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Que crueles son los niños
Vivía en un pequeño pueblo un niño llamado Juanito con su padre. Era un niño solitario, no le
gustaba compartir sus juegos con otros niños. Cuando todos iban a nadar al río, Juanito se
apartaba y nadaba solo, un día, sus compañeros fueron a espiarlo y descubrieron que Juanito
tenía todo el cuerpo cubierto de pelo y detrás le colgaba una cola. Sin tardar ni un minuto
comenzaron las burlas- Juanillo, el oso - le decían mientras le jalaban la cola y lo picaban con
un palo.
Entre burlas y gritos Juanito se escapó, le contó lo que había pasado en el río, y le dijo que ya
no quería volver nunca ahí, ni tampoco a la escuela, que no deseaba ver a nadie, porque había
sentido una rabia casi incontrolable, agregando - Ya sabes que tengo cuerpo de oso y fuerza
de oso, y si me molestan voy a acabar matándolos -. El papá de Juanito pensaba para sí
mismo - qué crueles son los niños -, pero no encontraba las palabras para convencer a su hijo
de que no dejara el pueblo. Habiendo ya tomado la decisión Juanito le dio instrucciones: - Que
nadie me busque porque me lo sueno y si tú vas tienes que anunciar tu llegada con este
caracol de mar - .
Juanito se fue y al poco tiempo la gente empezó a desaparecer, los que se internaban entre la
arboleda, no volvían a salir y por las noches se escuchaban gritos de terror que provenían del
monte. Al pasar de los días hubo quien vio a la criatura del monte, era un humano con cuerpo
peludo y con cola, con garras afiladas y enormes colmillos, con ojos que brillaban en la
noche.
El padre escuchaba esas historias y no dejaba de pensar - qué crueles son los niños -, al
recordar cómo sus actos habían orillado a su pequeño a internarse en el monte, atacando a
quien invadiera su terreno, adaptándose a las adversidades convirtiéndose en solo Dios sabe
que criatura
La hija del Diablo
Antonia vivía sola con su joven madre, por más que había insistido en saber algo de su padre
la mujer le callaba la boca diciendo: - no te gustaría saberlo -. Después de insistir durante
mucho tiempo y ser ahora una adolescente de trece años, no era tan sencillo seguir
entreteniéndola con la misma respuesta, así que en una de tantas discusiones le arrancó a su
madre un nombre, y la noticia de que había fallecido. La chica no volvió a insistir con el hecho.
Siguiendo con su vida, un día de aburrimiento en el que junto a sus amigas buscaba algo
entretenido que hacer, decidieron ir al cementerio, para contar historias de miedo, pero cuando
llegaron a su lugar favorito, debajo de un frondoso árbol, este ya estaba ocupado por un grupo
de jóvenes desconocidos, que se preparaban para iniciar una sesión espiritista. Movidas por
la curiosidad se quedaron a observar, no pasó mucho tiempo cuando fueron invitadas a unirse.
La sesión al principio fue un chiste, todo el tiempo eran risas y más risas, pero de pronto una
de las chicas desconocidas le puso seriedad al asunto y preguntó: - ¿Alguien tiene algún
familiar muerto con el que podamos contactar? -, a Antonia de inmediato le vino el nombre de
su Padre a la mente, después de no pensar en él por un buen tiempo, pareció buena idea.
Pasó un buen rato y no sucedía nada, pero de pronto los objetos comenzaron a moverse,
alguien se dirigió a Antonia: - Di algo que es tu padre -, la pobre chica con el susto bien
instalado solo pudo pensar en decirle – Muéstrate -.
El árbol se agitaba, entre la copa varios pudieron distinguir una sombra, bajaba lentamente por
el tronco, y tras la mirada atónita de los jóvenes se presentó un dragón que conforme se
desplazaba iba tomando forma de hombre. Las reacciones fueron variadas, las hubo desde
aquellos que cayeron desmayados al suelo, hasta los que decidieron arrojar piedras con ánimo
de defenderse.
Por supuesto lo menos que lograban era lastimar o alejar a la criatura, que solo reía conforme
se acercaba directo a Antonia. Ella no podía reaccionar, parecía que le habían anclado los pies
al suelo, su cuerpo temblaba de manera incontrolable, un sudor frio le cubría el cuerpo, había
olvidado cómo moverse…
La criatura se incorporó frente a ella, y le dijo: - ¿querías conocer a tu Padre?, pues aquí
estoy… ¡la bestia!… el mismo Lucifer en persona - le decía mientras la tomaba de la mano,
haciéndola flotar hacia un par de puertas que se abrieron en la tierra, por donde se marcharon
juntos…
Los chicos que presenciaron el hecho no volvieron a ser los mismos, muchos de ellos
terminaron en hospitales psiquiátricos o quitándose la vida. Antonia se reportó como
desaparecida, pues la policía no pudo creer la historia que pocos de ellos pudieron compartir,
pero sin duda la madre no mostraba sorpresa por aquella versión sobre lo que le había pasado
a su hija.
