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"Varían nuestros rasgos, varía nuestro
idioma y costumbres, pero cuando
lloramos,
lloramos igual, cuando reímos, reímos
igual. Y cuando amamos lo hacemos con
esa
intensidad de la que dicen, los ángeles
sienten envidia".
Amanecí en Cartagena Colombia, viendo como aquel monstruo devoraba sin
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todo lo que veía a su paso en la costa de Japón en el sector de Kanto.
Después de verificar vía Skype, que mis padres, hermanos y
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llamé a algunos amigos para conocer su estado y enterarme que estragos
había causado
el terremoto en la ciudad de Yokohama o Tokyo.
Me causó curiosidad escuchar a mis hermanos y amigos repetir con
insistencia:
"Kenji Denki Nakunata Zo" (¡Kenji se fue la luz!)
Bueno y ¿Qué más pasó?
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Bueno ya entendí, pero, ¿Qué más pasó!
Kenji, ¿No le parece increíble?, no hay luz, ¡la ciudad está sin luz!
Me tomó varios segundos entender lo que pasaba; Nunca habían sentido en
sus vidas lo que era la falta de luz,
nunca se habían sentido a oscuras.
Así qué les pregunte: ¿Ustedes nunca habían visto un Apagón de luz?
- No Kenji, Usted si?
- Uhff, si Claro.
- ¡Ah en Colombia se va la luz!
- Bueno ahora no tanto como antes, pero en mi infancia
si se iba la luz con frecuencia... y era bonito.
Cuando les comente que era bonito, mis amigos
japoneses concordaron;
- Si es muy interesante y bonito.
Recordé que en Colombia cuando quitaban la luz por
racionamiento o por algún atentado contra la luz, como
decían,
pasaba algo maravilloso...
Siempre algún adulto me tomaba por el brazo y todos
comenzaban a gritar:
- ¡Se fue la luz!
- ¡Donde está la niña!
- ¡Yo tengo a Kenji!
Tanteando las paredes se iban reuniendo en la sala.
Una vez juntos, aparecía la bendita vela, la cual era pegada a la mesa con la
misma parafina derretida, frente a la abuela, porque ella cual matrona
comenzaba a contar los chismes de la época de la violencia, la guerra de godos
y liberales,
las 2 vacas que se robó la chusma, el amorío prohibido de alguna tía, la
llorona, la pata sola, el descabezado. Para esto ya estábamos todos apretados
en el mismo sofá esperando quien iba a ser el valiente de ir a "echar pasador a
la puerta".
No faltaba quien cantara algún tema de la antigua Caldas o una poesía sobre la
pobreza. El caso es que pasaban dos horas sin luz en la familia
Colombiana, pero al mismo tiempo habían sido tan hermosas que cuando
llegaba la luz, todos hacían “Aaaaah”, y volvían a sus quehaceres y tareas.
Volver a ver la luz eléctrica ya no era una buena noticia pues cortaba el calor
familiar que se creaba a la luz de una vela.
En esta época no se va la luz como antes, la tecnología avanza
sin detenerse. Ciertos aparatos electrónicos, al sentarnos a la
mesa, no nos permiten vernos a los ojos. Una rara nostalgia de
una época sin iPhone o Blackberry me asedia.
Nadie siente nostalgia de épocas violentas y sus apagones de
luz, pero sí de la capacidad que desarrolla el ser humanó al
enfrentar una crisis.
El 11 de marzo del 2011, los japoneses no solo se mostraron
más amables y solidarios, se abrazaban, lloraban juntos,
aun sin conocerse.
El abrazo puede no ser común en una cultura, pero brota como
una flor de invierno cuando el ser humano enfrenta una crisis.
Dos días después del terrible Tsunami, un escrito llega a mi
correo, de parte de un gran amigo que colaboró dos años en
Colombia. Decía lo siguiente:
“Hola Kenji, siento que debo contarte lo que me aconteció
tres días después de este terrible Tsunami. Como sabes no
había hablado con mi padre desde que llegué a Japón. Él
estaba disgustado por la larga estadía que viví en
Colombia, quería contarle nuestros logros en la
fundación, pero me evitaba sin dirigirme siquiera la
mirada.
Al segundo día del Tsunami estábamos mi padre y yo solos
en un búnker de la familia esperando que las cosas
mejoraran. Mi madre había salido dejando un silencio
profundo en aquella oscuridad. De repente mi padre
dijo: "Tsuyoshi, ¿cómo es Colombia?"
Le hable sin parar sobre el paisaje, la naturaleza, y cómo
se es feliz a causa de la calidez de la gente y a pesar de las
dificultades del país. Después de hablar dos horas con mi
padre como nunca lo había hecho en toda mi
vida, nuevamente el silencio reinó por varios minutos. Por
segunda vez mi padre habló: "Tsuyoshi debemos salir a
ayudar a la gente así como lo has hecho en Colombia."
