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Nací el 23 de septiembre en Lima, Perú. En esa época, había
terrorismo en el Perú y el gobierno había decretado toque de
queda. A mí se me ocurrió empezar a nacer a la una de la mañana,
lo cual obligó a mis padres salir de la casa con un pañuelo
blanco para que el ejercito no les disparara. Todo el camino al
hospital tuvieron que tener el pañuelo blanco fuera de la
ventana. Poco después de llegar al hospital Americana, nací yo.
Soy la tercera de tres, tengo dos hermanos mayores. El hijo
primogénito me lleva 5 años y el hermano del medio me llega 1 año
y 3 meses. Mis papás estaban muy felices de finalmente tener una
hijita mujer, ya que no sabían que hubieran hecho con tres hijos
hombres.
En el año 89, cuando tenía año y medio, mis papas decidieron que
lo mejor para nuestra familia sería mudarnos a Canadá. El Perú
era muy inestable en ese momento, económica y políticamente, y mi
papá hizo el sacrificio de dejar su trabajo en el Perú por un
futuro incierto, pero más seguro, en Toronto. No me acuerdo mucho
de mis primeros años en Canadá, ya que era muy pequeña, pero sé
que vivimos en una casa alquilada en una zona que no era tan
bonita de los suburbios de Toronto. Yo era una chiquita alegre,
juguetona pero bien renegona. Tenía dos hermanos con quienes
jugar, un columpio en el árbol del jardín delantero de la casa, y
en el invierno toda la nieve imaginable para hacer hombres de
nieve y construir iglúes, ¿qué más podía pedir?
Mi papá finalmente había conseguido un buen trabajo y mi mamá
también, y nos pudimos mudar a una casa propia en una zona más
bonita de los suburbios de Toronto. Me encantaba, y hasta el día
de hoy me sigue encantando, nuestra nueva casa. Era acogedora y
bonita, tenía dos árboles de zarzamora en el jardín de delante de
donde mis hermanos y yo siempre sacábamos frutos para comer. Otra
cosa que nunca me voy a olvidar de esa casa es que había un árbol
con hojas muy grandes, y yo siempre arrancaba una y pinchaba
huecos para formar una cara en la hoja. Empecé a ir al colegio
que quedaba a unas cuadras de mi casa, se llamaba Saint Elizabeth
Seton. Me encantaba ir al colegio, me gustaba leer y jugar con
mis amigas. Pronto cuatro otras niñas y yo formamos un grupo que
llamábamos “the five aces”. No hacíamos nada en particular, no
éramos una banda de música ni nada por el estilo, solo éramos
mejores amigas. Fue en ese colegio que me dieron mi primer solo
en una obra que hizo todo mi grado. Nunca había cantado delante
de una audiencia antes y me encantó. Es ahí cuando me di cuenta
que no solo me gustaba cantar, ¡pero también cantaba bien!
Cuando tenía 5 años mi mamá finalmente convenció a mi papá para
que compremos un perro. Habíamos cuidado de uno que se había
escapado de su casa y perdido, pero lo devolvimos y nos quedamos
con el deseo de tener un perro propio. Me acuerdo hasta hoy la
emoción que sentimos mis hermanos y yo al llegar a la casa donde
íbamos a escoger a nuestro perrito. Cuando entramos vimos como
ocho cachorros corriendo de un lado a otro. Había uno en
particular que no se dejaba de mover y tenía la punta de la cola
marrón, mientras que el resto del cuerpo era completamente
blanco. Mi hermano lo vio y nos dijo que ese debía ser nuestro
perro. Todos estuvimos de acuerdo con el y pocos días después nos
lo llevamos a nuestra casa. Era como si tuviésemos un hermanito
nuevo. ¡Estábamos tan felices! Frisky, que era el nombre del
perro, nos acompaño por 18 años de nuestras vidas después de ese
día. Era más que un perro; era un hermano y un amigo también.
