1. En la Biblia, vemos a Jesús opinando sobre un tema impositivo y convirtiendo a un publicano
destacado. Al principio, los impuestos no siempre se pagaban en dinero. En la antigua China,
se abonaban con té prensado, y entre los jíbaros del Amazonas, con cabezas reducidas. Los
ciudadanos griegos y romanos podían ser convocados para el servicio militar, al que debían
presentarse ya armados; ése era el precio de su ciudadanía. Esta práctica aún se mantenía
plenamente vigente en la Europa feudal. Según nos cuenta Ferdinand Grapperhaus en Tax
Tales ("Historias de impuestos", Amsterdam, International Bureau of Fiscal Documentation,
1998), los orígenes de la tributación moderna pueden rastrearse en la costumbre de los
súbditos ricos que entregaban dinero a su rey para no prestar el servicio militar.
La otra fuente antigua de las rentas públicas fue el comercio. En sus viajes, los mercaderes
debían pagar peajes o portazgos y derechos de aduana. La gran ventaja de estos impuestos
era que, en su mayoría, gravaban a forasteros más que a los residentes. Uno de los primeros
impuestos instituidos por el Parlamento inglés en el siglo XIII fue el "derecho de tonelaje y tasa
por libra" sobre el vino, la lana y el cuero, que apuntaba a los mercaderes italianos. A veces a
los monarcas se les iba la mano. La tributación excesiva fue uno de los motivos por los que
Carlos I de Inglaterra perdió literalmente la cabeza. La gente aborrecía a los recaudadores
privados; durante la Revolución Francesa se guillotinó a muchos de ellos. El Boston Tea Party
(*) fue un acto de protesta de los patriotas norteamericanos contra el impuesto al té instituido
por las autoridades británicas.
El impuesto a los réditos -hoy por hoy, la mayor fuente de ingresos del erario- es un invento
relativamente reciente, quizá porque la noción de los ingresos anuales es un concepto
moderno. Los gobiernos preferían gravar cosas de fácil mensura que allanaran el cálculo de los
gravámenes. Por eso los primeros impuestos se concentraron en la tierra y las propiedades, los
bienes materiales, los artículos de primera necesidad, las embarcaciones o el número de
ventanas u hogares existentes en un edificio. El primer impuesto a los réditos data de 1797; lo
recaudó la República Bátava, es decir, Holanda. La siguieron Gran Bretaña, en 1799, y Prusia,
en 1808. Se implantaron a título temporario para sufragar los gastos de guerra, como la
mayoría de los nuevos gravámenes. Una vez que las potencias europeas hicieron las paces en
Viena, en 1815, el primer ministro inglés Henry Addington juró que nunca se reimplantaría el
impuesto a los réditos. Pero el gobierno británico lo reimplantó en 1842.