y marca una
pauta de lo que es “ser moderno”. Las sociedades latinoamericanas, en proceso
de transformación por la imposición de políticas de mercado, adoptan a la juventud
como signo de distinción, construyendo un imaginario social en que el “ser joven”
es un atributo estético y un estilo de vida que se debe poseer –y muchas veces
“consumir”- para cumplir con los ideales sociales de integración.


Comentarios a los estereotipos y enfoques hegemónicos sobre Juventud


Revisando estos enfoques constatamos una carencia. Hace falta una mirada que
hable desde lo juvenil. A pesar de los esfuerzos por acotar la juventud a
determinadas características, la mayoría de los intentos de definición adolecen de
un sesgo. Pareciera que a la juventud se la conceptualiza en torno a los intereses
de una "sociedad adultocéntrica" (Cfr, Duarte, 1994), cuyo objetivo fundamental
es integrar nuevos miembros al sistema para así proyectar y reproducir un mismo
"orden social". Este proceso de integración sería apoyado por el Estado a través
de las denominadas "políticas para la juventud".

Estas miradas conciben la juventud como condición natural de preparación a la
vida adulta. Al definir lo "juvenil" como etapa de transición a la adultez, el análisis
se centra en aquellos factores o variables que que propician el ingreso del joven al
mundo adulto sin abordar una discusión acerca de las formas a través de las
cuales él dota de sentido a su vida y determina libremente su participación en la
sociedad como sujeto.




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Por otro lado, los estereotipos e imágenes sociales que se construyen en relación
a la juventud son un reflejo de estas miradas adultocéntricas y externas y operan
como ilusiones ideológicas que fijan un noción de juventud ideal y acorde a los
proyectos que las elites gobernantes desarrollan. Es desde ahí que se puede
entender el hecho de que en un corto tiempo se conciba de forma bipolar a los
jóvenes, primero como protagonistas del cambio que debilitó a la dictadura y
posteriormente como objetos y, en muchos casos, como “pacientes” de políticas
de Estado focalizadas a ellos no como sujetos sino como “sector vulnerable” y
problemático.

Por último, debemos considerar que estos estereotipos se resignifican de nuevas
formas, en un contexto social marcado por la expansión del consumo. La juventud
también deviene en un signo y un cliché que es reproducido acríticamente por
diferentes discursos sociales, incluso los aparentemente más cercanos a los
jóvenes los que, con o sin conciencia de la manipulación que se hace de la
imagen de lo juvenil, contribuyen a la reproducción de una imagen de gran carga
simbólica pero carente de contenido.
Creemos que es esta formulación de ideas la que va definiendo el sentido que
tiene para gran parte de nuestra sociedad el ser joven.
Nuestra propuesta es tratar de romper con esta construcción de imágenes
estereotipadas abordando el estudio de la(s) juventud(es) y no de “la” juventud,
ejercicio que requiere dialogar con otras visiones que a nuestro juicio se
aproximan a una valoración de lo que hacen y expresan los jóvenes en tanto
sujetos.


                La Juventud como Grupo y como Sujeto Social


En nuestra sociedad, la idea de la existencia de la juventud como un grupo social
diferenciado no ha existido siempre. El reconocimiento de ésta como grupo es
más bien reciente y tiene relación con un desarrollo histórico que culmina a
mediados del siglo XX.

Precisamente, la aparición del joven como un sujeto o actor social relevante, es la
que marcará la emergencia de la juventud como tema de investigación. Se trata
de un sujeto social que debe ser explicado a partir de su construcción como objeto
de estudio. Es así como desde las Ciencias Sociales se tratará de delimitar el
concepto de joven, existiendo un cierto consenso sobre algunos indicadores o
criterios corrientes de definición como son el demográfico, el psicológico y el
sociológico, que ya hemos abordado desde una perspectiva crítica en la primera
parte de este capítulo.

No obstante estas definiciones siguen gravitando en la forma en que nuestra
sociedad y el Estado aborda su relación con los jóvenes, nos encontramos con
que hoy es consenso entre los diferentes investigadores que trabajan con el



                                                                                 18
mundo juvenil, la noción de que la juventud corresponde a una situación de vida
que posee características específicas en cada cultura y cada sociedad.

Cada vez se pone mayor énfasis en considerar la heterogeneidad del mundo
juvenil, planteándose que al interior de un mismo segmento social -como pueden
ser los sectores populares, medios o altos- la juventud que allí existe es diversa y
plural, por lo que sería aconsejable hablar más bien de diferentes juventudes
(Duarte, 1994). De igual forma, la especificidad de lo juvenil se encontrará también
cruzada por el género, la generación, o la pertenencia a una etnia. De esta forma
los estudios más recientes comienzan a hablar de diferentes grupos juveniles al
interior de una generación, de distintos grupos de jóvenes según su pertenencia o
adscripción a un estrato social o a un grupo étnico determinado (9).

La Juventud como construcción cultural

La juventud, al igual que otras distinciones sociales, constituye la construcción
cultural de una diferencia que se fundamenta en la pertenencia a un determinado
rango etáreo. Como plantea Pierre Bourdieu, a través de la historia esta diferencia
se transforma en un dato biológico, socialmente manipulado y manipulable :

“La representación ideológica de la división entre jóvenes y viejos otorga a los más
jóvenes ciertas cosas que hacen que dejen a cambio otras muchas a los más
viejos. (...) Esta estructura, que existe en otros casos (como en las relaciones
entre los sexos), recuerda que en la división lógica entre jóvenes y viejos está la
cuestión del poder, de la división de los poderes. Las clasificaciones por edad
vienen a ser siempre una forma de imponer límites, de producir un orden en el
cual cada quién debe mantenerse, donde cada quien debe ocupar su lugar”.
(Bourdieu, 1990: 163-164)

No obstante, es en la sociedad occidental y en el contexto de la modernidad
donde la división entre “lo joven” y “lo viejo”, y “lo adulto” y “lo joven” se hace más
evidente y se configura como una diferencia significativa (10). En efecto, la
juventud como distinción pareciera adquirir mayor centralidad en las sociedades
occidentales, a partir de los procesos económicos y sociales desencadenados por
la Revolución Industrial. Si bien como categoría de distinción social aparece ya
referida en la Antigüedad, existe consenso en diferentes autores (Ariés, 1973;
Gillis citado en Flichy, 1993 ), de que es en el marco de la sociedad industrial


9
   Un interesante ejemplo del desarrollo de estos nuevos enfoques lo encontramos en los textos “Viviendo a toda”. Jóvenes, territorios
culturales y nuevas sensibilidades; Cubides, Laverde y Valderrama (editores) Universidad Central de Bogotá, 1998; Juventud, Sociedad
y Cultura, Panfichi y Valcárcel (editores), Pontificia Universidad Católica del Perú; el libro El Reloj de Arena. Culturas Juveniles en
México, de Carles Feixá, editado por el Centro de Investigación y Estudios sobre Juventud en 1998. En Chile podemos citar como
ejemplo los textos, el Zoológico y la Selva de Alvaro Salinas y Abraham Franssen, CIDE 1997 y Juventudes Populares. El rollo entre ser
lo que queremos, o ser lo que nos imponen, de Klaudio Duarte, 1994.
10
   En efecto, no en todas las sociedades la juventud ha adquirido la importancia que tiene en la nuestra. Si recurrimos a la Etnografía
Clásica en busca de datos de otras sociedades, nos encontramos que tanto para los etnógrafos como para las culturas estudiadas por la
Antropología, la juventud no constituye una diferencia significativa. La data etnográfica se limita a describir ceremonias y ritos de pasaje
a través de los cuales cada cultura marcaba el paso de la pubertad a la adultez Un buen ejemplo de esto lo encontramos en los trabajos
etnográficos de Malinowski en Melanesia y Margaret Mead en Samoa Occidental.



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moderna que se generaliza la juventud como categoría que da cuenta del período
de vida que se establece entre la dependencia infantil y la autonomía adulta.

Uno de los autores que pone de manifiesto la íntima relación que existe entre la
aparición de la juventud y el desarrollo de la sociedad industrial es el francés
Philippe Ariès, al situar su origen en la concatenación de procesos que genera la
transición del feudalismo al capitalismo, poniendo especial acento en las
transformaciones que se producen en instituciones como la familia, la escuela, el
ejército y el trabajo.

Según este autor, en el siglo XVII el modelo de aprendizaje de los niños, que se
aplicaba desde el Medioevo entra en crisis cuando, producto del término del
régimen feudal, el traslado de los niños fuera de la casa paterna se hace menos
corriente (11), lo que hace que la escuela adquiera un rol central en la construcción
de la juventud, al democratizarse y pasar de estar reservada a una élite (los
clérigos y la Iglesia) a constituirse en un instrumento normal de iniciación social
que sustituye al aprendizaje fuera de la familia.

Otra institución que cobrará importancia en la aparición de la juventud como una
categoría social relevante será el ejército, a partir de la creación en Europa,
posterior a la Revolución Francesa del servicio militar obligatorio. Este espacio
implicará la construcción de un grupo de referencia entre jóvenes quienes serán
convocados a cumplir un rol protagónico: la defensa de su patria( 12).

Ya a comienzos del Siglo XX, el concepto de juventud extiende su aplicación no
sólo a las clases medias sino también a los sectores populares. También en ese
período aparecen los primeros movimientos juveniles que se preocupan de lo que
le sucede al joven fuera del espacio de la escuela (13). Por otro lado, se crea un
sistema judicial particular orientado a los jóvenes: tribunales y prisiones
especializadas. La sociedad va reconociendo así un estatuto particular a los que
ya no son niños pero todavía no son adultos.

Posteriormente, a mediados de siglo y después de la Segunda Guerra Mundial, la
juventud aparece como una categoría social amplia, que gana visibilidad pública.
La extensión del período de escolaridad obligatoria hasta los quince o dieciséis
años, el aumento del empleo y la reducción de la jornada de trabajo y una mayor


11
   Este modelo basado en la temprana expulsión del núcleo familiar del niño/a determinaba que desde los 7 o 9 años los niños y las niñas
dejaran su hogar para irse a vivir a la casa de otra familia donde desarrollarían las tareas domésticas aprendiendo oficios, habilidades y
comportamientos en otros aspectos significativos de la vida, a partir del contacto directo con adultos. Esta forma de aprendizaje se
extendió del campesinado, a los artesanos, comerciantes hasta llegar a la nobleza.
12
   Por otro lado, Gillis, historiador inglés que investiga el origen y desarrollo de la adolescencia en Inglaterra señala que es a mediados del
S.XIX, en plena época victoriana, y fundamentalmente a nivel de las clases medias cuando la juventud o adolescencia empieza a ser
abordada como una categoría de edad específica. La "invención de la adolescencia" sería consecuencia de la reforma de la enseñanza
secundaria. Producto de este cambio en el régimen de educación inglés, las escuelas públicas "se convierten en lugares cerrados que
toman a su cargo y en lugar de la familia, la educación de los hijos de la burguesía" (Gillis citado en Flichy, 1993: 218-219).
13
   En Latinoamérica tenemos el caso de los estudiantes de Córdoba, que inician el Movimiento de la Reforma en 1918 autofirmándose en
su condición de jóvenes.




                                                                                                                                           20
valoración del tiempo libre; determinan un contexto favorable para la constitución
de la juventud como grupo social diferenciado.

En las décadas del cincuenta y sesenta, los jóvenes empiezan a desarrollar
procesos de autonomía en relación a las prescripciones que les plantean tanto el
sistema educacional como sus propias familias. Por un lado, en las escuelas se da
una tendencia a abolir la educación separada de hombres y mujeres
estableciéndose regímenes de educación mixta. Por otro, en las clases medias
declina la actitud patriarcal de los padres hacia sus hijos y las relaciones sexuales
se hacen más frecuentes que en períodos precedentes.

Es en ese contexto donde la juventud se desarrolla como grupo específico que
reivindica junto con otros (mujeres, minorías sexuales, grupos étnicos, etc.) mayor
autonomía y derechos. La participación de los jóvenes en el activismo político de
los sesenta también implica un cambio, adquiriendo suficiente protagonismo para
intervenir en el debate político.

El aumento del presupuesto a disposición de los jóvenes, producto del crecimiento
económico de los países más desarrollados, incrementa su acceso al consumo de
bienes y actividades ofrecidas por una creciente industria cultural. Aparecen
elementos de consumo específicamente juvenil, que se tornan emblemáticos,
símbolos de la nueva "identidad juvenil" y que son aprovechados por la industria
que descubre un nuevo y promisorio mercado de consumidores.

En la actualidad, los medios de comunicación y la industria cultural recrean lo
juvenil en la imagen y el modelo social imperante en el imaginario de las
sociedades occidentales. Esta deja de ser una categoría de edad y se convierte en
estética de la vida cotidiana (Sarlo, 1994).

No obstante, para comprender la juventud desde una mirada alternativa a la
hegemónica, no basta con realizar una contextualización histórica. Es necesario
comprender también en qué ámbitos se funda la experiencia del “ser joven”, lo
que nos remite a la problemática de la construcción de identidad.

Juventud (es) e Identidad (es)

Desde la Antropología y la Sociología, el concepto de identidad aborda la
problemática de la pertenencia e identificación con una colectividad, se trate tanto
de un grupo pequeño como de una gran agrupación. Desde ese punto de vista se
plantea que la identidad, lejos de considerarse como una esencia fija e inmutable,
hace referencia a un proceso mediante el cual emerge la conciencia de un
"nosotros" en oposición o contraste con "el otro" o "lo otro".

A partir de la reflexión y la comparación respecto de estos "otros” significativos, el
individuo reconoce quién es, cuál es su lugar en el mundo y cómo se relaciona con
los demás. En el caso de los jóvenes, su identidad se construye a partir del crear



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una identidad de grupo articulada en torno a ciertos niveles de pertenencia y
solidaridad.

Para los jóvenes la experiencia de identidad tiene relación con determinados
espacios colectivos donde se desenvuelve su vida cotidiana (Cottet, 1994). Un
espacio importante es el constituido por los grupos de pertenencia o grupo de
pares. Son los amigos, el espacio horizontal de iguales en que se dan relaciones
cara a cara que permiten el flujo de información, el ejercicio evaluativo de
situaciones y el aprendizaje de lo que no se habla públicamente.



Otro espacio significativo es el de los grupos de referencia. Esta es una
dimensión más amplia en donde los jóvenes pueden reconocerse y ser
reconocidos. Son ejemplos de estos grupos el ser estudiante secundario, ser joven
poblador y ser miembro de una "barra brava".

Finalmente, existen espacios de identidad mucho más amplios y
desterritorializados. En estos espacios consideramos la creación de micro y
macro comunidades de jóvenes que constituyen ámbitos de reconocimiento e
identificación en relación al consumo y apropiación simbólica de determinados
bienes, prácticas y signos. Al interior de estas micro y macrocomunidades
encontramos los estilos juveniles y las “tribus urbanas”. Sobre ambos conceptos
volveremos más adelante.

Por otro lado, los y las jóvenes desarrollan otros espacios de identificación y
reconocimiento que permiten la articulación de su identidad. Nos referimos a las
identidades de generación, género y clase. Cada uno de estos niveles se
encontrará presente en lo juvenil adquiriendo una jerarquización particular según
la importancia que les asigne el sujeto. Por lo tanto no existirá una identidad
juvenil sustantiva, ya que esa "identidad única" estará compuesta por la sumatoria
de estos diferentes niveles de identidad.

La generación aparecerá como un referente de identidad amplio, que conecta la
vida cotidiana de los jóvenes con el contexto social e histórico donde estos se
insertan. Una generación es reconocible a partir de las significaciones que sus
miembros otorgan a sucesos cotidianos.

En la generación los jóvenes se identifican al interior de un amplio grupo de
sujetos con los que se construye un sentido de pertenencia (un "nosotros"), a
partir de la vivencia de un mismo contexto histórico. Es así como entendemos una
generación como "un grupo que comparte marcas históricas que plasman una
cierta identidad, un sentido, una forma de hacer que las diferencia e identifica"
(Salinas et al, 1990).




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No obstante, una generación atraviesa transversalmente las diferentes
especificidades que constituyen "lo juvenil". Al interior de ella podemos reconocer
diferencias de género, clase, etnia y educación entre otras.

A diferencia de los criterios predominantemente usados desde la investigación e
intervención clásicos con jóvenes (criterio estadístico, psicológico, sociológico), el
concepto de generación nos permite situar a los jóvenes en un contexto histórico
particular, reforzando la idea de que el "mundo juvenil" no es un concepto
abstracto e inmutable sino una realidad que está en constante movimiento. Así
como la sociedad cambia, cambian los jóvenes y debiera cambiar la forma de
observarlos y, como revisáramos anteriormente, lo que marca el "ser joven" varía
no solo de una sociedad a otra, sino de un contexto histórico a otro.

