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CARO, EL HOMBRE QUE COMPRÓ AL
ESTADO
Por: Humberto Padgett - septiembre 2 de 2013 - 0:00
INVESTIGACIONES, Investigaciones especiales, México, TIEMPO REAL,
Ciudad de México, 2 de septiembre (SinEmbargo).– Rafael Caro Quintero es un hombre que no sólo compró
todas las joyas, armas, vehículos y mujeres que el dinero pudo comprar. Por encima de esto, el narcotraficante
liberado semanas atrás fue un comprador de hombres. Y no de hombres comunes y corrientes, sino de aquellos
colocados en una de las áreas más sensibles del Estado mexicano durante el último período de la Guerra Fría: la
agencia de inteligencia mexicana, la Dirección Federal de Seguridad (DFS).
Los detalles de cómo el marihuanero sinaloense tasaba el valor de la conciencia de directores, comandantes y
agentes de la DFS –la versión muy a la mexicana de la CIA estadounidense, la KGB soviética y la Stasi
alemana– aparecen en el expediente del asesinato del periodista Manuel Buendía.
Caro Quintero, el narcotraficante que salió libre semanas atrás posee una poderosa relación con el primer
asesinato o al menos el más notorio homicidio de un periodista mexicano por su conocimiento de las relaciones
entre el narcotráfico y las autoridades, más precisamente aquellas que deberían combatirlo.
Los documentos obtenidos por SinEmbargo muestran que el asesinato del agente de la DEA Enrique
Camarena, en 1985, tiene como precedente el asesinato del periodista Manuel Buendía, perpetrado en 1984.
La ambivalencia de agentes-narcotraficantes adquirió mayor relevancia al interior de la Brigada Especial, el
cuerpo secreto que persiguió la guerrilla comunista. José Antonio Zorrilla Pérez, director de la DFS en los años
en que Caro Quintero adquirió la agencia mexicana, había sido secretario particular de Fernando Gutiérrez
Barrios, uno de los diseñadores de la cacería de guerrilleros durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz.
El recorrido documental ofrecido para hoy y los siguientes días muestra cómo los cárteles mexicanos son
corrientes originarias de ese pacto entre contrabandistas de drogas y la policía política mexicana en tiempos del
presidencialismo mexicano, los días en que la leyenda negra del PRI asegura que nada ocurría en el país sin el
conocimiento del Presidente.
Es el relato de los días en que un grupo de marihuaneros sin la secundaria concluida refundaron la patria e
instauraron la República de las Drogas.
La organización sigue vigente para la DEA.
Caro, el hombre que compró al Estado
I. Todo lo que brilla es oro
Todo en él resplandecía. La sonrisa bajo el grueso bigote, el cuerno de chivo en las manos, la melena revuelta
bajo el sol de Guadalajara, las cadenas oro que colgaban de su cuello y las esclavas en sus muñecas. Los
pantalones de mezclilla ajustados y la camisa abierta en el pecho.
Pero lo que más relucía en ese hombre alrededor de sus treinta el 9 de febrero de 1985 era su charola, su
identificación como agente de la ley: Pedro Sánchez Hernández.
Ninguno de los dos grupos bajaría los fusiles de asalto. Las ansias por echar bala silababan como si los tiros ya
anduvieran fuera del cargador.
Dos días antes, Guadalajara se puso a punto de ebullición por la desaparición del agente de la DEA Enrique
Camarena a las afueras del consulado.
Cuando los directivos en la Ciudad de México y Washington revisaron las incontables advertencias que su
personal respecto del nuevo ascenso del narcotráfico mexicano y su carrera por la supremacía en el mercado de
las drogas de Estados Unidos, los jefes de la DEA y el FBI quitaron la atención de las peripecias de
colombianos y dominicanos y voltearon al sur.
El primer dato que brincó fue el reciente exterminio de un campo marihuana propiedad de Rafael Caro Quintero
donde se destruyó la mayor cantidad de marihuana en la historia, unas 8 mil toneladas sembradas en un terreno
de mil hectáreas atendidas por 10 mil jornaleros. El lugar, en medio del desierto de Chihuahua, era evidencia de
que el gobierno mexicano estaba más que coludido. El hallazgo pasó oficialmente a la cuenta de Camarena,
quien llegó al sitio con información del piloto mexicano Alfredo Zavala, también ausente.
Los ejecutivos de las agencias norteamericanas se encontraron también con las quejas no atendidas de sus
propios agentes de campo respecto de que en México el narcotráfico y la policía eran básicamente la misma
cosa. La desaparición ya con claro olor a muerte de uno de los suyos era demasiado y una estampida de gringos
rabiosos se precipitó sobre la capital de Jalisco, capital del narco mexicano luego de la Operación Cóndor
lanzada sobre la Sierra de Durango, Sinaloa y Chihuahua.
Armando Pavón trabajaba con toda la autoridad en Guadalajara desde la ausencia de Kiki Camarena. Era el
primer comandante de la Policía Judicial Federal y encargado de la investigación de los levantones de Enrique
Camarena y Alfredo Zavala. Con el agente muy probablemente muerto y el asunto ya manejado como de
afrenta nacional, los estadounidenses exigieron todas las garantías al gobierno mexicano de ir tras los
secuestradores de Kiki, como llamaban al carismático policía México-americano.
El Procurador General de la República, Sergio García Ramírez, emplazó a Jalisco a su mejor hombre, Armando
Pavón, cuya primera orden en el caso le fue dada el 9 de febrero de 1985. Asistiría a tres agentes de la DEA de
apellidos Aguilar, Leyva y Delgado en el aeropuerto de Guadalajara en la búsqueda de aviones propiedad de
Miguel Ángel Félix Gallardo El Padrino, jefe de la organización junto con Caro Quintero y Ernesto Fonseca.
Pavón también recibiría más personal norteamericano que aterrizaría en ese lugar durante las siguientes horas.
Pavón pidió el apoyo de otros dos comandantes de la Policía Judicial Federal y 24 policías de la misma fuerza.
Junto con los tres hombres de la DEA, el grupo se concentró en el hangar de la Procuraduría General de la
República (PGR).
–Comandante, por ahí anda un cabrón armado, dos o tres hangares para allá –susurró un operador a Pavón.
El jefe de la judicial federal ordenó al grupo desplazarse al lugar y rodearlo. Al llegar, encontraron que no era
un hombre, sino 15 y todos armados con rifles AK-47 alrededor de un jet Falcon blanco con rayas amarillas.
Cada quien apunto a alguien del otro bando.
–¡Bajen las armas, hijos de la chingada! –rugió Pavón.
–¡Bájenlas ustedes! –respondieron desde el otro lado.
Las hileras de Kaláshnikov estaban separadas por 30 o 40 metros. Con pocos recovecos sobre la pista, excepto
los disponibles por el avión, el primer disparo significaría una matanza.
Detrás, el piloto apagó los motores. Desde la torre de control se impidió el aterrizaje de un helicóptero con dos
asesores norteamericanos.
–¡Federales!
–¡Federales nosotros!
–¡Judicial Federal! –anunció uno de los agentes al lado de Pavón
–¡Dirección Federal de Seguridad! –respondieron del lado de los hombres que custodiaban el jet.
–¡Judicial del Estado! –terciaron algunos acompañantes de los anteriores.
–¡Tranquilos, tranquilos todos! Vamos a identificarnos –propuso alguien.
–¡Que se acerquen los comandantes!
Pavón relajó la guardia y caminó hacia el frente. Del otro lado, un hombre al inicio de sus treinta hizo lo mismo
y se encontraron a media pista, a un metro de distancia.
Se estudiaron como dos perros extraños. Se miden.
Revisaron las identificaciones: Armando Pavón, de la Judicial Federal, y Pedro Sánchez, de la Federal de
Seguridad.
–¡Todo en orden, bajen las armas!
Así hicieron, pero nadie abandonó sus posiciones.
Armando Pavón y Pedro Sánchez hablaron en voz baja. Nadie alcanzaba a escucharlos. Cada uno asentía
mientras el otro hablaba. Pavón diría que Sánchez le explicó que habían concluido su trabajo en Guadalajara y
volvían a la Ciudad de México. El piloto del avión dijo a otro comandante de la Judicial que en realidad salían a
Culiacán, pero en ese momento no se comentó la discrepancia o simplemente se ignoró.
Aún sobre el asfalto, la actitud de los comandantes de cada grupo se relajó hasta la risa franca. Se abrazaron
efusivamente de acuerdo al ritual mexicano: fuertes palmadas en la espalda y las nalgas bien echadas hacia atrás
para dar cabida a las barrigas. Pavón pasó el brazo por la espalda de Sánchez y caminaron hacia el hangar de la
PGR. Continuaron el diálogo durante unos 10 o 15 minutos en el segundo piso del edificio de gobierno. El
comandante de la Judicial dejó a su colega y buscó un teléfono. Discó y sostuvo una conversación telefónica de
otros 10 o 15 minutos.
Un acompañante de Sánchez mostró una identificación a nombre Jesús Gutiérrez o González, también de la
Federal de Seguridad. El resto de ese grupo pertenecía a la misma policía política o a la estatal de Jalisco.
–Que se retiren, son compañeros –resolvió Pavón con sus comandantes–. Aunque son de otra corporación –
explicó a los agentes de la DEA, quienes siguieron la escena con más desagrado que desconfianza por el ritual
del abrazo y los excesos de las joyas–. ¡Bien, todo está bien! –anunció Pavón a todos los presentes y apenas
terminó de decir esas palabras, el capitán del avión encendió la máquina; cuando echó a andar el segundo
motor, Pavón y Sánchez se propinaron una última palmada en el hombre.
Del grupo de la Federal de Seguridad, seis abordaron el avión y los demás subieron a cuatro sedanes Ford. Los
agentes de la Judicial Federal permanecieron en el aeropuerto en la búsqueda de los aviones de Félix Gallardo.
La sonrisa de Sánchez refulgió arriba de la escalinata más que todo el oro que ese hombre cargaba bajo el sol
del occidente mexicano.
***
Pavón se dirigió nuevamente al teléfono y se comunicó con un superior.
–Si quieres que aprehendamos al Cochiloco (Manuel Salcido, otro jefe del Cártel de Guadalajara) y a Caro
Quintero nos tienes que proporcionar fotografías y datos las personas. Acabamos de tener un enfrentamiento
con elementos de la Federal de Seguridad, Gobernación y Judicial del Estado –requirió Pavón ante personal
técnico del hangar a los que luego ordenó que se fueran.
En realidad sí existían fotografías. Alguien se preguntó quién era el agente Pedro Sánchez Hernández, hurgó
casi nada en los archivos de la Dirección Federal de Seguridad y encontró que formalmente ese nombre no
coincidía con la lista oficial de agentes. Lo mismo con el sujeto de apellido González o Gutiérrez.
No era difícil adivinar: el sonriente Pedro Sánchez no era otro que el (más) sonriente Rafael Caro Quintero.
¿Cómo explicó Pavón el garlito? Así se defendió el hombre de confianza del Procurador General de la
República:
“No tenía informes de que en ese avión viajara Rafael Caro Quintero y nunca lo ha visto, pues nunca nos
proporcionaron fotografía ni retrato hablado. Se identificaron como policías, se verificó el interior del avión y
los agentes de la DEA no nos hicieron saber que esa aeronave fuera propiedad de algún narcotraficante, ni que
ahí se encontraba Caro Quintero”.
El 11 de abril de 1985 el comandante Pavón fue consignado por el delito de cohecho por permitir la fuga de
Quintero a cambio de 60 millones de pesos.
