Este documento presenta un análisis del concepto de persona moral y la acción moral desde una perspectiva filosófica. En primer lugar, define a la persona moral como un ser consciente de sí mismo y de los principios morales, capaz de decidir y ejecutar acciones de manera libre. Luego, caracteriza a la acción moral como una acción consciente realizada voluntariamente por una persona que es consciente del valor moral de dicha acción. Finalmente, introduce la noción de que la moralidad constituye el orden natural de valores y deberes dentro del cual se
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IV.-EL PROBLEMA DE LA ÉTICA
(A. SALAZAR BONDY)
"¿Qué debo hacer en esta situación?" "la conducta de su hijo es incorrecta"
"¿quién es el responsable de esto?" "nuestro amigo se ha comportado correctamente" "¿es
justo lo que está usted haciendo?" "robar es malo. He aquí una serie de expresiones que
frecuentemente usamos en la vida diaria. Reparando en las palabras que hemos
subrayados, podremos fácilmente reconocer que todas tienen de común ser expresiones
morales, es decir, expresiones en que nuestra conducta y la de otras personas es
considerada desde el punto de vista de la moral. Nadie puede negar cuán importante es
para todos nosotros la consideración de la conducta desde el punto de vista moral y
cuánto nos preocupamos de la vida diaria por responder acertadamente preguntas como
las arriba mencionadas y por usar correctamente los calificativos morales. Nuestro
cuidado constante es saber si estamos obrando correctamente, saber cuál es nuestro deber
y si lo estamos cumpliendo en las diversas situaciones de nuestra vida; si nuestra conducta
o la de los demás es buena o mala, si somos responsables de tal o cual hecho, y así
sucesivamente; nuestro cuidado constante son pues las cuestiones morales. Esta
preocupación se explica sin dificultad, pues las calificaciones morales afectan hondamente
nuestro ser. Malo, bueno, honesto, injusto, son diríamos, como marcas fuertemente
impresas en nuestra persona a causa de nuestras acciones.
Pero existen otras cuestiones que también conciernen a la conducta humana
considerada desde el punto de vista moral, pero que no son del mismo tipo que las
anteriores ni se plantean tan frecuentemente; cuestiones como las siguientes: ¿qué
queremos decir cuando hablamos de moral? ¿cuáles son las bases de la conducta moral?
¿cuál es el fundamento por el cual este hombre que soy yo o cualquier otro hombre debe
hacer algo? ¿pueden derivarse todas las reglas de un principio supremo? y, si así fuera
¿ qué seguridades ofrece ese principio y cómo podemos estar ciertos de que es el
verdadero?. Fácil es ver que estas interrogaciones se refieren a la conducta moral, pero
también es fácil ver que lo hacen desde otro ángulo, que tratan los temas morales en otro
nivel. En efecto, al planteamiento ya no nos estamos preguntando qué debemos hacer en
tal o cual caso, cuál es nuestra obligación concreta o si una conducta es buena o mala;
más bien nos interrogamos racionalmente por el sentido y fundamento de la vida moral en
general. Ahora bien, las cuestiones de este segundo tipo son cuestiones éticas, es decir,
cuestiones filosóficas sobre la moral.
Todos los hombres se plantean problemas morales y hacen afirmaciones morales;
sólo son unos pocos en cambio los que se dedican a la investigación filosófica y plantean
racionalmente los problemas relativos al sentido y fundamento de la vida moral y se
formulan así interrogaciones éticas. Estas interrogaciones son sin embargo capitales, pues
de ellas derivan la certeza y la validez de las reglas y normas que empleamos en nuestra
existencia cotidiana y en general el sentido entero de nuestra moralidad.
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La investigación filosófica de estos problemas relativos a la conducta humana es la
tarea de la Ética o Filosofía moral, sobre la cual vamos a tratar en el presente capítulo.
La persona moral y la acción
En los párrafos anteriores, al hablar de las situaciones y los problemas morales,
hemos usado la palabra "persona". ¿Qué significa esta palabra? ¿Tiene ella una
importancia especial tratándose de la vida moral?. He aquí dos interrogaciones que es
bueno abordar desde el principio para situar en su justo terreno la discusión de las
cuestiones éticas.
Seguramente si propusiéramos calificar moralmente una cosa, como por ejemplo
una piedra o una mesa, nadie tomaría en serio esta propuesta. De una cosa en efecto no
podemos decir que comete injusticias, que cumple con sus deberes o que es honesta o
incorrecta. De igual modo, no decimos nunca de una piedra, una mesa o cualquier cosa
inerte, que son personas. Pero tampoco juzgamos moralmente a los animales. A nadie se le
ocurre -si no es bromeando o haciendo una ficción- exigir a los animales el cumplimiento
de deberes o llamarlos honestos o injustos. Y tampoco en este caso, como en el anterior,
usamos para designarlos la palabra persona. Ni siquiera a los niños muy pequeños les
damos el trato propio de personas y asimismo nadie con sensatez los juzga moralmente.
Sólo a los hombres, a partir de una cierta etapa de su desarrollo y cuando son normales
(los enfermos mentales graves, por ejemplo, quedan excluidos) los consideramos
cabalmente personas y sólo a ellos los juzgamos moralmente.
Por lo anterior, se ve que el concepto de persona está íntimamente vinculado al de
moralidad, de tal manera que sólo allí donde tratamos con personas podemos aplicar
calificativos morales. El concepto de persona se nos revela de este modo como un
concepto central de la ética.
