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PRÓLOGO

          ¡Qué problemón!
     Las brujas ya no asustan;
       ¿Se van a esconder?,
         ¿Qué van a hacer?,
         ¿Desaparecerán?,
     Pero, ¿existen de verdad?,
   ¿Quién lo puede confirmar?,
    Y si existen, ¿cómo serán?
    Sabias como Agatha quizá,
  Y si pelean, ¿se reconciliarán?
    Puede haber brujas buenas,
    Otras pequeñas y traviesas,
    Otras un poco viejas y feas,
  Unas que peleen por príncipes,
        Y otras no tan malas,
    Que terminen siendo hadas.
    Unas con hambre de niños,
Y otras que se escondan por siglos.
       En todos estos cuentos
     Hay mucha, mucha magia,
   Muchas brujas, muy distintas
    ¿Te animás a descubrirlas?
    ¿Cuál se parece más a vos,
      o a alguien de tu familia?
     Te invitamos a buscarla…
Primera edición: 20 de Mayo de 2010
         2010, El Cubis S.A
Dedicado a todas aquellas personitas
      que creen en la magia...
    Y que también la practican…
INDICE
Cómo conocer a una bruja
Autor:……………………….
Selección: Zambrana, Julia

Por qué no existen las brujas
Autor: Marcelo Birmajer
Selección: Passaglia, Giannina

La bruja que todavía no comió
Autor: Franco Vaccarini
Selección: Zambrana, Julia

La competencia
Autor:…………………….
Selección: Santamaria, Belén

Brujas mellizas.
Autora: Silvia Shujer
Selección: Passaglia, Giannina

Una escoba para cada cosa
Autora: Cecilia Pisos
Selección: Peréz, Romina

El mal de Berta
Autor: Ema Wolf
Selección: Santamaria, Belén

La muchacha de la estrella
Autor:………………………..
Selección: Peréz, Romina
Cómo reconocer
  a una bruja
Son demonios con forma humana. Por eso tienen garras y las cabezas calvas y
narices raras y ojos extraños, todo lo cual tienen que disimular lo mejor que
pueden delante del resto del mundo.
¿Qué más es diferente en ellas, abuela?—
—Los pies —dijo—. Las brujas nunca tienen dedos en los pies.
¿Que no tienen dedos? —grité—. Entonces, ¿qué tienen?
—Simplemente, tienen pies —dijo mi abuela—. Sus pies son cuadrados y sin
dedos.
¿Eso hace difícil andar?
—En absoluto —contestó ella—. Pero les crea problemas con los zapatos. A
todas las señoras les gusta llevar zapatos pequeños y bastante puntiagudos, pero
las brujas, que tienen los pies muy anchos y cuadrados en las puntas, lo pasan
fatal estrujando sus pies para conseguir meterlos en esos zapatitos puntiagudos.
¿Y por qué no llevan zapatos anchos y cómodos, con las puntas cuadradas? —
pregunté.
—No se atreven —contestó—. Lo mismo que tienen que esconder su calvicie
con una peluca, también tienen que esconder sus horribles pies de bruja
metiéndolos en unos zapatos bonitos.
¿Y no es terriblemente incómodo? —dije.
—Extraordinariamente incómodo —dijo ella—. Pero tienen que aguantarse.
—Si llevan zapatos normales, eso no me servirá para reconocer a una bruja,
¿verdad, abuela?
—Me temo que no —dijo—. Quizá podrías notar que cojea ligeramente, pero
sólo si estuvieses observándola atentamente.
¿Son ésas las únicas diferencias, abuela?
—Hay una más —dijo ella—. Sólo una más.
— ¿Cuál es, abuela?
—Su saliva es azul.
¡Azul! —exclamé—. ¡No puede ser! ¡Su saliva no puede ser azul!
—Azul como el arándano.
— ¡No lo dices en serio, abuela! ¡Nadie puede tener la saliva azul!
—Las brujas sí —dijo.
— ¿Es como tinta? —pregunté.
—Exactamente —dijo—. Hasta la usan para escribir. Usan esas plumas antiguas que
tienen plumín y no tienen más que lamer el plumín.
— ¿Se puede ver la saliva azul, abuela? Si una bruja me hablara, ¿yo podría verla?
—Solamente si miraras con mucho cuidado —dijo mi abuela—. Si miraras con
mucho cuidado, probablemente verías un ligero tono azulado en sus dientes. Pero no
se nota mucho.
—Se vería si escupiera —dije.
—Las brujas nunca escupen —dijo ella—. No se atreven.
No podía creer que mi abuela me estuviese mintiendo. Ella iba a la iglesia todas las
mañanas y rezaba antes de cada comida, y alguien que hacía eso nunca diría
mentiras. Estaba empezando a creer todo lo que decía.
—Así que ya lo sabes —dijo mi abuela—. Eso es prácticamente todo lo que puedo
decirte.
Ninguna de esas cosas es muy útil. Nunca puedes estar absolutamente seguro de si
una mujer es una bruja o no, sólo con mirarla. Pero si lleva guantes, si tiene los
agujeros de la nariz grandes, los ojos extraños y su pelo tiene aspecto de ser una
peluca, y si, además, sus dientes tienen un tono azulado... si tiene todas esas cosas,
entonces, sal corriendo como un loco.
—Abuela —dije—, cuando tú eras pequeña, ¿viste alguna vez a una bruja?
—Una vez —dijo mi abuela—. Sólo una vez.
— ¿Qué pasó?
—No te lo voy a contar —dijo—. Te daría un miedo horrible y tendrías pesadillas.
—Por favor, cuéntamelo —rogué.
—No —dijo ella—. Ciertas cosas son demasiado horribles para hablar de ellas.
— ¿Tiene algo que ver con el pulgar que te falta? —pregunté .
De repente, sus labios arrugados se cerraron con fuerza y la mano que sostenía el
puro (la mano a la que le faltaba el dedo pulgar) empezó a temblar muy levemente.
Esperé. Ella no me miró. No habló. De pronto se había encerrado en sí misma
completamente.
Se había terminado la conversación.
—Buenas noches, abuela —dije, levantándome del suelo y besándola en la mejilla.
No se movió. Salí despacito de la habitación y me fui a mi cuarto.
La noche siguiente, después de bañarme, mi abuela me llevó otra vez al cuarto
de estar para contarme otra historia.
     —Esta noche —me dijo—- voy a contarte cómo reconocer a una bruja cuando
la veas.
     ¿Se puede estar siempre seguro de reconocerla? —pregunté.
     —No —dijo—, no se puede. Ese es el problema. Pero puedes acertar muchas
veces.
     Dejaba caer la ceniza del puro sobre su falda y yo confié en que no empezara a
arder antes de contarme cómo reconocer a una bruja.
     —En primer lugar —dijo—, una BRUJA DE VERDAD siempre llevará
guantes cuando la veas.
     —Seguramente no siempre —dije—. ¿También en verano, cuando hace calor?
     —Hasta en verano —contestó—. No tiene más remedio. ¿Quieres saber por
qué?
     ¿Por qué?
     —Porque no tiene uñas. En vez de uñas, tiene unas garras finas y curvas, como
las de los gatos, y lleva los guantes para ocultarlas. Lo que pasa es que también
muchas señoras respetables llevan guantes, sobre todo en invierno, así que eso no
sirve de mucho.
     —Mamá llevaba guantes.
     —En casa, no —dijo la abuela—. Las brujas llevan guantes hasta en casa. Sólo
se los quitan para acostarse.
     ¿Cómo sabes todo eso, abuelita?
     —No me interrumpas —dijo—. Entérate bien de todo. La segunda cosa que
debes recordar es que las BRUJAS DE VERDAD son siempre calvas.
     ¿Calvas?—dije.
     —Calvas como un huevo duro —dijo la abuela.
Yo me quedé horrorizado. Había algo indecente en una mujer calva.
     — ¿Por qué son calvas, abuela?
—No me preguntes por qué —dijo ella, cortante—. Pero puedes
creerme, en la cabeza de una bruja no crece ni un solo pelo.
¡Qué horror!
—Asqueroso —dijo mi abuela.
—Si es calva, será fácil distinguirla.
—Nada de eso —dijo ella—. Una BRUJA DE VERDAD lleva
siempre peluca para ocultar su calvicie. Lleva una peluca de primera
calidad. Y resulta casi imposible diferenciar una peluca
verdaderamente buena del pelo natural, a menos que le des un tirón
para ver si te quedas con ella en la mano.
—Entonces eso es lo que tengo que hacer dije.
—No seas tonto —dijo mi abuela—. No puedes ir por ahí tirándole del
pelo a cada señora que encuentres, ni siquiera si lleva guantes. Tú
inténtalo y ya verás lo que te sucede.
—Así que eso tampoco ayuda mucho —dije.
—Ninguna de estas cosas sirve de nada por sí misma —dijo ella—.
Sólo cuando están todas juntas empiezan a tener algo de sentido--. Sin
embargo —continuó—, estas pelucas les causan un problema bastante
serio a las brujas.
— ¿Qué problema, abuela? —Hacen que el cuero cabelludo les pique
terriblemente —dijo—.Verás, cuando una actriz lleva una peluca, o si
tú o yo llevásemos una peluca, nos la pondríamos sobre nuestro propio
pelo, pero una bruja se la tiene que poner directamente sobre la cabeza
pelada. Y la parte interior de una peluca siempre es muy áspera y
rasposa. Les produce un picor espantoso y una irritación muy
desagradable en la piel de la cabeza. Las brujas le llaman «erupción
de peluca». Y pica rabiosamente.
— ¿En qué otras cosas debo fijarme para reconocer a una bruja? —
pregunté.
—Fíjate en los agujeros de la nariz —dijo mi abuela—. Las brujas tienen
los agujeros en la nariz ligeramente más grandes que los de las personas
normales. El borde de cada agujero es rosado y ondulado, como el borde
de ciertas conchas de mar.
¿Por qué tienen los agujeros de la nariz tan grandes? —pregunté.
—Para oler mejor —dijo mi abuela—. Una BRUJA DE VERDAD tiene
un olfato realmente asombroso. Es capaz de oler a un niño que esté al
otro lado de la calle, en una noche oscura como boca de lobo.
—A mí no podría olerme —dije—. Acabo de darme un baño.
—Vaya si podría —dijo mi abuela—. Cuanto más limpio estás, más olor
tienes para una bruja.
—Eso no puede ser —dije.
—Un niño completamente limpio despide un hedor espantoso para una
bruja —dijo mi abuela—'. Cuanto más sucio estés, menos hueles.
—Pero eso no tiene sentido, abuela.
—Claro que sí —dijo ella—. No es la suciedad lo que huelen las brujas.
Es a ti. El olor que enfurece a las brujas se desprende de tu propia piel.
Rezuma de tu piel en oleadas, y estas oleadas, oleadas fétidas es como las
llaman las brujas, van flotando por el aire y le dan en plena nariz a la
bruja. Y la hacen tambalearse.
—Venga ya, abuela, espera un momento...
—No interrumpas —dijo—. La cuestión es ésta. Cuando no te has lavado
durante una semana y tu piel está totalmente cubierta de porquería,
entonces, claro está, las oleadas fétidas que desprende tu piel no pueden
ser tan fuertes.
---No volveré a bañarme nunca —dije.
—Basta con no hacerlo muy a menudo —dijo mi abuela—. Una vez al
mes es suficiente para un niño sensato.
En momentos como éstos yo quería a mi abuela más que nunca.
—Abuela —dije—, en una noche oscura, ¿cómo puede una bruja oler la
diferencia entre un niño y una persona mayor?
—Porque las personas mayores no despiden oleadas fétidas —dijo—.
Sólo los niños apestan.
—Pero yo no despido oleadas fétidas realmente, ¿verdad que no?
Yo no estoy apestando ahora mismo, ¿verdad que no?
—Para mí, no —dijo ella—. Para mí hueles a frambuesas con nata.
Pero, para una bruja olerías absolutamente fatal.
¿A qué olería? —pregunté.
—A caca de perro —dijo. Yo me eché hacia atrás. Estaba aturdido.
¿Caca de perro? —grité—. ¡Yo no huelo a caca de perro! ¡No te
creo! ¡No te creeré!
—Más aún —dijo mi abuela, con cierto regodeo—, para una bruja
olerías a caca de perro fresca.
¡Eso no es cierto, simplemente! —grité—. Yo sé que no huelo a
caca de perro, ¡ni rancia ni fresca!
—De nada sirve discutirlo —dijo mi abuela—. Es una realidad de la
vida.
Yo estaba indignado. Sencillamente, no podía creer lo que mi abuela
me estaba diciendo.
—Así que si ves a una mujer tapándose la nariz al cruzarse contigo
en la calle —continuó—, esa mujer puede muy bien ser una bruja.
Decidí cambiar de tema.
—Dime en qué más cosas debo fijarme —dije.
—En los ojos —dijo ella—. Míralas cuidadosamente a los ojos,
porque los ojos de una BRUJA DE VERDAD son diferentes de los
tuyos y de los míos. Mírala en el centro de cada ojo, donde
normalmente hay un puntito negro. Si es una bruja, el puntito negro
cambiará de color, y verás fuego o verás hielo bailando justo en el
centro de ese punto. Te darán escalofríos por todo el cuerpo.
Mi abuela se recostó en su sillón y chupó con satisfacción su
maloliente puro negro. Yo estaba sentado en el suelo, mirándola
fijamente, fascinado. Ella no sonreía. Estaba mortalmente seria.
— ¿Hay más cosas? —pregunté.
—Claro que hay otras cosas. Parece que no comprendes que, en
realidad, las brujas no son mujeres. Parecen mujeres. Hablan como
las mujeres. Y pueden actuar como las mujeres. Pero, de hecho, son
seres completamente diferentes.
Por qué
no existen las brujas
Las ultimas brujas, muy preocupadas, habían organizado
su convención anula en un rincón secreto de Europa. Por
obras de los cazadores de brujas, quedaban muy pocas,
pero era otro el tema que las alarmaba, y el punto central
de la reunión. Ya sabían las brujas que la única criatura
mas malvada que una bruja era un cazador de brujas.
Pero ellas tampoco eran buenas. Muy por el contrario su
función en la Tierra era asustar, hechizar y confundir.
Cuando ejecutaban un hechizo de amor, era para hacer
sufrir. Escondían los dedales de las amas de casa y los
sonajeros de los niños. Enviaban a sus animales
amaestrados, lechuzas, murciélagos y ratones, a asustar a
los ancianos en sus últimos días. Y hacia perder el rumbo
a los caballos en los días de tormenta: las familias nunca
se reencontraban, las cartas no llegaban a destino. Pocas
veces colaban en sus escobas, cruzando la Luna en la
noche, porque eran presa fácil para los cazadores. Pero si
su seguridad estaba garantizada, no tenían empacho en
matar de un susto a un campesino rozándole el pelo en
vuelo rasante. Así son las brujas: A esto no es nada
nuevo. Pero aquel día, en su guarida secreta, las brujas
clamaban que su fin estaba cerca. No tenían un Dios al
que pedirle piedad, y Satán jamás escucha las quejas de
sus criaturas –solo se rinde ante los más fuertes o
crueles-. Las brujas temían su extinción pues poco a
poco, especialmente desde la llegada de la pólvora a
Europa, habían perdido el maléfico don de asustar a los
humanos. Los trabucos, los fusiles, las pistolas, mataban
de a cientos. ¿A quien le importaba si una bruja pasaba
volando en una escoba?
-A duras penas me salve de que me bajaran de un pistoletazo-
dijo, entre enojada y sollozante, la bruja Agatha-. Era una noche
nublada y oscura; de otro modo no hubiera contado el cuento.
    -¿Las balas pueden matarnos? – pregunto una bruja joven
llamada Barberella.
-Matarnos, no –les respondió Agatha que, pasando los trescientos
años, era considerada una bruja madura-. Pero te puede partir al
medio la escoba, y también los huesos. Y entonces… ¡a la
hoguera!
Todas las brujas tiritaron de miedo; y Agatha no pudo evitar una
oculta sensación de triunfo: al menos había logrado asustar a sus
hermanas. ¿Cuánto hacia que no asustaba realmente a un
humano? Los disparos, las guerras y los fuegos artificiales las
volvían cada vez más inofensivas.
-Hasta a mi murciélago predilecto mataron de un balazo –dijo la
bruja Leonarda-. Durante quince años asusto a la misma familia.
No podían espantarlo con fuego ni humo. Los niños gemían de
miedo y los padres temían maleficios. Hasta que este infeliz
campesino consigue un arma y me lo mata. “¡Y tengo más balas
para quien quiera me este enviando estos animales
endemoniados!”.
-Ya no nos temen –dijo Agatha.
La bruja Eleodora quiso poner un poco de orden en la reunión:
-No es solo que ya no nos temen. Comienzan a encontrar
combinaciones de palabras para anular nuestros conjuros. Y si
enfermamos a un niño con agua ponzoñosa, no pasa un día sin
que aparezca un mago con el antídoto. A nadie le preocupan los
hechizos de amor: ahora lo llaman “pasión” y mueren contentos
pensando que no hay mejor forma de abandonar el mundo.
-El mundo esta embrujado –dijo Barbarella.
-Pero no por efecto nuestro –dijo Agatha-. Los hombres se han
vuelto tan agudos y sanguinarios que una bruja ya no es noticia.
-¿Qué haremos? –Pregunto la bruja Rachel-. No sabemos hacer otra
cosa. Si no se asustan de nuestra apariencia, si no enferman con
nuestros brebajes, si no los perjudican nuestros hechizos: ¿para que
vivir? ¿Acaso tenemos otra función en la vida?
-Ya parecemos humanas –dijo Taralia, una bruja hermosa-.
Preguntándonos cual es el sentido de la vida.
-¿Pero es que acaso no somos humanas? – pregunto Barbarella.
Ninguna le contesto. Lo cierto es que no lo sabían. Cuando las
atrapaban los cazadores de brujas, lloraban y suplicando diciendo que
eran humanas, hermanas de carne y hueso. Pero cuando planeaban
sus maldades se referían a las victimas como “los humanos”. Y
aparentemente su función en la Tierra se estaba agotando sin que
hubiera llegado a descubrir si eran humanas o no.
Vivían mucho más que los humanos, y volaban en escobas y podían
hablar con los animales, todo eso hacia pesar que tal vez no fueran
iguales al hombre; pero también morían por efecto del fuego, temían
y se enamoraban. ¿Qué eran? Como fuere, aquella reunión era ya lo
bastante urgente como para dedicarse además a resolver un tema tan
profundo y extenso.
-Convirtamos a todos los humanos en puercos- propuso la más
anciana de las brujas, Malala.
-Primero, no creo que seamos las suficientes como para poder
lograrlo –replico Agatha-. Y en segundo lugar, ¿Qué haríamos
luego? ¿Quién quiere vivir en un chiquero? Hasta el momento,
hemos mantenido un equilibrio prefecto con los humanos. Los
bañábamos cuando podíamos y ellos mataban una de las nuestras
cada tanto. Eran buenas batallas y una guerra siempre inconclusa.
Pero parece que la ciencia del hombre nos ha vencido.
Por primera vez en mil años se hizo silencio cerrado en la
convención de brujas. Ni siquiera levantaban las manos para pedir
palabra. A una de ellas se le achico la nariz hasta que le quedo
como la de una delicada doncella. Otra dejo salir dos volutas de
humo por los oídos. Un murciélago revoloteo por la reunión como
si las estuviera despidiendo.
-Solo hay una salida –dijo Agatha.
Las brujas miraron para todos lados como si las estuvieran por
atrapar y buscaran un atajo. Pero Agatha continúo:
-Fingir que no existimos. Escondámonos durante suficiente
tiempo como par que los humanos olviden si alguna vez
existimos o no. No seria la primera vez que ocurre: mi bisabuela
estuvo presente cuando Dios envío el Diluvio, y ahora los
hombres dudan acerca de si alguna vez la Tierra fue inundad.
Tampoco han visto nunca al Demonio, y le temen más que a todo
lo que conocen. Si nos esfumamos durante el tiempo suficiente
como para que los humanos duden de nuestra existencia, cuando
una de nosotras aparezca se les erizaran los cabellos y morirán de
miedo como en nuestras mejores épocas.
-Es cierto –dijo persuadida Malala-. Los hombres conocen todo
tipo de armas para luchar contra lo existente, pero ninguna para
librarse de su temor a aquellas cosas que no saben si existen.
-Pero yo quiero que me miren –dijo Taralia
Las brujas sabían que era vanidosa: alguna vez habían
existido sobre la Tierra centenares de brujas hermosas, pero
ahora era la única. Ni siquiera se tomaron el trabajo de
contestarle. Taralia insistió con una razón de peso:
-Todas sabemos que una bruja que no asusta durante cien
años se desvanece.
-Quizá no tengamos que esperar tanto –sugirió Agatha.
-Como mínimo –acentúo Taralia.
-En tal caso –le respondió Malala-, podrán ser brujas
nuestras nietas y bisnietas. Nos desvaneceremos nosotras,
para que las brujas sigan existiendo. Por otra arte, se
acercaba el alba. Si no nos apuramos, nos atraparan como a
panes recién hechos. Votemos.