El gobierno de Estados Unidos, aguijoneado al punto que el Presidente Ronald Reagan habló en un tono más
que agrio con el Presidente Miguel de la Madrid por el asesinato de Camarena, entendió el saludo de Caro antes
de cerrar la puerta del jet como un manotazo en la requemada nuca del Tío Sam.
II. Los infiltrados
Foto: Archivo de SinEmbargo
José Antonio Zorrilla Pérez nació el 15 de mayo de 1942 en Zimapán, Hidalgo, en ese tiempo un montón de
caseríos dispersos en el semi desierto mexicano que no superaba los 15 mil habitantes.
Quedó huérfano de padre a los cuatro o cinco años de edad. Comenzó a trabajar joven, hacia los 14 años, como
empleado de una juguetería. Fue mensajero, vendedor, ajustador de cuentas, líder juvenil de la Confederación
Nacional Campesina, sector agrario del PRI.
Estudió economía en la UNAM y, ya en reclusión, obtuvo el título de derecho, también por la Universidad
Nacional. Se casó a los 21 o 22 años de edad y tuvo tres hijas. Zorrilla vivía con su familia en la calle de
Teolongo, en la colonia Jardines del Pedregal. Llevado de la mano por su padrino político, Fernando Gutiérrez
Barrios, fundador del sistema de espionaje mexicano, Zorrilla alcanzó al comienzo de sus cuarenta la titularidad
de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política mexicana que mantuvo la prioritaria tarea para el
régimen priista de aplastar la guerrilla comunista de las décadas sesenta, setenta y ochenta y para esto había un
cuerpo especial.
La Brigada Especial de la DFS proporcionaba al gobierno estadounidense el invaluable servicio de perseguir la
disidencia comunista mexicana y, tal vez más importante que esto, seguir la pista de agentes cubanos y
soviéticos. La Brigada Especial o Blanca –para establecer un antagonismo con la Brigada Roja de la guerrilla–
existió como consecuencia de la Guerra Fría y el primer interés de Estados Unidos que su patio trasero se
mantuviera, al menos, blanco. Nunca rojo.
Las señales de la connivencia entre narcotraficantes y policías –o cada cual algo del otro en mayor o menor
medida– eran inocultables. Los propios agentes de la DEA desplegados en México y particularmente en
Guadalajara mantenían el reclamo a sus jefes apostados en la Ciudad de México de desatender el problema de
las complicidades a favor de la “relación especial” con México.
En Washington parecían preguntarse: ¿Qué importa si esos muchachos de piel oscura, bigotes ralos y revólver
pronto también rompen de vez en cuando la ley para ganarse algunos dólares? Venido abajo el Bloque
Socialista, son las drogas, sin duda, el primer argumento de intervención de América en Las Américas.
José Antonio Zorrilla Pérez dirigió la DFS entre el 16 de enero de 1982 y el 1 de marzo de 1985, según consta
en los archivos de la Secretaría de Gobernación. El período coincide con el de la consolidación del Cártel de
Guadalajara, en realidad un pacto de sinaloenses que migraron a Jalisco abrumados por la erradicación de
marihuana en la Sierra Madre Occidental promovida por Estados Unidos y efectuada por México. El lapso de
tiempo también incluye los asesinatos de Buendía y de Camarena y, a pesar que ambos casos se relacionan en
un mismo expediente, el gobierno estadunidense nunca insistió en el establecimiento de la conexión.
***
El policía. Foto: Archivo de SinEmbargo
Javier Ortiz García ingresó a la Dirección Federal de Seguridad en 1982. Al poco tiempo fue nombrado agente
efectivo con su sueldo respectivo. Se le comisión como trabajador en casa de la familia Zorrilla Pérez con
funciones equiparables a las de un valet.
Ortiz García observó el gusto de su jefe por los caballos y le comentó que él mismo sabía de su cuidado, así que
el director Federal de Seguridad encargó al joven policía que montara los caballos que él no cabalgara. Zorrilla
ocupaba de una a dos horas del día en el lienzo charro de la Ciudad de México o un club hípico en El Ajusco,
aparentemente propiedad del dueño de aceites Bardahl.
Esto permitió al caballerango conocer la agenda de su jefe, misma que detalló en 1988, en los meses previos a
que el mundo se le cayera encima a Zorrilla. Durante los días de poder, el funcionario despachaba temprano en
casa, antes de salir a montar. Ortiz declaró que uno de los más asiduos visitantes era el comandante Rafael Chao
López, coordinador de la DFS en Nuevo León y Tamaulipas.
Chao López, según Ortiz García, se apersonaba cada vez con un maletín lleno de dinero, producto, según otros
agentes, de la cuota cobrada por Chao López a los narcotraficantes y polleros por pasar drogas y migrantes a
Estados Unidos. Otros comandantes destacados en otras regiones del país también entregaban cuotas del mismo
modo.
El mismo Caro Quintero dio dinero en efectivo al funcionario. Y no sólo dinero.
“Rafael Caro Quintero montó en algunas ocasiones a caballo con el licenciado José Antonio Zorrilla Pérez (…)
Al parecer se le había proporcionado una credencial como miembro de la corporación (…) Caro Quintero le
regaló un Grand Marquis gris blindado y un caballo retinto que se llevó Zorrilla al Campo Militar Uno, donde
también en ocasiones acudía a montar”, detalló Ortiz García.
Todo el asunto de Zorrilla vendría a cuento, porque fue él quien urdió el asesinato de Manuel Buendía,
periodista que, según las investigaciones, estaba a punto de publicar una relación entre narcotraficantes y
políticos y en la lista de conexiones estaría de manera estelar la que existía en Zorrilla Pérez y Caro Quintero.
***
Habló Rafael Chao López, coordinador de Tamaulipas y Nuevo León:
“Por instrucciones del licenciado Zorrilla Pérez, formalmente reunía cada mes entre los comandantes
encargados de las plazas de Monterrey, Nuevo León, y Matamoros, Reynosa, Miguel Alemán y Laredo,
Tamaulipas de ocho a 10 millones de pesos (de 1982) en efectivo. Se los entregaba de propia mano en su
oportunidad su propio despacho de la DFS. Él sabía que el dinero provenía en su mayoría de narcóticos e
indocumentados.
“Hice alrededor de 12 entregas con el sistema y la cantidad mencionadas y de forma personal a Zorrilla Pérez.
Todo esto ocurrió durante 1982 y 1983, cuando fui comandante de la zona fronteriza de Tamaulipas y Nuevo
León”.
En los expedientes penales abiertos por el asesinato del periodista Manuel Buendía y de los negocios de drogas
de Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo, existe media docena de declaraciones de
agentes de la Federal de Seguridad sosteniendo lo mismo que Chao López: José Antonio Zorrilla Pérez recibía
profusamente en sus oficinas o en su casa de la Ciudad de México que debía estar apostado mil kilómetros al
norte. El relato es el mismo: Chao López entrando con un maletín y saliendo sin él. A nadie escandalizaba la
certeza de que el portafolio fuera repleto de billetes.
Chao López no tuvo mayor problema en decir que uno de sus Gran Marquis salió del bolsillo de Caro Quintero,
no directamente a su cochera, sino a la de otro comandante de la Dirección Federal de Seguridad, Miguel Ángel
Vielma, apostado en ese tiempo en Zacatecas, amigo cercano de Félix Gallardo y uno de los relacionistas del
cártel. Vielma presentó, por ejemplo, a Caro con Chao en el bar del Holliday Inn de Mazatlán.
Continuó Chao López:
“La marihuana que se producía y empaquetaba en el rancho del Búfalo era movida hacia Torreón y Tamaulipas.
Rafael Caro Quintero arregló con Zorrilla, a través de los comandantes regionales Rafael Aguilar Guajardo y
Daniel Acuña Figueroa este negocio en la cantidad de cinco millones de dólares.
“Zorrilla Pérez extendió diversas credenciales a periodistas, personalidades y narcotraficantes como son los
casos de Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Félix Gallardo. Considero que puede agregarse a esta lista a Rafael
Aguilar Guajardo –futuro cofundador del Cártel de Juárez–, porque a él siempre se le consideró narcotraficante,
lo que era conocido por el propio Zorrilla Pérez”.
Chao López volvió al asunto de las entregas de dinero. Aseguró que no sólo él daba en la mano maletines de
plata al jefe de la policía política, sino la mayoría de los comandantes regionales, Daniel Acuña Figueroa,
Aguilar Guajardo, Federico Castell y Tomás Morlett, este último cercano al general Arturo Acosta Chaparro,
otro perseguidor de comunistas y eventual aliado del Cártel de Juárez.
“Le entregaba a Zorrilla Pérez en forma mensual cantidades que fluctuaban entre ocho y 10 millones de pesos
de aquel tiempo, cuando un carro nuevo Grand Marquis, costaba 700 mil u 800 mil pesos”, explicó en la unidad
de medida en ese mundo.
La Secretaría de Gobernación a cargo de Manuel Bartlett –hoy senador por el Partido del Trabajo y operador del
izquierdista Andrés Manuel López Obrador– sugirió el extensivo uso de las charolas –las acreditaciones que no
eran otra cosa sino permisos oficiales para matar, robar, secuestras, traficar– para explicar la existencia de las
acreditaciones de la DFS en manos de los narcotraficantes. El 9 de abril, de ese año canceló todas las
credenciales de sus dependencias de investigación e información.
Pero no era sí. El fotógrafo de la Dirección Federal de Seguridad también fue llamado a comparecer:
“Yo fotografié a narcotraficantes para que se les otorgara su identificación de la DFS a quienes se les indicaba
que eran colaboradores, no agentes. De esto tenían conocimiento absoluto el jefe de personal y Zorrilla Pérez,
porque ellos eran quienes me ordenaban tomar las fotos”.
***
Óscar Salvador Contreras, también agente de la DFS coincidió con Chao López en que los responsables de
llevar dinero de los plantíos de marihuana y amapola a las instalaciones de la inteligencia mexicana eran Daniel
Acuña Figueroa, José Abizaid Gracias y Tomás Morlett Borges y Federico Castell del Oro.
“Las personas antes citadas entraban a la oficina del director con un portafolios y al salir ya no llevaban consigo
el maletín. Se sabía que los portafolios iban llenos de dinero e inclusive cuando llegaban dichos comandantes
las personas que estaban en el interior salían del lugar para que no hubiera nadie más en la reunión con Zorrilla
Pérez.
Los comandantes o coordinadores estatales con mayor poder eran Daniel Acuña y Rafael Chao López. Hasta el
jefe de la policía política les temía, aunque en ese momento esa parte de la maquinaria se aceitaba con dinero y
no con sangre.
Acuña obsequió un Grand Marquis gris blindado a Zorrilla que otro agente, Luis Héctor García Ruiz El Villano
recogió en el norte del país y luego condujo al Distrito Federal. Caro Quintero regaló otro al subdirector de la
DFS Ezequiel Vera.
Zorrilla Pérez recibió otro caballo educado a la escuela española, animal de raza lipizzana y domado en la
técnica tradicional española. Los caballos de estas características son símbolo de Viena, Austria.
Cuando el fuego alcanzaba a Zorrilla, su cuadra fue puesta a salvo por otro connotado y polémico funcionario
de la época. Lo dijo el agente Contreras:
“Los caballos fueron recogidos por un tráiler propiedad de Hank González y trasladados a un sitio que
desconozco, pero sé que es hijo de Hank”, dijo en referencia del patriarca del Grupo Atlacomulco, el mismo del
que desciende el Presidente Enrique Peña Nieto.