Pero ¿qué sentido tiene la palabra "persona" aplicada en la vida moral? ¿por qué no
podemos usarla para designar cosas o animales, a niños pequeños o a hombres atascados
de serias afecciones mentales?. Para responder a esto y para precisar el concepto de
persona, consideramos cuáles son las características que poseen los hombres maduros
normales a quienes llamamos personas y que en cambio los demás seres no poseen.
La primera diferencia se refiere a la conciencia. Las cosas no la poseen ciertamente; pero
en los demás seres vivos, a los cuales se puede llamar conscientes en un sentido amplio,
falta la referencia a un centro organizador de las vivencias y los actos, falta la
aprehensión de un yo que preside la conducta, es decir, la conciencia de sí. Ahora bien, el
hombre propiamente tal, ése a quien sin vacilación llamamos persona, es consciente de sí
mismo, se sabe agente de su comportamiento voluntario y se reconoce como el mismo
sujeto, como una unidad permanente a través de la sucesión de las acciones.
Pero no sólo en este carácter de la conciencia estriba la distinción entre los seres que son
personas y los que no lo son. No puede olvidarse otro rasgo importantísimo del ser
consciente maduro: el conocimiento de lo bueno y lo malo, de lo justo y lo injusto, del
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deber y la culpa. Discernir lo que es moralmente correcto y lo que no lo es, reconocer y
acatar obligaciones, aceptar responsabilidades son cosas que sólo los hombres son
capaces de hacer. Justamente a este darse cuenta de los valores y deberes de la conducta
aluden muchas frases morales que estamos muy habituados a oír y a emplear; por
ejemplo: "Los dictados de la conciencia", "la voz de la conciencia", "obedecer a su
conciencia", "su conciencia lo acusa", etc. Todas ellas se refieren a nuestra conciencia en
tanto que es conocimiento de lo bueno y lo malo, de los deberes y obligaciones a que
estamos sujetos como hombres y de la conformidad o desacuerdo de nuestras acciones con
esos principios, es decir, a la conciencia moral. No se llama persona a quien no tiene
conciencia moral y, por ende, no se le juzga moralmente.
Con las distinciones que acabamos de hacer estamos ya mejor preparados para
precisar el concepto de persona. Pero hay todavía un rasgo de los seres humanos
personales, no poseído por los demás seres, que es indispensable para completar la
caracterización que estamos haciendo. Tan principal es que cuando falta en la conducta de
los hombres, aun estando presente los otros caracteres mencionados, no podemos
considerar esa conducta como propia de la persona. Veamos esto a través de algunos
ejemplos. Cuando un hombre actúa bajo la presión poderosa de un impulso corporal,
como ocurre con un morfinómano, o de una coacción externa, como la amenaza de muerte,
su conducta pierde carácter personal en mayor o menor grado, según sea la fuerza de esa
acción extraña. Igualmente, los actos que un hombre realiza cuando ha perdido el control
de su cuerpo (parálisis, convulsiones epilépticas, caídas) no le pertenecen ya y no pueden
contarse como formas de su conducta en tanto que persona. ¿Qué es lo que en estos casos
falta y en cambio está presente en los actos propios de la persona? ¿qué es lo que
asimismo falta en los actos de los animales y los niños pequeños?. Falta la decisión y
ejecución propia de las acciones, el dominio sobre nuestras facultades y nuestro cuerpo, la
independencia de nuestra conducta, en una palabra, la libre disposición de nuestro ser. La
libertad, especialmente la libertad de la voluntad es así pues un carácter fundamental de la
persona y un requisito indispensable para juzgar moralmente las acciones de los
individuos.
La persona moral, podemos decir ahora resumiendo el examen precedente, es el
ser consciente de sí y de los principios a que está sometida
su conducta, capaz de decidir y ejecutar por su libre
voluntad las acciones que configuran su existencia.
La acción de la persona es la acción moral. ¿Cómo podemos caracterizarla?. Aplicando
nuestras conclusiones anteriores, sin dificultad podemos decir que ella es la serie de
actos realizados voluntariamente por un ser personal que es
consciente del valor moral de dichos actos.
Según esto, la acción moral es necesariamente, en primer término, una acción
consciente. Pero no es sólo esto. Ciertamente, el sujeto tiene que darse cuenta del acto que
realiza, pero además debe ser consciente de los medios de que dispone para actuar. Pero
estos medios, así como los fines que persigue, no pueden ser neutralmente considerados. El
sujeto los valora, los califica de acuerdo a los deberes que reconoce. La acción moral
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implica actos valorativos y por tanto comporta todos los ingredientes que, según hemos
visto en el problema del valor, constituyen los actos valorativos. Pero hay además en la
acción moral un elemento indispensable de autoconocimiento, un darse cuenta de que es él
mismo y no otra persona quien actúa. Y hay por eso también un factor dominante de
voluntad, de esa libre decisión y ejecución de los actos que funda la independencia de la
persona humana. En suma, en la acción moral el sujeto sabe qué hace y cómo lo
hace (conciencia del acto, conocimiento de los fines y los medios); qué debe hacer
y evitar (conciencia de lo bueno y lo malo), y quién lo hace, quién es
autor del acto (conciencia de sí mismo como agente libre).