Las identidades de género se relacionan a los procesos de identificación y
diferenciación que los jóvenes desarrollan con las construcciones de género
culturalmente asignadas como propias de uno y otro sexo: lo masculino y lo
femenino. Si entendemos el género como una categoría cultural, como una
construcción social que define los contenidos de lo que es femenino y masculino y
no como una esencia biológica; podemos colegir que la identidad de género extrae
sus atributos del ethos particular en que los sujetos habitan. Es así como los y las
jóvenes construyen sus identidades genéricas tomando elementos de la cultura a
la que pertenecen, pero también de su clase, su familia, y de los modelos
femeninos y masculinos en que han sido socializados. Por tanto la constitución de
identidades de género en el mundo juvenil es una experiencia que conjuga
elementos singulares, intersectados por variables plurales: una clase, una cultura,
etc.

Las identidades de clase hacen referencia a los procesos de autoidentificación y
desidentificación de los jóvenes con una clase social o estrato, entendiendo esta
como una posición particular dentro de la estructura social.

La clase es una categoría que a través de la historia ha sido abordada como una
realidad objetiva, constituyendo una clasificación cristalizada que esconde la real
dispersión social de los sujetos. No obstante si seguimos los planteamientos de
Bourdieu y otros autores, las clases pueden ser definidas tanto por su "ser" como
por su manera de "ser percibidas". Es decir, tanto por su posición en las relaciones
de producción como por el prestigio que se deriva de su acceso al consumo.

Por lo tanto las identidades de clase dan cuenta, tanto de la relación que tienen los
jóvenes con los factores de homogeneidad objetiva que les dan origen como
grupo, como de su vivencia y construcción subjetiva de la posición en la
estructura social a través de procesos de producción simbólica, de representación,
definición e institucionalización que se desarrollan en relación al consumo, el gusto
y el estilo.




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Cultura Juvenil y Nuevas Tendencias de Construcción de Identidad

No obstante la multiplicidad de formas de ser joven, encontramos ciertos
elementos comunes que nos permiten hablar de que los jóvenes comparten una
cultura propia, entendiendo por culturas juveniles “las maneras en que las
experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la
construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el
tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional” (Feixá, 1998:60).

Esta cultura juvenil se expresa en diferentes estilos, entendiendo éstos como su
“manifestación simbólica (...) expresada en un conjunto más o menos coherente
de elementos materiales e inmateriales que los jóvenes consideran
representativos de su identidad de grupo” (Feixá, 1998: 68). Los elementos
constituyentes del estilo son, entre otros, un lenguaje propio, la estética, la música,
las producciones culturales juveniles asociadas a ese estilo como son el fanzine y
el graffitti y ciertos espacios y actividades donde se vive la pertenencia al estilo,
como los recitales de música, los encuentros de fin de semana en determinados
espacios urbanos privados o públicos, la calle, o espacios comerciales como
locales, pubs, bares y discoteques.
Por otro lado y, como señaláramos antes, las culturas juveniles están en directa
relación con el contexto social en que están insertos los jóvenes. Es así como
algunos investigadores plantean que existen ciertas tendencias que configuran la
cultura juvenil de las nuevas generaciones. Estas tendencias se darían en grupos
de jóvenes urbanos y estarían marcadas por un contexto de cambio socio-cultural
que opera en el tejido social de las sociedades post-industriales produciéndose una
sustitución de principios y mecanismos tradicionales que antes marcaban la forma de
relacionarse de los sujetos.

Esta transformación en las relaciones sociales es la que Maffesoli define como
neotribalismo emergente que hace que el sujeto salga de su encapsulamiento
en la individualidad y diluya su experiencia cotidiana en la pertenencia a diferentes
microgrupos o tribus. Estas experiencias serían las que estarían viviendo los
jóvenes urbanos de diferentes ciudades y metrópolis tanto europeas como
latinoamericanas. Las características de estas nuevas formas de agrupación
juvenil serían:

a) Ser, más que agrupaciones estables en el tiempo y con una memoria histórica,
comunidades emocionales que se fundamentan en la comunión de emociones
intensas, a veces efímeras y sujetas a la moda. Las nuevas formas de agrupación
estarían constituidas por individuos que se reúnen y visten una estética para
compartir una actividad y una actitud que genera sensaciones fuertes y confiere
sentido a una existencia en donde, en su cotidiano, hay falta de contacto y
contagio emocional.

b) Oponer energía a la pasividad e hiperreceptividad del individuo de la
sociedad de masas, constituyendo una fuente fragmentada de resistencia y
prácticas alternativas: una energía subterránea que pide canales de expresión.


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c) Construir una nueva forma de sociabilidad, en donde lo fundamental es vivir
con el grupo, alejarse de lo político para adentrarse en la complicidad de lo
compartido al interior del colectivo (códigos estéticos, rituales, formas de escuchar
música, lugares propios). La sociabilidad neotribal opone una actitud empática en
donde las relaciones intersubjetivas se mueven en una cuestión de ambiente más
que de contenidos específicos; de feeling más que de una racionalidad
medios/fines. A diferencia del individuo que tiene una función en la sociedad, la
persona juega un papel dentro del grupo.

d) Tener la necesidad de contraponer a la fragmentación y dispersión de lo global,
la necesidad de espacios y momentos compartidos en los que se desarrolle
una interacción fuerte pero no continua, un sentimiento de pertenencia y
proximidad espacial. Por ejemplo la participación en eventos con un fuerte
componente físico: bailar slam, codearse y empujarse.

Creemos que, de una u otra forma todas estas tendencias se articulan en un nexo
común: la importancia que tiene hoy el despliegue de energía juvenil en el plano
de la fiesta y el exceso. Semanalmente son miles los jóvenes santiaguinos y de
otras ciudades del país los quienes se apropian de diferentes territorios urbanos a
través del carretear ya sea en la universidad, en el estadio, en una fiesta, en un
pub, una disco o en la calle. Es así que, tal como veremos en nuestro segundo
capítulo, el espacio del carrete se convierte en un espacio relevante y central de la
cultura juvenil.


  Nuestra aproximación hacia lo Juvenil y hacia los Jóvenes como sujetos


Es necesario en este punto sintetizar cuál es nuestra apuesta, nuestra forma de
entender lo juvenil desde una perspectiva que considera a los y las jóvenes como
sujetos.

En primer lugar, nos parece necesario resumir aquellas distinciones conceptuales
que hemos ocupado y que nos permiten diferenciar y potenciar un enfoque distinto
y propio respecto del mundo juvenil.

Partimos por hacer una diferenciación de lenguaje entre lo que es la juventud o las
juventudes y lo que es propiamente juvenil (Duarte, 2001). Entenderemos por
juventud la dimensión étarea categorizable externamente por las políticas sociales,
la investigación y el mundo adulto desde distintas variables y miradas
(demográficas, económicas, culturales, etc.). En contraposición, cuando hablemos
de lo juvenil, estaremos haciendo referencia a las producciones culturales y
contraculturales que los grupos sociales despliegan en su cotidianeidad. En ese
sentido nos la jugamos por pensar y reflexionar desde uno de los espacios
culturales donde lo juvenil construye sentido en nuestra sociedad, como es el



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ámbito del tiempo no productivo, del tiempo libre y particularmente del espacio del
carrete.

Por otro lado nos parece relevante señalar que tanto al interior del enfoque que
habla de juventud(es) como del que plantea una mirada desde lo juvenil subyacen
las dimensiones y coordenadas de lo individual y de lo colectivo. Cuando
hablemos de las y los jóvenes estaremos haciendo referencia a los sujetos
específicos en su individualidad y en sus relaciones colectivas.

Cuando problematicemos acerca de cómo la juventud adquiere preeminencia en el
contexto de la globalización a través de la juvenilización, estaremos dando cuenta
de cómo, a partir de la valoración de la imagen y la estética juvenil, la juventud se
convierte en parte del imaginario social de nuestras sociedades (post) modernas.

Una vez reseñados nuestros conceptos básicos, es necesario aclarar qué
entendemos por joven-sujeto y qué implicancias tiene esto.

Comprenderemos la noción del joven como sujeto como el proceso de constitución
de este de individuo en actor social (Touraine, 1994), proceso asociado al
desarrollo de la libertad y autonomía en relación a los mandatos culturales y
sociales que prescriben qué es ser joven.

En este sentido entenderemos al joven como un sujeto en permanente
construcción y que se encuentra siempre en tensión con la lógica de un orden
social que no lo considera como tal, aportando en su desarrollo nuevos elementos
instituyentes a la sociedad.

Pensamos que los y las jóvenes a través del desarrollo de sus propias prácticas y
apropiaciones, están afirmando cotidianamente un derecho no instituido ni
procesado por la sociedad, el derecho a ser considerados en su particularidad y
pluralidad y a no ser uniformados en torno a una imagen social hegemónica que
dicta qué “debe ser”, ser joven.

En efecto, desde la institucionalidad y el mundo adulto no se considera la
existencia del joven como sujeto que tiene un modo de ser, una cultura y
experiencias sociales propias (Feixá, 1998). Todas estas características debieran
ser respetadas y consideradas en la construcción de un orden cotidiano que
constantemente hace referencia a los y las jóvenes, ya sea a partir de la
elaboración de políticas sociales como de otros discursos e imágenes sociales que
los consideran como objetos y no sujetos, como problemas y no como actores
que algo tienen que decir acerca de nuestra sociedad.

Habitualmente nos encontramos con que se construyen políticas y se abordan
problemas relativos al mundo juvenil sin considerar a los y las jóvenes. Es en
relación a este punto que nos parece relevante avanzar y aportar a la construcción
de una mirada que plantee que los y las jóvenes también tienen “derecho a tener



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derechos” en relación a los temas que los involucran, como la libertad y el manejo
de su propio cuerpo.

Nos parece que un primer paso importante en pos de este objetivo y que plasma
un cambio de mirada en relación a los jóvenes, es su consideración como sujetos
de derechos sociales y no sólo penales.

En particular nos parece relevante plantear la libertad individual como principio que
permite establecer la propia responsabilidad del joven ante sí y ante los demás en el
plano de temas que competen a su desarrollo como persona. El ejercicio de su
libertad como sujeto implicará una permanente actualización y desarrollo de sus
capacidades para discriminar respecto de las alternativas presentes en su medio y
de optar, voluntariamente, de acuerdo a sus objetivos y motivaciones. Esto le hará
posible convertirse en un individuo autónomo, responsable de sí mismo y del
contexto social en el que desenvuelve.

Para poder ejercer esa libertad en forma responsable se requiere que los y las
jóvenes sean considerados como sujetos con derecho a la información, a la
opinión y a la toma de decisiones en relación a los temas que les conciernen.

En el caso del consumo de drogas y alcohol, es necesario que los y las jóvenes
sean informados en forma pertinente y no estereotipada respecto de los efectos no
deseados que tiene el exceso en el consumo de estas sustancias. En el caso de
la sexualidad que, junto con ser informados de las principales formas de
prevención de ETS y VIH/SIDA, tengan el derecho a disfrutar de su sexualidad en
forma natural y no reprimida. Por esto nos parece relevante promover el principio
de que los y las jóvenes también tienen derechos sexuales y reproductivos.

En segundo lugar, que las opiniones y puntos de vista de los y las jóvenes sean
considerados al momento de construir políticas y tomar medidas que los afectan.
Para esto es fundamental abrir la conversación sobre consumo de drogas y
sexualidad en los diferentes espacios sociales en que participan los y las jóvenes:
la familia, la escuela, la universidad y otros espacios de participación entre
jóvenes.

Estos procesos de desarrollo y establecimiento de derechos deben ser dinámicos
e integradores, respetando lo específico de cada sujeto y demandando a su vez,
las condiciones que propicien una participación activa y crítica respecto de su
elaboración. Es decir, considerando a los jóvenes como co-constructores de sus
derechos. Esto posibilitará el derecho a desarrollar las potencialidades y riquezas
individuales, incentivando la autodeterminación y el ejercicio de la libertad, y por
ende, la realización humana.

En este contexto surge la necesidad de legitimar las expresiones juveniles,
fomentando y validando el establecimiento de sus organizaciones y espacios
como también de las iniciativas o demandas culturales y sociales que de ellos
emerjan. De esta manera se logra reconocer y considerar sus procesos y, evitar la


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negación total o parcial de su persona, producto de las estigmatizaciones y
prejuicios que sólo consiguen su desconfirmación y la reducción e inhabilitación de
sus condiciones como miembros de la sociedad.

Todo esto debiera redundar en un mayor acercamiento al mundo juvenil a través
de una perspectiva que considere efectivamente su subjetividad permitiendo la
construcción conjunta y corresponsable de lo social, acrecentando los procesos
de conocimiento y validación mutuas, generando contextos de mayor respeto y
colaboración y, por tanto, posibilitando el crecimiento y bienestar individual y
comunitario.




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CAPITULO 2

              EL CARRETE COMO ESPACIO CULTURAL JUVENIL


El carrete como fenómeno cultural propio de lo juvenil tiene dos caras: una
marcada por la apropiación del sujeto joven en tanto espacio ritual y otra signada
por el consumo del carrete como un espacio que integra la oferta que la industria
cultural ofrece a los jóvenes.

A continuación entregamos una primera aproximación al carrete que integra estas
dos miradas.


El Carrete como Ritual

Como señaláramos anteriormente, el carrete está asociado a la forma particular en
que los y las jóvenes se relacionan en el plano de lo festivo con una cualidad
específica: ser un espacio al que se concurre en búsqueda de sentido, refuerzo e
identidad.

Partiremos por señalar que la vivencia del carrete se encuentra en directa relación
con ciertas formas de construcción de identidad que se articulan en torno a espacios
de ritualidad juvenil. Es así como según esta perspectiva, los jóvenes constituyen
identidades y ámbitos de reconocimiento a partir de compartir espacios de carrete
como un recital, el estadio o el participar en fiestas realizadas en casas o en
espacios masivos como discoteques, gimnasios u otros (Matus, 2000; Silva, 1999;
Contreras, 1996).

Considerando esta perspectiva algunos autores definen carrete como “la fiesta
ritual, el encuentro transversal entre personas que poseen biografías fuertemente
disímiles, que se descubren a sí mismas y a los otros(as) como sujetos”
(Contreras, 56: 1996).

El carrete juvenil se construye con los atributos propios de la fiesta como son la
transgresión del orden de la vida cotidiana y la puesta entre paréntesis de la norma,
del discurso y del trabajo (Bajtin, 1970). En el rito del carrete se ausenta la norma en
tanto deber ser. Es un espacio donde por un tiempo todo nos está permitido. Más
que norma entendida como ley, el carrete constituye un espacio lúdico, que tiene
ciertas reglas o códigos que no son coercitivos, no son formulados en el discurso,
sólo existen, pudiendo ser aceptados o rechazados por los jóvenes. Las forma de
vestir y representarse a través de la estética, la forma de bailar solos y solas y la
forma ambigua de posicionarse dentro y fuera de un grupo constituyen algunos de
los códigos específicos de diferentes carretes.


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También en el carrete se pone entre paréntesis el discurso, porque el sentido de
pertenencia y comunidad que se genera en un "nosotros", no tiene como correlato
una formulación explícita, en un ‘discurso’ del carrete. Cuando éste toma lugar, no
existe discurso que lo explique en relación a un “nosotros” o a ningún concepto.

Por otro lado, el carrete constituye una puesta entre paréntesis de la cultura del
trabajo. Se trata de un tiempo que no es destinado a producir, sino que es un tiempo
simbólico, un tiempo que es consumido/sacrificado por los y las jóvenes que
descargan su energía en un ritual que no tiene un sentido de ahorro sino que de
exceso.



Cabe señalar que existen diferentes tipos de carretes dependiendo del espacio en
que éste se desarrolla (en casa, en un local, con fines de lucro o gratuito) y la
forma en que los jóvenes se apropian del mismo. Si bien la tendencia es a
concebirlo como un espacio colectivo, encontramos en los jóvenes una tendencia
a vivir el carrete como una experiencia personal e individual.

Como señala Contreras (1996) existen tres niveles o ejes temáticos que
atraviesan el carrete en tanto ritual.

En primer lugar está el tema del cuerpo. El carrete posibilitaría una disipación del
límite con relación a la sexualidad. No existen cosas correctas/incorrectas en el
cruce carrete/sexo. Esta no delimitación de la conducta sexual marca la diferencia
entre el carrete y otros espacios de recreación juvenil normados, siendo en sí un
espacio de experimentación en torno a la corporeidad y la sexualidad.