                            FIN.
La bruja
que todavía no comió
Aquella mañana, los alumnos somnolientos que caminaban hacia el
colegio sintieron un escalofrío al ver sobre la vereda una escoba rota,
con su palo quebrado en dos, que despedía una extraña pestilencia.
Envuelta en la niebla, daba la primera impresión de ser una paloma
muerta.
Los memoriosos recordaron las leyendas contadas por sus abuelos y ya
en clase no podían dejar de mirar por la ventana, como si algo acechara
del otro lado.
Hacía ya muchos años, una bandada de brujas atacó la ciudad: habían
salido de un agujero de la tierra, según se supo después, en el seno de
un volcán apagado llamado Torombola. Las brujas volvieron a su
inmundo agujero montadas a sus escobas voladoras, con unos cuantos
niños que nunca, pero nunca volvieron a verse.
Y esa era la historia que los abuelos contaban a sus nietos.
La escoba fue llevada al gobierno de la ciudad y derivada de inmediato
a los expertos en Artes Ocultas. Por la rareza de su diseño, por sus
hebras de paja aromatizadas con azufre, se dictaminó que aquella era,
nomás, escoba de bruja y que su dueña se habría enredado con los
cables del alumbrado eléctrico, seguramente loca de gula por la
cercanía de tantos niños dormidos.
Las brujas del volcán apagado de Torombola necesitan comer un niño
cada 100 años. No parece mucha cosa, pero, ay, ¿y si te toca a ti ser ese
niño? Te parecerá mucha cosa. Sin duda.
Estas apariciones tan espaciadas hace que muchos no crean en ellas y
no toman las precauciones del caso: cerrar bien las ventanas, pero,
sobre todo ¡que no haya espejos en los cuartos!
Es ley que las brujas entran y salen de los espejos que cuelgan en los
cuartos de los niños.
Mientras duermes, la bruja, que ve a través de la oscuridad, te
observa desde el interior del espejo, aguarda el momento apropiado
y luego...abres los ojos en el interior del volcán Torombola. Puede
ser peor, puedes NO abrir los ojos.
Y tus padres no sabrán de tu ausencia hasta la mañana siguiente...
Ahora, había una bruja en el pueblo. Una bruja sin escoba buscada
por las fuerzas vivas.
La encontraron unos empleados municipales, alertados por el
ladrido de varios perros callejeros, en una alcantarilla del puente
central. Desesperada de hambre, chillaba y reía como una hiena
enferma.
Debajo de su capa negra, tenía dos alas de mosca, débiles y
atrofiadas y su cara abundaba en hoyos, lunares y bolsas de arrugas.
A las pocas horas de encierro, mientras las autoridades debatían que
hacer con ella, la bruja murió. Sus alas de mosca, las pezuñas, los
colmillos, demostraban que aquello no era un ser humano, sino una
cruza de razas, un puente entre el infierno y la humanidad...y aquí
estaba la prueba para que todo el mundo creyera en las brujas.
En el laboratorio donde iban a embalsamarla, dos empleados la
acostaron sobre un camastro, junto a su escoba rota, pero...
¡cometieron un error! Era la hora del almuerzo, así que los
dependientes se fueron a comer, según marca el reglamento
municipal.
Al regresar, la bruja no estaba.
Y vaya uno a saber como arregló su escoba la muy artista o si acaso
se zambulló de un salto en el brillante espejo, frente a su camastro,
para caer a los abismos de su mundo.
Eso sí, no se comió a nadie y ¡sigue con hambre!

                                   FIN
La competencia
La bruja Allegra se levanto aquella mañana con los ánimos
alterados. Abrió la puerta de su casa. Miro el camino que venía del
pueblo. Estaba desierto. Cerró la puerta de malhumor. Tantos años
había atendido a sus vecinos; y ahora ole daban la espalda porque
había aumentado un poco las tarifas.
-¿A caso me he aprovechado alguna vez de ser la única bruja
diplomada de las cercanías?-se ofusco mientras trajinaba entre
calderos y vasijas de contenidos inciertos.
La verdad es que Allegra, como buena bruja que era, solía
aprovecharse de tal circunstancia en cada ocasión que se le
presentaba. Si alguien acudía a ella necesitando de algún hechizo o
poción con urgencia, ella le cobraba un precio mayor que habitual
con la excusa de que los embrujos preparados con apuro requieren
más esfuerzo, algo que por supuesto era absolutamente mentira.
Por eso cuando se le ocurrió remarcar los precios por enésima vez en
el año, la paciencia de los habitantes del pueblo llego a su fin.
-¡¿Dos gallinas y media docena de huevos por una poción para la
caída del pelo?!- se escandalizo don Cosme-¡Prefiero quedarme
calvo de por vida!
-¡y miren lo que han aumentado los hechizos para enamorar!-lo
secundo Anacleta-.¡tres bolsas de arroz y una de cebollas!¡A este
paso habrá que acostumbrarse a la soltería!
-Son los precios justos para una atención de primera calidad. Si
encuentran otra bruja que les ofrezca mejores servicios a mejores
costos, pueden irse con ella- replico Allegra con altanería.
-¡Es precisamente lo que haremos!- se ofusco Radulfo.
Y se marcharon al son de sus protestas. Habían pasado tres días,
ninguno había regresado.
-¡Bah!- se dijo Allegra para consolarse-, no se porque me preocupo
si nunca pudieron arreglársela sin mi.
Este pensamiento la alarmo. ¿Cómo podía ser que en tres días nadie
hubiera necesitado ni siquiera una pócima para achicar juanetes?
Decidida a averiguarlo, monto su escoba y bajo velozmente al
pueblo. Apenas llego a la calle principal, descubrió un a larga hilera
de personas esperando frente a carromato coronado un gran cartel en
que se leía:
BRASILEA, SU BRUJA DE CONFIANZA.
GRANDES OFERTAS.
AMPLIA OFERTAS.
AMPLIA EXPERENCIA EN HECHIZOS DE TODA
INDOLE.
POCIMAS INMEJORABLES.
EFECTIVIDAD GARANTIZADA.

Aturdida, comenzó a leer los letreros que rodeaban el carro:
Combo 1: tres hechizos potentes a elección + una pócima para
cambiar el color de los ojos = dos kilos de arroz y un pollo.
Combo 2: tres pócimas de su gusto + un hechizo simple = 15
choclos. Combo 3…
Se irrito tanto que no pudo seguir leyendo.
-¡Ey, tu!-le grito a la bruja que repartía brebajes coma si tal
cosa-. ¿Qué crees que estas haciendo?
-Pues vendiendo pociones y brebajes de muy buena calidad a
precios mas económicos que los tuyos- le respondió la otra.
-¿Precios…mas económicos?-se atraganto Allegra.
-¡Voy a perder a todos mis clientes!-pensó horrorizada. Y de
inmediato, grito:
-¡Oigan todos!¡Por hoy, todas mis pociones estarán a mitad de
precio y…a los primeros diez clientes les prestare mi escoba
voladora por un día!
No paso mucho hasta que los clientes comenzaron a partir en
estampida rumbo a la casa de Allegra. Pero Basilea reaccionó:
-¡si de ofertas se trata, pondré todo a mitad de lo que les cobre
esta mala bruja!
Y Allegra retrucó:
-¡Y yo, a la mitad de eso!
Y Basilea insistió:
-¡Y yo…yo no les cobraré nada!
Los clientes, que ya no sabían para donde correr, se quedaron quietos,
esperando la respuesta de Allegra.
-Y yo…yo tampoco-concluyó, muy a su pesar.
Los habitantes del pueblo, para ser justos con tan generosas ofertas,
decidieron que la mitad se atendería con una bruja, y la otra mitad, con
la otra. Y así quedaron todos muy conformes. Todos menos Allegra y
Basilea, a quienes les daba un bruto dolor de estomago cada vez que
pensaban las ganancias que estaban perdiendo.
No pasó mucho tiempo hasta que cada una empezó a pensar en cómo
arruinar a la otra. Y como puestas a pensar en maldades las brujas no
son muy originales que digamos, a las dos se les ocurrió la misma cosa.
Fue así como una noche mientras Allegra entraba sigilosamente al
carromato de Basilea, esta lo hacia en la casa de Allegra. Y ambas se
pusieron a cambiar las pociones y mezclar entre si los brebajes para que
nada tuviera el efecto que debiera tener.
El resultado de que al día siguiente a don Cosme le salieron dos largos
mechones en las orejas luego de beber la poción para el crecimiento del
cabello que le vendió Allegra. Y a Dolores, que había probado la
poción de Basilea para rejuvenecer, le apareció un gran mostacho sobre
la boca. Y que Radulfo Lugo de tomar un brebaje adelgazante, quedo
del tamaño de una ardilla. Y así, el pueblo entero comenzó a padecer
toda clase de extrañas transformaciones. Razón por la cual, dejaron de
atenderse con cualquiera de las dos.
Al ver perdida su clientela, Allegra fue al encuentro de Basilea hecha
una furia.
-¡Años he pasado convenciendo a estos tontos de que sin mi no podían
sobrevivir, para que vengas tu a arruinarme el negocio!-le recriminó.
-¡Esto pasa porque no sabes compartir angurrienta!-respondió Basilea.
-¡Pues es evidente que aquí no hay lugar para las dos!-la desafío
Allegra. Y, sin darle tiempo a reaccionar, extendió sus brazos y de sus
dedos broto un trueno que impactó en el cuerpo de la otra.
-¡Por Aladino, que te lleve un torbellino!- maldijo.
Pero Basilea, mientras empezaba a girar velozmente en un remolino de
viento, no tardó en responder:
-¡Si en un torbellino me llevaras, que tu no te quedes atrás!
Y al instante, Allegra se encontró en idéntica situación a la de su
amiga. Entonces, para su fortuna, ocurrió que se les dio por echarse
la misma maldición en el mismo momento.
-¡por mil piedras, que te trague la tierra!- gritaron al unísono.
Y antes de que pudieran darse cuenta de lo que habían hecho, la
tierra se abrió en dos y se las tragó.
Los habitantes del pueblo, que al ver semejante batalla se habían
atrincherado en sus casas; salieron y se acercaron a la grieta que
quedo en el lugar por donde desaparecieron las brujas.
-Buen provecho-le dijo respetuosamente don Cosme a la tierra, que
de inmediato se cerró con un sonido que algunos, les pareció
bastante parecido a un provechito de bebé.
Tuvieron suerte de que las brujas rebajaban tanto sus pociones para
ahorrar costos, que pronto todos recuperaron sus normales
aspectos. Por supuesto, nunca mas dejaron que una hechicera
volviera a vivir en sus cercanías.
De Allegra y Basilea se cuenta por ahí que la tierra se canso pronto
de tenerlas como huéspedes y las escupió del otro lado del mundo,
donde siguieron batallando y echándose maldiciones durante el
resto de sus vidas.

