Los aborígenes en Australia tenían una vida más larga y saludable que los europeos en el mismo período, con un promedio de vida de 78 años y una tasa de mortalidad infantil inferior al 3%, mientras que en Europa el promedio de vida era de solo 38 años y la tasa de mortalidad infantil era del 45%. Sin embargo, la población aborigen se redujo drásticamente a solo 3,5 millones un siglo después de la llegada de los europeos.