Por otro lado y, dentro de este ámbito, el carrete implicaría la expansión de la
personalidad e individualidad, articulada con la des-regulación creciente del
cuerpo. Otra forma de entender este eje es el vínculo que el sujeto juvenil
establece en el carrete con lo individual y lo colectivo, disolviéndose la
individualidad en el vínculo con el grupo

Un segundo eje que atravesaría el carrete es la existencia de ciertos significantes
como el alcohol, la droga, la música y la construcción de una estética propia. Cada
uno de estos significantes son vividos ritualmente, existiendo ritos para el
consumo de alcohol, para lo relativo a las drogas, la música y la estética. Otros
ritos posibles son los relacionados con lo que se hace antes y después del carrete
y los recorridos y circuitos del mismo.

Un signo relevante en este sentido sería el carácter que tiene el carrete actual de
ser un espacio de cada vez más ambiguo posicionamiento en términos de lo
público y lo privado




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Por último, un tercer eje que cruzaría el carrete juvenil es el de su ‘producción
general’. Nos referimos con esto a que, para realizarse, el carrete requiere de
cierta noción de excedente, de fondo ceremonial, de despliegue de recursos e
infraestructura que serían indispensables para su realización.

En la actualidad, estos elementos adquieren mayor centralidad en el carrete
juvenil nocturno, ya que se constituye en un espacio de consumo que requiere de
un presupuesto particular. No obstante, la forma de obtener el financiamiento
necesario para construir este fondo ceremonial, varía según el origen y
posicionamiento de cada joven en la estructura social. Para algunos el dinero para
carretear se recolecta o machetea; para otros es producto de una economía del
trabajo en que se ahorra y gasta “para-el-carrete”. Otros jóvenes viven y financian
sus carretes a partir del dinero que les traspasan sus padres.

Una vez revisadas algunas características generales del fenómeno, haremos una
breve contextualización de su emergencia y continuidad al interior de la cultura
juvenil de los últimos veinte años.


El Carrete como Espacio Generacional: de los Ochenta a la Cultura de la
      PostDictadura.


Como señalábamos, el carrete se constituye en una de las prácticas juveniles más
representativas y extendidas de la cultura juvenil de los noventa y de comienzo del
siglo XXI.

El carrete como espacio de identidad y expresión, nace en el marco de la
generación de los ochenta, como parte de una cultura juvenil que construye su
identidad en un contexto sociocultural marcado por la dictadura militar.

Un primer hito posterior al golpe militar que marca la construcción de espacios
culturales juveniles, está determinado por la organización de actividades que
realiza la juventud universitaria a través de la ACU (Agrupación Cultural
Universitaria) Este espacio de expresión juvenil, dadas las condiciones de censura
que impuso el régimen, se vio forzado a experimentar con la ironía y la parodia,
marcando una distancia con el lenguaje de la militancia política.

Pero es en la década de los ochenta cuando se puede establecer una frontera, un
antes y un después en la relación jóvenes/cultura, que marca la ruptura de los
jóvenes con la "glorificación del dolor". En el curso de los primeros años de la
década, cuando las protestas nacionales alcanzaban su mayor intensidad, se
produjo "la irrupción de una iniciativa vitalista, hedonista y des-represora"
(Salas,1990:309).

Esta nueva sensibilidad se caracteriza por un creciente distanciamiento entre el
mundo juvenil y el mundo adulto. En un principio, los signos de este


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distanciamiento fueron paulatinos e invisibles y parecen obedecer más a un
estado de ánimo que a una actitud deliberada de rebelión y disconformidad.

En el transcurso de las jornadas de protesta, los y las jóvenes chilenos
destacaron por su protagonismo y por un comportamiento emocional y expresivo
que rompió con los cánones tradicionales de la movilización política. Se puede
decir que en estas movilizaciones un grupo significativo de jóvenes encontró un
nuevo espacio de expresión. La diversidad de las manifestaciones permitió la
constitución de lugares de encuentro donde antes reinaba la dictadura.

Espacios cotidianos como la calle, la esquina o la escuela posibilitaron la
constitución de un "nosotros". Esta identidad generacional se vio cristalizada por la
noción de oposición a un "otro", un enemigo claro y tangible: la dictadura.

Junto con la declinación de las movilizaciones (14) el mundo juvenil se atomizó y
fragmentó. Los jóvenes se decepcionaron de la política como vehículo de
expresión y el desencantamiento se tradujo en una crisis de identidad. La "épica
política" ya no convocaba.

Pese a la reconstrucción de referentes políticos y estudiantiles como la FECH
(Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile) y a la importante
participación de los jóvenes en el proceso de transición del régimen militar a un
régimen democrático, marcada por hitos como el Plebiscito de 1988 y las
Elecciones Presidenciales de 1989; la política y con ella la vida pública, parecen
no dar cuenta de los sentimientos, dolores e inquietudes de los jóvenes. La apatía
y el descontento provocaron la abstención y el abandono de los canales de
expresión tradicionales como centro de alumnos, federaciones y partidos políticos,
produciéndose un proceso de repliegue de un grupo importante de jóvenes en
torno a espacios de identidad microsociales. La misma calle y esquina que antes
era el lugar de combate contra la dictadura, pasa a ser reapropiada por grupos de
referencia: pandillas de adolescentes punks, skinheads, new wave y anarcos y
bohemios empiezan a apropiarse de los barrios de Santiago.

Según Fabio Salas, estudioso del rock, existirían dos hechos culturales que
marcaron profundamente la constitución de identidad de la generación de jóvenes
de los ochenta. Por un lado, la presencia de la marihuana como factor
sensibilizador y comunicativo y, por otro, la consolidación del carrete como
"espacio privado de ritualidad y circulación de tópicos de ser, ya sean estos
lenguaje, afectos, erotismo, ingestión de drogas o puras pulsiones orgiásticas de
la personalidad" (ibíd., p.311).




14
   Declinación que se produce, entre otras causas, como consecuencia de la imposición del Estado de Sitio y la incrementación de la
represión política, producto del atentado a Pinochet, y el desajuste entre la base social y la élite que dirige los partidos políticos.




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En efecto, tanto la marihuana como el carrete se hacen parte indisoluble de la
cotidianeidad cultural de los jóvenes durante la década de los ochenta y así lo
muestran algunas de sus producciones culturales (15).

Un hito importante en esta cultura emergente que rompe con la "sensibilidad de
las militancias", y propicia la expresión juvenil en espacios festivos, lo constituye
la aparición de espacios juveniles alternativos a la cultura oficial de la izquierda
militante.

Es así como empiezan a realizarse las primeras fiestas en espacios urbanos
abandonados como son el Garage de calle Matucana 19 y El Trolley. Junto con
estos espacios aparecerá lo que se denomina el Nuevo Pop Chileno (Escárate,
1994) que traducirá a Chile lo que en Europa y Estados Unidos es definido como
la "New Wave".

Los "new wave" o "pelados" chilenos son jóvenes de clase media que provienen
del sector universitario, específicamente de las escuelas de Arte y
Comunicaciones, que se diferencian del resto por sus vestimentas y peinados y
que manifiestan una necesidad imperiosa de apoderarse de espacios y generar
sus propios mecanismos de difusión de sus prácticas culturales. Ellos constituyen
el underground chileno. Sus expresiones culturales más importantes (16) fueron las
diversas bandas de rock que proliferaron en los 80': Los Prisioneros, Aparato
Raro, Electrodomésticos, Upa, Pinochet Boys y otras. Estas bandas aglutinaron a
los jóvenes en espacios públicos como Matucana, El Trolley, la discotec Neo, La
Caja Negra, La Nona, etc., donde se daban las condiciones para una especie de
catarsis colectiva en el espacio de la fiesta y del carrete.

La relevancia y particularidad de este grupo está en que, a pesar de tener su
origen en la rebeldía anti-establishment de un sector de elite instalada en espacios
marginales, hace hegemónica su propuesta estética a un amplio sector juvenil. La
música se hace amiga íntima de la plástica y la estética. A través de la música los
jóvenes encuentran un ritmo que les permite reafirmar posturas y, al compás del
rock, seguir el ritmo que ellos quieren tener en sus vidas (cfr. Rodríguez, 1990).

Si bien la relación de los jóvenes con el carrete tiene como inicio el espacio
cultural de los ochenta, esta sensibilidad se va proyectando y difundiendo de una
elite a un grupo mayor de jóvenes con la reapertura de los espacios públicos
posterior al triunfo del NO en Octubre de 1988. Es así como después del
Plebiscito, la noción de carrete se consolida en el vocabulario de los jóvenes
manifestándose como espacio festivo representado en diferentes signos de
expresión juvenil como: convocatorias a fiestas y recitales, letras de rock, comics
y fanzines. Tanto es así que, en 1989, nace uno de los primeros medios juveniles
de la transición con el ilustrativo nombre de “El Carrete”. Esta revista fue

15
  Un ejemplo significativo lo encontramos en la poesía de Rodrigo Lira. Cfr. Proyecto de Obras Completas, Ediciones Minga, 1984.
16
  Otra producción cultural importante es la de revistas. Se da la aparición de un conjunto de publicaciones alternativas y subterráneas. La
mayoría de ellas son efímeras y no pasan del primer número, quedando como mudo testimonio de la falta de espacios de expresión
juvenil.



                                                                                                                                       33
precursora de otros magazines y suplementos juveniles que, de una u otra forma,
se constituyeron en un vehículo de transmisión de información de los diferentes
eventos y carretes que se desarrollaban en diferentes espacios de la ciudad de
Santiago.

En 1993 apareció, como suplemento juvenil del diario El Mercurio, la revista Zona
de Contacto. Otro medio relevante, desde una perspectiva más autónoma y
autogestionada, fue la revista especializada en música Extravaganza!.

Sin embargo ya en los noventa el significado cultural del carrete tiende a ser
distinto. Los y las nuevos/as jóvenes que carretean pertenecen a una generación
que vive un tiempo histórico particular, donde se conjugan cambios políticos,
económicos y culturales al interior de la sociedad chilena.

La vivencia de la transición, marcada por el paso de un régimen dictatorial a un
régimen formalmente democrático, como por el cambio de un espacio público
altamente normado a un espacio menos regulado, repercute potencialmente en el
desarrollo de prácticas juveniles que cuentan con menos barreras, al menos
formales, para su expresión. Asimismo, la nueva generación de jóvenes se
encontrará con la preeminencia de nuevos códigos culturales, directamente
relacionados con el influjo de la economía en las relaciones sociales. En estos
códigos los jóvenes son socializados tanto por sus pares como por los medios de
comunicación.

Es dentro de este proceso de ampliación de la centralidad del consumo como
espacio de integración social que el carrete pasa a ser “producido” y adoptado
como un nuevo nicho de consumo juvenil estableciéndose, a principios de los
noventa, una verdadera industria cultural del carrete.

En efecto, en la última década y como producto de la expansión de la economía,
la construcción del carrete ha tendido a ser crecientemente mercantilizada,
imponiéndose modos de utilización y gustos que han dado lugar al desarrollo de
una industria de la diversión nocturna que “rutiniza” los usos y consumos que
hacen de la noche los jóvenes.

Otro fenómeno importante que marca los cambios que se producen en el consumo
cultural de los espacios públicos nocturnos es la proliferación en Chile de los
recitales que, a partir de 1989, comienzan a dar grandes estrellas del rock. 17

Como parte de este proceso de mercantilización del carrete encontramos la
imposición de géneros, músicas y locales nocturnos específicos para que cada
grupo o estilo juvenil se identifique. En efecto, en los grandes centros urbanos de
17
  Si el rock latino en vivo, fundamentalmente argentino, ya era parte de la experiencia de los jóvenes a mediados de los ochenta (con los
recitales de Soda Stereo, Charly García y Fito Páez) este fenómeno se consolida con las actuaciones de megaestrellas del pop y el rock
como Michael Jackson, David Bowie, Paul Mc Cartney, Peter Gabriel, Rolling Stones, U2, Metalllica y Oasis entre otros. Asimismo se
realizan recitales de grupos y solistas insignes de los años ochenta, como Rod Stewart, Durán Durán, Brian Adams, Cindy Lauper y Sting
además de otros menos conocidos masivamente pero que generan igual devoción como Morrisey y más recientemente Lou Reed,.




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Chile como Santiago, Valparaíso y Concepción, la industria del carrete juvenil
nocturno tiende a instalarse a comienzos de los años 90.

Si reconstituimos la forma en que se dio este proceso en la ciudad de Santiago,
encontramos que el barrio Bellavista es uno de los territorios precursores, uno de
los primeros espacios urbanos que se convierte en un lugar eminentemente de
carrete que convoca a diferentes públicos jóvenes y ofrece una vasta oferta de
locales como bares, pubs, discoteques y restaurantes dirigidos fundamentalmente
a estos públicos.

Al avanzar la década de los noventa el fenómeno se replica en otros espacios
urbanos. Es así como en Providencia se abre un espacio entre las calles Suecia y
General Holley. Paralelamente, alrededor de la Plaza Ñuñoa se activa un circuito
vinculado al mundo artístico y universitario. Este gravita en torno al pub-discoteque
La Batuta, donde se han realizado innumerables tocatas y recitales.

Posteriormente, en la segunda mitad de los noventa, el mercado juvenil del carrete
nocturno se segmentó aun más con la creación del Paseo San Damián, donde se
establece un circuito ligado a los sectores socioeconómicos alto y medio alto y con
el establecimiento del sector de la Plaza San Enrique, en Lo Barnechea, como
lugar de encuentro para adolescentes. Otros circuitos se establecieron en lugares
como la Plaza Brasil y la calle Seminario y en otras ciudades como Valparaíso y
Concepción.

Esta nueva realidad de “industrialización” del carrete hace cada vez más difusa la
creación individual de los jóvenes en la ocupación de espacios nocturnos,
estandarizando las formas de contacto y expresión. Por otro lado, los espacios de
consumo juvenil tienden a ser reprimidos –cerrados o clausuradas sus patentes- al
sucitarse hechos que impliquen una leve transgresión de las reglas de orden
establecidas por la institucionalidad.

Es así como fue clausurada la discoteque Planet en 1998 –centro de la naciente
movida electrónica chilena- y provisionalmente las discoteques Blondie en 1999 y
La Máscara el segundo semestre del 2000. Más recientemente, en diciembre del
2000,fue clausurado el Tom Pub, local que ofició de plataforma y espacio de
expresión a diferentes grupos de rock que tocaban en Bellavista. Un caso parecido
ocurre con La Batuta, que no pocas veces durante los noventa ha visto
amenazada su continuidad.

Asimismo, surgen en el carrete juvenil nocturno, espacios que tienden a ser focos
de violencia. Como ejemplo está el bar-restaurante 777 de Alameda, “picada” de
colaciones de trabajadores del centro que, a comienzos de los noventa, se
constituye en uno de los espacios alternativos del carrete juvenil nocturno y que ha
albergado numerosos incidentes por lo general asociados al consumo excesivo de
alcohol. Un caso similar ocurre con “La Picá de `on Chito”, local popular ubicado
en 10 de Julio con Portugal y que fue, durante un tiempo, epicentro de la movida
hardcore de Santiago.


