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LOS DISCURSOS MORALES DE
PARAMECIO SOLUTO
(1996-1997)
Chumy Chúmez
Edición:
Julio Pollino Tamayo
cinelacion@yahoo.es
2
3
PRÓLOGO
NECIOS SIN SOLUCIÓN
Los españoles nos queremos poco, somos unos acomplejados de mierda, sobre
todo culturalmente. Eso nos salva del cinismo, del chauvinismo, y de la
frivolidad. La parte negativa, que no nos tomamos en serio, y por lo tanto, nos
desconocemos por completo. Como todo lo que hacemos, a priori, carece de
valor, universal, ni nos tomamos la molestia de comprobarlo. Que el concepto
heterónimo nos traiga de inmediato a la mente la figura del agonías de Pessoa
dice mucho de nuestra ignorancia, de nuestra indolencia. Si tuviéramos un
mínimo de curiosidad, de autoestima patriótica, por delante del amargado
portugués colocaríamos al legendario Juan de Mairena de Antonio Machado, el
anti-filósofo más profundamente cachondo de la literatura española, Sancho
Panza es un soseras en comparación, y su hijo bastardo (uno de los textos le
homenajea, “Las tragedias consuetudinarias que acontecen en la rúa”), el no
menos cachondo, profundo, Paramecio Soluto, de Chumy Chúmez, el filósofo
dominguero por antonomasia. Con ese plus de fatalismo, de pasión por la
muerte, de mala ostia, tan castellanas, tan vascas. Paramecio Soluto es el cuñao,
el sabelotodo que todos llevamos dentro, el falso modesto que todos llevamos
fuera. Una sana falta de pretensión, de trascendencia, que convierte en accesible
cualquier tema complejo gracias al humor, a la retranca. Juan de Mairena y
Paramecio Soluto harían muy buenas migas con Unamuno, con Juan Ramón
Jiménez, su dialéctica de mesón, de tinto con berberechos, casa muy bien con su
soberbia humorística por exceso. El indolente, el pasivo agresivo Paramecio
Soluto, es el superhéroe español de lo cotidiano, de lo gris, la odisea del
mediocre que se sabe genio.
Julio Pollino Tamayo
4
5
LA PASIÓN DE UN HOMBRE TRANQUILO
DURANTE toda su vida oyó hablar de las indignidades de los hombres sin que
su corazón sufriera las amarguras de la indignación y de la ira.
Leyó la prensa, oyó por la radio y vio en la televisión los actos inicuos que
tanto inquietan a los pusilánimes, sin que se le turbase la serenidad que sólo en
los corazones nobles y puros permanece siempre firme o inmutable.
Trabajó alegre y sin descanso, ajeno, al parecer, a las muertes violentas, a los
abusos de los poderosos, a las violaciones de los sádicos, a las corrupciones de
los indignos, a las injusticias y a las maldades de los hombres, firme siempre la
mansedumbre de su corazón.
Sólo se le conoció una pasión: el ahorro. Parecía como si tantas injurias como
contemplaba le hiciesen temer por su futuro. Y ahorraba poco, pero
constantemente, y así consiguió encontrarse en su jubilación con el capital
suficiente para realizar el deseo que había ocultado durante toda su vida de
trabajo y de silencio: cargarse a media humanidad en una espléndida explosión
que muchos tomaron por el fin del mundo.
Poco a poco había ido amontonando cientos de miles de toneladas de dinamita
vitaminada que, con el horrísono bramar de los aquilones que dijo el poeta,
dejaron a media humanidad espantada y a la otra media con las vísceras
humeantes al aire.
Si él, Paramecio de nombre, falleció en la hecatombe o pudo huir a tiempo
para contemplar los efectos de su venganza, es algo que solamente lo podrán
averiguar los pacientes historiadores en sus hormigueros.
La historia, lo decimos con el corazón en la mano quienes fuimos sus amigos,
sabrá comprenderle, aunque no (no sé si justa o injustamente) perdonarle.
Así somos de desagradecidos los humanos.
6
LA OPINIÓN DEL FUTURO
PARAMECIO Soluto se despertó mansa y resignadamente al oír el toque de
diana del despertador que un día más le anunciaba que había nacido de nuevo a
la vida.
Paramecio se levantó, bebió un vaso de agua, comprobó complacido la eficacia
del último laxante que le había recetado su médico de cabecera y de intestinos,
sorbió un café, oyó la radio, apartó los ronquidos que brotaban de las terribles
fosas nasales de su esposa, le besó la dentadura postiza semi-desencajada y se
fue a la oficina.
La masa grisácea del metro medio yacía en el sopor del madrugón con la
misma modorra con que sus compañeros de oficina yacieron después en el sopor
burocrático de todos los días.
Volvió a casa temprano, se limpió los dientes como todos los días mientras
miraba la sonrisa móvil que se agitaba en su boca por los vaivenes del cepillo.
Luego cenó, tomó el diurético y el laxante, y cumplió el rito diario de la
felicidad conyugal: encendió la televisión.
Y contempló en la placidez de los cojines bordados por su esposa los
siguientes acontecimientos:
A.- Seis intentos de violaciones y cinco consumaciones de la tal costumbre
cinematográfica contemporánea.
B.- Dos mil anuncios en los que jóvenes despechugadas por detrás y por
delante proponían compras obscenas que llenaban de felicidad a los
consumidores, mientras jóvenes musculosos sonreían y sonreían y sonreían y
sonreían y sonreían por los placeres carnales que les esperaban después de los
anuncios.
C.- Cinco coitejos animados por falsos suspiros, mezcla burresca de gruñidos y
alaridos de amantes sin anestesia.
D.- Un documental sobre las costumbres eróticas de los adolescentes en los
parques públicos.
Y E.- Los consejos de doce sexólogos para conseguir sin esfuerzo la potencia
sexual de los orangutanes.
Paramecio Soluto apagó la televisión y se quedó dormido con la baba de la
inocencia entre los dientes, mientras decía:
-¡Dios mío! ¡Qué pensarán de nosotros el día de mañana y de la vida libidinosa
que llevamos!
Al día siguiente la vida le despertó de nuevo y comenzó una vez más la
violenta vorágine de sus aburrimientos.
7
LAS LECCIONES DE LOS AMIGOS
YO, Paramecio Soluto, nacido de padres honrados y educado para el ejercicio
de la virtud y sus placeres, jamás discuto.
Escucho y apruebo siempre lo que me dicen, y cuando dudo o no comprendo
lo que oigo pregunto con respeto porque no quiero vivir en la ignorancia.
Jamás pienso que alguien es capaz de mentir. A veces, lo confieso, mi
curiosidad por conocer la verdad irrita a mis amigos porque al final de mis
deseos de conocer su sabiduría, aparecen a veces desnudos, no sus embustes,
sino sus errores.
Sócrates, con su mayeútica extraía las piedras preciosas que contenían la
ingenuidad o la ignorancia de quienes aprendían a su lado. Y era estimado en
Atenas, excepto por las autoridades que le dieron la cicuta por corrupto y por
amar exageradamente la verdad.
Yo no manejo la mayeútica, y en vez de pedagogo parezco, me han dicho, un
escudriñador de ignorancias, es decir un soberbio.
Y eso no es cierto. Lo saben quienes me conocen. Soy curioso porque quiero
aprender, no porque quiera delatar a quienes presumen de saber siendo
ignorantes y siempre aprendo algo en lo que me dicen y siempre acabo por
compartir y aplaudir las enseñanzas que recibo.
Pues bien, cuando ávidamente degluto lo que me dicen para digerirlo y obtener
los nutrientes intelectuales precisos para ser como ellos el día de mañana, los
tales creen que me burlo, que finjo creerles, y desconfían de mi interés, pienso
yo, por una de estas dos razones:
1. Les irrita que yo, un pobre y rudimentario Paramecio Souto, alcance las
cimas donde mora su talento, o
2. La envidia que sienten de que yo sepa tanto como ellos se transforma en
rencor.
Y, he aquí lo más curioso, cambian sus discursos y me mienten para que yo
siga en la ignorancia mientras en ellos relumbran las bombillas que se encienden
en las tertulias como aquellas que se encendieron cuando Edison (Don Tomás
Alba) iluminó la ciudad de Nueva York con sus bombillas.
Y así estoy yo, triste, abatido y con la mayeútica por los suelos.
Perdonen las molestias.
8
CRUEL VENGANZA
LA pobre murió sin conocer ni sospechar mi terrible secreto. Y no estoy
arrepentido de haberla engañado tan cruelmente -me dijo Paramecio Soluto.
Y añadió:
-¡Pobre Adela! ¡Cómo sufrirá si algún día, allá en el Más Allá, llega a saber
cuánto la desprecié por su indignidad y su bajeza! Porque Adela nunca supo que
yo conocía sus traiciones y la inmundicia de su doble vida con aquel amante que
la humillaba con la lujuria y su sadismo.
-Yo -continuó Paramecio su relato- fui cómplice de su bajeza porque no hice
nada para impedirla. Cuando conocí su infamia estuve a punto de decirle:
“Adela, lo sé todo”, pero Satán me lo impidió diciéndome: “Calla Paramecio,
véngate con la más ofensiva de las venganzas: con la piedad. Humíllale con la
grandeza de tu alma”.
Y así vivimos toda nuestra vida: ella secretamente despreciada y yo con mi
secreto despiadado.
-Porque ella -continuó una vez más Paramecio- no me engañaba, puesto que
yo conocía el engaño, y yo sí la engañé porque siempre fingí que la quería sin
quererla, sin que ella jamás advirtiera mi desprecio.
Cuando agonizaba en aquella muerte húmeda y fría de batracio que tuvo,
estuve a punto de decirle fríamente y sin ira: “¡Cerda!”, pero me contuve y cogí
su mano, le besé la frente y la bendije. Luego cerré sus ojos como quien cierra el
cubo de basura en que ha arrojado una rata muerta. Creo que el leve y negro
brillo que cruzó sus pupilas antes de expirar indicó que acababa de saber todo lo
que yo sabía de ella y cómo la humillé desde mi grandeza. Ojalá haya sido así y
ojalá llegue Dios a perdonarme por mi cruel piedad que sólo era desprecio y
soberbia.
Y concluyó Paramecio:
¡Veremos en qué para esto el día del Juicio Final! Yo, desde luego, por mucho
que me implore que le perdone a título póstumo, no pienso hacerlo.
Yo no tengo la piedad de los dioses porque en los hombres todo tiene un límite.
Y soy un hombre.
9
SER INMORTAL
PARAMECIO Soluto, como todos nosotros, también quería ser inmortal, pero
por su humildad se conformaba con que alguien, quizá dentro de dos millones de
años de años, cuando ya no quedasen vestigios de nuestra civilización, alguien,
repito, tropezase con un hueso suyo, como ahora, millones de años después de su
extinción, aún tropezamos con huesos de dinosaurios.
Para alcanzar esa modesta inmortalidad, Paramecio necesitaba dos cosas: una
tierra capaz de soportar sus huesos sin reducirlos a polvo o a barro y alguien que
fuese capaz de tatuarle en vida en uno de sus fémures un claro mensaje: “Este
hueso perteneció a Paramecio Soluto, hombre virtuoso y humilde que vivió a
finales del siglo XX y a principios del XXI de la Era Cristiana.”
Unos geólogos le informaron de la zona más apropiada para conservar sus
calcios óseos sin deshacerse con el paso del tiempo, pero no pudo encontrar a
nadie capaz de tatuar en fémures.
Paramecio no se desalentó y encontró la solución a su problema. Grabó en una
placa de oro su mensaje a la inmortalidad y se lo incrustó en el recio hueso capaz
de soportar el peso de la Historia.
Al morir, Paramecio encargó que le enterraran, sin pompas ni boatos, en la
tierra elegida. Al expirar, dicen que dijo: “Ya soy inmortal”, pero, dicen también,
su soberbia fue derrotada. Nadie le hizo caso y fue enterrado donde las
ordenanzas municipales lo ordenan y antes le amputaron la pierna con su placa
de oro para un caritativo trasplante.
Una vez más se demuestra que no hay vanidad y orgullo que sobreviva a su
íntima maldad y que la modestia siempre triunfa.
Siglos después apareció el hueso del cojo en unas excavaciones que hoy llevan
su nombre.
Así fallecen las vanidades humanas, con quienes las alientan y cultivan.
10
MIEDO EN LOS HUESOS
“LOS intelectuales, los informadores, los sociólogos, los adivinos del presente
y todos los demás doctores que comprenden y explican la realidad que nos ha
tocado vivir, están cayendo, como siempre, en la tentación de hablar de la
actualidad como si la actualidad sólo fuera lo que nos acontece y nos sorprende
súbitamente.
Olvidan que hay una realidad constante, cuya presencia nos acompaña día y
noche, llenándonos de temores, de inquietudes y desasosiegos no metafísicos ni
espirituales, y que poco a poco nos están transformando en enfermos crónicos de
un mal que nos arrebata la triste ración de alegría que nos toca en estos últimos
tiempos de sustos y congojas”.
“Hablo -continuó Paramecio Soluto- de una enfermedad que no nos deja vivir
en la placidez de la salud sin sombras. Esa enfermedad que nos acompaña día y
noche es el temor a ser robado en la calle, en nuestro domicilio, en los
ascensores, en los aparcamientos, en los metros, en las afueras de la ciudad y en
el centro, a un paso del despacho de los Señores Alcaldes.
Todos andamos temiendo al prójimo, al que hemos dejado de amar porque se
ha transformado en un presunto atracador de quien no podemos escapar como en
las epidemias nadie puede escapar de los virus asesinos.
Rompen bolsillos, puertas blindadas, rejas, ventanas y a veces, lo que es más
alarmante, nos pueden romper las vísceras si nos resistimos a que se apropien de
lo que es nuestro y nos pertenece”.
Eso pensaba Paramecio Soluto cuando oía que el fabricante de la puerta
blindada que instalaba en su casa, le decía:
-De todas formas, si el ladrón se empeña, no hay puerta que se resista. Son
capaces de hacer añicos las puertas blindadas de media España. No quiero
asustarle, porque estas puertas ayudan, pero no con la seguridad que usted
espera. No quiero asustarle, repito, pero tampoco mentirle.
Una vez más Paramecio Soluto pensó en voz baja las innobles medidas que
tomaría si él fuese uno de esos gobernantes que viven sin temor a ser robado
porque tienen las escoltas que manda la ley para que los pastores vivan en paz
cuando pastorean su rebaño de ovejas asustadas, como usted, como yo y como
Paramecio Soluto.
11
LA ENVIDIA GASTRONÓMICA
“ES conocida por todos la historia que narra cómo un hombre rico, poderoso y
dispépsico viendo a un trabajador devorar con rebosante felicidad unas humildes
judías con chorizo, exclamó con tristeza:
-A mí, poderoso, rico, odiado y admirado, hasta la nueva cocina me sacia y me
envenena. ¿Qué jugos gástricos tiene este miserable que no tenga yo?
Pues bien, reflexionemos. Esta es la verdad:
El rico mentía con su tristeza. Ocultaba un secreto. Nadie que haya
presenciado una escena parecida (se suelen producir con frecuencia) podrá decir
que después de su exclamación de dolor un rico se haya dirigido al pobre para
decirle:
-Deme un poco de su comida, buen hombre, y tenga usted a cambio mis lujos
y mis vanidosas proteínas, mis fecundos hidratos de carbono, mis amenazantes
lípidos y mi flora bacteriana.
No, los ricos pasan de largo sin probar las judías, en primer lugar porque los
pobres no suelen ofrecerlas, en segundo lugar por orgullo, y en tercer y último
lugar, por temor a las ventosidades impropias de un aficionado a la ética,
disciplina que suelen practicar los ricos en sus horas de ocio, cuando entre
regüeldo y regüeldo, meditan sobre el bien, el mal y el regular de los tibios, que
tanto odia por vía materna, que es la que tiene los genes más educados y más
leídos.
Los pobres, más cautos que los ricos, saben que las porquerías que comen los
ricos también a él le sentarían mal, porque tales lujos son solamente plusvalías
en salsa de sudor de los proletarios.
(Nota: esta verídica historia y este reflexión moral sucedió en el Tercer Año
Triunfal de la Izquierdosidad en 1978, aunque ahora van cambiando un poco las
cosas).
Y así acabó su infame discurso Paramecio Soluto en medio de atronadores
insultos al público asistente al acto.
12
“NO ESTOY DISPUESTO A QUE
ME ARREBATEN MIS CARIDADES”
YO, Paramecio Soluto, harto de que nadie escuche mis reflexiones morales, he
decidido hablarme a mí mismo escribiendo un diario con mis meditaciones
intelectuales, con los pálpitos de caridad de mi corazón, con el relato de cómo,
día a día, iré venciendo al Maligno y a sus promesas de riqueza, gloria y falsos
amores y demás fetiches con que me tentará seguramente.
Quiero empezar mi diario contando lo que me sucedió ayer cuando salí de mi
casa con el corazón lleno de piedad hacia los necesitados y los bolsillos con
parte de mis ahorros para repartirlos entre los citados desdichados.
No sé si el desalmado que me atracó en el ascensor de mi propia casa adivinó
mis propósitos. Sólo le oí decir que por caridad le diera todo lo que llevaba
encima. Y para acentuar la fuerza de su ruego me colocó un cuchillo en la
yugular.
No sé de donde me llegó la valentía y la bravura con que supe defenderme y
atacar a aquel infame que aún yace ahogado en el charco de sangre que brotó de
su cuerpo cuando lo descuarticé con el hacha que llevo siempre a mi lado para
defenderme en esos casos.
Porque yo, quiero que se sepa, yo estoy dispuesto a dar, si no todas, sí parte de
mis riquezas, pero jamás aceptaré que me las quiten por la fuerza. Yo soy
generoso pero no imbécil y sé defenderme, porque para eso he pasado parte de
mi vida aprendiendo artes marciales defensivas, disciplina que aprendí con gran
aprovechamiento, sobre todo en el arte de no dejar huellas.
Espero que mi acto de valor y de justicia no se lo atribuyan a algún inocente.
Añadiría un pesar más a los que ya tengo por contemplar constantemente la
insoportable violencia de los injustos.
Agosto de 1996.
Paramecio SOLUTO
13
LA IGNORANCIA RELLENA
CADA día sabemos menos de más cosas y los pensamientos profundos y
complejos de los verdaderos sabios los tomamos en grageas sustitutorias con las
que ocultamos los síntomas de nuestro analfabetismo crónico.
Ahora cualquier ignorante profundo, contemplador de imágenes histéricas,
repite orgullosamente rosarios de frases famosas, que desgajadas del discurso
que las cobija se reducen a lugares comunes sin significado; y dicen: “yo soy yo
y mi circunstancia”, “pero se mueve”, “pienso, luego existo”, “e es igual a m por
v elevada al cuadrado”, como si fueran piezas de sabiduría popular del refranero.
Yo, Paramecio Soluto, me niego a repetir grandes frases de los genios de la
humanidad sin enriquecerlas o mejorarlas con la aportación de mi talento.
Por ejemplo: Sócrates dijo que sólo sabía que no sabía nada y por eso, creen
los necios, fue considerado sabio.
Pues yo, venciendo mi famosa timidez, digo superando a Sócrates en
sabiduría: “Si Sócrates sólo sabía que no sabía nada, yo le supero porque yo ni
siquiera sabía que Sócrates no sabía nada”.
Y dicho esto, para no caer en el estúpido juego de citar frases notables sin
explicar los miles de pensamientos y páginas que los acunan, escribo hoy en mi
diario, para despedirme, lo que dijo Julio César al cruzar el Rubicón: “Yo he
mandado a mis legiones a luchar contra los bárbaros del norte, no contra lo que
nos derrote”.
Julio venció a los bárbaros gracias a esta frase aunque al final los bárbaros
acabaron por vencer a Roma en la famosa batalla de Alcazarquivir. Así camina el
devenir de la historia.
No quiero parecer pedante, pero soy incapaz de ocultarme a mí mismo en este
diario íntimo, la extensión y la grandeza de mi cultura de eterno adolescente. Por
eso me escribo lo que me digo.
He dicho.
14
EL CRECIMIENTO DESORBITADO
“NUESTRO infortunio, pienso yo Paramecio Soluto, nace porque Dios,
Nuestro Creador, cuando expulsó a Adán y Eva del Paraíso, seguramente por un
descuido, no les habló en latín, sino que utilizó el lenguaje universal que
comprendían todos los seres que había creado desde su generosidad.
Y dijo a Adán y Eva, “Creced y multiplicaos”, con la lengua que
comprendieron todos los seres que estaban por los alrededores: en la tierra, por
los cielos, en las aguas y en los lugares innobles donde vive la inmundicia viva.
Y así, no sólo Adán y Eva, sino todos los seres creados crecieron y se
multiplicaron hasta unos límites que hasta las mentes más generosas y
democráticas empiezan a considerar como desconsiderados.
Y por esa razón, en cada uno de nosotros, en todos nuestros rincones del
cuerpo, viven y crecen constante y progresivamente miles de miles de millones
de billones de trillones de infinitollones de virus, de protozoos, de bacterias, de
parásitos, de insectos y de pequeños saurios microscópicos que destruyen la
grandeza y la belleza de los hombres, únicos destinatarios del mensaje divino.
Por mucho que queramos huir de esas asquerosidades que nos habitan, siempre
nos seguirán en nuestras huidas con sus hijos, sus nietos, sus sobrinos y sus
esposas sustituyendo la razón del hombre por las viscosidades biológicas de tales
animaluchos que, además, en su desmesurado crecimiento, siguen creyendo que
obedecen al Señor cuando dijo: “Creced y multiplicaos”, palabras sólo dirigidas
a Adán y Eva y sus descendientes, como últimamente están a punto de demostrar
los estudiosos del Génesis.
En vez de combatir hombres contra hombres, mujeres contra mujeres, hombres
contra mujeres y mujeres contra hombres, deberíamos unirnos todos, sin
distinción de razas ni colores (salvo las excepciones de todos conocidas) para
luchar contra esos seres que injustamente nos habitan.
Sólo así podremos conseguir la inmortalidad que se nos prometió cuando
nacimos”.
15
LOS EMBUSTES DE LAS METÁFORAS
DE nuevo la duda perturba la paz de mi espíritu. Esta duda es,
afortunadamente, formal y no existencial, y dice así:
¿Existe alguna metáfora que exprese o describa verdaderamente la realidad?
Con frecuencia todos hemos oído elogiar aquel verso de Quevedo que dice lo
de “polvo serás, más polvo enamorado”. Y muchos ilustres eruditos e inspirados
polígrafos, llenos los ojos de lágrimas, al oírlo se han dirigido hacia los
acantilados del norte para decirle al mar: “Jamás se había dicho hasta entonces,
ni después de haber sido dichas, tantas cosas sobre el amor y las muertes del
amor y de los amantes”.
Eso es digno de admiración, pero, en realidad, ¿qué dice este metáfora, o esa
imagen literaria, si se prefiere llamar así?
Nada. No dice nada, porque el polvo de los muertos no puede seguir estando
enamorado por mucho que hayan amado mientras vivían, porque ya, de aquellas
proteínas, de aquellos lípidos, de aquellos glúcidos sólo queda carbón inerte,
incapaz de amar por mucho que se empeñen en decir lo contrario los poetas.
Todas las metáforas son embustes deshonestos disfrazados de fantasías y de
fantásticos disparates alejados de la realidad.
Con esas cosas se engaña al pueblo sencillo y a las candorosas doncellas que
se sienten solas cuando su amado yace en las escombreras de los polvos
enamorados.
En vez de refugiarse en la metáfora ¡cuánto más sano y útil es buscarse unas
carnes nuevas, frescas y juveniles, y amarlas hasta que el destino las transforme
también en cenizas! Y así sucesivamente.
Déjense de los “como si” y vayamos todos al pan, pan y al vino, vino, eso sí,
desconfiando de las adulteraciones.
16
DILEMA EN LA FRONTERA DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
“SOBRE el delicado dilema de la pena de muerte, yo, Paramecio Soluto, no
me atrevo a opinar. Sé que muchos la rechazan con horror y que otros, no menos
horrorizados, la aplauden con frenesí justiciero y vengativo al mismo tiempo.
A quienes rechazan la pena de muerte arguyendo que el Estado no puede
ejecutar un acto de violencia igual al acto que provoca la condena, otros ofrecen
una solución más razonable: que sea el Estado quien condene, pero que no
ejecute, y que tal ejecución sea realizada por los familiares de quienes recibieron
la ofensa en la sangre de su misma sangre.
Yo expongo fríamente las opiniones ajenas, porque yo, ni soy Estado todavía,
ni soy pariente de ninguna víctima que me incline a venganzas y violencias. Soy,
como siempre, desde mi soledad, neutral.
Pero hay además, otro punto de vista para estudiar este problema de la pena de
muerte. ¿Cuándo deben ser ejecutados los reos en caso de que se demuestre su
culpa y la justicia del castigo?
Unos dicen que ese tipo de reos deben ser ejecutados al día siguiente en que se
dicte la severa, justa para unos e injusta para otros, sentencia.
Otros, más humanitarios, piden que antes de su ejecución los culpables
cumplan completas las penas de prisión correspondientes y que sólo, cuando las
hayan cumplido, el mismo día en que deban ser puestos en libertad, se cumpla
en ellos la sentencia definitiva, es decir, su pena de muerte y su incineración
posterior, si no hubiera reclamantes de su cuerpo.