La moralidad y los valores éticos fundamentales
En el parágrafo anterior, hemos dicho que el concepto de persona está íntimamente
vinculado con el de moralidad. Así es en efecto, ya que sólo cuando hay personas se puede
hablar de actos moralmente calificados. Además, la manera como una persona conduce su
vida, los fines fundamentales que se plantea, los medios que elige para alcanzarlos, los
ideales que acepta como modelo y guía de la existencia individual y colectiva, en suma, su
acción en conjunto es siempre calificable moralmente. En la medida en que nuestros actos
moldean nuestra existencia, en la medida en que por virtud de ellos nuestra personalidad
va adquiriendo un contenido concreto, en la medida pues en que nuestra acción como
personas compromete nuestro ser, ella tiene que ver con los deberes y los valores morales,
con lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, la dignidad del propio ser personal y la de
todos los hombres.
Se puede pues hablar de la moralidad como de la atmósfera natural de la persona,
como ese orden de valores y deberes en la cual está instalado
el ser personal y en contacto con el cual desenvuelve su
conducta. Pertenecer a ese orden significa comportarse como ser moral, es
decir, ser persona moral.
Hay que llamar la atención, sin embargo, sobre un posible error que se puede
derivar del uso de estas últimas expresiones: "ser moral" y "ser persona moral" cuando
aluden a la relación del hombre con la moralidad. Tal como las empleamos muchas veces
en el lenguaje corriente y tal como la emplean también ciertos moralistas, el significado de
la palabra "moral" resulta restringido a lo moralmente positivo. Así, por ejemplo, solemos
decir de un ladrón que "no es moral", o de un hombre que constantemente delinque y hace
mal, que "no es una persona moral", queriendo significar en ambos casos que no es una
persona buena o virtuosa. Pero conviene dar un significado más amplio y más correcto a
las expresiones: "ser moral" y "ser persona moral". Según este significado, ser moral o
persona moral quiere decir pertenecer al orden de la moralidad, estar vinculado a él.
Ahora bien, esto ocurre tanto cuando el hombres realiza los valores de los bueno o lo justo
y cumple sus deberes, cuanto en los casos en que el sujeto se comporta mal e infringe la
ley moral. En ambos tipos de acción, lo que el hombre hace concierne a la moral. Por eso
su conducta es calificable moralmente y podemos decir de ella que es "moralmente buena"
o "moralmente mala". En ambos tipos de acción, por ser ésta un actuar de la persona, o
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sea un actuar consciente y libre, el hombre se mueve dentro de la órbita de la moral. En
cambio, cosa muy distinta ocurre con los seres que no son personas (una piedra, un árbol,
un animal). A ellos no los podemos calificar moralmente; son indiferentes a la moral;
están pues fuera del orden moral o de la moralidad.
Este orden, según hemos dicho, está constituido esencialmente por los valores
morales. Es fácil comprender que los valores morales, en tanto pueden ser interpretados
como referidos a la realización del ser personal, son múltiples y variados. Piénsese en
todos los aspectos y matices de la perfección humana, en todas las exigencias respecto a
nuestra esencia propia que están expresadas en palabras valorativas morales como
"bueno", "digno", "justo". "honesto", "veraz", "cumplido", "abnegado" o "generoso", y en
sus contrarios, las palabras de sentido valorativo negativo, como "malo", "injusto",
"indigno", "deshonesto", etc. En lo que toca a los valores, la moralidad es pues un dominio
muy vasto y rico y no puede ser reducido a formular simples y rígidas.
Sin embargo, con el fin de precisar y aclarar la comprensión del orden ético, cabe
señalar entre los valores morales algunos fundamentales. Este es, en primer lugar, el caso
del valor propio de las personas, en tanto que su ser es considerado el más alto de los
existentes, el que tiene más rango en la realidad. El nos exige respetar siempre y sobre
todo al ser humano. Lo negamos en nuestra conducta cada vez que rebajamos nuestra
persona o la de cualquier hombre a la condición de animal o cosa. Este valor es la
dignidad personal. De otro lado, si consideramos la acción moral desde el punto de vista
de nuestra esencial vinculación con otros hombres en la comunidad, veremos que hay
valores fundamentales que conciernen al cumplimiento pleno del ser social. Ellos son,
sobre todo, la justicia y la solidaridad, que nos exigen realizar la perfección y la unidad
armónica de todos los hombres. Finalmente, reparando en que todas las formas de nuestra
acción, sea que ella tienda a lograr la perfección individual o social, sea que busque
salvaguardar la dignidad de la persona o esté dirigida a realizar aspectos particulares de
nuestra esencia humana, siempre puede ser calificada de una manera general como buena
o mala, veremos que hay que considerar el bien y su opuesto el mal como valores
fundamentales. Y es que, en todos estos casos, sean cuales fueren los fines que
perseguimos y las realizaciones que alcancemos, nuestra conciencia está enfrentada a una
alternativa fundamental: cumplir nuestro ser universal de hombres o negarlo, perfeccionar
nuestra conducta o restarle dignidad, alcanzar el máximo nivel posible en nuestra
existencia real o descender a niveles inferiores. Este cumplimiento universal de nuestra
esencia es lo que exige el bien moral; su negación es el mal.
En resumen, la dignidad personal, la justicia, la
solidaridad y el bien son los valores fundamentales que
conforman el orden moral. Entre ellos, el bien es el valor moral universal pues
atiende a la plena realización o el cumplimiento universal del ser humano.
Pero la moralidad, hemos dicho, está también constituida por los deberes de la
persona. El orden de la existencia moral tiene como estructura esencial un sistema de
obligaciones e imperativos universales. Sin ellos pierde sentido inclusive el concepto de
bien moral que como exigencia y tarea se impone al hombre. No se concibe pues una
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moralidad sin deberes. De allí la importancia capital que tiene el concepto de deber que
vamos a examinar a continuación.