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Dichos y dichas_carrete_juvenil_ de_achnu
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  • 1. NOCHE VIVA: DICHAS Y DICHOS DEL CARRETE JUVENIL. Un Enfoque No Convencional de la Diversión Nocturna en el Barrio Bellavista. Autores: Juan Carlos Cuevas C. Ingrid Espinosa K. Daniela Facuse M. Christián Matus M. Gonzalo Muñoz B. 1
  • 2. INDICE PROLOGO 4 INTRODUCCIÓN 7 CAPITULO 1 ¿Desde dónde Hablamos? Enfoques y Miradas sobre Juventud (es) 10 Enfoques y Miradas del Estado, las Políticas Sociales y el Mundo Adulto respecto de la Juventud 10 La Juventud como Categoría Sociodemográfica10 Estereotipos Sociales sobre Juventud 12 La juventud como grupo y como sujeto social 14 La Juventud como construcción cultural 15 Juventud (es) e Identidad (es) 17 Cultura Juvenil y Nuevas Tendencias de construcción de identidad 18 Nuestra aproximación hacia lo juvenil y hacia los jóvenes como sujetos 20 CAPITULO 2 El Carrete como espacio cultural juvenil 23 El carrete como ritual 23 El carrete como espacio generacional: de los 80’s a la cultura de la post dictadura 24 CAPITULO 3 Hacia una propuesta interventiva en el carrete juvenil 30 Algunas consideraciones acerca del “lugar de lo juvenil” en los programas interventivos en Chile 30 Hacia una propuesta interventiva que incorpore la subjetividad juvenil 32 CAPITULO 4 2
  • 3. Cuatro miradas al carrete juvenil nocturno 37 Representaciones juveniles acerca del carrete. Por Gonzalo Muñoz 38 El Carrete Juvenil: La dicha y sus dichos. Por Daniela Facuse 46 De tránsitos y travesías: Una mirada al carrete juvenil nocturno en el barrio Bellavista. Por Christian Matus 50 Los “otros” actores del carrete juvenil. Por Juan Carlos Cuevas 58 A MODO DE CONCLUSIÓN 67 Una aproximación al carrete como fenómeno cultural de los años 90’ y de comienzos del nuevo siglo 67 Los discursos juveniles o algunas dichas y dichos respecto del carrete nocturno 67 Acerca de los sentidos y significados del carrete Juvenil 67 La relación del carrete con el riesgo 69 El carrete y su relación con el mundo adulto 70 La apropiación juvenil del barrio Bellavista 71 Los otros actores que determinan el carrete en el barrio Bellavista 72 Consideraciones Finales: ¿Porqué intervenir el carrete en Bellavista? 74 ANEXO: ENFOQUES 76 Disco Melody: El carrete adolescente 76 La Zoom 77 La Bunker o el carrete gay 79 El carrete en el Jammin’ club o “reggae is coming to the nation” 81 El bodegón: El carrete del reviente 82 De vuelta a casa… 84 3
  • 4. PROLOGO “La aldea duerme sosegada bajo la luz de la luna; el agua silenciosa refleja la sombra de las casas y de los árboles, pero no se oyen sones de canto o de danza. La gente menuda está dentro de las habitaciones. Sus padres ríen en las galerías o celebran sesiones a puertas cerradas, procurando descubrir pecados”. Margaret Mead La princesa Fiona, de la película Shrek, se transforma de noche en una ogra fea, que contrasta con su belleza de cuento infantil a la luz del día. Pero a pesar de que en la noche esconde horrorizada su fealdad, brota en ella lo más puro de sus sentimientos, su belleza interior, que es la que le permite reconocerse a sí misma y a su ser amado. La noche en Bellavista tiene algo de este simbolismo. De día es un barrio bello, de casas con carácter e historia -Neruda vivió allí- y su cerro al fondo con la Virgen en la cima, como protegiéndonos. De noche, todo cambia y pareciera que la Virgen cerrara sus ojos. Para muchos lo bueno se transforma en malo, lo bello en feo y la paz en violencia. A pesar de esta visión estigmatizante -mediatizada, por cierto- no deja brotar la belleza interior de la vida social que se desarrolla con inusitada densidad en el barrio. Las Ciencias Sociales, producidas por hombres y mujeres de carne y hueso -que también merecen sus descansos- no han desarrollado mucha reflexión respecto de la noche como espacio de socialización, de producción creativa, de intensidad en las pulsiones, de generación de vínculos, de experiencias de vida, desempeño de roles, diversificación de consumos y estrategias de cortejo. Cuando la jornada laboral termina y los sociólogos apagan los computadores en sus oficinas, los psicólogos dejan de llenar sus tests y los antropólogos se encierran en sus carpas a escribir en sus cuadernos de campo, la vida nocturna irrumpe con su carga de contingencias. Esta investigación viene a contribuir en el conocimiento de la sociabilidad que se desarrolla en la noche, particularmente en el ámbito de la diversión juvenil. Se aleja de la mirada pecaminosa con que la visitan los medios de comunicación sensacionalistas que siempre encontrarán algún prostituto de noche aunque también trabajen de día; siempre encontrarán algún grupo de borrachos a la luz de un farol aunque también se beba de día. Para el espectáculo remitirse a esos medios. Para la reflexión esta investigación es un aporte. 4
  • 5. Otro aspecto importante es la mirada de lo juvenil. La noche no es lo mismo para jóvenes que para los adultos. Con esta obviedad quiero precisar que no sólo las experiencias colectivas son distintas. La diversidad está, por sobre todo, en los significados con que son cargadas esas experiencias, producto de las expectativas con que se enfrentan. El carrete juvenil no es lo mismo que la fiesta. La fiesta es una actividad organizada para la diversión. Se funda en la necesidad de festejar, de traspasar los límites de una conducta rutinaria que está normada por las más diversas instituciones. En el fondo se parece al carrete pero en la forma se distancia, pues la fiesta tiene su lugar y su procedimiento. Hay múltiples tipos de fiesta según los sentidos otorgados (religiosas, católicas o paganas; seculares y modernas, como el Año Nuevo y los cumpleaños, etc.) y generalmente hay un responsable del “gasto festivo” que puede ser el jefe tribal, el padre del hijo festejado, los feligreses de un santo patrono, etc. La particularidad del carrete es que está ligado a la idea de movimiento, al estar en distintas partes utilizando las máximas posibilidades del “menú de opciones”. Y ello sólo se puede realizar consumiendo tiempo. La relación entre movimiento y tiempo en el carrete es tan estrecha, que éste se valora en tanto se es capaz de hacerlo durar hasta el amanecer. No hay lugar fijo que visitar ni rituales pre- establecidos que cumplir. La idea es juntarse y comenzar a tirar del hilo del carrete a través de múltiples experiencias. Esta es su densidad, en la que pueden “pasar” -ocurrir y dejar- multiplicidad de vivencias, ojalá no previstas. El carrete pone a prueba la capacidad de aguante y demanda energías. Hay que vivírselo intensamente para que sea tal. Pero aunque es una vivencia socializadora para cada individuo, en tanto posibilita poner a prueba conocimientos, habilidades sociales y la propia identidad; no hay carrete sin grupo. Es fundamentalmente una relación del grupo con otros, una relación vivida con los amigos donde se fundan códigos valóricos, se reinterpretan los símbolos y se ponen a circular las ideas de futuro. Se cuentan los secretos de familia y las proezas de juventud. El carrete genera identidad, no en tanto sujetos carreteros, sino como grupo que comparte experiencias de búsqueda, de esas que ocurren por primera vez, las mitificadas en los relatos de los mayores, las que no pueden ser contadas a los padres ni a los conocidos, sólo a los amigos. El carrete leído de esta manera tiene una contundencia extraordinaria, pues la experiencia en este espacio permite construir identidad sexual, etárea y cultural, que en definitiva es lo que le da sentido a la existencia. Lo que se cuenta de noche en una esquina, en la schopería, en el rincón de la disco, con un cigarro o un pito, no es lo mismo que se diría en el baño del colegio, el casino de la universidad o en la casa de los amigos escuchando música. En este sentido -y lo dicen los propios jóvenes en carrete- es que si en el día hay cosas que no se dicen y sólo ocurre lo que debe ocurrir, es en la noche cuando se puede decir y puede suceder cualquier cosa. El contraste entre estos dos hechos - que suceden en el día y en la noche- demanda la interrogante sobre por qué en el 5
  • 6. Chile actual los jóvenes esperan hasta la noche para entregar su opinión, hablar con libertad, sin prejuicios, sin remordimientos. ¿Quién (o qué) empuja a que la verdad sea dicha en la noche?. Una pregunta similar surge con relación a que de noche puede pasar “cualquier cosa”, porque bien puede ser que a plena luz del día los jóvenes sientan que ocurre lo que tiene que ocurrir, lo modelado socialmente, lo prescrito por la autoridad y ante la cual se finge compartir la norma cuando en la práctica se le cuestiona. Hay un aspecto del carrete que generalmente se olvida. Es constante, existe por años y se transforma en sí mismo. Esto implica que su existencia es ininterrumpida aunque los jóvenes de hoy dejen de serlo, pues otros vendrán a ocupar esos espacios llenándolo de nuevos contenidos y discursos, ropas y peinados, bailes y estimulantes. Lo importante es que es un espacio ineludible de socialización que aunque sea vilipendiado tiene su sobrevida asegurada. El carrete es joven por definición. El contexto es crucial. Respecto de las consecuencias de lo que ocurre en la noche, hay que afirmar que las estructuras sociales nocturnas parecieran dormir. Su presencia es más relativa, su capacidad de coerción (diría Durkheim) disminuye. La luz del día ha naturalizado la presencia de las instituciones y éstas funcionan como si hubieran estado allí por siempre, provocando una conducta esperada por todos. En la vida cotidiana todo parece marchar sin contratiempos, sin necesidad de reflexionar sobre los por qué de las múltiples coordinaciones de facto que realizamos y que se realizan con nosotros -la virtud de los partidos políticos era hacer reflexionar sobre esa vida diaria y proponer los cambios en la estructura invisible que nos ordena-. Es como si la modernidad y los sistemas expertos de los que habla Giddens, que operan estableciendo las posibilidades de coordinación (re-anclaje) de las personas, consituyéndolas como tales en lo societal, siempre y cuando no son excluidas; fijaran una forma exclusiva de “ser modernos” y de movernos en sociedad, despojándonos de toda capacidad de modificación del funcionamiento y relación de y con esos sistemas expertos. En esta lógica parece que la transgresión se va de las calles, la protesta se escapa del espacio cívico, los jóvenes parecen estar en orden. Es como si la luz nos enfocara y nos ordenara que debemos comportarnos según lo aprendido, sin que podamos hacer nada. Sin embargo postulo que de noche, cuando la luz es más tenue, se nos permite invisibilizar el peso de casi todas las instituciones (la policía pasa a ser la reina de la noche, buena o mala es otra cosa), pues “ellas también duermen” o se relajan. La noche, al no estar tan acotada por los cientistas sociales, no ha sido definida como “hecho social” y por tanto la norma se relaja (Durkheim parece dormir). Se abre la posibilidad de traspasar los límites que ha fijado una socialización tan chilena, preocupada sólo de lo que se ve o de lo peligroso que puede ser el que nos vean “en algo” y luego sea contado como “copucha”, pelambre, o “dicen que". 6
  • 7. La relación entre estructura y acción individual en el código nocturno cambia y bastante. Lo que estructura primordialmente la vida nocturna no es la productividad laboral, ni la competitividad social. Estos factores pesan cuando hay obligaciones sociales como el matrimonio de la hija o hijo del político amigo, del gerente que tuvo a bien en invitarle a una comida o esa estresante visita a los escaladores sociales. La estructura que organiza la vida social de la noche tiene un código más lúdico, informal, donde la vestimenta, el saludo y los circuitos topográficos son diferentes y admitidos. Esta situación hace que los individuos accionen de otra forma, incluso con mayor libertad. En este sentido es bueno que no existan bancos abiertos –pues podrían cobrar deudas-, ni municipios funcionando, ni ministerios, ni supermercados o iglesias, ni partidos políticos o conferencias de prensa. Una estructura social que tiende a ordenar la acción individual de manera más relajada en la noche, permite que los individuos modifiquen la propia estructura en la que se mueven y sus efectos se notan también en toda la vida social. Los discursos y prácticas nocturnas tienen la cualidad de producir actividad económica y cultural, darle densidad a la vida social de la ciudad, generar espacios de sociabilidad de carácter distinto a la rutina diaria y con ello aportar a la transformación de los individuos y de su propia sociedad. Es decir, la noche le hace bien a la libertad de la sociedad pensada tanto de día como de noche. Permite que individuos más libres puedan actuar para liberalizar las estructuras, diluyendo los límites –hasta hoy casi esquizofrénicos- entre una conducta nocturna y otra para la luz del día. Esto es más que claro en el contraste entre los besos lésbicos de la discoteque Bunker en medio de la pista de baile y la imposibilidad de expresar la libertad de opción sexual en el paseo Ahumada o en el lugar de trabajo. Todo esto es planteado sin olvidar que vivimos 17 años de toque de queda, fijos en una casa cuando caía la noche, sin posibilidad de movilidad, buscando los intersticios del horario nocturno para producir una convivencia a la que se le negaba la libertad. Pero el tema del Carrete juvenil ha tocado otras aristas. Algunos políticos y padres preocupados por los jóvenes han retomado las ideas de restricción de los horarios a las discoteques, pubs y todos los recintos de diversión nocturna. Es decir, se supone que con “normas estrictas” y “autoridad” que impondría la ley -pero que reflejan la incompetencia que tienen para aplicarlas en sus hogares- podrán contener el irrefrenable cambio en los modos de vida de una sociedad que abandona su aislamiento y re-procesa sus tradiciones. Osvaldo Torres G. Antropólogo. Director Ejecutivo ACHNU. 7
  • 8. INTRODUCCIÓN La presente investigación ha sido realizada por el equipo del programa “Noche Viva: Información Vital para el Carrete Juvenil" a partir del trabajo en terreno realizado a partir de noviembre del 2000 en el barrio Bellavista de Santiago. Con ella se pretende aportar al diseño de un modelo de intervención en el ámbito de la diversión nocturna y de la promoción de los derechos juveniles, modelo que luego podrá ser replicado en contextos similares. Elegimos, para iniciar el programa NocheViva, el barrio Bellavista ya que en él se dan cita hombres y mujeres jóvenes de diversos contextos socioeconómicos y culturales, de distintos estilos, opciones sexuales y generaciones. Asimismo en Bellavista los y las jóvenes interactúan con otros ocupantes de este espacio: administradores y dueños de locales nocturnos, garzones y garzonas, promotores y guardias de discoteques y pubs, acomodadores de autos, artesanos que venden en la calle, policías y guardias municipales entre otros. Todos ellos contribuyen a la instauración de una legalidad que define el “deber ser” respecto de la ocupación de espacios públicos y privados y que genera una tensión entre la apropiación de la calle y de los espacios de consumo cultural. En la geografía de este barrio se observan dos sectores pertenecientes a municipios diferentes que están divididos por la calle Pío Nono. Esto se traduce en una diferencia en el tipo de locales y públicos que existen en un sector y en otro, tornándose así en un espacio representativo de nuestra cuidad y las relaciones que en ella se establecen. En Bellavista se pone en juego uno de los principales hallazgos de la investigación en terreno: una tensión entre los elementos propios del mundo juvenil y las reacciones que el mundo adulto tiene ante ellos. En el último tiempo, el barrio Bellavista ha sido caracterizado, desde distintos discursos, como un lugar de riesgos y amenazas en la noche; por lo que incluso ha sido denominado “Bellabestia”. Asimismo, el espacio de la diversión y lo lúdico, es decir, el carrete, es valorado negativamente o no es reconocido por nuestra sociedad, la cual se relaciona con sus jóvenes a través de pautas de integración y control social que atribuyen identidad juvenil sólo desde la socialización familiar, el estudio, el trabajo y la participación en instituciones formales. Reconocer las potencialidades del espacio del carrete en la construcción de la identidad, en la adquisición de habilidades sociales, en el ejercicio de la ciudadanía y en la construcción de una manera de hacer sociedad desde la diversidad, la tolerancia, la responsabilidad y fundamentalmente la democracia; es la apuesta de este proyecto. 8