Foto: Archivo de SinEmbargo
III. Los periodistas
Manuel Buendía mantenía un cercano contacto informativo con Zorrilla, aunque su verdadera relación con esa
parte del poder era su amistad con Fernando Gutiérrez Barrios, uno de los mayores estrategas de la Guerra
Sucia. Nacido en Veracruz en 1927, Don Fernando es uno de esos políticos evocados con orgullo o lo contrario
como ejemplar del monopartidismo de la segunda mitad del siglo pasado, “un priista al que no le temblaba la
mano a la hora de gobernar”.
La columna de Buendía, aparecida en el diario Excélsior, remitía desde su nombre a un estilo aún más
generalizado de la década de los ochenta de hacer periodismo, basado en las filtraciones. El espacio informativo
se llamaba Red Privada, alusión al sistema de comunicación interna de los altos funcionarios mexicanos en
cuyas oficinas se instalaba –y aún se hace– un teléfono rojo para la conversación directa y privada.
Manuel Buendía (Tabasco, 1926) habitó su tiempo. Su asistente, presentado con la pompa de la alta burocracia
como su secretario particular, cobraba su sueldo en el Instituto Mexicano del Seguro Social, de donde se le
comisionaba, expresamente, a atender las necesidades del periodista. De Buendía se ha insistido que lo
asesinaron por la espalda, pues si su ejecutor lo hubiese abordado de frente, se habría encontrado con un hábil
tirador.
Esto es cierto.
Buendía practicaba con frecuencia, hasta dos veces por semana, en el stand de tiro de la Dirección Federal de
Seguridad. Su compañero habitual de prácticas era el jefe del aparato de espionaje y eventual asesino
intelectual, José Antonio Zorrilla Pérez, quien, dicho por el propio ex jefe de la policía política, proporcionó al
periodista un gafete de la Federal de Seguridad.
***
En 1984, Buendía mostró un creciente interés en las relaciones entre la política y el narcotráfico. En las
reuniones con sus colegas, incluidos Iván Restrepo, Carlos Monsiváis, Héctor Aguilar Camín, Fernando Benítez
y Virgilio Caballero, entre otros, colocaba el tema sobre la mesa.
¿Existen indicios de que Buendía Tellezgirón llevara a la prensa su inquietud por esos nexos?
La investigación sobre su muerte, consideró dos artículos aparecidos los días 4 y 14 del mismo mes del
asesinato en su columna Red Privada de Excélsior. Se reproducen ambas editoriales no sólo por su valor con
respecto al caso o al contexto del crimen organizado de hace tres décadas, sino por su vigencia.
Se lee en el primero:
“Nueve obispos del Pacífico Sur –regiones de Oaxaca y Chiapas– se han unido para hacer una denuncia que el
gobierno tal vez no debiera dejar sin respuesta. No es usual que estos nueve coincidan en la firma de un mismo
texto, porque en el grupo hay por lo menos dos notables protagonistas, al lado de rancios conservadores.
“Así pues, la unidad tiene en este caso un especial valor que debiera alertar a los políticos. Los obispos exponen
una gravísima situación en esta región del país a causa del narcotráfico. Una carta pastoral firmada el 19 de
marzo –y que está siendo distribuida profusamente– no coincide con los tranquilizantes informes del Procurador
General de la República, respecto al éxito de las campañas contra los estupefacientes. A una sociedad nacional,
profundamente alarmada, interesaría aclarar si alguien está metido. He aquí algunos párrafos del documento que
suscriben los nueve obispos:
“En nuestro papel de agentes de pastores que tienen acceso a los lugares más apartados de la región y que, sobre
todo, tienen acceso al corazón de nuestros pueblos, hemos escuchado el clamor angustioso que se levanta desde
las comunidades que están sufriendo los hechos de violencia ocasionados por los estupefacientes. Con base en
este clamor, tan extendido, prevemos y tenemos, no sin razón un deterioro mayor y más generalizado de la
situación social de las personas y comunidades de nuestra región por causa de las drogas.
“No es nuestra intención hacer una denuncia amarillista de los hechos y de las personas involucradas para que
luego se suscite una cacería de brujas, en la que se aprovecha la oportunidad para descabezar movimientos
populares dando rienda suelta a rencores personales o a venganzas de unos grupos contra otros. Y que al final
de cuenta no remedian nada, sino, más aún, dejan al pueblo sumido en el trauma más espantoso de su vida a
causa de la violencia irracional que todo esto provoca (…)
“Por la falta de fertilizantes y maquinaria para hacer producir mejor la tierra y por la extrema pobreza de
indígenas y campesinos, muchos han caído en manos de mafias, nacionales y extranjeras, que los convencen
para sembrar marihuana, quitando espacio a la agricultura (…)
“Hoy las cosas son aún más graves (…) La siembra de marihuana se ha incrementado en los últimos años.
Áreas cada vez más amplias de tierra se han ido incorporando al cultivo de esta hierba; no sólo de zonas
apartadas e inhóspitas, sino de incluso de lugares muy accesibles. Desafortunadamente la mayoría de ellas son
de comunidades indígenas. No podemos dejar de afirmarlo: hay un porcentaje cada vez mayor de tierras
laborables de nuestros dos estados, Oaxaca y Chiapas, que están siendo ocupados para la siembra de
estupefacientes.
“Existe una red perfectamente organizada para proporcionar semilla, el crédito, los fertilizantes y demás
insumos; para supervisar técnicamente el tiempo de siembras, de barbecho y de cosechas, e incluso para atacar
posibles plagas; para recoger el producto, empacarlo y almacenarlo. Existe también un bien equipado sistema de
transportación de hierba que cuenta con camionetas, tráileres y hasta pistas clandestinas donde bajan avionetas
particulares. Todo lo cual le da ante los campesinos indígenas una apariencia de bondad y legalidad.
“Las mafias que controlan el tráfico de la droga están perfectamente organizadas, a nivel nacional e
internacional, para asegurar sus fines. Y no se tientan el corazón para engañar, sobornar, amenazar y matar si
sus intereses así lo requieren. La siembra de marihuana y de la amapola en nuestra región no se puede explicar
si no se toma en cuenta el enrome poder que tienen estas mafias nacionales e internacionales, que pueden poner
bajo su dominio, casi absoluto, a grandes zonas de nuestra región.
“Pero tampoco se puede explicar el poder tan grande que tienen las mafias en nuestra región y la impunidad y
descaro con que actúan despreciando las leyes nacionales si no se supone que existe en este negocio
complicidad, directa o indirecta, de altos funcionarios públicos a nivel estatal y federal (…)”.
Esta es la segunda colaboración de Buendía aludida líneas atrás:
“El procurador General de la República y el Secretario de la Defensa no deberían ignorar por más tiempo la
advertencia que hicieron desde marzo los nueve obispos del Pacífico Sur, respecto al significado político que
puede tener el incremento del narcotráfico en nuestro país, específicamente en los estados de Oaxaca y Chiapas.
Tal como lo plantean –y se desprende también de otras informaciones– este asunto involucra la seguridad
nacional.
“Estos nueve dirigentes eclesiásticos coinciden con lo que saben otros observadores. Dicen que en este sucio
negocio ‘existe complicidad directa o indirecta de altos funcionarios públicos a nivel estatal y federal…’. La
lista de estos países en donde los narcotraficantes han tenido “decisiva influencia política” incluyen no sólo a
Italia, sino a otros cercanos a nosotros geográficamente y ligados por una complicada urdimbre de relaciones.
Bolivia y Colombia son dos de estos países… nadie ignora como en esos dos países los estupefacientes y la
política han ido muchas veces de la mano. Pero es en Estados Unidos donde se da el fenómeno no sólo para su
propia sociedad, sino para los países del continente, especialmente México.
“El contubernio de políticos y miembros del crimen organizado –que incluye el comercio clandestino de
enervantes– es cosa vieja en el esquema norteamericano y un pilar para la ampliación constante del mercado,
que estimula en otros territorios, como el nuestro, la producción.
“La denuncia de los nueve obispos no parece exagerada al decir que existe para México el peligro de la
interferencia extranjera en nuestros ‘asuntos patrios’ por la vía de las mafias internacionales. Más bien se
quedaron cortos. Ellos debieron haber señalado que en México ya se dio el caso de que ciertos hechos políticos,
en el pasado inmediato, fueran marcados por la influencia de un notorio traficante de narcóticos.
“La corrupción es un fenómeno esencialmente político, fue incrementando durante el sexenio pasado, en una
medida en realidad incontrastable, por los intereses de ese narcotraficante que ejerció su actividad casi a la luz
pública. Pero con DURAZO [mayúsculas de Buendía] o no, la mafia internacional del narcotráfico ha
incrementado evidentemente sus actividades en México, de 1982 a la fecha, y esto como señalan nueve obispos
no se puede lograr sin complicidades internas”.
***
A fines de febrero o principios de marzo de 1984, Buendía requirió a su auxiliar la colocación de un aparato de
grabación de una llamada telefónica que tendría con Zorrilla Pérez. Fue una conversación acalorada.
Discutieron sobre algún asunto que involucraba inmigrantes cubanos y algo más que el secretario del periodista
no logró escuchar.
Lo cierto es que la relación entre Buendía y Zorrilla se cuarteaba.
El 7 de febrero de 1990, María Dolores Ávalos Viuda de Buendía atravesó una declaración más ante el juez. La
mujer dio detalles del estado de la relación entre Buendía y Zorrilla Pérez, el hombre que la abrazara ante el
cadáver de su marido asesinado.
Preguntaba el fiscal:
–Que nos diga la testigo si recuerda cuándo fue la última vez que José Antonio Zorrilla Pérez llamó al domicilio
particular de Manuel Buendía en vida este último.
–Más o menos unos 15 días antes, en la madrugada que fue antes de su asesinato.
–Que nos diga la testigo si se percató de la hora aproximada que hizo la llamada telefónica José Antonio
Zorrilla Pérez y que dice fue 15 días antes de su asesinato.
–Más o menos a las cuatro y cinco de la mañana.
–Que nos diga la testigo si se enteró del contenido de la llamada a que se ha referido a las dos preguntas
anteriores.
–Más o menos.
–Que nos diga la testigo en qué consiste más o menos.
–De lo que se puede enterar una sola persona por la otra que está en una línea que no se oye, oídas las palabras
de Manuel que le dirigió al señor Zorrilla, si repite todo lo que él dijo fue: ‘¡Retírate!… ¿Qué estás haciendo?…
¡Vete!… ¡Sal del país, estoy enterado de muchas cosas, vete!
“Manuel estaba muy molesto”, continuó la viuda, “dijo palabras altisonantes y colgó la bocina. Le pregunté de
qué se trataba. Él dijo que era el señor Zorrilla el que hablaba, que estaba en bastantes dificultades y estaba
involucrado con el narcotráfico”.
Estaba a días de su muerte. Fue asesinado el 30 de mayo de 1984 a las afueras de sus oficinas, en la avenida
Insurgentes casi esquina con Reforma.
El joven asesino calzaba tenis, vestía pantalón de mezclilla, playera y gorra: el uniforme de un espía mexicano
de la época cuando actuaba como asesino. Cuando la ejecución estaba prevista en el Distrito Federal solían traer
al policía de algún estado. Lo acondicionaban, enseñaban a tirar a la perfección en las condiciones previstas de
la ejecución y estudiaban sus reacciones ante diferentes eventualidades. El proceso era conocido por Esqueda,
un viejo amigo y enemigo reciente de José Antonio Zorrilla Pérez.