¿Qué significa "deber"?
El tema del deber es, sin duda, el tema clave de la ética. Por esto también es acaso
el que presenta los más complicados y difíciles problemas a la investigación filosófica.
Para orientarnos adecuadamente en el tratamiento de este tema capital, conviene
precisar el sentido de la palabra "deber" tal como ella es usada en nuestra experiencia
moral cotidiana. Tomemos a este fin una situación moral típica en la vida del estudiante:
un alumno va a dar examen al día siguiente y no tiene aún estudiado todo el programa;
por otro lado, ha recibido una invitación para ir a una fiesta que se realizará justamente
en las horas que él pensaba dedicar al estudio. Se le ofrecen así dos posibilidades de
acción que se excluyen la una a la otra: dedicarse a estudiar o ir a la fiesta. Una es
reclamada por su deber de alumno, que dice así: "Debes estudiar y aprender para dar el
examen". A la otra lo lleva una inclinación, un deseo de esparcimiento y alegría. Ahora
bien, consciente y libremente el alumno tienen que elegir entre ambas acciones. Este es su
problema moral.
Examinando este caso, preguntémonos qué significa la palabra "deber" que hemos usado
al describir la situación (o cualquiera de las formas de expresión equivalentes, que
podríamos emplear en caos semejantes, tales como "debo", "debes", "estoy obligado", "es
imperativo", etc.). Digamos por lo pronto que "deber" no significa lo mismo que "poder".
Evidentemente, el alumno del ejemplo puede estudiar y también puede ir a la fiesta, pero
sólo debe hacer lo primero. Tiene ante sí dos posibilidades de actuar, mientras que sólo
una es su deber. Está en condiciones de optar por una o por otra acción, pero únicamente
si opta por estudiar habrá hecho lo que debía.
Otra diferencia importante es la siguiente: lo que debemos hacer no es igual a lo
que nos gustaría hacer. En el caso de nuestro ejemplo, esta distinción se ve muy
claramente. A nuestro alumno le gustaría sin duda ir a la fiesta; siente inclinación hacia
ello pues, como es normal, la alegría, el placer lo atraen. Pero su deber es otro; es
justamente no ir a la fiesta y quedarse en casa estudiando. Lo que señala nuestro deber no
siempre está pues de acuerdo con lo que pide nuestra inclinación o nuestro gusto, si bien
puede ocurrir a veces que lo que nos gustaría hacer y lo que debemos hacer coincidan.
Pero bastaría que hubiera un solo caso en que no concidieran, para probar que
inclinación y deber no son lo mismo. Y esto, repetimos, ocurre frecuentemente, como en
nuestro ejemplo. Así pues, "deber hacer algo" no significa lo mismo que "estar inclinado a
hacer algo" o "gustar de ello".
Consideremos ahora otra interpretación posible del significado de la palabra
"deber". Podría quizá pensarse que cuando decimos: "debo hacer esto", queremos decir:
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"me conviene hacer esto" o "esto tiene efectos provechosos para mí". Según esta
interpretación, decir que el alumno del ejemplo deba estudiar significa que le conviene
hacerlo en ese momento, entre otras cosas, para pasar el examen. Veamos si en realidad
esto es así. Supongamos para ello que el alumno se entera de que alguien ha sustraído un
ejemplar de la prueba escrita y que se lo va a proporcionar con las respuestas
correspondientes. A partir de ese momento, la situación ha cambiado totalmente en lo que
se refiere a la conveniencia de estudiar para el examen del día siguiente. Si "deber" quiere
decir "ser conveniente para lograr un propósito" o "hacer algo provechoso" (en este caso
el fin sería aprobar el examen), entonces ya el alumno no tendría el deber de estudiar y
aprender; el deber se habría esfumado. ¿Podemos aceptar esta interpretación? ¿es cierto
acaso que ya el alumno no tiene el deber de estudiar? ¿no sería más bien su deber negarse
a recibir la copia sustraída y seguir estudiando?. Si consultamos a nuestra conciencia
moral, no nos será difícil responder a estas preguntas. En efecto, el deber de estudiar no
sólo no ha desaparecido sino que se ha hecho más fuerte e imperativo, pues se ha
duplicado con otro: el de rechazar el robo. Esto que decimos refiriéndonos al caso del
alumno que debe dar un examen al día siguiente. El debe estudiar y aprender, no por
conveniencia, no pues por razones utilitarias, sino por razones morales.
Tenemos que efectuar ahora otra distinción importante: la distinción entre el deber de
hacer algo y la necesidad de hacer algo. Ambas cosas se confunden frecuentemente por
causa de expresiones como "estoy obligado a actuar así" o "es necesario que haga esto",
que empleamos en sentido moral, pero que pueden interpretarse también en otro sentido.