  • 9. Asimismo, esperamos contribuir en la creación de un modelo de prevención del riesgo juvenil en el carrete nocturno respondiendo a la actual tendencia proveniente desde distintos discursos públicos de estigmatizar y hacer de la noche y el carrete juvenil un motivo de alarma moral, donde los gestos que emergen con más visibilidad son la represión y la restricción, desconociendo la densidad cultural y las potencialidades de la noche. En general, el riesgo es un supuesto natural en toda actividad humana. En la diversión juvenil nocturna esta situación es parte del goce y de la exploración de los límites, pero puede tornarse peligrosa por situaciones como la ingesta excesiva de alcohol y drogas, la violencia generada desde ellos mismos o contra ellos, el sexo sin prevención (embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual –ETS- y VIH-SIDA) y los accidentes automovilísticos, como también por las medidas preferentemente represivas con que se frena lo que, para las políticas preventivas de seguridad, se configura como desorden y ante las cuales el joven es el sospechoso número uno. Una acción cultural de este tipo tiene necesariamente que conocer en primer lugar a los sujetos de diversión, sus ritos, creencias, representaciones y las apreciaciones acerca de los elementos que configuran el o los posibles riesgos a los que se exponen, y la forma en que los viven y los conviven. Por otro lado, es básico conocer la opinión y las acciones con las cuales los otros actores, con quienes comparten el espacio definen y conjuran estos riesgos. Desde este marco y desde la pregunta por la alarma moral que suscita el carrete juvenil nocturno en la opinión pública chilena, es que nos hemos acercado a este espacio, asistiendo específicamente al barrio Bellavista, a sus calles, circuitos y locales. Es decir, a los espacios que los y las jóvenes han hecho propios para carretear. Hemos escuchado ahí lo que les preocupa, cómo se divierten y qué es valido para ellos. Es así como hemos realizado etnografías de la noche; grupos de discusión con jóvenes de distintas edades y niveles socioeconómicos; entrevistas a locatarios, garzones, acomodadores de autos, juntas de vecinos y policías; lo que nos ha abierto un espacio para construir nuestra propuesta de intervención en el ámbito de diversión juvenil nocturna a partir de la promoción de derechos. Así hemos intentado un acercamiento a la cultura juvenil, a sus potencialidades y a sus espacios reales y no bibliográficos, como también a los distintos discursos que se construyen respecto de lo juvenil y a estereotipos como joven adicto, delincuente, marginal. Es así como en los grupos de discusión, entrevistas y etnografías, nos hemos encontrado con jóvenes que esperan otro modo de acercamiento a su realidad, desde la validación de sus derechos y no desde el estigma y la prohibición. Con relación al consumo de drogas, si bien es una realidad innegable, hemos omitido en la presente investigación referencias particulares al tema atendiendo a que no es nuestro objetivo la denuncia sino la instalación de un trabajo desde esa 9
  • 10. realidad, calibrando y promoviendo un cambio cultural y la disminución de los riesgos, más allá del prohibicionismo que estimula prácticas represivas que refuerzan la estigmatización. Nos posicionamos en la disminución de la vulnerabilidad de los individuos y comunidades, fomentando la capacidad de hacer buen uso de la libertad e interactuar con el conflicto. Para dar cuenta de esta experiencia, este documento se estructura en un marco teórico construido a partir de la reflexión colectiva del equipo que permite leer e interpretar el material cualitativo surgido del trabajo en terreno. Se dividió el marco teórico en tres capítulos. En el primero se hace una breve revisión de lo que, a nuestro juicio, son las dos grandes miradas en relación con lo juvenil. Esto, para posicionar nuestra investigación desde una definición de la juventud que considere al joven como sujeto de derechos con relación al desarrollo de su tiempo libre y, particularmente, a su calidad de sujeto en el espacio del carrete nocturno. En el segundo capitulo se trabaja la configuración del carrete juvenil nocturno como objeto de intervención y como espacio de construcción de identidad juvenil. En el tercer capítulo se revisa el lugar que ocupan los jóvenes desde los programas interventivos en Chile hoy, para luego hacer una propuesta de intervención en el carrete juvenil nocturno considerando la importancia de la comprensión de este fenómeno, del marco cultural en que se desarrolla y las respuestas que el medio ofrece ante las problemáticas juveniles. Asimismo se desarrolló un cuarto capitulo de análisis del trabajo en terreno, a través de la elaboración de cuatro textos ejecutados por profesionales del proyecto. En el primero se trabaja un enfoque etnográfico de los locales y circuitos que utilizan los jóvenes en el barrio Bellavista, con relación a la apropiación del espacio. En el segundo se presentan las representaciones construidas por jóvenes entre 13 y 29 años a propósito de los riesgos y el carrete. En el tercero se analizan los distintos discursos en torno al carrete juvenil nocturno por parte de otros actores asociados a la noche (locatarios, carabineros, acomodadores de autos, trabajadores nocturnos, autoridades y medios de comunicación). Por último, en el cuarto texto se analiza un grupo de discusión de jóvenes de 13 a 18 años, a propósito de las significaciones que para ellos tiene el carrete y las hipótesis que generan acerca de los riesgos asociados al mismo. Estas construcciones estarán ligadas a cómo la cultura interviene frente a sus problemáticas y preguntas. Estamos en condiciones de definir un trabajo de diagnóstico e intervención en el barrio Bellavista en la medida en que se ha establecido un contacto que involucra activamente a gran parte de los actores de la noche, constituyendo de este modo la primera intervención en red, ya que genera iniciativas espontáneas y propositivas para realizar este trabajo en conjunto. Esta incorporación del contexto inmediato del barrio Bellavista nos alienta y estimula, al confirmar el potencial de 10
  • 11. nuestra propuesta y su pertinencia y consonancia con las necesidades e inquietudes de los actores del sector. De este modo, esta investigación busca contribuir a una perspectiva donde, antes que hacer campaña contra la droga o la violencia, se promueva la capacidad de los sujetos para que elijan y ejerzan su libertad plena y voluntariamente estableciendo sus límites. En el ámbito social, nuestro trabajo busca abrir el tema del riesgo para despojarlo de la carga de generalizaciones que marginalizan a los individuos y que hace inoperante la prevención. Asimismo, buscamos establecer las diferenciaciones necesarias para hacer posible el manejo de estas situaciones de riesgo en su real dimensión. Es esta mirada la que puede contribuir a optimizar y coordinar los esfuerzos y recursos de la comunidad, como son los servicios y políticas públicas. Así, para el proyecto NocheViva la prevención tiene que ver con facilitar que los individuos y las instituciones logren una representación social de los conflictos para poder enfrentarlos. El proceso de diagnóstico y de ejecución del proyecto nos permitirá acercarnos y sistematizar esta experiencia como un aporte para ser replicada en contextos parecidos, contribuyendo a orientar un cambio cultural y social en torno a la visibilización del carrete de los y las jóvenes como un espacio que, por sus características, es valioso para la profundización de las prácticas democráticas de los jóvenes. 11
  • 12. CAPITULO 1 ¿DESDE DÓNDE HABLAMOS?: ENFOQUES Y MIRADAS SOBRE JUVENTUD (ES) Crear un marco teórico acabado sobre los jóvenes puede ser una tarea pretenciosa y sin fin. Más que desarrollar una larga revisión conceptual, queremos potenciar una mirada distinta para aproximarnos a lo “juvenil”. Por esto hemos hilado un trayecto que, en algunos momentos con mayor formalidad y en otros con mayor artesanía, nos permite decir y comunicar un conjunto de ideas y reflexiones plurales que constituyen el lugar desde donde pensamos la(s) juventud(es). En primer lugar parece relevante hacer una breve revisión de lo que a nuestro juicio son las dos grandes aproximaciones que encontramos con relación a lo juvenil, de manera de poder posicionar nuestra investigación desde una definición de juventud que considere al joven como sujeto de derechos respecto del desarrollo de su tiempo libre y, particularmente, a su calidad de sujeto en el espacio del carrete nocturno. A partir de este trabajo buscamos contrastar las miradas con que institucionalmente se ha definido e intervenido el mundo de los jóvenes desde el mundo adulto y las políticas sociales, con otras miradas que ponen el acento en la contextualización y la valoración de lo que es ser joven en cada sociedad y cultura, permitiendo indagar la juventud desde una perspectiva que considere y valore la subjetividad juvenil. Así, hemos organizado un primer capítulo a partir de un recorrido por las miradas desde donde se ha construido una cierta noción de la juventud como categoría objetivable y definible desde fuera del mundo juvenil, en donde se define juventud a partir de la co-ocurrencia de ciertos atributos o características que, más que considerar a los jóvenes desde la heterogeneidad de sus prácticas y discursos, los definen a partir de la carencia y de lo que no son: sujetos adultos. Es desde esta mirada que se construyen múltiples estereotipos sociales, algunos de los cuales sintetizamos en esta presentación. En contraste, en un segundo segmento agrupamos los enfoques, por cierto heterogéneos, que nos permiten acercarnos a los jóvenes considerando los contextos sociales y culturales donde se insertan, permitiéndonos entender la juventud como una categoría móvil, no rígida y esquemática, que tiene relación con un grupo social y una cultura y que adquiere creciente autonomía y presencia en nuestra sociedad. 12
  • 13. Enfoques y Miradas del Estado, las Políticas Sociales y el Mundo Adulto respecto de la Juventud a) La Juventud como categoría socio-demográfica El criterio demográfico define juventud a partir de su asociación con un determinado rango etáreo. En principio se institucionaliza la idea de fijar el período juvenil entre los 15 y los 24 años (1). No obstante, en estudios más recientes (2) se recomienda ampliar este criterio a los 29 años considerando que, en el caso de Chile, la mayoría de los jóvenes gozan de un período de moratoria más amplio que en otros países. Si bien esta definición tiene una utilidad práctica en términos estadísticos y de diseño de políticas sociales, no permite, a nuestro juicio, asir las particularidades de los grupos juveniles, ni da cuenta del carácter dinámico de la juventud en tanto construcción estrechamente relacionada con el contexto social y cultural donde se sitúan los sujetos jóvenes. Por esto consideraremos la edad sólo como un referente, más no como el criterio que define ser joven. Si bien la edad ha sido validada por nuestra sociedad como el indicador que produce el ser o no ser joven, nos parece que la perspectiva sociodemográfica es una variable dura que no construye realidad, sino que encubre otros procesos culturales de atribuciones de significados a prácticas y discursos sociales propios de los y las jóvenes. b) La Juventud como estado de precariedad e inestabilidad Otro criterio de definición proviene de la psicología y considera la juventud como un proceso de desarrollo de la personalidad del individuo. Dicho proceso se encuentra marcado por cambios fisiológicos que determinan el inicio del período y por el ambiente social y psicológico en que el joven vive (Undiks et al, 1989). Esta conceptualización de la juventud como etapa de desarrollo plantea que los sujetos deben estructurar una identidad particular, resultante de desafíos bio-psicológicos y sociales que determinan un conjunto de cambios a nivel personal(3). Esta perspectiva pone el acento en la carencia de una cierta madurez y, a partir de ella, se tiende a homologar juventud a “adolescencia” (4). 1 Algunos estudios que consignan esta definición, son: Medina Echavarría, "La juventud latinoamericana como campo de investigación social", en Filosofía, Educación y Desarrollo, E. Siglo XXI, México, 1967, y Naciones Unidas, "Situación y perspectivas de la juventud en América Latina", mime, Agosto, 1983; citados por José Weinstein en la Memoria para optar al grado de Licenciado en Sociología titulada El período juvenil en sectores urbanos de extrema pobreza. Un estudio exploratorio, Santiago, 1984, Fa. de Filosofía, Humanidades y Educación, Universidad de Chile. 2 Nos referimos al Primer Informe Nacional de la Juventud editado en 1994 por el Instituto Nacional de la Juventud. 3 Uno de los estudios clásicos desarrollados desde esta perspectiva es el de Asún, 1980 que distingue cinco áreas de la personalidad que durante la juventud se manifiestan especialmente dinámicas. Estas son: área sexual, área de la afectividad, área socio-afectiva, área intelectual y área físico-motora. 4 “Adolescer” , carecer de ciertos elementos básicos, substanciales, que constituyen un todo uniforme, una unidad, una identidad. 13
  • 14. No obstante, pensamos que el proceso de crecimiento de un sujeto no tiene un comienzo ni un fin estandarizados. Como veremos más adelante, el espacio del carrete puede ser concebido como un lugar al interior del cual cada joven explora y procesa diferencialmente su experiencia con el límite y el riesgo, constituyéndose así en un espacio de crecimiento. c) La Juventud como período de moratoria social En tercer lugar, se ha definido el ser joven como un proceso transicional, de llegar a ser un “otro”: un ser adulto. Desde esta perspectiva se entiende la juventud como un período de preparación y transición a la adultez. Para lograr esta meta social, se deben internalizar ciertos contenidos que, una vez integrados, determinan si el joven es apto o no para ingresar al mundo productivo. Esta perspectiva se encuentra marcada por el concepto de moratoria social, lo que implica que ser joven es el proceso de espera del sujeto para integrarse a la sociedad. El concepto de moratoria es definido como “un período de la vida posterior a la madurez fisiológica, en el cual el sujeto todavía no ha asumido los roles que normalmente se confían a los adultos en la sociedad" (Weinstein, 1984:27). Esta etapa o transición transcurriría “entre el final de los cambios corporales que acaecen en la adolescencia y la plena integración a la vida social que ocurre cuando la persona forma un hogar, se casa, trabaja, tiene hijos. O sea, juventud sería el lapso que media entre la madurez física y la madurez social” (Margulis & Urresti, 1997:5). A nuestro juicio esta forma marcadamente adultocéntrica (Duarte, 1994) de concebir el ser joven, que se encuentra presente también en los enfoques demográfico y psicológico; constituye un rasgo característico de las aproximaciones que tiene el Estado y la sociedad hacia lo “juvenil”. Por una parte, el ser joven aparece como un proceso de búsqueda de integración a la sociedad en el marco de los parámetros que el mundo adulto define como válidos. Por otra, el ser joven estaría constituido por una temporalidad que varía de individuo en individuo, dependiendo de su capacidad para lograr la preparación señalada y, de esa manera, obtener el status de adulto. Nos parece importante consignar que la perspectiva de la moratoria generaliza una pauta asociada a un determinado grupo de jóvenes, hombres y mujeres habitualmente de sectores sociales medios y altos que tienen la posibilidad de postergar su ingreso al mundo del trabajo, ya que durante un período cada vez más prolongado, tienen acceso al estudio y la capacitación (Margulis & Urresti, 1998). 14
  • 15. Estereotipos Sociales sobre Juventud Paralelo a esta forma hegemónica de definir y conceptualizar juventud en el plano social, encontramos que se imponen ciertas miradas o imágenes generalizadas de cómo la sociedad en su conjunto entiende a los jóvenes. Muchas veces estas imágenes se condensan y se rigidizan en una noción estereotipada y homogeneizante de lo que se entiende por juventud. A continuación presentamos tres de los estereotipos más habituales con que nuestra sociedad tiende a fijar una imagen social de cómo es y debe ser la juventud. a) La Juventud Protagónica En primer lugar encontramos una perspectiva que releva la visión de un joven- activo, protagonista de los cambios sociales. Es así como en determinados contextos históricos, la sociedad a tendido a reconocer en los jóvenes sus propios proyectos y anhelos, potenciando una visión positiva de ellos como actores sociales y como protagonistas del futuro y el porvenir(5). Como ejemplo reciente podemos señalar cómo durante la década de los ochenta y en el contexto de las protestas, se ensalzó la imagen del joven como actor social clave, lo que generó numerosos estudios de juventud que recogieron esta imagen y la proyectaron como característica de toda una generación de jóvenes que vivió en dictadura. Otra variante de este estereotipo lo encontramos en la asociación que muchos regímenes militaristas y autoritarios hacen entre el joven y la patria. Durante sus primeros años, la dictadura militar chilena desarrolló esta estrategia ideológica imponiendo políticas de juventud marcadas por un fuerte sello nacionalista. La máxima expresión de este fervor fue la proclamación, en 1976, del día de la Batalla de la Concepción como “Día Nacional de la Juventud”, desarrollando en esa fecha ceremonias de juramento y de compromiso de la juventud, con la patria y con la bandera. a) La Juventud como Problema Un segundo estereotipo que constituye el otro extremo de cómo la sociedad tiende a ver a los jóvenes, es la construcción juvenil que se plantea en el Chile de post dictadura a partir de la articulación de las políticas sociales dirigidas a los jóvenes y su implementación sucesiva por los gobiernos de la Concertación. 5 En nuestro país este enfoque puede ejemplificarse en frases tan manidas como la de que los jóvenes son el “futuro de Chile” 15