Según los resultados de la investigación, le disparó Juan Rafael Moro Ávila por órdenes directas de José
Antonio Zorrilla Pérez y acuerdo con el jefe de la Brigada Especial, Juventino Prado.
Minutos después del homicidio, la mujer de Buendía se arrodilló ante el cadáver del periodista.
–¡Manuel! ¿Ya ves? ¡Te dije que te iban a matar y ya te mataron!
Visiblemente consternado, Zorrilla tomó de los brazos a la mujer y la atrajo para abrazarla.
***
No fue la única actuación de Zorrilla Pérez. Al año siguiente fingió absoluta consternación por la muerte de un
amigo de la juventud, José Luis Esqueda, también funcionario de gobierno y quien había tenido paso por la
Dirección Federal de Seguridad.
Esqueda fungió como Coordinador para los Estados y Municipios de la Secretaría de Gobernación. En un viaje
que realizó en 1984 a Guadalajara, encontró que la ciudad estaba tomada por el Cártel de los sinaloenses y que
poco salía de su propiedad. Ciertamente no las policías municipales, estatales y los destacamentos de las
agencias federales, incluida la dirigida por su amigo Zorrilla Pérez.
Esqueda adquirió una actitud de decepción y confrontó a Zorrilla Pérez.
–¡Te voy a partir tu madre!– reviró Zorrilla mientras le apuntó con una pistola debajo de la mesa de un
restaurante.
–Pues me tendrás que mandar a matar, porque tú no tienes los huevos para hacerlo y partirte la madre conmigo–
repuso Esqueda.
En adelante, Zorrilla comisión a sus agentes para seguir e intimidar a su viejo amigo y Esqueda comenzó a
acumular información sobre el director de la Federal de Seguridad y pronto integró un grueso expediente.
Esqueda también conocía a Buendía y, según amigos, una amante y la esposa de Esqueda, entregó los papeles al
autor de Red Privada. Pero antes –y en esto coinciden los testimonios– los colocó en el escritorio de “la
superioridad”, título con que los trabajadores de la Secretaría de Gobernación se referían al secretario, a Manuel
Bartlett.
José Luis Esqueda Gutiérrez murió asesinado el 16 de febrero de 1985, nueve días después que Camarena lo
cual no fue asunto de interés de la DEA ni del FBI, aun cuando al poco tiempo de la muerte de Kiki quedó clara
la responsabilidad, al menos material, de efectivos de la Dirección Federal de Seguridad en la ejecución de su
agente.
No está clara la existencia de la lista o que esta se haya producido como consecuencia de las investigaciones
surgidas tras los asesinatos de Buendía, Camarena y Esqueda, relacionados entre sí por haber sido efectuados
por agentes de la Federal de Seguridad.
***
La investigación de los asesinatos de Buendía y Esqueda correspondió a la Procuraduría de Justicia del Distrito
Federal al tratarse de un homicidio pretendidamente cometido por la delincuencia común.
De manera resumida, la escena política en el Distrito Federal tenía en el protagónico a Ramón Aguirre
Velázquez, jefe del entonces Departamento del Distrito Federal entre 1982 y 1988.
Antes fue secretario de Programación y Presupuesto, cartera en que sucedió a Miguel de la Madrid y sucedió a
Carlos Salinas de Gortari, ambos presidentes de la República, así que Aguirre Velázquez tenía alguna
relevancia nacional. En la regencia capitalina le tocó llevar en la capital mexicana la pretendida renovación
moral convocada por De la Madrid luego del pronunciado deterioro institucional ocasionado por la corrupción
ocurrida durante las administraciones de Luis Echeverría y José López Portillo.
Los resultados de esa campaña llevaron a calificarla como simulación, mientras que en el recuerdo de la ciudad
Aguirre Velázquez aparece como un alcohólico incapaz de reaccionar tras los sismos de 1985 lo que significó el
comienzo del fin del PRI en el Distrito Federal.
De regreso al asesinato de Buendía, la hipótesis más atendida al inicio del caso consideró la responsabilidad de
un empresario alemán asentado en Durango a quien el periodista mostrara en su columna de Excélsior como un
contrabandista internacional de armas con pasado nazi. La información proporcionada por la propia Federal de
Seguridad llevó a la deportación de ese hombre quien, por cierto, sí perteneció a la SS.
Las declaraciones sobre las conexiones de ese hombre con otros nazis refugiados en América Latina componen
otra historia documentada qué contar.
Las pesquisas de la procuraduría dieron algunos tumbos alrededor de los amoríos de Buendía, la irritación de la
Iglesia más conservadora cuyas incongruencias eran tema recurrente y los grupos estudiantiles reaccionarios de
Guadalajara, otro tema común en Red Privada.
Las acusaciones contra el alemán no prosperaron y el tema fue llevado al refrigerador hasta el siguiente sexenio.
***
El intento de salida para Zorrilla fue su postulación para una diputación federal por el PRI. Renunció al cargo de
director de la DFS el 1 de marzo de 1985, pero aún en los años del descaro era demasiado costoso mantenerlo
políticamente vivo y se vio forzado a declinar sus aspiraciones políticas –y de fuero– el 24 de mayo de ese
mismo año.
Para dejar bien claro que el partido y el gobierno eran una misma entidad, la Secretaría de Gobernación explicó
la situación:
“El Partido Revolucionario Institucional informó que en razón de que con posterioridad a su postulación han
sido discutidos por la opinión pública hechos relacionados con su función anterior, sin prejuzgar dichos hechos,
procedió a aceptar su renuncia a la candidatura ya mencionada.
“Aún sin existir pruebas o elementos fundados para presumir la responsabilidad penal del ex director, los
hechos arriba referidos acreditan que le es imputable ineficiencia administrativa habida cuenta de que ejerció un
deficiente control sobre la acción de los comandantes y los agentes a que se ha hecho referencia y que permitió
el ingreso de agentes que no reunían los requisitos básicos para hacerse cargo del servicio de las funciones que
le corresponden”.
Lo que luego ocurrió fue la desaparición de Zorrilla Pérez durante casi cuatro años. La administración federal
de Carlos Salinas de Gortari y la del Distrito Federal de Manuel Camacho Solís reabrieron el expediente e
imputaron a Zorrilla Pérez, procesado en los juzgados Cuarto y Trigésimo Cuarto.
IV. Más crímenes que castigo
Si se quiere ver cómo agentes de la Dirección Federal de Seguridad vivían por encima de cualquier sueldo
obtenido con honestidad y cómo los usos y costumbres de narcos y policías eran la misma cosa en la década de
los ochenta, sólo falta ver la descripción de los objetos que llevaban consigo algunos de los cómplices del
crimen de Buendía cuando ingresaron a prisión:
*Juventino Prado Hurtado, el jefe de la Brigada Especial de la Dirección Federal de Seguridad. Tenía 37 años
en 1989, casado, michoacano, con sólo la secundaria concluida. Vivía en la colonia Clavería, una de las pocas
zonas consideradas de clase media alta de la delegación Azcapotzalco del DF. Llevaba un Reloj Rolex Oyster
Perpetual modelo GM Master automático y una cartera rota de piel café con 1 millón 272 mil pesos.
*Raúl Pérez Carmona, comandante adscrito a la Brigada Especial. En 1989 tenía 45 años de edad y estaba
casado. Es originario del Distrito Federal, con escolaridad el primer año de preparatoria. Vivía en la calle
Paseos de Taxqueña y en 1989 era subdirector operativo de la Secretaría de Protección y Vialidad del
Departamento del Distrito Federal. Reloj Rolex Oyster Perpetual modelo GM Master automático, con carátula
negra y caja y pulsera de acero y oro de 14 quilates.
*Sofía Naya Suárez, agente de la Brigada. Fue detenida mientras usaba un reloj para dama marca Rolex Cellini
con carátula negra, números romanos, caja de oro de 18 quilates y pulsera de piel. Una gargantilla planchada de
oro de 14 quilates, un anillo con un brillante corte limpio blanco, tres argollas unidas de oro combinado,
pulserita trenzada combinada de oro, anteojos de sol italianos y 53 mil 400 pesos.
***
El 31 de agosto de 1989, el juez llamó a Caro Quintero para que testificara. Con el cabello alborotado, los ojos
achinados y el bigote orgulloso, pero extraño sin llevar a la vista un solo gramo de oro, el narcotraficante se
paseó por el cubo de la rejilla de prácticas. A su lado, José Antonio Zorrilla Pérez lucía más frío.
Con tono plano, la secretaria del juzgado exhortó a Caro Quintero para que se condujera con la verdad. A lado
de la funcionaria judicial, el fiscal y el abogado del ex director Federal de Seguridad miraron al hombre
acercarse a los barrotes. La mujer le recordó que debía responder a los cuestionamientos. El sinaloense se
aseguró que lo escuchara.
–Yo ya estoy sentenciado, no quiero declarar– e incrementó el volumen de su voz– ¡Y chinguen a su madre!
Zorrilla Pérez se le acercó y le pidió hablar. Le propuso que sólo respondiera las preguntas de su defensor. Así
hizo el narcotraficante y, fundamentalmente, afirmó conocer al ex funcionario hasta el momento en que se
encontraron presos los dos en el Reclusorio Norte.
Al juez no gustó la invitación que le hizo el contrabandista y empleó el momento como un elemento probatorio
por sí mismo en términos de que, si Caro era renuente con la autoridad y condescendiente con el acusado,
existía relación anterior entre los dos –oficialmente– criminales.
El juzgador concluyó respecto de las complicidades de Zorrilla:
“Teniendo el carácter de servidor público y aprovechando su cargo permitió en el año de 1984 la siembra,
cultivo, cosecha, almacenamiento y transportación de marihuana en el rancho El Búfalo que se ubica en el
estado de Chihuahua, además extendió credenciales de una dependencia gubernamental a personas ajenas a la
misma, dedicadas al narcotráfico recibiendo por ello grandes cantidades de dinero (…)”.
“José Zorrilla Pérez se encontraba relacionado ilícitamente con narcotraficantes a quienes les había expedido
credenciales de la DFS para realizar actividades ilícitas, circunstancia que fue descubierta por el periodista
Manuel Buendía Tellezgirón (…) Concibe la idea de privar de la vida a Manuel Buendía Tellezgirón en razón
de que este había descubierto las actividades delictivas en las cuales estaba implicado”.
Recibió una sentencia de 29 años, cuatro meses y 15 días únicamente por el asesinato de Buendía que cumplirá
el próximo año, aunque podría dejar la prisión en cualquier momento al mantener su reclamo de libertad
anticipada y objetar sus padecimientos de salud al encierro.
***
¿Qué hay en la mente de un hombre que entrega su nación al narcotráfico?
Durante su encarcelamiento, el ex jefe de la policía política resolvió en distintas ocasiones los test psicológicos
de las prisiones capitalinas por las que transitó: los Reclusorios Norte y Oriente y la Penitenciaría del Distrito
Federal.
Los psicólogos que estudiaron a Zorrilla concluyeron tras analizar sus dibujos de casas y personas, de revisar las
frases con que proponía concluir ideas incompletas, de calcular sus tendencias psicopáticas, esquizoides o
histéricas:
“Estructuró una personalidad egocéntrica, lábil y manipuladora, fantaseando con gran cantidad de metas y gran
ambición para alcanzarlas (…) Busca reconocimiento y aceptación social, utiliza el mecanismo de defensa de la
fantasía para compensar modificando su relación con las figuras que le representan autoridad, logrando acatar
las normas y reglas establecidas.