Para hacer clara la diferencia, supongamos que el alumno de nuestro ejemplo estaba
decidido y pronto a irse a la fiesta, cuando cae bajo la influencia de un hipnotizador que lo
hace quedarse en su casa estudiando. Si, al día siguiente, uno de sus invitantes le
preguntar por qué no fue al baile, él quizá podría responder: "porque estuve obligado a
quedarse en casa". Ahora bien, este "obligado" que acabamos de emplear, ¿significa
acaso lo mismo que "obligado por el deber"? Ciertamente podemos decir que no, pues lo
que hizo el alumno no fue responder al llamado del deber, decidiéndose libremente, sino
quedarse en casa forzado por una causa externa. Vemos entonces que ser necesario hacer
algo o estar forzado a hacerlo no equivale sin más a deber hacer algo. En el primer caso,
el sujeto no siempre es dueño de su acto; su conducta puede ser mecánica y ciega. Al obrar
por deber, en cambio, el sujeto no pierde el control de sus actos. Dicho con otras palabras,
cuando alguien actúa forzado, u acción es el efecto de una causa extraña (o de un instinto,
de una fuerza biológica, que también es externa a la voluntad), y se comporta al igual que
los cuerpos de la naturaleza que están sometidos a una necesidad física. Por el contrario,
cuando se reconoce y cumple la exigencia del deber, se hace presente una necesidad de
otro tipo, una exigencia que no afecta la libre y consciente decisión del sujeto.
Cómo consecuencia de lo que acabamos de considerar, podemos hacer ahora otra
diferenciación más delicada y difícil. Volviendo a nuestro ejemplo, supongamos que la
situación planteada al alumno se resuelve así. En momentos en que él está vacilando entre
cumplir con su deber o ir a la fiesta, se presenta su padre y dice: "Te ordeno ir a la fiesta".
Nuestro alumno, admirado, le pregunta: "¿porqué?"; a lo cual el padre responde: "porque
es mi voluntad". ¿Qué ha ocurrido en este caso?. Parece que lo que al principio era la
acción debida se ha cambiado en su contraria, e inversamente, actuar contra el deber - ir
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a la fiesta- es ahora lo debido. Si aceptáramos esto, tendríamos que decir lo que debe
hacerse es equivalente a lo que una voluntad (la del padre en este caso) quiere y ordena.
Pero, ¿podemos realmente aceptar esta conclusión? ¿es cierto acaso que el deber depende
del querer de una persona? ¿es cierto acaso que el deber es cambiante como lo es el
querer de las personas? ¿puede aceptarse que la acción debida es, en nuestro ejemplo, lo
mismo que la acción querida por la voluntad del padre? No podemos realmente admitir
esta conclusión. Pero, ¿no habría entonces que obedecer al padre?. Tampoco podemos
aceptar esto. He aquí pues un problema. Por eso decíamos que la distinción que teníamos
que hacer era difícil y delicada. Pero ella se puede hacer; si prestamos atención lo
lograremos.
En efecto, nadie dudará que hay que obedecer al padre. Pero esta obediencia no se
refiere a la voluntad arbitraria, al capricho del padre. El padre representa el conocimiento
del deber, por eso es autoridad. De allí que quien obedece al padre no cumple simplemente
un querer personal y cambiante, sino que sigue la voz del deber representado por el padre.
El padre de nuestro ejemplo no ha sabido expresarse bien, pues ha ordenado algo y ha
dado como fundamento de la orden su mera voluntad. El lenguaje apropiado hubiera
podido ser más bien éste: "Creo que has estudiado ya bastante y que debes cuidar tu
salud; será bueno para ello que te distraigas un poco. Mi deber de padre me exige velar
por tu salud y tu bienestar, por eso te ordeno ir a la fiesta". En este caso, la voluntad del
padre no reside ya en la mera voluntad, en una decisión arbitraria respaldada por su
poder, sino en el sentido del deber que él, por su conocimiento y su experiencia, por su
racionalidad madura, sabe interpretar mejor que el hijo.
Lo que acabamos de decir vale para toda voluntad, para toda decisión de una
autoridad, para toda orden o mandato dado por cualquier tipo de persona. La mera orden,
la simple decisión basada en el querer, la sola voluntad de alguien no puede sustituir al
deber. Por consiguiente, "hacer lo debido" no significa lo mismo que "hacer lo querido por
alguien" o "hacer la voluntad de una persona". El deber no es lo mismo que el querer de
una voluntad, sea ella la que fuere.
Resumiendo lo anterior, diremos: que yo deba hacer algo no equivale a que yo
pueda hacerlo, ni que me agrada hacerlo, ni que me conviene o es útil hacerlo, ni que
estoy forzado a hacerlo, ni finalmente, que me lo ordena la voluntad de alguien. El deber
es algo distinto de todo esto.
¿Qué significa entonces la palabra "deber"?. Tal como es usada en el lenguaje moral
significa la exigencia de realizar una acción, exigencia que
nuestra conciencia siente imperiosamente. Y esta exigencia no es otra
que la de una ley objetiva de la conducta.
En nuestro ejemplo, la acción que hay que realizar es estudiar y el deber es esa exigencia
de realizarla que percibe la conciencia del alumno. Así ocurre en todas las circunstancias
de la vida moral. Por eso se habla, a propósito del deber, de un "llamado de la conciencia"
o de un "mandato de la conciencia". Y es que cuando la persona consciente percibe la
acción que debe hacer, es como si oyera una voz interior que le dice cuál es la acción
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correcta y que la empuja a realizarla. Esta fuerza que emana de dicha acción es la
exigencia moral; tiene el carácter de una ley objetiva, que nada ni nadie puede cambiar, o
sea, válida sin condiciones. Por eso Kant ha caracterizado al deber como un imperativo
categórico o incondicionado.