La Realidad de un sueño
Una mañana de mayo, cuando muchos árboles se llenan de flores y el sol resplandece en
el alba, un niño llamado Chefi, despierta y se da cuenta que no está con sus padres, ni con
su familia - ¿Dónde está papá y mamá?- se preguntó. Se sentía tan solo y fue entonces
cuando se decidió a caminar por aquel hermoso lugar y descubrir todo a su paso, todo lo
que ve es ajeno a su vista, pero agradable. Extrañado se pregunta -¿Por qué estoy aquí?-
y al instante una voz de tono dulce embargó su corazón y le dijo:
- Chefi, ¿Quieres saber qué anhela realmente tu corazón?
Sorprendido se pregunta - ¿Por qué estoy aquí? ¡No se quién me habla!
¡Muéstrate! ¿Dónde estoy?
Sigue caminando y al rato se encuentra con el mar, deseoso de sentir el fresco
aire del mar y ver su color verde y azul, abre sus brazos, respira profundo, sopla la
brisa suave en su piel, detenidamente observa las aguas; agua de siempre, agua con
vida, aguas extendidas, aguas dormidas.
El niño Chefi sigue sin entender y una vez más la voz le dice:
- Ahora no es necesario que entiendas nada, sino que comprendas que debes
de crecer y seguir adelante, caminando sin mirar atrás
Siendo obediente a la voz, se desplaza por toda la orilla del mar, las olas bañan
sus pies una y otra vez, de pronto comienza a correr largo tramo de la playa, se
detiene y se da cuenta que se encuentra en el mismo lugar donde dormía, de pronto
despierta y comprende que estaba profundamente dormido y todo era un gran sueño.
Chefi se había quedado acostado en un parquecito de la escuela. Camino a su
casa, las flores que se desprenden de los árboles le caen a cada paso que da como si
fuera nieve del cielo, flores hermosas, rosadas y blancas.
Muy contento con el sueño que había tenido exclama:
¡Voy para mi casa que esta en mi pueblo, que esta en mi tiempo!
¡Voy para mi casa que ya he aprendido a mirar el cielo!
Nacimiento
La representación de navidad había empezado, las mamás vestían a los niños y
los papás, cámara en ristre, inmortalizaban a través de la lente la capacidad histriónica
de sus retoños.
En Cancún ya había empezado el frío, con la lluvia y el norte que llevaba mas de
dos días, todos parecíamos refugiados de algún desastre ecológico, como siempre,
con suéter pero con sandalias o bermudas.
Pero dentro del teatro, con aire acondicionado, el viento y la lluvia eran mas bien
parte del decorado de la pastorela. Las inclemencias del tiempo serían nada más un
retraso para subirse a los coches…
En otro lugar de la misma ciudad, una pareja se abrazaba mientras el camión
que venía de Villahermosa entraba a la reluciente Cancún vomitandolos entre risas,
carcajadas y abrazos que no eran para ellos, en una isla de soledad dentro del
estruendo y el gentío.
Encarnación volteó a ver a Manuela con ternura.
-Ya mero llegamos, te prometo que hoy estaremos bajo techo… tratando de que
su voz no saliera el cansancio que llevaba acumulado.
Manuela sonrió.
-Estoy bien, de veras vamos otro poco, las mujeres de mi casa somos
reteaguantadoras…
La temporada vacacional era excelente, hasta el presidente municipal lo dijo, y
eso que él siempre ponía las cosas negras para subir los impuestos y jalar más agua a
su molino.
La asociación de hoteles estaba de acuerdo con que Cancún se recuperaba de
los daños sufridos por el embate de los todo-incluido y de la competencia de Playa del
Carmen.
¡Vaya, si hasta los hotelitos del centro estaban llenos! Parecían los tiempos
primeros en que todo el mundo quería un pedacito de Cancún.
¡Cómo me había costado preparar a los niños para que la obrita escolar saliera
lucidora! De veras que las mamás ayudaron mucho, los trajes vinieron de una casa
especializada en el DF. Trabajar en las escuelas privadas tenía su encanto, este tipo
de cosas se daban bastante más fácil, especialmente si se tenían los medios
económicos necesarios.
Mi colaboración es importante; enseñar a los niños el significado verdadero de la
navidad. El nacimiento del Salvador, que se hizo hombre para habitar entre nosotros.
Uno más entre los humildes de la tierra. No ese Santa Claus, tan gringo que es nada
más sólo un pretexto para comprar regalos sin una verdadera razón de ser. A menos
de que el crecimiento económico sea una prioridad cristiana
¡Creo que lo conseguí! Mientras los papás brindaban con los maestros, me
escabullí a fumarme un cigarrito, eso que la maestra de moral le meta duro al cigarro
no se ve muy bien, que ejemplo les daré a mis niños…un poco difícil con la lluvia y el
viento pero bajo la marquesina, a un ladito, se estaba bastante bien. Nadie me vería.