“Sujeto egocéntrico, con rasgos narcisistas, sus relaciones interpersonales se caracterizan por ser de tipo
utilitario ya que busca sacar provecho de los demás aunado a que busca reconocimiento social.
“Desvirtuada introyección de normas y valores sociales, oportunista, bajo control de impulsos aunado a su
entorno laboral lo llevan a la comisión del delito. Niega su comisión”.
Zorrilla Pérez se ve más viejo de lo que es.
Ya compurgó las sentencias por los delitos de ejercicio indebido del servicio público, portación de arma de
fuego de uso exclusivo para las Fuerzas Armas y en cualquier momento quedará en libertad por el asesinato de
Buendía, único por el que se le condenó.
Es decir, el sistema de justicia mexicano lo sentenció por cometer un asesinato cometido para proteger una red
del narcotráfico, pero se negó a responsabilizarlo como un narcotraficante. No uno cualquiera, sino un
cofundador del Narcoestado Mexicano.
***
Los muertos y desaparecidos dejados por la Guerra Sucia en México es aún incierto. A pesar de los dos
sexenios de alternancia política, el priismo logró frenar cualquier llamado a cuentas al ex presidente Luis
Echeverría y a realizar un exhaustivo ejercicio de revisión histórica.
La Organización de las Naciones Unidas ha recibido 374 denuncias relacionadas con crímenes de Estado
ocurridos entre 1960 y 1980. El Comité Eureka concentra 557 expedientes de personas desaparecidas entre
1969 y 2001, de las cuales más de 530 corresponden a personas desaparecidas hasta la década de 1980.
A la vez que la Dirección Federal de Seguridad y, más específicamente, su Brigada Especial perseguían,
secuestraban, torturaban, asesinaban y desaparecían disidentes, prohijaba el establecimiento de las estructuras
del narcotráfico que se consolidaron en los actuales cárteles. Aviones para volar kilos de cocaína a Estados
Unidos, aviones para desaparecer personas en el mar.
Las alianzas de esos entre la Policía Política y el narcotráfico, en ese tiempo subordinado, sembraron el presente
del poder fáctico del crimen organizado.
Los muertos y desaparecidos ya no son asunto de cientos, sino de decenas de miles.
Todo esto en los años en que nada existía bajo el sol sin el conocimiento del Presidente de la República.
Manuel Bartlett, el secretario de gobernación en el sexenio de 1982 a 1988, egresó de la Facultad de Derecho de
la UNAM. En su examen profesional realizó la tesis “La obligación del Estado de reparar los daños que cause”.
Bartlett recibió una mención honorífica.
Tras la fundición del Cártel de Guadalajara, Juan José Esparragoza Moreno El Azul, uno de los barones de las
drogas con menor jerarquía que Caro, Fonseca y Félix Gallardo, pero con una habilidad negociadora que
recuerda a los hombres de paz en El Padrino de Mario Puzzo, convocó a los sobrevivientes antes de que cada
uno debiera cumplir con su obligatorio paso por la prisión, él incluido.
Los narcos se convencieron de que todos cabían –luego se darían cuenta y de lo peor forma que no era sí–.
Dueños de las almas de los agentes de la Dirección Federal de Seguridad que migraron a la Policía Judicial
Federal, convinieron la constitución de cuatro cárteles: Tijuana, para los hermanos Arellano Félix, sobrinos de
Miguel Ángel Félix Gallardo, y Jesús Labra; Sinaloa, encabezado por Joaquín El Chapo Guzmán; Juárez, para
Amado Carrillo Fuentes El Señor de los Cielos, y del Golfo, en manos de Juan García Ábrego con el respaldo
de Rafael Chao López.
La República de las Drogas estaba fundada. *
Mañana: ¿Qué pasa por la mente de El Azul, el capo negociador?
Fuentes:
*Causa penal 104/89 y acumulada 101/89 instruidas contra José Antonio Zorrilla Pérez, Juventino Prado
Hurtado, Raúl Pérez Carmona, Juan Rafael Moro Ávila y Sofía Naya Suárez por el asesinato de Manuel
Buendía Tellezgirón.
*Causa penal número 28/85 y su acumulada 229/85, acumuladas asimismo en las causas 190/84 y 191/84
instruida en contra de Rafael Caro Quintero y Ernesto Rafael Fonseca Carrillo y otros por los delitos contra la
salud en sus modalidades de siembra, cultivo, cosecha, transportación y venta de marihuana.
*Sentencia del Juez Primero de Distrito en Materia Penal son sede en Jalisco en el expediente 117/85 instruido
contra Armando Pavón Reyes.
*Causa 111/89 instruida en el Juzgado Cuarto Penal en el DF por el delito de homicidio en contra de Zorrilla
Pérez y Alberto Guadalupe Estrella Barrera
*Acta de la Policía Judicial de 3 de julio de 1989 glosada a la averiguación previa 2767/D/89 que dio origen a
la causa penal 137/89 del Juzgado Tercero de Distrito en materia penal en el DF
*Boletín informativo de la Secretaría de Gobernación de 3 de junio de 1985.
*Estudios de personalidad hechos a José Antonio Zorrilla Pérez entre 1989 y 2009 en las cárceles de la Ciudad
de México.
EN LA CABEZA DE JUAN JOSÉ
ESPARRAGOZA, “ELAZUL”
Por: Humberto Padgett - septiembre 3 de 2013 - 0:00
INVESTIGACIONES, Investigaciones especiales, México, TIEMPO REAL, Último minuto - 9 comentarios
Ciudad de México, 3 de septiembre (SinEmbargo).– Todos sucumben. Muchos se van extraditados a Estados
Unidos, donde el sueño de gobernar las cárceles queda supuestamente sepultado, al menos para los grandes
capos mexicanos, quienes deben ceder ese asiento a las pandillas que les distribuyeran en las prisiones o las
calles las drogas ilícitas que los llevaron ahí.
Algunos mueren atravesados por las balas de sus socios. Otros por el fuego del Ejército o la Marina. Durante el
pasado y presente sexenio no ha habido un solo cártel que pierda una de sus cabezas al fuego del gobierno
federal, aunque –y ahí están las listas de los muertos, los detenidos y los vivos– el menos tocado es el Cártel de
Sinaloa, la última casa de Esparragoza Moreno.
Todos menos uno: Juan José Esparragoza, El Azul, el mítico hombre que se ha colocado por encima de todos los
cárteles y sigue vivo y libre tras casi 50 años dentro de un negocio donde la veteranía es la excepción. En
perspectiva: cuando Esparragoza libraba tiros, organizaba cumbres y compraba policías –no tanto personas sino
corporaciones enteras– ninguno de los cuatro líderes que han dirigido a Los Zetas había nacido y ya dos están
muertos y uno preso.
Sin El Azul no podría entenderse la presente República de las Drogas.
En la cabeza de El Azul
El 6 de febrero de 1985, un grupo de agentes y ex agentes de la DFS pagados por Don Neto Fonseca se
reunieron en su casa. Al día siguiente, a las siete de la mañana, el veterano narcotraficante les ordenó ir al
domicilio de Rafael Caro Quintero El Narco de Narcos.
Se concentraron ahí en espera de órdenes. Antes del mediodía, un grupo salió al consulado estadounidense en
Guadalajara.
Horas después volvieron Fonseca y el resto del grupo con un hombre al que cubrieron la cabeza con un saco.
Fue conducido a una de las recámaras de la casa y los capos se encerraron en la habitación de Caro. Sergio
Espino Verdín recibió la orden de cuidar la entrada de la habitación donde estaba retenido el agente
estadounidense. Minutos más tarde regresó Samuel Ramírez Razo Samy a interrogar a Camarena. El asunto
giraba alrededor de la investigación llevada por la DEA y las autoridades mexicanas sobre el tráfico de drogas.
El pago por el secuestro fue de 50 mil pesos a cada uno de los cuatro agentes del servicio secreto mexicano
participantes.
Introdujeron a Fonseca en una de las recámaras de la casa, a donde entraron Caro Quintero y Fonseca Carrillo.
Samuel Ramírez Razo El Samy estuvo a cargo del interrogatorio.
La tortura fue brutal. La ejercían hombres entrenados para evitar la investigación y obtener los datos mediante
la fuerza: eran agentes de la Dirección Federal de Seguridad, la misma agencia de espionaje mexicana que
desde su más alta dirección protegía a los secuestradores de Kiki Camarena.
–¿Cómo se llama, hijo de su pinche madre? –repetía El Samy la pregunta con cierta frecuencia.
–Enrique Camarena Salazar.
–¿Sobre de quién andan, pinches culeros? ¿Quiénes están en la lista?
Los detalles serían dados al juez por Sergio Espino Verdín, ex miembro de la Dirección de Investigaciones
Políticas y Sociales, otro aparato de espionaje político del gobierno mexicano de los ochentas.
Espino Verdín llegó ahí mediante el fichaje mediado por Jorge Salazar Ortega y Javier Barba Hernández,
abogados de Caro Quintero y Fonseca Carrillo, responsable de su sueldo. Amistó suficiente con Don Neto como
para que el capo, en el velorio de un hermano que le mataron, le entregara al ex espía 500 mil pesos de la época
para repartirlos entre la tropa.
Ramírez Razo y Tejeda Jaramillo proporcionaron el resto de los detalles de ese día:
“Lo tenían en una recámara donde era golpeado por Carlos Martínez y Refugio Cuquillo. El primero lo
amordazó, le introdujo unos pedazos de trapo en la boca y le puso tela adhesiva alrededor de la boca y la nariz.
Debió morir pronto”, dijo el último.
Fonseca tuvo un mal presentimiento, como si la casa se llenara de pájaros negros.
–Compadre, necesitamos soltar al gringo –dijo Don Neto a su joven e impetuoso socio Caro Quintero.
–No puedo, compadre, porque ya lo madrearon y se está muriendo.
Ya era 7 de febrero de 1985, día en que la historia del crimen organizado cambió para siempre y, a entender por
el momento actual, también del país por completo.
Metieron a Camarena en la cajuela de un automóvil. Seminconsciente, le golpearon varias veces la cabeza con
una llave de tuercas. Ahí mismo introdujeron a Alfredo Zavala, el piloto mexicano que dio las coordenadas del
rancho El Búfalo, el mayor sembradío de marihuana de la historia y cuya pérdida enfureció a Caro al grado de
cometer el error de asesinar a un policía con pasaporte estadounidense.
Llevaron el auto a un rancho en Michoacán y lo encerraron con los cadáveres dentro en el interior un garaje que
luego tapiaron
Antes de esto. Cuando Samy abandonó el cuarto de tortura, se dirigió con la respiración entrecortada, no de
angustia sino de fatiga. Dijo a sus jefes: “El detenido manifestó que Miguel Ángel Félix Gallardo, Fonseca,
Caro Quintero, Manuel Salcido El Cochiloco y Juan José Esparragoza Moreno El Azul eran este orden las
principales personas que se dedicaban al narcotráfico nacional e internacional”.
***
Los cárteles mexicanos, a semejanza de los colombianos, conciliaron intereses comunes de narcotraficantes
identificados por razones de región o parentesco. Antes de estas agrupaciones en México, existían bandas con
mayor o menor organización fundamentalmente dedicadas al cultivo y exportación de marihuana y amapola. El
clan de Los herrera, por ejemplo, gobernó en el crimen y la ley durante años en Durango, donde alrededor de 2
mil familiares se imbricaron en el contrabando, gobiernos municipales, jefaturas policíacas.
