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El gallo, el pato y las sirenas




Un gallo y un pato discutían tanto sobre si
existían las sirenas, que decidieron averiguarlo
yendo al fondo del mar. Bajaron viendo primero
pececitos de colores, luego peces medianos y
grandes, hasta que todo estaba oscuro y no
veían nada. Entonces les entró un gran miedo y
subieron. El gallo estaba aterrado y no quería
volver,   pero   el   pato   le   animó    a   seguir
intentándolo, y para calmarle llevó una gran
linterna. Bajaron, y al llegar a la oscuridad,
cuando      estaban     pasando      más       miedo,
encendieron la linterna y descubrieron que
estaban totalmente rodeados de sirenas, que
les podían ver en la oscuridad. Ellas les
contaron que pensaban que no les querían,
porque la otra vez se habían ido justo cuando
les iban a invitar a una gran fiesta, y se
alegraron   muchísimo   de   volver   a   verles.
Y gracias a su valentía y su perseverancia, el
pollo y el pato fueron grandes amigos de las
sirenas.
El pirata bueno

Manos Largas era un niño pirata, hijo de piratas. Él
nunca había robado nada ni asaltado ningún
barco, pero en su familia todos daban por seguro
que sería un pirata de primera. Sin embargo, a
Manos Largas no le atraía para nada la idea de
dedicarse a robar a la gente. Lo sabía porque de
pequeño uno de sus primos le robó uno de sus
juguetes favoritos y aquello le había parecido
horrible.
Según fue creciendo, el bueno de Manos Largas
empezó a angustiarse con la idea de que en
cualquier   momento       surgiera    su   verdadera
personalidad de pirata, y no pudiera evitar
dedicarse al robo, al abordaje y los pillajes.

Con el tiempo, todos se dieron cuenta de que no
era un pirata como los demás, pero era tan larga
la tradición familiar de estupendos piratas, que
ninguno se atrevía a decir que no era pirata.
"Simplemente", decían, "es un pirata bueno", y lo
seguían diciendo a pesar de que Manos Largas
hubiera estudiado medicina y dedicara sus días a
cuidar   de    los   enfermos     de    la     ciudad.
Un día, viéndose viejecito, y mirando a sus hijos y
sus nietos, ninguno de los cuales había llegado a
ser pirata, se dio cuenta de que ni él ni nadie tenía
que ser pirata ni ninguna otra cosa de forma
natural ni por obligación. ¡Cada uno podía hacer
con su vida lo que quería! Y él, que había sido lo
que había elegido, se sentía profundamente
satisfecho de no haber elegido la piratería.
El niño súper campeón


Cristóbal era un niño que lo que más le gustaba
en el mundo era ganar y como no soportaba
perder, se había convertido en un experto con
todo tipo de trampas. Así, era capaz de hacer
trampas prácticamente en cualquier cosa que
jugase sin que se notara, e incluso en los juegos
de la consola y jugando solo, se sabía todo tipo
de trucos para ganar con total seguridad.

Así que ganaba a tantas cosas que todos le
consideraban un campeón. Eso sí, casi nadie
quería jugar con él por la gran diferencia que
les sacaba, excepto un pobre niño llamado
Andrés un poco más pequeño que él, con el que
disfrutaba a lo grande dejándole siempre en
ridículo.

Pero llegó un momento en que el niño se
aburría, y necesitaba más, así que decidió
apuntarse al campeonato nacional de juegos de
consola, donde encontraría rivales de su talla.
Fue dispuesto    a   demostrar a todos sus
habilidades, pero cuando quiso empezar a
utilizar todos esos trucos que sabía de mil
juegos, resultó que ninguno de ellos funcionaba.
¡Los jueces habían impedido cualquier tipo de
trampa!
Entonces sintió una vergüenza enorme: él era
bueno jugando, pero sin sus trucos, fue incapaz
de ganar a ninguno de los concursantes. Allí se
quedó una vez eliminado, triste y pensativo,
hasta que todo terminó y oyó el nombre del
campeón: ¡era el niño pequeño a quien siempre
ganaba!
Entonces se dio cuenta de que aquel niño había
sido mucho más listo: nunca le había importado
perder y que le diera grandes palizas, porque lo
que realmente hacía era aprender de cada una
de aquellas derrotas, y a base de tanto
aprender, se había convertido en un verdadero
maestro.

Y a partir de entonces, aquel niño dejó de
querer ganar siempre, y pensó que ya no le
importaría perder algunas veces para poder
aprender, y así ganar sólo en los momentos
verdaderamente importantes.

