3. 1. Lee atentamente este texto
Hace muchos años, en las lejanas tierras de Oriente, hubo un rey llamado
Shariar, amado por todos los habitantes de su pueblo.
4. Sucedió, sin embargo, que un día, habiendo salido a cazar, regresó a su
palacio antes de lo previsto y encontró a su esposa apasionadamente
abrazada a uno de sus jóvenes esclavos.
-¡Ay! -sollozó el rey-. ¡Siento en mi corazón un fuego que quema! -. E
inmediatamente ordenó que su esposa y el esclavo fueran degollados.
La muerte de su esposa infiel no calmó el fuego que inflamaba el corazón
del rey Shariar.
Su rostro iba perdiendo el color de la vida y apenas se alimentaba
. Ya lo dijo el poeta: Amigo: ¡no te fíes de la mujer, ríete de sus promesas!
¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil! Y nunca digas: “Si me enamoro, evitaré las
locuras del amor.” ¡No lo digas! ¡Sería un prodigio ver salir a un hombre
sano y salvo de la seducción de las mujeres!
Convocó entonces el rey a su visir y le mandó que cada día hiciera venir a
su palacio a una joven doncella del reino.
El rey se casaba con ellas, pero, con las primeras luces del amanecer,
recordaba la infidelidad de su esposa y una nube de odio y tristeza velaba
su rostro. Entonces, hacía decapitar a las doncellas, ardiendo de odio
contra todas las mujeres.
Así pasaron varios años, sin que el rey Shariar encontrara paz ni reposo
o consuelo.
Mientras, en el reino, todas las familias vivían sumidas en el horror y
muchas huyeron del reino para evitar la muerte de sus jóvenes hijas. Cada
vez quedaban menos mujeres y el rey dejó de ser amado por su pueblo.
Un día, el rey mandó al visir que, como era ya costumbre, le trajese una
joven.
El visir, por más que buscó, no pudo encontrar a ninguna y regresó triste
a su casa, con el alma llena de miedo por el furor del rey, creyendo que
ordenaría su propia muerte.
Pero el visir tenía dos hijas, la mayor, llamada Sherezade, y la menor, de
nombre Doniazad.
5. Sherezade era una joven de delicadeza exquisita. Había leído
innumerables libros, conocía las crónicas de reyes antiguos y las historias
de épocas remotas.
Sherezade guardaba en su memoria relatos de poetas y sabios. Era
inteligente, prudente y astuta. Y tan elocuente que daba gusto oírla.
Al ver a su afligido padre, le habló así: “¿Por qué te veo soportando,
padre, tantas aflicciones?”
El visir contó a su hija cuánto había sucedido y entonces Sherezade le dijo:
“¡Por Alah, padre, casarme con el rey! ¡Prometo salvar a todas las hijas
del reino o morir como el resto de mis hermanas!”
El visir se negó a ponerla en tal peligro, pero Sherezade insistió
nuevamente en su ruego. Entonces, el visir hizo que preparasen el ajuar
de su hija y marchó a comunicarle la noticia al rey.
Mientras, Sherezade instruyó a su hermana pequeña Doniazad:
Hermana, te mandaré llamar cuando esté en el palacio y en cuanto llegues
y veas que el rey ha terminado de hablar conmigo, me dirás: “Hermana
mía, cuenta alguna historia maravillosa que nos haga pasar la noche.”
Así yo narraré cuentos que, si Alah quiere, serán la causa de la salvación
de las hijas de este reino.
Regresó poco después el visir y se dirigió con su hija mayor hacia la mirada
del rey. El soberano se alegró al ver la belleza de Sherezade y se celebraron
las bodas. Pero acabada la ceremonia, Sherezade se echó a llorar. El rey
le preguntó por el motivo de su pena y Sherezade exclamó: “¡Oh, rey
poderoso, tengo una hermana pequeña de la que quisiera despedirme!”
El rey ordenó buscarla y traerla al palacio.
Doniazad llegó, abrazó a Sherezade, se acomodó a los pies del lecho y dijo:
“Hermana, cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche.”
Sherezade respondió: “De buena gana y con todo respeto lo haría, si me lo
permite tan generoso y amado rey.”
El soberano, al oír estas palabras, accedió de buen grado a escuchar el
relato.
6. Aquella primera noche, Sherezade empezó a contar la historia del
mercader que, en uno de sus viajes por el desierto, cayó en manos de un
efrit (genio) que quería cortarle la cabeza.
El mercader, para salvar su vida, le contó al genio maligno tantos relatos
maravillosos que llegó el amanecer sin que Sherezade hubiera terminado
la historia.