Una voz me sorprendió, saliendo de la lluvia y el viento.
-¿Seño me puede ayudar? ¿Será que podemos quedarnos aquí? Las escuelas
luego tienen habitaciones vacías durante las vacaciones…Mi mujer está embarazada y
estamos muy cansados… Fíjese que mi prima no está y nos íbamos a quedar con
ella… nomás que los hoteles están llenos y dicen que no hay ni un lugar…
-¿Y a que vinieron? … además como se le ocurre, con su señora en tan
avanzado estado… (esta gente no tiene dos dedos de entendimiento)
-Es que nos dijeron que aquí había trabajo y como me cerraron mi taller allá en
Villahermosa, bueno… no en Villa en Teapa… pues dicen que aquí si hay y pues la
familia está creciendo ya ve usted… (ay estos indios clasemedieros, bueno ni a
clasemedieros llegan… se creen todo lo que les dice la tele, si por lo menos llegaran
sin familia o sin preñarse… con la cantidad de servicio que hace falta aquí… pero
embarazada, ni loca! Luego se te quedan con todo y la criatura)
-Si usted quiere le doy mis datos, somos gente honrada. Mire, mis papeles, me
llamo Encarnación Bautista y mi mujer se llama Manuela Flores; somos de buena
familia…no hay problema si nos quedamos hasta le puedo ayudar a cuidar la
escuela…
-Pues si son tan conocidos ¿para que se vinieron para acá, no sabe que no es
época de andar viajando? Tengo un velador, gracias (como si fuera yo a meter a un
desconocido a estas alturas…)
-Seño, pero…
-Nada, nada, mire váyanse al parque de las Palapas, ahí esta el DIF, a lo mejor
le pueden ayudar…ellos sabrán que hacer..
-Miss Laura, ¿Donde anda?
Las voces de mis alumnos con algunos de sus papás me hicieron despedirme.
-Ándele, vayan para el centro…aquí tiene para el taxi, no es mucho pero de algo
le servirá.
La lluvia amainó un poco, lo suficiente para permitirles subir
trabajosamente, a un taxi que al ver que había función estaba por ahí, con la
esperanza de una “llevada”
Una imagen se quedó en mi retina, una mujer embarazada, cansada y con todo
ello caminando sonriente, un hombre joven pero encorvado por la responsabilidad de
la vida que llega. Apenas entré y ví la imagen de nuevo, esta vez en el escenario. No
pude salir, ya la lluvia se los había llevado, otros dos mil años quizás, otra noche
cualquiera.
La promesa inmemorial del nacimiento…
La corona de lata
Había un pobre sin morada fija. No poseía nada, ni casa, ni huerto, ni siquiera un asno.
Sobrevivía mendigando y recogiendo frutos salvajes; vestía un sobretodo descosido y escondía
su cabeza pelada en un sombrero verdoso.
Pero no era infeliz. Se contentaba con vivir, contemplar el cielo, beber en la fuente. No deseaba
nada. Y cuando no se desea nada se termina siendo casi feliz.
Un día, dando vueltas por las calles de una ciudad vio en la cabeza de un chaval pobre una
vieja corona de lata adornada con cascabeles.
A cada movimiento del chaval las campanillas resonaban: dindán, dindán. ¡Qué maravilla!
El mendigo, aunque sabio hasta aquel día, quedó con la boca abierta. ¡Qué hermosura, poder
arrojar el sombrero verdoso y ponerse en la cabeza aquella especie de anillo brillante que
resonaba sin descanso!
Había nacido en su corazón inocente el primer deseo. El primero de una serie ilimitada. Había
terminado la paz.
Desde aquel día el mendigo dejó de explayarse mirando las nubes, de zambullirse en el
riachuelo, de coger moras y madroños. Soñaba con la corona de latón como jamás ningún
príncipe ambicioso había soñado el emblema del poder imperial. Se volvió triste, hasta huraño.
Entonces pensó ofrecerle sus servicios al chaval de la corona de lata. ¡Qué brillante era, cómo
sonaba alegre! Ya podía ser feliz el pobre mendigo.
Pero no lo era. Cada vez que resonaba un cascabel, un nuevo deseo se le encendía en el
corazón. Deseaba todas las cosas más absurdas, todas las dulces, vanas e irresistibles
bagatelas del mundo.
Entonces comprendió que su corona de lata no era más que un capricho, incapaz de darle otra
cosa que no fuera intranquilidad y desorden.
Y con un profundo suspiro devolvió al chaval su corona de lata. Y volvió a sentirse libre y casi
feliz.
El recuerdo o la esperanza
Despertó asustada buscando, más que con sus manos, con su alma el cuerpo
de Fernandito, le había costado dormirlo por la tos.