En 1996, nuestra situación económica no era la ideal. Mi mamá
había perdido su trabajo por cortes presupuestarios y mi papá no
ganaba lo suficiente para continuar teniendo una vida cómoda en
Toronto. En Julio, mi papá ya había conseguido trabajo en Lima y
decidió que lo mejor era regresar. Ese mismo mes empacamos todas
nuestras cosas y nos venimos a Lima definitivamente.
Los primero meses, mientras esperábamos que llegaran todas
nuestras pertenencias en un bote de carga y buscábamos donde
vivir, nos quedamos en la casa de mis abuelos. Allí ya vivían las
dos hermanas de mi papá con sus familias. Esos primeros meses en
Lima fueron muy especiales porque pudimos pasar muchísimo tiempo
con nuestra familia, más de lo que había pasado en toda mi vida.
Habíamos traído a Frisky con nosotros de Toronto, y todos, juntos
con mis primos, jugábamos todo tipo de juegos con él y con Rolex,
el perro de mis primos. Apenas llegué a Lima, empecé el colegio,
entrando a la mitad del año a tercero de primaria en el colegio
Markham. El primer día en mi clase de español la profesora me
pidió que me presentara, yo, muy tímidamente, dije mi nombre como
yo pensé que se decía, en inglés, y la profesora me dijo: “estás
en Perú mamita, aquí eres Rosario.” Me acuerdo que me dio
vergüenza, pero también me dio risa, todos los de la clase
también se rieron, pero no en burla.
Me tomó un tiempo acostumbrarme a mi nueva vida. Extrañaba mucho
Toronto y a mis amigas de allá. Fue un shock cultural, ya que los
suburbios de Toronto y la caótica ciudad de Lima tienen muy poco
en común. Siempre sentí que aunque había nacido en Perú y mi
familia estaba aquí, yo pertenecía en Canadá. Juré regresar
apenas pudiera, pero mientras tanto disfruté mi vida en Lima. En
el colegio hice un grupo de increíbles amigas, que hasta el día
de hoy son mis mejores amigas. Había mucho que no me gustaba de
mi colegio, pero mis amigas arreglaban todo eso porque nos
divertíamos tanto juntas. Formamos un grupo de ocho chicas muy
unidas. Como todos, tuvimos nuestras altas y bajas, pero el hecho
que seguimos siendo amigas muestra la conexión que habíamos
forjado. Mi colegio era muy estricto y muy exigente
académicamente, pero a mi siempre me había ido bien en los
estudios así que logré sacarme buenas notas. Hubieron mis
momentos de irresponsabilidad, especialmente cuando cumplí 16 y
descubrir lo que era ir a fiestas, pero nunca descuidé mis
estudios demasiado.
Cuando iba pasar a quinto de secundaria, debía escoger si hacía
Programa Nacional o Bachillerato Internacional. Como mi plan aún
era regresarme a Toronto, me metí a bachillerato. El programa del
IB era extremadamente exigente y difícil. Dormía solo alrededor
de 5 horas por noche y paraba estresada siempre por la cantidad
de trabajos y exámenes que tenía. Probablemente hubiese podido
dormir más pero para mí mi vida social siempre fue muy importante
y no quería sacrificarlo totalmente, ni por estudios. Tenía un
enamorado con quien siempre pasaba tiempo y mis amigas y yo
salíamos a fiestas a cada rato. Me encantaba salir a bares y
reuniones, tomar y divertirme. Dos años después me gradué con
Alta Distinción y apliqué a varias universidades en Canadá.
Poco después me habían aceptado a las universidades a las que
apliqué, y decidí ir a la Universidad de Toronto porque estaba en
el centro de la ciudad. Después de vivir tanto tiempo en Lima me
había acostumbrado a la bulla y el caos. Ocho meses después de
terminar el colegio, y un mes antes de cumplir 19 años, me mudé a
Canadá. Estaba muy nerviosa pero la emoción era tanta que lo
opacaba totalmente. El primer año de universidad me quede en una
residencia dentro del campus universitario. Fue una experiencia
tan increíble, tan diferente. Finalmente me sentía independiente,
aunque no lo era financieramente, porque no tenía que decirle a
nadie donde iba ni con quien, ni cuanto me iba a demorar. Era
responsable de mi misma y me gustó sentirme en control de mi
vida.
