2. De chicos, tuvimos que encontrar
nuestro “lugar en el mundo” …
Para ello, debimos desarrollar una
identidad que cumpliera con las
demandas del entorno y que, a la
vez, nos protegiera de él…
3. Y así fuimos “haciéndonos grandes”,
adaptándonos cada vez más al
mundo de los adultos, con todas sus
exigencias y alejándonos poco a poco
de lo que, una vez, soñábamos ser…
4. No podíamos, ni estábamos
en condiciones de percibir,
que nuestro amigo invisible
se alejaba cada vez más…
5. Ni tampoco recordamos que teníamos
una legión de chicos que se nos
acercaban para que les prestáramos
un lápiz, porque querían jugar con
nosotros, o porque, sencillamente, les
gustaba nuestra compañía…
6. En definitiva: no teníamos que hacer nada
para que nos quisieran. Simplemente ser.
7. Pero en algún momento de tu vida
y, quién sabe por qué, te diste cuenta
de que tenías que hacer algo para que
te aceptaran, para que te
quisieran, para que no te rechazaran
o, sencillamente, para no sentir
miedo…
8. Y así, casi sin darte cuenta, empezaste a
“hacerte grande”. De pronto, supiste que
era mejor quedar bien con los demás, ser
querido en lugar de quererte, aunque eso
implicara ir en contra de tus propios
deseos…
9. Y, lo que es
peor, empezaste a sentir
que ya no podrías
prescindir de la
valoración de los
demás, antes que de la
tuya … mientras tu propia
voz se hundía cada vez
más dentro de tu ser…
10. Pero en algún otro
momento de tu vida,
empezaste a pensar en
volver a ser…
alguien para aceptarte,
para quererte, con
deseo y coraje, para
afrontar el miedo que
esto supone…
11. Ese mismo día, te sorprendiste al
escuchar una tenue pero clara voz
en tu interior que reclamaba tu
presencia...
12. Te habló de tus tiempos de
soledad, de tu amigo invisible, de
cuando esperabas ansioso que tu
mamá llegara, de que te hiciera tu
postre favorito y, de que te
dejaran ir a ese cumple donde ibas
a sentir que ya eras grande ...
13. Esa voz te recordó que todavía te
seguías preguntando “qué voy a hacer
cuando sea grande” porque nada de lo
que los demás te decían que tenías
que hacer te calmaba…
14. Y sentiste una profunda e intensa
inquietud. Porque te quedaba poco
tiempo para cumplir tus deseos de
niño. Y porque sabías que el UNICO
ser en el mundo que iba a poder
darte esa oportunidad habitaba
dentro tuyo…
15. El mismo niño.
El mismo juego.
La misma canción.
La misma sorpresa.
El mismo paisaje.
Los mismos, aunque cansados, ojos…
16. La voz es la tuya. Haciéndote la misma
pregunta treinta o cuarenta años
después:
¿Qué querés ser cuando seas grande?...
Y la respuesta, ahora, es SOLO TUYA.