La puerta se había abierto con el viento, cómo le pegaba la soledad cuando se
despertaba en la madrugada creyendo que había vuelto…
No pudo volver a conciliar el sueño, prendió una vela a la virgen de los ángeles y
se sentó en la hamaca a meditar con profunda tristeza: la vida, más bien las
circunstancias, le habían arrebatado la paz. Es que apenas habían pasado diez meses
y no sabía si resignarse al recuerdo o mantener la esperanza.
Conoció a Ricardo siendo apenas una chiquilla, pero desde la primera vez que
lo miró a los ojos se sintió mujer, fue en una fiesta patronal donde los presentaron, él
era de aspecto maduro para su edad, moreno, de cejas pronunciadas y sus brazos
dejaban notar el sin fin de laderas que había volcado con la pala, Dulce lo flechó con
su sonrisa y con sus ojos que no necesitaban de palabras.
Maduraron las caricias y la moral se desbarató un día dejando a Dulce
embarazada. Unos meses atrás la noticia hubiera sido una bomba pero, para asombro
de ambos, nadie le prestó mayor importancia.
Por esos días habían llegado unos extranjeros gordinflones a negociar con la
gente del pueblo, ofrecían cambiar fincas por casas y empleos en la ciudad, empleos
de mierda, pero muchos se la creyeron, abandonando cultivos, trabajo digno y monte
por un poco de suerte.
Ricardo le insistió a su padre que se quedaran, se enojaron, su madre tuvo que
intervenir para que aquello no terminara en golpes, pero nada pudo hacer para que el
cerrado de su esposo cayera en cuenta. La pareja de viejos se fue con un montón de
familias que se creían pobres a convertirse en pobres de verdad.
El problema en el pueblo surgió meses después, cuando el monocultivo de los
gordinflones empezó a afectar a los que se quedaron. Los comerciantes prefirieron los
precios bajos de éstos, dejando al resto comiéndose sus papas o trabajando para los
misters por salarios de limosna.
Ricardo empezó un alboroto, tomó primero la opinión del sacerdote, quien le
aseguró que organizarse para defender a su gente no era ningún pecado. Se reunió
con los vecinos dispuestos a reclamar. Poco duró la iniciativa, rapidito llegaron
amenazas anónimas de acabar con quienes buscaran derechos. La mayoría dejó de
asistir a los encuentros que se convirtieron en furtivos.
La mañana de la desaparición Dulce le besó la frente y mientras lo persignaba le
dijo con ternura: “Ricardo, hoy cumple un año Fernandito, llegue temprano pa’ que
comamos juntos”. Qué iba a saber él que no volvería, le asintió mientras le apretaba la
sonrisa con un beso.
Qué es aquello...?
- ¿Qué es aquello que hay allá, compañero? - le preguntó Ismael a Javier. Era de
madrugada y caminaban tambaleándose. Habían dejado atrás las luces de un pueblo
y la algarabía de un cumpleaños, e iban rumbo a la carretera, donde con suerte
podrían tomar un ómnibus.
- ¿Qué es lo qué, Ismael? ¿Allá adelante?… - Contestó con preguntas Javier.
Escudriño en la oscuridad de la noche y creyó distinguir algo -. Es un caserío - afirmó.
- No… yo creo que es un… no, a ver, sí, es un cementerio.
Los dos, con paso desparejo, de borracho, se fueron acercando más hasta
confirmarlo.
- Era un cementerio nomás, tenías razón y… ¿Qué más iba a decir? No me acuerdo.
- Claro, si distinguí unas cruces y todo. Es el cementerio del pueblito.
El portón del cementerio, medio derrumbado, estaba hecho de chapas y se
encontraban bastante separadas entre si. Al pasar frente a él, vieron que alguien
asomó la cabeza entre la separación de dos chapas.
- ¡Una aparición, Ismael! - gritó Javier, e intentó huir, pero Ismael se lo impidió
sujetándolo de la parte de atrás del cuello del abrigo.
- ¡Que aparición ni que nada! Debe ser el vigilante del ahí - dijo Ismael, que era menos
impresionable.
- ¡Suélteme! ¡Que me voy de aquí…! - le exigió Javier, y salió corriendo como podía.
Ismael se quedó. Bajó la mirada y buscó hasta que vio una piedra, que por ser de
color claro se distinguía aún en la penumbra.
- ¿Y usted qué mira? - preguntó Ismael con tono amenazante. Lo que estaba detrás
del portón se movió levemente, y a él le pareció que el otro movía la boca como si
estuviera hablando, pero solamente escuchó una especie de gemido apagado.
- ¿Qué acaso es mudo o qué? ¿Piensa que me está asustando, a mí?… ¡Jajaja! Mejor
deje de estar mirándome como lechuza o le doy una pedrada que ya va a ver… ¡Ah!