Estos problemas perturban la paz de mi espíritu y me obliga a declarar a
quienes me lo preguntan: “No sé que opinar y prefiero esperar a que algún día
aciago me condenen a esa pena. Entonces diré lo que pienso de esa antigua
costumbre judicial que, al parecer, empieza a ponerse de moda últimamente en
las naciones más civilizadas. Por ahora, yo simplemente digo: Que sea lo que
Dios quiera”.
17
SÓLO SÍ MISMO
“LA grandeza de Dios -comenzó Paramecio su discurso- reside en la unidad de
todas sus inexistentes partes. Dios está compuesto solamente de sí mismo. Dios
no puede ser fragmentado ni tener sucursales.”
Todos se miraron con la perplejidad de los ignorantes, temerosos de que
aquellas palabras de Paramecio fuesen blasfemas, pero se tranquilizaron cuando
Paramecio habló de nuevo para decir: la existencia del mundo es más
inconcebible que la existencia de Dios. Yo mismo, estoy formado por diez
billones de células que están formadas a su vez por millones de millones de
proteínas gigantescas formadas por un infinito número de moléculas
estructuradas con un desconcertante e infinito número de átomos. Esas cifras son
inadmisibles.
Y no soy el único ser en que habita esa infamante locura de números. Usted y
usted y usted (recuerdo que temblé cuando me señaló a mí) también son ese
inconcebible equilibrio de partículas casi inexistentes. Y no sólo ustedes.
¡También son semejantes a ustedes, y a mí mismo, los cinco mil de millones de
seres humanos que poblamos la Tierra! ¡y también son ese disparate infinito los
animales, desde los elefantes a las bacterias más rudimentarias!”
Y continuó en creciente exaltación:
“-Y los seres inanimados, los que no tienen vida, están también formados,
como nosotros, por infinitos infinitos de infinitos átomos. Y las estrellas, y las
galaxias, y lo que hay, en número inconcebible de legiones, detrás de las
galaxias.
Por eso es imprescindible que exista algo, para nuestro consuelo, que sólo esté
hecho de sí mismo, sin esas enormes cantidades de porquerías que nos
conforman a quienes somos materia.”
“Nuestra obligación -concluyó Paramecio su discurso- es descubrir dónde
reside esa grandeza”.
Cuando terminó hubo un abrumador tronar de silencios. Por los pasillos vi que
se alejaban varios teólogos palpándose, llenos de angustia, las neuronas y sus
certezas de toda la vida.
Muchos iban llorando, abrazados a sus esposas.
18
DE LOS ENTES INCONMENSURABLES
HAY dos conceptos que perturban desde hace siglos la llamada razón de los
hombres: la eternidad y el infinito, parientes ricos de otros entes menores, el
tiempo y el espacio, más asequibles a las limitaciones de nuestro intelecto.
Todos podemos comprender el espacio que contiene una pelota de “tennis”,
pero nadie puede imaginarse un espacio, también esférico, que no tenga límites.
Es más fácil imaginar que el tiempo se acabe algún día que imaginar que el
espacio se termine o se precipite por los acantilados de sus últimos (e
inexistentes) límites.
A veces, yo, Paramecio Soluto, interrogo al pueblo sobre su idea de la
eternidad y compruebo divertido que todos piensan que la eternidad es algo que
está frente a nosotros. Nadie la imagina extendida también hacia la derecha o
hacia la izquierda, hacia atrás, hacia delante, hacia arriba o hacia abajo.
Otra cosa que me ha sorprendido de los hombres es que cuando les interrogo
sobre el infinito siempre piensan que es algo que les rodea, y que ellos están en
el centro. Nadie acepta estar situado en la periferia del infinito, puesto que
carece de límites -dicen- y siempre, absolutamente siempre, todos nosotros,
estemos donde estemos, siempre seguimos en su centro, equidistantes de sus
límites fantasmas.
Y lo mismo pasa con la eternidad. Puesto que siempre es infinita hacia atrás o
hacia delante, nosotros siempre vivimos en el centro de la eternidad. Dentro de
nuestra miseria, ¡qué consolador es saber que gozamos de ese singular don de
los Cielos o de la Naturaleza!
Otro día hablaremos de otro dilema tan complejo como los tratados en nuestras
reflexiones anteriores. Me refiero a la nada, en cuyo centro, equidistante de
todos sus puntos inexistentes, también residimos, rodeados siempre de una nada
que ni siquiera ella la puede ocupar con su enormidad y su grandeza, porque
frente a la nada, si nos detenemos a contemplarla, siempre se extiende más nada,
que nos contempla también a nosotros con sus ojos sarcásticos y apenas
perceptibles.
Pero de la nada hablaremos con más detenimiento otro día, si la angustia nos
permite sobrevivir hasta entonces.
19
¿QUIÉN ESTÁ LIBRE DE PECADO?
LA severidad moral debemos aplicarla antes que a nadie a nosotros mismos y
jamás tener la osadía blasfema de decir que quien esté libre de pecado tire la
primera piedra, porque, ¿existe un sólo hombre que pueda pensar esa frase sin
sonrojarse y sentir en el cogote el frío de la sonrisa irónica de los cielos?
Yo, lo confieso, no me siento con fuerza moral para arrojar a nadie una primera
piedra, en primer lugar porque soy incapaz de levantar del suelo las piedras que
los hombres se merecen, y en segundo lugar, porque la justa mano de la Justicia
aplicaría en mí su superior rigor moral y me podría sepultar en la copiosa
granizada de piedras que ordenara su inapelable autoridad jurídica.
Yo no soy quien para juzgar a nadie, y mucho menos para condenarle. Yo uso
mi rigor, como he dicho, sólo para conmigo mismo, y a mí mismo me arrojo
piedras que, afortunadamente, suelen dar en lomos ajenos, porque soy experto en
balística moral y punitiva.
Lo aconsejable para vivir en paz y sosiego es aprender lo que yo llamo la
esgrima de los pedruscos.
A mí, que no arrojo piedras a nadie, no me gusta que me las arrojen aunque me
lo merezca. Por eso, siempre que veo por los cielos una piedra que ha sido
lanzada contra mi persona, procuro eludir la pedrada y me agacho o me aparto
aunque esa piedra golpee a un inocente que camine a mi lado.
Y aquí viene mi duda. ¿Me comporto dignamente viendo cómo otro hombre,
supuestamente inocente, recibe el castigo que yo merecería? Esa duda acrecienta
mis ansiados morales, pero siempre acabo por tranquilizarme cuando reflexiono
y me digo: “Si, esa piedra no era quizás la suya, pero seguramente se merecerá
piedras mayores. Él, como dicen los árabes de sus mujeres, ya sabrá por qué le
ha caído este castigo”.
Y así vuelve de nuevo la paz a mi atormentado espíritu.
20
¿DÓNDE ESTÁ LAABUNDANCIA PROMETIDA?
A nosotros, desdichado rebaño de los hombres, llevan miles de siglos
diciéndonos que en el mundo hay bienes suficientes para que todos
sobrevivamos cómodamente a la catástrofe de haber nacido.
Y eso, lo afirmo yo, Paramecio Soluto, es falso.
De la misma manera que nuestros gobernantes nos abruman pidiéndonos que
no consumamos más agua que la imprescindible para calmar nuestra sed y
limpiamos un poco nuestras asquerosidades naturales, que pensemos que no hay
agua suficiente para todos, que el agua es un bien escaso, de la misma manera
deberían decirnos una verdad que todos los gobiernos ocultan a sus gobernados.
Una triste verdad que yo, Paramecio Soluto, me atrevo a decírsela a ustedes a
pecho descubierto: La felicidad también es un bien escaso. En el mundo no hay
suficiente felicidad para todos los que lo habitan. Muchos vivirán su vida como
unos pobres desdichados desde que nacen hasta que mueran envueltos en unos
tristes sudarios y en majestuosas maldiciones que nadie escucha.
Porque nadie quiere saber esa triste realidad. Todos viven, engañados por la
falsa felicidad de las vanas, las necias, las imposibles esperanzas.
Lo correcto sería repartir entre todos los que nacen la poca felicidad que les
corresponde por haber nacido. Así serían felices en su modestia espiritual y
económica.
Pero los gobiernos prefieren que el pueblo crea que hay felicidad suficiente
para todos por razones que todos conocemos.
Ésta es la verdad, ésta es la tragedia. Verdad y tragedia que debería ser
conocida por todos. Pero preferimos ocultarla.
Y por no hacernos a todos ligeramente desdichados nos hacen desdichados
profundos, malviviendo en el error y en las vanas esperanzas.
Y así nos va y así nos seguirá yendo en el futuro.
21
EL MERECIDO CASTIGO A LOS LIBIDINOSOS
YO, Paramecio Soluto, puedo afirmar y afirmo, por mis experiencias de
libidinoso convicto y confeso, que tales pecadores no iremos al infierno. Nos
esperan las penas mayores, en nuestro caso, del purgatorio, del que jamás
saldremos, porque en tales estancias, supuestamente temporales, viviremos toda
la eternidad.
Allí sufriremos un castigo contrahomeopático, es decir, que nuestro humilde
pecado será tratado con dosis enormes de lo mismo.
Pero dejemos las filosofías y vayamos al grano:
Y el grano dice que los libidinosos seremos condenados a yacer eterna y
constantemente con todas las mujeres que hayan vivido desde la creación del
mundo hasta que el Señor tenga a bien extinguirlo definitivamente.
Y ese castigo, que parece una bendición, es una terrible tortura porque las
mujeres con que yazgamos serán “las hembras feas, las viejas, las tullidas, las
enfermas de males de desescamación epitelial, las halitósicas, las senectas, las
hediondas y cuantas ofenden los cánones de la belleza según los antiguos
griegos y según los modernos canales de televisión”.
Así, dicen los justos, pagarán los libidinosos sus culpas en el Más Allá,
mientras los castos gozarán de la constante presencia (espiritual) de las mujeres
que supieron hacerse respetar. Y oirán eternamente sus dulces y armoniosos
cantos.
Dicen, me han dicho, que algunos degenerados han afirmado gozosamente que
a ellos les alegra la noticia de su condena, porque esas mujeres que pintan
enfermas, feas y semidescompuestas también tienen su encanto. Y que han
añadido: “Los buenos “gourmets” sabemos saborear las carnes putrefactas”.
Yo no soy de ésos, y por mi bien y por la calma y serenidad de mi espíritu
prefiero ir al infierno.
Hagan ustedes lo mismo, porque al final la eternidad acaba, con el tiempo, por
hacerse un poco larga. Y es mejor pasarla solo que mal acompañado.
22
EL FRACASO DE SÓCRATES
YO, Paramecio Soluto, me atrevo a decir que Sócrates fue un fracasado a pesar
de su condición de octavo de dioses (Sócrates nunca llegó a ser semidiós) como
llegaron a decir de él algunos atenienses.
Sócrates fracasó, como han fracasado todos los moralistas que se han
empeñado en conseguir lo que quieren todos los moralistas: que cambien los
hombres hacia el bien con mayúsculas, o sea el Bien.
Sócrates escuchó decir al oráculo de Delfos lo de “Conócete a ti mismo” y se
empeñó (Sócrates siempre estaba empeñado en algo) en que los hombres
tomaran en serio el oraculado mensaje.
Pero los hombres jamás han hecho caso a los oráculos, si obedecerles significa
hacer algún esfuerzo.
Por eso los hombres siguen sin conocerse. No porque sea imposible que los
hombres se conozcan, sino porque los hombres y las mujeres prefieren conocer
al prójimo mejor que a sí mismos.
Esto que han leído ustedes no son palabras de Paramecio Soluto. Son verdades
como puños. De Paramecio Soluto, naturalmente.
Nuestras vidas están dirigidas a contemplar, a deformar, a criticar y a condenar
las vidas ajenas. Esa es la meta intelectual de todos nosotros. Y quizás sea
razonable de que sea así.
Porque, ¿qué interés tiene conocer nuestras monótonas y mediocres vidas
estando ahí frente a nosotros en los periódicos, en las radiofonías y en las
televisiones la riquísima vida de las actrices, de los políticos, de los deportistas,
de las princesas de Mónaco, de los enfermos del virus de Ébola, de los
violadores, de los jefes de gobierno, de los fiscales que nos libran de las
tentaciones, de las andanzas de los estafadores, de los delincuentes, del, en
resumen, nuevo Parnaso universal que nos deslumbra con sus vidas
paradigmáticas?
¿Quiénes somos nosotros para conocernos, sí, seguramente, conocernos nos va
a conducir a mayores desesperaciones?
Por eso Sócrates fracasó como han fracasado siempre, y seguirán fracasando
siempre, todos los moralistas que en el mundo han sido y los que caigan en esos
vicios perversos en el futuro.
Es nuestro destino.
23
EL SISTEMA BINARIO
YO, Paramecio Soluto, llevo siglos diciendo que no hay nada nuevo bajo el
sol, ni siquiera esa simpleza de que no hay nada nuevo bajo el sol, que Adán y su
concubina Eva lo iban diciendo por lo bajo, se ignora por qué razones históricas,
cuando fueron expulsados del Paraíso.
Ahora todos hablamos, a ojo por supuesto, del sistema binario, corazón de
todos los artefactos que calculan los meganúmeros de nuestra vida técnica y
febril.
Y, como bobos, consideramos una invención moderna eso de “Abierto o
cerrado”, “Sí o no”, “Cero o uno”, que son la base de las nuevas aplicaciones de
las ciencias matemáticas.
Una vez más, yo, Paramecio Soluto, debo educar al pueblo y a sus educadores
y digo: “¡Eso del sistema binario, del sí o del no, es más viejo que la tiña!”.
El hombre lleva millones de años hablando en ese rústico mecanismo del
cálculo y la comunicación.
Basta con que miremos los ojos de quienes nos escuchan para advertir que
nadie atiende los razonamientos del prójimo, sino que van respondiendo
mentalmente sí o no, según sus intereses, sus conveniencias, sus prejuicios o sus
ignorancias.
Nadie atiende a matices ni razones. Todos, cuando recibimos un estímulo
ajeno, automáticamente lo aceptamos o lo negamos para responder con otro
mensaje que es también oído binariamente, es decir: “Sí o no”. “Le creo o no le
creo”. “Miente o cree que dice la verdad”. “Blanco o negro”. “Izquierdas o
derechas” y así sucesivamente, sin escuchar razones ni matices, afirmando el sí
de sus intereses o negando el de los ajenos.
Y dicho esto, termino con la tristeza de no poder saber si usted, querido lector,
ha pensado que esto que he escrito es una tontería o una reflexión profunda.
Yo sí lo sé. Y por eso también hoy lloro como siempre que lloro cuando pienso
qué pensarán ustedes de mí, que solo soy un humilde Paramecio Soluto, para lo
que ustedes gusten (o no gusten) mandar.
24
EL PATRIOTISMO
EN mis tiempos no nos avergonzábamos de amar a la Patria. Ahora, sí. Ahora
ni se menciona su santo nombre, porque muchos lo toman como una blasfemia
anticonstitucional.
Yo, Paramecio Soluto, amo a mi patria porque sé que ese amor siempre es un
amor correspondido. Sé que es difícil expresar en términos legales qué es la
Patria y qué el amor que los dignos sentimos por ella.
Recuerdo que hace años me contaron cómo un sargento se sentía incapaz de
explicar qué es el patriotismo a sus soldados. Después de muchas rectificaciones
y titubeos explicó qué es el patriotismo con toda claridad:
-¿Veis -dijo- cómo cuando se acerca un francés os entran ganas de darle un
porrazo (él dijo otra palabra más castrense) ahí en ese sitio? ¡Pues eso es
patriotismo!
Ahora la Patria es un concepto político, ya no se lleva en el corazón.
Estoy seguro de que no tardaremos en oír que alguien explica el patriotismo
diciendo:
-Pues el patriotismo es… ¿Veis cuando se acerca el jefe del partido político
que siempre se nos enfrenta, nos entran ganas de darle una patada donde se la
merece? ¡Pues eso es el patriotismo!
Qué hermoso era en mis tiempos sentir que cuando pasábamos de unas tierras
de España a otras nos movíamos como si anduviéramos por los pasillos de
nuestra casa. Ahora, a veces, parece como si entrásemos en el extranjero “light”
de otro continente.
Por eso propongo crear un instituto para el respeto y amor a la Patria, aunque
ese instituto sea, me temo, una rama más de los Institutos Gerontológicos para la
protección de especies en extinción.
Dicho eso paso a enjugarme la lágrima que antes sólo nos brotaba cuando
oíamos entonar el himno nacional.
Y ustedes perdonen si les he molestado.
25
MASOQUISMO
YO, Paramecio Soluto, lo confieso, no soy patriota por los cuatro costados, yo
soy un patriótico icosaedro por mis veinte costados. No puedo evitarlo. Nací así
y así moriré, a ser posible de muerte natural y no por la Patria, si morir por la
Patria es morir por su derecha o por su izquierda, según va siendo habitual
últimamente.
Por eso, yo, Paramecio Soluto, me indigno de quienes van ofreciendo una
imagen falsa de España, una imagen peyorativa como se suele decir. No creo que
exista en el mundo un país que sufra mayores interpretaciones injustas de sí
mismo como el nuestro.
Cuando los ingleses hablan de sí mismos, ese sí mismos que eligen es
miembro de la aristocracia o de sus restos, de la universidad y de sus grandezas,
de sus victorias imperiales, poco a poco perdidas ya en los horizontes
posteriores, y de sus nostalgias.
Cuando los españoles hablamos de nosotros mismos hablamos de bandoleros,
de miserables, de los que sufren, y de los que bailan flamenco vestidos de
toreros.
Yo, Paramecio Soluto, contemplo con tristeza que jamás se elogia, ni siquiera
se habla, de nuestra historia, y cuando se habla de ella se eligen siempre sus
aspectos más sombríos.
Enseguida surge el clero y su inclemencia, enseguida se habla del pobre
Cervantes y lo de “con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”, sin recordar que
Shakespeare tenía que ir obligatoriamente a los oficios religiosos en
Stratford-on-Avon porque los pastores protestantes pasaban lista para que no se
escapara ni uno solo de sus deberes para con Dios, que todo hay que decirlo.
Para los ingleses, un inglés es un noble aristócrata. Para los españoles, un
gañán o un bracero acosado y humillado por sus señoritos.
Y esto tiene que acabar.
En próximas reflexiones hablaremos de estas cosas con más detenimiento. Se
admiten sugerencias.
26
LOS LÍMITES DE LA CARIDAD
DURANTE algún tiempo, para hacerme perdonar los muchos pecados que
cometí en mi juventud, di limosna a cuantos necesitados me lo pedían.
Esos actos piadosos los practiqué hace años cuando los pobres no eran tan
abundantes, cuando los pobres eran pobres íntimos que conocían nuestros
nombres, y nosotros, los piadosos, conocíamos los suyos y los de sus familiares
tanto ascendentes como descendientes.
Aquellos pobres de antes a veces me decían:
-Don Paramecio, no sea usted tan generoso. Guarde algo para el día de
mañana, que entonces también seguiremos necesitando sus ayudas.
¡Cómo han cambiado las cosas! ¡Qué razón tenía Malthus cuando dijo que a
los ricos les disminuirá su fortuna en proporción aritmética y que a los pobres les
aumentará su pobreza en proporción geométrica!
Ahora los pobres son pobres anónimos, indeterminados, desconocidos. ¿A
cuántos de ellos debo ayudar con mis limosnas? ¿A los cinco primeros que me la
pidan o debo reducir mis ayudas para complacer a los cien o doscientos
siguientes que me abordan todos los días? Mis limosnas diarias son algo para
pocos y nada para muchos.
Estos problemas no son sólo matemáticos. Son también problemas de imagen.
¿Qué pensarán de mí los últimos que reciban de mí las miserables migajas que
puedo darles?
Para no sonrojarme cuando les niego mi ayuda, desde hace días pido a mis
primeros pobres que me den un certificado de que han recibido el dinero equis
de ese día. Con esos certificados justifico mi aparente tacañería con los demás
pobres y además, me han dicho, puedo desgravarlo de mi declaración de la
Renta, y reinvertirlo de nuevo en ayudar a pobres. Espero que eso no sea delito
fiscal, aunque, pienso a veces: “¿Quiénes son más pobres: los pobres que piden
por las calles o el Estado que pide desde sus Presupuestos Generales?”
CONTINUARÁ.
27
LOS HOMBRES DE POCAS PALABRAS
SIEMPRE se ha creído, y desdichadamente se sigue creyendo, que detrás del
silencio de los hombres de pocas palabras se oculta una majestuosa sabiduría.
Y eso, lo afirmo yo, Paramecio Soluto, doctor en hermenéuticas de los
silencios, es falso. Tras los silencios sólo hay silencio.
En mi larga vida he conocido hombres de pocas palabras que eran respetados y
temidos hasta el día en que abrían la boca para decir con gravedad:
-¡Efectivamente!
Y de nuevo, tras el estupor que producía su agudeza, volvía a su silenciosa y
potencial sabiduría hasta que de improviso, después de escuchar las palabras
sabias o necias, daba lo mismo, de alguna gloria vigente, abría de nuevo su boca
de oráculo para decir:
-Quizás.
A veces los hombres de pocas palabras escriben unos libros banales y
candorosos, como de poetisas insomnes, y todos sus admiradores, avergonzados
de su confiada fe en el hombre de pocas palabras que les embelesaba con su
silencio, dicen:
-Ya no es el de antes cuando siempre estaba callado.
Los hombres de pocas palabras muchas veces caminan dormidos con los ojos
abiertos y tienen esas miradas profundas de los muertos que acaban de percibir
la tristeza de la nada, porque, digámoslo sin temor, la nada de la muerte es triste,
según no se ha querido demostrar por no herir las sensibilidades y esperanzas
tradicionales.
Los hombres de pocas palabras, a veces explosionan en silencio como esos
fuegos artificiales que se apagan lentamente en los cielos oscuros de las fiestas
municipales. Y miles de vocales y consonantes, mayúsculas y minúsculas no
pronunciadas se extinguen para siempre.
28
CÓMO SE PUEDE CALCULAR
CON REGLAS SENCILLAS
NUESTRO AMOR AL PRÓJIMO
LOS letristas de los antiguos boleros sabían del amor, de sus lágrimas y de sus
tristezas casi tanto como Teotrasto, famoso por ser discípulo de Aristóteles y ser
también un agudo analizador de las pasiones humanas.
Si embargo no llegaron ni siquiera a intuir que esos gozos y esos dolores
podrían calcularse matemáticamente como don Isaac Newton calculó las
atracciones y las repulsiones de los astros y de los pedruscos de los riachuelos.
Los literatos de letras de boleros siempre insistieron en decir que en el amor la
distancia es el olvido, pero no supieron que esa distancia esté en relación directa
al cuadrado de la distancia en que se encuentra el ser amado, que, por lo tanto,
cuando se aleja, sufre menos la atracción de la gravedad del amor.
Curiosamente ocurre que el amor también disminuye en relación al cuadrado
de la proximidad al objeto amado.
Debo decir que me estoy refiriendo, no al amor del eros y la sensualidad y el
deseo a un ser objetal individualizado, sino al amor al prójimo.
Este amor al prójimo, como digo, disminuye en relación al cuadrado de la
distancia o la proximidad en que se encuentra el supuesto prójimo.
Ustedes, amables lectores, pueden comprobar experimentalmente este hecho
matemático. A un pastor que viva en la lejana Mongolia sólo le amamos unos
minutos cuando leemos que un terremoto ha hundido la comarca entera en que
habita, y a un vagabundo que se nos meta dentro de la camisa, al que amamos en
la distancia que imponen la educación y los límites de la caridad, dejamos de
amarle casi instantáneamente al sentir su piel desescamada.
Reflexionen sobre estos singulares hechos de la naturaleza y saquen las
consecuencias que más convengan a la paz de sus espíritus. He dicho.
29
LAS ESPERANZAS ALCANZADAS
EN aquellos tiempos de las ingenuas esperanzas, cuando eran jóvenes esas
gentes, ahora perplejas, que creían que todos los imaginados horizontes son
orégano, en aquellos tiempos se creía que la libertad sexual era la puerta que
abriría todas las puertas de las libertades futuras, vagamente intuidas en las
modorras de las siestas eróticoesperanzadas.
En aquellos tiempos, insisto, cuando millones de ingenuos y de ingenuas
decían aquello de que querían libertad para “poder realizarse”, todo eran
canciones y policromías y sudes californianos y mirar el futuro con arrobo y el
pasado con desprecio.
Pues bien, me atrevo a preguntar yo, Paramecio Soluto: de aquellos millones
de constructores de la nueva historia, ¿qué se fizo?, de aquellas luces brillantes,
¿qué se ficieron?
Ahora, al amanecer de los días que iban a ser días de esperanza
“concretizadas” (sic), aquellos millones de seres masculinos y femeninos de
calzas caídas, viven en las mismas penumbras en que vivían y todos los días se
asoman a las ventanas de sus futuros que dan a descampados de tísicos
horizontes, y se dicen sonándose las mucosidades matutinas:
-¿Y aquellas esperanzas sólo eran esto?
Y se sobresaltan al oír que con el amanecer llegan a casa sus hijos de no sabe
dónde, de hacer no se sabe qué, para descansar todo el día de sus desconocidas
fatigas en los cuartuchos donde los posters de ridículos conjuntos musicales del
alarido han cubierto la imagen de Ché Guevara en la agonía.