  • 16. Consiste en la construcción de la figura de un joven-problema que tiene su origen en la asociación que se hace, en el diseño de las políticas de juventud, entre la condición juvenil y la condición de pobreza. Un primer antecedente de esta mirada lo encontramos en el diseño de la política juvenil del primer gobierno de la Concertación. En él se definió que la situación de la juventud perteneciente a los sectores populares y a las clases medias empobrecidas, sería abordada como un ‘problema nacional’ segmentado en, a lo menos, cinco aspectos que debían ser encarados por el Estado y la sociedad chilena : empleo, educación, daño, cultura y política (Weinstein, 1989). Durante la primera mitad de los años noventa las políticas de juventud enfatizaron dos de estos aspectos: la integración productiva a través de programas de capacitación y empleo, como Projoven (6) y la preocupación por la baja participación política-electoral de los jóvenes, que dio origen a la figura de una juventud apática y el consecuente planteamiento del "noestoyniahísmo" (7). Otro elemento que se hace presente es la asociación que se hace entre el joven, fundamentalmente de origen popular y situaciones de delincuencia, cuyo ejemplo más gráfico resulta la "detención por sospecha". Pese a ser derogada legalmente, las prácticas y el trato injustamente represivo seguirá operando en la relación que los adultos establecen con los y las jóvenes pertenecientes a sectores empobrecidos. Cabe señalar que durante la segunda mitad de los noventa la política de juventud se desdibujó producto de la falta de atribuciones y el creciente desprestigio del organismo estatal encargado de elaborar políticas hacia los jóvenes, el INJ (hoy INJUV), que se redefinió como un organismo meramente asesor y no decisor respecto de las políticas que el Estado dirige hacia el mundo juvenil. En la práctica, este vacío sería llenado por las políticas sectoriales de los ministerios (fundamentalmente MINEDUC) y otros organismos que como CONACE (Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes), los que contribuirían a reproducir una visión problemática respecto de los y las jóvenes. La última campaña de prevención de consumo de drogas un claro ejemplo de un recrudecimiento de los estereotipos y estigmatizaciones dirigidos hacia los y las jóvenes ( 8). 6 Para el desarrollo de esta perspectiva nos basamos en Pablo Cottet, "Participar o ser involucrado (la vitalidad de una diferencia)", págs 24-27 en Revista Cal y Canto N.10, Eco, Enero, 1992; y Jóvenes: una conversación social por cambiar, en co-autoría con Ligia Galván, Eco, Mayo, 1993. 7 Que proviene de la jerga juvenil, "no estar ni ahí", la que se generaliza a principios de los noventa y expresa la lejanía y desafección que las nuevas generaciones de jóvenes manifiestan en relación con el ordenamiento social y el sistema político que se re-establece a partir de 1990. 8 En el caso de la campaña nacional de prevención de consumo de drogas que CONACE desarrolla a partir del 2000, titulada originalmente “la droga mata, conversemos” y posteriormente “la droga amenaza” encontramos una visión de los y las jóvenes que junto con construirse desde el estereotipo del “joven-problema”, los instala insólitamente como protagonistas-víctimas de la “guerra contra las drogas”. En el afiche promocional de campaña aparecen diferentes tipos de jóvenes bajo el círculo y la mirilla de un arma imaginaria que apunta hacia ellos. Si bien la campaña apela a la amenaza de la droga al insertar los símbolos de la guerra lo que enfatiza la cruda imagen es el ambiente de violencia en que se ven involucrados los y las jóvenes en una política de drogas que opta por la “guerra contra las drogas”. 16
  • 17. c) La Juventud como Consumo Una de las formas estereotipadas respecto de lo que se entiende por joven, tiene relación con la extensión de una noción idealizada de juventud a la sociedad en su conjunto, donde la máxima ideal es “ser joven”. A este fenómeno lo llamaremos proceso de juvenilización, en tanto extensión del consumo de los signos juveniles al resto de la sociedad (Margulis & Urresti, 1998). Siguiendo a los autores, el proceso de “juvenilización” responde a un factor determinante: el avance de la cultura de la imagen producto de los fenómenos de globalización, que en Chile empiezan a ser recepcionados a comienzos de los noventa generando un impacto en las formas de construcción de identidad juvenil. Estas se reorientan hacia el plano del consumo cultural, el manejo corporal y la elaboración de una imagen y una estética particulares. En esta imagen social predominante en la actualidad encontramos un proceso de fetichización de la juventud por parte de la sociedad de consumo. Lo “juvenil” -en tanto pautas estéticas, estilos de vida, consumos, gustos y preferencias, looks, imágenes e indumentarias de los y las jóvenes- indica tendencias y marca una pauta de lo que es “ser moderno”. Las sociedades latinoamericanas, en proceso de transformación por la imposición de políticas de mercado, adoptan a la juventud como signo de distinción, construyendo un imaginario social en que el “ser joven” es un atributo estético y un estilo de vida que se debe poseer –y muchas veces “consumir”- para cumplir con los ideales sociales de integración. Comentarios a los estereotipos y enfoques hegemónicos sobre Juventud Revisando estos enfoques constatamos una carencia. Hace falta una mirada que hable desde lo juvenil. A pesar de los esfuerzos por acotar la juventud a determinadas características, la mayoría de los intentos de definición adolecen de un sesgo. Pareciera que a la juventud se la conceptualiza en torno a los intereses de una "sociedad adultocéntrica" (Cfr, Duarte, 1994), cuyo objetivo fundamental es integrar nuevos miembros al sistema para así proyectar y reproducir un mismo "orden social". Este proceso de integración sería apoyado por el Estado a través de las denominadas "políticas para la juventud". Estas miradas conciben la juventud como condición natural de preparación a la vida adulta. Al definir lo "juvenil" como etapa de transición a la adultez, el análisis se centra en aquellos factores o variables que que propician el ingreso del joven al mundo adulto sin abordar una discusión acerca de las formas a través de las cuales él dota de sentido a su vida y determina libremente su participación en la sociedad como sujeto. 17
  • 18. Por otro lado, los estereotipos e imágenes sociales que se construyen en relación a la juventud son un reflejo de estas miradas adultocéntricas y externas y operan como ilusiones ideológicas que fijan un noción de juventud ideal y acorde a los proyectos que las elites gobernantes desarrollan. Es desde ahí que se puede entender el hecho de que en un corto tiempo se conciba de forma bipolar a los jóvenes, primero como protagonistas del cambio que debilitó a la dictadura y posteriormente como objetos y, en muchos casos, como “pacientes” de políticas de Estado focalizadas a ellos no como sujetos sino como “sector vulnerable” y problemático. Por último, debemos considerar que estos estereotipos se resignifican de nuevas formas, en un contexto social marcado por la expansión del consumo. La juventud también deviene en un signo y un cliché que es reproducido acríticamente por diferentes discursos sociales, incluso los aparentemente más cercanos a los jóvenes los que, con o sin conciencia de la manipulación que se hace de la imagen de lo juvenil, contribuyen a la reproducción de una imagen de gran carga simbólica pero carente de contenido. Creemos que es esta formulación de ideas la que va definiendo el sentido que tiene para gran parte de nuestra sociedad el ser joven. Nuestra propuesta es tratar de romper con esta construcción de imágenes estereotipadas abordando el estudio de la(s) juventud(es) y no de “la” juventud, ejercicio que requiere dialogar con otras visiones que a nuestro juicio se aproximan a una valoración de lo que hacen y expresan los jóvenes en tanto sujetos. La Juventud como Grupo y como Sujeto Social En nuestra sociedad, la idea de la existencia de la juventud como un grupo social diferenciado no ha existido siempre. El reconocimiento de ésta como grupo es más bien reciente y tiene relación con un desarrollo histórico que culmina a mediados del siglo XX. Precisamente, la aparición del joven como un sujeto o actor social relevante, es la que marcará la emergencia de la juventud como tema de investigación. Se trata de un sujeto social que debe ser explicado a partir de su construcción como objeto de estudio. Es así como desde las Ciencias Sociales se tratará de delimitar el concepto de joven, existiendo un cierto consenso sobre algunos indicadores o criterios corrientes de definición como son el demográfico, el psicológico y el sociológico, que ya hemos abordado desde una perspectiva crítica en la primera parte de este capítulo. No obstante estas definiciones siguen gravitando en la forma en que nuestra sociedad y el Estado aborda su relación con los jóvenes, nos encontramos con que hoy es consenso entre los diferentes investigadores que trabajan con el 18
  • 19. mundo juvenil, la noción de que la juventud corresponde a una situación de vida que posee características específicas en cada cultura y cada sociedad. Cada vez se pone mayor énfasis en considerar la heterogeneidad del mundo juvenil, planteándose que al interior de un mismo segmento social -como pueden ser los sectores populares, medios o altos- la juventud que allí existe es diversa y plural, por lo que sería aconsejable hablar más bien de diferentes juventudes (Duarte, 1994). De igual forma, la especificidad de lo juvenil se encontrará también cruzada por el género, la generación, o la pertenencia a una etnia. De esta forma los estudios más recientes comienzan a hablar de diferentes grupos juveniles al interior de una generación, de distintos grupos de jóvenes según su pertenencia o adscripción a un estrato social o a un grupo étnico determinado (9). La Juventud como construcción cultural La juventud, al igual que otras distinciones sociales, constituye la construcción cultural de una diferencia que se fundamenta en la pertenencia a un determinado rango etáreo. Como plantea Pierre Bourdieu, a través de la historia esta diferencia se transforma en un dato biológico, socialmente manipulado y manipulable : “La representación ideológica de la división entre jóvenes y viejos otorga a los más jóvenes ciertas cosas que hacen que dejen a cambio otras muchas a los más viejos. (...) Esta estructura, que existe en otros casos (como en las relaciones entre los sexos), recuerda que en la división lógica entre jóvenes y viejos está la cuestión del poder, de la división de los poderes. Las clasificaciones por edad vienen a ser siempre una forma de imponer límites, de producir un orden en el cual cada quién debe mantenerse, donde cada quien debe ocupar su lugar”. (Bourdieu, 1990: 163-164) No obstante, es en la sociedad occidental y en el contexto de la modernidad donde la división entre “lo joven” y “lo viejo”, y “lo adulto” y “lo joven” se hace más evidente y se configura como una diferencia significativa (10). En efecto, la juventud como distinción pareciera adquirir mayor centralidad en las sociedades occidentales, a partir de los procesos económicos y sociales desencadenados por la Revolución Industrial. Si bien como categoría de distinción social aparece ya referida en la Antigüedad, existe consenso en diferentes autores (Ariés, 1973; Gillis citado en Flichy, 1993 ), de que es en el marco de la sociedad industrial 9 Un interesante ejemplo del desarrollo de estos nuevos enfoques lo encontramos en los textos “Viviendo a toda”. Jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades; Cubides, Laverde y Valderrama (editores) Universidad Central de Bogotá, 1998; Juventud, Sociedad y Cultura, Panfichi y Valcárcel (editores), Pontificia Universidad Católica del Perú; el libro El Reloj de Arena. Culturas Juveniles en México, de Carles Feixá, editado por el Centro de Investigación y Estudios sobre Juventud en 1998. En Chile podemos citar como ejemplo los textos, el Zoológico y la Selva de Alvaro Salinas y Abraham Franssen, CIDE 1997 y Juventudes Populares. El rollo entre ser lo que queremos, o ser lo que nos imponen, de Klaudio Duarte, 1994. 10 En efecto, no en todas las sociedades la juventud ha adquirido la importancia que tiene en la nuestra. Si recurrimos a la Etnografía Clásica en busca de datos de otras sociedades, nos encontramos que tanto para los etnógrafos como para las culturas estudiadas por la Antropología, la juventud no constituye una diferencia significativa. La data etnográfica se limita a describir ceremonias y ritos de pasaje a través de los cuales cada cultura marcaba el paso de la pubertad a la adultez Un buen ejemplo de esto lo encontramos en los trabajos etnográficos de Malinowski en Melanesia y Margaret Mead en Samoa Occidental. 19
  • 20. moderna que se generaliza la juventud como categoría que da cuenta del período de vida que se establece entre la dependencia infantil y la autonomía adulta. Uno de los autores que pone de manifiesto la íntima relación que existe entre la aparición de la juventud y el desarrollo de la sociedad industrial es el francés Philippe Ariès, al situar su origen en la concatenación de procesos que genera la transición del feudalismo al capitalismo, poniendo especial acento en las transformaciones que se producen en instituciones como la familia, la escuela, el ejército y el trabajo. Según este autor, en el siglo XVII el modelo de aprendizaje de los niños, que se aplicaba desde el Medioevo entra en crisis cuando, producto del término del régimen feudal, el traslado de los niños fuera de la casa paterna se hace menos corriente (11), lo que hace que la escuela adquiera un rol central en la construcción de la juventud, al democratizarse y pasar de estar reservada a una élite (los clérigos y la Iglesia) a constituirse en un instrumento normal de iniciación social que sustituye al aprendizaje fuera de la familia. Otra institución que cobrará importancia en la aparición de la juventud como una categoría social relevante será el ejército, a partir de la creación en Europa, posterior a la Revolución Francesa del servicio militar obligatorio. Este espacio implicará la construcción de un grupo de referencia entre jóvenes quienes serán convocados a cumplir un rol protagónico: la defensa de su patria( 12). Ya a comienzos del Siglo XX, el concepto de juventud extiende su aplicación no sólo a las clases medias sino también a los sectores populares. También en ese período aparecen los primeros movimientos juveniles que se preocupan de lo que le sucede al joven fuera del espacio de la escuela (13). Por otro lado, se crea un sistema judicial particular orientado a los jóvenes: tribunales y prisiones especializadas. La sociedad va reconociendo así un estatuto particular a los que ya no son niños pero todavía no son adultos. Posteriormente, a mediados de siglo y después de la Segunda Guerra Mundial, la juventud aparece como una categoría social amplia, que gana visibilidad pública. La extensión del período de escolaridad obligatoria hasta los quince o dieciséis años, el aumento del empleo y la reducción de la jornada de trabajo y una mayor 11 Este modelo basado en la temprana expulsión del núcleo familiar del niño/a determinaba que desde los 7 o 9 años los niños y las niñas dejaran su hogar para irse a vivir a la casa de otra familia donde desarrollarían las tareas domésticas aprendiendo oficios, habilidades y comportamientos en otros aspectos significativos de la vida, a partir del contacto directo con adultos. Esta forma de aprendizaje se extendió del campesinado, a los artesanos, comerciantes hasta llegar a la nobleza. 12 Por otro lado, Gillis, historiador inglés que investiga el origen y desarrollo de la adolescencia en Inglaterra señala que es a mediados del S.XIX, en plena época victoriana, y fundamentalmente a nivel de las clases medias cuando la juventud o adolescencia empieza a ser abordada como una categoría de edad específica. La "invención de la adolescencia" sería consecuencia de la reforma de la enseñanza secundaria. Producto de este cambio en el régimen de educación inglés, las escuelas públicas "se convierten en lugares cerrados que toman a su cargo y en lugar de la familia, la educación de los hijos de la burguesía" (Gillis citado en Flichy, 1993: 218-219). 13 En Latinoamérica tenemos el caso de los estudiantes de Córdoba, que inician el Movimiento de la Reforma en 1918 autofirmándose en su condición de jóvenes. 20
  • 21. valoración del tiempo libre; determinan un contexto favorable para la constitución de la juventud como grupo social diferenciado. En las décadas del cincuenta y sesenta, los jóvenes empiezan a desarrollar procesos de autonomía en relación a las prescripciones que les plantean tanto el sistema educacional como sus propias familias. Por un lado, en las escuelas se da una tendencia a abolir la educación separada de hombres y mujeres estableciéndose regímenes de educación mixta. Por otro, en las clases medias declina la actitud patriarcal de los padres hacia sus hijos y las relaciones sexuales se hacen más frecuentes que en períodos precedentes. Es en ese contexto donde la juventud se desarrolla como grupo específico que reivindica junto con otros (mujeres, minorías sexuales, grupos étnicos, etc.) mayor autonomía y derechos. La participación de los jóvenes en el activismo político de los sesenta también implica un cambio, adquiriendo suficiente protagonismo para intervenir en el debate político. El aumento del presupuesto a disposición de los jóvenes, producto del crecimiento económico de los países más desarrollados, incrementa su acceso al consumo de bienes y actividades ofrecidas por una creciente industria cultural. Aparecen elementos de consumo específicamente juvenil, que se tornan emblemáticos, símbolos de la nueva "identidad juvenil" y que son aprovechados por la industria que descubre un nuevo y promisorio mercado de consumidores. En la actualidad, los medios de comunicación y la industria cultural recrean lo juvenil en la imagen y el modelo social imperante en el imaginario de las sociedades occidentales. Esta deja de ser una categoría de edad y se convierte en estética de la vida cotidiana (Sarlo, 1994). No obstante, para comprender la juventud desde una mirada alternativa a la hegemónica, no basta con realizar una contextualización histórica. Es necesario comprender también en qué ámbitos se funda la experiencia del “ser joven”, lo que nos remite a la problemática de la construcción de identidad. Juventud (es) e Identidad (es) Desde la Antropología y la Sociología, el concepto de identidad aborda la problemática de la pertenencia e identificación con una colectividad, se trate tanto de un grupo pequeño como de una gran agrupación. Desde ese punto de vista se plantea que la identidad, lejos de considerarse como una esencia fija e inmutable, hace referencia a un proceso mediante el cual emerge la conciencia de un "nosotros" en oposición o contraste con "el otro" o "lo otro". A partir de la reflexión y la comparación respecto de estos "otros” significativos, el individuo reconoce quién es, cuál es su lugar en el mundo y cómo se relaciona con los demás. En el caso de los jóvenes, su identidad se construye a partir del crear 21
