1. EXCLAVITUD SEXUAL
Una adicción es una gama de hábitos no bíblicos de pensamientos y acciones que llega a ser
un estilo de vida. Así como algunos se entregan a la euforia del alcohol o las drogas, otros
desarrollan un estilo de vida de estímulo y éxtasis en torno al sexo. Cuando las personas
intensifican de forma desmedida la importancia del sexo en sus vidas, este empieza a dictarles
un estilo de vida y se obsesionan con los pensamientos sexuales. Con el tiempo pierden el
control de con qué frecuencia, con quién y bajo qué circunstancias practicarán el sexo. Llegan
a ser esclavos del comportamiento sexual compulsivo. Lo que comienza como algo para
«divertirse un poco» o «satisfacer los impulsos carnales» los hace caer cada vez más
profundo en el fango de la esclavitud. «Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios,
Dios los entregó a una mente reprobada» (Romanos 1:28).
Como el vendedor de drogas del vecindario seduce a alguien dándole marihuana gratis, con
la intención de introducirlo a las drogas fuertes, asimismo Satanás sutilmente atrae a una
víctima inconsciente a sus garras con algunas experiencias sexuales satisfactorias. Pero la
palabra de Dios nos dice que los deleites del pecado serán solo temporales (Hebreos 11:25).
El adicto al sexo llevará a cabo su rutina en bares, discotecas y lugares nocturnos, yendo de
mujer en mujer, noche tras noche. Intentará ver con cuántas mujeres puede coquetear o
bromear en una noche determinada, hasta que escoge a una con quien tener sexo. Esto
culminará su rutina nocturna. Terminar en la cama con una mujer le hace sentir deseado,
valorado, y le hace sentirse increíblemente saciado. Todas estas conquistas le dan una
tremenda satisfacción.
Una vez que el individuo se convierte en adicto al sexo, entra en un círculo vicioso de
autodestrucción y degradación. Disminuye de continuo su sentido de confianza y autoestima,
y el vacío en su interior aumenta. Como resultado, empieza una búsqueda intensa y
desesperada para llenar este vacío en su vida. Puesto que el sexo ha sido su elixir personal al
que ha recurrido vez tras vez con desesperación, tal como un borracho se vuelve hacia la
botella de licor, el adicto sexual perseguirá el objeto de su deseo. Por desdicha, después de
apresurarse al sexo para encontrar consuelo o sencillamente una salida rápida, el adicto solo
logrará acumular más vergüenza y desesperación sobre sí mismo. El foso llega a ser más
profundo; la oscuridad aún más sombría.
El hombre que es impulsado por la lujuria pierde todo sentido de la realidad. Se olvida por
completo del costo que implica su pecado y con frecuencia se encontrará haciendo cosas en
este estado mental alterado que de otra manera nunca consideraría hacer. Él experimenta esto
de dos formas diferentes:
En primer lugar, podría realizar actos degradantes que en tiempo de «cordura» rechazaría o
le asustarían.
2. En segundo lugar, encuentran que su imaginación corre desenfrenada. El hombre enloquecido por
el sexo queda hipnotizado por el objeto de su lujuria. Este se convierte en un ídolo amenazante,
algo que asume un grado tan tremendo de importancia que todo lo demás en la vida debe girar a
su alrededor. El ídolo tiene el poder de mantener al hombre en un estado constante de sed
insaciable.
La insaciabilidad de la lujuria es un estado común entre los adictos sexuales. «Es como una llamita
que se ha encendido. Al alimentar este fuego, crece más y más. Exige más de nuestro tiempo y
energía para satisfacerse. Con el tiempo, estos apetitos pueden llegar a ser como un incendio fuera
de control y llegan a ser inextinguibles».
Es bien sabido que Dios trae humillación a sus hijos para llamarles la atención. Si Dios considera que
es necesario, lo hará. El Señor es muy paciente y benévolo con nosotros, pero nos ama demasiado
como para dejarnos en nuestro pecado. Dios utilizará cualquier método para llamar la atención de
uno, incluyendo la humillación pública. ¡Dios no luchará con el hombre por la eternidad!
El mundo y el diablo solo tientan de forma eficaz cuando agitan el charco inmundo del depravado
deseo personal. Un hombre peca solo cuando la carnada lo “seduce”y lo “arrastra”.
Finalmente, cuando se ha cometido el acto del pecado, este produce la muerte: la muerte de la
dignidad propia y la muerte de los sentimientos. También traerá desesperación, ira, impotencia,
desesperanza, culpabilidad, condenación y promesas solemnes de nunca volverlo a hacer. Es un
precio horrible que Satanás y sus demonios les exigen a los embaucados. Primero lo conducen de
cabeza al pecado; luego, una vez cometido, lo condenan y lo atacan por ser débil y despreciable. La
vergüenza cada vez es más profunda.
Una vez que termina el acto sexual y que la lascivia se ha disipado de su cuerpo, la persona puede
comenzar a ver el pecado con mayor claridad por lo que es. No se encuentran por ningún lado las
promesas vacías de la fantasía; todo lo que queda es la horrenda pena por su pecado.
Salomón dijo: «Porque los labios de la mujer extraña destilan miel, y su paladar es más blando que
el aceite» (Proverbios 5:3). Esta frase describe cómo el diablo presenta la tentación. La miel
representa la satisfacción prometida. La tentación parece irresistible porque está adornada con el
en gaño de que el acto del pecado causará tremendo placer y satisfacción. La verdad es que hace
mucho que en realidad el adicto sexual no experimenta algún placer verdadero con su pecado. No
obstante, cuando se presenta el pensamiento tentador, todo se olvida y el acto del pecado sexual
se mira absolutamente intoxicante y por lo tanto irresistible. El aceite suave representa la astucia
del enemigo. Él sabe cuándo estamos en nuestro momento más débil. A él no le importa esperar
días y aun semanas si significa una derrota mayor para el cristiano. En dos ocasiones Pablo habla de
«las asechanzas del diablo» (Efesios 6:10; 2 Corintios 2:11).
DIOS NOS DA ATRAVES DE SU PALABRA UNA GRAN ADVERTENCIA SOBRE ESTO
Al punto se marchó tras ella, como va el buey al degolla dero, y como el necio a las prisiones para
ser castigado; como el ave que se apresura a la red, y no sabe que es contra su vida, hasta que la
saeta traspasa su corazón (Proverbios 7:22- 23).