Por medio de una comparación, vamos a ilustrar lo que acabamos de decir. Cuando
consideramos la suma 2+2=4 y sabemos qué quieren decir los signos matemáticos,
2.4+,=, entonces necesariamente reconocemos que es correcto afirmar la igualdad de dos
más dos y cuatro. Apenas nuestra conciencia se da cuenta de la relación que se ha
establecido entre los números tiene que aceptarla. Hay así la exigencia de reconocimiento
de una verdad que emana de la relación que hemos percibido. Una vez comprendida, por
más que hagamos, esa verdad se impone a nuestra conciencia. Cosa análoga y con mayor
fuerza aún sucede con la acción moralmente correcta. Cuando nuestra conciencia la
reconoce, siente una exigencia imperiosa de realizarla, por más que quiera olvidarla o
desfigurarla, ella se le impone. La palabra moral "deber" significa pues esta exigencia de
realización de un acto o una conducta.
El fundamento del deber
Es conveniente preguntarse ahora por qué ciertas acciones son obligatorias y se
nos imponen como una exigencia, es decir, por qué hay unas acciones que son nuestro
deber y otras no. Con ello estamos preguntándonos cómo se justifica la conducta, esto es,
estamos planteando el problema del fundamento de los deberes.
Para responder a esta importante cuestión volvamos a nuestro ejemplo inicial. El
alumno tiene, en la circunstancia concreta que hemos considerado, el deber de quedarse
en casa estudiando. La acción particular y bien determinada de permanecer en su casa, tal
día por la noche, dedicado al estudio, es su deber. Si se nos preguntara por qué, sería
correcto contestar de este modo: porque su deber como alumno, en general, es estudiar y
aprender. Si su deber en general es estudiar, entonces en cada circunstancia concreta de
su vida relacionada con el estudio debe estudiar. Lo mismo podemos decir de un médico.
¿Por qué debe él concurrir al llamado de un enfermo determinado?. Porque su deber
como médico es en general atender a todos los enfermos que requieran sus servicios.
Lógicamente hablando, se trata de una implicación de lo particular por lo universal.
Vemos que hay acciones particulares que son nuestro deber, a causa de que son
nuestro deber otras acciones generales. Las primeras son deberes particulares; las
segundas deberes generales. El fundamento de los deberes particulares son los
correspondientes deberes generales. Dicho con otras palabras: el fundamento de ciertas
acciones particulares son las leyes o deberes universales que se refieren a todas las
acciones del mismo género.
Pero, ¿cuál es el fundamento de los deberes generales mismos?. No podemos decir
que son otros deberes, porque con ello no haríamos sino aplazar la respuesta que habría
que plantear respecto a los nuevos deberes y así sucesivamente. Hay pues que plantear el
problema del fundamento del deber en general. Si éste no tiene un fundamento efectivo,
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entonces no será posible distinguir moralmente unas acciones de otras, ni podremos decir
que una acción es la debida y otra es indebida. Nuestro problema se plantea entonces en
estos términos: ¿qué es lo que da justificación a una acción y no a otra? ¿qué hace que
una acción se ofrezca a nuestra conciencia como una exigencia de realización, como una
ley objetiva, mientras que con las demás no ocurre lo mismo?.
En las consideraciones que hemos hecho al determinar el sentido de la palabra
"deber", podemos encontrar las bases para una respuesta correcta. Hemos visto, en efecto,
que la acción que debemos realizar no es aquella que nos gustaría hacer. No podemos
entonces considerar que el deber está fundado en el placer o la inclinación. La exigencia
que emana de la acción correcta no puede ser atribuida a un impulso por satisfacer
nuestros deseos o conseguir el placer. Esto se confirma considerando que muchas
acciones placenteras o conducentes a una satisfacción se oponen al deber, que
frecuentemente la acción debida implica dolores y mortificaciones, y que en general hay
placeres buenos y malos moralmente, o sea, que no todo placer o agrado es compatible
con el deber. El fundamento del deber no puede estar entonces en el placer.
Pero tampoco, según hemos visto, lo debido es igual a lo útil o lo provechoso. El
fundamento de aquellas acciones que estamos moralmente obligados a realizar no puede
consistir en que ellas son de nuestro provecho o van a tener buenos resultados para
nosotros. No cabe siquiera hablar del provecho o los buenos efectos que por esa acción
pueden obtener otra persona o un grupo de los hombres. Y es que una acción puede ser de
nuestro deber aunque no aproveche a nadie, y también puede no ser nuestro deber aunque
aproveche a muchos. En otras palabras, puesto que lo debido no se identifica con lo bueno
por sus efectos o sea lo útil, el deber no puede estar fundado en la utilidad. Recordemos
asimismo que el deber no se confunde con el poder hacer, ni con la necesidad de hacer.
Una acción no es nuestro deber simplemente cuando es posible ni tampoco cuando
estamos forzados a hacerla. Muchas acciones posibles no son nuestro deber y las acciones
que nos vemos forzados a hacer en más de un caso están contra el deber. Siendo esto así,
entonces no cabe poner como fundamento del deber la posibilidad o la necesidad de
realizar una acción.
Consideremos finalmente si el querer o la voluntad de una persona o un conjunto
de personas puede ofrecer fundamento al deber. Hemos visto ya que la acción debida no es
lo mismo que la acción querida o mandada por alguien. En efecto, para conocer nuestro
deber no tenemos necesidad de conocer qué quiere una autoridad o cuál es la voluntad de
una persona o un conjunto de personas, sean ellas las que fueren. La situación no varía
cuando tomamos consejo de una persona o aceptamos un mandato de ella; y es que, en
verdad, hacemos esto sólo después de haber aceptado que esa persona es recta, es decir,
que su voluntad se ajusta a lo prescrito por el deber. Si descubrimos que dicha persona no
es recta, que su voluntad realiza lo indebido, cesa su autoridad moral y también nuestra
confianza en ella. Se ve claramente así que el deber puede servir de fundamento a las
decisiones de una voluntad (con lo cual esta voluntad se torna justa), pero no a la inversa.