  • 22. una identidad de grupo articulada en torno a ciertos niveles de pertenencia y solidaridad. Para los jóvenes la experiencia de identidad tiene relación con determinados espacios colectivos donde se desenvuelve su vida cotidiana (Cottet, 1994). Un espacio importante es el constituido por los grupos de pertenencia o grupo de pares. Son los amigos, el espacio horizontal de iguales en que se dan relaciones cara a cara que permiten el flujo de información, el ejercicio evaluativo de situaciones y el aprendizaje de lo que no se habla públicamente. Otro espacio significativo es el de los grupos de referencia. Esta es una dimensión más amplia en donde los jóvenes pueden reconocerse y ser reconocidos. Son ejemplos de estos grupos el ser estudiante secundario, ser joven poblador y ser miembro de una "barra brava". Finalmente, existen espacios de identidad mucho más amplios y desterritorializados. En estos espacios consideramos la creación de micro y macro comunidades de jóvenes que constituyen ámbitos de reconocimiento e identificación en relación al consumo y apropiación simbólica de determinados bienes, prácticas y signos. Al interior de estas micro y macrocomunidades encontramos los estilos juveniles y las “tribus urbanas”. Sobre ambos conceptos volveremos más adelante. Por otro lado, los y las jóvenes desarrollan otros espacios de identificación y reconocimiento que permiten la articulación de su identidad. Nos referimos a las identidades de generación, género y clase. Cada uno de estos niveles se encontrará presente en lo juvenil adquiriendo una jerarquización particular según la importancia que les asigne el sujeto. Por lo tanto no existirá una identidad juvenil sustantiva, ya que esa "identidad única" estará compuesta por la sumatoria de estos diferentes niveles de identidad. La generación aparecerá como un referente de identidad amplio, que conecta la vida cotidiana de los jóvenes con el contexto social e histórico donde estos se insertan. Una generación es reconocible a partir de las significaciones que sus miembros otorgan a sucesos cotidianos. En la generación los jóvenes se identifican al interior de un amplio grupo de sujetos con los que se construye un sentido de pertenencia (un "nosotros"), a partir de la vivencia de un mismo contexto histórico. Es así como entendemos una generación como "un grupo que comparte marcas históricas que plasman una cierta identidad, un sentido, una forma de hacer que las diferencia e identifica" (Salinas et al, 1990). 22
  • 23. No obstante, una generación atraviesa transversalmente las diferentes especificidades que constituyen "lo juvenil". Al interior de ella podemos reconocer diferencias de género, clase, etnia y educación entre otras. A diferencia de los criterios predominantemente usados desde la investigación e intervención clásicos con jóvenes (criterio estadístico, psicológico, sociológico), el concepto de generación nos permite situar a los jóvenes en un contexto histórico particular, reforzando la idea de que el "mundo juvenil" no es un concepto abstracto e inmutable sino una realidad que está en constante movimiento. Así como la sociedad cambia, cambian los jóvenes y debiera cambiar la forma de observarlos y, como revisáramos anteriormente, lo que marca el "ser joven" varía no solo de una sociedad a otra, sino de un contexto histórico a otro. Las identidades de género se relacionan a los procesos de identificación y diferenciación que los jóvenes desarrollan con las construcciones de género culturalmente asignadas como propias de uno y otro sexo: lo masculino y lo femenino. Si entendemos el género como una categoría cultural, como una construcción social que define los contenidos de lo que es femenino y masculino y no como una esencia biológica; podemos colegir que la identidad de género extrae sus atributos del ethos particular en que los sujetos habitan. Es así como los y las jóvenes construyen sus identidades genéricas tomando elementos de la cultura a la que pertenecen, pero también de su clase, su familia, y de los modelos femeninos y masculinos en que han sido socializados. Por tanto la constitución de identidades de género en el mundo juvenil es una experiencia que conjuga elementos singulares, intersectados por variables plurales: una clase, una cultura, etc. Las identidades de clase hacen referencia a los procesos de autoidentificación y desidentificación de los jóvenes con una clase social o estrato, entendiendo esta como una posición particular dentro de la estructura social. La clase es una categoría que a través de la historia ha sido abordada como una realidad objetiva, constituyendo una clasificación cristalizada que esconde la real dispersión social de los sujetos. No obstante si seguimos los planteamientos de Bourdieu y otros autores, las clases pueden ser definidas tanto por su "ser" como por su manera de "ser percibidas". Es decir, tanto por su posición en las relaciones de producción como por el prestigio que se deriva de su acceso al consumo. Por lo tanto las identidades de clase dan cuenta, tanto de la relación que tienen los jóvenes con los factores de homogeneidad objetiva que les dan origen como grupo, como de su vivencia y construcción subjetiva de la posición en la estructura social a través de procesos de producción simbólica, de representación, definición e institucionalización que se desarrollan en relación al consumo, el gusto y el estilo. 23
  • 24. Cultura Juvenil y Nuevas Tendencias de Construcción de Identidad No obstante la multiplicidad de formas de ser joven, encontramos ciertos elementos comunes que nos permiten hablar de que los jóvenes comparten una cultura propia, entendiendo por culturas juveniles “las maneras en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional” (Feixá, 1998:60). Esta cultura juvenil se expresa en diferentes estilos, entendiendo éstos como su “manifestación simbólica (...) expresada en un conjunto más o menos coherente de elementos materiales e inmateriales que los jóvenes consideran representativos de su identidad de grupo” (Feixá, 1998: 68). Los elementos constituyentes del estilo son, entre otros, un lenguaje propio, la estética, la música, las producciones culturales juveniles asociadas a ese estilo como son el fanzine y el graffitti y ciertos espacios y actividades donde se vive la pertenencia al estilo, como los recitales de música, los encuentros de fin de semana en determinados espacios urbanos privados o públicos, la calle, o espacios comerciales como locales, pubs, bares y discoteques. Por otro lado y, como señaláramos antes, las culturas juveniles están en directa relación con el contexto social en que están insertos los jóvenes. Es así como algunos investigadores plantean que existen ciertas tendencias que configuran la cultura juvenil de las nuevas generaciones. Estas tendencias se darían en grupos de jóvenes urbanos y estarían marcadas por un contexto de cambio socio-cultural que opera en el tejido social de las sociedades post-industriales produciéndose una sustitución de principios y mecanismos tradicionales que antes marcaban la forma de relacionarse de los sujetos. Esta transformación en las relaciones sociales es la que Maffesoli define como neotribalismo emergente que hace que el sujeto salga de su encapsulamiento en la individualidad y diluya su experiencia cotidiana en la pertenencia a diferentes microgrupos o tribus. Estas experiencias serían las que estarían viviendo los jóvenes urbanos de diferentes ciudades y metrópolis tanto europeas como latinoamericanas. Las características de estas nuevas formas de agrupación juvenil serían: a) Ser, más que agrupaciones estables en el tiempo y con una memoria histórica, comunidades emocionales que se fundamentan en la comunión de emociones intensas, a veces efímeras y sujetas a la moda. Las nuevas formas de agrupación estarían constituidas por individuos que se reúnen y visten una estética para compartir una actividad y una actitud que genera sensaciones fuertes y confiere sentido a una existencia en donde, en su cotidiano, hay falta de contacto y contagio emocional. b) Oponer energía a la pasividad e hiperreceptividad del individuo de la sociedad de masas, constituyendo una fuente fragmentada de resistencia y prácticas alternativas: una energía subterránea que pide canales de expresión. 24
  • 25. c) Construir una nueva forma de sociabilidad, en donde lo fundamental es vivir con el grupo, alejarse de lo político para adentrarse en la complicidad de lo compartido al interior del colectivo (códigos estéticos, rituales, formas de escuchar música, lugares propios). La sociabilidad neotribal opone una actitud empática en donde las relaciones intersubjetivas se mueven en una cuestión de ambiente más que de contenidos específicos; de feeling más que de una racionalidad medios/fines. A diferencia del individuo que tiene una función en la sociedad, la persona juega un papel dentro del grupo. d) Tener la necesidad de contraponer a la fragmentación y dispersión de lo global, la necesidad de espacios y momentos compartidos en los que se desarrolle una interacción fuerte pero no continua, un sentimiento de pertenencia y proximidad espacial. Por ejemplo la participación en eventos con un fuerte componente físico: bailar slam, codearse y empujarse. Creemos que, de una u otra forma todas estas tendencias se articulan en un nexo común: la importancia que tiene hoy el despliegue de energía juvenil en el plano de la fiesta y el exceso. Semanalmente son miles los jóvenes santiaguinos y de otras ciudades del país los quienes se apropian de diferentes territorios urbanos a través del carretear ya sea en la universidad, en el estadio, en una fiesta, en un pub, una disco o en la calle. Es así que, tal como veremos en nuestro segundo capítulo, el espacio del carrete se convierte en un espacio relevante y central de la cultura juvenil. Nuestra aproximación hacia lo Juvenil y hacia los Jóvenes como sujetos Es necesario en este punto sintetizar cuál es nuestra apuesta, nuestra forma de entender lo juvenil desde una perspectiva que considera a los y las jóvenes como sujetos. En primer lugar, nos parece necesario resumir aquellas distinciones conceptuales que hemos ocupado y que nos permiten diferenciar y potenciar un enfoque distinto y propio respecto del mundo juvenil. Partimos por hacer una diferenciación de lenguaje entre lo que es la juventud o las juventudes y lo que es propiamente juvenil (Duarte, 2001). Entenderemos por juventud la dimensión étarea categorizable externamente por las políticas sociales, la investigación y el mundo adulto desde distintas variables y miradas (demográficas, económicas, culturales, etc.). En contraposición, cuando hablemos de lo juvenil, estaremos haciendo referencia a las producciones culturales y contraculturales que los grupos sociales despliegan en su cotidianeidad. En ese sentido nos la jugamos por pensar y reflexionar desde uno de los espacios culturales donde lo juvenil construye sentido en nuestra sociedad, como es el 25
  • 26. ámbito del tiempo no productivo, del tiempo libre y particularmente del espacio del carrete. Por otro lado nos parece relevante señalar que tanto al interior del enfoque que habla de juventud(es) como del que plantea una mirada desde lo juvenil subyacen las dimensiones y coordenadas de lo individual y de lo colectivo. Cuando hablemos de las y los jóvenes estaremos haciendo referencia a los sujetos específicos en su individualidad y en sus relaciones colectivas. Cuando problematicemos acerca de cómo la juventud adquiere preeminencia en el contexto de la globalización a través de la juvenilización, estaremos dando cuenta de cómo, a partir de la valoración de la imagen y la estética juvenil, la juventud se convierte en parte del imaginario social de nuestras sociedades (post) modernas. Una vez reseñados nuestros conceptos básicos, es necesario aclarar qué entendemos por joven-sujeto y qué implicancias tiene esto. Comprenderemos la noción del joven como sujeto como el proceso de constitución de este de individuo en actor social (Touraine, 1994), proceso asociado al desarrollo de la libertad y autonomía en relación a los mandatos culturales y sociales que prescriben qué es ser joven. En este sentido entenderemos al joven como un sujeto en permanente construcción y que se encuentra siempre en tensión con la lógica de un orden social que no lo considera como tal, aportando en su desarrollo nuevos elementos instituyentes a la sociedad. Pensamos que los y las jóvenes a través del desarrollo de sus propias prácticas y apropiaciones, están afirmando cotidianamente un derecho no instituido ni procesado por la sociedad, el derecho a ser considerados en su particularidad y pluralidad y a no ser uniformados en torno a una imagen social hegemónica que dicta qué “debe ser”, ser joven. En efecto, desde la institucionalidad y el mundo adulto no se considera la existencia del joven como sujeto que tiene un modo de ser, una cultura y experiencias sociales propias (Feixá, 1998). Todas estas características debieran ser respetadas y consideradas en la construcción de un orden cotidiano que constantemente hace referencia a los y las jóvenes, ya sea a partir de la elaboración de políticas sociales como de otros discursos e imágenes sociales que los consideran como objetos y no sujetos, como problemas y no como actores que algo tienen que decir acerca de nuestra sociedad. Habitualmente nos encontramos con que se construyen políticas y se abordan problemas relativos al mundo juvenil sin considerar a los y las jóvenes. Es en relación a este punto que nos parece relevante avanzar y aportar a la construcción de una mirada que plantee que los y las jóvenes también tienen “derecho a tener 26
  • 27. derechos” en relación a los temas que los involucran, como la libertad y el manejo de su propio cuerpo. Nos parece que un primer paso importante en pos de este objetivo y que plasma un cambio de mirada en relación a los jóvenes, es su consideración como sujetos de derechos sociales y no sólo penales. En particular nos parece relevante plantear la libertad individual como principio que permite establecer la propia responsabilidad del joven ante sí y ante los demás en el plano de temas que competen a su desarrollo como persona. El ejercicio de su libertad como sujeto implicará una permanente actualización y desarrollo de sus capacidades para discriminar respecto de las alternativas presentes en su medio y de optar, voluntariamente, de acuerdo a sus objetivos y motivaciones. Esto le hará posible convertirse en un individuo autónomo, responsable de sí mismo y del contexto social en el que desenvuelve. Para poder ejercer esa libertad en forma responsable se requiere que los y las jóvenes sean considerados como sujetos con derecho a la información, a la opinión y a la toma de decisiones en relación a los temas que les conciernen. En el caso del consumo de drogas y alcohol, es necesario que los y las jóvenes sean informados en forma pertinente y no estereotipada respecto de los efectos no deseados que tiene el exceso en el consumo de estas sustancias. En el caso de la sexualidad que, junto con ser informados de las principales formas de prevención de ETS y VIH/SIDA, tengan el derecho a disfrutar de su sexualidad en forma natural y no reprimida. Por esto nos parece relevante promover el principio de que los y las jóvenes también tienen derechos sexuales y reproductivos. En segundo lugar, que las opiniones y puntos de vista de los y las jóvenes sean considerados al momento de construir políticas y tomar medidas que los afectan. Para esto es fundamental abrir la conversación sobre consumo de drogas y sexualidad en los diferentes espacios sociales en que participan los y las jóvenes: la familia, la escuela, la universidad y otros espacios de participación entre jóvenes. Estos procesos de desarrollo y establecimiento de derechos deben ser dinámicos e integradores, respetando lo específico de cada sujeto y demandando a su vez, las condiciones que propicien una participación activa y crítica respecto de su elaboración. Es decir, considerando a los jóvenes como co-constructores de sus derechos. Esto posibilitará el derecho a desarrollar las potencialidades y riquezas individuales, incentivando la autodeterminación y el ejercicio de la libertad, y por ende, la realización humana. En este contexto surge la necesidad de legitimar las expresiones juveniles, fomentando y validando el establecimiento de sus organizaciones y espacios como también de las iniciativas o demandas culturales y sociales que de ellos emerjan. De esta manera se logra reconocer y considerar sus procesos y, evitar la 27
  • 28. negación total o parcial de su persona, producto de las estigmatizaciones y prejuicios que sólo consiguen su desconfirmación y la reducción e inhabilitación de sus condiciones como miembros de la sociedad. Todo esto debiera redundar en un mayor acercamiento al mundo juvenil a través de una perspectiva que considere efectivamente su subjetividad permitiendo la construcción conjunta y corresponsable de lo social, acrecentando los procesos de conocimiento y validación mutuas, generando contextos de mayor respeto y colaboración y, por tanto, posibilitando el crecimiento y bienestar individual y comunitario. 28
  • 29. CAPITULO 2 EL CARRETE COMO ESPACIO CULTURAL JUVENIL El carrete como fenómeno cultural propio de lo juvenil tiene dos caras: una marcada por la apropiación del sujeto joven en tanto espacio ritual y otra signada por el consumo del carrete como un espacio que integra la oferta que la industria cultural ofrece a los jóvenes. A continuación entregamos una primera aproximación al carrete que integra estas dos miradas. El Carrete como Ritual Como señaláramos anteriormente, el carrete está asociado a la forma particular en que los y las jóvenes se relacionan en el plano de lo festivo con una cualidad específica: ser un espacio al que se concurre en búsqueda de sentido, refuerzo e identidad. Partiremos por señalar que la vivencia del carrete se encuentra en directa relación con ciertas formas de construcción de identidad que se articulan en torno a espacios de ritualidad juvenil. Es así como según esta perspectiva, los jóvenes constituyen identidades y ámbitos de reconocimiento a partir de compartir espacios de carrete como un recital, el estadio o el participar en fiestas realizadas en casas o en espacios masivos como discoteques, gimnasios u otros (Matus, 2000; Silva, 1999; Contreras, 1996). Considerando esta perspectiva algunos autores definen carrete como “la fiesta ritual, el encuentro transversal entre personas que poseen biografías fuertemente disímiles, que se descubren a sí mismas y a los otros(as) como sujetos” (Contreras, 56: 1996). El carrete juvenil se construye con los atributos propios de la fiesta como son la transgresión del orden de la vida cotidiana y la puesta entre paréntesis de la norma, del discurso y del trabajo (Bajtin, 1970). En el rito del carrete se ausenta la norma en tanto deber ser. Es un espacio donde por un tiempo todo nos está permitido. Más que norma entendida como ley, el carrete constituye un espacio lúdico, que tiene ciertas reglas o códigos que no son coercitivos, no son formulados en el discurso, sólo existen, pudiendo ser aceptados o rechazados por los jóvenes. Las forma de vestir y representarse a través de la estética, la forma de bailar solos y solas y la forma ambigua de posicionarse dentro y fuera de un grupo constituyen algunos de los códigos específicos de diferentes carretes. 29