Estaba estudiando literatura (en inglés) como uno de mis “majors”
pero la universidad obligaba escoger otro y eventualmente me
decidí por estudios italianos. Me encantaban la mayoría de mis
clases de literatura, las conversaciones eran estimulantes e
inteligentes y mis compañeros de clase eran, aunque algunos algo
pretenciosos, muy maduros e interesantes. Todos estaban allí para
aprender y para educarse, y eso me encantaba. Mis cursos de
italiano también eran muy interesantes. Siempre me había gustado
el idioma pero en clase me empezó a encantar. Mis mejores notas
siempre fueron de mis cursos de italiano, pero en general me iba
muy bien. Fue en una de mis clases de inglés que conocí a Maeve,
mi mejor amiga de Canadá. Fue pura casualidad, teníamos que hacer
una presentación con una persona de la clase pero nadie se
conocía, entonces pasaron un papel y dependiendo del tema que
querías hacer escribías tu nombre debajo. Yo empecé a mirar los
nombres de la lista, en vez de los temas, y vi MAEVE, me pareció
un nombre raro y pensé: “seguro es buena gente”. Resultó ser
buenísima gente, y ese primer año empezó una de las amistades más
especiales que tengo.
Aunque tenía amigas y enamorado, y hasta había empezado a
trabajar en un restaurante con un jefe con quien me llevaba muy
bien, poco a poco me di cuenta que Toronto no tenía algo que yo
necesitaba para sentirme en casa. Mi trabajo en el restaurante
era estresante pero a la vez divertido. Para empezar estuvo como
hostess (anfitriona), ya que no tenía experiencia como mesera.
Conocí personas muy interesantes y especiales, y aún más
importante me ayudó a ser menos tímida y a poder conversar con
cualquier tipo de persona. Ese trabajo me ayudó a ser la persona
tan extrovertida que soy ahora. Después de un año empecé a tener
turnos de mesera, y me di cuenta lo difícil que realmente era. No
porque era complicado tomar pedidos ni cargar cuatro platos a la
vez, sino porque era increíble en nivel de paciencia que uno debe
tener si quiere ganarse la vida de esa manera. Lógicamente habían
clientes de todo tipo, habían muchos que eran muy simpáticos y
respetuosos, pero también habían otros que pensaban que tu eras
menos que ellos por estar tomando su pedido y que podían tratarte
como querían. Tuve que aprender a solo imaginarme todos los
insultos que se merecían, o guardarlos hasta que llegara a la
cocina donde los decía en voz alta, en vez de decírselos a las
cara como estaba acostumbrada.
Mi plan, desde que tenía 13 años, había sido ser una abogada.
Mientras que otras niñitas soñaban con ser actrices, yo soñaba
con ser una abogada discutiendo y litigando en la corte. Ya en la
universidad, planeaba terminar mi bachiller y entrar a la Escuela
de Derecho. No estaba segura si quería derecho internacional o
derecho ambiental, pero eso lo iba a decidir después. Para poder
ingresar tenía que tomar un examen estandarizado llamado LSAT,
especial para las escuelas de leyes. Mi enamorado de ese momento
también quería tomarlo, así que estudiamos juntos y dimos el
examen. Algo de lo cual me había percatado era que mi emoción
para dar el examen y empezar mi camino hacia mi carrera era casi
inexistente. La verdad es que, como nunca, no estudié casi nada
para el examen, y no tenía interés en saber que me saqué. Cancelé
mi nota, ya que sabía que no me había ido bien, y decidí tomarme
un año libre para pensar en lo quería hacer.