Y llenos de resignación y mansedumbre, aquellos de entonces hojean ahora los
suplementos dominicales para ver qué serie cómica ponen ese día en la tele.
Y se asoman al espejo y comprueban con tristeza post-revolucionaria que hasta
las lágrimas han huido de su esperada felicidad.
Sea usted licenciado en Ciencias Económicas para esto.
30
VER SÓLO UNA MIL
MILLONÉSIMA PARTE
DICEN los pediatras que los niños, cuando nacen, durante algún tiempo sólo
ven la realidad situada a unos veinte centímetros de sus ojos. El resto del mundo
es para ellos sombras grises de las que surgen, para su espanto probablemente,
rostros que gesticulan expresiones de amor, caras deformadas, grotescas,
incomprensibles para los pobres niños atónitos y espantados.
De vez en cuando aparece súbitamente ante sus ojos la semiesfera rosada del
pecho de su madre coronado por un generoso pezón, única imagen
tranquilizadora que perciben los pobres niños durante los primeros días de su
vida, días de perplejidad y de terror, se supone.
Pues bien, yo, Paramecio Soluto, me atrevo a decir que esas breves
percepciones que ven los niños recién nacidos las vivimos nosotros los adultos
durante toda nuestra vida.
El futuro se nos aparece inesperadamente y nos aterra con sus imágenes
grotescas ajenas a nuestros deseos, que tan inesperadamente como aparecieron
vuelven a desaparecer para ser sustituidas por nuestros rostros congestionados
que nos hacen muecas para prometernos lo que todos nosotros estamos
esperando que nos prometan.
Y vemos jueces, tribunales, leyes, culpables, inocentes, presuntos,
sentenciados, hambrientos, saciados que se acercan y alejan de nosotros hasta
que un día, por fin, sin ya desearlo, rompe la niebla de la ignorancia que nos
rodea la rosada tentación del pezón de nuestras madres, de la que glotonamente
mamamos la felicidad que nos prometieron las estadísticas.
Poco después, para nuestro desconsuelo, la tela huye y otra vez, amablemente
pero a gritos, nos dice no sé qué cosas del futuro que nos espera, hasta que un
día, por fin, ocurre lo que ocurre.
Y eso, con mayor o menor cuantía económica, nos ocurre a todos, gracias a no
sé quién.
He dicho.
31
LA CADENITA DELAUTOR
TODOS recibimos con frecuencia esas candorosas cartas de amor universal
que nos prometen felicidad, paz y riqueza si facilitamos su difusión enviando
tres cartas iguales a tres amigos nuestros que necesiten esos ansiados dones.
Pues bien, yo, Paramecio Soluto, para tranquilizar las ansiedades y para calmar
los sollozos de los cientos de miles de autores, literarios o no, que escriben libros
sin recibir a cambio el aplauso benévolo de sus inexistentes lectores, yo, repito,
Paramecio Soluto, he inventado un sistema para resolver las tristezas de esas
ansiedades y de esos sollozos citados.
He inventado “La Cadenita del Autor”.
Quien consiga que le editen un libro deberá enviar tres ejemplares a tres
conocidos o desconocidos, informándoles que si cada uno de ellos envía el libro
a otros tres amigos y esos tres a otros tres nuevos presuntos lectores, y así
sucesivamente hasta agotar las diez primeras ediciones, todos ellos, honrados
miembros de la Cadenita del Autor, recibirán incontables dones, riquezas y
felicidades y alcanzarán la paz en la tierra y la gloria en el cielo y hasta, quizás,
el Premio Nacional de Literatura, que próximamente se otorgará no a los autores
sino a los lectores que demuestren haber leído más de dos libros en los últimos
quinquenios en curso.
Con esta sencilla y piadosa Cadenita del Autor, miles de autores, hoy
arruinados de dineros y esperanzas, volverán a su trabajo y vivirán con dignidad
y decoro. Y miles de ciudadanos ausentes de la lectura, volverán a tener un libro
en las manos.
Y se vivificarán las artes gráficas, los servicios nacionales de Correos y
Comunicaciones, crecerá el erario público y descenderá en un punto (augurio a
comprobar más tarde) el alcoholismo de la juventud, el analfabetismo de la
madurez y la astenia senil del manso rebaño de los amnésicos gerontológicos.
Y la Patria volverá a ser lo que fue en los siglos pasados.
Supongo.
32
A LOS OJOS DE TI MISMO
DECIR que no existe ningún gran hombre ante los ojos de su mayordomo es
una reflexión banal de una mediocridad casi inglesa, por no decir absolutamente
inglesa, tan superficial como las nimiedades con que Óscar Wilde deslumbraba
en los salones de las nietas de los corsarios ingleses a las tales nietas, a sus
abuelas y a las sorbedoras de los “faiv ocloc tis” de sus tiempos.
Hay que decir, con virilidad de asceta atormentado, que lo que no existe es
ningún gran hombre ante los ojos sí mismo. Nadie conoce como nosotros
mismos nuestras debilidades ante los poderosos, nuestra cobardía ante la
soberbia de los fuertes, nuestras vilezas ante los amores puros que despreciamos,
nuestras presunciones escritas o reflexionadas en las ansiedades de nuestro
estreñimiento, nuestras falsas, interesadas valentías, nuestras almorranas
sanguinolentas.
Nadie como nosotros mismos sabe cuánto sufrimos, cuánto padecemos los
imbéciles encumbrados por la buena fortuna o las buenas herencias para
ocultarnos de nosotros mismos a nosotros mismos, aunque esos esfuerzos serán
inútiles porque nadie escapa a su conciencia, a su propio juicio, porque tarde o
temprano, por muy engreimiento, por muy tonto, por muy miope que sea de sí
mismo, un día aparecerá ante él su verdadera imagen, al aire sus vísceras
morales, abiertos en canal sus intestinos delgados y gruesos con todos los
excrementos de su alma circulando mansamente como corren esas cosas por las
alcantarillas.
Y esa imagen nos dirá.
-Soy tú y no niegues que me conoces.
Y entonces, ¡oh, querido amigo!, entonces, enfrentados a la verdad de nosotros
mismos, seguiremos siendo lo que fuimos hasta entonces, aunque poco a poco
nuestras sonrisas se irán transformando en el famoso rictus que aparece en las
fotografías y que nos dice:
No hay ningún gran hombre ante sí mismo.
-Que es lo que se quería demostrar.
33
SER O NO SER DE NACIMIENTO
YO, Paramecio Soluto, desde la autoridad moral que me confiero a mí mismo,
digo:
-La dificultad de juzgar con justicia y equidad reside en que las sentencias
deben fundamentarse en hechos que casi siempre se ignoran.
Condenamos a los reos por sus culpas presentes y no por las razones antiguas,
muchas veces prenatales, que condujeron al delincuente a la realización de su
delito.
Yo recuerdo haber preguntado hace años a un niño:
-Y tú, Luisito, ¿qué vas a ser de mayor?
-Yo, lo quiera o no lo quiera, seré delincuente, don Paramecio.
-¿Y por qué serás delincuente?
-Porque las condiciones socioeconómicas en que vivo me impelen a ello
inexorablemente.
Y así fue. El desdichado Luisito fue ejecutado a garrote vil años más tarde. Y,
sin embargo, era inocente. Su delincuencia era congénita. Sus abuelos, sus
padres, sus tíos carnales y sus hermanos de leche también lo fueron.
Hay otros niños, nacidos de cunas respetables y crecidos en los lujos de las
Universidades de prestigio, que delinquen sin que se pueda decir que lo llevaban
en la sangre, como se decía antes, en los genes como se viene diciendo ahora
hasta que se descubran otras fatídicas razones más poderosas todavía.
Estos últimos delincuentes son más culpables que los primeros aunque hayan
realizado delitos parecidos en el género, en el número y en el caso, pero distintos
en su cuantía económica, pues bien se sabe que unos roban dos gallinas y otros
despluman bancos o cooperativas enteras. Son, como claramente explicó
Plutarco, dos vidas paralelas que por fin se encuentran en las páginas de los
periódicos, aunque, debemos decirlo, unos en las páginas de sucesos y otros en
los severos editoriales de los elogios y las excusas.
34
LA INVASIÓN DE LAS ERÓTICAS
NADIE podía imaginar que el erotismo acabaría por invadir todos los
espacios, extensiones y oquedades de nuestra España, tanto físicos como
espirituales.
Todo está erotizado, pero no erotizado del viejo erotismo, sino de la erótica
que el Diccionario de la Lengua Española define como “la atracción muy
intensa, semejante a la sexual, que se siente hacia el poder, el dinero, la fama,
etcétera”.
Hace años se puso de moda señalar cómo los políticos sucumbían fácilmente a
las tentaciones de la erótica del poder y muchos dijeron que esa erótica de poder
en realidad encubría eróticas más profundas: eróticas de los beneficios que
procura el poder, y eróticas de los etcéteras citados en el Diccionario de la
Lengua, casi siempre secretos por inconfesables.
Pues bien, esa erótica se ha extendido hacia otros ámbitos del alma y ha dejado
de ser una pasión por lo que antes se llamaba el pecado para dirigirse hacia las
virtudes que todos creíamos extinguidas. Ahora hay erótica hacia los pobres
negritos de África, erótica de ofrecernos por el bien del prójimo (lejano a ser
posible), erótica por los menesterosos, erótica por los discriminados y erótica por
todos los necesitados del mundo.
Es admirable la inclinación por esas eróticas piadosas que ya fueron
practicadas en la antigüedad. Muchos santos besaban por piedad las llagas de los
apestados elegidos para que tuviesen la ocasión de practicar la virtud de la
paciencia y la virtud de acatar con alegría las pruebas que se les enviaban desde
los cielos.
Por eso alabamos esa piedad ahora recuperada y, alegres, decimos, yo,
Paramecio Soluto, el primero:
-Bendita sea la erótica de las ONGS, gran erótica de los tiempos modernos, y
loados sean los recipiendarios que incrementan la infinita piedad de los
innumerables ONGS con que el cielo nos ha regalado por el bien de no se sabe
quién, pero bien al fin y al cabo.
35
EL FIN DE LOS HIDALGOS
APENAS contemplar cómo la antigua estirpe de los hidalgos se va
extinguiendo irremediablemente. Apenas existen ya hidalgos. A veces se ve
pasar a los supervivientes, absortos en sus soledades, mirando al mundo con la
triste mirada de los que saben que pronto morirán en olor de honradez y
dignidad.
Los viejos hidalgos, los hijos de algo, los hijos de sus buenas obras -porque
sólo consigue hidalguía quien cumple grandes y honestas obras- están muriendo,
porque ¿quién puede ser honesto y digno, sin parecer ridículo, en estos tiempos,
sucios tiempos, en que vivimos? Es difícil perseverar en la virtud rodeados de
desvergüenzas pregonadas y aplaudidas.
Don Quijote fue el primer hidalgo vencido por los necios, por los soberbios,
por los ciegos y sordos a su grandeza. Don Quijote murió cuando comprobó que
el mundo, a su generosidad sólo había respondido con burlas y acusaciones de
locura.
La derrota de Don Quijote fue una derrota de la humanidad entera. Desde su
muerte, su serena y piadosa muerte, nadie sale ya a los campos a cumplir hechos
gloriosos, a acometer obras buenas, requisito indispensable para llegar a ser hijo
de algo, que es como decir hijo de sí mismo.
Yo, lo confieso, yo mismo, Paramecio Soluto, una vez quise comportarme con
hidalguía haciendo el bien sin esperar un premio, pero no tuve fuerzas y acabé
por despeñarme por las vilezas a las que me empujó mi corazón pusilánime, que
aún me late en la conciencia.
Y así vivo, junto a otras gentes como yo, con el remordimiento de haber
justificado mi vileza por un miserable puñado de cientos de miles de millones de
pesetas, triste premio que, en el fondo, al precio que se están poniendo las cosas,
es una mísera recompensa.
Reflexionen como yo, júzguense como yo y el que no esté de acuerdo que
levante el dedo y pase la hoja después de confesar que él jamás cayó en las
miserables tentaciones del mundo, porque jamás tuvo la fortuna de que se las
ofrecieran.
¡Qué dirá Dios de nosotros, Dios mío!
36
¿QUÉ OÍMOS, QUÉ MIRAMOS, QUÉ VEMOS?
PARA todos nosotros el mundo es solamente una proyección de nuestros
temores y de nuestras miserias.
Hace años, cuando yo no era lo que soy ahora, leí que las señoritas que temen
estar embarazadas sólo ven embarazadas por las calles. El resto del mundo ha
desaparecido.
Los arruinados o empobrecidos sólo ven las fachadas de los bancos, y los
castos forzados se sienten constantemente rodeados de carnes tentadoras a la
altura de su dentadura.
Pues bien, ayer comprobé la verdad que afirma que del mundo externo sólo
vemos nuestro mundo interior y sus angustias y sus preocupaciones.
Iba yo, Paramecio Soluto, en un autobús, medio de comunicación social que
utilizo para conservar serenos mis nervios de conductor, cuando oí a un
pequeñuelo gritar para que su madre viera algo que le había interesado: una
pequeña mancha que ensuciaba uno de los cristales del autobús. Me sorprendió
la expresión de tristeza que ensombreció el rostro de la madre, pero luego
comprendí la razón de su tristeza y la excitación del niño, en cuya frente lucía
una gran mancha, de esas que el pueblo llama antojos. El niño estaba viéndose a
sí mismo y mostraba su ansiedad y su preocupación. En aquel mundo de gentes,
de empujones, de olores, de frenazos, de ruidos, de gestos agrios y cansados el
niño sólo se veía a sí mismo. Reflejado en la macha de cristal de la ventana.
Ahora paseó por las calles y estudio a mis queridos prójimos y por la dirección
de sus miradas suelo adivinar qué tristezas, qué ansiedades les están estrujando
el corazón.
Pero yo no puedo hacer nada para ayudarles y sigo mi camino mirando
siempre a algo inconfesable que camina frente a mí y que quizás algún día se lo
cuente a quien quiera escuchar mi confesión, aunque sé que no me creerá cuando
la oiga.
Las manchas del alma no se ven tan fácilmente como las manchas de los
antojos que a veces tienen los niños en sus frentes.
37
MOSOLAMO
UNA de las más placenteras lecturas que existen es la del “Tesoro de la
Lengua Castellana y Española”, de Sebastián de Covarrubias Orozco.
Para mí, Paramecio Soluto, leer “El Covarrubias” es una de mis, repito, más
placenteras lecturas. No hay programa televisivo ni sesión cinematográfica que
iguale las dulzuras de ese libro, que deleita, instruye y nos conduce por el difícil
camino del sentido común de los antiguos que lo tuvieron.
Digo esto, porque asombrado del crecimiento de los adivinos que
emponzoñaban últimamente la razón tambaleante de los ingenuos, consulté a
don Sebastián, quien me advirtió en primer lugar que presumir de adivinar
agüeros se entiende entre gentiles y bárbaros, no entre cristianos.
Y cuenta luego que Molosamo, judío, mandando tropas fue advertido por un
adivino que debía detenerse hasta que un ave que estaba allí tomase agüero.
Mosolamo despreció al augur, tensó su arco, disparó una saeta, mató a la
inoportuna ave y explicó.
“Si ésta no sabía lo que convenía a su propia vida, ¿cómo podría denunciar el
fin que tendrá nuestro camino? Si supiese las cosas venideras, no viniera a este
lugar donde Mosolamo le matara con su arco”.
No pido yo, Paramecio Soluto, hombre de virtudes piadosas y apacibles, que
extirpemos las locas avecillas agoreras que engañan a los tontos que les creen
cándidamente, pero si aconsejo a sus quizás futuras víctimas que lean el
Covarrubias, porque al placer de leerlo se añaden sabios consejos como éste de
Mosolamo, que no se dedica a diezmar agoreros de los de ahora con su arco
justiciero, porque hace siglos que está enterrado en tierras de Oriente Medio,
muerto de cuerpo, pero vivo de sabiduría.
Si viviera Mosolamo, otra avecilla, que no gallo, les cantara a los augures.
38
LA MUERTE DEL RUBOR
YO, Paramecio Soluto, afirmo que el testimonio más elocuente de que se ha
perdido la vergüenza es que ya nadie se sonroja. Hemos perdido el rubor.
Las confesiones más desvergonzadas, las conductas más escandalosas, los
negocios más sucios e indignos, se proclaman tranquilamente, incluso en
convictos y confesos, con la sonrisa del impudor en los labios.
Ya nadie se siente envilecido por sus miserias morales, porque la antigua honra
vive olvidada en los desvanes de los trastos viejos. Hoy se roba, se perjura, se
acusa falsamente y se traiciona con la mirada clara de quienes no se sienten
culpables de haber ultrajado a su propia estimación.
Y con el pudor han muerto los viejos arrepentimientos. Vivimos tiempos
nuevos. Ya no hay confesiones. Ya sólo se acude a los psicólogos que lo explican
todo, y que en vez de penitencias ofrecen cuentas y facturas.
Quizás estemos viviendo de nuevo la violenta inocencia de los hombres
primitivos que no conocieron la culpa de haber infringido unas leyes no
promulgadas todavía.
Quizás los que aún nos ruborizamos por nuestros leves pecados, los únicos al
alcance de nuestras modestas ambiciones, no hemos aprendido a ver que la
diferencia entre el bien y el mal, entre la dignidad y la indignidad, es una
frontera difusa en un mundo de amoralidad sin precedentes, como dijo no sé
quién.
Quizás sea así, pero yo, Paramecio Soluto, sigo ruborizándome como cuando
era niño. Ahora mismo ando sonrojado por haber escrito estas melancólicas
reflexiones.
Siento como si ustedes, queridos y amables lectores, me estuvieran diciendo:
-No seas antiguo, Paramecio, y vete cuanto antes a hacerte el chequeo de
próstata de este año. Que ya te toca, que ya se te empiezan a notar humedades en
la bragueta. Cuidado con las goteras.
39
ARREPENTIMIENTO Y VANIDAD
HOY, yo, Paramecio Soluto, desde la severidad de mi dedo índice acusador,
quiero denunciar a esas gentes que habiendo vivido toda su existencia al margen
de los virtuosos caminos que señalan las religiones verdaderas, cuando les llegan
los tristes días que preceden al de sus muertes vuelven los ojos hacia los dioses
en que nunca creyeron, para hacer pública confesión de sus pecados y de sus
infamias.
Los corazones bondadosos, alborozados, suelen decir desde su ingenuidad:
“¡Ha vuelto a la verdadera fe! ¡Confiesa sus pecados para que le sean
perdonados! ¡Gloria! ¡Gloria! ¡Gloria!”.
Pues bien, su bondad les hace caer en el pecado de la simpleza. Las
confesiones deben ser siempre secretas. Para quien las escucha y perdona, y para
quien las airea. No debemos creer a los arrepentidos en voz alta y en las plazas
públicas.
Eso no es arrepentimiento. Eso es impudicia.
Eso es sólo polvo y barro. Eso es vanidad.
Y a otra cosa. Los creyentes pueden confesar sus miserias para que les sean
perdonadas, pero los no creyentes, ¿para qué confiesan sus culpas si no creen en
un Dios que pueda perdonarlos?
Porque, repito, confiesan sus fechorías, sus robos, sus violaciones a la ley, solo
por presunción. Por eso, cuando alguien escribe sus memorias en las que se
vanagloria de haber pecado y de haber sacado beneficios de sus pecados, debe
ser lapidado, no con piedras, sino con nuestra incredulidad. Y le diremos:
-Déjeme usted de fantasías, Don Venancio (en el caso de que se llamase
Venancio). Usted no se ha comido una rosca en toda su vida. Ande calle y
apresure el paso, que las fosas cierran sus fauces a las siete, y ya son las cinco y
media. No vaya usted a llegar tarde.
Y que se pudran ellos y con ellos el secreto de sus jactancias y
presuntuosidades.
No sé si me han comprendido ustedes. Yo, apenas, porque me he tenido que
callar muchas cosas para no quedar atrapado en la ratonera de mis
contradicciones.
40
LAS MIRADAS ESQUIVAS
MUCHAS gentes de miradas esquivas pretenden impedir que en sus ojos se
adivinen las maldades de sus pensamientos.
Algunos virtuosos de esas miradas máscaras, por su oficio o por ocultar sus
conciencias angustiadas, miran con unos ojos que son como fronteras por las que
no circulan simpatías, afectos, ni, sobre todo, verdades.
Las miradas de esos pobres desdichados son miradas opacas, neutras, miradas
como de difuntos, miradas tan falsas como las palabras que pronuncian con sus
lenguas y con sus ojos de camaleones, porque, como se sabe, los ojos también
hablan.
A veces, muy de tarde, esas miradas inválidas se pueden contemplar en los
políticos cuando se ven obligados a ocultar o a deformar sus pensamientos por
motivos patrióticos tolerablemente comprensibles.
¡Qué difícil debe de ser decir palabras que la razón no aprueba pero que
convienen a los intereses de la Patria!
Porque es bien sabido que todo lo que dicen, piensan y ordenan nuestros
abnegados gobernantes lo piensan, dicen y ordenan pensando en el bien de la
Patria, y en el suyo propio.
Por eso deben vigilar sus ojos, no se vaya a ver a través de ellos lo que intentan
ocultar. ¡Ojo, oradores televisivos, que una mirada opaca, una mirada con aliento
y dientes sucios, os puede delatar!
Sed sinceros, que en las televisiones el pueblo sólo escucha las palabras y las
razones de los gestos. Aprended de los anuncios.
Os lo digo yo por vuestro bien, yo, Paramecio Soluto, que un día hice lo que os
estoy aconsejando y aún lo estoy pagando en cómodas lágrimas mensuales.
Pero lo que yo hice lo hice por vicio y no por nobleza, como lo debéis hacer
vosotros, queridos políticos, porque, todavía, muchos confiamos en vuestras
ocultas y anheladas virtudes.
41
LA PRUDENCIA DE LOS ANCIANOS
LOS ancianos suelen ser prudentes porque temen por su futuro económico. Ese
temor desaparecería si todos los mortales, llegados ya a las edades peligrosas,
fuesen informados por las autoridades competentes de la fecha de su defunción
(la de los ancianos, no la de las autoridades competentes).
Esta información, excepto en las ejecuciones públicas, jamás la reciben los
ancianos. Y por esa ignorancia, los ancianos no saben cómo gastar sus ahorros,
bien administrándolos con prudencia, bien derrochándolos en los placeres
propios de su edad libidinosa.
Lo social y humanamente correcto sería que todos alcanzásemos la pobreza el
día de nuestra defunción, cuando ya es indiferente ser pobre o ser ricos.
Si los ancianos dilapidan sus ahorros antes de su viaje turístico definitivo, sus
últimos días serán días de miseria y desesperación. Si los ancianos viajan
prematuramente ese último viaje citado, sus ávidos y desagradecidos herederos
dilapidarán la fortuna que ellos, temerosos ahorradores, podrían haber gozado
con alegres y licenciosas mujeres, tan inclinadas siempre a hacer el bien a los
ricos.
Este problema no tiene solución. Los cálculos de probabilidades pertenecen a
las matemáticas sociales, no a las individuales. Nadie se fía, con razón, de las
estadísticas. Paradójicamente esas matemáticas son sólo palabras.
En algunos países de oriente recomiendan a sus ancianos ser licenciosos y
pródigos con sus dineros, asegurándoles que si caen en la miseria serán enviados
al Más Allá por cuenta de los Presupuestos Generales del Estado.
Yo, Paramecio Soluto, a pesar de mi prudencia y de mi sabiduría, declaro que
ignoro la solución de ese problema, porque, como casi todos los honrados, no
puedo ahorrar ni un puñetero duro para ese mañana tan cargado de dudas y
ansiedades.
O sea, que sea lo que Dios y los juegos de azar quieran.
42
FRASES MEMORABLES CON FECHA DE CADUCIDAD
MUCHAS frases memorables que un día llegaron a estremecer las sensibles
entrañas del pueblo, con el paso del tiempo se suelen quedar en frases
sentimentales de calendario trimestral.
Yo, Paramecio Soluto, desde mi humildad y mis ignorancias, me atrevo a decir
que aquello de lo de las dos Españas que iban a helar el corazón de los nacientes
españolitos, que dijo el poeta, ahora rezuma simpleza.
Gracias a Dios esos enfrentamientos bipolares ya no existen en España.
Aquellas dos porciones que citaba el poeta se han poblado ahora de infinidad de
minúsculos grupos excitados y apasionados, y donde antes sólo había dos gallos
ensoberbecidos, moran ahora cientos de miles de agrupaciones de gallináceos
menores que van a volvernos locos a todos los que sobrevivirnos a la tal
bipolaridad.
Quizás, pienso yo desde mis citadas humildad e ignorancias, sea mejor así,
porque dos España enzarzadas en disputas y disparos siempre han sido más
peligrosas que una miriada de polluelos ávidos de honores y retribuciones.
Quizás la solución esté en ni lo uno ni lo otro. Quizás lo mejor sea un manso
rumor armónico de cacareos económico-polifónicos de tranquilos monjes de la
democracia que no lleguen a amenazar la paz de estas naciones. Sus iras, sus
vehemencias, sus ambiciones, sus exigencias podrían ser dirigidas hacia grande
buzones instalados en todos los cruces de caminos de la Patria, donde podrían
depositar sus salvadoras proposiciones.