  • 30. También en el carrete se pone entre paréntesis el discurso, porque el sentido de pertenencia y comunidad que se genera en un "nosotros", no tiene como correlato una formulación explícita, en un ‘discurso’ del carrete. Cuando éste toma lugar, no existe discurso que lo explique en relación a un “nosotros” o a ningún concepto. Por otro lado, el carrete constituye una puesta entre paréntesis de la cultura del trabajo. Se trata de un tiempo que no es destinado a producir, sino que es un tiempo simbólico, un tiempo que es consumido/sacrificado por los y las jóvenes que descargan su energía en un ritual que no tiene un sentido de ahorro sino que de exceso. Cabe señalar que existen diferentes tipos de carretes dependiendo del espacio en que éste se desarrolla (en casa, en un local, con fines de lucro o gratuito) y la forma en que los jóvenes se apropian del mismo. Si bien la tendencia es a concebirlo como un espacio colectivo, encontramos en los jóvenes una tendencia a vivir el carrete como una experiencia personal e individual. Como señala Contreras (1996) existen tres niveles o ejes temáticos que atraviesan el carrete en tanto ritual. En primer lugar está el tema del cuerpo. El carrete posibilitaría una disipación del límite con relación a la sexualidad. No existen cosas correctas/incorrectas en el cruce carrete/sexo. Esta no delimitación de la conducta sexual marca la diferencia entre el carrete y otros espacios de recreación juvenil normados, siendo en sí un espacio de experimentación en torno a la corporeidad y la sexualidad. Por otro lado y, dentro de este ámbito, el carrete implicaría la expansión de la personalidad e individualidad, articulada con la des-regulación creciente del cuerpo. Otra forma de entender este eje es el vínculo que el sujeto juvenil establece en el carrete con lo individual y lo colectivo, disolviéndose la individualidad en el vínculo con el grupo Un segundo eje que atravesaría el carrete es la existencia de ciertos significantes como el alcohol, la droga, la música y la construcción de una estética propia. Cada uno de estos significantes son vividos ritualmente, existiendo ritos para el consumo de alcohol, para lo relativo a las drogas, la música y la estética. Otros ritos posibles son los relacionados con lo que se hace antes y después del carrete y los recorridos y circuitos del mismo. Un signo relevante en este sentido sería el carácter que tiene el carrete actual de ser un espacio de cada vez más ambiguo posicionamiento en términos de lo público y lo privado 30
  • 31. Por último, un tercer eje que cruzaría el carrete juvenil es el de su ‘producción general’. Nos referimos con esto a que, para realizarse, el carrete requiere de cierta noción de excedente, de fondo ceremonial, de despliegue de recursos e infraestructura que serían indispensables para su realización. En la actualidad, estos elementos adquieren mayor centralidad en el carrete juvenil nocturno, ya que se constituye en un espacio de consumo que requiere de un presupuesto particular. No obstante, la forma de obtener el financiamiento necesario para construir este fondo ceremonial, varía según el origen y posicionamiento de cada joven en la estructura social. Para algunos el dinero para carretear se recolecta o machetea; para otros es producto de una economía del trabajo en que se ahorra y gasta “para-el-carrete”. Otros jóvenes viven y financian sus carretes a partir del dinero que les traspasan sus padres. Una vez revisadas algunas características generales del fenómeno, haremos una breve contextualización de su emergencia y continuidad al interior de la cultura juvenil de los últimos veinte años. El Carrete como Espacio Generacional: de los Ochenta a la Cultura de la PostDictadura. Como señalábamos, el carrete se constituye en una de las prácticas juveniles más representativas y extendidas de la cultura juvenil de los noventa y de comienzo del siglo XXI. El carrete como espacio de identidad y expresión, nace en el marco de la generación de los ochenta, como parte de una cultura juvenil que construye su identidad en un contexto sociocultural marcado por la dictadura militar. Un primer hito posterior al golpe militar que marca la construcción de espacios culturales juveniles, está determinado por la organización de actividades que realiza la juventud universitaria a través de la ACU (Agrupación Cultural Universitaria) Este espacio de expresión juvenil, dadas las condiciones de censura que impuso el régimen, se vio forzado a experimentar con la ironía y la parodia, marcando una distancia con el lenguaje de la militancia política. Pero es en la década de los ochenta cuando se puede establecer una frontera, un antes y un después en la relación jóvenes/cultura, que marca la ruptura de los jóvenes con la "glorificación del dolor". En el curso de los primeros años de la década, cuando las protestas nacionales alcanzaban su mayor intensidad, se produjo "la irrupción de una iniciativa vitalista, hedonista y des-represora" (Salas,1990:309). Esta nueva sensibilidad se caracteriza por un creciente distanciamiento entre el mundo juvenil y el mundo adulto. En un principio, los signos de este 31
  • 32. distanciamiento fueron paulatinos e invisibles y parecen obedecer más a un estado de ánimo que a una actitud deliberada de rebelión y disconformidad. En el transcurso de las jornadas de protesta, los y las jóvenes chilenos destacaron por su protagonismo y por un comportamiento emocional y expresivo que rompió con los cánones tradicionales de la movilización política. Se puede decir que en estas movilizaciones un grupo significativo de jóvenes encontró un nuevo espacio de expresión. La diversidad de las manifestaciones permitió la constitución de lugares de encuentro donde antes reinaba la dictadura. Espacios cotidianos como la calle, la esquina o la escuela posibilitaron la constitución de un "nosotros". Esta identidad generacional se vio cristalizada por la noción de oposición a un "otro", un enemigo claro y tangible: la dictadura. Junto con la declinación de las movilizaciones (14) el mundo juvenil se atomizó y fragmentó. Los jóvenes se decepcionaron de la política como vehículo de expresión y el desencantamiento se tradujo en una crisis de identidad. La "épica política" ya no convocaba. Pese a la reconstrucción de referentes políticos y estudiantiles como la FECH (Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile) y a la importante participación de los jóvenes en el proceso de transición del régimen militar a un régimen democrático, marcada por hitos como el Plebiscito de 1988 y las Elecciones Presidenciales de 1989; la política y con ella la vida pública, parecen no dar cuenta de los sentimientos, dolores e inquietudes de los jóvenes. La apatía y el descontento provocaron la abstención y el abandono de los canales de expresión tradicionales como centro de alumnos, federaciones y partidos políticos, produciéndose un proceso de repliegue de un grupo importante de jóvenes en torno a espacios de identidad microsociales. La misma calle y esquina que antes era el lugar de combate contra la dictadura, pasa a ser reapropiada por grupos de referencia: pandillas de adolescentes punks, skinheads, new wave y anarcos y bohemios empiezan a apropiarse de los barrios de Santiago. Según Fabio Salas, estudioso del rock, existirían dos hechos culturales que marcaron profundamente la constitución de identidad de la generación de jóvenes de los ochenta. Por un lado, la presencia de la marihuana como factor sensibilizador y comunicativo y, por otro, la consolidación del carrete como "espacio privado de ritualidad y circulación de tópicos de ser, ya sean estos lenguaje, afectos, erotismo, ingestión de drogas o puras pulsiones orgiásticas de la personalidad" (ibíd., p.311). 14 Declinación que se produce, entre otras causas, como consecuencia de la imposición del Estado de Sitio y la incrementación de la represión política, producto del atentado a Pinochet, y el desajuste entre la base social y la élite que dirige los partidos políticos. 32
  • 33. En efecto, tanto la marihuana como el carrete se hacen parte indisoluble de la cotidianeidad cultural de los jóvenes durante la década de los ochenta y así lo muestran algunas de sus producciones culturales (15). Un hito importante en esta cultura emergente que rompe con la "sensibilidad de las militancias", y propicia la expresión juvenil en espacios festivos, lo constituye la aparición de espacios juveniles alternativos a la cultura oficial de la izquierda militante. Es así como empiezan a realizarse las primeras fiestas en espacios urbanos abandonados como son el Garage de calle Matucana 19 y El Trolley. Junto con estos espacios aparecerá lo que se denomina el Nuevo Pop Chileno (Escárate, 1994) que traducirá a Chile lo que en Europa y Estados Unidos es definido como la "New Wave". Los "new wave" o "pelados" chilenos son jóvenes de clase media que provienen del sector universitario, específicamente de las escuelas de Arte y Comunicaciones, que se diferencian del resto por sus vestimentas y peinados y que manifiestan una necesidad imperiosa de apoderarse de espacios y generar sus propios mecanismos de difusión de sus prácticas culturales. Ellos constituyen el underground chileno. Sus expresiones culturales más importantes (16) fueron las diversas bandas de rock que proliferaron en los 80': Los Prisioneros, Aparato Raro, Electrodomésticos, Upa, Pinochet Boys y otras. Estas bandas aglutinaron a los jóvenes en espacios públicos como Matucana, El Trolley, la discotec Neo, La Caja Negra, La Nona, etc., donde se daban las condiciones para una especie de catarsis colectiva en el espacio de la fiesta y del carrete. La relevancia y particularidad de este grupo está en que, a pesar de tener su origen en la rebeldía anti-establishment de un sector de elite instalada en espacios marginales, hace hegemónica su propuesta estética a un amplio sector juvenil. La música se hace amiga íntima de la plástica y la estética. A través de la música los jóvenes encuentran un ritmo que les permite reafirmar posturas y, al compás del rock, seguir el ritmo que ellos quieren tener en sus vidas (cfr. Rodríguez, 1990). Si bien la relación de los jóvenes con el carrete tiene como inicio el espacio cultural de los ochenta, esta sensibilidad se va proyectando y difundiendo de una elite a un grupo mayor de jóvenes con la reapertura de los espacios públicos posterior al triunfo del NO en Octubre de 1988. Es así como después del Plebiscito, la noción de carrete se consolida en el vocabulario de los jóvenes manifestándose como espacio festivo representado en diferentes signos de expresión juvenil como: convocatorias a fiestas y recitales, letras de rock, comics y fanzines. Tanto es así que, en 1989, nace uno de los primeros medios juveniles de la transición con el ilustrativo nombre de “El Carrete”. Esta revista fue 15 Un ejemplo significativo lo encontramos en la poesía de Rodrigo Lira. Cfr. Proyecto de Obras Completas, Ediciones Minga, 1984. 16 Otra producción cultural importante es la de revistas. Se da la aparición de un conjunto de publicaciones alternativas y subterráneas. La mayoría de ellas son efímeras y no pasan del primer número, quedando como mudo testimonio de la falta de espacios de expresión juvenil. 33
  • 34. precursora de otros magazines y suplementos juveniles que, de una u otra forma, se constituyeron en un vehículo de transmisión de información de los diferentes eventos y carretes que se desarrollaban en diferentes espacios de la ciudad de Santiago. En 1993 apareció, como suplemento juvenil del diario El Mercurio, la revista Zona de Contacto. Otro medio relevante, desde una perspectiva más autónoma y autogestionada, fue la revista especializada en música Extravaganza!. Sin embargo ya en los noventa el significado cultural del carrete tiende a ser distinto. Los y las nuevos/as jóvenes que carretean pertenecen a una generación que vive un tiempo histórico particular, donde se conjugan cambios políticos, económicos y culturales al interior de la sociedad chilena. La vivencia de la transición, marcada por el paso de un régimen dictatorial a un régimen formalmente democrático, como por el cambio de un espacio público altamente normado a un espacio menos regulado, repercute potencialmente en el desarrollo de prácticas juveniles que cuentan con menos barreras, al menos formales, para su expresión. Asimismo, la nueva generación de jóvenes se encontrará con la preeminencia de nuevos códigos culturales, directamente relacionados con el influjo de la economía en las relaciones sociales. En estos códigos los jóvenes son socializados tanto por sus pares como por los medios de comunicación. Es dentro de este proceso de ampliación de la centralidad del consumo como espacio de integración social que el carrete pasa a ser “producido” y adoptado como un nuevo nicho de consumo juvenil estableciéndose, a principios de los noventa, una verdadera industria cultural del carrete. En efecto, en la última década y como producto de la expansión de la economía, la construcción del carrete ha tendido a ser crecientemente mercantilizada, imponiéndose modos de utilización y gustos que han dado lugar al desarrollo de una industria de la diversión nocturna que “rutiniza” los usos y consumos que hacen de la noche los jóvenes. Otro fenómeno importante que marca los cambios que se producen en el consumo cultural de los espacios públicos nocturnos es la proliferación en Chile de los recitales que, a partir de 1989, comienzan a dar grandes estrellas del rock. 17 Como parte de este proceso de mercantilización del carrete encontramos la imposición de géneros, músicas y locales nocturnos específicos para que cada grupo o estilo juvenil se identifique. En efecto, en los grandes centros urbanos de 17 Si el rock latino en vivo, fundamentalmente argentino, ya era parte de la experiencia de los jóvenes a mediados de los ochenta (con los recitales de Soda Stereo, Charly García y Fito Páez) este fenómeno se consolida con las actuaciones de megaestrellas del pop y el rock como Michael Jackson, David Bowie, Paul Mc Cartney, Peter Gabriel, Rolling Stones, U2, Metalllica y Oasis entre otros. Asimismo se realizan recitales de grupos y solistas insignes de los años ochenta, como Rod Stewart, Durán Durán, Brian Adams, Cindy Lauper y Sting además de otros menos conocidos masivamente pero que generan igual devoción como Morrisey y más recientemente Lou Reed,. 34
  • 35. Chile como Santiago, Valparaíso y Concepción, la industria del carrete juvenil nocturno tiende a instalarse a comienzos de los años 90. Si reconstituimos la forma en que se dio este proceso en la ciudad de Santiago, encontramos que el barrio Bellavista es uno de los territorios precursores, uno de los primeros espacios urbanos que se convierte en un lugar eminentemente de carrete que convoca a diferentes públicos jóvenes y ofrece una vasta oferta de locales como bares, pubs, discoteques y restaurantes dirigidos fundamentalmente a estos públicos. Al avanzar la década de los noventa el fenómeno se replica en otros espacios urbanos. Es así como en Providencia se abre un espacio entre las calles Suecia y General Holley. Paralelamente, alrededor de la Plaza Ñuñoa se activa un circuito vinculado al mundo artístico y universitario. Este gravita en torno al pub-discoteque La Batuta, donde se han realizado innumerables tocatas y recitales. Posteriormente, en la segunda mitad de los noventa, el mercado juvenil del carrete nocturno se segmentó aun más con la creación del Paseo San Damián, donde se establece un circuito ligado a los sectores socioeconómicos alto y medio alto y con el establecimiento del sector de la Plaza San Enrique, en Lo Barnechea, como lugar de encuentro para adolescentes. Otros circuitos se establecieron en lugares como la Plaza Brasil y la calle Seminario y en otras ciudades como Valparaíso y Concepción. Esta nueva realidad de “industrialización” del carrete hace cada vez más difusa la creación individual de los jóvenes en la ocupación de espacios nocturnos, estandarizando las formas de contacto y expresión. Por otro lado, los espacios de consumo juvenil tienden a ser reprimidos –cerrados o clausuradas sus patentes- al sucitarse hechos que impliquen una leve transgresión de las reglas de orden establecidas por la institucionalidad. Es así como fue clausurada la discoteque Planet en 1998 –centro de la naciente movida electrónica chilena- y provisionalmente las discoteques Blondie en 1999 y La Máscara el segundo semestre del 2000. Más recientemente, en diciembre del 2000,fue clausurado el Tom Pub, local que ofició de plataforma y espacio de expresión a diferentes grupos de rock que tocaban en Bellavista. Un caso parecido ocurre con La Batuta, que no pocas veces durante los noventa ha visto amenazada su continuidad. Asimismo, surgen en el carrete juvenil nocturno, espacios que tienden a ser focos de violencia. Como ejemplo está el bar-restaurante 777 de Alameda, “picada” de colaciones de trabajadores del centro que, a comienzos de los noventa, se constituye en uno de los espacios alternativos del carrete juvenil nocturno y que ha albergado numerosos incidentes por lo general asociados al consumo excesivo de alcohol. Un caso similar ocurre con “La Picá de `on Chito”, local popular ubicado en 10 de Julio con Portugal y que fue, durante un tiempo, epicentro de la movida hardcore de Santiago. 35