                                 FIN.
Brujas mellizas
Además de brujas, Brujeña y Brujilda eran hermanas. Gemelas. Dos
gotas de agua. Tan idénticas que fuera que a primera vista parecían
fotocopias. Por fuera, porque en el carácter eran el día y la noche, la
luz y la sombra, las olas y el viento…
   Brujeña era malévola, bellaca, descortés, deslucida y desagradable.
Brujilda en cambio era cándida, benigna. Sensible abnegada y
generosa.
   Brujeaban en la misma cueva. Atendían a los clientes por orden de
llegada: el primero para una, el segundo para la otra. El tercero para
la primera. El cuarto para la segunda, ect. Todo un tratado de
democracia brujeril. Pero una cosa era cuando atendía Brujilda. Y
otra muy distinta cuando lo hacía Brujeña.
   Si a la choza llegaba un paciente con empacho, Brujilda con sus
brebajes convertía la panza de la víctima en un paraíso gástrico.
Brujeña en cambio, transformaba al indigesto en un cerdo, como acto
de castigo al muy tragón. Exageraba su tratamiento hasta que el
cliente quedaba reducido a la categoría de bestia.
   Así eran: iguales y distintas. Y así se soportaban. Porque por miedo
o por respeto entre hermanas ninguna se atrevía a desafiar los poderes
de la otra y viceversa. Hasta un día en que esto ocurrió.
   Un martes 13. A primera hora de la mañana. Apareció en la cueva
un joven hermoso con el pelo enrulado, ojos claros y estatura de
príncipe.
  - Buenos días -dijo. Y antes de que pudiera continuar; por única vez
en la vida Brujena y Brujilda estuvieron de acuerdo: se enamoraron
perdidamente del mancebo y cayeron desmayadas a sus pies.
   -Es mío –suspiró ya repuesta Brujilda, a quien de verdad le
correspondía la atención de ese cliente.
   -Lo siento – desafió Brujeña decidida a todo.
   Y al cabo de una larga discusión abundante en agravios brujeriles:
“arpía”, “lechuzota”, “cara de fécula”, “revuelto de piraña”, “nariz de
escoba vieja”, se retaron a duelo.
De entrada Brujilda descargó sobre su hermana cien kilos de polvo de
estrellas que, endurecidos sobre su cuerpo (el de Brujeña), la convirtieron
en monumento a la piedra preciosa.
  Liberada del hechizo y con ayuda de su escoba, Brujeña disparó contra
los ojos de su hermana dos litros de leche cuajada que le dejaron la vista a
la miseria.
  Llorando lágrimas de yogur, Brujilda rompió de un escobazo los frascos
de veneno de su hermana.
  Furiosa, Brujeña respondió al ataque desarmando el laboratorio de
Brujilda de este modo: las pociones para enamorar las hizo sopa; los
brebajes de calmar dolores, saliva de caballo enfermo; las esencias de flor
en jarabe las convirtió en laxante.
  Enojadísima, Brujilda hizo que se hermana se transformara en mariposa.
  Mariposa y todo, Brujeña logró que su hermana se convirtiera en jabalí.
  Jabalí y todo, Brujilda hizo desaparecer la escoba de su hermana.
  Hermana y todo, Brujeña consiguió que la escoba de Brujilda se hiciera
carbón en el mismo horno donde años atrás intentara cocinar a Hansel y
Gretel.
  La guerra se fue tornando cada vez más fría, más destructiva. Hasta que
las hermanas se desaparecieron una a la otra, y los poderes quedaron
solos, es decir sin ellas, es decir a la buena de Dios. Invisibles, flotando
por el aire, ante los ojos claros del joven hermoso con estatura de príncipe
que no entendía qué rayos había pasado desde su llegada a la choza hasta
ese momento.
  Seguro de haber caído en una trampa y estar atrapad en la cueva, nuestro
héroe respiró bien hondo y se dispuso a enfrentar la situación con la mayor
valentía: abrió la puerta para escapar.
  Por su parte, aburridos de andar sueltos, los poderes de las brujas se
disolvieron en el aire, y sin saber se dejaron respirar por el muchacho
antes de que éste abandonara corriendo el lugar.
 Quizá por eso el que una vez fuera tan sólo joven y hermoso, a partir de
aquel día tuvo épocas de mágica belleza y otras de increíble fealdad. Vivió
horas de loca alegría seguidas por horas de sorprendente amargura. Odió y
amó lo que odió. Construyó y destruyó. Acarició y golpeó. Algunas veces
mintió y otras dijo la verdad. Para unos fue malo y para otros, muy bueno.
  Lo cierto es que hasta el último minuto de su vida, el hombre trató de
entender la razón de su vida, el hombre trató de entender la razón de su pena y
de su dicha. Y como nunca encontró una respuesta, dejo escrita esta historia de
brujas por si alguien que pasa la quiere escuchar.

                                         FIN
Una escoba
para cada cosa
- ¿Ves, Poli?, así: una escoba para cada cosa y un color para cada escoba
– le explicaba la brujita Guadalupe Sinverruga a su mascota polilla, que
revoloteaba sobre la mochila flamante.
Es que al día siguiente comenzaban las clases y Guadalupe estaba
ordenando con mucha prolijidad sus “útiles”.
- La escobita roja es la de hacer buena letra; la verde sirve para borrar; la
azul te levanta la mano para contestar antes que todos y la amarilla es
para resolver las cuentas.
- Ajá, ajá, ajajá – repetía Poli.
- Para que las cosas te salgan bien, dicen mis tías, nada mejor que ser
ordenados, Poli.
- Sin embargo, mirá lo que les pasó a los tres osos del bosque cuando se
metió en su casa Ricitos de Oro. Tanto orden, tanto orden y ¡plaf! En un
ratito…
En eso, se escuchó desde el comedor el reloj-lechuza que repitió tres
veces este mensaje de las tías de Guadalupe:
Ni se te ocurra, sobrina,
llevar escoba a la escuela.
Ni las de todos colores,
ni la escoba que más vuela.
Meche y Lola, las tías de Guada, durante la noche eran unas señoritas
brujas pero al llegar la mañana, barrían la vereda con escobas comunes y
también hacían los mandados y se comportaban como maravillosas
vecinas.
Ahora que Guadalupe vivía con ellas, no les había quedado más remedio
que anotarla en la escuela del barrio para que nadie sospechara.
A la mañana siguiente, el primer día de segundo grado de su sobrinita,
Meche y Lola la despidieron en la puerta.
- Tomá, Guada, esta manzanita que sobró del cuento de Blancanieves,
para que se la lleves a la maestra – le ofreció Lola.
Entonces Poli asomó la cabeza del libro de cuentos donde vivía y le advirtió en voz
baja a Guada:
- No se la des: está envenenada. En el cuento, todas las manzanas del cesto estaban
envenenadas porque la bruja no sabía cuál iba a elegir Blancanieves. Además,
llevarle una manzana a la maestra es una antigüedad.
- Gracias, Poli – alcanzó a decir Guada, cuando su tía Meche, que le estaba dando
en la frente el besito de la buena suerte, olió algo raro:
- ¿No tendrás alguna escobita mágica en la cartuchera?
- Me parece que no, tía, no creo… Se me hace tarde… - mintió rápido Guada y
corrió hasta la esquina. Ahí sí, se dio vuelta para saludar y luego cruzó.
A los dos segundos, Guada se cansó de caminar y sacó la escoba voladora. Desde el
cielo, fue siguiendo el caminito de los chicos que iban a la escuela como ella.
- Mirá, Poli, esa chica va en bici… ¡Y allá está el micro escolar!, ¡Qué divertido
viajar todos juntos!
Pero, por mirar para abajo, Guadalupe chocó contra un árbol, y, con el golpe, se le
cayó la mochila de la escoba, y la cartuchera de la mochila, y las escobitas de la
cartuchera…
Mientras trataba de hacer funcionar la escoba otra vez, Guada no sintió el viento
fuerte, como de tías brujas, que sopló sobre las escobitas. Para colmo, con el apuro,
las recogió llenas de hojas secas, gusanitos y papeles de caramelos. Ella que era tan
prolija y ordenada casi se puso a llorar cuando Poli, para darle ánimo, le comentó:
- Típico de los cuentos: siempre hay obstáculos y contratiempos para el héroe. Pero
el héroe tiene un ayudante, que le da coraje y el valor…- Ay, Poli, sí, está bien,
gracias por lo que me decís pero ahora ayudame a poner todo sobre la escoba, que
ya estamos llegando tarde…
Y así fue, quince minutos después, Guadalupe aterrizó en el patio cuando ya los
chicos de segundo se iban para el aula. Como pudo, escondió la escoba voladora
detrás de un macetón y se puso última en la fila, tratando de hacer rodar su mochila
rota.
Entonces, el nene que iba adelante se dio vuelta y le dijo:
- ¡Llegaste en escoba!
-  No, ¿Estás loco? – se apresuró a contestar Guada -. Te habrá
parecido. Es que mis tías tienen un auto muy rápido.
- No, no: yo te vi bajar recién en el patio – insistió él -. Y la
dejaste detrás de la planta de azaleas. Ramona, la portera, se la
está llevando con las cosas de la limpieza…
Al ver eso, Guada se comió tres uñas de la desesperación y ya
se le saltaban las lágrimas, pero ni tiempo tuvo de seguir
preocupándose por la escoba porque la maestra ordenó:
- ¡Chicos, adentro! ¡Vamos a empezar segundo! ¡Qué alegría!
Hay compañeros del año pasado y compañeros nuevos…
Durante un rato, la señorita Milena los fue mezclando a los
viejos con los nuevos para que todos se conocieran. En el
último lugar quedaron juntos Guadalupe y Nacho, que así se
llamaba el chico que le había hablado en la fila.
Cuando Guada puso el libro de Poli debajo del banco, Poli se
asomó y suspiró, emocionada:
- Acabás de conocer al príncipe del cuento, princesa…
- ¡Ay, callate, Poli! Que me da vergüenza… - la retó
Guadalupe, cerrando la tapa para hacerla desaparecer.
Mientras tanto, la maestra anunciaba:
- Chicos, vamos a repasar un poco para ver qué se acuerdan de
lo que aprendieron en primero…
- Ya empezamos – dijo Nacho nervioso, y se puso a hacer tictic
en el banco con el lápiz negro.
Guada, en cambio, preparaba el cuaderno y sacaba la
cartuchera de la mochila.
(Hay que decir que Guadalupe Sinverruga tenía una colección
enorme de escobas mágicas. En ella había escobas de todos los
tamaños y colores, con brillo, con luces, con plumitas, con
sonido, de diferentes clases y magias. Cada escoba servía para
hacer algo: había escobas para volar, las más comunes, o
escobas para barrer, que eran las que las tías usaban para
disimular en la vereda. Pero también escobas de hacer dulce de
leche, de atrapar al Ratón Pérez, de cumplir deseos; escobas
para transformarse en un instante, escobas de correr gatos,
escobas de lavar los platos y también otras de romper hechizos.
Con pompones, floreadas, de papel dorado, o del olor del
arcoiris, a todas, todas, las coleccionaba Guadalupe).
Sin darse cuenta de que Nacho la observaba, Guada estaba soplando y
limpiando de pelusas las escobitas.
- ¿Son lápices de colores? – quiso saber, maravillado, su compañero.
- Mmsí, sí – le contestó Guada, tapándolas con la mano.
- ¡Qué raros! ¿Me prestás uno?
Guada iba a portarse como una perfecta egoísta y a decir que no,
cuando la señorita Milena preguntó:
- A ver, quién me contesta más rápido esta pregunta: ¿Por qué los
flamencos se sostienen en una sola pata?
Guada, ultrarrápida y entusiasmada, buscó la escobita azul, la agito en
el aire y, de pronto, en vez de contestar primero a la pregunta, hizo
desaparecer por completo a la maestra.
Los chicos se quedaron helados pero enseguida comenzaron a
llamarla: “¡Señorita! ¡Señorita!”
Guadalupe seguía congelada y no sabía qué hacer hasta que Poli la
despertó:
- ¡Las escobas se mezclaron en la caída! ¡Probá con otra! Ya me
parecía que cuando chocamos contra el árbol había olor a tías brujas
en el aire…
Guada, sin pensar, tomó la escobita amarilla y la agitó apresurada. La
señorita Milena apareció, ¡qué alivio! Pero enseguida la aturdieron
todos los chicos, que se pusieron a levantar la mano como locos,
gritando: “¡Yo! ¡Yo! ¡Yo, señorita! ¡Yo, yo! ¡Yo levanté la mano
primero!”
- Bueno chicos, la verdad, estoy contenta porque parece que todos
saben la respuesta pero me siento un poco rara… mejor, copien este
problema:
39 hormigas llevan hojitas para su hormiguero. 13 hormigas las
pierden al cruzar un charco y a 9 se las vuela el viento. ¿Cuántas
hojitas consiguieron guardar?
Guada miraba, indecisa, la cartuchera, cuando Poli le dijo:
- Agitá otra, a lo mejor esta vez te sale bien: en los cuentos siempre la
tercera es la vencida.
Guada agiró la escobita amarilla, no muy convencida, y el
problema empezó a copiarse solo en el pizarrón, con tan linda letra
que sus compañeros se quedaron embobados viendo los rulos de las
mayúsculas.
Para disimular, como le aconsejaban siempre sus tías, Guada fue
corriendo hasta el frente y agarró una tiza, pero las letras corrían
más rápido que su mano por el pizarrón verde y pronto se
descontrolaron y comenzaron a trepar por la pared, a escribir el
techo, a llenar el piso, a Salir por el pasillo…
- ¡Qué maravilla, Guada! ¡Qué linda letra te enseñó a hacer tu
maestra del año pasado! Pero no te entusiasmes tanto: en el recreo,
con esponja y jabón, vas a tener que limpiar este enchastre. Sin
embargo, ahora, ya que estás acá, resolvé el problema. Dibujá las
39 hormiguitas.
Guadalupe empezó a dibujar pero sus hormiguitas parecían
elefantes bebé de seis patas, ¡no terminaba más!
- ¡Uaf! ¿Tengo que dibujar las 39? – le preguntó a la señorita
Milena, pensando desanimada en el recreo de limpieza que se iba a
pasar.
- Vamos a llamar a Nacho para que te ayude.
Y Nacho se acercó al pizarrón. Cuando lo tuvo al lado, Guada
descubrió que tenía SUS escobitas en el bolsillo.
Antes de que pudiera decir algo, Nacho sacó una escobita y la
agitó: se borraron las hormigas-mamarracho de Guada. ¡Y con
ellas, todas la letras del techo, del piso y del pasillo!
Luego, Nacho dibujó 39 hormiguitas-hormiguitas y agitó sin que lo
vieran la segunda escoba: ¡el problema se resolvió solo!
Y, por fin, con un pase de la última escobita que le quedaba, la
respuesta se escribió con tan linda letra que las O le guiñaban el ojo
a la maestra y a todo.
- ¡Muy bien Nacho! ¡Muy bien Guada! ¡Qué buen trabajo en
equipo!
Guadalupe no podía entender cómo le habían funcionado tan bien
las escobas a Nacho, grrrr grrrr…
Mientras volvían al banco, Guada le tiró de la manga y le preguntó:
- ¿Cómo hiciste?
- Fácil: se ve que hay una escoba para cada cosa; sólo hay que
descubrir cuál es cuál.
Poli, como siempre, se metió e hizo su comentario:
- Creo que eso ya lo oí en otra parte…
- Callate, Poli – le ordenó, rabiosa, Guada. Y luego se dio vuelta
hacia Nacho:
- Ahora me las devolvés.
Nacho, con una sonrisa, le contestó:
- Tranquila, eso pensaba hacer, y también pedirte que me regalaras
una…
- Shh – lo hizo callar Guada, quitándole las escobas de la mano.
Justo sonó el timbre del recreo.
Después del recreo, vino la clase de plástica pero Guadalupe ni se
animó a abrir la cartuchera y pidió todos los colores prestados.
Cuando sonó el timbre del final del día, la señorita Milena los mandó
al patio a formar. Lo primero que Guada hizo al salir, en vez de
formarse, fue ponerse a buscar el cuartito de la limpieza. Nacho iba
detrás; y Poli, con su vocecita de alarma, le avisó:
- Guada, tu príncipe te sigue…
Guada se dio vuelta furiosa y los dos chocaron:
- ¿Te ayudo con lo de la escoba voladora? – preguntó Nacho –. Yo la
conozco a Ramona.
Guada dudó y al final dijo:
- Está bien, pero no cuentes nada, porfis, ¿si?
- Claro, ahora seguime – ordenó Nacho. Y salió corriendo. Y tras él,
Guada, dejando el libro de Poli tirado en el patio.
- Hola Ramona – saludó Nacho.
- Hola Nachín, ¿Cómo estás? – le contestó sonriente la portera.
- Bien, gracias, ¿sabés?, se nos cayeron unas galletitas en el aula.
¿Me prestás tu escoba nueva para barrerlas?
- Tomá, te doy esta otra, es igual. La nueva se la llevó Tomás, mi
marido para barrer la dirección.
Guada y Nacho se miraron desesperados. Pero no tuvieron que
pensar demasiado qué hacer porque ya estaba casi todo hecho. Por
suerte, ya se habían despedido de los chicos y las maestras. Por
suerte, Ramona se metió en el cuartito de la limpieza. Por suerte,
Poli, a la que habían llevado, con “libro perdido” y todo, a la
dirección, entretuvo a la directora revoloteando por sus papeles
importantes y haciéndola salir al pasillo para perseguirla.
Por suerte, porque entonces sólo Guada y Nacho vieron salir por la
ventana de la dirección a don Tomás, montado en la escoba de
Guadalupe. También por suerte, a Guada se le prendió la lamparita y
empezó a agitar todas las escobitas de su cartuchera hasta que, con
la escoba de borrar, el vehículo volador desapareció, dejando a don
Tomás, primero, sentado en el aire, y enseguida… sentado en el piso
con chichón en la cola.
- Si me guardás el secreto – prometió Guada, plegando la escoba
voladora - , te invito a casa a tomar la leche para mostrarte mi
colección de escobas.
- ¡Buenísimo! – se entusiasmó Nacho y le aseguró – De mi boca, no
sale nada.
Aunque enseguida pareció cambiar de idea y dijo:
- O sí: un beso.
Y ahí nomás se lo dio a Guada, que se quedó con la cara calentita
por un rato. Poli le revoloteó en la oreja:
- ¡Éste es el príncipe valiente!, ¡te salvó todo el día, y qué corazón te
dejó en la mejilla!
Ya de vuelta, al abrir la puerta de casa, Poli y Guada sintieron el
mismo olor a tías brujas que cuando “se mezclaron” las magias de
las escobas.
- ¿Cómo te fue Guadita? – preguntaron las tías a coro.
- ¡Superbien! – contestó -. Si hasta invité a un príncipe… esteee,
digo, a un compañero a tomar la leche mañana.
Esa noche, cuando la brujita Guadalupe Sinverruga se acostó, el
corazón del beso brillaba en la oscuridad y antes de meterse a dormir
en un libro, Poli le aseguró entre bostezos:
- Es un beso mágico, como el que le dieron a la Bella
Durmiente…
Entonces Guada se quedó un rato más despierta, pensando si,
entre las de su colección, había alguna escoba para regalarle a
Nacho:
- ¿La que mete todos los goles o la que te hace sacar la figurita
difícil? Sí, alguna de esas seguro, le va a gustar…
Y por fin, poniendo la mejilla del beso contra la almohada, se
quedó dormida.