Por lo tanto, el deber no puede estar fundado en un querer o una voluntad.
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Existen doctrinas éticas que intentan fundar el deber (y asimismo el bien moral) de
las varias maneras que acabamos de considerar. Pasémosles revista aunque sea
brevemente.
La doctrina ética según la cual el deber y el bien se
funden en el placer se llama hedonismo . Es una posición
filosófica que surgió ya en la antigua Grecia con Aristipo de
Cirene (nacido en el año 435 a. C.) y fue desenvuelta por el
célebre moralista Epicuro (340-270 a. C.). En los tiempos
modernos ha tenido también no pocos partidarios, entre los
que destaca el inglés Jeremías Bentham. La mayor parte de
estos pensadores hedonistas no han dejado de señalar que la
conducta moral superior es aquella que persigue los placeres
espirituales y altruistas, lo cual da a su doctrina una
fisonomía muy distinta de aquella con la que generalmente la
presentan sus opositores.
La idea de que la acción debida y buena moralmente es la que
tiene consecuencias provechosas y conduce al bienestar o
felicidad del mayor número es la tesis central de la ética
utilitarista, cuyo más notable representante es el filósofo
inglés John Stuart Mill (1806-1873). Esta doctrina cuenta hoy
con numerosos defensores, especialmente entre los filósofos
anglo-sajones.
También los filósofos naturalistas sostienen que la
acción provechosa es la moralmente debida. Creen además que
el deber se confunde con la necesidad, lo cual es una
consecuencia lógica de su concepción total de la realidad.
Entre las corrientes defensoras del naturalismo ético cabe
destacar el evolucionismo de Herbert Spencer (1820-1903),
según el cual lo debido y lo bueno de la acción depende de la
mayor o menor adaptación al medio. La conducta justa es
aquella que permite la supervivencia por la adaptación a las
condiciones de vida del ambiente.
La tesis de que el deber surge de la voluntad es compartida
por varias direcciones éticas. Este es el caso del
voluntarismo propugnado por el notable filósofo alemán
Federico Niestzsche (1844-1900); el de las doctrinas
sociologistas, según las cuales las normas y leyes morales
surgen del querer de los grupos sociales y tienen una validez
dentro del círculo de la vida de dichos grupos; y el de
ciertas morales teológicas que fundan la ley moral en la
voluntad de un ser superior.
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Otras doctrinas éticas se enfrentan a las que acabamos
de mencionar y reclaman un fundamento distinto para la acción
moral. Entre ellas las principales son: el eudeminismo (del
griego "eudaimanía", que quiere decir felicidad), defendido
por los grandes filósofos griegos Sócrates, Platón y
Aristóteles, según los cuales la conducta moralmente buena es
aquella que conduce al cumplimiento de la esencia humana y
por ello hace feliz al individuo. La ética formal de Manuel
Kant, quien sostiene que la conducta buena está fundada en
las leyes universales de la razón y es por tanto
independiente de toda inclinación, deseo y propósito
utilitario. Y finalmente, la ética axiológica que subraya la
función que el valor cumple en la conducta moral. Con las
tesis principales de estas doctrinas éticas se vinculan las
ideas que sobre la naturaleza y la fundamentación del deber
exponemos en este capítulo.
El examen que hemos realizado nos muestra que el deber no puede estar fundado
en nada exterior a la acción misma, como por ejemplo la posibilidad o la necesidad de
materializarla en el mundo objetivo, o los efectos provechosos que de ella se derivan; ni
tampoco en factores puramente subjetivos como el placer, la inclinación, le interés o la
voluntad de una persona individual o de un grupo social. Determinando esto hemos
avanzado un buen trecho en la comprensión del fundamento del deber, pues hemos
excluido varias soluciones incorrectas. Nos queda por determinar, sin embargo, qué es lo
que en sentido estricto podemos considerar fundamento suficiente de nuestras obligaciones
morales. Pues bien, excluidos los factores subjetivos y los factores externos de la acción
como fundamento del deber, éste no parece poder encontrar su base sino en la acción
considerada en sí misma, en la esencia racional propio de los actos. Dicho con otras
palabras, el fundamento del deber ha de consistir en la razón interior a la propia acción.
Sobre esta base, podemos afirmar que el fundamento de los deberes es el valor
intrínseco que poseen determinados actos humanos. Cuando un acto es bueno, esto es,
cuando tienen en sí mismo el valor de la bondad, nuestra conciencia siente la exigencia de
realizarlo; por eso se nos presenta e impone como un deber. Así como quien ante la
belleza de una obra de arte se siente atraído por ella y reconoce que ésta se impone a su
conciencia; así como quien descubre la verdad de una proposición experimenta la
exigencia de sostenerla y sólo puede negarla actuando contra su convicción, así también el
acto bueno, reconocido como tal, se impone a nosotros como una exigencia, como un
deber. Porque el alumno de nuestro ejemplo está ante un acto que él reconoce como
bueno, su conciencia experimenta la exigencia de realizarlo, es decir, lo reconoce como
deber. Igualmente, cuando algunos de nosotros, por temor, por conveniencia, por
debilidad o cualquiera otra razón, está a punto de romper la palabra empeñada, reconoce
que cumplir lo prometido es bueno y siente la exigencia de mantener su promesa con la
fuerza de una ley objetiva. Y cuando alguien es desleal, aunque extraiga provecho de su
deslealtad, sabe que no ha cumplido su deber porque no ha realizado la acción que tenía
un valor positivo, la conducta leal. Así ocurre en todas las circunstancias de nuestra vida
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moral. En todas ellas el fundamento del deber es el valor de la acción. La conducta se
justifica por el bien o bondad que contiene.