Esta decisión la tomé dos meses antes de graduarme. Mientras
hablaba con mi papá, explicándole mi decisión, el me dijo:
“porqué no buscas un trabajo de traducción por este año que te
vas a tomar para ganar dinero extra.” Me pareció una buena idea,
y empecé a averiguar sobre trabajos de traducción. Después de
poco tiempo averiguando, me di cuenta que traducción era
considerada una profesión. En ese momento lo único que pensé era
que mejor me quedaba en el restaurante entonces, porque si
traducción era una carrera, no iba a poder conseguir trabajo sin
algún tipo de certificado o estudio, y yo aún creía que quería
ser abogada. Un día, hablando con una amiga, yo le contaba que
estaba preocupada porque había empezado a sentir que abogacía no
era para mi, y le conté lo de traducción y como resulta que era
una profesión. De la nada ella me dijo: “¿porqué no eres
traductora? Eres buenísima con los idiomas y escribiendo,
deberías ser traductora.” Yo me quedé callada y de pronto sonreí,
¡tenía razón! Inmediatamente llamé a mi papá, y con un poco de
miedo, le conté que ya no quería ser abogada, sino traductora.
Hubo unos segundos de silencios y después me dijo, muy tranquilo,
que le parecía bien y que averigüe que cursos debía tomar o que
debía hacer para empezar de una vez. Poco después estaba
empezando mi curso de certificación en la Universidad de Toronto.
Inmediatamente me gustó y me di cuenta que traducción era la
carrera ideal para mi.
Un año después, decidí que ya era tiempo para que regresara al
Perú. Con el transcurso de los años me había dado cuenta que
Toronto no era para mi. Ese algo que le faltaba a la ciudad era
mi familia, y quería regresar a Lima para estar con ellos. Cuando
les dije a mis papás estaban emocionados, pero no quisieron
contarle a nadie porque pensaban que yo iba a cambiar de parecer
y que me iba a quedar en Toronto. Les tomó bastante tiempo
entender que si yo había dicho que iba a regresar, era porque era
así. Cuando mi papá me iba a comprar el pasaje, me dijo que
aproveche y me vaya a Italia a estar con la hermana de mi mamá,
para que así pueda mejorar mi italiano. Unos meses después, era
el día en el que me iba y estaba terminando de empacar cinco años
y medio de mi vida en cajas para mandar a Lima. Me despedí de
todos mis amigos y de la ciudad que había sido mi hogar por tanto
tiempo, y me enrumbé a Italia.
Pasé dos meses en Italia, 20 días de ese mes hice un tour con mis
papas desde el norte al sur de Italia en carro. Fue un viaje
espectacular, donde pude pasar más tiempo con mis papás que había
pasado en los 6 años que viví en Canadá. Me encantó el país pero
ya estaba lista para regresar a mi verdadero hogar. El 30 de
octubre llegué a Lima. Por los primeros meses decidí tomarme un
tiempo para aclimatarme de nuevo y disfruté mi tiempo con la
familia y mis amigas. Al siguiente año decidí empezar a buscar
trabajo. Desafortunadamente, la búsqueda probo ser más difícil de
lo que había imaginado. Pensé que al graduarme de una universidad
como la de Toronto, que era entre las mejores del mundo, con
distinción (Magna Cum Laude), y al haberme certificado como
traductora con las más altas notas, iba a poder encontrar
trabajo. Este no fue el caso. Estuvo casi un año buscando trabajo
pero nadie quería darme la oportunidad. ¿Porqué? Porque como las
compañías no habían escuchado de mi universidad, ellos no querían
ni considerarme. Me di cuenta que los peruanos le tienen miedo a
lo que no conocen.
Después me enteré de otro problema, en el Perú, traducción era un
bachiller. Además, para poder ser parte del Colegio de
Traductores, era necesario tener un bachiller del Perú, ya que
revalidar mi bachiller canadiense era imposible. Estaba
extremadamente frustrada porque yo sabía que era una excelente
traductora pero nadie me quería dar una oportunidad. Para mi no
era necesario estudiar 5 años para ser una traductora. Yo ya
hablaba inglés y español perfectamente, ya me había certificado
en Canadá. Si en Toronto era digna de ser traductora, ¿porqué en
mi Lima amada no? Después de deliberar que hacer al respecto por
mucho tiempo me di cuenta que no tenía muchas opciones, ya que
regresar a Canadá no era una, por lo tanto empecé a averiguar
para postular a una universidad en Lima. Es así como llegué a la
UPC y es por esa razón que esto escribiendo esta autobiografía.