                                 FIN
El mal de Berta
Cuando los padres de Berta fueron convocados a la escuela para
hablar con la directora, no se preocuparon demasiado. Berta
siempre había sido una excelente alumna.
-Seguro que nos llaman para felicitarnos otra vez- dijo el padre,
Calixto, henchido de orgullo.- ¡más bien!-coincidió su esposa
Apolonia-. ¿Por qué otra cosa podrían llamarnos?
Pero apenas entraron a la Dirección, supieron que algo andaba
mal. La directora y las maestras los miraban con sus ceños igual
de fruncidos.
Berta, por el contrario, ni se animaba a mirarlos.
-Será mejor que se sienten- les ordeno, cortante, la directora.-
¿Qué sucede?-quisieron saber de inmediato.
Sin decir una palabra, la directora tomó unos libros de un cajón
de su escritorio y se los mostró.
-hemos pescado a Berta leyendo…esto, a escondidas- respondió
con una mueca de disgusto.
-¡Mentira!-grito Calixto-¿Mi hija jamás leería semejante…
porquería!
Y volviéndose a su hija le pregunto con dulzura:
-¿No es cierto, bebé?
El pesado silencio con que respondió Berta fue elocuente. A su
madre le empezó a faltar el aire.
-No…no puede ser…-balbuceó jadeante-.No tenemos esa clase
de libros en nuestro hogar…
Berta trago saliva y se animó a responder.
-Los…los saque de la biblioteca publica…-respondió con un
hilo de voz.
El padre se puso de pie de un salto.
-¡La biblioteca pública!- exclamó-¡Yo no pago mis impuestos
para que una biblioteca permitiera que una niña lea estas…estas
infamias!
-Tiene usted toda la razón- coincidió la directora-, pero creo que
ese no es el mayor problema. Porque lo peor es que los ha leído
y…y según ella misma ha confesado, le han gustado.
Temblorosa, la madre tomó los ejemplares que la directora había
dejado sobre el escritorio y leyó los títulos.
-Hansel y Gretel…La bella durmiente…Blanca nieves y los siete
enanitos…El mago de Oz… ¡Pero, hija, en estos relatos siempre
ganan los buenos y las brujas terminamos mal!¿Como pueden ser de
tu agrado?
-Y…-respondió Berta con timidez-, después de todo, esas brujas se lo
buscaron…
-¡Las cosas que hay que oír!-estallo Dorotea , la maestra de
Maleficios Medievales-.¡Cada vez que leo el final de esas horribles
historias , se me llenan los ojos de lagrimas!¡Pobres colegas
injustamente maltratadas por esa horrible gente!
-¿Injustamente?-se envalentono Berta-.¡Pero si a Hansel y a Gretel la
bruja se los quería comer!
-¡Porque tenia hambre, pobrecilla!-replico conmovida, la maestra de
Historia de la Brujería. Y volviéndose a los padres de Berta,
prosiguió.
-En los ciento cincuenta años que llevo como docente de la Escuela
de Brujas “Gentrudis Malasangre”, jamás había escuchando
semejantes horrores por parte de una alumna. Calixto y Apolonia no
podían salir de su asombro.
-Lamentablemente- siguió la directora-, esto es más grave de lo que
parece. Se los demostraré.
Y volviéndose hacia la niña, le ordenó:
-¡Ríete!
Berta se concentro unos segundos, y luego empezó a reír:
-¡Jijijijijiji!
-¡Aaaaahhhhhh!- se espantaron sus padres al unísono-.¡¿Qué es eso?!
-Una risa cristalina, alegre, rebosante de felicidad. Una risa, en fin,
indigna de una bruja que se precie-concluyo la directora, lanzando
una risotada malvada y tétrica.
-y por si no lo han notado-intervino Dorotea-, ¡también le han
empezado a salir rizos!
-¿Cuándo…cuando empezó a suceder esto?-preguntó.
-Es lo que precisamente iba a pedirles que me digieran. Por lo que
sé, creo que Berta padece un caso grave de bondadsinextremis. Y
me extraña, realmente, que no hayan sabido ustedes ver los
primeros síntomas de esta terrible enfermedad.
-¡Bondadsinextremis! ¡Nunca lo hubiera imaginado!-exclamó
Calixto y, hondamente preocupado, pregunto a su esposa:
-¿Tú lo habías notado?
-Bueno…-dudo Apolonia-, ahora que lo pienso….hace un tiempo
sucedió algo bien extraño. Íbamos por la calle cuando una niña
tropezó y se cayó, y Berta, en lugar de reírse y burlarse de su
torpeza… ¡la ayudo a levantarse!
-¿Y eso no le llamo la atención? –La reprendió Dorotea-.¿Desde
cuando las brujas nos compadecemos de las desgracia ajena?
-Pero entonces… ¿Qué va a pasar con Berta?-pregunto preocupado
el padre.
-Lo lamento mucho por ustedes, pero acá no la podemos aceptar
como estudiante hasta que no vuelva a ser mala, cruel, egoísta,
vengativa y envidiosa como el resto de sus compañeras. La
bondadsinextremis es altamente contagiosa y no podemos permitir
que se expanda una epidemia-concluyo, definitiva, la directora.
Calixto y Apolonia tuvieron que coincidir con ella. Y, sin protestar,
se retiraron con su hija. En las semanas siguientes buscaron y
preguntaron hasta que encontraron al mejor especialista en este mal
y pidieron una cita con él.
Pérfido Porquizo, que así se llamaba el hechicero, reviso a Berta de
los pies a la cabeza, habló largamente con ella y, cuando concluyó,
les comunicó a sus padres:
-Lamentablemente, el mal está muy avanzado y no hay pócima ni
contrahechizo que pueda curarlo. Y me atrevo a aventurar: la culpa
es de ustedes.
Luego de una larga explicación, Apolonia y Calixto se retiraron
absolutamente convencidos de que nadie más que ellos serían los
responsables de que Berta, en muy poco tiempo, acabaría
transformándose en una niña rozagante , sonriente , feliz y , para
colmo, con una cabellera rizada en el lugar de las crenchas
pegajosas que lucen en sus cabezas las brujas de buen ver.
Los motivos que esgrimió Pérfido eran simples no habían sido
buenos padres. Nunca habían castigado a su hija porque si, sin
ningún motivo. Jamás le habían prohibido hacer lo que le
gustaba. Le hacían mimos desde que era bebe. Y siempre,
siempre la escuchaban con atención y hablaban con ella de todo
lo que le preocupaba. ¿Cómo podían esperar que se convirtiera
en una buena bruja con semejante trato? El gran amor que
sentían por su hija, la había terminado por enfermar.
La noticia del mal de Berta no tardó en llegar a la Asociación
Internacional de Brujas y Hechiceros Mas Malos Que La Peste,
quienes de inmediato expulsaron a Calixto y Apolonia como
miembros activos de la congregación. Pero a ellos mucho no les
importó. Para ese entonces, a Berta le habían comenzado a salir
alitas en la espalda. Y tanto era lo que la querían, que aceptaron
el hecho de buena gana. No tendrían una gran bruja como hija,
es verdad, pero ellos se encargarían de que se convirtiera, con el
tiempo en la mejor de las hadas.

                              FIN
La muchacha
de la estrella
Cuentan que había una vieja que tenía una hija bastante feúcha
que se llamaba Cachura y una sirvientita linda como una flor que se
llamaba María, aunque todos le decían Mariquita.
        Cachura no trabajaba; no cuidaba las vacas ni hilaba la lana ni
fregaba los pisos ni lavaba la ropa. ¡Para qué! Si todo eso lo hacía
Mariquita y muy bien, además, porque era animosa y trabajadora.
        Eso justamente era lo que más rabia le daba a Cachura (era muy
envidiosa la muchacha): que Mariquita hiciese todo bien y siempre a
tiempo. Así que un día le pidió a la madre que le diese un trabajo bien
difícil a Mariquita, un trabajo casi imposible de hacer. Nomás por el
gusto de verla sufrir, de mala que era.
        Entonces la vieja la llamó a Mariquita, que estaba por llevar a
pastar las vacas, y le dio un vellón de lana más grande que una casa.
        - Me lo tenés que hilar para esta tarde – le dijo-. Sin falta.
        Y ahí se fue Mariquita con su vellón y sus vacas, muy
preocupada.
        Se le acercó una ternerita blanca, su preferida, y le dijo:
        - ¿Qué te pasa, Mariquita?
        (Era una ternerita mágica, parece, porque le hablaba con palabras,
como un humano.)
        - Tengo que hilar este vellón en la tarde, y ni diez tardes van a
alcanzar.
        - No te aflijas, Mariquita – le dijo la ternera-. Poneme el huso en
el hocico y atame la punta de la lana en los cuernos. Después te podés ir
a dormir la siesta. Cuando te despiertes ya vas a ver.
        Mariquita hizo lo que le decía la ternerita porque era una
muchacha muy confiada y no andaba haciendo preguntas. Hizo bien,
porque al rato nomás ya la ternerita había terminado y tenía una madeja
gigante enroscada en los cuernos.
        Cuando volvió Mariquita con la madeja, Cachura se puso a gritar
de la rabia.
        Al día siguiente la vieja le dio tres vellones como el del día
anterior.
- Para esta tarde – le dijo.
Y allá se fue Mariquita con los tres vellones y las vacas, segura de que
esta vez ni siquiera la ternerita mágica le iba a poder ayudar a terminar
el trabajo.
- No te aflijas, Mariquita – le dijo la ternera-. Hacé como ayer y echate a
dormir la siesta. Cuando te despiertes, ya vas a ver.
Así fue, nomás. Mariquita se durmió al sol y cuando se despertó ahí
estaba la ternerita escondida debajo de las tres madejas de lana que le
colgaban de los cuernos.
Pero esta vez no fue tan bien la cosa, porque Cachura la había andado
espiando y se había enterado de toda la magia. Así que cuando
Mariquita volvió a la casa con las madejas y las vaquitas, ya la vieja le
había preparado un castigo.
- Mañana matamos a tu ternera – le dijo.
Mariquita se fue llorando al corral, se abrazó a la ternerita y le contó que
la vieja quería matarla.
- No te aflijas, Mariquita – le dijo la ternera, que para todo tenía
remedio-. Cuando me haya matado, seguro que te manda lavar las tripas
al río. Vos andá a lavarlas. Y fijate bien, que adentro vas a encontrar una
varillita. Guardala bien. Cuando necesites ayuda, cuando te haga falta
algo, vos sacás la varillita y le decís: “Varillita de virtud, encendete con
la luz”. Y cuando la varillita brille, vos le pedís lo que quieras. Y ya vas
a ver que te hace caso.
Al día siguiente la vieja mandó matar a la ternera y después le dijo a
Mariquita que tenía que ir al río a lavar las tripas.
Y ahí fue Mariquita, abrazando las tripas y llorando por su ternera. Y,
mientras lavaba, lloraba porque se daba cuenta de que había perdido a su
única amiga.
En eso viene el agua y le lleva las tripas y las arrastra río abajo. Y
Mariquita empieza a correr por la orilla gritando:
- ¡Mis tripas! ¡Mis tripitas!
Justo a la orilla estaba sentado un viejo muy pobre y muy sucio,
refrescándose los pies en el agua.
- ¿Qué te pasa, Mariquita?- le preguntó. (Vaya uno a saber cómo es
que le conocía el nombre!).
Y Mariquita le contó que el río le había arrancado las tripas de las
manos y que ésas no eran tripas cualesquiera, que eran tripas con
secreto.
Entonces el viejo le dijo:
- Si me lavás los pies y me peinás el pelo, te digo dónde vas a encontrar
las tripas.
Y Mariquita, que era buena y confiada, enseguida se arrodilló para
lavarle los pies hasta dejárselos blancos como algodones. Y después le
peinó los cabellos hasta dejárselos brillantes y lisos.
- Gracias, Mariquita. Vos sos buena y yo te voy a ayudar. Acá cerca, en
la orilla, hay una piedra redonda. Levantala, que vas a encontrar tus
tripitas. Ya vas a ver.
Mariquita salió corriendo. Y encontró la piedra. Y, debajo de la piedra,
encontró las tripas. Y, adentro de las tripas, ¡la varillita que le había
prometido la ternera!
Volvió adonde estaba el viejo para darle las gracias y el viejo se
despidió de ella y le acarició la frente. Y ahí mismo, justo donde el
viejo la había tocado, le apareció una estrella a Mariquita, una estrella
lindísima y brillante.
Cuando Mariquita volvió a la casa, la vieja y Cachura quisieron saber a
toda costa dónde había conseguido esa estrella. Y Mariquita les contó.
Así que Cachura, que era tan envidiosa, quiso conseguirse una igual.
- ¿Así que lavabas las tripas?- le preguntó a Mariquita.
- Sí, lavaba las tripas.
- ¿Y entonces te las llevó el río?
- Sí, me las llevó el río.
- Bueno- dijo Cachura-. Es fácil.
Y se fue de la casa con un montoncito de tripas.
Llegó al río y empezó a lavarlas. Después las soltó para que se las
llevara el río aguas abajo. Y se hizo la que lloraba:
- ¡Ay mis tripas, mis tripitas!
Y al ratito nomás lo ve al viejo, siempre sentado a la orilla, que le
pregunta por qué llora. Y Cachura le dice que el río se le llevó las
tripas, que las ha perdido.
- Si me lavás los pies- le dice el viejo- y me peinás el pelo, yo te digo
dónde están tus tripitas.
- ¡Qué lo voy a lavar, viejo roñoso! ¡Qué lo voy a peinar, viejo piojoso!-
gritó Cachura, y puso cara de asco.
Entonces el viejo se sonrió y le tocó la frente. Y ahí mismo, en ese
instante, le creció a Cachura un cuerno, un cuerno gordo y largo como el
de una vaca.
Volvió llorando a la casa y la madre trató de escondérselo debajo de una
vincha, pero era difícil porque era un cuerno grande y muy erguido,
difícil de disimular.
Pasó el tiempo y un día la vieja le dijo a Cachura que se pusiese el
vestido más lindo porque iban a ir al pueblo, que había feria.
- ¡Yo también quiero ir, señora!- dijo Mariquita.
- Vos no, si vos no tenés ropa decente.
- Sí que tengo, señora. ¡Por favor! ¡Déjeme ir al pueblo con ustedes!
- ¡Que no y que no!- gritó la vieja-. Tenés mucho que hacer en la casa.
Vos, a trabajar. Y nosotras a pasear.
Y ahí se fueron las dos con sus mejores ropas y una vincha de colores
para tapar el cuerno de la Cachura.
En cuanto se fueron, Mariquita se acordó de la varillita que le había
dejado en herencia la ternera. La sacó y le dijo:
- Varillita de virtud, encendéte con la luz.
Y la varillita empezó a brillar con una lucecita suave. Entonces
Mariquita le pidió un vestido muy lindo muy lindo y un sulky para llegar
a tiempo a la feria del pueblo. Y la varillita se los dio, así, con toda
facilidad, como sucede con las varillitas que tienen magia.
Cuando Mariquita llegó al pueblo, tan linda y tan bien vestida, con su
estrella brillante en la frente, todo el mundo quedó impresionado.
Decían que era la más hermosa, que era un ángel, que era una reina. Y
Cachura y su madre, que también la vieron, no pudieron reconocerla.
También la vio un muchacho buen mozo, que se paseaba en su alazán.
Era forastero y había venido al pueblo porque le habían contado que la
feria era muy alegre y colorida.
En cuanto vio a Mariquita se enamoró de ella, enseguida, sin perder ni
un momento.
- ¿Quién es esa muchacha tan hermosa, la de la estrella en la frente?-
preguntó.
Pero nadie supo informarle.
También Mariquita vio al forastero y también ella se enamoró de él, por
lindo, por gentil y porque sabía montar muy bien a caballo. Pero no quiso
quedarse a hablarle: tenía miedo de que la vieja la castigara si no estaba en
casa cuando volviese. De modo que se escapó casi de la feria.
Pero antes de irse quiso dejarle algo al forastero. Y no se le ocurrió nada
mejor que tirarle desde el sulky uno de esos lindos botines charolados que
le había regalado la varillita.
El príncipe recogió el zapatito y pensó que, tarde o temprano, iba a
encontrar a la dueña.
Al día siguiente empezó a buscar. Y buscó y buscó. En cada rancho, en
cada casa del pueblo. Donde le decían que vivía una muchacha ahí se iba
él con su zapato a ver si daba con la dueña.
Un día llegó por fin a la casa de Mariquita. Pero a Mariquita no la vio de
entrada porque la vieja la había escondido adentro de un barril: quería que
el forastero le probase el zapato a Cachura, que no tenía modo de
conseguir marido.
Pero el forastero notó que los perritos del rancho andaban husmeando un
barril y se acercó para levantarle la tapa.
Y ahí estaba Mariquita, la hermosa, con su estrella en la frente.
Y ni falta hace decir que el forastero y Mariquita se casaron y se fueron a
vivir lejos, lejos, motados en el alazán.