Sigue ahí. ¡Ahí le va! - y le arrojó la piedra. No tenía la intención de pegarle, sólo
quería que la piedra diera con estruendo en la chapa, y así asustar a aquel curioso;
pero el proyectil salió directo a la cabeza, y la atravesó como si ésta no existiera: era
una aparición.
Ismael sintió tanto terror de forma tan súbita, que salió de allí casi curado de su
borrachera.

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  • 1. Que crueles son los niños Vivía en un pequeño pueblo un niño llamado Juanito con su padre. Era un niño solitario, no le gustaba compartir sus juegos con otros niños. Cuando todos iban a nadar al río, Juanito se apartaba y nadaba solo, un día, sus compañeros fueron a espiarlo y descubrieron que Juanito tenía todo el cuerpo cubierto de pelo y detrás le colgaba una cola. Sin tardar ni un minuto comenzaron las burlas- Juanillo, el oso - le decían mientras le jalaban la cola y lo picaban con un palo. Entre burlas y gritos Juanito se escapó, le contó lo que había pasado en el río, y le dijo que ya no quería volver nunca ahí, ni tampoco a la escuela, que no deseaba ver a nadie, porque había sentido una rabia casi incontrolable, agregando - Ya sabes que tengo cuerpo de oso y fuerza de oso, y si me molestan voy a acabar matándolos -. El papá de Juanito pensaba para sí mismo - qué crueles son los niños -, pero no encontraba las palabras para convencer a su hijo de que no dejara el pueblo. Habiendo ya tomado la decisión Juanito le dio instrucciones: - Que nadie me busque porque me lo sueno y si tú vas tienes que anunciar tu llegada con este caracol de mar - . Juanito se fue y al poco tiempo la gente empezó a desaparecer, los que se internaban entre la arboleda, no volvían a salir y por las noches se escuchaban gritos de terror que provenían del monte. Al pasar de los días hubo quien vio a la criatura del monte, era un humano con cuerpo peludo y con cola, con garras afiladas y enormes colmillos, con ojos que brillaban en la noche. El padre escuchaba esas historias y no dejaba de pensar - qué crueles son los niños -, al recordar cómo sus actos habían orillado a su pequeño a internarse en el monte, atacando a quien invadiera su terreno, adaptándose a las adversidades convirtiéndose en solo Dios sabe que criatura La hija del Diablo Antonia vivía sola con su joven madre, por más que había insistido en saber algo de su padre la mujer le callaba la boca diciendo: - no te gustaría saberlo -. Después de insistir durante mucho tiempo y ser ahora una adolescente de trece años, no era tan sencillo seguir entreteniéndola con la misma respuesta, así que en una de tantas discusiones le arrancó a su madre un nombre, y la noticia de que había fallecido. La chica no volvió a insistir con el hecho. Siguiendo con su vida, un día de aburrimiento en el que junto a sus amigas buscaba algo entretenido que hacer, decidieron ir al cementerio, para contar historias de miedo, pero cuando
  • 2. llegaron a su lugar favorito, debajo de un frondoso árbol, este ya estaba ocupado por un grupo de jóvenes desconocidos, que se preparaban para iniciar una sesión espiritista. Movidas por la curiosidad se quedaron a observar, no pasó mucho tiempo cuando fueron invitadas a unirse. La sesión al principio fue un chiste, todo el tiempo eran risas y más risas, pero de pronto una de las chicas desconocidas le puso seriedad al asunto y preguntó: - ¿Alguien tiene algún familiar muerto con el que podamos contactar? -, a Antonia de inmediato le vino el nombre de su Padre a la mente, después de no pensar en él por un buen tiempo, pareció buena idea. Pasó un buen rato y no sucedía nada, pero de pronto los objetos comenzaron a moverse, alguien se dirigió a Antonia: - Di algo que es tu padre -, la pobre chica con el susto bien instalado solo pudo pensar en decirle – Muéstrate -. El árbol se agitaba, entre la copa varios pudieron distinguir una sombra, bajaba lentamente por el tronco, y tras la mirada atónita de los jóvenes se presentó un dragón que conforme se desplazaba iba tomando forma de hombre. Las reacciones fueron variadas, las hubo desde aquellos que cayeron desmayados al suelo, hasta los que decidieron arrojar piedras con ánimo de defenderse. Por supuesto lo menos que lograban era lastimar o alejar a la criatura, que solo reía conforme se acercaba directo a Antonia. Ella no podía reaccionar, parecía que le habían anclado los pies al suelo, su cuerpo temblaba de manera incontrolable, un sudor frio le cubría el cuerpo, había olvidado cómo moverse… La criatura se incorporó frente a ella, y le dijo: - ¿querías conocer a tu Padre?, pues aquí estoy… ¡la bestia!… el mismo Lucifer en persona - le decía mientras la tomaba de la mano, haciéndola flotar hacia un par de puertas que se abrieron en la tierra, por donde se marcharon juntos… Los chicos que presenciaron el hecho no volvieron a ser los mismos, muchos de ellos terminaron en hospitales psiquiátricos o quitándose la vida. Antonia se reportó como desaparecida, pues la policía no pudo creer la historia que pocos de ellos pudieron compartir, pero sin duda la madre no mostraba sorpresa por aquella versión sobre lo que le había pasado a su hija.