mucho tiempo me di cuenta que no tenía muchas opciones, ya que
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  • 1. Nací el 23 de septiembre en Lima, Perú. En esa época, había terrorismo en el Perú y el gobierno había decretado toque de queda. A mí se me ocurrió empezar a nacer a la una de la mañana, lo cual obligó a mis padres salir de la casa con un pañuelo blanco para que el ejercito no les disparara. Todo el camino al hospital tuvieron que tener el pañuelo blanco fuera de la ventana. Poco después de llegar al hospital Americana, nací yo. Soy la tercera de tres, tengo dos hermanos mayores. El hijo primogénito me lleva 5 años y el hermano del medio me llega 1 año y 3 meses. Mis papás estaban muy felices de finalmente tener una hijita mujer, ya que no sabían que hubieran hecho con tres hijos hombres. En el año 89, cuando tenía año y medio, mis papas decidieron que lo mejor para nuestra familia sería mudarnos a Canadá. El Perú era muy inestable en ese momento, económica y políticamente, y mi papá hizo el sacrificio de dejar su trabajo en el Perú por un futuro incierto, pero más seguro, en Toronto. No me acuerdo mucho de mis primeros años en Canadá, ya que era muy pequeña, pero sé que vivimos en una casa alquilada en una zona que no era tan bonita de los suburbios de Toronto. Yo era una chiquita alegre, juguetona pero bien renegona. Tenía dos hermanos con quienes jugar, un columpio en el árbol del jardín delantero de la casa, y en el invierno toda la nieve imaginable para hacer hombres de nieve y construir iglúes, ¿qué más podía pedir? Mi papá finalmente había conseguido un buen trabajo y mi mamá también, y nos pudimos mudar a una casa propia en una zona más bonita de los suburbios de Toronto. Me encantaba, y hasta el día de hoy me sigue encantando, nuestra nueva casa. Era acogedora y bonita, tenía dos árboles de zarzamora en el jardín de delante de donde mis hermanos y yo siempre sacábamos frutos para comer. Otra cosa que nunca me voy a olvidar de esa casa es que había un árbol con hojas muy grandes, y yo siempre arrancaba una y pinchaba huecos para formar una cara en la hoja. Empecé a ir al colegio que quedaba a unas cuadras de mi casa, se llamaba Saint Elizabeth Seton. Me encantaba ir al colegio, me gustaba leer y jugar con mis amigas. Pronto cuatro otras niñas y yo formamos un grupo que llamábamos “the five aces”. No hacíamos nada en particular, no éramos una banda de música ni nada por el estilo, solo éramos mejores amigas. Fue en ese colegio que me dieron mi primer solo en una obra que hizo todo mi grado. Nunca había cantado delante de una audiencia antes y me encantó. Es ahí cuando me di cuenta que no solo me gustaba cantar, ¡pero también cantaba bien! Cuando tenía 5 años mi mamá finalmente convenció a mi papá para que compremos un perro. Habíamos cuidado de uno que se había escapado de su casa y perdido, pero lo devolvimos y nos quedamos con el deseo de tener un perro propio. Me acuerdo hasta hoy la emoción que sentimos mis hermanos y yo al llegar a la casa donde íbamos a escoger a nuestro perrito. Cuando entramos vimos como
  • 2. ocho cachorros corriendo de un lado a otro. Había uno en particular que no se dejaba de mover y tenía la punta de la cola marrón, mientras que el resto del cuerpo era completamente blanco. Mi hermano lo vio y nos dijo que ese debía ser nuestro perro. Todos estuvimos de acuerdo con el y pocos días después nos lo llevamos a nuestra casa. Era como si tuviésemos un hermanito nuevo. ¡Estábamos tan felices! Frisky, que era el nombre del perro, nos acompaño por 18 años de nuestras vidas después de ese día. Era más que un perro; era un hermano y un amigo también. En 1996, nuestra situación económica no era la ideal. Mi mamá había perdido su trabajo por cortes presupuestarios y mi papá no ganaba lo suficiente para continuar teniendo una vida cómoda en Toronto. En Julio, mi papá ya había conseguido trabajo en Lima y decidió que lo mejor era regresar. Ese mismo mes empacamos todas nuestras cosas y nos venimos a Lima definitivamente. Los primero