                                 FIN

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Cómo reconocer a una bruja: las señales según la abuela

  • 1.
  • 2.
  • 3. PRÓLOGO ¡Qué problemón! Las brujas ya no asustan; ¿Se van a esconder?, ¿Qué van a hacer?, ¿Desaparecerán?, Pero, ¿existen de verdad?, ¿Quién lo puede confirmar?, Y si existen, ¿cómo serán? Sabias como Agatha quizá, Y si pelean, ¿se reconciliarán? Puede haber brujas buenas, Otras pequeñas y traviesas, Otras un poco viejas y feas, Unas que peleen por príncipes, Y otras no tan malas, Que terminen siendo hadas. Unas con hambre de niños, Y otras que se escondan por siglos. En todos estos cuentos Hay mucha, mucha magia, Muchas brujas, muy distintas ¿Te animás a descubrirlas? ¿Cuál se parece más a vos, o a alguien de tu familia? Te invitamos a buscarla…
  • 4.
  • 5. Primera edición: 20 de Mayo de 2010 2010, El Cubis S.A
  • 6. Dedicado a todas aquellas personitas que creen en la magia... Y que también la practican…
  • 7. INDICE Cómo conocer a una bruja Autor:………………………. Selección: Zambrana, Julia Por qué no existen las brujas Autor: Marcelo Birmajer Selección: Passaglia, Giannina La bruja que todavía no comió Autor: Franco Vaccarini Selección: Zambrana, Julia La competencia Autor:……………………. Selección: Santamaria, Belén Brujas mellizas. Autora: Silvia Shujer Selección: Passaglia, Giannina Una escoba para cada cosa Autora: Cecilia Pisos Selección: Peréz, Romina El mal de Berta Autor: Ema Wolf Selección: Santamaria, Belén La muchacha de la estrella Autor:……………………….. Selección: Peréz, Romina
  • 8. Cómo reconocer a una bruja
  • 9.
  • 10. Son demonios con forma humana. Por eso tienen garras y las cabezas calvas y narices raras y ojos extraños, todo lo cual tienen que disimular lo mejor que pueden delante del resto del mundo. ¿Qué más es diferente en ellas, abuela?— —Los pies —dijo—. Las brujas nunca tienen dedos en los pies. ¿Que no tienen dedos? —grité—. Entonces, ¿qué tienen? —Simplemente, tienen pies —dijo mi abuela—. Sus pies son cuadrados y sin dedos. ¿Eso hace difícil andar? —En absoluto —contestó ella—. Pero les crea problemas con los zapatos. A todas las señoras les gusta llevar zapatos pequeños y bastante puntiagudos, pero las brujas, que tienen los pies muy anchos y cuadrados en las puntas, lo pasan fatal estrujando sus pies para conseguir meterlos en esos zapatitos puntiagudos. ¿Y por qué no llevan zapatos anchos y cómodos, con las puntas cuadradas? — pregunté. —No se atreven —contestó—. Lo mismo que tienen que esconder su calvicie con una peluca, también tienen que esconder sus horribles pies de bruja metiéndolos en unos zapatos bonitos. ¿Y no es terriblemente incómodo? —dije. —Extraordinariamente incómodo —dijo ella—. Pero tienen que aguantarse. —Si llevan zapatos normales, eso no me servirá para reconocer a una bruja, ¿verdad, abuela? —Me temo que no —dijo—. Quizá podrías notar que cojea ligeramente, pero sólo si estuvieses observándola atentamente. ¿Son ésas las únicas diferencias, abuela? —Hay una más —dijo ella—. Sólo una más. — ¿Cuál es, abuela? —Su saliva es azul. ¡Azul! —exclamé—. ¡No puede ser! ¡Su saliva no puede ser azul! —Azul como el arándano. — ¡No lo dices en serio, abuela! ¡Nadie puede tener la saliva azul!
  • 11. —Las brujas sí —dijo. — ¿Es como tinta? —pregunté. —Exactamente —dijo—. Hasta la usan para escribir. Usan esas plumas antiguas que tienen plumín y no tienen más que lamer el plumín. — ¿Se puede ver la saliva azul, abuela? Si una bruja me hablara, ¿yo podría verla? —Solamente si miraras con mucho cuidado —dijo mi abuela—. Si miraras con mucho cuidado, probablemente verías un ligero tono azulado en sus dientes. Pero no se nota mucho. —Se vería si escupiera —dije. —Las brujas nunca escupen —dijo ella—. No se atreven. No podía creer que mi abuela me estuviese mintiendo. Ella iba a la iglesia todas las mañanas y rezaba antes de cada comida, y alguien que hacía eso nunca diría mentiras. Estaba empezando a creer todo lo que decía. —Así que ya lo sabes —dijo mi abuela—. Eso es prácticamente todo lo que puedo decirte. Ninguna de esas cosas es muy útil. Nunca puedes estar absolutamente seguro de si una mujer es una bruja o no, sólo con mirarla. Pero si lleva guantes, si tiene los agujeros de la nariz grandes, los ojos extraños y su pelo tiene aspecto de ser una peluca, y si, además, sus dientes tienen un tono azulado... si tiene todas esas cosas, entonces, sal corriendo como un loco. —Abuela —dije—, cuando tú eras pequeña, ¿viste alguna vez a una bruja? —Una vez —dijo mi abuela—. Sólo una vez. — ¿Qué pasó? —No te lo voy a contar —dijo—. Te daría un miedo horrible y tendrías pesadillas. —Por favor, cuéntamelo —rogué. —No —dijo ella—. Ciertas cosas son demasiado horribles para hablar de ellas. — ¿Tiene algo que ver con el pulgar que te falta? —pregunté .
  • 12. De repente, sus labios arrugados se cerraron con fuerza y la mano que sostenía el puro (la mano a la que le faltaba el dedo pulgar) empezó a temblar muy levemente. Esperé. Ella no me miró. No habló. De pronto se había encerrado en sí misma completamente. Se había terminado la conversación. —Buenas noches, abuela —dije, levantándome del suelo y besándola en la mejilla. No se movió. Salí despacito de la habitación y me fui a mi cuarto.
  • 13. La noche siguiente, después de bañarme, mi abuela me llevó otra vez al cuarto de estar para contarme otra historia. —Esta noche —me dijo—- voy a contarte cómo reconocer a una bruja cuando la veas. ¿Se puede estar siempre seguro de reconocerla? —pregunté. —No —dijo—, no se puede. Ese es el problema. Pero puedes acertar muchas veces. Dejaba caer la ceniza del puro sobre su falda y yo confié en que no empezara a arder antes de contarme cómo reconocer a una bruja. —En primer lugar —dijo—, una BRUJA DE VERDAD siempre llevará guantes cuando la veas. —Seguramente no siempre —dije—. ¿También en verano, cuando hace calor? —Hasta en verano —contestó—. No tiene más remedio. ¿Quieres saber por qué? ¿Por qué? —Porque no tiene uñas. En vez de uñas, tiene unas garras finas y curvas, como las de los gatos, y lleva los guantes para ocultarlas. Lo que pasa es que también muchas señoras respetables llevan guantes, sobre todo en invierno, así que eso no sirve de mucho. —Mamá llevaba guantes. —En casa, no —dijo la abuela—. Las brujas llevan guantes hasta en casa. Sólo se los quitan para acostarse. ¿Cómo sabes todo eso, abuelita? —No me interrumpas —dijo—. Entérate bien de todo. La segunda cosa que debes recordar es que las BRUJAS DE VERDAD son siempre calvas. ¿Calvas?—dije. —Calvas como un huevo duro —dijo la abuela. Yo me quedé horrorizado. Había algo indecente en una mujer calva. — ¿Por qué son calvas, abuela?
  • 14. —No me preguntes por qué —dijo ella, cortante—. Pero puedes creerme, en la cabeza de una bruja no crece ni un solo pelo. ¡Qué horror! —Asqueroso —dijo mi abuela. —Si es calva, será fácil distinguirla. —Nada de eso —dijo ella—. Una BRUJA DE VERDAD lleva siempre peluca para ocultar su calvicie. Lleva una peluca de primera calidad. Y resulta casi imposible diferenciar una peluca verdaderamente buena del pelo natural, a menos que le des un tirón para ver si te quedas con ella en la mano. —Entonces eso es lo que tengo que hacer dije. —No seas tonto —dijo mi abuela—. No puedes ir por ahí tirándole del pelo a cada señora que encuentres, ni siquiera si lleva guantes. Tú inténtalo y ya verás lo que te sucede. —Así que eso tampoco ayuda mucho —dije. —Ninguna de estas cosas sirve de nada por sí misma —dijo ella—. Sólo cuando están todas juntas empiezan a tener algo de sentido--. Sin embargo —continuó—, estas pelucas les causan un problema bastante serio a las brujas. — ¿Qué problema, abuela? —Hacen que el cuero cabelludo les pique terriblemente —dijo—.Verás, cuando una actriz lleva una peluca, o si tú o yo llevásemos una peluca, nos la pondríamos sobre nuestro propio pelo, pero una bruja se la tiene que poner directamente sobre la cabeza pelada. Y la parte interior de una peluca siempre es muy áspera y rasposa. Les produce un picor espantoso y una irritación muy desagradable en la piel de la cabeza. Las brujas le llaman «erupción de peluca». Y pica rabiosamente. — ¿En qué otras cosas debo fijarme para reconocer a una bruja? — pregunté.
  • 15. —Fíjate en los agujeros de la nariz —dijo mi abuela—. Las brujas tienen los agujeros en la nariz ligeramente más grandes que los de las personas normales. El borde de cada agujero es rosado y ondulado, como el borde de ciertas conchas de mar. ¿Por qué tienen los agujeros de la nariz tan grandes? —pregunté. —Para oler mejor —dijo mi abuela—. Una BRUJA DE VERDAD tiene un olfato realmente asombroso. Es capaz de oler a un niño que esté al otro lado de la calle, en una noche oscura como boca de lobo. —A mí no podría olerme —dije—. Acabo de darme un baño. —Vaya si podría —dijo mi abuela—. Cuanto más limpio estás, más olor tienes para una bruja. —Eso no puede ser —dije. —Un niño completamente limpio despide un hedor espantoso para una bruja —dijo mi abuela—'. Cuanto más sucio estés, menos hueles. —Pero eso no tiene sentido, abuela. —Claro que sí —dijo ella—. No es la suciedad lo que huelen las brujas. Es a ti. El olor que enfurece a las brujas se desprende de tu propia piel. Rezuma de tu piel en oleadas, y estas oleadas, oleadas fétidas es como las llaman las brujas, van flotando por el aire y le dan en plena nariz a la bruja. Y la hacen tambalearse. —Venga ya, abuela, espera un momento... —No interrumpas —dijo—. La cuestión es ésta. Cuando no te has lavado durante una semana y tu piel está totalmente cubierta de porquería, entonces, claro está, las oleadas fétidas que desprende tu piel no pueden ser tan fuertes. ---No volveré a bañarme nunca —dije. —Basta con no hacerlo muy a menudo —dijo mi abuela—. Una vez al mes es suficiente para un niño sensato. En momentos como éstos yo quería a mi abuela más que nunca. —Abuela —dije—, en una noche oscura, ¿cómo puede una bruja oler la diferencia entre un niño y una persona mayor? —Porque las personas mayores no despiden oleadas fétidas —dijo—. Sólo los niños apestan.
  • 16. —Pero yo no despido oleadas fétidas realmente, ¿verdad que no? Yo no estoy apestando ahora mismo, ¿verdad que no? —Para mí, no —dijo ella—. Para mí hueles a frambuesas con nata. Pero, para una bruja olerías absolutamente fatal. ¿A qué olería? —pregunté. —A caca de perro —dijo. Yo me eché hacia atrás. Estaba aturdido. ¿Caca de perro? —grité—. ¡Yo no huelo a caca de perro! ¡No te creo! ¡No te creeré! —Más aún —dijo mi abuela, con cierto regodeo—, para una bruja olerías a caca de perro fresca. ¡Eso no es cierto, simplemente! —grité—. Yo sé que no huelo a caca de perro, ¡ni rancia ni fresca! —De nada sirve discutirlo —dijo mi abuela—. Es una realidad de la vida. Yo estaba indignado. Sencillamente, no podía creer lo que mi abuela me estaba diciendo. —Así que si ves a una mujer tapándose la nariz al cruzarse contigo en la calle —continuó—, esa mujer puede muy bien ser una bruja. Decidí cambiar de tema. —Dime en qué más cosas debo fijarme —dije. —En los ojos —dijo ella—. Míralas cuidadosamente a los ojos, porque los ojos de una BRUJA DE VERDAD son diferentes de los tuyos y de los míos. Mírala en el centro de cada ojo, donde normalmente hay un puntito negro. Si es una bruja, el puntito negro cambiará de color, y verás fuego o verás hielo bailando justo en el centro de ese punto. Te darán escalofríos por todo el cuerpo. Mi abuela se recostó en su sillón y chupó con satisfacción su maloliente puro negro. Yo estaba sentado en el suelo, mirándola fijamente, fascinado. Ella no sonreía. Estaba mortalmente seria. — ¿Hay más cosas? —pregunté. —Claro que hay otras cosas. Parece que no comprendes que, en realidad, las brujas no son mujeres. Parecen mujeres. Hablan como las mujeres. Y pueden actuar como las mujeres. Pero, de hecho, son seres completamente diferentes.
  • 17. Por qué no existen las brujas
  • 18. Las ultimas brujas, muy preocupadas, habían organizado su convención anula en un rincón secreto de Europa. Por obras de los cazadores de brujas, quedaban muy pocas, pero era otro el tema que las alarmaba, y el punto central de la reunión. Ya sabían las brujas que la única criatura mas malvada que una bruja era un cazador de brujas. Pero ellas tampoco eran buenas. Muy por el contrario su función en la Tierra era asustar, hechizar y confundir. Cuando ejecutaban un hechizo de amor, era para hacer sufrir. Escondían los dedales de las amas de casa y los sonajeros de los niños. Enviaban a sus animales amaestrados, lechuzas, murciélagos y ratones, a asustar a los ancianos en sus últimos días. Y hacia perder el rumbo a los caballos en los días de tormenta: las familias nunca se reencontraban, las cartas no llegaban a destino. Pocas veces colaban en sus escobas, cruzando la Luna en la noche, porque eran presa fácil para los cazadores. Pero si su seguridad estaba garantizada, no tenían empacho en matar de un susto a un campesino rozándole el pelo en vuelo rasante. Así son las brujas: A esto no es nada nuevo. Pero aquel día, en su guarida secreta, las brujas clamaban que su fin estaba cerca. No tenían un Dios al que pedirle piedad, y Satán jamás escucha las quejas de sus criaturas –solo se rinde ante los más fuertes o crueles-. Las brujas temían su extinción pues poco a poco, especialmente desde la llegada de la pólvora a Europa, habían perdido el maléfico don de asustar a los humanos. Los trabucos, los fusiles, las pistolas, mataban de a cientos. ¿A quien le importaba si una bruja pasaba volando en una escoba?
  • 19. -A duras penas me salve de que me bajaran de un pistoletazo- dijo, entre enojada y sollozante, la bruja Agatha-. Era una noche nublada y oscura; de otro modo no hubiera contado el cuento. -¿Las balas pueden matarnos? – pregunto una bruja joven llamada Barberella. -Matarnos, no –les respondió Agatha que, pasando los trescientos años, era considerada una bruja madura-. Pero te puede partir al medio la escoba, y también los huesos. Y entonces… ¡a la hoguera! Todas las brujas tiritaron de miedo; y Agatha no pudo evitar una oculta sensación de triunfo: al menos había logrado asustar a sus hermanas. ¿Cuánto hacia que no asustaba realmente a un humano? Los disparos, las guerras y los fuegos artificiales las volvían cada vez más inofensivas. -Hasta a mi murciélago predilecto mataron de un balazo –dijo la bruja Leonarda-. Durante quince años asusto a la misma familia. No podían espantarlo con fuego ni humo. Los niños gemían de miedo y los padres temían maleficios. Hasta que este infeliz campesino consigue un arma y me lo mata. “¡Y tengo más balas para quien quiera me este enviando estos animales endemoniados!”. -Ya no nos temen –dijo Agatha. La bruja Eleodora quiso poner un poco de orden en la reunión: -No es solo que ya no nos temen. Comienzan a encontrar combinaciones de palabras para anular nuestros conjuros. Y si enfermamos a un niño con agua ponzoñosa, no pasa un día sin que aparezca un mago con el antídoto. A nadie le preocupan los hechizos de amor: ahora lo llaman “pasión” y mueren contentos pensando que no hay mejor forma de abandonar el mundo. -El mundo esta embrujado –dijo Barbarella.