¡Fuera los rebaños bipolares que hielan el corazón de las pobres criaturitas
recién paridas que dijo el poeta, y amémonos los unos a los otros como polluelos
que picotean alegremente por los prados sembrados de subvenciones y por las
carreteras de circunvalación! Seamos pacíficos y -lo digo con mi corazón de
Paramecio Soluto en la mano- que sea lo que Dios quiera, que siempre quiere lo
mejor para todos los hombres bien nacidos, si los hubiere.
43
EL ODIO AL DESPRECIO
YO, Paramecio Soluto, me atrevo a afirmar desde la conocida magnanimidad
de mi corazón, que no debemos odiar jamás a nuestro prójimo, ni siquiera
cuando se lo merezca, porque el odio es enfermizo y debilitante.
Debemos, pues, vigilar y controlar nuestros odios. Sobre todo esos odios
súbitos que, como las malas fiebres, surgen repentinamente de nuestras entrañas,
y que, si nos descuidamos, pueden cronificarse y hacernos la vida insoportable.
El tratamiento más eficaz contra esa baja y violenta pasión del alma consiste
en transformar nuestros odios en desprecio, con o sin manifestaciones
excrementicias, mejor tolerado por nuestro organismo, que cuando está enfermo
de odio es más vulnerable a los virus y otras pasiones semiminerales.
Del desprecio al perdón sólo hay ese paso que nos puede conducir a la libertad
de vivir sin tener contacto con el prójimo, ni siquiera con los empalagos del
amor, que puede infectarnos de balbuceos sentimentales y dermatológicos tan
frecuentes últimamente en las zonas más sensibles y enamoradizas del perineo.
Nuestro odio al prójimo puede ser justo o injusto, de etiología profesional,
económica o simplemente alérgica, etiología en que siempre se suelen mostrar
otras etiologías menores, de las que sólo enunciaremos tres: la primera, la
segunda y la tercera, o sea la envidia económica, la envidia política y la envidia
genitourinaria que complejizan (verbo que debe usted olvidar inmediatamente)
el tema original de este discurso.
No odiar es saludable y beneficia la circulación sanguínea y la actividad de
nuestros neurotransmisores, sin los cuales la circulación nerviosa sería tan
caótica como el tráfico de las grandes ciudades del orbe terráqueo, tan proclives
a sufrir embolias y caos circulatorios.
Quizás, a veces, el odio puede ser sustituido por el amor. Aunque raramente se
han constatado mejorías duraderas con ese tratamiento.
44
LOS BIENES ESCASOS
EL agua es un bien escaso. Así de sencillo. No hay retórica que describa con
mayor patetismo la tragedia de esa carencia futura que ya muestra sus garras en
las grietas de las tierras cuarteadas.
Pronto volveremos a bebernos la sangre los unos a los otros para aplacar
nuestra sed como en aquellos tiempos de entonces, cuando Adán y Eva,
expulsados del Paraíso, tuvieron la desdichada idea de reproducirse.
Pero no debemos asustarnos. El problema no es tan grave como se piensa,
porque miles de empresas multinacionales ya están preparando cientos de miles
de millones de kilómetros cúbicos de bebidas espumosas que saciarán nuestra
sed a un precio que calculado a ojo, poco más o menos, solo estará al alcance de
los sedientos ricos de la Unión Europea y de los Estados Unidos del Norte de
América y sus posesiones de ultramar.
Que el agua sea un bien escaso nos traerá grandes desdichas, sí, pero aún hay
otros bienes escasos en la Tierra que todos ocultamos por miedo a parecer lo que
somos. Y esos bienes escasos que tienen a nuestras almas sedientas y en vilo son,
entre otros, los siguientes.
La vergüenza, el pudor, la honestidad, el silencio, las viejas virtudes de la
Roma republicana, la generosidad, el amor al prójimo (incluso a los que sólo son
un cuarto de prójimo), la templanza, la paciencia, la humildad y demás virtudes
cardinales olvidadas en las cunetas de las autopistas y demás lugares concurridos
por la alocada juventud que no sabe lo que les espera, cuando sus lenguas se les
hinchen de sed y se sientan ahogados sin poder pedir socorro, o sea “HELP”
como se dice ahora si quieres ser comprendido por los intelectuales y los
ejecutivos de primera y segunda magnitud, que son los directores espirituales de
nuestros tiempos.
Esos bienes escasos del alma y del espíritu son los que ahogarán nuestras
gargantas. Lo digo yo, Paramecio Soluto, que no supe ahorrar virtudes para el
día de mañana, que, por curiosa coincidencia, será precisamente mañana.
En resumen: Moriremos de sed de amor.
Dios nos coja arrepentidos.
45
LOS NUEVOS ARBITRISTAS
ES sabido que las fantasías de Don Quijote sobre los caballeros andantes y
sobre sí mismo a veces se hacían razonables y le volvían cuerdo, con la cordura
candorosa de quienes creen que sin salir a los campos abiertos de La Mancha se
puede arreglar el mundo.
Cuenta Cide Hamete Benengeli que, antes de su tercera salida, Don Quijote
fue visitado por el cura y el barbero y que los tres mantuvieron con mucho juicio
y con elegantes palabras, una grave plática en la que trataron de esto que llaman
la razón del estado y modos de gobierno, enmendando este abuso y condenando
aquél, reformando una costumbre y desterrando otra, haciéndose cada uno de los
tres un nuevo legislador, un Licurgo moderno, o un Solón flamante; y de tal
manera renovaron al gobierno, que no pareció sino que lo habían puesto en
fragua, y sacado otro del que pusieron, y hablaron los tres con tanta discreción
en todas las materias que se tocaron, que los tres creyeron que estaban del todo
buenos y en su entero juicio.
Pues bien, amados lectores, ancianos o jóvenes, que me estáis leyendo, yo,
Paramecio Soluto, digo que aquel diálogo entre un loco y dos presuntos sanos,
desde su vanidad de arbitristas que creen que todo lo saben, que todo aconsejan
y en todo señalan el buen camino a los gobiernos en curso, sean legales o
advenedizos, viven ahora mezclados en los llamados mass-media, gritando al
pueblo que cada uno de ellos tiene la solución definitiva para curar los males de
la Patria.
Los viejos arbitristas siguen vivos y animosos y al parecer, según vociferan
desde fuera de los problemas y de sus soluciones, tras agarrar la sartén por el
mango, agarrarían lo que hay que agarrar para que no sea necesario volver a
agarrarlo en los tiempos futuros.
O sea, que no hay nada nuevo bajo las nubes, que es lo que yo, Paramecio
Soluto, quería demostrar, con la generosa complicidad de Cide Hamete
Benengeli.
46
LA DECEPCIÓN
YO, Paramecio Soluto, desde el candor de mi alma ingenua y confiada,
siempre he creído en la comunidad de los pueblos europeos, y, quizás más
adelante, dentro de seis o siete siglos, en la comunidad de los pueblos del mundo
entero.
Pensaba que al borrarse las fronteras, miles de toneladas de bienes, de
canciones, de esperanzas comunes y de castos abrazos y besos no menos castos,
correrían por los grandes ríos de Europa y sus afluentes, por las autopistas y las
carreteras comarcales, por las líneas aéreas y marítimas, por nuestras arterias y
vasos linfáticos; correría, digo, bienes materiales y espirituales para unificarnos
a todos nosotros, venturosos habitantes de Europa, en una nación única y feliz.
Pues bien, borradas las fronteras, alzadas las barreras de los egoísmos
industriales, comerciales y empresariales, en libertad por fin para amarnos y
enriquecernos los unos a los otros, surge entre nosotros, para acusarnos de
egoísmo y felonía, nuestra propia imagen de malditos de los dioses.
Digo esto porque esas libertades conquistadas sólo sirven, al parecer, para que
broten, más que las buenas, las malas hierbas. Todos los días la Prensa nos
informa de la formación de mafias locales, provinciales, nacionales e
internacionales en nuestra Europa satánica.
Hay mafias búlgaras, albanesas, sicilianas, turcas, galesas, noruegas,
macedónicas, ucranianas, españolas, bretonas, austriacas y etcetéricas.
En Europa sólo florecen las mafias donde todos pensábamos que, por fin,
morirían las malas hierbas de los egoísmos nacionales.
Una vez más, mi corazón optimista sangra decepciones y desconsuelos. ¿Éstos
son los bienes de las libertades comerciales, del libre tránsito de hombres y
mujeres, niños, artrósicos y estreñidos que iban a alegrar con sus canciones las
tierras de Europa? ¿Eso era lo esperado?
Una vez más se confirma, no sé qué, pero se confirma.
47
LA BELLEZA COMO BIEN DE CONSUMO
HOY, en estos años de exaltación del diseño, de modas que nacen difuntas, de
las fugaces dictaduras de los estilistas, nadie se atreve a hablar de la Belleza con
la fe, la pasión y el candor con que hablaban de ella los antiguos.
Ahora, la belleza se admira solamente en nalgas y bíceps, y el Arte anda
zarandeado por la histérica narrativa de las imágenes epileptoides de las
televisiones y similares.
La crisis es más aguda de lo que parece. Murieron los antiguos cánones y
nadie es capaz de resucitarlos, ni falta que hace, dicen los nuevos estetas de la
nada.
El problema, lo digo yo, Paramecio Soluto, reside en que nadie sabe cómo es
la naturaleza. La naturaleza, ahora sólo está expresada por la vida fugaz de las
partículas sub-atómicas o por las anonadantes inmensidades de las energías que
habitan en los infinitos.
Ya nadie pinta con humildad, fe y amor franciscanos. Pintar con los ojos exige
demasiado esfuerzo, demasiada paciencia, demasiado amor. Picasso, genio de la
imitación, pintó como todos los antiguos, pero nunca dedicó su tiempo a
perderlo en la tranquila y pausada contemplación de la naturaleza. Su genialidad
fue victoria sobre las formas.
Ahora, nuestras imágenes de consumo, de usar y tirar, son imágenes técnicas,
fotográficas, en las que con la ayuda de una cámara y cierta habilidad en los
laboratorios describimos lo que no fuimos capaz de ver con los ojos y expresar
con las manos. Las imágenes que nos dan las máquinas son imágenes de estética
comercial. No son vistas a través de las lágrimas que brotan de los ojos de los
artistas, con perdón sea dicho.
Ya, para volver de nuevo a la sabiduría, sólo nos queda volver antes a la
inocencia de los pre-históricos. Tenemos que volver a nacer inocentes y puros,
sin tantas horas de contemplación de las dichas imágenes epileptóides citadas,
vistas desde el vientre de nuestras mamás, cuando yacen adormecidas en las
sobremesas del hastío y el aburrimiento.
48
¿TIENEN ALMA LAS GALLINAS?
AUPADOS en nuestro orgullo de supuestos animales racionales, los hombres
hemos decidido que solamente nosotros tenemos alma, ornamento que nos
ennoblece, y que hemos negado tradicionalmente a las demás especies
zoológicas.
Y eso es falso, injusto e intelectualmente deshonesto. Las gallinas, por
ejemplo, también tienen alma, una alma ligeramente distinta a las nuestras,
porque, ¿cómo podrían tener almas iguales seres separados por tantas diferencias
biológicas?
Las gallinas, sin buscar ejemplos mayores, tienen cresta. Nosotros no la
tenemos.
Quizás las gallinas tengan su alma en la cresta, alma que nosotros no podemos
ver ni comprender, como no podemos ver ni comprender el infinito número de
cifras que constituyen el número Pi, que quizás posea también una preciosa
cresta con su alma correspondiente en los dígitos a los que ni siquiera han
podido llegar los cálculos de los últimos modelos de calculadoras.
Otro ejemplo: las avestruces. ¿Serán las almas de las avestruces semejantes a
las almas de nuestros simpáticos y activos ejecutivos, a los que tanto se parecen
en su ágil y vigoroso ondear de muslos en sus incansables idas y venidas, en sus
miradas desdeñosas, sus curvas y atractivas pestañas y ese engullir constante de
toda moneda que se ponga al alcance de su gaznate?
Dejo hoy apuntadas estas breves notas sobre la casi cierta existencia del alma
en todos los animales nacidos de la generosidad del Creador, que jamás podría
haber cometido la injusticia de donar un alma a unos seres y negársela a otros.
Dejo estas notas esbozadas, como germen a estudios posteriores de mayor
alcance y profundidad. Hasta entonces paso a tus manos, querido lector, la
antorcha olímpica de nuestra común curiosidad científica.
Quizás algún día, entre todos, podamos demostrar irrefutablemente que todo
los animales son tan humanos en crestas y almas como los hombres. Y como las
mujeres, que tan inclinadas son a poseer este tipo de ornamentos espirituales.
49
DESNUDO Y SOLO
YO, Paramecio Soluto, abiertos en canal mi cuerpo y mi alma digo:
Todos los hombres vivimos en la mentira y en la simulación. Nadie se atreve a
mostrar su grotesca caricatura, el alma esquelética que nos habita, de la que,
incluso los narcisos más desenfrenados, en los momentos de sinceridad nos
avergonzamos.
¿Cómo, entonces, intentar conocer a un hombre, camaleón desvergonzado que
huye siempre de la verdad?
Hay un sistema. El siguiente:
Para conocer a un hombre, hay, primero, que desnudar su cuerpo y exponerlo a
la crueldad delatora de la luz de los cielos, y, después, desnudo, sentarle frente a
una mesa y obligarle a escribir en cuantos folios quiera (no menos de uno ni más
del millar) lo que se atreva a pensar de sí mismo, de los dioses vigentes, de la
justicia general y de la particular, del alma de los justos, del alma de los injustos,
del temor a la muerte y sus corrupciones, de su amada madre reciente o
lejanamente fallecida, de sus esperanzas, de sus lágrimas secretas y de las
públicas fingidas, de sus odios, de sus amores, de la primera mano que acarició
estremecido, de la última mano que rechazó sus caricias, de lo que le hace sufrir,
de lo que le hace llorar, de lo que le hace huir del prójimo y de sí mismo.
Acabadas sus confesiones sólo quedan dos cosas más por hacer: vestir su
desnudez y destruir los folios que haya escrito, porque nadie, ni
pseudopsicólogos, ni jueces, ni confesores, ni amigos, ni amantes leerán esas
confesiones.
Porque nadie puede escribir una sola verdad de sí mismo. Y porque, aunque se
aproxime a esa verdad, a nadie, absolutamente a nadie le interesa lo que piense,
sufra, ame, odie o espera otro hombre.
Así de triste, así de cruel, así de desesperanzador, así de vano es todo. Así de
solos vivimos todos rodeados de nosotros mismos.
Lo siento. De verdad, lo siento. Perdónenme si han tenido la abnegación de
llegar hasta esta línea.
50
LA SOSPECHA
HOY, yo, Paramecio Soluto, voy a contarles una historia que sucedió no hace
mucho tiempo, cerca de nuestros alrededores y que dice así:
En unos prados no lejanos del corazón de un pueblo se empezaron a oír
repentinamente unas feroces carcajadas que alarmaron al vecindario y a las
fuerzas de orden público, carcajadas que siguieron oyéndose durante algunos
meses desde que nacía el sol hasta que desaparecía en el horizonte.
Asustadas por aquel inusitado acontecimiento, las autoridades se acercaron al
prado y allí descubrieron al autor de aquel estruendo.
-¿De qué se ríe usted, imbécil? -le preguntaron sin pedirle siquiera la
documentación.
-Me río -respondió- porque soy feliz.
-De quien se ríe usted es de nosotros -respondieron en legítima defensa las
citadas autoridades. Y añadieron:
-Queda usted detenido por reírse sin causa justificada.
Estuve detenido los tiempos que se ordenan en los códigos, y en prisión siguió
riéndose hasta que cumplió su condena.
Volvió, libre y sin pesadumbre, a sus amados prados y allí siguió riéndose con
el desenfreno que hemos citado.
Y de nuevo fue interrogado para conocer las causas de sus risas. Y el alegre
corazón de aquel hombre dijo:
-Me río por la felicidad que me produce contemplar la grandeza de la obra del
Señor.
Esta vez fue absuelto pero ingresado en un manicomio.
Allí cumplió los años de reclusión que ordenaron las autoridades sanitarias,
pero no volvió a reírse jamás. Volvió a su campo amado donde permanece
cabizbajo y silencioso.
Las gentes humildes a veces le llevan aceitunas y le piden que vuelva a reírse.
Pero ya no sabe reír. Les mira con tristeza, hace gestos como disculpa y
estornuda.
Afortunadamente por los estornudos no ha sido detenido de nuevo todavía.
51
NO ESTÁ SOLO
UN amable lector me ha escrito la siguiente carta.
“Estimado y admirado Paramecio Soluto. Me he tomado la libertad de
escribirle, porque sé que su conocida sensibilidad para comprender los
problemas de las almas que sufren le ayudará a aconsejarme rectamente.
Escuche:
Soy español como los cuarenta millones de españoles que me rodean. Soy
jubilado como los seis millones de jubilados que viven las mismas esperanzas en
que yo vivo. Tengo artrosis en ambas rodillas y ambas muñecas como los
seiscientos millones de artrósicos que andan doloridos por el espacioso mundo
que habitamos nosotros los hombres del mundo. Padezco una hipoacusia
degenerativa en ambos oídos y oigo zumbidos y clarines y voces de alientos de
quienes, como yo, sufren estas penas. Sobrevivo con mi pensión hasta el día
veinte de cada mes como los ocho millones de jubilados que formamos ese
colectivo de seres tristes y vacilantes. Tengo la tensión, el colesterol, la glucosa y
el ácido úrico como los doce millones de compatriotas que viven ese alto nivel
de vida. Uso gafas para cerca, para lejos y hasta para la oscuridad de los pasillos
que recorro para llegar a tiempo a no ensuciar la casa por culpa de la
incontinencia de orina que padezco, como los seis millones de meones que
habitamos en nuestra Patria.
A veces advierto en los ojos de mi nuera un extraño y sospechoso brillo de
alegría cuando le cuento que al bajar la basura he sentido un dolor agudo en el
pecho, detrás del esternón, como me cuentan que lo sienten los ochocientos mil
aquejados de esos temores.
O sea, don Paramecio, que tengo el consuelo de estar unido, como la internet
ésa, en una complejísima red de esperanzas y temores, a cientos de miles de
millones de seres que son como yo, que viven como yo, que son yo.
Y ahora viene lo trágico, don Paramecio. A pesar de esas infinitas relaciones
que me mantienen unido a mi prójimo, me siento solo, absolutamente solo.
¿Le pasa a usted lo mismo?”
(continuará)
52
LOS OLVIDADOS EJEMPLOS DE LAANTIGÜEDAD
NUESTRO orgullo, vacuo, irreflexivo, atropellado, nos va conduciendo poco a
poco a los precipicios en los que acaban las vidas vividas sin contenidos
morales. Ya no hay vidas ejemplares que imitar. Ya sólo se admiran y se imitan
los engaños, los hurtos, las deshonestidades y demás patologías de la recta
virtud, que siempre acaban, no lo olvidemos, con nuestras vergüenzas al aire.
Ahora, quien no roba deja de hacerlo porque no tiene ocasión, quien no vive en
el fornicio y demás vicios adyacentes es por incapacidad física, mental o
económica. ¿Dónde están las mujeres virtuosas de la antigua Roma, dónde las
vírgenes y mártires cristianas, dónde Agustina de Aragón y Madame Curie? Ya
sólo nos queda viva, y por poco tiempo, Teresa de Calcuta.
Y esto no puede seguir así. Debemos volver a aquellos años de luz y justicia en
los que ser virtuoso no era ser también imbécil, apocado y un incapaz de triunfar
en la vida.
Debemos buscar el mundo en nosotros mismos, aunque corramos el riesgo de
encontrar solamente esas alcantarillas del alma que paralelas a nuestro sistema
linfático, como dijo acertadamente aquel erudito polígrafo y doctor, hoy
fallecido, académico y poseedor de la Legión de Honor, rama “Tomates y
verduras de la huerta murciana”, que fue no recuerdo quién.
Sólo así se salvará el mundo, que huye, vociferante y desbocado, hacia ni
siquiera se sabe dónde.
Yo, Paramecio Soluto, digo esto porque hoy me han sentado como un tiro las
acelgas con que me he desayunado. Creo que me he pasado un poco en el ajo.
Quizás me lo merezca por haber sucumbido yo también a los placeres que nos
proponen diabólicamente ésos que sólo piensan en sus beneficios y no en nuestra
salud y en nuestras vidas.
Esto me pasa por no comer ajos y acelgas de aquí.
53
LAS TRAGEDIAS CONSUETUDINARIAS
QUE ACONTECEN EN LA RÚA
UN día, hace años, en un entreacto de la representación de la tragedia de
Shakespeare, “Hamlet, príncipe de Dinamarca”, una espectadora dijo:
-Tampoco es para tanto. Eso mismo le ocurrió a un cuñado mío en Zaragoza y
apenas se habló del caso en la Prensa.
Entonces comprendí que las grandes tragedias no lo son por las aparatosas y
vehementes pasiones que se desarrollan a truenazos y relampagazos limpios
(Consúltense las obras completas de Calderón de la Barca) sino por la
significación de los personajes que sufren esas pasiones y esas vehemencias tan
frecuentes también en la vida privada de cada uno de nosotros.
Los llantos sentimentales de Lady Di también se derraman con frecuencia
entre las familias trabajadoras de las cuencas nacionales del Mar Mediterráneo, y
no se comentan más allá de dos bocacalles del lugar donde se rompió en corazón
de la sufridora.
Edipo, Antígona, Electra, Ayax, Filoctetes son gentes como usted y como yo, y
sus penas y sus sinsabores son los mismos que los de nuestras vecinas, que
apenas nos conmueven y sin que una sola lágrima humedezca los churros de
nuestros desayunos.
Por eso, yo, Paramecio Soluto, me pregunto:
-¿Qué tienen los famosos, qué tienen los ricos, qué tienen los poderosos que no
tengamos los humildes? ¿Por qué los insomnios del príncipe Hamlet son más
importantes que los de mi primo Lucas, del que pienso hablar con más
frecuencia de aquí en adelante?
En fin, resumiendo, que tenían razón quienes en 1937 grabaron con letras de
oro en el Partenón de Atenas la famosa y certera sentencia de don Antonio
Machado:
“Las tragedias consuetudinarias que acontecen en la rúa”.
Ustedes me entienden, ¿verdad?
54
SERVIDUMBRE Y LIBERTAD
SE suele pensar que las gentes ordenadas son esclavas de su meticulosidad, y
que las desordenadas y anárquicas son gentes libres que viven alegremente su
libertad como los pajaritos de los parques, piando y revoloteando de rama en
rama en busca de los alimentos que el Señor ha puesto a su disposición gratis y
sin cargas fiscales.
Esa opinión es falsa como lo voy a demostrar yo, Paramecio Soluto, con los
datos que ha conseguido para mí mi equipo de investigación.
Esos pajaritos supuestamente libres son unos tristes esclavos de su desorden.
Cuando pían, no lo hacen alegre, sino desesperadamente, porque tiene hambre y
carecen de alimentos. Son esclavos de su ligereza porque no han ahorrado, como
hacen los hombres virtuosos y ordenados, para el día de mañana.
A los hombres desordenados les ocurre lo mismo. Un piar interior les advierte
constantemente.
-¿No tenía que ir yo hoy a no sé dónde a las cinco?
Y así pierden sus horas intentando recordar que no deben olvidar las citas de
todo el día. Y eso no es vida.
¡Qué diferencia con los hombres metódicos que cuando salen de casa llevan
anotados en su agenda personal todos los encuentros del día! ¡Cómo corretean
por los parques y las alamedas con el espíritu tranquilo, llenos de felicidad con la
libertad de espíritu que nos da el saber que todo lo tenemos controlado y no en
manos de la veleidosa y olvidadiza memoria!
Por eso añado y concluyo:
-El desorden nos esclaviza y entontece. El orden, ya sea dórico, jónico o
corintio, nos permite vivir erguidos y seguros de nosotros mismos
confiadamente al cielo y al futuro con los pies bien afirmados en el basamento
de nuestra prudencia que… que… ¿qué puñetas tengo que añadir ahora y que no
recuerdo? ¿Dónde habré metido mi libro de citas? ¡Si lo tenía aquí en el bolsillo
de arriba hace un momento, cuando he mirado si ya me tocaba hacer pipí!
¿Pero dónde habré olvidado yo mi condenada agenda?