Entonces, la joven calló discretamente.
Doniazad exclamó: “¡Oh hermana! Cuán dulces son tus relatos.” Y
Sherezade contestó: “Pues nada son comparado con los que podría contar,
si el rey así lo permitiera.” Y el rey determinó no matar a Sherezade hasta
haber escuchado el final de la historia
Por primera vez, en muchos años, el rey Shariar pudo dormir un sueño
tranquilo.
Al despertar, el rey marchó a realizar sus tareas. Pasó la segunda noche
con Sherezade y, de nuevo, Doniazad pidió a su hermana que concluyera la
historia del mercader y el genio. Con el permiso del rey, Sherezade
prosiguió el relato y lo hizo con tanta astucia que, al llegar la mañana,
volvió a dejar la historia en lo más interesante.
Doniazad exclamó: “¡Oh hermana! Qué sabrosas son tus historias.” Y
Sherezade contestó: “Pues nada son comparado con las que podría contar,
si el rey así lo permitiera.” Y el rey, que sentía gran curiosidad, determinó
no matar a Sherezade hasta haber escuchado la continuación de su
relato, que le parecía asombroso.
Un día más, el rey descansó como nunca y al despertar, se reunió con su
visir y sus oficiales. Juzgó, nombró, despachó sus asuntos hasta el final
de la jornada. Después regresó a su alcoba para encontrarse con
Sherezade quien, como las noches anteriores, supo interrumpir su
narración en el mejor momento cuando llegaba el alba.
El rey postergó nuevamente la muerte de su esposa.
La misma decisión tomó el rey Shariar en los sucesivos días. Sherezade
anunciaba nuevas historias, las interrumpía sabiamente o las
entrelazaba de tal modo que el personaje de un cuento contaba un cuento
en el que un personaje relataba su propio cuento. Así, una historia llevaba
7. a la otra en una narración sin fin, dando a la joven un día más de vida, una
semana, un mes y un año tras otro.
Transcurridas quinientas treinta y seis noches, Sherezade empezó a
narrar las célebres aventuras de Simbad el Marino. Y las hazañas de
Simbad se enlazaron una con otra durante treinta noches llegando hasta
nuestros oídos como bien sabéis. Después cautivó al rey con la prodigiosa
historia de Alí Babá, las aventuras de Aladino, con relatos de China, la
India y de Bagdad.
A lo largo de tres años, noche tras noche, Sherezade contó al rey historias
maravillosas y, mientras tanto, la joven le había dado al rey tres hermosos
hijos varones.
En la noche mil uno, Sherezade despidió a su hermana Doniazad, se
presentó ante el rey y le dijo: “Esposo, llegó mil y una noches contándote
historias de tiempos remotos. Solicito tu permiso ahora para expresarte
un deseo.”
Pide, Sherezade, -dijo el rey- y lo que pidas, te será concedido. Sherezade
puso a sus hijos delante del rey y le dijo: “Oh, rey Shariar, esposo mío.
Contempla a tus hijos. Te ruego que me permitas vivir para cuidar de
ellos. Si me matas, estos niños se quedarán sin madre.
El rey Shariar sintió que su vista se nublaba a causa de sus lágrimas.
Estrechó a sus hijos contra su pecho y le respondió con voz dulce a su
esposa: “Sherezade, tus historias han hecho desvanecer el odio que ardía
en mi corazón. Eres noble y sabia y digna madre de mis hijos. Alah es
testigo de que yo te libro de cualquier mal.
La alegría se propagó por el palacio y después se difundió por todo el reino.
-¡Noble visir! -dijo el rey -Alah te recompensará por haberme dado como
esposa a tu hija. Ella es la causa de que me arrepienta de haber dado
muerte a tantas mujeres del reino. Sus relatos serán recordados por
muchas generaciones.
El rey colmó al visir de regalos. Ordenó engalanar la ciudad, perdonó a los
súbditos el pago de impuestos. Recorrió los barrios más pobres
entregando los más bellos regalos. El pueblo adornó sus casas, iluminó las
calles y solo se escuchaba el alegre sonido de flautas y tambores.
8. Los habitantes, desde entonces, recibieron un trato más justo y fueron
gobernados con paz y serenidad. Y Sherezade y Shariar vivieron una vida
feliz y dichosa hasta el final de sus días y sus noches.
La religión del Islam se remonta al siglo VII en la antigua ciudad de La
Meca en la península de Arabia. ¡Hoy en día, lo practican
aproximadamente 2 mil millones de personas en todo el mundo! El Islam
9. es la segunda religión más grande del mundo y sus seguidores
representan aproximadamente el 25% de la población total del mundo.