  • 3. La Realidad de un sueño Una mañana de mayo, cuando muchos árboles se llenan de flores y el sol resplandece en el alba, un niño llamado Chefi, despierta y se da cuenta que no está con sus padres, ni con su familia - ¿Dónde está papá y mamá?- se preguntó. Se sentía tan solo y fue entonces cuando se decidió a caminar por aquel hermoso lugar y descubrir todo a su paso, todo lo que ve es ajeno a su vista, pero agradable. Extrañado se pregunta -¿Por qué estoy aquí?- y al instante una voz de tono dulce embargó su corazón y le dijo: - Chefi, ¿Quieres saber qué anhela realmente tu corazón? Sorprendido se pregunta - ¿Por qué estoy aquí? ¡No se quién me habla! ¡Muéstrate! ¿Dónde estoy? Sigue caminando y al rato se encuentra con el mar, deseoso de sentir el fresco aire del mar y ver su color verde y azul, abre sus brazos, respira profundo, sopla la brisa suave en su piel, detenidamente observa las aguas; agua de siempre, agua con vida, aguas extendidas, aguas dormidas. El niño Chefi sigue sin entender y una vez más la voz le dice: - Ahora no es necesario que entiendas nada, sino que comprendas que debes de crecer y seguir adelante, caminando sin mirar atrás Siendo obediente a la voz, se desplaza por toda la orilla del mar, las olas bañan sus pies una y otra vez, de pronto comienza a correr largo tramo de la playa, se detiene y se da cuenta que se encuentra en el mismo lugar donde dormía, de pronto despierta y comprende que estaba profundamente dormido y todo era un gran sueño. Chefi se había quedado acostado en un parquecito de la escuela. Camino a su casa, las flores que se desprenden de los árboles le caen a cada paso que da como si fuera nieve del cielo, flores hermosas, rosadas y blancas. Muy contento con el sueño que había tenido exclama: ¡Voy para mi casa que esta en mi pueblo, que esta en mi tiempo! ¡Voy para mi casa que ya he aprendido a mirar el cielo!
  • 4. Nacimiento La representación de navidad había empezado, las mamás vestían a los niños y los papás, cámara en ristre, inmortalizaban a través de la lente la capacidad histriónica de sus retoños. En Cancún ya había empezado el frío, con la lluvia y el norte que llevaba mas de dos días, todos parecíamos refugiados de algún desastre ecológico, como siempre, con suéter pero con sandalias o bermudas. Pero dentro del teatro, con aire acondicionado, el viento y la lluvia eran mas bien parte del decorado de la pastorela. Las inclemencias del tiempo serían nada más un retraso para subirse a los coches… En otro lugar de la misma ciudad, una pareja se abrazaba mientras el camión que venía de Villahermosa entraba a la reluciente Cancún vomitandolos entre risas, carcajadas y abrazos que no eran para ellos, en una isla de soledad dentro del estruendo y el gentío. Encarnación volteó a ver a Manuela con ternura. -Ya mero llegamos, te prometo que hoy estaremos bajo techo… tratando de que su voz no saliera el cansancio que llevaba acumulado. Manuela sonrió. -Estoy bien, de veras vamos otro poco, las mujeres de mi casa somos reteaguantadoras… La temporada vacacional era excelente, hasta el presidente municipal lo dijo, y eso que él siempre ponía las cosas negras para subir los impuestos y jalar más agua a su molino. La asociación de hoteles estaba de acuerdo con que Cancún se recuperaba de los daños sufridos por el embate de los todo-incluido y de la competencia de Playa del Carmen. ¡Vaya, si hasta los hotelitos del centro estaban llenos! Parecían los tiempos primeros en que todo el mundo quería un pedacito de Cancún. ¡Cómo me había costado preparar a los niños para que la obrita escolar saliera lucidora! De veras que las mamás ayudaron mucho, los trajes vinieron de una casa especializada en el DF. Trabajar en las escuelas privadas tenía su encanto, este tipo de cosas se daban bastante más fácil, especialmente si se tenían los medios económicos necesarios. Mi colaboración es importante; enseñar a los niños el significado verdadero de la navidad. El nacimiento del Salvador, que se hizo hombre para habitar entre nosotros. Uno más entre los humildes de la tierra. No ese Santa Claus, tan gringo que es nada más sólo un pretexto para comprar regalos sin una verdadera razón de ser. A menos de que el crecimiento económico sea una prioridad cristiana ¡Creo que lo conseguí! Mientras los papás brindaban con los maestros, me escabullí a fumarme un cigarrito, eso que la maestra de moral le meta duro al cigarro