55
ÍNDICE
PRÓLOGO
Necios sin solución (Julio Pollino Tamayo)……………………………………..3
LA PASIÓN DE UN HOMBRE TRANQUILO………………………………....5
LA OPINIÓN DEL FUTURO…………………………………………………...6
LAS LECCIONES DE LOS AMIGOS…………………...……………………..7
CRUEL VENGANZA……………………………………………………….…..8
SER INMORTAL…………………………………………………………..…….9
MIEDO EN LOS HUESOS………………………………………………..…...10
LA ENVIDIA GASTRONÓMICA…………………………………………......11
“NO ESTOY DISPUESTO A QUE ME ARREBATEN MIS CARIDADES”...12
LA IGNORANCIA RELLENA………………………………………………...13
EL CRECIMIENTO DESORBITADO………………………………………...14
LOS EMBUSTES DE LAS METÁFORAS………………………………..….15
DILEMA EN LA FRONTERA DE LA VIDA Y DE LA MUERTE…………...16
SÓLO SÍ MISMO……………………………………………………………....17
DE LOS ENTES INCONMENSURABLES………………………………..….18
¿QUIÉN ESTÁ LIBRE DE PECADO?………………………………………...19
¿DÓNDE ESTÁ LAABUNDANCIA PROMETIDA?…………………….…..20
EL MERECIDO CASTIGO A LOS LIBIDINOSOS………………………......21
EL FRACASO DE SÓCRATES…………………………………………….….22
EL SISTEMA BINARIO…………………………………………………….....23
EL PATRIOTISMO…………………………………………………………......24
MASOQUISMO…………………………………………………………...…...25
LOS LÍMITES DE LA CARIDAD………………………………………….....26
LOS HOMBRES DE POCAS PALABRAS…………………………………...27
CÓMO SE PUEDE CALCULAR CON REGLAS SENCILLAS
NUESTRO AMOR AL PRÓJIMO……………………………………………..28
LAS ESPERANZAS ALCANZADAS…………………………………...…….29
VER SÓLO UNA MIL MILLONÉSIMA PARTE……………………………...30
LA CADENITA DEL AUTOR………………………………………………....31
A LOS OJOS DE TI MISMO…………………………………………………..32
SER O NO SER DE NACIMIENTO…………………………………………...33
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LOS DISCURSOS MORALES DE PARAMECIO SOLUTO (1996-1997) Chumy Chúmez

  • 1. LOS DISCURSOS MORALES DE PARAMECIO SOLUTO (1996-1997) Chumy Chúmez Edición: Julio Pollino Tamayo cinelacion@yahoo.es
  • 2. 2
  • 3. 3 PRÓLOGO NECIOS SIN SOLUCIÓN Los españoles nos queremos poco, somos unos acomplejados de mierda, sobre todo culturalmente. Eso nos salva del cinismo, del chauvinismo, y de la frivolidad. La parte negativa, que no nos tomamos en serio, y por lo tanto, nos desconocemos por completo. Como todo lo que hacemos, a priori, carece de valor, universal, ni nos tomamos la molestia de comprobarlo. Que el concepto heterónimo nos traiga de inmediato a la mente la figura del agonías de Pessoa dice mucho de nuestra ignorancia, de nuestra indolencia. Si tuviéramos un mínimo de curiosidad, de autoestima patriótica, por delante del amargado portugués colocaríamos al legendario Juan de Mairena de Antonio Machado, el anti-filósofo más profundamente cachondo de la literatura española, Sancho Panza es un soseras en comparación, y su hijo bastardo (uno de los textos le homenajea, “Las tragedias consuetudinarias que acontecen en la rúa”), el no menos cachondo, profundo, Paramecio Soluto, de Chumy Chúmez, el filósofo dominguero por antonomasia. Con ese plus de fatalismo, de pasión por la muerte, de mala ostia, tan castellanas, tan vascas. Paramecio Soluto es el cuñao, el sabelotodo que todos llevamos dentro, el falso modesto que todos llevamos fuera. Una sana falta de pretensión, de trascendencia, que convierte en accesible cualquier tema complejo gracias al humor, a la retranca. Juan de Mairena y Paramecio Soluto harían muy buenas migas con Unamuno, con Juan Ramón Jiménez, su dialéctica de mesón, de tinto con berberechos, casa muy bien con su soberbia humorística por exceso. El indolente, el pasivo agresivo Paramecio Soluto, es el superhéroe español de lo cotidiano, de lo gris, la odisea del mediocre que se sabe genio. Julio Pollino Tamayo
  • 4. 4
  • 5. 5 LA PASIÓN DE UN HOMBRE TRANQUILO DURANTE toda su vida oyó hablar de las indignidades de los hombres sin que su corazón sufriera las amarguras de la indignación y de la ira. Leyó la prensa, oyó por la radio y vio en la televisión los actos inicuos que tanto inquietan a los pusilánimes, sin que se le turbase la serenidad que sólo en los corazones nobles y puros permanece siempre firme o inmutable. Trabajó alegre y sin descanso, ajeno, al parecer, a las muertes violentas, a los abusos de los poderosos, a las violaciones de los sádicos, a las corrupciones de los indignos, a las injusticias y a las maldades de los hombres, firme siempre la mansedumbre de su corazón. Sólo se le conoció una pasión: el ahorro. Parecía como si tantas injurias como contemplaba le hiciesen temer por su futuro. Y ahorraba poco, pero constantemente, y así consiguió encontrarse en su jubilación con el capital suficiente para realizar el deseo que había ocultado durante toda su vida de trabajo y de silencio: cargarse a media humanidad en una espléndida explosión que muchos tomaron por el fin del mundo. Poco a poco había ido amontonando cientos de miles de toneladas de dinamita vitaminada que, con el horrísono bramar de los aquilones que dijo el poeta, dejaron a media humanidad espantada y a la otra media con las vísceras humeantes al aire. Si él, Paramecio de nombre, falleció en la hecatombe o pudo huir a tiempo para contemplar los efectos de su venganza, es algo que solamente lo podrán averiguar los pacientes historiadores en sus hormigueros. La historia, lo decimos con el corazón en la mano quienes fuimos sus amigos, sabrá comprenderle, aunque no (no sé si justa o injustamente) perdonarle. Así somos de desagradecidos los humanos.
  • 6. 6 LA OPINIÓN DEL FUTURO PARAMECIO Soluto se despertó mansa y resignadamente al oír el toque de diana del despertador que un día más le anunciaba que había nacido de nuevo a la vida. Paramecio se levantó, bebió un vaso de agua, comprobó complacido la eficacia del último laxante que le había recetado su médico de cabecera y de intestinos, sorbió un café, oyó la radio, apartó los ronquidos que brotaban de las terribles fosas nasales de su esposa, le besó la dentadura postiza semi-desencajada y se fue a la oficina. La masa grisácea del metro medio yacía en el sopor del madrugón con la misma modorra con que sus compañeros de oficina yacieron después en el sopor burocrático de todos los días. Volvió a casa temprano, se limpió los dientes como todos los días mientras miraba la sonrisa móvil que se agitaba en su boca por los vaivenes del cepillo. Luego cenó, tomó el diurético y el laxante, y cumplió el rito diario de la felicidad conyugal: encendió la televisión. Y contempló en la placidez de los cojines bordados por su esposa los siguientes acontecimientos: A.- Seis intentos de violaciones y cinco consumaciones de la tal costumbre cinematográfica contemporánea. B.- Dos mil anuncios en los que jóvenes despechugadas por detrás y por delante proponían compras obscenas que llenaban de felicidad a los consumidores, mientras jóvenes musculosos sonreían y sonreían y sonreían y sonreían y sonreían por los placeres carnales que les esperaban después de los anuncios. C.- Cinco coitejos animados por falsos suspiros, mezcla burresca de gruñidos y alaridos de amantes sin anestesia. D.- Un documental sobre las costumbres eróticas de los adolescentes en los parques públicos. Y E.- Los consejos de doce sexólogos para conseguir sin esfuerzo la potencia sexual de los orangutanes. Paramecio Soluto apagó la televisión y se quedó dormido con la baba de la inocencia entre los dientes, mientras decía: -¡Dios mío! ¡Qué pensarán de nosotros el día de mañana y de la vida libidinosa que llevamos! Al día siguiente la vida le despertó de nuevo y comenzó una vez más la violenta vorágine de sus aburrimientos.
  • 7. 7 LAS LECCIONES DE LOS AMIGOS YO, Paramecio Soluto, nacido de padres honrados y educado para el ejercicio de la virtud y sus placeres, jamás discuto. Escucho y apruebo siempre lo que me dicen, y cuando dudo o no comprendo lo que oigo pregunto con respeto porque no quiero vivir en la ignorancia. Jamás pienso que alguien es capaz de mentir. A veces, lo confieso, mi curiosidad por conocer la verdad irrita a mis amigos porque al final de mis deseos de conocer su sabiduría, aparecen a veces desnudos, no sus embustes, sino sus errores. Sócrates, con su mayeútica extraía las piedras preciosas que contenían la ingenuidad o la ignorancia de quienes aprendían a su lado. Y era estimado en Atenas, excepto por las autoridades que le dieron la cicuta por corrupto y por amar exageradamente la verdad. Yo no manejo la mayeútica, y en vez de pedagogo parezco, me han dicho, un escudriñador de ignorancias, es decir un soberbio. Y eso no es cierto. Lo saben quienes me conocen. Soy curioso porque quiero aprender, no porque quiera delatar a quienes presumen de saber siendo ignorantes y siempre aprendo algo en lo que me dicen y siempre acabo por compartir y aplaudir las enseñanzas que recibo. Pues bien, cuando ávidamente degluto lo que me dicen para digerirlo y obtener los nutrientes intelectuales precisos para ser como ellos el día de mañana, los tales creen que me burlo, que finjo creerles, y desconfían de mi interés, pienso yo, por una de estas dos razones: 1. Les irrita que yo, un pobre y rudimentario Paramecio Souto, alcance las cimas donde mora su talento, o 2. La envidia que sienten de que yo sepa tanto como ellos se transforma en rencor. Y, he aquí lo más curioso, cambian sus discursos y me mienten para que yo siga en la ignorancia mientras en ellos relumbran las bombillas que se encienden en las tertulias como aquellas que se encendieron cuando Edison (Don Tomás Alba) iluminó la ciudad de Nueva York con sus bombillas. Y así estoy yo, triste, abatido y con la mayeútica por los suelos. Perdonen las molestias.
  • 8. 8 CRUEL VENGANZA LA pobre murió sin conocer ni sospechar mi terrible secreto. Y no estoy arrepentido de haberla engañado tan cruelmente -me dijo Paramecio Soluto. Y añadió: -¡Pobre Adela! ¡Cómo sufrirá si algún día, allá en el Más Allá, llega a saber cuánto la desprecié por su indignidad y su bajeza! Porque Adela nunca supo que yo conocía sus traiciones y la inmundicia de su doble vida con aquel amante que la humillaba con la lujuria y su sadismo. -Yo -continuó Paramecio su relato- fui cómplice de su bajeza porque no hice nada para impedirla. Cuando conocí su infamia estuve a punto de decirle: “Adela, lo sé todo”, pero Satán me lo impidió diciéndome: “Calla Paramecio, véngate con la más ofensiva de las venganzas: con la piedad. Humíllale con la grandeza de tu alma”. Y así vivimos toda nuestra vida: ella secretamente despreciada y yo con mi secreto despiadado. -Porque ella -continuó una vez más Paramecio- no me engañaba, puesto que yo conocía el engaño, y yo sí la engañé porque siempre fingí que la quería sin quererla, sin que ella jamás advirtiera mi desprecio. Cuando agonizaba en aquella muerte húmeda y fría de batracio que tuvo, estuve a punto de decirle fríamente y sin ira: “¡Cerda!”, pero me contuve y cogí su mano, le besé la frente y la bendije. Luego cerré sus ojos como quien cierra el cubo de basura en que ha arrojado una rata muerta. Creo que el leve y negro brillo que cruzó sus pupilas antes de expirar indicó que acababa de saber todo lo que yo sabía de ella y cómo la humillé desde mi grandeza. Ojalá haya sido así y ojalá llegue Dios a perdonarme por mi cruel piedad que sólo era desprecio y soberbia. Y concluyó Paramecio: ¡Veremos en qué para esto el día del Juicio Final! Yo, desde luego, por mucho que me implore que le perdone a título póstumo, no pienso hacerlo. Yo no tengo la piedad de los dioses porque en los hombres todo tiene un límite. Y soy un hombre.
  • 9. 9 SER INMORTAL PARAMECIO Soluto, como todos nosotros, también quería ser inmortal, pero por su humildad se conformaba con que alguien, quizá dentro de dos millones de años de años, cuando ya no quedasen vestigios de nuestra civilización, alguien, repito, tropezase con un hueso suyo, como ahora, millones de años después de su extinción, aún tropezamos con huesos de dinosaurios. Para alcanzar esa modesta inmortalidad, Paramecio necesitaba dos cosas: una tierra capaz de soportar sus huesos sin reducirlos a polvo o a barro y alguien que fuese capaz de tatuarle en vida en uno de sus fémures un claro mensaje: “Este hueso perteneció a Paramecio Soluto, hombre virtuoso y humilde que vivió a finales del siglo XX y a principios del XXI de la Era Cristiana.” Unos geólogos le informaron de la zona más apropiada para conservar sus calcios óseos sin deshacerse con el paso del tiempo, pero no pudo encontrar a nadie capaz de tatuar en fémures. Paramecio no se desalentó y encontró la solución a su problema. Grabó en una placa de oro su mensaje a la inmortalidad y se lo incrustó en el recio hueso capaz de soportar el peso de la Historia. Al morir, Paramecio encargó que le enterraran, sin pompas ni boatos, en la tierra elegida. Al expirar, dicen que dijo: “Ya soy inmortal”, pero, dicen también, su soberbia fue derrotada. Nadie le hizo caso y fue enterrado donde las ordenanzas municipales lo ordenan y antes le amputaron la pierna con su placa de oro para un caritativo trasplante. Una vez más se demuestra que no hay vanidad y orgullo que sobreviva a su íntima maldad y que la modestia siempre triunfa. Siglos después apareció el hueso del cojo en unas excavaciones que hoy llevan su nombre. Así fallecen las vanidades humanas, con quienes las alientan y cultivan.
  • 10. 10 MIEDO EN LOS HUESOS “LOS intelectuales, los informadores, los sociólogos, los adivinos del presente y todos los demás doctores que comprenden y explican la realidad que nos ha tocado vivir, están cayendo, como siempre, en la tentación de hablar de la actualidad como si la actualidad sólo fuera lo que nos acontece y nos sorprende súbitamente. Olvidan que hay una realidad constante, cuya presencia nos acompaña día y noche, llenándonos de temores, de inquietudes y desasosiegos no metafísicos ni espirituales, y que poco a poco nos están transformando en enfermos crónicos de un mal que nos arrebata la triste ración de alegría que nos toca en estos últimos tiempos de sustos y congojas”. “Hablo -continuó Paramecio Soluto- de una enfermedad que no nos deja vivir en la placidez de la salud sin sombras. Esa enfermedad que nos acompaña día y noche es el temor a ser robado en la calle, en nuestro domicilio, en los ascensores, en los aparcamientos, en los metros, en las afueras de la ciudad y en el centro, a un paso del despacho de los Señores Alcaldes. Todos andamos temiendo al prójimo, al que hemos dejado de amar porque se ha transformado en un presunto atracador de quien no podemos escapar como en las epidemias nadie puede escapar de los virus asesinos. Rompen bolsillos, puertas blindadas, rejas, ventanas y a veces, lo que es más alarmante, nos pueden romper las vísceras si nos resistimos a que se apropien de lo que es nuestro y nos pertenece”. Eso pensaba Paramecio Soluto cuando oía que el fabricante de la puerta blindada que instalaba en su casa, le decía: -De todas formas, si el ladrón se empeña, no hay puerta que se resista. Son capaces de hacer añicos las puertas blindadas de media España. No quiero asustarle, porque estas puertas ayudan, pero no con la seguridad que usted espera. No quiero asustarle, repito, pero tampoco mentirle. Una vez más Paramecio Soluto pensó en voz baja las innobles medidas que tomaría si él fuese uno de esos gobernantes que viven sin temor a ser robado porque tienen las escoltas que manda la ley para que los pastores vivan en paz cuando pastorean su rebaño de ovejas asustadas, como usted, como yo y como Paramecio Soluto.
  • 11. 11 LA ENVIDIA GASTRONÓMICA “ES conocida por todos la historia que narra cómo un hombre rico, poderoso y dispépsico viendo a un trabajador devorar con rebosante felicidad unas humildes judías con chorizo, exclamó con tristeza: -A mí, poderoso, rico, odiado y admirado, hasta la nueva cocina me sacia y me envenena. ¿Qué jugos gástricos tiene este miserable que no tenga yo? Pues bien, reflexionemos. Esta es la verdad: El rico mentía con su tristeza. Ocultaba un secreto. Nadie que haya presenciado una escena parecida (se suelen producir con frecuencia) podrá decir que después de su exclamación de dolor un rico se haya dirigido al pobre para decirle: -Deme un poco de su comida, buen hombre, y tenga usted a cambio mis lujos y mis vanidosas proteínas, mis fecundos hidratos de carbono, mis amenazantes lípidos y mi flora bacteriana. No, los ricos pasan de largo sin probar las judías, en primer lugar porque los pobres no suelen ofrecerlas, en segundo lugar por orgullo, y en tercer y último lugar, por temor a las ventosidades impropias de un aficionado a la ética, disciplina que suelen practicar los ricos en sus horas de ocio, cuando entre regüeldo y regüeldo, meditan sobre el bien, el mal y el regular de los tibios, que tanto odia por vía materna, que es la que tiene los genes más educados y más leídos. Los pobres, más cautos que los ricos, saben que las porquerías que comen los ricos también a él le sentarían mal, porque tales lujos son solamente plusvalías en salsa de sudor de los proletarios. (Nota: esta verídica historia y este reflexión moral sucedió en el Tercer Año Triunfal de la Izquierdosidad en 1978, aunque ahora van cambiando un poco las cosas). Y así acabó su infame discurso Paramecio Soluto en medio de atronadores insultos al público asistente al acto.
  • 12. 12 “NO ESTOY DISPUESTO A QUE ME ARREBATEN MIS CARIDADES” YO, Paramecio Soluto, harto de que nadie escuche mis reflexiones morales, he decidido hablarme a mí mismo escribiendo un diario con mis meditaciones intelectuales, con los pálpitos de caridad de mi corazón, con el relato de cómo, día a día, iré venciendo al Maligno y a sus promesas de riqueza, gloria y falsos amores y demás fetiches con que me tentará seguramente. Quiero empezar mi diario contando lo que me sucedió ayer cuando salí de mi casa con el corazón lleno de piedad hacia los necesitados y los bolsillos con parte de mis ahorros para repartirlos entre los citados desdichados. No sé si el desalmado que me atracó en el ascensor de mi propia casa adivinó mis propósitos. Sólo le oí decir que por caridad le diera todo lo que llevaba encima. Y para acentuar la fuerza de su ruego me colocó un cuchillo en la yugular. No sé de donde me llegó la valentía y la bravura con que supe defenderme y atacar a aquel infame que aún yace ahogado en el charco de sangre que brotó de su cuerpo cuando lo descuarticé con el hacha que llevo siempre a mi lado para defenderme en esos casos. Porque yo, quiero que se sepa, yo estoy dispuesto a dar, si no todas, sí parte de mis riquezas, pero jamás aceptaré que me las quiten por la fuerza. Yo soy generoso pero no imbécil y sé defenderme, porque para eso he pasado parte de mi vida aprendiendo artes marciales defensivas, disciplina que aprendí con gran aprovechamiento, sobre todo en el arte de no dejar huellas. Espero que mi acto de valor y de justicia no se lo atribuyan a algún inocente. Añadiría un pesar más a los que ya tengo por contemplar constantemente la insoportable violencia de los injustos. Agosto de 1996. Paramecio SOLUTO
  • 13. 13 LA IGNORANCIA RELLENA CADA día sabemos menos de más cosas y los pensamientos profundos y complejos de los verdaderos sabios los tomamos en grageas sustitutorias con las que ocultamos los síntomas de nuestro analfabetismo crónico. Ahora cualquier ignorante profundo, contemplador de imágenes histéricas, repite orgullosamente rosarios de frases famosas, que desgajadas del discurso que las cobija se reducen a lugares comunes sin significado; y dicen: “yo soy yo y mi circunstancia”, “pero se mueve”, “pienso, luego existo”, “e es igual a m por v elevada al cuadrado”, como si fueran piezas de sabiduría popular del refranero. Yo, Paramecio Soluto, me niego a repetir grandes frases de los genios de la humanidad sin enriquecerlas o mejorarlas con la aportación de mi talento. Por ejemplo: Sócrates dijo que sólo sabía que no sabía nada y por eso, creen los necios, fue considerado sabio. Pues yo, venciendo mi famosa timidez, digo superando a Sócrates en sabiduría: “Si Sócrates sólo sabía que no sabía nada, yo le supero porque yo ni siquiera sabía que Sócrates no sabía nada”. Y dicho esto, para no caer en el estúpido juego de citar frases notables sin explicar los miles de pensamientos y páginas que los acunan, escribo hoy en mi diario, para despedirme, lo que dijo Julio César al cruzar el Rubicón: “Yo he mandado a mis legiones a luchar contra los bárbaros del norte, no contra lo que nos derrote”. Julio venció a los bárbaros gracias a esta frase aunque al final los bárbaros acabaron por vencer a Roma en la famosa batalla de Alcazarquivir. Así camina el devenir de la historia. No quiero parecer pedante, pero soy incapaz de ocultarme a mí mismo en este diario íntimo, la extensión y la grandeza de mi cultura de eterno adolescente. Por eso me escribo lo que me digo. He dicho.
  • 14. 14 EL CRECIMIENTO DESORBITADO “NUESTRO infortunio, pienso yo Paramecio Soluto, nace porque Dios, Nuestro Creador, cuando expulsó a Adán y Eva del Paraíso, seguramente por un descuido, no les habló en latín, sino que utilizó el lenguaje universal que comprendían todos los seres que había creado desde su generosidad. Y dijo a Adán y Eva, “Creced y multiplicaos”, con la lengua que comprendieron todos los seres que estaban por los alrededores: en la tierra, por los cielos, en las aguas y en los lugares innobles donde vive la inmundicia viva. Y así, no sólo Adán y Eva, sino todos los seres creados crecieron y se multiplicaron hasta unos límites que hasta las mentes más generosas y democráticas empiezan a considerar como desconsiderados. Y por esa razón, en cada uno de nosotros, en todos nuestros rincones del cuerpo, viven y crecen constante y progresivamente miles de miles de millones de billones de trillones de infinitollones de virus, de protozoos, de bacterias, de parásitos, de insectos y de pequeños saurios microscópicos que destruyen la grandeza y la belleza de los hombres, únicos destinatarios del mensaje divino. Por mucho que queramos huir de esas asquerosidades que nos habitan, siempre nos seguirán en nuestras huidas con sus hijos, sus nietos, sus sobrinos y sus esposas sustituyendo la razón del hombre por las viscosidades biológicas de tales animaluchos que, además, en su desmesurado crecimiento, siguen creyendo que obedecen al Señor cuando dijo: “Creced y multiplicaos”, palabras sólo dirigidas a Adán y Eva y sus descendientes, como últimamente están a punto de demostrar los estudiosos del Génesis. En vez de combatir hombres contra hombres, mujeres contra mujeres, hombres contra mujeres y mujeres contra hombres, deberíamos unirnos todos, sin distinción de razas ni colores (salvo las excepciones de todos conocidas) para luchar contra esos seres que injustamente nos habitan. Sólo así podremos conseguir la inmortalidad que se nos prometió cuando nacimos”.
  • 15. 15 LOS EMBUSTES DE LAS METÁFORAS DE nuevo la duda perturba la paz de mi espíritu. Esta duda es, afortunadamente, formal y no existencial, y dice así: ¿Existe alguna metáfora que exprese o describa verdaderamente la realidad? Con frecuencia todos hemos oído elogiar aquel verso de Quevedo que dice lo de “polvo serás, más polvo enamorado”. Y muchos ilustres eruditos e inspirados polígrafos, llenos los ojos de lágrimas, al oírlo se han dirigido hacia los acantilados del norte para decirle al mar: “Jamás se había dicho hasta entonces, ni después de haber sido dichas, tantas cosas sobre el amor y las muertes del amor y de los amantes”. Eso es digno de admiración, pero, en realidad, ¿qué dice este metáfora, o esa imagen literaria, si se prefiere llamar así? Nada. No dice nada, porque el polvo de los muertos no puede seguir estando enamorado por mucho que hayan amado mientras vivían, porque ya, de aquellas proteínas, de aquellos lípidos, de aquellos glúcidos sólo queda carbón inerte, incapaz de amar por mucho que se empeñen en decir lo contrario los poetas. Todas las metáforas son embustes deshonestos disfrazados de fantasías y de fantásticos disparates alejados de la realidad. Con esas cosas se engaña al pueblo sencillo y a las candorosas doncellas que se sienten solas cuando su amado yace en las escombreras de los polvos enamorados. En vez de refugiarse en la metáfora ¡cuánto más sano y útil es buscarse unas carnes nuevas, frescas y juveniles, y amarlas hasta que el destino las transforme también en cenizas! Y así sucesivamente. Déjense de los “como si” y vayamos todos al pan, pan y al vino, vino, eso sí, desconfiando de las adulteraciones.
