1. San Bernardo
Origen de la raza
Estos perros deben parte de su historia al paso de San Bernardo, en
el cual, y según la leyenda es fundado un monasterio hacia el año
1050 por Bernardo de Montjou. Pero no aparecen las primeras
referencias escritas de los San Bernardos, hasta finales del siglo XVII.
En el origen de la raza existen varias versiones. Desde la que da por
hecho que descienden de los grandes perros empleados por los
señores feudales suizos en la Edad Media; hasta la que asegura que
descienden de los "molosos" romanos. (grandes perros que las
legiones romanas empleaban para todo tipo de cometidos, incluido el
combate).
Otra versión, bastante consistente, parece
la idea de que los San Bernardos procedan,
más o menos directamente, de los
grandes perros asirios. Los asirios
empleaban estos colosos para la caza y el
combate, y algunos de los que han dejado
retratados en sus bajorrelieves presentan
un gran parecido con los actuales.
Sea cual sea el origen remoto de los san Bernardos, la narración
tradicional continua diciéndonos que estos grandes perros
permanecían en manos de la nobleza feudal suiza durante siglos,
hasta que algunos de ellos pasaron, probablemente por donación, a la
propiedad del Hospicio. Fue allí donde, lejos del mestizaje de los
valles, los monjes pudieron preservar la pureza morfológica de
aquellos perros.
2. Los Los monjes en 1830, según Heinrich Shumacher, pretendieron
mejorar la resistencia al frío de sus perros, y tras cruces con otros
molosos, consiguieron el San Bernardo de pelo largo; sin embargo, su
intento fue un fracaso, dado que el pelo largo acumulaba hielo y
escarcha, haciendo a los perros más pesados y torpes. Sigue
contando Schumacher que los monjes regalaban a los granjeros de
los valles los San Bernardos de pelo largo, gracias a lo cual el San
Bernardo, tal y como lo conocemos hoy, se extendió por toda Suiza.
Los perros en el Hospicio eran de gran importancia, ya que lo tenían
todo muy bien organizado, y procuraban reunir a quienes deseaban
atravesar el Puerto en grupos que viajaban acompañados por un
marronier o guía.
El marronier llevaba siempre consigo a uno
o varios perros, para que le sirviese de
protección y ayuda e incluso para transportar
pequeñas cargas en una especie de alforjas.
Sin embargo, era frecuente que algunos
viajeros se adentrasen solos en la montaña,
y en ese caso el marronier, en cuanto tenía
noticias de ello, salía a buscarlos, siempre
acompañado de su perro. Con un tiempo tan
terrible, no era raro que los viajeros (o
incluso los propios marroniers) quedasen
atrapados en algún desprendimiento o
avalancha, o resbalasen por los caminos helados. En estos casos los
perros resultaban insustituibles. Gracias a su excepcional olfato, eran
capaces de localizar a una persona enterrada bajo varios metros de
nieve, y con su gran tamaño y su tremenda fuerza física conseguían
abrirse paso hasta ella.
3. También eran capaces de oír los gritos de auxilio desde grandes
distancias, ante lo cual llamaban frenéticamente la atención de los
monjes e incluso, según confirman las crónicas, a veces se lanzaban
ellos solos al rescate. Se calcula que , a lo largo de dos siglos, los
monjes y sus perros salvaron a unas dos mil personas atrapadas en
la nieve, localizando además a más de doscientos cadáveres, algunos
de lo cuales, aún yacen en la morgue del Hospicio.
BARRY:
Es el más famoso de los perros
del Hospicio. Según la leyenda del
monumento que se erigió en el
cementerio de perros de Asnières, en
Paris, Barry salvó la vida a cuarenta
personas, y fue muerto por la
cuarenta y uno. Y es que según se
dice, Barry murió cuando un soldado
a quien intentaba rescatar lo
confundio con un animal salvaje
dispuesto a atacarle.En realidad,
Barry murió plácidamente en 1814,
en Berna. Había nacido en 1800, y
pronto se distinguió de los demas perros del Hospicio por su fuerza y
su coraje. Es difícil saber cuántas personas rescató realmente, ya que
los monjes no lo consignaron, pero debieron ser muchas, puesto que
su fama se había extendido ya por toda Europa incluso antes de que,
en 1812, un monje decidiera llevárselo a su casa para que pasara
tranquilamente sus últimos años. A su muerte, su cadáver fue
entregado al Museo de Historia Natural de la Universidad de Berna,
donde fue disecado y donde aún permanece expuesto al público.
Barry, que significa osito en dialecto bernés, fue un nombre muy
común entre los perros del Hospicio, y parece que en un principio los
monjes empleaban la palabra para referirse genéricamente a todos
ellos. A principios del siglo XX, otro Barry (conocido como Barry II),
alcanzó una fama similar a la de su antecesor, y cuando murió
ahogado en el lago fueron muchos los museos europeos que
solicitaron su cadáver para exponerlo con todos los honores; pero el
agua lo había deteriorado tanto que resultó imposible disecarlo. Quién
sí está disecado es Barry III, muerto al caer por un barranco en 1910
y expuesto actualmente en el museo del Hospicio.