Comprobamos de esta manera que el concepto del deber y el concepto del bien
están íntimamente unidos, pues el primero remite al segundo. El bien de una conducta es
la base del deber de realizarla. Dicho con otras palabras, el valor de la acción da su
contenido a la exigencia del deber. Pero cabe preguntarse todavía: ¿en qué consiste el
valor o sea la bondad de la acción?. Esta pregunta, tan importante, nos encuentra ahora
debidamente preparados. Poseemos ya los elementos necesarios para responderla, pues
hemos estudiado el problema del valor y además hemos examinado los valores morales.
Recordando estos elementos podemos decir que el bien moral exige el
cumplimiento de nuestro ser universal de hombres en cada uno
de los actos que realizamos . La ación buena es, por consiguiente, aquella
que nos lleva o tiende a llevarnos a la perfección individual
y social.
Hay en cada circunstancia una posibilidad de realizar la conducta más perfecta, la
conducta más acorde con las exigencias de nuestro ser universal de hombres: esa es la
acción buena; su contraria es la mala. Pero en cada caso tenemos otras posibilidades de
obrar que no son exigidas por nuestra conciencia moral, porque no encierran un valor
universal humano, o sea, no son buenas intrínsecamente. Ellas seguramente nos atraen y
quizá con más fuerza psicológica que la acción recta, pero esto no basta para darles
carácter de obligación moral ni para justificarlas. Nuestra obligación moral es más bien
rechazarlas. De nosotros depende decidir, en cada caso, por cuál de los caminos, el del
deber o el de la conveniencia, la utilidad o el placer, encaminamos nuestra conducta.
Pero ¿qué ocurriría si no pudiéramos elegir y decidir verdaderamente entre estas
posibilidades? ¿qué ocurriría si la libertad de la persona fuera una ilusión? ¿cabría seguir
hablando de deber?. Para esclarecer estos interrogantes de tanta importancia se hace
necesario abordar otro problema filosófico fundamental, el problema de la libertad moral.
BALOTARIO DE PREGUNTAS
PROBLEMA DE LA ETICA
1.- Los actos humanos son éticamente válidos si presentan las siguientes características. Enumere estos elementos:
a) _____________________________
b) _____________________________
c) _____________________________
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_______________________________________________________________________________________
d) _____________________________
e) _____________________________
2.- Siendo el concepto de persona un concepto central para la comprensión de la ética, qué elementos hacen posible para que los actos
humanos sean actos juzgables y sancionables por la sociedad? (marca las alternativas que consideras pertinentes y si estas alternativas
son insuficientes indica el elemento o elementos faltantes)
a) El valor b) los sentidos c) el yo d) el pensamientoe) la conciencia f) el
deber g) N.A _____________________________
3.- Apoyándote en el texto de Salazar Bondy, define el concepto de moralidad:
________________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________________
4.- Dentro del conjunto de valores morales que se te ofrece, escoge los valores fundamentales: (cada respuesta errónea anula a la
alternativa correcta)
a) La honestidad b) la veracidad c) la justicia
d) el bien e) la belleza f) la puntualidad
g) la generosidad h) la dignidad personal i) la sensibilidad
j) el mal k)el cumplimiento l) la maldad
5.- Como se denomina dentro del problema ético; a la siguiente definición: “Es la exigencia de realizar una acción que nuestra
conciencia siente y percibe como correcta y la empresa a realizarla conmo una ley sin condiciones”. (marca una sola alternativa, si es
N.A señala lo correcto)
a) La moral b) la justicia c) la rectitud
d) la obligacióne) la benevolencia f) N.A ________EL DEBER_____________________
6.- Cómo se denomina a la doctrina ética en que el deber y el bien se fundan en el placer?
a) Eudemonismo b) naturalismo ético c) ética utilitarista
d)ética nicomaquea e) edonismo f) N.A _____________________________
7.- Indica cual es la actitud base o condición previa del artista para la creación del objeto estético?
a) Es la idea del objeto artístico
b) es la decisión del medio artístixco antes del objeto
c) es la vivencia estética y la plasmación de ese sentimiento a través de medios materiales
d) es el vivir imaginario en un universo distinto del real y cotidiano
e) N.A _____________________________
8.- Señala porque un aviso publicitario, un afiche político, o la fotografía de un paisaje, no pueden considerarse objeto artístico?.
(Utiliza un máximo de dos líaneas para decirlo
9.- El concepto de persona se nos revela como un concepto central de la ética, señala las características que definen a la persona:
(marca una sola alternativa)
1) Es una persona que tiene conciencia 2) es una persoan que tiene personalidad
3) es una persona que tiene conocimiento de la bueno y lo malo 4) es una persona que posee dones y cualidades
5) es una persona que tiene libertad
6) es una persona que tiene carisma
a) 1, 2, 3 b) 1, 4, 5 c) 1, 3, 5 d) 2, 4, 6 e) 3, 5, 6