  • 5. no se ve muy bien, que ejemplo les daré a mis niños…un poco difícil con la lluvia y el viento pero bajo la marquesina, a un ladito, se estaba bastante bien. Nadie me vería. Una voz me sorprendió, saliendo de la lluvia y el viento. -¿Seño me puede ayudar? ¿Será que podemos quedarnos aquí? Las escuelas luego tienen habitaciones vacías durante las vacaciones…Mi mujer está embarazada y estamos muy cansados… Fíjese que mi prima no está y nos íbamos a quedar con ella… nomás que los hoteles están llenos y dicen que no hay ni un lugar… -¿Y a que vinieron? … además como se le ocurre, con su señora en tan avanzado estado… (esta gente no tiene dos dedos de entendimiento) -Es que nos dijeron que aquí había trabajo y como me cerraron mi taller allá en Villahermosa, bueno… no en Villa en Teapa… pues dicen que aquí si hay y pues la familia está creciendo ya ve usted… (ay estos indios clasemedieros, bueno ni a clasemedieros llegan… se creen todo lo que les dice la tele, si por lo menos llegaran sin familia o sin preñarse… con la cantidad de servicio que hace falta aquí… pero embarazada, ni loca! Luego se te quedan con todo y la criatura) -Si usted quiere le doy mis datos, somos gente honrada. Mire, mis papeles, me llamo Encarnación Bautista y mi mujer se llama Manuela Flores; somos de buena familia…no hay problema si nos quedamos hasta le puedo ayudar a cuidar la escuela… -Pues si son tan conocidos ¿para que se vinieron para acá, no sabe que no es época de andar viajando? Tengo un velador, gracias (como si fuera yo a meter a un desconocido a estas alturas…) -Seño, pero… -Nada, nada, mire váyanse al parque de las Palapas, ahí esta el DIF, a lo mejor le pueden ayudar…ellos sabrán que hacer.. -Miss Laura, ¿Donde anda? Las voces de mis alumnos con algunos de sus papás me hicieron despedirme. -Ándele, vayan para el centro…aquí tiene para el taxi, no es mucho pero de algo le servirá. La lluvia amainó un poco, lo suficiente para permitirles subir trabajosamente, a un taxi que al ver que había función estaba por ahí, con la esperanza de una “llevada” Una imagen se quedó en mi retina, una mujer embarazada, cansada y con todo ello caminando sonriente, un hombre joven pero encorvado por la responsabilidad de la vida que llega. Apenas entré y ví la imagen de nuevo, esta vez en el escenario. No pude salir, ya la lluvia se los había llevado, otros dos mil años quizás, otra noche cualquiera. La promesa inmemorial del nacimiento…
  • 6. La corona de lata Había un pobre sin morada fija. No poseía nada, ni casa, ni huerto, ni siquiera un asno. Sobrevivía mendigando y recogiendo frutos salvajes; vestía un sobretodo descosido y escondía su cabeza pelada en un sombrero verdoso. Pero no era infeliz. Se contentaba con vivir, contemplar el cielo, beber en la fuente. No deseaba nada. Y cuando no se desea nada se termina siendo casi feliz. Un día, dando vueltas por las calles de una ciudad vio en la cabeza de un chaval pobre una vieja corona de lata adornada con cascabeles. A cada movimiento del chaval las campanillas resonaban: dindán, dindán. ¡Qué maravilla! El mendigo, aunque sabio hasta aquel día, quedó con la boca abierta. ¡Qué hermosura, poder arrojar el sombrero verdoso y ponerse en la cabeza aquella especie de anillo brillante que resonaba sin descanso! Había nacido en su corazón inocente el primer deseo. El primero de una serie ilimitada. Había terminado la paz. Desde aquel día el mendigo dejó de explayarse mirando las nubes, de zambullirse en el riachuelo, de coger moras y madroños. Soñaba con la corona de latón como jamás ningún príncipe ambicioso había soñado el emblema del poder imperial. Se volvió triste, hasta huraño. Entonces pensó ofrecerle sus servicios al chaval de la corona de lata. ¡Qué brillante era, cómo sonaba alegre! Ya podía ser feliz el pobre mendigo. Pero no lo era. Cada vez que resonaba un cascabel, un nuevo deseo se le encendía en el corazón. Deseaba todas las cosas más absurdas, todas las dulces, vanas e irresistibles bagatelas del mundo. Entonces comprendió que su corona de lata no era más que un capricho, incapaz de darle otra cosa que no fuera intranquilidad y desorden. Y con un profundo suspiro devolvió al chaval su corona de lata. Y volvió a sentirse libre y casi feliz. El recuerdo o la esperanza Despertó asustada buscando, más que con sus manos, con su alma el cuerpo de Fernandito, le había costado dormirlo por la tos. La puerta se había abierto con el viento, cómo le pegaba la soledad cuando se despertaba en la madrugada creyendo que había vuelto… No pudo volver a conciliar el sueño, prendió una vela a la virgen de los ángeles y se sentó en la hamaca a meditar con profunda tristeza: la vida, más bien las circunstancias, le habían arrebatado la paz. Es que apenas habían pasado diez meses y no sabía si resignarse al recuerdo o mantener la esperanza.