  • 16. 16 DILEMA EN LA FRONTERA DE LA VIDA Y DE LA MUERTE “SOBRE el delicado dilema de la pena de muerte, yo, Paramecio Soluto, no me atrevo a opinar. Sé que muchos la rechazan con horror y que otros, no menos horrorizados, la aplauden con frenesí justiciero y vengativo al mismo tiempo. A quienes rechazan la pena de muerte arguyendo que el Estado no puede ejecutar un acto de violencia igual al acto que provoca la condena, otros ofrecen una solución más razonable: que sea el Estado quien condene, pero que no ejecute, y que tal ejecución sea realizada por los familiares de quienes recibieron la ofensa en la sangre de su misma sangre. Yo expongo fríamente las opiniones ajenas, porque yo, ni soy Estado todavía, ni soy pariente de ninguna víctima que me incline a venganzas y violencias. Soy, como siempre, desde mi soledad, neutral. Pero hay además, otro punto de vista para estudiar este problema de la pena de muerte. ¿Cuándo deben ser ejecutados los reos en caso de que se demuestre su culpa y la justicia del castigo? Unos dicen que ese tipo de reos deben ser ejecutados al día siguiente en que se dicte la severa, justa para unos e injusta para otros, sentencia. Otros, más humanitarios, piden que antes de su ejecución los culpables cumplan completas las penas de prisión correspondientes y que sólo, cuando las hayan cumplido, el mismo día en que deban ser puestos en libertad, se cumpla en ellos la sentencia definitiva, es decir, su pena de muerte y su incineración posterior, si no hubiera reclamantes de su cuerpo. Estos problemas perturban la paz de mi espíritu y me obliga a declarar a quienes me lo preguntan: “No sé que opinar y prefiero esperar a que algún día aciago me condenen a esa pena. Entonces diré lo que pienso de esa antigua costumbre judicial que, al parecer, empieza a ponerse de moda últimamente en las naciones más civilizadas. Por ahora, yo simplemente digo: Que sea lo que Dios quiera”.
  • 17. 17 SÓLO SÍ MISMO “LA grandeza de Dios -comenzó Paramecio su discurso- reside en la unidad de todas sus inexistentes partes. Dios está compuesto solamente de sí mismo. Dios no puede ser fragmentado ni tener sucursales.” Todos se miraron con la perplejidad de los ignorantes, temerosos de que aquellas palabras de Paramecio fuesen blasfemas, pero se tranquilizaron cuando Paramecio habló de nuevo para decir: la existencia del mundo es más inconcebible que la existencia de Dios. Yo mismo, estoy formado por diez billones de células que están formadas a su vez por millones de millones de proteínas gigantescas formadas por un infinito número de moléculas estructuradas con un desconcertante e infinito número de átomos. Esas cifras son inadmisibles. Y no soy el único ser en que habita esa infamante locura de números. Usted y usted y usted (recuerdo que temblé cuando me señaló a mí) también son ese inconcebible equilibrio de partículas casi inexistentes. Y no sólo ustedes. ¡También son semejantes a ustedes, y a mí mismo, los cinco mil de millones de seres humanos que poblamos la Tierra! ¡y también son ese disparate infinito los animales, desde los elefantes a las bacterias más rudimentarias!” Y continuó en creciente exaltación: “-Y los seres inanimados, los que no tienen vida, están también formados, como nosotros, por infinitos infinitos de infinitos átomos. Y las estrellas, y las galaxias, y lo que hay, en número inconcebible de legiones, detrás de las galaxias. Por eso es imprescindible que exista algo, para nuestro consuelo, que sólo esté hecho de sí mismo, sin esas enormes cantidades de porquerías que nos conforman a quienes somos materia.” “Nuestra obligación -concluyó Paramecio su discurso- es descubrir dónde reside esa grandeza”. Cuando terminó hubo un abrumador tronar de silencios. Por los pasillos vi que se alejaban varios teólogos palpándose, llenos de angustia, las neuronas y sus certezas de toda la vida. Muchos iban llorando, abrazados a sus esposas.
  • 18. 18 DE LOS ENTES INCONMENSURABLES HAY dos conceptos que perturban desde hace siglos la llamada razón de los hombres: la eternidad y el infinito, parientes ricos de otros entes menores, el tiempo y el espacio, más asequibles a las limitaciones de nuestro intelecto. Todos podemos comprender el espacio que contiene una pelota de “tennis”, pero nadie puede imaginarse un espacio, también esférico, que no tenga límites. Es más fácil imaginar que el tiempo se acabe algún día que imaginar que el espacio se termine o se precipite por los acantilados de sus últimos (e inexistentes) límites. A veces, yo, Paramecio Soluto, interrogo al pueblo sobre su idea de la eternidad y compruebo divertido que todos piensan que la eternidad es algo que está frente a nosotros. Nadie la imagina extendida también hacia la derecha o hacia la izquierda, hacia atrás, hacia delante, hacia arriba o hacia abajo. Otra cosa que me ha sorprendido de los hombres es que cuando les interrogo sobre el infinito siempre piensan que es algo que les rodea, y que ellos están en el centro. Nadie acepta estar situado en la periferia del infinito, puesto que carece de límites -dicen- y siempre, absolutamente siempre, todos nosotros, estemos donde estemos, siempre seguimos en su centro, equidistantes de sus límites fantasmas. Y lo mismo pasa con la eternidad. Puesto que siempre es infinita hacia atrás o hacia delante, nosotros siempre vivimos en el centro de la eternidad. Dentro de nuestra miseria, ¡qué consolador es saber que gozamos de ese singular don de los Cielos o de la Naturaleza! Otro día hablaremos de otro dilema tan complejo como los tratados en nuestras reflexiones anteriores. Me refiero a la nada, en cuyo centro, equidistante de todos sus puntos inexistentes, también residimos, rodeados siempre de una nada que ni siquiera ella la puede ocupar con su enormidad y su grandeza, porque frente a la nada, si nos detenemos a contemplarla, siempre se extiende más nada, que nos contempla también a nosotros con sus ojos sarcásticos y apenas perceptibles. Pero de la nada hablaremos con más detenimiento otro día, si la angustia nos permite sobrevivir hasta entonces.
  • 19. 19 ¿QUIÉN ESTÁ LIBRE DE PECADO? LA severidad moral debemos aplicarla antes que a nadie a nosotros mismos y jamás tener la osadía blasfema de decir que quien esté libre de pecado tire la primera piedra, porque, ¿existe un sólo hombre que pueda pensar esa frase sin sonrojarse y sentir en el cogote el frío de la sonrisa irónica de los cielos? Yo, lo confieso, no me siento con fuerza moral para arrojar a nadie una primera piedra, en primer lugar porque soy incapaz de levantar del suelo las piedras que los hombres se merecen, y en segundo lugar, porque la justa mano de la Justicia aplicaría en mí su superior rigor moral y me podría sepultar en la copiosa granizada de piedras que ordenara su inapelable autoridad jurídica. Yo no soy quien para juzgar a nadie, y mucho menos para condenarle. Yo uso mi rigor, como he dicho, sólo para conmigo mismo, y a mí mismo me arrojo piedras que, afortunadamente, suelen dar en lomos ajenos, porque soy experto en balística moral y punitiva. Lo aconsejable para vivir en paz y sosiego es aprender lo que yo llamo la esgrima de los pedruscos. A mí, que no arrojo piedras a nadie, no me gusta que me las arrojen aunque me lo merezca. Por eso, siempre que veo por los cielos una piedra que ha sido lanzada contra mi persona, procuro eludir la pedrada y me agacho o me aparto aunque esa piedra golpee a un inocente que camine a mi lado. Y aquí viene mi duda. ¿Me comporto dignamente viendo cómo otro hombre, supuestamente inocente, recibe el castigo que yo merecería? Esa duda acrecienta mis ansiados morales, pero siempre acabo por tranquilizarme cuando reflexiono y me digo: “Si, esa piedra no era quizás la suya, pero seguramente se merecerá piedras mayores. Él, como dicen los árabes de sus mujeres, ya sabrá por qué le ha caído este castigo”. Y así vuelve de nuevo la paz a mi atormentado espíritu.
  • 20. 20 ¿DÓNDE ESTÁ LAABUNDANCIA PROMETIDA? A nosotros, desdichado rebaño de los hombres, llevan miles de siglos diciéndonos que en el mundo hay bienes suficientes para que todos sobrevivamos cómodamente a la catástrofe de haber nacido. Y eso, lo afirmo yo, Paramecio Soluto, es falso. De la misma manera que nuestros gobernantes nos abruman pidiéndonos que no consumamos más agua que la imprescindible para calmar nuestra sed y limpiamos un poco nuestras asquerosidades naturales, que pensemos que no hay agua suficiente para todos, que el agua es un bien escaso, de la misma manera deberían decirnos una verdad que todos los gobiernos ocultan a sus gobernados. Una triste verdad que yo, Paramecio Soluto, me atrevo a decírsela a ustedes a pecho descubierto: La felicidad también es un bien escaso. En el mundo no hay suficiente felicidad para todos los que lo habitan. Muchos vivirán su vida como unos pobres desdichados desde que nacen hasta que mueran envueltos en unos tristes sudarios y en majestuosas maldiciones que nadie escucha. Porque nadie quiere saber esa triste realidad. Todos viven, engañados por la falsa felicidad de las vanas, las necias, las imposibles esperanzas. Lo correcto sería repartir entre todos los que nacen la poca felicidad que les corresponde por haber nacido. Así serían felices en su modestia espiritual y económica. Pero los gobiernos prefieren que el pueblo crea que hay felicidad suficiente para todos por razones que todos conocemos. Ésta es la verdad, ésta es la tragedia. Verdad y tragedia que debería ser conocida por todos. Pero preferimos ocultarla. Y por no hacernos a todos ligeramente desdichados nos hacen desdichados profundos, malviviendo en el error y en las vanas esperanzas. Y así nos va y así nos seguirá yendo en el futuro.
  • 21. 21 EL MERECIDO CASTIGO A LOS LIBIDINOSOS YO, Paramecio Soluto, puedo afirmar y afirmo, por mis experiencias de libidinoso convicto y confeso, que tales pecadores no iremos al infierno. Nos esperan las penas mayores, en nuestro caso, del purgatorio, del que jamás saldremos, porque en tales estancias, supuestamente temporales, viviremos toda la eternidad. Allí sufriremos un castigo contrahomeopático, es decir, que nuestro humilde pecado será tratado con dosis enormes de lo mismo. Pero dejemos las filosofías y vayamos al grano: Y el grano dice que los libidinosos seremos condenados a yacer eterna y constantemente con todas las mujeres que hayan vivido desde la creación del mundo hasta que el Señor tenga a bien extinguirlo definitivamente. Y ese castigo, que parece una bendición, es una terrible tortura porque las mujeres con que yazgamos serán “las hembras feas, las viejas, las tullidas, las enfermas de males de desescamación epitelial, las halitósicas, las senectas, las hediondas y cuantas ofenden los cánones de la belleza según los antiguos griegos y según los modernos canales de televisión”. Así, dicen los justos, pagarán los libidinosos sus culpas en el Más Allá, mientras los castos gozarán de la constante presencia (espiritual) de las mujeres que supieron hacerse respetar. Y oirán eternamente sus dulces y armoniosos cantos. Dicen, me han dicho, que algunos degenerados han afirmado gozosamente que a ellos les alegra la noticia de su condena, porque esas mujeres que pintan enfermas, feas y semidescompuestas también tienen su encanto. Y que han añadido: “Los buenos “gourmets” sabemos saborear las carnes putrefactas”. Yo no soy de ésos, y por mi bien y por la calma y serenidad de mi espíritu prefiero ir al infierno. Hagan ustedes lo mismo, porque al final la eternidad acaba, con el tiempo, por hacerse un poco larga. Y es mejor pasarla solo que mal acompañado.
  • 22. 22 EL FRACASO DE SÓCRATES YO, Paramecio Soluto, me atrevo a decir que Sócrates fue un fracasado a pesar de su condición de octavo de dioses (Sócrates nunca llegó a ser semidiós) como llegaron a decir de él algunos atenienses. Sócrates fracasó, como han fracasado todos los moralistas que se han empeñado en conseguir lo que quieren todos los moralistas: que cambien los hombres hacia el bien con mayúsculas, o sea el Bien. Sócrates escuchó decir al oráculo de Delfos lo de “Conócete a ti mismo” y se empeñó (Sócrates siempre estaba empeñado en algo) en que los hombres tomaran en serio el oraculado mensaje. Pero los hombres jamás han hecho caso a los oráculos, si obedecerles significa hacer algún esfuerzo. Por eso los hombres siguen sin conocerse. No porque sea imposible que los hombres se conozcan, sino porque los hombres y las mujeres prefieren conocer al prójimo mejor que a sí mismos. Esto que han leído ustedes no son palabras de Paramecio Soluto. Son verdades como puños. De Paramecio Soluto, naturalmente. Nuestras vidas están dirigidas a contemplar, a deformar, a criticar y a condenar las vidas ajenas. Esa es la meta intelectual de todos nosotros. Y quizás sea razonable de que sea así. Porque, ¿qué interés tiene conocer nuestras monótonas y mediocres vidas estando ahí frente a nosotros en los periódicos, en las radiofonías y en las televisiones la riquísima vida de las actrices, de los políticos, de los deportistas, de las princesas de Mónaco, de los enfermos del virus de Ébola, de los violadores, de los jefes de gobierno, de los fiscales que nos libran de las tentaciones, de las andanzas de los estafadores, de los delincuentes, del, en resumen, nuevo Parnaso universal que nos deslumbra con sus vidas paradigmáticas? ¿Quiénes somos nosotros para conocernos, sí, seguramente, conocernos nos va a conducir a mayores desesperaciones? Por eso Sócrates fracasó como han fracasado siempre, y seguirán fracasando siempre, todos los moralistas que en el mundo han sido y los que caigan en esos vicios perversos en el futuro. Es nuestro destino.
  • 23. 23 EL SISTEMA BINARIO YO, Paramecio Soluto, llevo siglos diciendo que no hay nada nuevo bajo el sol, ni siquiera esa simpleza de que no hay nada nuevo bajo el sol, que Adán y su concubina Eva lo iban diciendo por lo bajo, se ignora por qué razones históricas, cuando fueron expulsados del Paraíso. Ahora todos hablamos, a ojo por supuesto, del sistema binario, corazón de todos los artefactos que calculan los meganúmeros de nuestra vida técnica y febril. Y, como bobos, consideramos una invención moderna eso de “Abierto o cerrado”, “Sí o no”, “Cero o uno”, que son la base de las nuevas aplicaciones de las ciencias matemáticas. Una vez más, yo, Paramecio Soluto, debo educar al pueblo y a sus educadores y digo: “¡Eso del sistema binario, del sí o del no, es más viejo que la tiña!”. El hombre lleva millones de años hablando en ese rústico mecanismo del cálculo y la comunicación. Basta con que miremos los ojos de quienes nos escuchan para advertir que nadie atiende los razonamientos del prójimo, sino que van respondiendo mentalmente sí o no, según sus intereses, sus conveniencias, sus prejuicios o sus ignorancias. Nadie atiende a matices ni razones. Todos, cuando recibimos un estímulo ajeno, automáticamente lo aceptamos o lo negamos para responder con otro mensaje que es también oído binariamente, es decir: “Sí o no”. “Le creo o no le creo”. “Miente o cree que dice la verdad”. “Blanco o negro”. “Izquierdas o derechas” y así sucesivamente, sin escuchar razones ni matices, afirmando el sí de sus intereses o negando el de los ajenos. Y dicho esto, termino con la tristeza de no poder saber si usted, querido lector, ha pensado que esto que he escrito es una tontería o una reflexión profunda. Yo sí lo sé. Y por eso también hoy lloro como siempre que lloro cuando pienso qué pensarán ustedes de mí, que solo soy un humilde Paramecio Soluto, para lo que ustedes gusten (o no gusten) mandar.
  • 24. 24 EL PATRIOTISMO EN mis tiempos no nos avergonzábamos de amar a la Patria. Ahora, sí. Ahora ni se menciona su santo nombre, porque muchos lo toman como una blasfemia anticonstitucional. Yo, Paramecio Soluto, amo a mi patria porque sé que ese amor siempre es un amor correspondido. Sé que es difícil expresar en términos legales qué es la Patria y qué el amor que los dignos sentimos por ella. Recuerdo que hace años me contaron cómo un sargento se sentía incapaz de explicar qué es el patriotismo a sus soldados. Después de muchas rectificaciones y titubeos explicó qué es el patriotismo con toda claridad: -¿Veis -dijo- cómo cuando se acerca un francés os entran ganas de darle un porrazo (él dijo otra palabra más castrense) ahí en ese sitio? ¡Pues eso es patriotismo! Ahora la Patria es un concepto político, ya no se lleva en el corazón. Estoy seguro de que no tardaremos en oír que alguien explica el patriotismo diciendo: -Pues el patriotismo es… ¿Veis cuando se acerca el jefe del partido político que siempre se nos enfrenta, nos entran ganas de darle una patada donde se la merece? ¡Pues eso es el patriotismo! Qué hermoso era en mis tiempos sentir que cuando pasábamos de unas tierras de España a otras nos movíamos como si anduviéramos por los pasillos de nuestra casa. Ahora, a veces, parece como si entrásemos en el extranjero “light” de otro continente. Por eso propongo crear un instituto para el respeto y amor a la Patria, aunque ese instituto sea, me temo, una rama más de los Institutos Gerontológicos para la protección de especies en extinción. Dicho eso paso a enjugarme la lágrima que antes sólo nos brotaba cuando oíamos entonar el himno nacional. Y ustedes perdonen si les he molestado.
  • 25. 25 MASOQUISMO YO, Paramecio Soluto, lo confieso, no soy patriota por los cuatro costados, yo soy un patriótico icosaedro por mis veinte costados. No puedo evitarlo. Nací así y así moriré, a ser posible de muerte natural y no por la Patria, si morir por la Patria es morir por su derecha o por su izquierda, según va siendo habitual últimamente. Por eso, yo, Paramecio Soluto, me indigno de quienes van ofreciendo una imagen falsa de España, una imagen peyorativa como se suele decir. No creo que exista en el mundo un país que sufra mayores interpretaciones injustas de sí mismo como el nuestro. Cuando los ingleses hablan de sí mismos, ese sí mismos que eligen es miembro de la aristocracia o de sus restos, de la universidad y de sus grandezas, de sus victorias imperiales, poco a poco perdidas ya en los horizontes posteriores, y de sus nostalgias. Cuando los españoles hablamos de nosotros mismos hablamos de bandoleros, de miserables, de los que sufren, y de los que bailan flamenco vestidos de toreros. Yo, Paramecio Soluto, contemplo con tristeza que jamás se elogia, ni siquiera se habla, de nuestra historia, y cuando se habla de ella se eligen siempre sus aspectos más sombríos. Enseguida surge el clero y su inclemencia, enseguida se habla del pobre Cervantes y lo de “con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”, sin recordar que Shakespeare tenía que ir obligatoriamente a los oficios religiosos en Stratford-on-Avon porque los pastores protestantes pasaban lista para que no se escapara ni uno solo de sus deberes para con Dios, que todo hay que decirlo. Para los ingleses, un inglés es un noble aristócrata. Para los españoles, un gañán o un bracero acosado y humillado por sus señoritos. Y esto tiene que acabar. En próximas reflexiones hablaremos de estas cosas con más detenimiento. Se admiten sugerencias.
  • 26. 26 LOS LÍMITES DE LA CARIDAD DURANTE algún tiempo, para hacerme perdonar los muchos pecados que cometí en mi juventud, di limosna a cuantos necesitados me lo pedían. Esos actos piadosos los practiqué hace años cuando los pobres no eran tan abundantes, cuando los pobres eran pobres íntimos que conocían nuestros nombres, y nosotros, los piadosos, conocíamos los suyos y los de sus familiares tanto ascendentes como descendientes. Aquellos pobres de antes a veces me decían: -Don Paramecio, no sea usted tan generoso. Guarde algo para el día de mañana, que entonces también seguiremos necesitando sus ayudas. ¡Cómo han cambiado las cosas! ¡Qué razón tenía Malthus cuando dijo que a los ricos les disminuirá su fortuna en proporción aritmética y que a los pobres les aumentará su pobreza en proporción geométrica! Ahora los pobres son pobres anónimos, indeterminados, desconocidos. ¿A cuántos de ellos debo ayudar con mis limosnas? ¿A los cinco primeros que me la pidan o debo reducir mis ayudas para complacer a los cien o doscientos siguientes que me abordan todos los días? Mis limosnas diarias son algo para pocos y nada para muchos. Estos problemas no son sólo matemáticos. Son también problemas de imagen. ¿Qué pensarán de mí los últimos que reciban de mí las miserables migajas que puedo darles? Para no sonrojarme cuando les niego mi ayuda, desde hace días pido a mis primeros pobres que me den un certificado de que han recibido el dinero equis de ese día. Con esos certificados justifico mi aparente tacañería con los demás pobres y además, me han dicho, puedo desgravarlo de mi declaración de la Renta, y reinvertirlo de nuevo en ayudar a pobres. Espero que eso no sea delito fiscal, aunque, pienso a veces: “¿Quiénes son más pobres: los pobres que piden por las calles o el Estado que pide desde sus Presupuestos Generales?” CONTINUARÁ.
  • 27. 27 LOS HOMBRES DE POCAS PALABRAS SIEMPRE se ha creído, y desdichadamente se sigue creyendo, que detrás del silencio de los hombres de pocas palabras se oculta una majestuosa sabiduría. Y eso, lo afirmo yo, Paramecio Soluto, doctor en hermenéuticas de los silencios, es falso. Tras los silencios sólo hay silencio. En mi larga vida he conocido hombres de pocas palabras que eran respetados y temidos hasta el día en que abrían la boca para decir con gravedad: -¡Efectivamente! Y de nuevo, tras el estupor que producía su agudeza, volvía a su silenciosa y potencial sabiduría hasta que de improviso, después de escuchar las palabras sabias o necias, daba lo mismo, de alguna gloria vigente, abría de nuevo su boca de oráculo para decir: -Quizás. A veces los hombres de pocas palabras escriben unos libros banales y candorosos, como de poetisas insomnes, y todos sus admiradores, avergonzados de su confiada fe en el hombre de pocas palabras que les embelesaba con su silencio, dicen: -Ya no es el de antes cuando siempre estaba callado. Los hombres de pocas palabras muchas veces caminan dormidos con los ojos abiertos y tienen esas miradas profundas de los muertos que acaban de percibir la tristeza de la nada, porque, digámoslo sin temor, la nada de la muerte es triste, según no se ha querido demostrar por no herir las sensibilidades y esperanzas tradicionales. Los hombres de pocas palabras, a veces explosionan en silencio como esos fuegos artificiales que se apagan lentamente en los cielos oscuros de las fiestas municipales. Y miles de vocales y consonantes, mayúsculas y minúsculas no pronunciadas se extinguen para siempre.
  • 28. 28 CÓMO SE PUEDE CALCULAR CON REGLAS SENCILLAS NUESTRO AMOR AL PRÓJIMO LOS letristas de los antiguos boleros sabían del amor, de sus lágrimas y de sus tristezas casi tanto como Teotrasto, famoso por ser discípulo de Aristóteles y ser también un agudo analizador de las pasiones humanas. Si embargo no llegaron ni siquiera a intuir que esos gozos y esos dolores podrían calcularse matemáticamente como don Isaac Newton calculó las atracciones y las repulsiones de los astros y de los pedruscos de los riachuelos. Los literatos de letras de boleros siempre insistieron en decir que en el amor la distancia es el olvido, pero no supieron que esa distancia esté en relación directa al cuadrado de la distancia en que se encuentra el ser amado, que, por lo tanto, cuando se aleja, sufre menos la atracción de la gravedad del amor. Curiosamente ocurre que el amor también disminuye en relación al cuadrado de la proximidad al objeto amado. Debo decir que me estoy refiriendo, no al amor del eros y la sensualidad y el deseo a un ser objetal individualizado, sino al amor al prójimo. Este amor al prójimo, como digo, disminuye en relación al cuadrado de la distancia o la proximidad en que se encuentra el supuesto prójimo. Ustedes, amables lectores, pueden comprobar experimentalmente este hecho matemático. A un pastor que viva en la lejana Mongolia sólo le amamos unos minutos cuando leemos que un terremoto ha hundido la comarca entera en que habita, y a un vagabundo que se nos meta dentro de la camisa, al que amamos en la distancia que imponen la educación y los límites de la caridad, dejamos de amarle casi instantáneamente al sentir su piel desescamada. Reflexionen sobre estos singulares hechos de la naturaleza y saquen las consecuencias que más convengan a la paz de sus espíritus. He dicho.
  • 29. 29 LAS ESPERANZAS ALCANZADAS EN aquellos tiempos de las ingenuas esperanzas, cuando eran jóvenes esas gentes, ahora perplejas, que creían que todos los imaginados horizontes son orégano, en aquellos tiempos se creía que la libertad sexual era la puerta que abriría todas las puertas de las libertades futuras, vagamente intuidas en las modorras de las siestas eróticoesperanzadas. En aquellos tiempos, insisto, cuando millones de ingenuos y de ingenuas decían aquello de que querían libertad para “poder realizarse”, todo eran canciones y policromías y sudes californianos y mirar el futuro con arrobo y el pasado con desprecio. Pues bien, me atrevo a preguntar yo, Paramecio Soluto: de aquellos millones de constructores de la nueva historia, ¿qué se fizo?, de aquellas luces brillantes, ¿qué se ficieron? Ahora, al amanecer de los días que iban a ser días de esperanza “concretizadas” (sic), aquellos millones de seres masculinos y femeninos de calzas caídas, viven en las mismas penumbras en que vivían y todos los días se asoman a las ventanas de sus futuros que dan a descampados de tísicos horizontes, y se dicen sonándose las mucosidades matutinas: -¿Y aquellas esperanzas sólo eran esto? Y se sobresaltan al oír que con el amanecer llegan a casa sus hijos de no sabe dónde, de hacer no se sabe qué, para descansar todo el día de sus desconocidas fatigas en los cuartuchos donde los posters de ridículos conjuntos musicales del alarido han cubierto la imagen de Ché Guevara en la agonía. Y llenos de resignación y mansedumbre, aquellos de entonces hojean ahora los suplementos dominicales para ver qué serie cómica ponen ese día en la tele. Y se asoman al espejo y comprueban con tristeza post-revolucionaria que hasta las lágrimas han huido de su esperada felicidad. Sea usted licenciado en Ciencias Económicas para esto.