meses, mientras esperábamos que llegaran todas nuestras pertenencias en un bote de carga y buscábamos donde vivir, nos quedamos en la casa de mis abuelos. Allí ya vivían las dos hermanas de mi papá con sus familias. Esos primeros meses en Lima fueron muy especiales porque pudimos pasar muchísimo tiempo con nuestra familia, más de lo que había pasado en toda mi vida. Habíamos traído a Frisky con nosotros de Toronto, y todos, juntos con mis primos, jugábamos todo tipo de juegos con él y con Rolex, el perro de mis primos. Apenas llegué a Lima, empecé el colegio, entrando a la mitad del año a tercero de primaria en el colegio Markham. El primer día en mi clase de español la profesora me pidió que me presentara, yo, muy tímidamente, dije mi nombre como yo pensé que se decía, en inglés, y la profesora me dijo: “estás en Perú mamita, aquí eres Rosario.” Me acuerdo que me dio vergüenza, pero también me dio risa, todos los de la clase también se rieron, pero no en burla. Me tomó un tiempo acostumbrarme a mi nueva vida. Extrañaba mucho Toronto y a mis amigas de allá. Fue un shock cultural, ya que los suburbios de Toronto y la caótica ciudad de Lima tienen muy poco en común. Siempre sentí que aunque había nacido en Perú y mi familia estaba aquí, yo pertenecía en Canadá. Juré regresar apenas pudiera, pero mientras tanto disfruté mi vida en Lima. En el colegio hice un grupo de increíbles amigas, que hasta el día de hoy son mis mejores amigas. Había mucho que no me gustaba de mi colegio, pero mis amigas arreglaban todo eso porque nos divertíamos tanto juntas. Formamos un grupo de ocho chicas muy unidas. Como todos, tuvimos nuestras altas y bajas, pero el hecho que seguimos siendo amigas muestra la conexión que habíamos forjado. Mi colegio era muy estricto y muy exigente académicamente, pero a mi siempre me había ido bien en los estudios así que logré sacarme buenas notas. Hubieron mis momentos de irresponsabilidad, especialmente cuando cumplí 16 y descubrir lo que era ir a fiestas, pero nunca descuidé mis estudios demasiado.
  • 3. Cuando iba pasar a quinto de secundaria, debía escoger si hacía Programa Nacional o Bachillerato Internacional. Como mi plan aún era regresarme a Toronto, me metí a bachillerato. El programa del IB era extremadamente exigente y difícil. Dormía solo alrededor de 5 horas por noche y paraba estresada siempre por la cantidad de trabajos y exámenes que tenía. Probablemente hubiese podido dormir más pero para mí mi vida social siempre fue muy importante y no quería sacrificarlo totalmente, ni por estudios. Tenía un enamorado con quien siempre pasaba tiempo y mis amigas y yo salíamos a fiestas a cada rato. Me encantaba salir a bares y reuniones, tomar y divertirme. Dos años después me gradué con Alta Distinción y apliqué a varias universidades en Canadá. Poco después me habían aceptado a las universidades a las que apliqué, y decidí ir a la Universidad de Toronto porque estaba en el centro de la ciudad. Después de vivir tanto tiempo en Lima me había acostumbrado a la bulla y el caos. Ocho meses después de terminar el colegio, y un mes antes de cumplir 19 años, me mudé a Canadá. Estaba muy nerviosa pero la emoción era tanta que lo opacaba totalmente. El primer año de universidad me quede en una residencia dentro del campus universitario. Fue una experiencia tan increíble, tan diferente. Finalmente me sentía independiente, aunque no lo era financieramente, porque no tenía que decirle a nadie donde iba ni con quien, ni cuanto me iba a demorar. Era responsable de mi misma y me gustó sentirme en control de mi vida. Estaba estudiando literatura (en inglés) como uno de mis “majors” pero la universidad obligaba escoger otro y eventualmente me decidí por estudios italianos. Me encantaban la mayoría de mis clases de literatura, las conversaciones eran estimulantes e inteligentes y mis compañeros de clase eran, aunque algunos algo pretenciosos, muy maduros e interesantes. Todos estaban allí para aprender y para educarse, y eso me encantaba. Mis cursos de italiano también eran muy