El documento presenta extractos de cuatro personajes que tienen dificultades para entender el mal y la crueldad en el mundo. Ferreras, un izquierdista ateo, ve el mal como un cáncer que se propaga. El padre Orduña, a pesar de su fe, tampoco puede aceptar que Dios permita el horror. Susana Grey busca entender por qué su hijo ahora vive con su padre. El inspector intuye que todos buscan fantasmas en lugar de aceptar lo que sucede frente a ellos.
1. UNIDAD 6
1 HIPERTEXTO LENGUAJE 10 ANTOLOGÍA
Plenilunio
En el garaje, con la ayuda de una linterna, estuvo revisando la parte inferior del coche, y
luego los cables del sistema de encendido, las cerraduras, el espacio bajo el asiento del
conductor. En la esquina de la calle había un coche montado sobre la acera que recordaba
haber visto antes: tomó nota de la marca y de la matrícula, e inmediatamente se olvidó
de él. Compró en un kiosco el ramo de flores de todos los domingos, sin fijarse mucho en
ellas. Las calles periféricas de la ciudad tenían a esa hora un aire fantasmal, una penumbra
húmeda de edificios demasiado altos y próximos que no dejaban entrar la luz fragante
de la mañana de domingo. Había grandes cubos de basura sobre las aceras, casi todos
vacíos, algunos caídos, con bolsas de plástico e inmundicias esparcidas alrededor, residuos
habituales de la juerga de la noche del sábado, como los charcos de vómito y las papeleras
arrancadas y quemadas. Veía el mismo espectáculo todas las mañanas de domingo, a la
misma hora, cuando salía en el coche, y se acordaba de una de las declaraciones atribuladas
de Ferreras: “No entiendo a mis contemporáneos. No entiendo a mis semejantes.”
Pero no entender le afectaba menos que a Ferreras o al padre Orduña, incluso que a
Susana Grey. Al padre Orduña, su fe religiosa, en vez de deshacerle las incertidumbres, se
las oscurecía más aún: no solo no entendía el horror, la explotación y la crueldad, además
no aceptaba en el fondo de su corazón que Dios los permitiera.
Para Ferreras, izquierdista y ateo, educado en la convicción de una bondad originaria en los
seres humanos, el mal era una excrecencia del alma tan horrorosa y tan ajena a la deliberación
y a la voluntad como la proliferación del cáncer en un organismo saludable. Buscaba al
mismo tiempo explicaciones ambientales y genéticas, pero cada enigma parcialmente
explicado tan solo conducía hacia otro enigma anterior, o hacía la pura sinrazón del azar:
dado un grupo no muy amplio de hombres, en el curso del tiempo alguno contraerá un
cáncer o una cirrosis, alguno cometerá un crimen (…).
A Susana Grey le obsesionaba entender por qué su hijo, a quién había criado y educado
ella sola durante tantos años, elegía ahora marcharse a vivir con su padre. Qué errores había
cometido, qué culpa inadvertida expiaba con ese abandono, que le parecía, tanto tiempo
después, la culminación sarcástica de la deslealtad del otro, el ex marido, padre ejemplar
ahora, de nuevo, dialogante, comprometido con la adolescencia de su hijo, adecuadamente
atormentado por ella.
Sin pararse a pensarlo mucho, el inspector intuía que todos ellos iban en busca de
fantasmas. Tal vez no era tan necesario entender, y ni siquiera muy posible, o en realidad
no había mucho que pudiera ser comprendido, mas allá de la cruda evidencia de lo que
sucedía, no en la imaginación ni en el subconsciente de nadie, sino en el exterior visible
de las cosas y los actos, bajo la claridad del sol, de un foco poderoso de un microscopio. Un
niño no necesitaba entender para aceptar (…).
Antonio Muñoz Molina.
(Texto tomado de Contextos del lenguaje 10, Santillana, Bogotá, 2004. Fragmento)
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