La palabra Islam significa paz y sumisión a Dios. Los seguidores del
Islam se llaman musulmanes. Creen en un Dios, llamado Alá en árabe,
y que el Profeta Muhammad fue el último mensajero de Dios, trayendo
un mensaje de paz y justicia al mundo.
La cilivilización islámica se origina en una región asiática, prácticamente
desértica, es la península arábica. Esta península está situada entre el mar Rojo,
el golfo Pérsico y océano Índico.
Mapa conceptual realizado por Javier Lirón (www.educarex.es)
Video sobre el Islam:
El Islam
ORIGEN
La península de Arabia, en el siglo VII su población era mayormente de pastores
beduinos nómadas organizados en multitud de tribus independientes que tenían
creencias religiosas politeístas y animistas. En algunas regiones costeras se
practicaba la agricultura y la población era sedentaria. Es el caso de la región de
10. Hedjaz, transitada por caravanas que comerciaban entre la India y el
Mediterráneo. La ciudad más importante era La Meca.
Mahoma era el profeta del Islam y nació en La Meca (570) en el seno de una
familia noble. A principios del siglo VII comenzó a predicar una nueva religión
monoteísta: El Islam. Esta palabra significa resignación a la voluntad del Dios
único (Alá). El Islam fue revelado directamente por Dios a Mahoma y sus
enseñanzas se recogen en el Corán (Libro sagrado de los musulmanes).
Sus principales preceptos son:
La profesión de fe. ‘No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta’
Orar 5 veces al día mirando a La Meca y la oración comunitaria de los viernes
en la mezquita.
Ayunar durante el mes sagrado del Ramadán.
Dar limosna a los pobres.
Peregrinar a la Meca al menos una vez en la vida.
Mahoma sufrió la incomprensión de los ricos comerciantes de La Meca y de su
familia por lo que huyó a Medina en el año 622, esta huida se
denominó la Hégira y es la fecha de inicio del calendario islámico. Mahoma se
convirtió en jefe político y religioso, años después conquistó La Meca y, a su
muerte (632), casi toda Arabia era musulmana.
EXPANSIÓN
Tras la muerte de Mahoma, los musulmanes formaron un gran imperio. Lo
consiguieron gracias al impulso de la fe, a su poderoso ejército (sobre todo la
caballería) y a la debilidad de sus adversarios. Esta expansión tuvo tres etapas:
a) Califato ortodoxo (632-661): en esta etapa los sucesores de Mahoma fueron
elegidos entre sus familiares y amigos; residieron en Medina, adoptaron el título
de califa (sucesor del Profeta) y unieron la máxima autoridad política y religiosa.
En esta época los árabes conquistaron Siria, Palestina, Egipto y Mesopotamia
que eran regiones muy ricas.
b) Califato omeya (661-750): en esta etapa llegó al poder la familia de
los Omeyas que llevó la capital a Damasco y el imperio alcanzó la máxima
expansión hacia el oeste por el norte de África y la Península Ibérica, y hacia el
este hasta el valle del Indo y el Turkestán.
c) Califato abasí (750-1055): los omeyas fueron destronados por la dinastía
abasí y la capital fue Bagdad. Conquistaron Creta y Sicilia pero la expansión se
detuvo pues hubo muchas luchas internas a partir del siglo X entró en
decadencia. El califato fue conquistado por los turcos en 1055 y definitivamente
su desaparición se data en 1258, año en que Bagdad fue tomada por los
mongoles.
ORGANIZACIÓN POLÍTICA
El califa era la máxima autoridad, ‘la sombra de Dios sobre la Tierra’, y
concentraba el poder político y religioso. Como jefe religiosopresidía la oración
11. comunitaria de los viernes. Como jefe político, gobernaba, administraba justicia
y dirigía el ejército. Aparecía en público rodeado de gran ceremonia.
La administración del imperio se organizaba:
Un visir principal (primer ministro) que dirigía la administración central y
otros ministerios, como los del ejército, correos o hacienda, que estaban bajo
el mando de otros visires que dependían del primero.
Los territorios del imperio se dividieron en provincias o koras bajo la
autoridad de un gobernador el emir o walí y representaba al califa.
Además habían jueces o cadíes (aplicar las leyes) y tesoreros reales o
diwanes (recaudar impuestos).
Sus habitantes pagaban dos tipos de impuestos: uno por la posesión de la tierra
y otro personal que cesaba al convertirse al Islam.
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