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El niño súper campeón y la lección de no hacer trampas

  • 1. El gallo, el pato y las sirenas Un gallo y un pato discutían tanto sobre si existían las sirenas, que decidieron averiguarlo yendo al fondo del mar. Bajaron viendo primero pececitos de colores, luego peces medianos y grandes, hasta que todo estaba oscuro y no veían nada. Entonces les entró un gran miedo y subieron. El gallo estaba aterrado y no quería volver, pero el pato le animó a seguir intentándolo, y para calmarle llevó una gran linterna. Bajaron, y al llegar a la oscuridad, cuando estaban pasando más miedo, encendieron la linterna y descubrieron que estaban totalmente rodeados de sirenas, que les podían ver en la oscuridad. Ellas les contaron que pensaban que no les querían,
  • 2. porque la otra vez se habían ido justo cuando les iban a invitar a una gran fiesta, y se alegraron muchísimo de volver a verles. Y gracias a su valentía y su perseverancia, el pollo y el pato fueron grandes amigos de las sirenas.
  • 3. El pirata bueno Manos Largas era un niño pirata, hijo de piratas. Él nunca había robado nada ni asaltado ningún barco, pero en su familia todos daban por seguro que sería un pirata de primera. Sin embargo, a Manos Largas no le atraía para nada la idea de dedicarse a robar a la gente. Lo sabía porque de pequeño uno de sus primos le robó uno de sus juguetes favoritos y aquello le había parecido horrible. Según fue creciendo, el bueno de Manos Largas empezó a angustiarse con la idea de que en cualquier momento surgiera su verdadera personalidad de pirata, y no pudiera evitar dedicarse al robo, al abordaje y los pillajes. Con el tiempo, todos se dieron cuenta de que no era un pirata como los demás, pero era tan larga la tradición familiar de estupendos piratas, que ninguno se atrevía a decir que no era pirata.
  • 4. "Simplemente", decían, "es un pirata bueno", y lo seguían diciendo a pesar de que Manos Largas hubiera estudiado medicina y dedicara sus días a cuidar de los enfermos de la ciudad. Un día, viéndose viejecito, y mirando a sus hijos y sus nietos, ninguno de los cuales había llegado a ser pirata, se dio cuenta de que ni él ni nadie tenía que ser pirata ni ninguna otra cosa de forma natural ni por obligación. ¡Cada uno podía hacer con su vida lo que quería! Y él, que había sido lo que había elegido, se sentía profundamente satisfecho de no haber elegido la piratería.
  • 5. El niño súper campeón Cristóbal era un niño que lo que más le gustaba en el mundo era ganar y como no soportaba perder, se había convertido en un experto con todo tipo de trampas. Así, era capaz de hacer trampas prácticamente en cualquier cosa que jugase sin que se notara, e incluso en los juegos de la consola y jugando solo, se sabía todo tipo de trucos para ganar con total seguridad. Así que ganaba a tantas cosas que todos le consideraban un campeón. Eso sí, casi nadie quería jugar con él por la gran diferencia que les sacaba, excepto un pobre niño llamado Andrés un poco más pequeño que él, con el que
  • 6. disfrutaba a lo grande dejándole siempre en ridículo. Pero llegó un momento en que el niño se aburría, y necesitaba más, así que decidió apuntarse al campeonato nacional de juegos de consola, donde encontraría rivales de su talla. Fue dispuesto a demostrar a todos sus habilidades, pero cuando quiso empezar a utilizar todos esos trucos que sabía de mil juegos, resultó que ninguno de ellos funcionaba. ¡Los jueces habían impedido cualquier tipo de trampa! Entonces sintió una vergüenza enorme: él era bueno jugando, pero sin sus trucos, fue incapaz de ganar a ninguno de los concursantes. Allí se quedó una vez eliminado, triste y pensativo, hasta que todo terminó y oyó el nombre del campeón: ¡era el niño pequeño a quien siempre ganaba! Entonces se dio cuenta de que aquel niño había
  • 7. sido mucho más listo: nunca le había importado perder y que le diera grandes palizas, porque lo que realmente hacía era aprender de cada una de aquellas derrotas, y a base de tanto aprender, se había convertido en un verdadero maestro. Y a partir de entonces, aquel niño dejó de querer ganar siempre, y pensó que ya no le importaría perder algunas veces para poder aprender, y así ganar sólo en los momentos verdaderamente importantes.