  • 30. 30 VER SÓLO UNA MIL MILLONÉSIMA PARTE DICEN los pediatras que los niños, cuando nacen, durante algún tiempo sólo ven la realidad situada a unos veinte centímetros de sus ojos. El resto del mundo es para ellos sombras grises de las que surgen, para su espanto probablemente, rostros que gesticulan expresiones de amor, caras deformadas, grotescas, incomprensibles para los pobres niños atónitos y espantados. De vez en cuando aparece súbitamente ante sus ojos la semiesfera rosada del pecho de su madre coronado por un generoso pezón, única imagen tranquilizadora que perciben los pobres niños durante los primeros días de su vida, días de perplejidad y de terror, se supone. Pues bien, yo, Paramecio Soluto, me atrevo a decir que esas breves percepciones que ven los niños recién nacidos las vivimos nosotros los adultos durante toda nuestra vida. El futuro se nos aparece inesperadamente y nos aterra con sus imágenes grotescas ajenas a nuestros deseos, que tan inesperadamente como aparecieron vuelven a desaparecer para ser sustituidas por nuestros rostros congestionados que nos hacen muecas para prometernos lo que todos nosotros estamos esperando que nos prometan. Y vemos jueces, tribunales, leyes, culpables, inocentes, presuntos, sentenciados, hambrientos, saciados que se acercan y alejan de nosotros hasta que un día, por fin, sin ya desearlo, rompe la niebla de la ignorancia que nos rodea la rosada tentación del pezón de nuestras madres, de la que glotonamente mamamos la felicidad que nos prometieron las estadísticas. Poco después, para nuestro desconsuelo, la tela huye y otra vez, amablemente pero a gritos, nos dice no sé qué cosas del futuro que nos espera, hasta que un día, por fin, ocurre lo que ocurre. Y eso, con mayor o menor cuantía económica, nos ocurre a todos, gracias a no sé quién. He dicho.
  • 31. 31 LA CADENITA DELAUTOR TODOS recibimos con frecuencia esas candorosas cartas de amor universal que nos prometen felicidad, paz y riqueza si facilitamos su difusión enviando tres cartas iguales a tres amigos nuestros que necesiten esos ansiados dones. Pues bien, yo, Paramecio Soluto, para tranquilizar las ansiedades y para calmar los sollozos de los cientos de miles de autores, literarios o no, que escriben libros sin recibir a cambio el aplauso benévolo de sus inexistentes lectores, yo, repito, Paramecio Soluto, he inventado un sistema para resolver las tristezas de esas ansiedades y de esos sollozos citados. He inventado “La Cadenita del Autor”. Quien consiga que le editen un libro deberá enviar tres ejemplares a tres conocidos o desconocidos, informándoles que si cada uno de ellos envía el libro a otros tres amigos y esos tres a otros tres nuevos presuntos lectores, y así sucesivamente hasta agotar las diez primeras ediciones, todos ellos, honrados miembros de la Cadenita del Autor, recibirán incontables dones, riquezas y felicidades y alcanzarán la paz en la tierra y la gloria en el cielo y hasta, quizás, el Premio Nacional de Literatura, que próximamente se otorgará no a los autores sino a los lectores que demuestren haber leído más de dos libros en los últimos quinquenios en curso. Con esta sencilla y piadosa Cadenita del Autor, miles de autores, hoy arruinados de dineros y esperanzas, volverán a su trabajo y vivirán con dignidad y decoro. Y miles de ciudadanos ausentes de la lectura, volverán a tener un libro en las manos. Y se vivificarán las artes gráficas, los servicios nacionales de Correos y Comunicaciones, crecerá el erario público y descenderá en un punto (augurio a comprobar más tarde) el alcoholismo de la juventud, el analfabetismo de la madurez y la astenia senil del manso rebaño de los amnésicos gerontológicos. Y la Patria volverá a ser lo que fue en los siglos pasados. Supongo.
  • 32. 32 A LOS OJOS DE TI MISMO DECIR que no existe ningún gran hombre ante los ojos de su mayordomo es una reflexión banal de una mediocridad casi inglesa, por no decir absolutamente inglesa, tan superficial como las nimiedades con que Óscar Wilde deslumbraba en los salones de las nietas de los corsarios ingleses a las tales nietas, a sus abuelas y a las sorbedoras de los “faiv ocloc tis” de sus tiempos. Hay que decir, con virilidad de asceta atormentado, que lo que no existe es ningún gran hombre ante los ojos sí mismo. Nadie conoce como nosotros mismos nuestras debilidades ante los poderosos, nuestra cobardía ante la soberbia de los fuertes, nuestras vilezas ante los amores puros que despreciamos, nuestras presunciones escritas o reflexionadas en las ansiedades de nuestro estreñimiento, nuestras falsas, interesadas valentías, nuestras almorranas sanguinolentas. Nadie como nosotros mismos sabe cuánto sufrimos, cuánto padecemos los imbéciles encumbrados por la buena fortuna o las buenas herencias para ocultarnos de nosotros mismos a nosotros mismos, aunque esos esfuerzos serán inútiles porque nadie escapa a su conciencia, a su propio juicio, porque tarde o temprano, por muy engreimiento, por muy tonto, por muy miope que sea de sí mismo, un día aparecerá ante él su verdadera imagen, al aire sus vísceras morales, abiertos en canal sus intestinos delgados y gruesos con todos los excrementos de su alma circulando mansamente como corren esas cosas por las alcantarillas. Y esa imagen nos dirá. -Soy tú y no niegues que me conoces. Y entonces, ¡oh, querido amigo!, entonces, enfrentados a la verdad de nosotros mismos, seguiremos siendo lo que fuimos hasta entonces, aunque poco a poco nuestras sonrisas se irán transformando en el famoso rictus que aparece en las fotografías y que nos dice: No hay ningún gran hombre ante sí mismo. -Que es lo que se quería demostrar.
  • 33. 33 SER O NO SER DE NACIMIENTO YO, Paramecio Soluto, desde la autoridad moral que me confiero a mí mismo, digo: -La dificultad de juzgar con justicia y equidad reside en que las sentencias deben fundamentarse en hechos que casi siempre se ignoran. Condenamos a los reos por sus culpas presentes y no por las razones antiguas, muchas veces prenatales, que condujeron al delincuente a la realización de su delito. Yo recuerdo haber preguntado hace años a un niño: -Y tú, Luisito, ¿qué vas a ser de mayor? -Yo, lo quiera o no lo quiera, seré delincuente, don Paramecio. -¿Y por qué serás delincuente? -Porque las condiciones socioeconómicas en que vivo me impelen a ello inexorablemente. Y así fue. El desdichado Luisito fue ejecutado a garrote vil años más tarde. Y, sin embargo, era inocente. Su delincuencia era congénita. Sus abuelos, sus padres, sus tíos carnales y sus hermanos de leche también lo fueron. Hay otros niños, nacidos de cunas respetables y crecidos en los lujos de las Universidades de prestigio, que delinquen sin que se pueda decir que lo llevaban en la sangre, como se decía antes, en los genes como se viene diciendo ahora hasta que se descubran otras fatídicas razones más poderosas todavía. Estos últimos delincuentes son más culpables que los primeros aunque hayan realizado delitos parecidos en el género, en el número y en el caso, pero distintos en su cuantía económica, pues bien se sabe que unos roban dos gallinas y otros despluman bancos o cooperativas enteras. Son, como claramente explicó Plutarco, dos vidas paralelas que por fin se encuentran en las páginas de los periódicos, aunque, debemos decirlo, unos en las páginas de sucesos y otros en los severos editoriales de los elogios y las excusas.
  • 34. 34 LA INVASIÓN DE LAS ERÓTICAS NADIE podía imaginar que el erotismo acabaría por invadir todos los espacios, extensiones y oquedades de nuestra España, tanto físicos como espirituales. Todo está erotizado, pero no erotizado del viejo erotismo, sino de la erótica que el Diccionario de la Lengua Española define como “la atracción muy intensa, semejante a la sexual, que se siente hacia el poder, el dinero, la fama, etcétera”. Hace años se puso de moda señalar cómo los políticos sucumbían fácilmente a las tentaciones de la erótica del poder y muchos dijeron que esa erótica de poder en realidad encubría eróticas más profundas: eróticas de los beneficios que procura el poder, y eróticas de los etcéteras citados en el Diccionario de la Lengua, casi siempre secretos por inconfesables. Pues bien, esa erótica se ha extendido hacia otros ámbitos del alma y ha dejado de ser una pasión por lo que antes se llamaba el pecado para dirigirse hacia las virtudes que todos creíamos extinguidas. Ahora hay erótica hacia los pobres negritos de África, erótica de ofrecernos por el bien del prójimo (lejano a ser posible), erótica por los menesterosos, erótica por los discriminados y erótica por todos los necesitados del mundo. Es admirable la inclinación por esas eróticas piadosas que ya fueron practicadas en la antigüedad. Muchos santos besaban por piedad las llagas de los apestados elegidos para que tuviesen la ocasión de practicar la virtud de la paciencia y la virtud de acatar con alegría las pruebas que se les enviaban desde los cielos. Por eso alabamos esa piedad ahora recuperada y, alegres, decimos, yo, Paramecio Soluto, el primero: -Bendita sea la erótica de las ONGS, gran erótica de los tiempos modernos, y loados sean los recipiendarios que incrementan la infinita piedad de los innumerables ONGS con que el cielo nos ha regalado por el bien de no se sabe quién, pero bien al fin y al cabo.
  • 35. 35 EL FIN DE LOS HIDALGOS APENAS contemplar cómo la antigua estirpe de los hidalgos se va extinguiendo irremediablemente. Apenas existen ya hidalgos. A veces se ve pasar a los supervivientes, absortos en sus soledades, mirando al mundo con la triste mirada de los que saben que pronto morirán en olor de honradez y dignidad. Los viejos hidalgos, los hijos de algo, los hijos de sus buenas obras -porque sólo consigue hidalguía quien cumple grandes y honestas obras- están muriendo, porque ¿quién puede ser honesto y digno, sin parecer ridículo, en estos tiempos, sucios tiempos, en que vivimos? Es difícil perseverar en la virtud rodeados de desvergüenzas pregonadas y aplaudidas. Don Quijote fue el primer hidalgo vencido por los necios, por los soberbios, por los ciegos y sordos a su grandeza. Don Quijote murió cuando comprobó que el mundo, a su generosidad sólo había respondido con burlas y acusaciones de locura. La derrota de Don Quijote fue una derrota de la humanidad entera. Desde su muerte, su serena y piadosa muerte, nadie sale ya a los campos a cumplir hechos gloriosos, a acometer obras buenas, requisito indispensable para llegar a ser hijo de algo, que es como decir hijo de sí mismo. Yo, lo confieso, yo mismo, Paramecio Soluto, una vez quise comportarme con hidalguía haciendo el bien sin esperar un premio, pero no tuve fuerzas y acabé por despeñarme por las vilezas a las que me empujó mi corazón pusilánime, que aún me late en la conciencia. Y así vivo, junto a otras gentes como yo, con el remordimiento de haber justificado mi vileza por un miserable puñado de cientos de miles de millones de pesetas, triste premio que, en el fondo, al precio que se están poniendo las cosas, es una mísera recompensa. Reflexionen como yo, júzguense como yo y el que no esté de acuerdo que levante el dedo y pase la hoja después de confesar que él jamás cayó en las miserables tentaciones del mundo, porque jamás tuvo la fortuna de que se las ofrecieran. ¡Qué dirá Dios de nosotros, Dios mío!
  • 36. 36 ¿QUÉ OÍMOS, QUÉ MIRAMOS, QUÉ VEMOS? PARA todos nosotros el mundo es solamente una proyección de nuestros temores y de nuestras miserias. Hace años, cuando yo no era lo que soy ahora, leí que las señoritas que temen estar embarazadas sólo ven embarazadas por las calles. El resto del mundo ha desaparecido. Los arruinados o empobrecidos sólo ven las fachadas de los bancos, y los castos forzados se sienten constantemente rodeados de carnes tentadoras a la altura de su dentadura. Pues bien, ayer comprobé la verdad que afirma que del mundo externo sólo vemos nuestro mundo interior y sus angustias y sus preocupaciones. Iba yo, Paramecio Soluto, en un autobús, medio de comunicación social que utilizo para conservar serenos mis nervios de conductor, cuando oí a un pequeñuelo gritar para que su madre viera algo que le había interesado: una pequeña mancha que ensuciaba uno de los cristales del autobús. Me sorprendió la expresión de tristeza que ensombreció el rostro de la madre, pero luego comprendí la razón de su tristeza y la excitación del niño, en cuya frente lucía una gran mancha, de esas que el pueblo llama antojos. El niño estaba viéndose a sí mismo y mostraba su ansiedad y su preocupación. En aquel mundo de gentes, de empujones, de olores, de frenazos, de ruidos, de gestos agrios y cansados el niño sólo se veía a sí mismo. Reflejado en la macha de cristal de la ventana. Ahora paseó por las calles y estudio a mis queridos prójimos y por la dirección de sus miradas suelo adivinar qué tristezas, qué ansiedades les están estrujando el corazón. Pero yo no puedo hacer nada para ayudarles y sigo mi camino mirando siempre a algo inconfesable que camina frente a mí y que quizás algún día se lo cuente a quien quiera escuchar mi confesión, aunque sé que no me creerá cuando la oiga. Las manchas del alma no se ven tan fácilmente como las manchas de los antojos que a veces tienen los niños en sus frentes.
  • 37. 37 MOSOLAMO UNA de las más placenteras lecturas que existen es la del “Tesoro de la Lengua Castellana y Española”, de Sebastián de Covarrubias Orozco. Para mí, Paramecio Soluto, leer “El Covarrubias” es una de mis, repito, más placenteras lecturas. No hay programa televisivo ni sesión cinematográfica que iguale las dulzuras de ese libro, que deleita, instruye y nos conduce por el difícil camino del sentido común de los antiguos que lo tuvieron. Digo esto, porque asombrado del crecimiento de los adivinos que emponzoñaban últimamente la razón tambaleante de los ingenuos, consulté a don Sebastián, quien me advirtió en primer lugar que presumir de adivinar agüeros se entiende entre gentiles y bárbaros, no entre cristianos. Y cuenta luego que Molosamo, judío, mandando tropas fue advertido por un adivino que debía detenerse hasta que un ave que estaba allí tomase agüero. Mosolamo despreció al augur, tensó su arco, disparó una saeta, mató a la inoportuna ave y explicó. “Si ésta no sabía lo que convenía a su propia vida, ¿cómo podría denunciar el fin que tendrá nuestro camino? Si supiese las cosas venideras, no viniera a este lugar donde Mosolamo le matara con su arco”. No pido yo, Paramecio Soluto, hombre de virtudes piadosas y apacibles, que extirpemos las locas avecillas agoreras que engañan a los tontos que les creen cándidamente, pero si aconsejo a sus quizás futuras víctimas que lean el Covarrubias, porque al placer de leerlo se añaden sabios consejos como éste de Mosolamo, que no se dedica a diezmar agoreros de los de ahora con su arco justiciero, porque hace siglos que está enterrado en tierras de Oriente Medio, muerto de cuerpo, pero vivo de sabiduría. Si viviera Mosolamo, otra avecilla, que no gallo, les cantara a los augures.
  • 38. 38 LA MUERTE DEL RUBOR YO, Paramecio Soluto, afirmo que el testimonio más elocuente de que se ha perdido la vergüenza es que ya nadie se sonroja. Hemos perdido el rubor. Las confesiones más desvergonzadas, las conductas más escandalosas, los negocios más sucios e indignos, se proclaman tranquilamente, incluso en convictos y confesos, con la sonrisa del impudor en los labios. Ya nadie se siente envilecido por sus miserias morales, porque la antigua honra vive olvidada en los desvanes de los trastos viejos. Hoy se roba, se perjura, se acusa falsamente y se traiciona con la mirada clara de quienes no se sienten culpables de haber ultrajado a su propia estimación. Y con el pudor han muerto los viejos arrepentimientos. Vivimos tiempos nuevos. Ya no hay confesiones. Ya sólo se acude a los psicólogos que lo explican todo, y que en vez de penitencias ofrecen cuentas y facturas. Quizás estemos viviendo de nuevo la violenta inocencia de los hombres primitivos que no conocieron la culpa de haber infringido unas leyes no promulgadas todavía. Quizás los que aún nos ruborizamos por nuestros leves pecados, los únicos al alcance de nuestras modestas ambiciones, no hemos aprendido a ver que la diferencia entre el bien y el mal, entre la dignidad y la indignidad, es una frontera difusa en un mundo de amoralidad sin precedentes, como dijo no sé quién. Quizás sea así, pero yo, Paramecio Soluto, sigo ruborizándome como cuando era niño. Ahora mismo ando sonrojado por haber escrito estas melancólicas reflexiones. Siento como si ustedes, queridos y amables lectores, me estuvieran diciendo: -No seas antiguo, Paramecio, y vete cuanto antes a hacerte el chequeo de próstata de este año. Que ya te toca, que ya se te empiezan a notar humedades en la bragueta. Cuidado con las goteras.
  • 39. 39 ARREPENTIMIENTO Y VANIDAD HOY, yo, Paramecio Soluto, desde la severidad de mi dedo índice acusador, quiero denunciar a esas gentes que habiendo vivido toda su existencia al margen de los virtuosos caminos que señalan las religiones verdaderas, cuando les llegan los tristes días que preceden al de sus muertes vuelven los ojos hacia los dioses en que nunca creyeron, para hacer pública confesión de sus pecados y de sus infamias. Los corazones bondadosos, alborozados, suelen decir desde su ingenuidad: “¡Ha vuelto a la verdadera fe! ¡Confiesa sus pecados para que le sean perdonados! ¡Gloria! ¡Gloria! ¡Gloria!”. Pues bien, su bondad les hace caer en el pecado de la simpleza. Las confesiones deben ser siempre secretas. Para quien las escucha y perdona, y para quien las airea. No debemos creer a los arrepentidos en voz alta y en las plazas públicas. Eso no es arrepentimiento. Eso es impudicia. Eso es sólo polvo y barro. Eso es vanidad. Y a otra cosa. Los creyentes pueden confesar sus miserias para que les sean perdonadas, pero los no creyentes, ¿para qué confiesan sus culpas si no creen en un Dios que pueda perdonarlos? Porque, repito, confiesan sus fechorías, sus robos, sus violaciones a la ley, solo por presunción. Por eso, cuando alguien escribe sus memorias en las que se vanagloria de haber pecado y de haber sacado beneficios de sus pecados, debe ser lapidado, no con piedras, sino con nuestra incredulidad. Y le diremos: -Déjeme usted de fantasías, Don Venancio (en el caso de que se llamase Venancio). Usted no se ha comido una rosca en toda su vida. Ande calle y apresure el paso, que las fosas cierran sus fauces a las siete, y ya son las cinco y media. No vaya usted a llegar tarde. Y que se pudran ellos y con ellos el secreto de sus jactancias y presuntuosidades. No sé si me han comprendido ustedes. Yo, apenas, porque me he tenido que callar muchas cosas para no quedar atrapado en la ratonera de mis contradicciones.
  • 40. 40 LAS MIRADAS ESQUIVAS MUCHAS gentes de miradas esquivas pretenden impedir que en sus ojos se adivinen las maldades de sus pensamientos. Algunos virtuosos de esas miradas máscaras, por su oficio o por ocultar sus conciencias angustiadas, miran con unos ojos que son como fronteras por las que no circulan simpatías, afectos, ni, sobre todo, verdades. Las miradas de esos pobres desdichados son miradas opacas, neutras, miradas como de difuntos, miradas tan falsas como las palabras que pronuncian con sus lenguas y con sus ojos de camaleones, porque, como se sabe, los ojos también hablan. A veces, muy de tarde, esas miradas inválidas se pueden contemplar en los políticos cuando se ven obligados a ocultar o a deformar sus pensamientos por motivos patrióticos tolerablemente comprensibles. ¡Qué difícil debe de ser decir palabras que la razón no aprueba pero que convienen a los intereses de la Patria! Porque es bien sabido que todo lo que dicen, piensan y ordenan nuestros abnegados gobernantes lo piensan, dicen y ordenan pensando en el bien de la Patria, y en el suyo propio. Por eso deben vigilar sus ojos, no se vaya a ver a través de ellos lo que intentan ocultar. ¡Ojo, oradores televisivos, que una mirada opaca, una mirada con aliento y dientes sucios, os puede delatar! Sed sinceros, que en las televisiones el pueblo sólo escucha las palabras y las razones de los gestos. Aprended de los anuncios. Os lo digo yo por vuestro bien, yo, Paramecio Soluto, que un día hice lo que os estoy aconsejando y aún lo estoy pagando en cómodas lágrimas mensuales. Pero lo que yo hice lo hice por vicio y no por nobleza, como lo debéis hacer vosotros, queridos políticos, porque, todavía, muchos confiamos en vuestras ocultas y anheladas virtudes.
  • 41. 41 LA PRUDENCIA DE LOS ANCIANOS LOS ancianos suelen ser prudentes porque temen por su futuro económico. Ese temor desaparecería si todos los mortales, llegados ya a las edades peligrosas, fuesen informados por las autoridades competentes de la fecha de su defunción (la de los ancianos, no la de las autoridades competentes). Esta información, excepto en las ejecuciones públicas, jamás la reciben los ancianos. Y por esa ignorancia, los ancianos no saben cómo gastar sus ahorros, bien administrándolos con prudencia, bien derrochándolos en los placeres propios de su edad libidinosa. Lo social y humanamente correcto sería que todos alcanzásemos la pobreza el día de nuestra defunción, cuando ya es indiferente ser pobre o ser ricos. Si los ancianos dilapidan sus ahorros antes de su viaje turístico definitivo, sus últimos días serán días de miseria y desesperación. Si los ancianos viajan prematuramente ese último viaje citado, sus ávidos y desagradecidos herederos dilapidarán la fortuna que ellos, temerosos ahorradores, podrían haber gozado con alegres y licenciosas mujeres, tan inclinadas siempre a hacer el bien a los ricos. Este problema no tiene solución. Los cálculos de probabilidades pertenecen a las matemáticas sociales, no a las individuales. Nadie se fía, con razón, de las estadísticas. Paradójicamente esas matemáticas son sólo palabras. En algunos países de oriente recomiendan a sus ancianos ser licenciosos y pródigos con sus dineros, asegurándoles que si caen en la miseria serán enviados al Más Allá por cuenta de los Presupuestos Generales del Estado. Yo, Paramecio Soluto, a pesar de mi prudencia y de mi sabiduría, declaro que ignoro la solución de ese problema, porque, como casi todos los honrados, no puedo ahorrar ni un puñetero duro para ese mañana tan cargado de dudas y ansiedades. O sea, que sea lo que Dios y los juegos de azar quieran.
  • 42. 42 FRASES MEMORABLES CON FECHA DE CADUCIDAD MUCHAS frases memorables que un día llegaron a estremecer las sensibles entrañas del pueblo, con el paso del tiempo se suelen quedar en frases sentimentales de calendario trimestral. Yo, Paramecio Soluto, desde mi humildad y mis ignorancias, me atrevo a decir que aquello de lo de las dos Españas que iban a helar el corazón de los nacientes españolitos, que dijo el poeta, ahora rezuma simpleza. Gracias a Dios esos enfrentamientos bipolares ya no existen en España. Aquellas dos porciones que citaba el poeta se han poblado ahora de infinidad de minúsculos grupos excitados y apasionados, y donde antes sólo había dos gallos ensoberbecidos, moran ahora cientos de miles de agrupaciones de gallináceos menores que van a volvernos locos a todos los que sobrevivirnos a la tal bipolaridad. Quizás, pienso yo desde mis citadas humildad e ignorancias, sea mejor así, porque dos España enzarzadas en disputas y disparos siempre han sido más peligrosas que una miriada de polluelos ávidos de honores y retribuciones. Quizás la solución esté en ni lo uno ni lo otro. Quizás lo mejor sea un manso rumor armónico de cacareos económico-polifónicos de tranquilos monjes de la democracia que no lleguen a amenazar la paz de estas naciones. Sus iras, sus vehemencias, sus ambiciones, sus exigencias podrían ser dirigidas hacia grande buzones instalados en todos los cruces de caminos de la Patria, donde podrían depositar sus salvadoras proposiciones. ¡Fuera los rebaños bipolares que hielan el corazón de las pobres criaturitas recién paridas que dijo el poeta, y amémonos los unos a los otros como polluelos que picotean alegremente por los prados sembrados de subvenciones y por las carreteras de circunvalación! Seamos pacíficos y -lo digo con mi corazón de Paramecio Soluto en la mano- que sea lo que Dios quiera, que siempre quiere lo mejor para todos los hombres bien nacidos, si los hubiere.