  • 20. -Pero no por efecto nuestro –dijo Agatha-. Los hombres se han vuelto tan agudos y sanguinarios que una bruja ya no es noticia. -¿Qué haremos? –Pregunto la bruja Rachel-. No sabemos hacer otra cosa. Si no se asustan de nuestra apariencia, si no enferman con nuestros brebajes, si no los perjudican nuestros hechizos: ¿para que vivir? ¿Acaso tenemos otra función en la vida? -Ya parecemos humanas –dijo Taralia, una bruja hermosa-. Preguntándonos cual es el sentido de la vida. -¿Pero es que acaso no somos humanas? – pregunto Barbarella. Ninguna le contesto. Lo cierto es que no lo sabían. Cuando las atrapaban los cazadores de brujas, lloraban y suplicando diciendo que eran humanas, hermanas de carne y hueso. Pero cuando planeaban sus maldades se referían a las victimas como “los humanos”. Y aparentemente su función en la Tierra se estaba agotando sin que hubiera llegado a descubrir si eran humanas o no. Vivían mucho más que los humanos, y volaban en escobas y podían hablar con los animales, todo eso hacia pesar que tal vez no fueran iguales al hombre; pero también morían por efecto del fuego, temían y se enamoraban. ¿Qué eran? Como fuere, aquella reunión era ya lo bastante urgente como para dedicarse además a resolver un tema tan profundo y extenso. -Convirtamos a todos los humanos en puercos- propuso la más anciana de las brujas, Malala.
  • 21. -Primero, no creo que seamos las suficientes como para poder lograrlo –replico Agatha-. Y en segundo lugar, ¿Qué haríamos luego? ¿Quién quiere vivir en un chiquero? Hasta el momento, hemos mantenido un equilibrio prefecto con los humanos. Los bañábamos cuando podíamos y ellos mataban una de las nuestras cada tanto. Eran buenas batallas y una guerra siempre inconclusa. Pero parece que la ciencia del hombre nos ha vencido. Por primera vez en mil años se hizo silencio cerrado en la convención de brujas. Ni siquiera levantaban las manos para pedir palabra. A una de ellas se le achico la nariz hasta que le quedo como la de una delicada doncella. Otra dejo salir dos volutas de humo por los oídos. Un murciélago revoloteo por la reunión como si las estuviera despidiendo. -Solo hay una salida –dijo Agatha. Las brujas miraron para todos lados como si las estuvieran por atrapar y buscaran un atajo. Pero Agatha continúo: -Fingir que no existimos. Escondámonos durante suficiente tiempo como par que los humanos olviden si alguna vez existimos o no. No seria la primera vez que ocurre: mi bisabuela estuvo presente cuando Dios envío el Diluvio, y ahora los hombres dudan acerca de si alguna vez la Tierra fue inundad. Tampoco han visto nunca al Demonio, y le temen más que a todo lo que conocen. Si nos esfumamos durante el tiempo suficiente como para que los humanos duden de nuestra existencia, cuando una de nosotras aparezca se les erizaran los cabellos y morirán de miedo como en nuestras mejores épocas. -Es cierto –dijo persuadida Malala-. Los hombres conocen todo tipo de armas para luchar contra lo existente, pero ninguna para librarse de su temor a aquellas cosas que no saben si existen. -Pero yo quiero que me miren –dijo Taralia
  • 22. Las brujas sabían que era vanidosa: alguna vez habían existido sobre la Tierra centenares de brujas hermosas, pero ahora era la única. Ni siquiera se tomaron el trabajo de contestarle. Taralia insistió con una razón de peso: -Todas sabemos que una bruja que no asusta durante cien años se desvanece. -Quizá no tengamos que esperar tanto –sugirió Agatha. -Como mínimo –acentúo Taralia. -En tal caso –le respondió Malala-, podrán ser brujas nuestras nietas y bisnietas. Nos desvaneceremos nosotras, para que las brujas sigan existiendo. Por otra arte, se acercaba el alba. Si no nos apuramos, nos atraparan como a panes recién hechos. Votemos. FIN.
  • 23.
  • 25. Aquella mañana, los alumnos somnolientos que caminaban hacia el colegio sintieron un escalofrío al ver sobre la vereda una escoba rota, con su palo quebrado en dos, que despedía una extraña pestilencia. Envuelta en la niebla, daba la primera impresión de ser una paloma muerta. Los memoriosos recordaron las leyendas contadas por sus abuelos y ya en clase no podían dejar de mirar por la ventana, como si algo acechara del otro lado. Hacía ya muchos años, una bandada de brujas atacó la ciudad: habían salido de un agujero de la tierra, según se supo después, en el seno de un volcán apagado llamado Torombola. Las brujas volvieron a su inmundo agujero montadas a sus escobas voladoras, con unos cuantos niños que nunca, pero nunca volvieron a verse. Y esa era la historia que los abuelos contaban a sus nietos. La escoba fue llevada al gobierno de la ciudad y derivada de inmediato a los expertos en Artes Ocultas. Por la rareza de su diseño, por sus hebras de paja aromatizadas con azufre, se dictaminó que aquella era, nomás, escoba de bruja y que su dueña se habría enredado con los cables del alumbrado eléctrico, seguramente loca de gula por la cercanía de tantos niños dormidos. Las brujas del volcán apagado de Torombola necesitan comer un niño cada 100 años. No parece mucha cosa, pero, ay, ¿y si te toca a ti ser ese niño? Te parecerá mucha cosa. Sin duda. Estas apariciones tan espaciadas hace que muchos no crean en ellas y no toman las precauciones del caso: cerrar bien las ventanas, pero, sobre todo ¡que no haya espejos en los cuartos! Es ley que las brujas entran y salen de los espejos que cuelgan en los cuartos de los niños.
  • 26.
  • 27. Mientras duermes, la bruja, que ve a través de la oscuridad, te observa desde el interior del espejo, aguarda el momento apropiado y luego...abres los ojos en el interior del volcán Torombola. Puede ser peor, puedes NO abrir los ojos. Y tus padres no sabrán de tu ausencia hasta la mañana siguiente... Ahora, había una bruja en el pueblo. Una bruja sin escoba buscada por las fuerzas vivas. La encontraron unos empleados municipales, alertados por el ladrido de varios perros callejeros, en una alcantarilla del puente central. Desesperada de hambre, chillaba y reía como una hiena enferma. Debajo de su capa negra, tenía dos alas de mosca, débiles y atrofiadas y su cara abundaba en hoyos, lunares y bolsas de arrugas. A las pocas horas de encierro, mientras las autoridades debatían que hacer con ella, la bruja murió. Sus alas de mosca, las pezuñas, los colmillos, demostraban que aquello no era un ser humano, sino una cruza de razas, un puente entre el infierno y la humanidad...y aquí estaba la prueba para que todo el mundo creyera en las brujas. En el laboratorio donde iban a embalsamarla, dos empleados la acostaron sobre un camastro, junto a su escoba rota, pero... ¡cometieron un error! Era la hora del almuerzo, así que los dependientes se fueron a comer, según marca el reglamento municipal. Al regresar, la bruja no estaba. Y vaya uno a saber como arregló su escoba la muy artista o si acaso se zambulló de un salto en el brillante espejo, frente a su camastro, para caer a los abismos de su mundo. Eso sí, no se comió a nadie y ¡sigue con hambre! FIN
  • 29. La bruja Allegra se levanto aquella mañana con los ánimos alterados. Abrió la puerta de su casa. Miro el camino que venía del pueblo. Estaba desierto. Cerró la puerta de malhumor. Tantos años había atendido a sus vecinos; y ahora ole daban la espalda porque había aumentado un poco las tarifas. -¿A caso me he aprovechado alguna vez de ser la única bruja diplomada de las cercanías?-se ofusco mientras trajinaba entre calderos y vasijas de contenidos inciertos. La verdad es que Allegra, como buena bruja que era, solía aprovecharse de tal circunstancia en cada ocasión que se le presentaba. Si alguien acudía a ella necesitando de algún hechizo o poción con urgencia, ella le cobraba un precio mayor que habitual con la excusa de que los embrujos preparados con apuro requieren más esfuerzo, algo que por supuesto era absolutamente mentira. Por eso cuando se le ocurrió remarcar los precios por enésima vez en el año, la paciencia de los habitantes del pueblo llego a su fin. -¡¿Dos gallinas y media docena de huevos por una poción para la caída del pelo?!- se escandalizo don Cosme-¡Prefiero quedarme calvo de por vida! -¡y miren lo que han aumentado los hechizos para enamorar!-lo secundo Anacleta-.¡tres bolsas de arroz y una de cebollas!¡A este paso habrá que acostumbrarse a la soltería! -Son los precios justos para una atención de primera calidad. Si encuentran otra bruja que les ofrezca mejores servicios a mejores costos, pueden irse con ella- replico Allegra con altanería. -¡Es precisamente lo que haremos!- se ofusco Radulfo. Y se marcharon al son de sus protestas. Habían pasado tres días, ninguno había regresado. -¡Bah!- se dijo Allegra para consolarse-, no se porque me preocupo si nunca pudieron arreglársela sin mi. Este pensamiento la alarmo. ¿Cómo podía ser que en tres días nadie hubiera necesitado ni siquiera una pócima para achicar juanetes? Decidida a averiguarlo, monto su escoba y bajo velozmente al pueblo. Apenas llego a la calle principal, descubrió un a larga hilera de personas esperando frente a carromato coronado un gran cartel en que se leía:
  • 30. BRASILEA, SU BRUJA DE CONFIANZA. GRANDES OFERTAS. AMPLIA OFERTAS. AMPLIA EXPERENCIA EN HECHIZOS DE TODA INDOLE. POCIMAS INMEJORABLES. EFECTIVIDAD GARANTIZADA. Aturdida, comenzó a leer los letreros que rodeaban el carro: Combo 1: tres hechizos potentes a elección + una pócima para cambiar el color de los ojos = dos kilos de arroz y un pollo. Combo 2: tres pócimas de su gusto + un hechizo simple = 15 choclos. Combo 3… Se irrito tanto que no pudo seguir leyendo. -¡Ey, tu!-le grito a la bruja que repartía brebajes coma si tal cosa-. ¿Qué crees que estas haciendo? -Pues vendiendo pociones y brebajes de muy buena calidad a precios mas económicos que los tuyos- le respondió la otra. -¿Precios…mas económicos?-se atraganto Allegra. -¡Voy a perder a todos mis clientes!-pensó horrorizada. Y de inmediato, grito: -¡Oigan todos!¡Por hoy, todas mis pociones estarán a mitad de precio y…a los primeros diez clientes les prestare mi escoba voladora por un día! No paso mucho hasta que los clientes comenzaron a partir en estampida rumbo a la casa de Allegra. Pero Basilea reaccionó: -¡si de ofertas se trata, pondré todo a mitad de lo que les cobre esta mala bruja! Y Allegra retrucó: -¡Y yo, a la mitad de eso! Y Basilea insistió: -¡Y yo…yo no les cobraré nada!
  • 31.
  • 32. Los clientes, que ya no sabían para donde correr, se quedaron quietos, esperando la respuesta de Allegra. -Y yo…yo tampoco-concluyó, muy a su pesar. Los habitantes del pueblo, para ser justos con tan generosas ofertas, decidieron que la mitad se atendería con una bruja, y la otra mitad, con la otra. Y así quedaron todos muy conformes. Todos menos Allegra y Basilea, a quienes les daba un bruto dolor de estomago cada vez que pensaban las ganancias que estaban perdiendo. No pasó mucho tiempo hasta que cada una empezó a pensar en cómo arruinar a la otra. Y como puestas a pensar en maldades las brujas no son muy originales que digamos, a las dos se les ocurrió la misma cosa. Fue así como una noche mientras Allegra entraba sigilosamente al carromato de Basilea, esta lo hacia en la casa de Allegra. Y ambas se pusieron a cambiar las pociones y mezclar entre si los brebajes para que nada tuviera el efecto que debiera tener. El resultado de que al día siguiente a don Cosme le salieron dos largos mechones en las orejas luego de beber la poción para el crecimiento del cabello que le vendió Allegra. Y a Dolores, que había probado la poción de Basilea para rejuvenecer, le apareció un gran mostacho sobre la boca. Y que Radulfo Lugo de tomar un brebaje adelgazante, quedo del tamaño de una ardilla. Y así, el pueblo entero comenzó a padecer toda clase de extrañas transformaciones. Razón por la cual, dejaron de atenderse con cualquiera de las dos. Al ver perdida su clientela, Allegra fue al encuentro de Basilea hecha una furia. -¡Años he pasado convenciendo a estos tontos de que sin mi no podían sobrevivir, para que vengas tu a arruinarme el negocio!-le recriminó. -¡Esto pasa porque no sabes compartir angurrienta!-respondió Basilea. -¡Pues es evidente que aquí no hay lugar para las dos!-la desafío Allegra. Y, sin darle tiempo a reaccionar, extendió sus brazos y de sus dedos broto un trueno que impactó en el cuerpo de la otra. -¡Por Aladino, que te lleve un torbellino!- maldijo. Pero Basilea, mientras empezaba a girar velozmente en un remolino de viento, no tardó en responder:
  • 33. -¡Si en un torbellino me llevaras, que tu no te quedes atrás! Y al instante, Allegra se encontró en idéntica situación a la de su amiga. Entonces, para su fortuna, ocurrió que se les dio por echarse la misma maldición en el mismo momento. -¡por mil piedras, que te trague la tierra!- gritaron al unísono. Y antes de que pudieran darse cuenta de lo que habían hecho, la tierra se abrió en dos y se las tragó. Los habitantes del pueblo, que al ver semejante batalla se habían atrincherado en sus casas; salieron y se acercaron a la grieta que quedo en el lugar por donde desaparecieron las brujas. -Buen provecho-le dijo respetuosamente don Cosme a la tierra, que de inmediato se cerró con un sonido que algunos, les pareció bastante parecido a un provechito de bebé. Tuvieron suerte de que las brujas rebajaban tanto sus pociones para ahorrar costos, que pronto todos recuperaron sus normales aspectos. Por supuesto, nunca mas dejaron que una hechicera volviera a vivir en sus cercanías. De Allegra y Basilea se cuenta por ahí que la tierra se canso pronto de tenerlas como huéspedes y las escupió del otro lado del mundo, donde siguieron batallando y echándose maldiciones durante el resto de sus vidas. FIN.
  • 34.
  • 36. Además de brujas, Brujeña y Brujilda eran hermanas. Gemelas. Dos gotas de agua. Tan idénticas que fuera que a primera vista parecían fotocopias. Por fuera, porque en el carácter eran el día y la noche, la luz y la sombra, las olas y el viento… Brujeña era malévola, bellaca, descortés, deslucida y desagradable. Brujilda en cambio era cándida, benigna. Sensible abnegada y generosa. Brujeaban en la misma cueva. Atendían a los clientes por orden de llegada: el primero para una, el segundo para la otra. El tercero para la primera. El cuarto para la segunda, ect. Todo un tratado de democracia brujeril. Pero una cosa era cuando atendía Brujilda. Y otra muy distinta cuando lo hacía Brujeña. Si a la choza llegaba un paciente con empacho, Brujilda con sus brebajes convertía la panza de la víctima en un paraíso gástrico. Brujeña en cambio, transformaba al indigesto en un cerdo, como acto de castigo al muy tragón. Exageraba su tratamiento hasta que el cliente quedaba reducido a la categoría de bestia. Así eran: iguales y distintas. Y así se soportaban. Porque por miedo o por respeto entre hermanas ninguna se atrevía a desafiar los poderes de la otra y viceversa. Hasta un día en que esto ocurrió. Un martes 13. A primera hora de la mañana. Apareció en la cueva un joven hermoso con el pelo enrulado, ojos claros y estatura de príncipe. - Buenos días -dijo. Y antes de que pudiera continuar; por única vez en la vida Brujena y Brujilda estuvieron de acuerdo: se enamoraron perdidamente del mancebo y cayeron desmayadas a sus pies. -Es mío –suspiró ya repuesta Brujilda, a quien de verdad le correspondía la atención de ese cliente. -Lo siento – desafió Brujeña decidida a todo. Y al cabo de una larga discusión abundante en agravios brujeriles: “arpía”, “lechuzota”, “cara de fécula”, “revuelto de piraña”, “nariz de escoba vieja”, se retaron a duelo.