interesantes. Siempre me había gustado el idioma pero en clase me empezó a encantar. Mis mejores notas siempre fueron de mis cursos de italiano, pero en general me iba muy bien. Fue en una de mis clases de inglés que conocí a Maeve, mi mejor amiga de Canadá. Fue pura casualidad, teníamos que hacer una presentación con una persona de la clase pero nadie se conocía, entonces pasaron un papel y dependiendo del tema que querías hacer escribías tu nombre debajo. Yo empecé a mirar los nombres de la lista, en vez de los temas, y vi MAEVE, me pareció un nombre raro y pensé: “seguro es buena gente”. Resultó ser buenísima gente, y ese primer año empezó una de las amistades más especiales que tengo. Aunque tenía amigas y enamorado, y hasta había empezado a trabajar en un restaurante con un jefe con quien me llevaba muy bien, poco a poco me di cuenta que Toronto no tenía algo que yo necesitaba para sentirme en casa. Mi trabajo en el restaurante
  • 4. era estresante pero a la vez divertido. Para empezar estuvo como hostess (anfitriona), ya que no tenía experiencia como mesera. Conocí personas muy interesantes y especiales, y aún más importante me ayudó a ser menos tímida y a poder conversar con cualquier tipo de persona. Ese trabajo me ayudó a ser la persona tan extrovertida que soy ahora. Después de un año empecé a tener turnos de mesera, y me di cuenta lo difícil que realmente era. No porque era complicado tomar pedidos ni cargar cuatro platos a la vez, sino porque era increíble en nivel de paciencia que uno debe tener si quiere ganarse la vida de esa manera. Lógicamente habían clientes de todo tipo, habían muchos que eran muy simpáticos y respetuosos, pero también habían otros que pensaban que tu eras menos que ellos por estar tomando su pedido y que podían tratarte como querían. Tuve que aprender a solo imaginarme todos los insultos que se merecían, o guardarlos hasta que llegara a la cocina donde los decía en voz alta, en vez de decírselos a las cara como estaba acostumbrada. Mi plan, desde que tenía 13 años, había sido ser una abogada. Mientras que otras niñitas soñaban con ser actrices, yo soñaba con ser una abogada discutiendo y litigando en la corte. Ya en la universidad, planeaba terminar mi bachiller y entrar a la Escuela de Derecho. No estaba segura si quería derecho internacional o derecho ambiental, pero eso lo iba a decidir después. Para poder ingresar tenía que tomar un examen estandarizado llamado LSAT, especial para las escuelas de leyes. Mi enamorado de ese momento también quería tomarlo, así que estudiamos juntos y dimos el examen. Algo de lo cual me había percatado era que mi emoción para dar el examen y empezar mi camino hacia mi carrera era casi inexistente. La verdad es que, como nunca, no estudié casi nada para el examen, y no tenía interés en saber que me saqué. Cancelé mi nota, ya que sabía que no me había ido bien, y decidí tomarme un año libre para pensar en lo quería hacer. Esta decisión la tomé dos meses antes de graduarme. Mientras hablaba con mi papá, explicándole mi decisión, el me dijo: “porqué no buscas un trabajo de traducción por este año que te vas a tomar para ganar dinero extra.” Me pareció una buena idea, y empecé a averiguar sobre trabajos de traducción. Después de poco tiempo averiguando, me di cuenta que traducción era considerada una profesión. En ese momento lo único que pensé era que mejor me quedaba en el restaurante entonces, porque si traducción era una carrera, no iba a poder conseguir trabajo sin algún tipo de certificado o estudio, y yo aún creía que quería ser abogada. Un día, hablando con una amiga, yo le contaba que estaba preocupada porque había empezado a sentir que abogacía no era para mi, y le conté lo de traducción y como resulta que era una profesión. De la nada ella me dijo: “¿porqué no eres traductora? Eres buenísima con los idiomas y escribiendo, deberías ser traductora.” Yo me quedé callada y de pronto sonreí, ¡tenía razón! Inmediatamente llamé a mi papá, y con un poco de miedo, le conté que ya no quería ser abogada, sino traductora.