  • 43. 43 EL ODIO AL DESPRECIO YO, Paramecio Soluto, me atrevo a afirmar desde la conocida magnanimidad de mi corazón, que no debemos odiar jamás a nuestro prójimo, ni siquiera cuando se lo merezca, porque el odio es enfermizo y debilitante. Debemos, pues, vigilar y controlar nuestros odios. Sobre todo esos odios súbitos que, como las malas fiebres, surgen repentinamente de nuestras entrañas, y que, si nos descuidamos, pueden cronificarse y hacernos la vida insoportable. El tratamiento más eficaz contra esa baja y violenta pasión del alma consiste en transformar nuestros odios en desprecio, con o sin manifestaciones excrementicias, mejor tolerado por nuestro organismo, que cuando está enfermo de odio es más vulnerable a los virus y otras pasiones semiminerales. Del desprecio al perdón sólo hay ese paso que nos puede conducir a la libertad de vivir sin tener contacto con el prójimo, ni siquiera con los empalagos del amor, que puede infectarnos de balbuceos sentimentales y dermatológicos tan frecuentes últimamente en las zonas más sensibles y enamoradizas del perineo. Nuestro odio al prójimo puede ser justo o injusto, de etiología profesional, económica o simplemente alérgica, etiología en que siempre se suelen mostrar otras etiologías menores, de las que sólo enunciaremos tres: la primera, la segunda y la tercera, o sea la envidia económica, la envidia política y la envidia genitourinaria que complejizan (verbo que debe usted olvidar inmediatamente) el tema original de este discurso. No odiar es saludable y beneficia la circulación sanguínea y la actividad de nuestros neurotransmisores, sin los cuales la circulación nerviosa sería tan caótica como el tráfico de las grandes ciudades del orbe terráqueo, tan proclives a sufrir embolias y caos circulatorios. Quizás, a veces, el odio puede ser sustituido por el amor. Aunque raramente se han constatado mejorías duraderas con ese tratamiento.
  • 44. 44 LOS BIENES ESCASOS EL agua es un bien escaso. Así de sencillo. No hay retórica que describa con mayor patetismo la tragedia de esa carencia futura que ya muestra sus garras en las grietas de las tierras cuarteadas. Pronto volveremos a bebernos la sangre los unos a los otros para aplacar nuestra sed como en aquellos tiempos de entonces, cuando Adán y Eva, expulsados del Paraíso, tuvieron la desdichada idea de reproducirse. Pero no debemos asustarnos. El problema no es tan grave como se piensa, porque miles de empresas multinacionales ya están preparando cientos de miles de millones de kilómetros cúbicos de bebidas espumosas que saciarán nuestra sed a un precio que calculado a ojo, poco más o menos, solo estará al alcance de los sedientos ricos de la Unión Europea y de los Estados Unidos del Norte de América y sus posesiones de ultramar. Que el agua sea un bien escaso nos traerá grandes desdichas, sí, pero aún hay otros bienes escasos en la Tierra que todos ocultamos por miedo a parecer lo que somos. Y esos bienes escasos que tienen a nuestras almas sedientas y en vilo son, entre otros, los siguientes. La vergüenza, el pudor, la honestidad, el silencio, las viejas virtudes de la Roma republicana, la generosidad, el amor al prójimo (incluso a los que sólo son un cuarto de prójimo), la templanza, la paciencia, la humildad y demás virtudes cardinales olvidadas en las cunetas de las autopistas y demás lugares concurridos por la alocada juventud que no sabe lo que les espera, cuando sus lenguas se les hinchen de sed y se sientan ahogados sin poder pedir socorro, o sea “HELP” como se dice ahora si quieres ser comprendido por los intelectuales y los ejecutivos de primera y segunda magnitud, que son los directores espirituales de nuestros tiempos. Esos bienes escasos del alma y del espíritu son los que ahogarán nuestras gargantas. Lo digo yo, Paramecio Soluto, que no supe ahorrar virtudes para el día de mañana, que, por curiosa coincidencia, será precisamente mañana. En resumen: Moriremos de sed de amor. Dios nos coja arrepentidos.
  • 45. 45 LOS NUEVOS ARBITRISTAS ES sabido que las fantasías de Don Quijote sobre los caballeros andantes y sobre sí mismo a veces se hacían razonables y le volvían cuerdo, con la cordura candorosa de quienes creen que sin salir a los campos abiertos de La Mancha se puede arreglar el mundo. Cuenta Cide Hamete Benengeli que, antes de su tercera salida, Don Quijote fue visitado por el cura y el barbero y que los tres mantuvieron con mucho juicio y con elegantes palabras, una grave plática en la que trataron de esto que llaman la razón del estado y modos de gobierno, enmendando este abuso y condenando aquél, reformando una costumbre y desterrando otra, haciéndose cada uno de los tres un nuevo legislador, un Licurgo moderno, o un Solón flamante; y de tal manera renovaron al gobierno, que no pareció sino que lo habían puesto en fragua, y sacado otro del que pusieron, y hablaron los tres con tanta discreción en todas las materias que se tocaron, que los tres creyeron que estaban del todo buenos y en su entero juicio. Pues bien, amados lectores, ancianos o jóvenes, que me estáis leyendo, yo, Paramecio Soluto, digo que aquel diálogo entre un loco y dos presuntos sanos, desde su vanidad de arbitristas que creen que todo lo saben, que todo aconsejan y en todo señalan el buen camino a los gobiernos en curso, sean legales o advenedizos, viven ahora mezclados en los llamados mass-media, gritando al pueblo que cada uno de ellos tiene la solución definitiva para curar los males de la Patria. Los viejos arbitristas siguen vivos y animosos y al parecer, según vociferan desde fuera de los problemas y de sus soluciones, tras agarrar la sartén por el mango, agarrarían lo que hay que agarrar para que no sea necesario volver a agarrarlo en los tiempos futuros. O sea, que no hay nada nuevo bajo las nubes, que es lo que yo, Paramecio Soluto, quería demostrar, con la generosa complicidad de Cide Hamete Benengeli.
  • 46. 46 LA DECEPCIÓN YO, Paramecio Soluto, desde el candor de mi alma ingenua y confiada, siempre he creído en la comunidad de los pueblos europeos, y, quizás más adelante, dentro de seis o siete siglos, en la comunidad de los pueblos del mundo entero. Pensaba que al borrarse las fronteras, miles de toneladas de bienes, de canciones, de esperanzas comunes y de castos abrazos y besos no menos castos, correrían por los grandes ríos de Europa y sus afluentes, por las autopistas y las carreteras comarcales, por las líneas aéreas y marítimas, por nuestras arterias y vasos linfáticos; correría, digo, bienes materiales y espirituales para unificarnos a todos nosotros, venturosos habitantes de Europa, en una nación única y feliz. Pues bien, borradas las fronteras, alzadas las barreras de los egoísmos industriales, comerciales y empresariales, en libertad por fin para amarnos y enriquecernos los unos a los otros, surge entre nosotros, para acusarnos de egoísmo y felonía, nuestra propia imagen de malditos de los dioses. Digo esto porque esas libertades conquistadas sólo sirven, al parecer, para que broten, más que las buenas, las malas hierbas. Todos los días la Prensa nos informa de la formación de mafias locales, provinciales, nacionales e internacionales en nuestra Europa satánica. Hay mafias búlgaras, albanesas, sicilianas, turcas, galesas, noruegas, macedónicas, ucranianas, españolas, bretonas, austriacas y etcetéricas. En Europa sólo florecen las mafias donde todos pensábamos que, por fin, morirían las malas hierbas de los egoísmos nacionales. Una vez más, mi corazón optimista sangra decepciones y desconsuelos. ¿Éstos son los bienes de las libertades comerciales, del libre tránsito de hombres y mujeres, niños, artrósicos y estreñidos que iban a alegrar con sus canciones las tierras de Europa? ¿Eso era lo esperado? Una vez más se confirma, no sé qué, pero se confirma.
  • 47. 47 LA BELLEZA COMO BIEN DE CONSUMO HOY, en estos años de exaltación del diseño, de modas que nacen difuntas, de las fugaces dictaduras de los estilistas, nadie se atreve a hablar de la Belleza con la fe, la pasión y el candor con que hablaban de ella los antiguos. Ahora, la belleza se admira solamente en nalgas y bíceps, y el Arte anda zarandeado por la histérica narrativa de las imágenes epileptoides de las televisiones y similares. La crisis es más aguda de lo que parece. Murieron los antiguos cánones y nadie es capaz de resucitarlos, ni falta que hace, dicen los nuevos estetas de la nada. El problema, lo digo yo, Paramecio Soluto, reside en que nadie sabe cómo es la naturaleza. La naturaleza, ahora sólo está expresada por la vida fugaz de las partículas sub-atómicas o por las anonadantes inmensidades de las energías que habitan en los infinitos. Ya nadie pinta con humildad, fe y amor franciscanos. Pintar con los ojos exige demasiado esfuerzo, demasiada paciencia, demasiado amor. Picasso, genio de la imitación, pintó como todos los antiguos, pero nunca dedicó su tiempo a perderlo en la tranquila y pausada contemplación de la naturaleza. Su genialidad fue victoria sobre las formas. Ahora, nuestras imágenes de consumo, de usar y tirar, son imágenes técnicas, fotográficas, en las que con la ayuda de una cámara y cierta habilidad en los laboratorios describimos lo que no fuimos capaz de ver con los ojos y expresar con las manos. Las imágenes que nos dan las máquinas son imágenes de estética comercial. No son vistas a través de las lágrimas que brotan de los ojos de los artistas, con perdón sea dicho. Ya, para volver de nuevo a la sabiduría, sólo nos queda volver antes a la inocencia de los pre-históricos. Tenemos que volver a nacer inocentes y puros, sin tantas horas de contemplación de las dichas imágenes epileptóides citadas, vistas desde el vientre de nuestras mamás, cuando yacen adormecidas en las sobremesas del hastío y el aburrimiento.
  • 48. 48 ¿TIENEN ALMA LAS GALLINAS? AUPADOS en nuestro orgullo de supuestos animales racionales, los hombres hemos decidido que solamente nosotros tenemos alma, ornamento que nos ennoblece, y que hemos negado tradicionalmente a las demás especies zoológicas. Y eso es falso, injusto e intelectualmente deshonesto. Las gallinas, por ejemplo, también tienen alma, una alma ligeramente distinta a las nuestras, porque, ¿cómo podrían tener almas iguales seres separados por tantas diferencias biológicas? Las gallinas, sin buscar ejemplos mayores, tienen cresta. Nosotros no la tenemos. Quizás las gallinas tengan su alma en la cresta, alma que nosotros no podemos ver ni comprender, como no podemos ver ni comprender el infinito número de cifras que constituyen el número Pi, que quizás posea también una preciosa cresta con su alma correspondiente en los dígitos a los que ni siquiera han podido llegar los cálculos de los últimos modelos de calculadoras. Otro ejemplo: las avestruces. ¿Serán las almas de las avestruces semejantes a las almas de nuestros simpáticos y activos ejecutivos, a los que tanto se parecen en su ágil y vigoroso ondear de muslos en sus incansables idas y venidas, en sus miradas desdeñosas, sus curvas y atractivas pestañas y ese engullir constante de toda moneda que se ponga al alcance de su gaznate? Dejo hoy apuntadas estas breves notas sobre la casi cierta existencia del alma en todos los animales nacidos de la generosidad del Creador, que jamás podría haber cometido la injusticia de donar un alma a unos seres y negársela a otros. Dejo estas notas esbozadas, como germen a estudios posteriores de mayor alcance y profundidad. Hasta entonces paso a tus manos, querido lector, la antorcha olímpica de nuestra común curiosidad científica. Quizás algún día, entre todos, podamos demostrar irrefutablemente que todo los animales son tan humanos en crestas y almas como los hombres. Y como las mujeres, que tan inclinadas son a poseer este tipo de ornamentos espirituales.
  • 49. 49 DESNUDO Y SOLO YO, Paramecio Soluto, abiertos en canal mi cuerpo y mi alma digo: Todos los hombres vivimos en la mentira y en la simulación. Nadie se atreve a mostrar su grotesca caricatura, el alma esquelética que nos habita, de la que, incluso los narcisos más desenfrenados, en los momentos de sinceridad nos avergonzamos. ¿Cómo, entonces, intentar conocer a un hombre, camaleón desvergonzado que huye siempre de la verdad? Hay un sistema. El siguiente: Para conocer a un hombre, hay, primero, que desnudar su cuerpo y exponerlo a la crueldad delatora de la luz de los cielos, y, después, desnudo, sentarle frente a una mesa y obligarle a escribir en cuantos folios quiera (no menos de uno ni más del millar) lo que se atreva a pensar de sí mismo, de los dioses vigentes, de la justicia general y de la particular, del alma de los justos, del alma de los injustos, del temor a la muerte y sus corrupciones, de su amada madre reciente o lejanamente fallecida, de sus esperanzas, de sus lágrimas secretas y de las públicas fingidas, de sus odios, de sus amores, de la primera mano que acarició estremecido, de la última mano que rechazó sus caricias, de lo que le hace sufrir, de lo que le hace llorar, de lo que le hace huir del prójimo y de sí mismo. Acabadas sus confesiones sólo quedan dos cosas más por hacer: vestir su desnudez y destruir los folios que haya escrito, porque nadie, ni pseudopsicólogos, ni jueces, ni confesores, ni amigos, ni amantes leerán esas confesiones. Porque nadie puede escribir una sola verdad de sí mismo. Y porque, aunque se aproxime a esa verdad, a nadie, absolutamente a nadie le interesa lo que piense, sufra, ame, odie o espera otro hombre. Así de triste, así de cruel, así de desesperanzador, así de vano es todo. Así de solos vivimos todos rodeados de nosotros mismos. Lo siento. De verdad, lo siento. Perdónenme si han tenido la abnegación de llegar hasta esta línea.
  • 50. 50 LA SOSPECHA HOY, yo, Paramecio Soluto, voy a contarles una historia que sucedió no hace mucho tiempo, cerca de nuestros alrededores y que dice así: En unos prados no lejanos del corazón de un pueblo se empezaron a oír repentinamente unas feroces carcajadas que alarmaron al vecindario y a las fuerzas de orden público, carcajadas que siguieron oyéndose durante algunos meses desde que nacía el sol hasta que desaparecía en el horizonte. Asustadas por aquel inusitado acontecimiento, las autoridades se acercaron al prado y allí descubrieron al autor de aquel estruendo. -¿De qué se ríe usted, imbécil? -le preguntaron sin pedirle siquiera la documentación. -Me río -respondió- porque soy feliz. -De quien se ríe usted es de nosotros -respondieron en legítima defensa las citadas autoridades. Y añadieron: -Queda usted detenido por reírse sin causa justificada. Estuve detenido los tiempos que se ordenan en los códigos, y en prisión siguió riéndose hasta que cumplió su condena. Volvió, libre y sin pesadumbre, a sus amados prados y allí siguió riéndose con el desenfreno que hemos citado. Y de nuevo fue interrogado para conocer las causas de sus risas. Y el alegre corazón de aquel hombre dijo: -Me río por la felicidad que me produce contemplar la grandeza de la obra del Señor. Esta vez fue absuelto pero ingresado en un manicomio. Allí cumplió los años de reclusión que ordenaron las autoridades sanitarias, pero no volvió a reírse jamás. Volvió a su campo amado donde permanece cabizbajo y silencioso. Las gentes humildes a veces le llevan aceitunas y le piden que vuelva a reírse. Pero ya no sabe reír. Les mira con tristeza, hace gestos como disculpa y estornuda. Afortunadamente por los estornudos no ha sido detenido de nuevo todavía.
  • 51. 51 NO ESTÁ SOLO UN amable lector me ha escrito la siguiente carta. “Estimado y admirado Paramecio Soluto. Me he tomado la libertad de escribirle, porque sé que su conocida sensibilidad para comprender los problemas de las almas que sufren le ayudará a aconsejarme rectamente. Escuche: Soy español como los cuarenta millones de españoles que me rodean. Soy jubilado como los seis millones de jubilados que viven las mismas esperanzas en que yo vivo. Tengo artrosis en ambas rodillas y ambas muñecas como los seiscientos millones de artrósicos que andan doloridos por el espacioso mundo que habitamos nosotros los hombres del mundo. Padezco una hipoacusia degenerativa en ambos oídos y oigo zumbidos y clarines y voces de alientos de quienes, como yo, sufren estas penas. Sobrevivo con mi pensión hasta el día veinte de cada mes como los ocho millones de jubilados que formamos ese colectivo de seres tristes y vacilantes. Tengo la tensión, el colesterol, la glucosa y el ácido úrico como los doce millones de compatriotas que viven ese alto nivel de vida. Uso gafas para cerca, para lejos y hasta para la oscuridad de los pasillos que recorro para llegar a tiempo a no ensuciar la casa por culpa de la incontinencia de orina que padezco, como los seis millones de meones que habitamos en nuestra Patria. A veces advierto en los ojos de mi nuera un extraño y sospechoso brillo de alegría cuando le cuento que al bajar la basura he sentido un dolor agudo en el pecho, detrás del esternón, como me cuentan que lo sienten los ochocientos mil aquejados de esos temores. O sea, don Paramecio, que tengo el consuelo de estar unido, como la internet ésa, en una complejísima red de esperanzas y temores, a cientos de miles de millones de seres que son como yo, que viven como yo, que son yo. Y ahora viene lo trágico, don Paramecio. A pesar de esas infinitas relaciones que me mantienen unido a mi prójimo, me siento solo, absolutamente solo. ¿Le pasa a usted lo mismo?” (continuará)
  • 52. 52 LOS OLVIDADOS EJEMPLOS DE LAANTIGÜEDAD NUESTRO orgullo, vacuo, irreflexivo, atropellado, nos va conduciendo poco a poco a los precipicios en los que acaban las vidas vividas sin contenidos morales. Ya no hay vidas ejemplares que imitar. Ya sólo se admiran y se imitan los engaños, los hurtos, las deshonestidades y demás patologías de la recta virtud, que siempre acaban, no lo olvidemos, con nuestras vergüenzas al aire. Ahora, quien no roba deja de hacerlo porque no tiene ocasión, quien no vive en el fornicio y demás vicios adyacentes es por incapacidad física, mental o económica. ¿Dónde están las mujeres virtuosas de la antigua Roma, dónde las vírgenes y mártires cristianas, dónde Agustina de Aragón y Madame Curie? Ya sólo nos queda viva, y por poco tiempo, Teresa de Calcuta. Y esto no puede seguir así. Debemos volver a aquellos años de luz y justicia en los que ser virtuoso no era ser también imbécil, apocado y un incapaz de triunfar en la vida. Debemos buscar el mundo en nosotros mismos, aunque corramos el riesgo de encontrar solamente esas alcantarillas del alma que paralelas a nuestro sistema linfático, como dijo acertadamente aquel erudito polígrafo y doctor, hoy fallecido, académico y poseedor de la Legión de Honor, rama “Tomates y verduras de la huerta murciana”, que fue no recuerdo quién. Sólo así se salvará el mundo, que huye, vociferante y desbocado, hacia ni siquiera se sabe dónde. Yo, Paramecio Soluto, digo esto porque hoy me han sentado como un tiro las acelgas con que me he desayunado. Creo que me he pasado un poco en el ajo. Quizás me lo merezca por haber sucumbido yo también a los placeres que nos proponen diabólicamente ésos que sólo piensan en sus beneficios y no en nuestra salud y en nuestras vidas. Esto me pasa por no comer ajos y acelgas de aquí.
  • 53. 53 LAS TRAGEDIAS CONSUETUDINARIAS QUE ACONTECEN EN LA RÚA UN día, hace años, en un entreacto de la representación de la tragedia de Shakespeare, “Hamlet, príncipe de Dinamarca”, una espectadora dijo: -Tampoco es para tanto. Eso mismo le ocurrió a un cuñado mío en Zaragoza y apenas se habló del caso en la Prensa. Entonces comprendí que las grandes tragedias no lo son por las aparatosas y vehementes pasiones que se desarrollan a truenazos y relampagazos limpios (Consúltense las obras completas de Calderón de la Barca) sino por la significación de los personajes que sufren esas pasiones y esas vehemencias tan frecuentes también en la vida privada de cada uno de nosotros. Los llantos sentimentales de Lady Di también se derraman con frecuencia entre las familias trabajadoras de las cuencas nacionales del Mar Mediterráneo, y no se comentan más allá de dos bocacalles del lugar donde se rompió en corazón de la sufridora. Edipo, Antígona, Electra, Ayax, Filoctetes son gentes como usted y como yo, y sus penas y sus sinsabores son los mismos que los de nuestras vecinas, que apenas nos conmueven y sin que una sola lágrima humedezca los churros de nuestros desayunos. Por eso, yo, Paramecio Soluto, me pregunto: -¿Qué tienen los famosos, qué tienen los ricos, qué tienen los poderosos que no tengamos los humildes? ¿Por qué los insomnios del príncipe Hamlet son más importantes que los de mi primo Lucas, del que pienso hablar con más frecuencia de aquí en adelante? En fin, resumiendo, que tenían razón quienes en 1937 grabaron con letras de oro en el Partenón de Atenas la famosa y certera sentencia de don Antonio Machado: “Las tragedias consuetudinarias que acontecen en la rúa”. Ustedes me entienden, ¿verdad?
  • 54. 54 SERVIDUMBRE Y LIBERTAD SE suele pensar que las gentes ordenadas son esclavas de su meticulosidad, y que las desordenadas y anárquicas son gentes libres que viven alegremente su libertad como los pajaritos de los parques, piando y revoloteando de rama en rama en busca de los alimentos que el Señor ha puesto a su disposición gratis y sin cargas fiscales. Esa opinión es falsa como lo voy a demostrar yo, Paramecio Soluto, con los datos que ha conseguido para mí mi equipo de investigación. Esos pajaritos supuestamente libres son unos tristes esclavos de su desorden. Cuando pían, no lo hacen alegre, sino desesperadamente, porque tiene hambre y carecen de alimentos. Son esclavos de su ligereza porque no han ahorrado, como hacen los hombres virtuosos y ordenados, para el día de mañana. A los hombres desordenados les ocurre lo mismo. Un piar interior les advierte constantemente. -¿No tenía que ir yo hoy a no sé dónde a las cinco? Y así pierden sus horas intentando recordar que no deben olvidar las citas de todo el día. Y eso no es vida. ¡Qué diferencia con los hombres metódicos que cuando salen de casa llevan anotados en su agenda personal todos los encuentros del día! ¡Cómo corretean por los parques y las alamedas con el espíritu tranquilo, llenos de felicidad con la libertad de espíritu que nos da el saber que todo lo tenemos controlado y no en manos de la veleidosa y olvidadiza memoria! Por eso añado y concluyo: -El desorden nos esclaviza y entontece. El orden, ya sea dórico, jónico o corintio, nos permite vivir erguidos y seguros de nosotros mismos confiadamente al cielo y al futuro con los pies bien afirmados en el basamento de nuestra prudencia que… que… ¿qué puñetas tengo que añadir ahora y que no recuerdo? ¿Dónde habré metido mi libro de citas? ¡Si lo tenía aquí en el bolsillo de arriba hace un momento, cuando he mirado si ya me tocaba hacer pipí! ¿Pero dónde habré olvidado yo mi condenada agenda?
  • 55. 55 ÍNDICE PRÓLOGO Necios sin solución (Julio Pollino Tamayo)……………………………………..3 LA PASIÓN DE UN HOMBRE TRANQUILO………………………………....5 LA OPINIÓN DEL FUTURO…………………………………………………...6 LAS LECCIONES DE LOS AMIGOS…………………...……………………..7 CRUEL VENGANZA……………………………………………………….…..8 SER INMORTAL…………………………………………………………..…….9 MIEDO EN LOS HUESOS………………………………………………..…...10 LA ENVIDIA GASTRONÓMICA…………………………………………......11 “NO ESTOY DISPUESTO A QUE ME ARREBATEN MIS CARIDADES”...12 LA IGNORANCIA RELLENA………………………………………………...13 EL CRECIMIENTO DESORBITADO………………………………………...14 LOS EMBUSTES DE LAS METÁFORAS………………………………..….15 DILEMA EN LA FRONTERA DE LA VIDA Y DE LA MUERTE…………...16 SÓLO SÍ MISMO……………………………………………………………....17 DE LOS ENTES INCONMENSURABLES………………………………..….18 ¿QUIÉN ESTÁ LIBRE DE PECADO?………………………………………...19 ¿DÓNDE ESTÁ LAABUNDANCIA PROMETIDA?…………………….…..20 EL MERECIDO CASTIGO A LOS LIBIDINOSOS………………………......21 EL FRACASO DE SÓCRATES…………………………………………….….22 EL SISTEMA BINARIO…………………………………………………….....23 EL PATRIOTISMO…………………………………………………………......24 MASOQUISMO…………………………………………………………...…...25 LOS LÍMITES DE LA CARIDAD………………………………………….....26 LOS HOMBRES DE POCAS PALABRAS…………………………………...27 CÓMO SE PUEDE CALCULAR CON REGLAS SENCILLAS NUESTRO AMOR AL PRÓJIMO……………………………………………..28 LAS ESPERANZAS ALCANZADAS…………………………………...…….29 VER SÓLO UNA MIL MILLONÉSIMA PARTE……………………………...30 LA CADENITA DEL AUTOR………………………………………………....31 A LOS OJOS DE TI MISMO…………………………………………………..32 SER O NO SER DE NACIMIENTO…………………………………………...33