  • 37. De entrada Brujilda descargó sobre su hermana cien kilos de polvo de estrellas que, endurecidos sobre su cuerpo (el de Brujeña), la convirtieron en monumento a la piedra preciosa. Liberada del hechizo y con ayuda de su escoba, Brujeña disparó contra los ojos de su hermana dos litros de leche cuajada que le dejaron la vista a la miseria. Llorando lágrimas de yogur, Brujilda rompió de un escobazo los frascos de veneno de su hermana. Furiosa, Brujeña respondió al ataque desarmando el laboratorio de Brujilda de este modo: las pociones para enamorar las hizo sopa; los brebajes de calmar dolores, saliva de caballo enfermo; las esencias de flor en jarabe las convirtió en laxante. Enojadísima, Brujilda hizo que se hermana se transformara en mariposa. Mariposa y todo, Brujeña logró que su hermana se convirtiera en jabalí. Jabalí y todo, Brujilda hizo desaparecer la escoba de su hermana. Hermana y todo, Brujeña consiguió que la escoba de Brujilda se hiciera carbón en el mismo horno donde años atrás intentara cocinar a Hansel y Gretel. La guerra se fue tornando cada vez más fría, más destructiva. Hasta que las hermanas se desaparecieron una a la otra, y los poderes quedaron solos, es decir sin ellas, es decir a la buena de Dios. Invisibles, flotando por el aire, ante los ojos claros del joven hermoso con estatura de príncipe que no entendía qué rayos había pasado desde su llegada a la choza hasta ese momento. Seguro de haber caído en una trampa y estar atrapad en la cueva, nuestro héroe respiró bien hondo y se dispuso a enfrentar la situación con la mayor valentía: abrió la puerta para escapar. Por su parte, aburridos de andar sueltos, los poderes de las brujas se disolvieron en el aire, y sin saber se dejaron respirar por el muchacho antes de que éste abandonara corriendo el lugar. Quizá por eso el que una vez fuera tan sólo joven y hermoso, a partir de aquel día tuvo épocas de mágica belleza y otras de increíble fealdad. Vivió horas de loca alegría seguidas por horas de sorprendente amargura. Odió y amó lo que odió. Construyó y destruyó. Acarició y golpeó. Algunas veces
  • 38. mintió y otras dijo la verdad. Para unos fue malo y para otros, muy bueno. Lo cierto es que hasta el último minuto de su vida, el hombre trató de entender la razón de su vida, el hombre trató de entender la razón de su pena y de su dicha. Y como nunca encontró una respuesta, dejo escrita esta historia de brujas por si alguien que pasa la quiere escuchar. FIN
  • 39.
  • 41. - ¿Ves, Poli?, así: una escoba para cada cosa y un color para cada escoba – le explicaba la brujita Guadalupe Sinverruga a su mascota polilla, que revoloteaba sobre la mochila flamante. Es que al día siguiente comenzaban las clases y Guadalupe estaba ordenando con mucha prolijidad sus “útiles”. - La escobita roja es la de hacer buena letra; la verde sirve para borrar; la azul te levanta la mano para contestar antes que todos y la amarilla es para resolver las cuentas. - Ajá, ajá, ajajá – repetía Poli. - Para que las cosas te salgan bien, dicen mis tías, nada mejor que ser ordenados, Poli. - Sin embargo, mirá lo que les pasó a los tres osos del bosque cuando se metió en su casa Ricitos de Oro. Tanto orden, tanto orden y ¡plaf! En un ratito… En eso, se escuchó desde el comedor el reloj-lechuza que repitió tres veces este mensaje de las tías de Guadalupe: Ni se te ocurra, sobrina, llevar escoba a la escuela. Ni las de todos colores, ni la escoba que más vuela. Meche y Lola, las tías de Guada, durante la noche eran unas señoritas brujas pero al llegar la mañana, barrían la vereda con escobas comunes y también hacían los mandados y se comportaban como maravillosas vecinas. Ahora que Guadalupe vivía con ellas, no les había quedado más remedio que anotarla en la escuela del barrio para que nadie sospechara. A la mañana siguiente, el primer día de segundo grado de su sobrinita, Meche y Lola la despidieron en la puerta. - Tomá, Guada, esta manzanita que sobró del cuento de Blancanieves, para que se la lleves a la maestra – le ofreció Lola.
  • 42.
  • 43. Entonces Poli asomó la cabeza del libro de cuentos donde vivía y le advirtió en voz baja a Guada: - No se la des: está envenenada. En el cuento, todas las manzanas del cesto estaban envenenadas porque la bruja no sabía cuál iba a elegir Blancanieves. Además, llevarle una manzana a la maestra es una antigüedad. - Gracias, Poli – alcanzó a decir Guada, cuando su tía Meche, que le estaba dando en la frente el besito de la buena suerte, olió algo raro: - ¿No tendrás alguna escobita mágica en la cartuchera? - Me parece que no, tía, no creo… Se me hace tarde… - mintió rápido Guada y corrió hasta la esquina. Ahí sí, se dio vuelta para saludar y luego cruzó. A los dos segundos, Guada se cansó de caminar y sacó la escoba voladora. Desde el cielo, fue siguiendo el caminito de los chicos que iban a la escuela como ella. - Mirá, Poli, esa chica va en bici… ¡Y allá está el micro escolar!, ¡Qué divertido viajar todos juntos! Pero, por mirar para abajo, Guadalupe chocó contra un árbol, y, con el golpe, se le cayó la mochila de la escoba, y la cartuchera de la mochila, y las escobitas de la cartuchera… Mientras trataba de hacer funcionar la escoba otra vez, Guada no sintió el viento fuerte, como de tías brujas, que sopló sobre las escobitas. Para colmo, con el apuro, las recogió llenas de hojas secas, gusanitos y papeles de caramelos. Ella que era tan prolija y ordenada casi se puso a llorar cuando Poli, para darle ánimo, le comentó: - Típico de los cuentos: siempre hay obstáculos y contratiempos para el héroe. Pero el héroe tiene un ayudante, que le da coraje y el valor…- Ay, Poli, sí, está bien, gracias por lo que me decís pero ahora ayudame a poner todo sobre la escoba, que ya estamos llegando tarde… Y así fue, quince minutos después, Guadalupe aterrizó en el patio cuando ya los chicos de segundo se iban para el aula. Como pudo, escondió la escoba voladora detrás de un macetón y se puso última en la fila, tratando de hacer rodar su mochila rota. Entonces, el nene que iba adelante se dio vuelta y le dijo: - ¡Llegaste en escoba!
  • 44. - No, ¿Estás loco? – se apresuró a contestar Guada -. Te habrá parecido. Es que mis tías tienen un auto muy rápido. - No, no: yo te vi bajar recién en el patio – insistió él -. Y la dejaste detrás de la planta de azaleas. Ramona, la portera, se la está llevando con las cosas de la limpieza… Al ver eso, Guada se comió tres uñas de la desesperación y ya se le saltaban las lágrimas, pero ni tiempo tuvo de seguir preocupándose por la escoba porque la maestra ordenó: - ¡Chicos, adentro! ¡Vamos a empezar segundo! ¡Qué alegría! Hay compañeros del año pasado y compañeros nuevos… Durante un rato, la señorita Milena los fue mezclando a los viejos con los nuevos para que todos se conocieran. En el último lugar quedaron juntos Guadalupe y Nacho, que así se llamaba el chico que le había hablado en la fila. Cuando Guada puso el libro de Poli debajo del banco, Poli se asomó y suspiró, emocionada: - Acabás de conocer al príncipe del cuento, princesa… - ¡Ay, callate, Poli! Que me da vergüenza… - la retó Guadalupe, cerrando la tapa para hacerla desaparecer. Mientras tanto, la maestra anunciaba: - Chicos, vamos a repasar un poco para ver qué se acuerdan de lo que aprendieron en primero… - Ya empezamos – dijo Nacho nervioso, y se puso a hacer tictic en el banco con el lápiz negro. Guada, en cambio, preparaba el cuaderno y sacaba la cartuchera de la mochila. (Hay que decir que Guadalupe Sinverruga tenía una colección enorme de escobas mágicas. En ella había escobas de todos los tamaños y colores, con brillo, con luces, con plumitas, con sonido, de diferentes clases y magias. Cada escoba servía para hacer algo: había escobas para volar, las más comunes, o escobas para barrer, que eran las que las tías usaban para disimular en la vereda. Pero también escobas de hacer dulce de leche, de atrapar al Ratón Pérez, de cumplir deseos; escobas para transformarse en un instante, escobas de correr gatos, escobas de lavar los platos y también otras de romper hechizos. Con pompones, floreadas, de papel dorado, o del olor del arcoiris, a todas, todas, las coleccionaba Guadalupe).
  • 45. Sin darse cuenta de que Nacho la observaba, Guada estaba soplando y limpiando de pelusas las escobitas. - ¿Son lápices de colores? – quiso saber, maravillado, su compañero. - Mmsí, sí – le contestó Guada, tapándolas con la mano. - ¡Qué raros! ¿Me prestás uno? Guada iba a portarse como una perfecta egoísta y a decir que no, cuando la señorita Milena preguntó: - A ver, quién me contesta más rápido esta pregunta: ¿Por qué los flamencos se sostienen en una sola pata? Guada, ultrarrápida y entusiasmada, buscó la escobita azul, la agito en el aire y, de pronto, en vez de contestar primero a la pregunta, hizo desaparecer por completo a la maestra. Los chicos se quedaron helados pero enseguida comenzaron a llamarla: “¡Señorita! ¡Señorita!” Guadalupe seguía congelada y no sabía qué hacer hasta que Poli la despertó: - ¡Las escobas se mezclaron en la caída! ¡Probá con otra! Ya me parecía que cuando chocamos contra el árbol había olor a tías brujas en el aire… Guada, sin pensar, tomó la escobita amarilla y la agitó apresurada. La señorita Milena apareció, ¡qué alivio! Pero enseguida la aturdieron todos los chicos, que se pusieron a levantar la mano como locos, gritando: “¡Yo! ¡Yo! ¡Yo, señorita! ¡Yo, yo! ¡Yo levanté la mano primero!” - Bueno chicos, la verdad, estoy contenta porque parece que todos saben la respuesta pero me siento un poco rara… mejor, copien este problema: 39 hormigas llevan hojitas para su hormiguero. 13 hormigas las pierden al cruzar un charco y a 9 se las vuela el viento. ¿Cuántas hojitas consiguieron guardar? Guada miraba, indecisa, la cartuchera, cuando Poli le dijo: - Agitá otra, a lo mejor esta vez te sale bien: en los cuentos siempre la tercera es la vencida.
  • 46. Guada agiró la escobita amarilla, no muy convencida, y el problema empezó a copiarse solo en el pizarrón, con tan linda letra que sus compañeros se quedaron embobados viendo los rulos de las mayúsculas. Para disimular, como le aconsejaban siempre sus tías, Guada fue corriendo hasta el frente y agarró una tiza, pero las letras corrían más rápido que su mano por el pizarrón verde y pronto se descontrolaron y comenzaron a trepar por la pared, a escribir el techo, a llenar el piso, a Salir por el pasillo… - ¡Qué maravilla, Guada! ¡Qué linda letra te enseñó a hacer tu maestra del año pasado! Pero no te entusiasmes tanto: en el recreo, con esponja y jabón, vas a tener que limpiar este enchastre. Sin embargo, ahora, ya que estás acá, resolvé el problema. Dibujá las 39 hormiguitas. Guadalupe empezó a dibujar pero sus hormiguitas parecían elefantes bebé de seis patas, ¡no terminaba más! - ¡Uaf! ¿Tengo que dibujar las 39? – le preguntó a la señorita Milena, pensando desanimada en el recreo de limpieza que se iba a pasar. - Vamos a llamar a Nacho para que te ayude. Y Nacho se acercó al pizarrón. Cuando lo tuvo al lado, Guada descubrió que tenía SUS escobitas en el bolsillo. Antes de que pudiera decir algo, Nacho sacó una escobita y la agitó: se borraron las hormigas-mamarracho de Guada. ¡Y con ellas, todas la letras del techo, del piso y del pasillo! Luego, Nacho dibujó 39 hormiguitas-hormiguitas y agitó sin que lo vieran la segunda escoba: ¡el problema se resolvió solo! Y, por fin, con un pase de la última escobita que le quedaba, la respuesta se escribió con tan linda letra que las O le guiñaban el ojo a la maestra y a todo. - ¡Muy bien Nacho! ¡Muy bien Guada! ¡Qué buen trabajo en equipo! Guadalupe no podía entender cómo le habían funcionado tan bien las escobas a Nacho, grrrr grrrr… Mientras volvían al banco, Guada le tiró de la manga y le preguntó: - ¿Cómo hiciste? - Fácil: se ve que hay una escoba para cada cosa; sólo hay que descubrir cuál es cuál.
  • 47. Poli, como siempre, se metió e hizo su comentario: - Creo que eso ya lo oí en otra parte… - Callate, Poli – le ordenó, rabiosa, Guada. Y luego se dio vuelta hacia Nacho: - Ahora me las devolvés. Nacho, con una sonrisa, le contestó: - Tranquila, eso pensaba hacer, y también pedirte que me regalaras una… - Shh – lo hizo callar Guada, quitándole las escobas de la mano. Justo sonó el timbre del recreo. Después del recreo, vino la clase de plástica pero Guadalupe ni se animó a abrir la cartuchera y pidió todos los colores prestados. Cuando sonó el timbre del final del día, la señorita Milena los mandó al patio a formar. Lo primero que Guada hizo al salir, en vez de formarse, fue ponerse a buscar el cuartito de la limpieza. Nacho iba detrás; y Poli, con su vocecita de alarma, le avisó: - Guada, tu príncipe te sigue… Guada se dio vuelta furiosa y los dos chocaron: - ¿Te ayudo con lo de la escoba voladora? – preguntó Nacho –. Yo la conozco a Ramona. Guada dudó y al final dijo: - Está bien, pero no cuentes nada, porfis, ¿si? - Claro, ahora seguime – ordenó Nacho. Y salió corriendo. Y tras él, Guada, dejando el libro de Poli tirado en el patio. - Hola Ramona – saludó Nacho. - Hola Nachín, ¿Cómo estás? – le contestó sonriente la portera. - Bien, gracias, ¿sabés?, se nos cayeron unas galletitas en el aula. ¿Me prestás tu escoba nueva para barrerlas? - Tomá, te doy esta otra, es igual. La nueva se la llevó Tomás, mi marido para barrer la dirección.
  • 48. Guada y Nacho se miraron desesperados. Pero no tuvieron que pensar demasiado qué hacer porque ya estaba casi todo hecho. Por suerte, ya se habían despedido de los chicos y las maestras. Por suerte, Ramona se metió en el cuartito de la limpieza. Por suerte, Poli, a la que habían llevado, con “libro perdido” y todo, a la dirección, entretuvo a la directora revoloteando por sus papeles importantes y haciéndola salir al pasillo para perseguirla. Por suerte, porque entonces sólo Guada y Nacho vieron salir por la ventana de la dirección a don Tomás, montado en la escoba de Guadalupe. También por suerte, a Guada se le prendió la lamparita y empezó a agitar todas las escobitas de su cartuchera hasta que, con la escoba de borrar, el vehículo volador desapareció, dejando a don Tomás, primero, sentado en el aire, y enseguida… sentado en el piso con chichón en la cola. - Si me guardás el secreto – prometió Guada, plegando la escoba voladora - , te invito a casa a tomar la leche para mostrarte mi colección de escobas. - ¡Buenísimo! – se entusiasmó Nacho y le aseguró – De mi boca, no sale nada. Aunque enseguida pareció cambiar de idea y dijo: - O sí: un beso. Y ahí nomás se lo dio a Guada, que se quedó con la cara calentita por un rato. Poli le revoloteó en la oreja: - ¡Éste es el príncipe valiente!, ¡te salvó todo el día, y qué corazón te dejó en la mejilla! Ya de vuelta, al abrir la puerta de casa, Poli y Guada sintieron el mismo olor a tías brujas que cuando “se mezclaron” las magias de las escobas. - ¿Cómo te fue Guadita? – preguntaron las tías a coro. - ¡Superbien! – contestó -. Si hasta invité a un príncipe… esteee, digo, a un compañero a tomar la leche mañana. Esa noche, cuando la brujita Guadalupe Sinverruga se acostó, el corazón del beso brillaba en la oscuridad y antes de meterse a dormir en un libro, Poli le aseguró entre bostezos:
  • 49. - Es un beso mágico, como el que le dieron a la Bella Durmiente… Entonces Guada se quedó un rato más despierta, pensando si, entre las de su colección, había alguna escoba para regalarle a Nacho: - ¿La que mete todos los goles o la que te hace sacar la figurita difícil? Sí, alguna de esas seguro, le va a gustar… Y por fin, poniendo la mejilla del beso contra la almohada, se quedó dormida. FIN