  • 7. Conoció a Ricardo siendo apenas una chiquilla, pero desde la primera vez que lo miró a los ojos se sintió mujer, fue en una fiesta patronal donde los presentaron, él era de aspecto maduro para su edad, moreno, de cejas pronunciadas y sus brazos dejaban notar el sin fin de laderas que había volcado con la pala, Dulce lo flechó con su sonrisa y con sus ojos que no necesitaban de palabras. Maduraron las caricias y la moral se desbarató un día dejando a Dulce embarazada. Unos meses atrás la noticia hubiera sido una bomba pero, para asombro de ambos, nadie le prestó mayor importancia. Por esos días habían llegado unos extranjeros gordinflones a negociar con la gente del pueblo, ofrecían cambiar fincas por casas y empleos en la ciudad, empleos de mierda, pero muchos se la creyeron, abandonando cultivos, trabajo digno y monte por un poco de suerte. Ricardo le insistió a su padre que se quedaran, se enojaron, su madre tuvo que intervenir para que aquello no terminara en golpes, pero nada pudo hacer para que el cerrado de su esposo cayera en cuenta. La pareja de viejos se fue con un montón de familias que se creían pobres a convertirse en pobres de verdad. El problema en el pueblo surgió meses después, cuando el monocultivo de los gordinflones empezó a afectar a los que se quedaron. Los comerciantes prefirieron los precios bajos de éstos, dejando al resto comiéndose sus papas o trabajando para los misters por salarios de limosna. Ricardo empezó un alboroto, tomó primero la opinión del sacerdote, quien le aseguró que organizarse para defender a su gente no era ningún pecado. Se reunió con los vecinos dispuestos a reclamar. Poco duró la iniciativa, rapidito llegaron amenazas anónimas de acabar con quienes buscaran derechos. La mayoría dejó de asistir a los encuentros que se convirtieron en furtivos. La mañana de la desaparición Dulce le besó la frente y mientras lo persignaba le dijo con ternura: “Ricardo, hoy cumple un año Fernandito, llegue temprano pa’ que comamos juntos”. Qué iba a saber él que no volvería, le asintió mientras le apretaba la sonrisa con un beso. Qué es aquello...? - ¿Qué es aquello que hay allá, compañero? - le preguntó Ismael a Javier. Era de madrugada y caminaban tambaleándose. Habían dejado atrás las luces de un pueblo y la algarabía de un cumpleaños, e iban rumbo a la carretera, donde con suerte podrían tomar un ómnibus. - ¿Qué es lo qué, Ismael? ¿Allá adelante?… - Contestó con preguntas Javier. Escudriño en la oscuridad de la noche y creyó distinguir algo -. Es un caserío - afirmó. - No… yo creo que es un… no, a ver, sí, es un cementerio. Los dos, con paso desparejo, de borracho, se fueron acercando más hasta confirmarlo. - Era un cementerio nomás, tenías razón y… ¿Qué más iba a decir? No me acuerdo. - Claro, si distinguí unas cruces y todo. Es el cementerio del pueblito. El portón del cementerio, medio derrumbado, estaba hecho de chapas y se encontraban bastante separadas entre si. Al pasar frente a él, vieron que alguien asomó la cabeza entre la separación de dos chapas. - ¡Una aparición, Ismael! - gritó Javier, e intentó huir, pero Ismael se lo impidió
  • 8. sujetándolo de la parte de atrás del cuello del abrigo. - ¡Que aparición ni que nada! Debe ser el vigilante del ahí - dijo Ismael, que era menos impresionable. - ¡Suélteme! ¡Que me voy de aquí…! - le exigió Javier, y salió corriendo como podía. Ismael se quedó. Bajó la mirada y buscó hasta que vio una piedra, que por ser de color claro se distinguía aún en la penumbra. - ¿Y usted qué mira? - preguntó Ismael con tono amenazante. Lo que estaba detrás del portón se movió levemente, y a él le pareció que el otro movía la boca como si estuviera hablando, pero solamente escuchó una especie de gemido apagado. - ¿Qué acaso es mudo o qué? ¿Piensa que me está asustando, a mí?… ¡Jajaja! Mejor deje de estar mirándome como lechuza o le doy una pedrada que ya va a ver… ¡Ah! Sigue ahí. ¡Ahí le va! - y le arrojó la piedra. No tenía la intención de pegarle, sólo quería que la piedra diera con estruendo en la chapa, y así asustar a aquel curioso; pero el proyectil salió directo a la cabeza, y la atravesó como si ésta no existiera: era una aparición. Ismael sintió tanto terror de forma tan súbita, que salió de allí casi curado de su borrachera.