Al otro lado de la montaña, en Sinaloa, surgieron figuras como Pedro Avilés Pérez El León de la Sierra, quien
exploró de manera anticipada, en la primera década de los setenta, con Javier Sicilia Falcón, un cubano-
americano nacionalizado mexicano, las primeras rutas occidentales del tráfico de cocaína. Avilés fue asesinado
y Sicilia preso.
Más del primero que del segundo descienden directamente Miguel Ángel Félix Gallardo El Padrino, Ernesto
Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero, Manuel Salcido El Cochiloco, Amado Carrillo Fuentes El Señor de los
Cielos y Juan José Esparragoza Moreno El Azul.
Todos murieron de bala o están presos, excepto Caro Quintero, quien apenas dejó la cárcel de Puente Grande
luego de 28 años de encierro y El Azul Esparragoza.
Para colocar a las personas en contexto, en las miles de páginas contenidas en los expedientes judiciales
obtenidos por SinEmbargo sobre el estado del narcotráfico mexicano durante la década de los setenta y
ochenta, el nombre de Joaquín El Chapo Guzmán, hoy el primer narcotráfico del mundo según en el gobierno
de Estados Unidos, no aparece sino hasta después del asesinato de Camarena. Lo mismo ocurre con Ismael El
Mayo Zambada. Sólo tenía relevancia Esparragoza Moreno.
La dirigencia actual de Sinaloa, el más próspero vendedor de drogas en el mundo es un triunvirato compuesto
por El Chapo, El Mayo y El Azul, hombres con diferencias de edades de entre dos y seis años.
¿Por qué? ¿Existe algo especial en Juan José Esparragoza Moreno?
Parte de la respuesta está en el expediente integrado por el área técnica de la Penitenciaría del Distrito Federal.
SinEmbargo posee copia completa del documento, un informe confidencial con todas las evaluaciones
psicológicas, sociales, criminológicas y laborales hechas al capo durante los últimos siete años que ha estado en
prisión.
Ahí están los cuestionarios en que El Azul se describía “travieso” de niño y temeroso de no hacer de sus hijos
hombres de “vien”. O está el dibujo de un hombre con brazos enormes y deformes y trazo tembloroso, al que
inventó una historia con su letra manuscrita y poco practicada: “Esta figura es de un señor que fue quemado un
Sábado de Gloria por perverso”.
Es la historia de un hombre de 1.77 metros y atlético en su juventud. Del hijo adorado de un ganadero. De un
hombre tan moreno al que sólo le podían apodar El Azul. Que en los años 70 se integró como uno de los agentes
de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política que, a la vez, era una especie de dependencia
controladora de la gran banda de narcotraficantes liderados entonces por Miguel Ángel Félix Gallardo, quien
reconoció el talento de un joven Esparragoza y lo eligió como su lugarteniente.
No fue su único maestro. El Azul estuvo bajo la tutela de Juan José Quintero Payán, contemporáneo de Ernesto
Fonseca, Don Neto, y anterior a Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero. Tuvo también la
enseñanza de Pedro Avilés, El León de la Sierra. Juntos adornaron las cañadas y los cerros con plantíos de
mariguana y se convirtieron en leyendas, en letras de corridos norteños.
En 1977, el gobierno de Estados Unidos asesoró al mexicano, que utilizó por primera vez al ejército para
combatir al narco y poner en marcha la Operación Cóndor, en Sinaloa.
Félix Gallardo, Don Neto, Caro Quintero y El Azul migraron a Guadalajara, donde continuaron las operaciones,
cada vez más fortalecidas con el envío de cocaína sudamericana a Estados Unidos, bajo el amparo de la
Dirección Federal de Seguridad, de la que El Azul obtuvo una credencial que lo acreditaba como colaborador
oficial de esa dependencia gracias a la compra que los narcos hicieron de la policía política mexicana.
En 1985, la mafia sinaloense asentada en Jalisco supo que un hombre andaba detrás de ellos, Enrique
Camarena.
Los narcos lo secuestraron frente al consulado de su país en Guadalajara por órdenes de Don Neto y Caro
Quintero. Le preguntaron quiénes eran los hombres en la lista negra del gobierno estadunidense. Dio todos los
nombres. Luego lo asesinaron. La DEA reclamó cabezas.
Y el gobierno mexicano se las dio.
Antes, quizá con conocimiento de que la prisión era un mal trago insalvable, Esparragoza Moreno convocó a
una cumbre en que México quedó partido en cuatro para asuntos de narco. Sólo él podría convencer a Amado
Carrillo, sobrino de Don Neto, que mantuviera calma la antipatía que sentía por El Chapo y a este que no fuera
sobre sus paisanos, los Arellano Félix, sobrinos de Miguel Ángel Gallardo El Padrino. Que se admitiera la
personalidad de Juan García Ábrego, sobrino del legendario don Juan N. Guerra, barón del contrabando
tamaulipeco.
La división política se hizo, pero, al poco tiempo, la bandera blanca voló en pedazos al ritmo de los cuernos de
chivo.
***
El Azul entró al Reclusorio Sur del Distrito Federal a las cinco de la tarde con 15 minutos del 11 de marzo de
1986. Dio como domicilio una residencia en la calle Fuego 908, en el Pedregal de San Ángel del Distrito
Federal.
El Departamento del Tesoro de Estados Unidos, a través de su listado de personas y entidades restringidas para
operaciones financieras, identifica además cinco domicilios suyos en Tijuana.
El capo se dijo agricultor y ganadero. La Procuraduría General de la República decía que no lo era. Que
cultivaba, cosechaba, segaba, empaquetaba, transportaba, vendía y exportaba mariguana. Que era un señor de la
cocaína, negocio cada vez más boyante.
El juez lo condenó a siete años y dos meses de prisión. Caminaba con dificultad, afectado por un tiro que le
entró en el muslo derecho.
Tras los primeros exámenes de personalidad, el psicólogo Jaime Rodríguez descubrió, el 15 de abril de 1986, a
un hombre con inteligencia promedio y dotación cultural pobre.
Apenas seis años atrás, el cáncer se había llevado a sus padres, Rosario e Ignacio. Nació el 3 de febrero de
1949, aunque el gobierno estadunidense considera como fecha alterna de nacimiento el 2 de marzo de ese
mismo año. Es nativo de Huixiopa, municipio de Badiraguato, Sinaloa, en donde la tierra se hizo sierra de
amapola desde hace más de 70 años.
Fue el séptimo de siete hermanos –cuatro mujeres y tres hombres–. Pudo ser el octavo, pero la hermana a la que
habría seguido murió al nacer. Creció, según la evaluación, en un sitio donde el objetivo era específico: “la
acumulación material de capital”.
Para el psicólogo, la madre de El Azul representó para éste una figura rígida, demandante y proveedora. Su
padre, por el contrario, fue sobreprotector y positivo. La profunda identificación con él determinó en gran
medida su destino. Fue su padre quien le llenó por primera vez la mano derecha con una pistola –“el objeto,
compensatorio de seguridad y de satisfacción viril”, escribió el analista– cuando el muchacho apenas tenía 12
años de edad.
A El Azul simplemente no le gustaba la escuela y desertó en el segundo año de secundaria. Temió y huyó de
casa. Pero Ignacio lo recibió de vuelta sin mayor trámite. Le enseñó el manejo y control de sus negocios. Lo
instó a seguir su ejemplo de hombre de empresa.
Con el tiempo, la relación se tradujo en alianza, la primera omertá de El Azul. El padre consintió más de lo
debido las travesuras de su hijo y éste guardó discreción respecto al comportamiento del primero.
Habló El Azul en el mínimo consultorio de la cárcel: “Llegué a sorprender a mi padre en compañía de algunas
mujeres. En cierta ocasión, al abrir la puerta de la bodega del establo, lo vi sosteniendo relaciones con una
mujer… Inmediatamente cerré la puerta y todo se olvidó”.
A los 16 años de edad, con la ayuda de su padre, estableció un negocio de abarrotes e inició su vida
independiente de comerciante. Luego se dedicó a la compra y venta de ganado y aves domésticas, “actividades
tempranas que mostrarían su gran motivación de logro y desempeño laborioso. No obstante, esta gran
motivación de logro e interés por la empresa, más tarde se convertirían en ambición desmedida”.
Y se hizo narcotraficante a los 22 años de edad. Su padre le daría algo más: una fortuna de 50 millones de pesos
al morir, en 1981.
***
El Inventario Multifásico de la Personalidad Minnesota (MMPI por sus siglas en inglés) es uno de los tests
psicológicos más utilizados en mundo. Se aplica desde hace décadas en cárceles del Distrito Federal.
El estudio considera tres escalas de validez y 10 clínicas. Se resuelve mediante un cuestionario con 566
enunciados, a los que la persona califica como ciertos o falsos. Las respuestas son convertidas en una serie de
números y éstos, de manera individual y combinada, transferidos a grupos de personalidad con lo que se define
el perfil básico de una personalidad. El 4 de marzo de 1986, Juan José Esparragoza resolvió el MMPI.
En más de 20 años de experiencia en penitenciarías locales, federales y capitalinas, Alfredo Ornelas ha aplicado
miles de pruebas de personalidad a criminales de todo tipo y dirigido cursos para su realización. Lo ha hecho en
penales federales y estatales. Conoce los laberintos de la mente de narcotraficantes, secuestradores,
defraudadores, lavadores de dinero, asesinos y simples ladrones de ocasión.
Es experto de la Academia Internacional de Ciencias Forenses y coordinador de estudios penitenciarios del
Centro de Estudios para la Seguridad y la Justicia.
Con la hoja de resultados de El Azul en mano, Ornelas levanta el telón y muestra la mente del narcotraficante.
Las tres escalas de validez identificadas con letras. En el caso de Esparragoza, resaltó la denominada L, en la
que obtuvo una puntuación comprendida en un rango propio de neuróticos y psicóticos. En el resto del examen,
mostró tendencias en ambos sentidos.
Luego, la escala 1 define la hipocondría y el test resuelto por el sinaloense lo pinta siempre angustiado por su
salud, sin restricción del sistema orgánico que supone enfermo. Alcanzó tal nivel en sus respuestas que podría
ser un hombre con delirio somático, “sin duda relacionado con un episodio esquizofrénico”.
En la medición 2, relacionada con la depresión, también disparó hacia arriba de lo considerado como normal.
Quienes ahí se ubican, enfrentan niveles clínicos “significativos por su importancia” y viven siempre
preocupados por minuciosidades.
Son personas ansiosas, preocupadas, con autoestima baja y pesimistas en su manera de percibir el mundo, al
menos en el momento de resolver el cuestionario. Casi siempre tienen baja tolerancia a la frustración.
Algunos ejemplos de las respuestas de El Azul:
32. Encuentro difícil concentrarme en una tarea o trabajo: Cierto.
43. Mi sueño es irregular e intranquilo: Cierto.
En el escalafón 3, histeria, mostró resultados sin significados consistentes. Pero llaman la atención algunas
respuestas:
129. A menudo no puedo comprender por qué he estado tan irritable y malhumorado: Falso, pero también
marcó, y luego borró, la opción Cierto.
141. Es más seguro no confiar en nadie: Cierto.
238. Tengo periodos de tanta intranquilidad que no puedo permanecer sentado en una silla por mucho tiempo:
Cierto.
En la medición 4, desviación psicopática, también se le consideró dentro de los límites: independiente e
inconforme, pero sin ser impulsivo ni dueño de sentimientos “inapropiados”. Enérgico, activo y –la evidencia
saca de dudas– con dificultades para aceptar las normas.