  • 5. Hubo unos segundos de silencios y después me dijo, muy tranquilo, que le parecía bien y que averigüe que cursos debía tomar o que debía hacer para empezar de una vez. Poco después estaba empezando mi curso de certificación en la Universidad de Toronto. Inmediatamente me gustó y me di cuenta que traducción era la carrera ideal para mi. Un año después, decidí que ya era tiempo para que regresara al Perú. Con el transcurso de los años me había dado cuenta que Toronto no era para mi. Ese algo que le faltaba a la ciudad era mi familia, y quería regresar a Lima para estar con ellos. Cuando les dije a mis papás estaban emocionados, pero no quisieron contarle a nadie porque pensaban que yo iba a cambiar de parecer y que me iba a quedar en Toronto. Les tomó bastante tiempo entender que si yo había dicho que iba a regresar, era porque era así. Cuando mi papá me iba a comprar el pasaje, me dijo que aproveche y me vaya a Italia a estar con la hermana de mi mamá, para que así pueda mejorar mi italiano. Unos meses después, era el día en el que me iba y estaba terminando de empacar cinco años y medio de mi vida en cajas para mandar a Lima. Me despedí de todos mis amigos y de la ciudad que había sido mi hogar por tanto tiempo, y me enrumbé a Italia. Pasé dos meses en Italia, 20 días de ese mes hice un tour con mis papas desde el norte al sur de Italia en carro. Fue un viaje espectacular, donde pude pasar más tiempo con mis papás que había pasado en los 6 años que viví en Canadá. Me encantó el país pero ya estaba lista para regresar a mi verdadero hogar. El 30 de octubre llegué a Lima. Por los primeros meses decidí tomarme un tiempo para aclimatarme de nuevo y disfruté mi tiempo con la familia y mis amigas. Al siguiente año decidí empezar a buscar trabajo. Desafortunadamente, la búsqueda probo ser más difícil de lo que había imaginado. Pensé que al graduarme de una universidad como la de Toronto, que era entre las mejores del mundo, con distinción (Magna Cum Laude), y al haberme certificado como traductora con las más altas notas, iba a poder encontrar trabajo. Este no fue el caso. Estuvo casi un año buscando trabajo pero nadie quería darme la oportunidad. ¿Porqué? Porque como las compañías no habían escuchado de mi universidad, ellos no querían ni considerarme. Me di cuenta que los peruanos le tienen miedo a lo que no conocen. Después me enteré de otro problema, en el Perú, traducción era un bachiller. Además, para poder ser parte del Colegio de Traductores, era necesario tener un bachiller del Perú, ya que revalidar mi bachiller canadiense era imposible. Estaba extremadamente frustrada porque yo sabía que era una excelente traductora pero nadie me quería dar una oportunidad. Para mi no era necesario estudiar 5 años para ser una traductora. Yo ya hablaba inglés y español perfectamente, ya me había certificado en Canadá. Si en Toronto era digna de ser traductora, ¿porqué en mi Lima amada no? Después de deliberar que hacer al respecto por
  • 6. mucho tiempo me di cuenta que no tenía muchas opciones, ya que regresar a Canadá no era una, por lo tanto empecé a averiguar para postular a una universidad en Lima. Es así como llegué a la UPC y es por esa razón que esto escribiendo esta autobiografía.
  • 7. mucho tiempo me di cuenta que no tenía muchas opciones, ya que regresar a Canadá no era una, por lo tanto empecé a averiguar para postular a una universidad en Lima. Es así como llegué a la UPC y es por esa razón que esto escribiendo esta autobiografía.