Kenji, los japoneses si nos abrazamos y sonreímos, sólo
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  • 1. "Varían nuestros rasgos, varía nuestro idioma y costumbres, pero cuando lloramos, lloramos igual, cuando reímos, reímos igual. Y cuando amamos lo hacemos con esa intensidad de la que dicen, los ángeles sienten envidia".
  • 2. Amanecí en Cartagena Colombia, viendo como aquel monstruo devoraba sin parar, todo lo que veía a su paso en la costa de Japón en el sector de Kanto. Después de verificar vía Skype, que mis padres, hermanos y familiares, estaban bien, llamé a algunos amigos para conocer su estado y enterarme que estragos había causado el terremoto en la ciudad de Yokohama o Tokyo. Me causó curiosidad escuchar a mis hermanos y amigos repetir con insistencia: "Kenji Denki Nakunata Zo" (¡Kenji se fue la luz!) Bueno y ¿Qué más pasó? Que se fue la luz! Bueno ya entendí, pero, ¿Qué más pasó! Kenji, ¿No le parece increíble?, no hay luz, ¡la ciudad está sin luz! Me tomó varios segundos entender lo que pasaba; Nunca habían sentido en sus vidas lo que era la falta de luz, nunca se habían sentido a oscuras. Así qué les pregunte: ¿Ustedes nunca habían visto un Apagón de luz?
  • 3. - No Kenji, Usted si? - Uhff, si Claro. - ¡Ah en Colombia se va la luz! - Bueno ahora no tanto como antes, pero en mi infancia si se iba la luz con frecuencia... y era bonito. Cuando les comente que era bonito, mis amigos japoneses concordaron; - Si es muy interesante y bonito. Recordé que en Colombia cuando quitaban la luz por racionamiento o por algún atentado contra la luz, como decían, pasaba algo maravilloso... Siempre algún adulto me tomaba por el brazo y todos comenzaban a gritar:
  • 4. - ¡Se fue la luz! - ¡Donde está la niña! - ¡Yo tengo a Kenji! Tanteando las paredes se iban reuniendo en la sala. Una vez juntos, aparecía la bendita vela, la cual era pegada a la mesa con la misma parafina derretida, frente a la abuela, porque ella cual matrona comenzaba a contar los chismes de la época de la violencia, la guerra de godos y liberales, las 2 vacas que se robó la chusma, el amorío prohibido de alguna tía, la llorona, la pata sola, el descabezado. Para esto ya estábamos todos apretados en el mismo sofá esperando quien iba a ser el valiente de ir a "echar pasador a la puerta". No faltaba quien cantara algún tema de la antigua Caldas o una poesía sobre la pobreza. El caso es que pasaban dos horas sin luz en la familia Colombiana, pero al mismo tiempo habían sido tan hermosas que cuando llegaba la luz, todos hacían “Aaaaah”, y volvían a sus quehaceres y tareas. Volver a ver la luz eléctrica ya no era una buena noticia pues cortaba el calor familiar que se creaba a la luz de una vela.
  • 5. En esta época no se va la luz como antes, la tecnología avanza sin detenerse. Ciertos aparatos electrónicos, al sentarnos a la mesa, no nos permiten vernos a los ojos. Una rara nostalgia de una época sin iPhone o Blackberry me asedia. Nadie siente nostalgia de épocas violentas y sus apagones de luz, pero sí de la capacidad que desarrolla el ser humanó al enfrentar una crisis. El 11 de marzo del 2011, los japoneses no solo se mostraron más amables y solidarios, se abrazaban, lloraban juntos, aun sin conocerse. El abrazo puede no ser común en una cultura, pero brota como una flor de invierno cuando el ser humano enfrenta una crisis. Dos días después del terrible Tsunami, un escrito llega a mi correo, de parte de un gran amigo que colaboró dos años en Colombia. Decía lo siguiente:
  • 6. “Hola Kenji, siento que debo contarte lo que me aconteció tres días después de este terrible Tsunami. Como sabes no había hablado con mi padre desde que llegué a Japón. Él estaba disgustado por la larga estadía que viví en Colombia, quería contarle nuestros logros en la fundación, pero me evitaba sin dirigirme siquiera la mirada. Al segundo día del Tsunami estábamos mi padre y yo solos en un búnker de la familia esperando que las cosas mejoraran. Mi madre había salido dejando un silencio profundo en aquella oscuridad. De repente mi padre dijo: "Tsuyoshi, ¿cómo es Colombia?" Le hable sin parar sobre el paisaje, la naturaleza, y cómo se es feliz a causa de la calidez de la gente y a pesar de las dificultades del país. Después de hablar dos horas con mi padre como nunca lo había hecho en toda mi vida, nuevamente el silencio reinó por varios minutos. Por segunda vez mi padre habló: "Tsuyoshi debemos salir a ayudar a la gente así como lo has hecho en Colombia." Kenji, los japoneses si nos abrazamos y sonreímos, sólo deben ayudarnos un poco.