61. No he vivido la vida con rectitud: Cierto.
102. Mis luchas más difíciles son conmigo mismo: Cierto.
201. Desearía no ser tan tímido: Cierto.
249. Nunca he tenido tropiezos con la ley: Cierto (sic).
Esparragoza salió atípicamente alto en la graduación 8: esquizofrenia. Lo mismo ocurrió con la penúltima
escala, la 9: manía en una dimensión que se le puede considerar temeroso del fracaso y el aburrimiento;
hiperactivo, exagerado, competitivo, entusiasta y manipulador.
En su condición, las personas viven tensas, ansiosas, impulsivas, desinhibidas. Son lábiles, eufóricos, agresivos
e irritables. También pueden ser amistosas, agradables, inquietas, versátiles e impacientes.
Esto explica el éxito y carisma reconocido por policías, narcos y carceleros. Se les considera proclives a las
adicciones.
Y sí: Esparragoza estaba considerado en prisión como un consumidor habitual de alcohol, mariguana y cocaína.
“Existe egocentrismo. No aprecian la ineptitud de la conducta y guardan desprecio por las demás personas y
desprecio por las normas sociales y esto los lleva a problemas con las autoridades”.
En resumen, sintetiza Ornelas: “Es un borderliner, un hombre atrapado entre la neurosis y la psicosis. Es un
esquizoide”.
***
Es palabra escrita del psicólogo Jaime Rodríguez: “El sujeto se desarrolla en el seno de una familia en la cual no
se establecieron con claridad los objetivos de autoridad y las reglas que se dictaban nunca o casi nunca se
basaron en el afecto mutuo, ternura y confianza.
“No percibe ni juzga sus motivos y es incapaz de juzgar su propia conducta desde el punto de vista de otra
persona. A pesar de que esa conducta es inadecuada u hostil desde un punto de vista social, está satisfecho con
ella. Muestra pocos sentimientos de angustia, culpa o remordimiento. Carece de un objetivo definido y su
habitual estado de inquietud quizás se deba a que busca lo inalcanzable.
“La rutina le parece intolerablemente tediosa, aduciendo que a él nunca le gustó seguir una vida rutinaria en sus
actividades cotidianas, rechazando así el acatamiento de criterios funcionales establecidos por la sociedad.
Ejemplifica: ‘Siempre luché por obtener lo que poseo sin tener que rendir cuentas a nadie. Nunca me gustó la
idea de cubrir un horario rígido de trabajo (impuesto, por supuesto)’.
“Exige la satisfacción inmediata e instantánea de sus deseos, sin que le importen los sentimientos ni los
intereses de otras personas con quienes establece muy escasas relaciones emocionales o lazos afectivos estables.
No desarrolla un sentido de los valores sociales.
“Persona poco sensible que se da a los placeres inmediatos, parece carecer de un sentido de responsabilidad y a
pesar de los castigos y restricciones coercitivas que la sociedad emplea para frenar delitos repetidos, no aprende
a modificar su conducta.
“Se observa en él carencia de juicio social. No obstante, a menudo es capaz de elaborar racionalizaciones
verbales que suelen convencerlo de que sus acciones son razonables y justificadas: ‘Yo no hago mal a nadie. Al
contrario. He traído divisas al país y he creado fuentes de trabajo’.
“Los únicos ideales que posee y que destacan como objetivos definidos en su vida son aumentar la importancia
de sí mismo como individuo, lograr dinero y bienestar materiales y controlar a otras personas para lograr
satisfacciones inmediatas. Su egocentrismo lo lleva a exigir demasiado.
“El perfeccionismo, el orden, la responsabilidad, preocupación por los problemas más insignificantes es lo que
esencialmente lo caracterizan”.
***
El 9 de julio de 1990, El Azul fue trasladado del Reclusorio Sur a la Penitenciaría del Distrito Federal.
¿Cómo era La Peni en los tiempos en que El Azul estuvo preso? ¿Cómo fueron los seis años de encierro de un
capo vigente en la vida del país durante más de cuatro décadas?
El Azul vivía en el dormitorio 1, zona uno, conocida en aquel tiempo como “Beverly Hills”, la zona de
exclusividad. Habitaba solo en una celda cubierta completamente de caoba, como todas en ese espacio.
Había televisiones, videocaseteras, hornos de microondas y, poco a poco, los primeros teléfonos celulares.
Tenían inodoros con depósitos de agua, lo que aún hoy no existe en la Penitenciaría. Buenos colchones y
cobijas. En las limitaciones, vivían bien.
Lo primero que daba cuenta de ese poder era el agua. Los reos importantes tenían depósitos de líquido en cada
celda, a diferencia del resto de miles de internos a quienes el polvo del oriente de la ciudad de México aún se les
pega al sudor cada estiaje.
“Se comían mariscos. Hasta langosta. Había tanta relación con las autoridades que no se podía distinguir quién
daba la instrucción en esos tiempos: si eran los internos o las autoridades”.
No existían limitaciones para recibir a sus visitas ni para el ingreso constante de prostitutas.
El Azul quería una cárcel hermosa. Por eso, de acuerdo con los testimonios dados a SinEmbargo por custodios
de esas épocas, que piden el anonimato, promovió la construcción de esa zona, en donde hoy existe el
dormitorio 10, reservado para ancianos, discapacitados, enfermos de sida y los condenados a muerte por los
mismos reos.
También mandó a construir los frontones. Le gustaba jugar a mano limpia y con raqueta. Tenía la comisión
laboral de ser el coordinador de tenis, pero eso nunca se practicó ahí. Era frontenis. Se hacía el juego entre
custodios, internos y visitantes. Esparragoza sacaba un rollo de billetes verdes del pantalón y si estaba de buen
humor sacaba los de 100 dólares como si fueran de juguete.
Los custodios, a quienes tomó como su grupo de escoltas personales adentro, todavía añoran los tiempos de El
Azul Esparragoza. Hizo levantar una fuente que está fuera de la prisión, en el área de estacionamiento de
funcionarios. “Quería que la cárcel se viera bonita. También ordenó hacer una casita de madera para niños.
Compró columpios, sube y bajas y demás juegos. Esa área sigue ahí, aunque ya no es usada por los niños.
“Con frecuencia estaba en la dirección, entonces a cargo de Margarito Luis Pérez Ríos. Había internos que se
quedaban a dormir en la dirección. Se iban a jugar dominó o póker con el funcionario encargado, quien se iba a
dormir, ebrio o cansado, y los reos pasaban la noche en los dormitorios para las autoridades. A la mañana
siguiente, pedían de comer en la misma dirección y seguían la juerga.
“Las Navidades eran fiestas extraordinarias. Había lo que se le pueda ocurrir. Hasta restaurantes de los internos
operaban. Muchos de los internos adinerados podían salir de la prisión, no nada más El Azul. El compromiso era
que volvieran por su propio pie”.
Las cosas no eran muy diferentes para sus socios presos en el Reclusorio Norte, Caro Quintero y Don Neto
Fonseca, dueños del dormitorio 10. Había cava, jacuzzi, salón de juegos, mesas de billar.
Vale la pena decir qué clase de empleados tuvieron en prisión los jefes del hoy extinto Cártel de Guadalajara en
su estancia en las prisiones del Distrito Federal. Por ejemplo, Chávez Traconi fue el administrador de Caro
Quintero. El Traconi fue considerado como uno de los defraudadores más importantes a nivel internacional.
Excepcionalmente inteligente, dice ser abogado. Nadie lo sabe con certeza, pero nadie duda de su erudición.
Encarcelado, ha librado al menos 60 procesos, algunos iniciados en Morelos, en contra suya. Él mismo ejerció
su defensa.
“Administraba el alcohol que se consumía y preparaba las listas de las vedettes que entraban a las fiestas que se
hacían ahí mismo. Eran verdaderos autogobiernos”, recuerda otro ex guardia.
“En las cárceles, el sistema de comunicación entre internos en diferentes prisiones siempre ha sido expedito.
Cuando no existían teléfonos celulares, el contacto se hacía a través de los teléfonos institucionales, hasta del
mismo director. Claro que El Azul mantenía comunicación con Caro Quintero. Es sabido que en alguna ocasión
salió a una cumbre en representación de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos”.
El Reclusorio Norte estaba formalmente a cargo de Jesús Miyazawa, otro descendiente de la guerra sucia
mexicana, y de Alberto Pliego Fuentes, El Superpolicía, quien murió en prisión bajo el mote del
Supersecuestrador.
Tiempo después, ambos fueron figuras claves para entender la llegada del narcotráfico a Morelos en la época en
que Jorge Carrillo Olea, ex director de la DFS, gobernó el estado y ahí se asentó el nuevo Cártel de Juárez.
***
Existen documentos que detallan la vida de las cárceles capitalinas a principios de los años 90, cuando el capo
sinaloense fue enviado al penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez, hoy llamado del Altiplano.
El 11 de octubre de 1991, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) emitió la recomendación
090/1991 al jefe del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís.
Las quejas de los internos incluyeron el cobro por la utilización de celdas de privilegio, en las que internos con
poder económico ocupaban hasta cinco estancias para ellos solos; el pago obligado para poder usar las
habitaciones de visita íntima, áreas de visita familiar y llamadas telefónicas; venta de reportes para acreditar el
supuesto trabajo en el interior de los centros de reclusión; influyentismo y venta de estudios técnicos de
personalidad; prostitución propiciada por autoridades; venta de drogas y alcohol, y acceso sin restricción
durante las 24 horas del día a familiares y amigos para visitar a grupos selectos de internos.
En agosto de ese año, supervisores de la CNDH visitaron todas las prisiones. En La Peni encontraron como
director a Margarito Luis Pérez Ríos, el hombre que firma varios de los documentos técnicos que avalan el
tránsito de Esparragoza por el lugar.
Los supervisores constataron el deterioro de las instalaciones hidráulicas y eléctricas, los servicios sanitarios y
las regaderas y la carencia de agua corriente para el servicio y la higiene de los internos: sólo dos horas de agua
por la mañana, dos por la tarde y dos por la noche.
La prisión tenía casi 3 mil internos, cuando la capacidad era sólo para mil 750. Muchos dormían en el piso de
las estancias y en los pasillos. El costo de las habitaciones para las visitas íntimas, en el turno matutino, era de
40 mil pesos; en el vespertino, de 50 mil, y por las noches, de 110 mil pesos de entonces.
Se consignó que los oficios de comisión laboral eran una mercancía más, lo que los reos certificaban el
desempeño de alguna actividad laboral.
En el Reclusorio Norte, los inspectores encontraron una cárcel generalmente infestada de chinches, pulgas y
ratas en casi todos los dormitorios. Los botes de basura rebosaban de botellas vacías de ron y brandy y latas de
cerveza.
Algún efecto tuvo la recomendación. En marzo de 1992 El Azul fue trasladado al penal de máxima seguridad de
Almoloya de Juárez, hoy llamado del Altiplano Número Uno. Pero las paredes de las prisiones son, para
hombres como Esparragoza, muros imaginarios. Según el FBI y la DEA, mantuvo el control de las operaciones
de su empresa desde la cárcel federal.
El Azul salió libre en mayo de 1993.
Nunca ha vuelto a prisión.
esparragoza01
***
El análisis de Esparragoza Morena no concluyó en las cárceles de la ciudad de México. Juan Pablo de Tavira,
ex director de Almoloya de Juárez, lo señaló a mediados de los años 90 como el principal operador y
negociador del narco en México.
“Fue el hombre de las relaciones públicas del Cártel de Guadalajara: hábil para hablar y para moverse, se le
consideraba indispensable en la mafia”, describió De Tavira en su libro ¿Por qué Almoloya?
