1. El recuerdo de aquél gol de Boca ante Lanús, que fue como una puñalada por la
espalda cuando volvía confiadamente al arco después de acomodar la barrera, lo
persiguió por mucho tiempo.
Medio siglo después sigue siendo un recuerdo ingrato, pero la vida le deparó otros
sinsabores y muchas alegrías como para que ocupe un lugar central en su memoria.
Fue, en todo caso, una defraudación a la confianza veinteañera de aquél que había
saltado de la cuarta de Tiro Federal a la primera y que, casi sin pensarlo, cuando había
ido como espectador a un partido del viejo Sacachispas con Lanús, tuvo que ponerse a
cuidar la valla del equipo de los Amadeo, al que le faltaba el arquero.
¡Cómo habrá defendido los tres palos, que los granates quisieron llevárselo a jugar en
su tercera división¡ Y lo consiguieron, no sin problemas para que Tiro le diese el pase.
Allí actuó en la tercera del equipo del sur en 1954, en el que actuaban por entonces los
después consagrados Ramos Delgado y el Tanque Rojas. Y anduvo también por
Independiente, donde le tocó integrar el equipo de los rojos que viajó a Montevideo
para jugar con Peñarol.
Tuvo la fortuna de compartir habitación con José Varacka, ya un grande, con quien
habló largamente y lo aconsejó. Pero, querendón el hombre, pese al aspecto fiero y la
postura de gladiador que exhibía en el arco, se sentía solo y volvió al pago, para jugar
aquí en Tiro Federal e incursionar con éxito en el incipiente básquet local en el equipo
de Atlético, sin atender los telegramas y cartas que lo convocaban para el fútbol
grande.
Es que las facciones duras de su rostro que parece tallado a hachazos, a veces
enmarcado por una barba mefistofélica que, junto con su físico y su atuendo
totalmente negro, contribuían a “abatatar” a los delanteros rivales cuando lo
enfrentaban, no son sino la máscara de una riqueza interior que así como lo hizo
subordinar una carrera deportiva profesional a la nostalgia por los amigos, la familia y
la tranquila vida pueblerina, lo llevó a volcar en poesías sus sentimientos, con la misma
pasión que puso en cuanto acometió.
En su actividad laboral nunca se impuso como jefe por la fuerza, sino por la convicción
y el sincero sentimiento de camaradería con los que compartieron sus tareas.
Sigue viviendo el deporte con pasión, y aunque a los setenta y uno ya no le da el
cuerpo, sí la imaginación para tapar con una volada espectacular la pelota que va al
“rincón de las ánimas”, y hasta ese gol artero que le quitaba el sueño.
Tal vez, en algún soneto que ya va a escribir, termina sacando aquella pelota “de
chilena” Boris Occhiuzzi, nuestro Premio a la Trayectoria Deportiva 2008.