Un niño pobre llamado Toño admiraba unas peras frescas en una tienda, pero no tenía dinero para comprarlas. El dueño de la tienda, Salvador Muro, le ofreció intercambiar las peras por su canica azul más valiosa. Más tarde, Toño regresó con una canica roja y Salvador continuó ayudando a Toño y otros niños necesitados a través de intercambios similares. Años después, cuando Salvador murió, los tres niños que había ayudado asistieron a su funeral para agradecerle