1. Realidad
incuestionable
¿o
no?
Quizás
no
importe
nada,
ni
siquiera
un
segundo,
el
incesante
ritmo
diario
marcado
por
obligaciones
banales
que
nos
imponemos
en
esta
sociedad
moderna;
todo
acaba
y
el
ritmo
se
rompe
cuando
las
noticias
de
lo
que
verdaderamente
importa
cambian
tus
prioridades
sin
ni
siquiera
haber
tenido
la
delicadeza
de
preguntar.
Dicen
que
el
estrés
mata
a
más
gente
que
muchas
epidemias,
pero
realmente
antes
las
deja
completamente
vacías
de
los
valores
innatos
que
todos
llevamos
de
serie:
el
cariño
de
unos
padres
y
la
irremediable
balanza
que
hace
que
el
cuidador
solicite
cuidados,
el
tiempo
-‐plausible
sólo
a
sorbos
livianos-‐
que
transcurre
entre
que
te
dejan
en
el
colegio
con
una
maleta
colgada
a
la
espalda
y
la
cara
de
madurito
interesante
que
se
te
queda
dejando
a
los
niños
en
el
cole.
Todo
pasa
y
todo
queda,
como
se
recuerda
de
la
canción
o
de
la
bendita
pluma
del
poeta,
según
a
quién
le
preguntes,
pero
la
realidad
es
que
sólo
acontecimientos
y
momentos
de
ruptura
te
hacen
reaccionar
ante
la
vida,
que
siempre
marca
el
tiempo
presente
por
mucho
que
tú
te
empeñes
en
llevar
la
batuta.
La
tuya
siempre
es
del
calibre
y
resistencia
del
espagueti
ante
el
tren
de
la
razón.
En
cada
uno
de
estos
momentos
de
parón,
que
aumentan
de
manera
directamente
proporcional
a
la
edad
del
individuo
en
cuestión
uno
se
plantea
vivir
más
despacio,
saborear
la
regalada
vida
tal
y
como
marcan
los
tópicos
del
“no
hay
mañana”,
reconducir
el
tiempo
a
través
de
un
núcleo
de
sensatez
aplastante
ante
la
tormenta
del
qué
dirán:
a
quién
le
importa¡
Reivindico
mi
derecho
al
segundo,
al
instante,
al
momento
antes
que
al
rato,
cuarto
de
hora
o
reunión;
a
sentir
una
conversación
verdadera,
en
su
justa
dosis
de
emoción
ante
una
videoconferencia
de
tres
horas,
a
sufrir
el
levante
y
el
poniente
en
la
cara
con
matices
salinos
al
aire
embotellado,
trémulo,
salido
de
la
infernal
caja
de
virus
del
techo
del
despacho.
Creo
que
al
final
los
pocos
momentos
lúcidos
de
la
vida
son
los
que
merecen
ser
tratados
con
respeto
y
ciertas
dosis
de
locura
o
ironía,
aún
a
riesgo
de
hipotecarse
a
base
de
interminables
y
frenéticos
momentos
de
realidad
cotidiana.
Entretanto
la
vida
sigue
jugando
como
siempre,
hasta
nunca.