  • 50. El mal de Berta
  • 51. Cuando los padres de Berta fueron convocados a la escuela para hablar con la directora, no se preocuparon demasiado. Berta siempre había sido una excelente alumna. -Seguro que nos llaman para felicitarnos otra vez- dijo el padre, Calixto, henchido de orgullo.- ¡más bien!-coincidió su esposa Apolonia-. ¿Por qué otra cosa podrían llamarnos? Pero apenas entraron a la Dirección, supieron que algo andaba mal. La directora y las maestras los miraban con sus ceños igual de fruncidos. Berta, por el contrario, ni se animaba a mirarlos. -Será mejor que se sienten- les ordeno, cortante, la directora.- ¿Qué sucede?-quisieron saber de inmediato. Sin decir una palabra, la directora tomó unos libros de un cajón de su escritorio y se los mostró. -hemos pescado a Berta leyendo…esto, a escondidas- respondió con una mueca de disgusto. -¡Mentira!-grito Calixto-¿Mi hija jamás leería semejante… porquería! Y volviéndose a su hija le pregunto con dulzura: -¿No es cierto, bebé? El pesado silencio con que respondió Berta fue elocuente. A su madre le empezó a faltar el aire. -No…no puede ser…-balbuceó jadeante-.No tenemos esa clase de libros en nuestro hogar… Berta trago saliva y se animó a responder. -Los…los saque de la biblioteca publica…-respondió con un hilo de voz. El padre se puso de pie de un salto. -¡La biblioteca pública!- exclamó-¡Yo no pago mis impuestos para que una biblioteca permitiera que una niña lea estas…estas infamias! -Tiene usted toda la razón- coincidió la directora-, pero creo que ese no es el mayor problema. Porque lo peor es que los ha leído y…y según ella misma ha confesado, le han gustado.
  • 52.
  • 53. Temblorosa, la madre tomó los ejemplares que la directora había dejado sobre el escritorio y leyó los títulos. -Hansel y Gretel…La bella durmiente…Blanca nieves y los siete enanitos…El mago de Oz… ¡Pero, hija, en estos relatos siempre ganan los buenos y las brujas terminamos mal!¿Como pueden ser de tu agrado? -Y…-respondió Berta con timidez-, después de todo, esas brujas se lo buscaron… -¡Las cosas que hay que oír!-estallo Dorotea , la maestra de Maleficios Medievales-.¡Cada vez que leo el final de esas horribles historias , se me llenan los ojos de lagrimas!¡Pobres colegas injustamente maltratadas por esa horrible gente! -¿Injustamente?-se envalentono Berta-.¡Pero si a Hansel y a Gretel la bruja se los quería comer! -¡Porque tenia hambre, pobrecilla!-replico conmovida, la maestra de Historia de la Brujería. Y volviéndose a los padres de Berta, prosiguió. -En los ciento cincuenta años que llevo como docente de la Escuela de Brujas “Gentrudis Malasangre”, jamás había escuchando semejantes horrores por parte de una alumna. Calixto y Apolonia no podían salir de su asombro. -Lamentablemente- siguió la directora-, esto es más grave de lo que parece. Se los demostraré. Y volviéndose hacia la niña, le ordenó: -¡Ríete! Berta se concentro unos segundos, y luego empezó a reír: -¡Jijijijijiji! -¡Aaaaahhhhhh!- se espantaron sus padres al unísono-.¡¿Qué es eso?! -Una risa cristalina, alegre, rebosante de felicidad. Una risa, en fin, indigna de una bruja que se precie-concluyo la directora, lanzando una risotada malvada y tétrica. -y por si no lo han notado-intervino Dorotea-, ¡también le han empezado a salir rizos!
  • 54. -¿Cuándo…cuando empezó a suceder esto?-preguntó. -Es lo que precisamente iba a pedirles que me digieran. Por lo que sé, creo que Berta padece un caso grave de bondadsinextremis. Y me extraña, realmente, que no hayan sabido ustedes ver los primeros síntomas de esta terrible enfermedad. -¡Bondadsinextremis! ¡Nunca lo hubiera imaginado!-exclamó Calixto y, hondamente preocupado, pregunto a su esposa: -¿Tú lo habías notado? -Bueno…-dudo Apolonia-, ahora que lo pienso….hace un tiempo sucedió algo bien extraño. Íbamos por la calle cuando una niña tropezó y se cayó, y Berta, en lugar de reírse y burlarse de su torpeza… ¡la ayudo a levantarse! -¿Y eso no le llamo la atención? –La reprendió Dorotea-.¿Desde cuando las brujas nos compadecemos de las desgracia ajena? -Pero entonces… ¿Qué va a pasar con Berta?-pregunto preocupado el padre. -Lo lamento mucho por ustedes, pero acá no la podemos aceptar como estudiante hasta que no vuelva a ser mala, cruel, egoísta, vengativa y envidiosa como el resto de sus compañeras. La bondadsinextremis es altamente contagiosa y no podemos permitir que se expanda una epidemia-concluyo, definitiva, la directora. Calixto y Apolonia tuvieron que coincidir con ella. Y, sin protestar, se retiraron con su hija. En las semanas siguientes buscaron y preguntaron hasta que encontraron al mejor especialista en este mal y pidieron una cita con él. Pérfido Porquizo, que así se llamaba el hechicero, reviso a Berta de los pies a la cabeza, habló largamente con ella y, cuando concluyó, les comunicó a sus padres: -Lamentablemente, el mal está muy avanzado y no hay pócima ni contrahechizo que pueda curarlo. Y me atrevo a aventurar: la culpa es de ustedes. Luego de una larga explicación, Apolonia y Calixto se retiraron absolutamente convencidos de que nadie más que ellos serían los
  • 55. responsables de que Berta, en muy poco tiempo, acabaría transformándose en una niña rozagante , sonriente , feliz y , para colmo, con una cabellera rizada en el lugar de las crenchas pegajosas que lucen en sus cabezas las brujas de buen ver. Los motivos que esgrimió Pérfido eran simples no habían sido buenos padres. Nunca habían castigado a su hija porque si, sin ningún motivo. Jamás le habían prohibido hacer lo que le gustaba. Le hacían mimos desde que era bebe. Y siempre, siempre la escuchaban con atención y hablaban con ella de todo lo que le preocupaba. ¿Cómo podían esperar que se convirtiera en una buena bruja con semejante trato? El gran amor que sentían por su hija, la había terminado por enfermar. La noticia del mal de Berta no tardó en llegar a la Asociación Internacional de Brujas y Hechiceros Mas Malos Que La Peste, quienes de inmediato expulsaron a Calixto y Apolonia como miembros activos de la congregación. Pero a ellos mucho no les importó. Para ese entonces, a Berta le habían comenzado a salir alitas en la espalda. Y tanto era lo que la querían, que aceptaron el hecho de buena gana. No tendrían una gran bruja como hija, es verdad, pero ellos se encargarían de que se convirtiera, con el tiempo en la mejor de las hadas. FIN
  • 56.
  • 57. La muchacha de la estrella
  • 58. Cuentan que había una vieja que tenía una hija bastante feúcha que se llamaba Cachura y una sirvientita linda como una flor que se llamaba María, aunque todos le decían Mariquita. Cachura no trabajaba; no cuidaba las vacas ni hilaba la lana ni fregaba los pisos ni lavaba la ropa. ¡Para qué! Si todo eso lo hacía Mariquita y muy bien, además, porque era animosa y trabajadora. Eso justamente era lo que más rabia le daba a Cachura (era muy envidiosa la muchacha): que Mariquita hiciese todo bien y siempre a tiempo. Así que un día le pidió a la madre que le diese un trabajo bien difícil a Mariquita, un trabajo casi imposible de hacer. Nomás por el gusto de verla sufrir, de mala que era. Entonces la vieja la llamó a Mariquita, que estaba por llevar a pastar las vacas, y le dio un vellón de lana más grande que una casa. - Me lo tenés que hilar para esta tarde – le dijo-. Sin falta. Y ahí se fue Mariquita con su vellón y sus vacas, muy preocupada. Se le acercó una ternerita blanca, su preferida, y le dijo: - ¿Qué te pasa, Mariquita? (Era una ternerita mágica, parece, porque le hablaba con palabras, como un humano.) - Tengo que hilar este vellón en la tarde, y ni diez tardes van a alcanzar. - No te aflijas, Mariquita – le dijo la ternera-. Poneme el huso en el hocico y atame la punta de la lana en los cuernos. Después te podés ir a dormir la siesta. Cuando te despiertes ya vas a ver. Mariquita hizo lo que le decía la ternerita porque era una muchacha muy confiada y no andaba haciendo preguntas. Hizo bien, porque al rato nomás ya la ternerita había terminado y tenía una madeja gigante enroscada en los cuernos. Cuando volvió Mariquita con la madeja, Cachura se puso a gritar de la rabia. Al día siguiente la vieja le dio tres vellones como el del día anterior.
  • 59. - Para esta tarde – le dijo. Y allá se fue Mariquita con los tres vellones y las vacas, segura de que esta vez ni siquiera la ternerita mágica le iba a poder ayudar a terminar el trabajo. - No te aflijas, Mariquita – le dijo la ternera-. Hacé como ayer y echate a dormir la siesta. Cuando te despiertes, ya vas a ver. Así fue, nomás. Mariquita se durmió al sol y cuando se despertó ahí estaba la ternerita escondida debajo de las tres madejas de lana que le colgaban de los cuernos. Pero esta vez no fue tan bien la cosa, porque Cachura la había andado espiando y se había enterado de toda la magia. Así que cuando Mariquita volvió a la casa con las madejas y las vaquitas, ya la vieja le había preparado un castigo. - Mañana matamos a tu ternera – le dijo. Mariquita se fue llorando al corral, se abrazó a la ternerita y le contó que la vieja quería matarla. - No te aflijas, Mariquita – le dijo la ternera, que para todo tenía remedio-. Cuando me haya matado, seguro que te manda lavar las tripas al río. Vos andá a lavarlas. Y fijate bien, que adentro vas a encontrar una varillita. Guardala bien. Cuando necesites ayuda, cuando te haga falta algo, vos sacás la varillita y le decís: “Varillita de virtud, encendete con la luz”. Y cuando la varillita brille, vos le pedís lo que quieras. Y ya vas a ver que te hace caso. Al día siguiente la vieja mandó matar a la ternera y después le dijo a Mariquita que tenía que ir al río a lavar las tripas. Y ahí fue Mariquita, abrazando las tripas y llorando por su ternera. Y, mientras lavaba, lloraba porque se daba cuenta de que había perdido a su única amiga. En eso viene el agua y le lleva las tripas y las arrastra río abajo. Y Mariquita empieza a correr por la orilla gritando: - ¡Mis tripas! ¡Mis tripitas! Justo a la orilla estaba sentado un viejo muy pobre y muy sucio, refrescándose los pies en el agua.
  • 60. - ¿Qué te pasa, Mariquita?- le preguntó. (Vaya uno a saber cómo es que le conocía el nombre!). Y Mariquita le contó que el río le había arrancado las tripas de las manos y que ésas no eran tripas cualesquiera, que eran tripas con secreto. Entonces el viejo le dijo: - Si me lavás los pies y me peinás el pelo, te digo dónde vas a encontrar las tripas. Y Mariquita, que era buena y confiada, enseguida se arrodilló para lavarle los pies hasta dejárselos blancos como algodones. Y después le peinó los cabellos hasta dejárselos brillantes y lisos. - Gracias, Mariquita. Vos sos buena y yo te voy a ayudar. Acá cerca, en la orilla, hay una piedra redonda. Levantala, que vas a encontrar tus tripitas. Ya vas a ver. Mariquita salió corriendo. Y encontró la piedra. Y, debajo de la piedra, encontró las tripas. Y, adentro de las tripas, ¡la varillita que le había prometido la ternera! Volvió adonde estaba el viejo para darle las gracias y el viejo se despidió de ella y le acarició la frente. Y ahí mismo, justo donde el viejo la había tocado, le apareció una estrella a Mariquita, una estrella lindísima y brillante. Cuando Mariquita volvió a la casa, la vieja y Cachura quisieron saber a toda costa dónde había conseguido esa estrella. Y Mariquita les contó. Así que Cachura, que era tan envidiosa, quiso conseguirse una igual. - ¿Así que lavabas las tripas?- le preguntó a Mariquita. - Sí, lavaba las tripas. - ¿Y entonces te las llevó el río? - Sí, me las llevó el río. - Bueno- dijo Cachura-. Es fácil. Y se fue de la casa con un montoncito de tripas. Llegó al río y empezó a lavarlas. Después las soltó para que se las llevara el río aguas abajo. Y se hizo la que lloraba: - ¡Ay mis tripas, mis tripitas! Y al ratito nomás lo ve al viejo, siempre sentado a la orilla, que le pregunta por qué llora. Y Cachura le dice que el río se le llevó las tripas, que las ha perdido.
  • 61. - Si me lavás los pies- le dice el viejo- y me peinás el pelo, yo te digo dónde están tus tripitas. - ¡Qué lo voy a lavar, viejo roñoso! ¡Qué lo voy a peinar, viejo piojoso!- gritó Cachura, y puso cara de asco. Entonces el viejo se sonrió y le tocó la frente. Y ahí mismo, en ese instante, le creció a Cachura un cuerno, un cuerno gordo y largo como el de una vaca. Volvió llorando a la casa y la madre trató de escondérselo debajo de una vincha, pero era difícil porque era un cuerno grande y muy erguido, difícil de disimular. Pasó el tiempo y un día la vieja le dijo a Cachura que se pusiese el vestido más lindo porque iban a ir al pueblo, que había feria. - ¡Yo también quiero ir, señora!- dijo Mariquita. - Vos no, si vos no tenés ropa decente. - Sí que tengo, señora. ¡Por favor! ¡Déjeme ir al pueblo con ustedes! - ¡Que no y que no!- gritó la vieja-. Tenés mucho que hacer en la casa. Vos, a trabajar. Y nosotras a pasear. Y ahí se fueron las dos con sus mejores ropas y una vincha de colores para tapar el cuerno de la Cachura. En cuanto se fueron, Mariquita se acordó de la varillita que le había dejado en herencia la ternera. La sacó y le dijo: - Varillita de virtud, encendéte con la luz. Y la varillita empezó a brillar con una lucecita suave. Entonces Mariquita le pidió un vestido muy lindo muy lindo y un sulky para llegar a tiempo a la feria del pueblo. Y la varillita se los dio, así, con toda facilidad, como sucede con las varillitas que tienen magia. Cuando Mariquita llegó al pueblo, tan linda y tan bien vestida, con su estrella brillante en la frente, todo el mundo quedó impresionado. Decían que era la más hermosa, que era un ángel, que era una reina. Y Cachura y su madre, que también la vieron, no pudieron reconocerla. También la vio un muchacho buen mozo, que se paseaba en su alazán. Era forastero y había venido al pueblo porque le habían contado que la feria era muy alegre y colorida.
  • 62. En cuanto vio a Mariquita se enamoró de ella, enseguida, sin perder ni un momento. - ¿Quién es esa muchacha tan hermosa, la de la estrella en la frente?- preguntó. Pero nadie supo informarle. También Mariquita vio al forastero y también ella se enamoró de él, por lindo, por gentil y porque sabía montar muy bien a caballo. Pero no quiso quedarse a hablarle: tenía miedo de que la vieja la castigara si no estaba en casa cuando volviese. De modo que se escapó casi de la feria. Pero antes de irse quiso dejarle algo al forastero. Y no se le ocurrió nada mejor que tirarle desde el sulky uno de esos lindos botines charolados que le había regalado la varillita. El príncipe recogió el zapatito y pensó que, tarde o temprano, iba a encontrar a la dueña. Al día siguiente empezó a buscar. Y buscó y buscó. En cada rancho, en cada casa del pueblo. Donde le decían que vivía una muchacha ahí se iba él con su zapato a ver si daba con la dueña. Un día llegó por fin a la casa de Mariquita. Pero a Mariquita no la vio de entrada porque la vieja la había escondido adentro de un barril: quería que el forastero le probase el zapato a Cachura, que no tenía modo de conseguir marido. Pero el forastero notó que los perritos del rancho andaban husmeando un barril y se acercó para levantarle la tapa. Y ahí estaba Mariquita, la hermosa, con su estrella en la frente. Y ni falta hace decir que el forastero y Mariquita se casaron y se fueron a vivir lejos, lejos, motados en el alazán. FIN