Era cierto. En esa época, El Azul era un hombre ubicuo. Hasta se le consideró como posible heredero del Cártel
del Golfo luego de la captura de Juan García Abrego. Pero El Azul se asentó en Cuernavaca. Morelos no era una
casualidad. Era una constante. A finales de la década de los años 80, cuando el narcotráfico mexicano era
liderado por Amado Carrillo Fuentes, el crimen organizado presuntamente agasajaba al gobernador Carrillo
Olea.
A cambio, el narco logró hacer mudanza a su estado y habría utilizado las pistas aéreas para recibir embarques
de droga antes de reenviarlos a Sonora. Años después, una hija del El Azul, Nadia, fue relacionada
sentimentalmente con el entonces gobernador panista de Morelos, Sergio Estrada Cajigal.
Y, tras la muerte del Señor de los Cielos, en julio de 1997, algo quedó claro en Morelos. Había nuevo patrón: El
Azul.
En aparente retiro, a Esparragoza se le comenzó a respetar como se hace con los viejos venerables de la tribu.
También llamado Don Juan, pronto emergió entre los de su estirpe como el hombre sensato, curtido por la
experiencia, el conciliador.
Algunos años más tarde, en 2006, versiones no oficiales, pero no desmentidas, lo ubicaban como un auténtico
Don en la mafia mexicana. Y en esa calidad Esparragoza convocó a los más importantes grupos del crimen en
disputa a dejar a un lado las violentísimas reyertas internas que estaban manchando de rojo ciudades y ranchos.
Era la única figura que podía instarlos a comportarse con prudencia y pactar un reparto de territorios y señoríos.
Se formó lo que se llamó La Federación. Estaban ahí quienes eran alguien en el mundo del narcotráfico.
Como es obvio, no funcionó por mucho tiempo.
***
Esparragoza Moreno resolvió el test de frases incompletas el 17 de marzo de 1986. Es una prueba compuesta de
60 ideas que deben ser concluidas por el procesado. Indaga actitudes frente a la familia, el sexo, el concepto de
sí mismo y las relaciones interpersonales.
Textualmente, tras los puntos suspensivos, el narcotraficante respondió:
1. Pienso que mi padre rara vez… dejo de estar conmigo
2. Cuando la suerte está en mi contra… me deprimo
3. Siempre he querido que… mi familia viva bien
5. El futuro me parece… difícil
9. Cuando era niño… fui muy travieso
12. Comparada con la mayoría de las familias, la mía era… ideal
22. La mayoría de mis amigos no saben que tengo miedo de… morir
30. Mi peor equivocación fue… no estudiar
32. Mi mayor debilidad… el dolor familiar
33. Mi ambición secreta en la vida… ser un buen padre
34. La gente que trabaja bajo mis órdenes… es gente respetada
45. Cuando era pequeño, me sentía culpable de… mis travesuras
48. Al dar órdenes a otros… me porto serio y recto
53. Cuando no estoy presente, mis amigos…me admiran
Al año siguiente, Esparragoza resolvió de nuevo el mismo cuestionario.
5. El futuro me parece… muy maravilloso
20. Anhelo… llegar a viejo sin achaques
24. Antes de la guerra, yo… ignoraba los alcances que ay en la actualidad
28. Las personas con las que trabajo son… muy aceptadas
32. Mi mayor debilidad es… ser muy sensible
33. Mi ambición secreta en la vida… es llegar a ver realidad que mis hijos son gente de vien
36. Cuando veo venir a mi jefe… me pongo a sus ordenes
39. Si fuera joven otra vez… sería un atleta
40. Creo que la mayoría de las mujeres… son divinas
45. Cuando era más joven, me sentía culpable por… la ignorancia
52. Mis temores me obligan a veces a… sentirme confuso
54. Mi recuerdo infantil más vívido… un viaje a disnelandia
60. Lo peor que hice hasta ahora… es no aber terminado mis estudios
***
Una muestra de la convivencia con la comunidad política. En enero de 1995 el procurador morelense Carlos
Peredo Merlo realizó una fiesta en Cocoyoc por la boda de su hijo. Al casamiento acudieron Carrillo Olea,
entonces gobernador con licencia y testigo de honor. También El Señor de los Cielos y El Azul, según reportes
no desmentidos.
El ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, hoy extraditado, también sucumbió a la plata del
Cártel de Juárez. El mismo Azul estableció el negocio al otro lado del país, donde coordinó el envío de coca a
Estados Unidos.
Su poder no se limitó a los civiles. El primer día del consejo de guerra que se les realizó, a fines de octubre de
2002, los generales Francisco Quirós Hermosillo y Arturo Acosta Chaparro, vestidos con sus uniformes de una
y tres estrellas, dijeron que no. Que ellos no eran empleados del Señor de los Cielos.
Ese mismo día, se leyeron los testimonios de varios testigos protegidos, algunos ligados a ellos desde los días en
que el ejército, la Dirección Federal de Seguridad, la
Policía Judicial Federal y la Policía Judicial del DF integraron la Guardia Blanca para perseguir y aniquilar
líderes guerrilleros durante los años 70.
Dos de ellos, Gustavo Tarín Chávez y Jaime Olvera Olvera, aseguraron bajo juramento que Quirós era
compadre de Juan José Esparragoza y que Acosta llamaba “m’ijo” a Amado Carrillo.
Jesús Gutiérrez Rebollo, el general al que se llamó “el zar antidrogas de México”, también sucumbió al encanto
de El Azul. El 8 de julio de 1987, la especialista María del Carmen reportó otro estudio criminológico de
Esparragoza. Habló también de la sobreprotección de su padre, quien llenó la mano de su hijo con una pistola.
“Ha incrementado de manera excesiva su ambición por el poder, ya que a pesar de poseer una cuantiosa fortuna,
heredada de su padre, la ha incrementado con las actividades del narcotráfico.
“Sus características de personalidad son de pocos sentimientos de culpa, angustia o remordimiento, con fallas
importantes en los juicios de valor. Es hostil, oportunista y, sobre todo, manipulador, ejerciendo rol de líder ante
cualquier grupo. Mantiene bajo control de impulsos. Es seductor con el manejo de poder.
“Se considera que su capacidad criminal es alta por el deseo desmedido de poder. Su capacidad de adaptabilidad
social es media, ya que ejerce la seducción y la manipulación en sus relaciones interpersonales. Su índice de
peligrosidad es alto, pues es un sujeto con posibilidades de evasión por el mismo rol de líder que maneja”.
***
Si se atiende a la vida de El Azul, el Estado mexicano está amenazado por hombres que ni la secundaria
terminaron. Ahí está él, un hombre decidido a no ir más a la escuela después del segundo año de secundaria,
clasificado por la DEA y el FBI como un pacificador en las sangrías que se hacen los cárteles mexicanos. No
sólo esto.
Es un barón de las drogas con autonomía.
“Se le ha reportado como una cabeza de la organización por sus propios méritos con conexiones independientes
con traficantes peruanos y colombianos de cocaína”, enunció el reporte Crimen Organizado y Actividad
Terrorista, elaborado por el Congreso de ese país a principios de esta década.
El gobierno estadunidense colocó una recompensa sobre su cabeza de 5 millones de dólares, lo mismo que
ofrece por la entrega de El Chapo Guzmán, quizás el capo más reputado del mundo en la actualidad. El de
México ofrece 30 millones de dólares a quien dé información que lleve a detenerlo.
También están los reportes de la justicia argentina, que lo ubican como residente temporal en Buenos Aires,
donde tejía redes de lavado de dinero y envío de cocaína hacia el norte del continente.
Hoy el Cártel de Sinaloa se despedaza. La guerra interna se declaró en enero de
2008 cuando los hermanos Beltrán Leyva se dijeron traicionados por El Chapo, a quien acusan de haber
entregado a las autoridades a Alfredo Beltrán Leyva.
Del lado del Chapo se situaron Ismael El Mayo Zambada; Ignacio Nacho Coronel, abatido por el ejército en
Guadalajara hace dos semanas, y el patriarca, El Azul.
Los Beltrán Leyva, originariamente asesinos y ajustadores de cuentas de los viejos empresarios de la droga, se
aliaron con los Carrillo Fuentes y Los Zetas, los más jóvenes y los más violentos del vecindario.
Se ha dicho que El Azul no se quedó con la última mujer registrada por los estudios psicológicos de las prisiones
del Distrito Federal. Que se unió a una de las hermanas de los Beltrán Leyva., perseguidos por el gobierno de
Felipe Calderón hasta el asesinato y la exhibición de sus cadáveres con billetes adheridos a su cuerpo con su
propia sangre.
Sólo algo es seguro. Narcos surgen y narcos sucumben.
Todos, menos uno: Esparragoza Moreno, el capo que sabe guardar silencio desde la infancia, que soñaba en
prisión con su viaje a disnelandia.
Y quizá dos. Semanas antes de la salida de prisión de su viejo socio Rafael Caro Quintero, la DEA notificó la
existencia de que el Narco de Narcos, el hombre que compró el sistema de espionaje mexicano, seguía vigente
mediante una extensa red de empresas de bienes raíces en Jalisco y de gasolineras en Sinaloa.
Que sobrevivió gracias a un viejo socio, el único que vivido completa la historia de la Nación del Crimen, un
hombre que de tan prieto que está le dicen El Azul.
Fuentes
Causa penal 82/86 instruida contra Sergio Espino Verdín
Averiguaciones previas 219/85 y 3992/85 abiertas contra Rafael Caro Quintero por el delito de homicidio
Expediente 24,394/90 abierto por la Dirección Técnica de la Penitenciaría del Distrito Federal y que incluye
los estudios psicológicos, familiares, laborales y criminológicos practicados a Juan José Esparragoza Moreno
Causa penal 82/86 abierta contra Sergio Espino Verdín por su participación en el asesinato de Enrique
Camarena
Notificación de la Oficina de Control de Bienes de Extranjeros del gobierno de Estados Unidos de 12 de junio
de 2013
CUANDO LOS TIGRES DEL NARCO SE
SOLTARON
Por: Humberto Padgett - septiembre 4 de 2013 - 0:00
Ciudad de México, 4 de septiembre (SinEmbaego).– La Dirección Federal de Seguridad (DSF) proporcionaba al
gobierno estadounidense el invaluable servicio de perseguir la disidencia comunista mexicana y, tal vez más
importante que esto, seguir la pista de agentes cubanos y soviéticos. La Brigada Especial o Blanca –para
establecer un antagonismo con la Brigada Roja de la guerrilla– existió como consecuencia de la Guerra Fría y el
primer interés de Estados Unidos que su patio trasero se mantuviera, al menos, blanco, pero nunca rojo.
Las señales de la connivencia entre narcotraficantes y policías o cada cual algo del otro en mayor o menor
medida eran inocultables. Los propios agentes de la DEA desplegados en México y particularmente en
Guadalajara, donde asesinaron a Enrique Camarena, uno de los suyos, mantenían el reclamo a sus jefes
apostados en la Ciudad de México de desatender el problema de las complicidades a favor de la “relación
especial” con México. La “relación especial” era el eufemismo por el que Washington miraba hacia otro lado si
a cambio México se mantenía, en los hechos –el discurso pudiera ser lo izquierdista que se quisiera–, opuesto al
avance comunista.
En la Casa Blanca parecían preguntarse: ¿Qué importa si esos muchachos de piel oscura, bigotes ralos y
revólver pronto también rompen de vez en cuando la ley para ganarse algunos dólares?
Venido abajo el Bloque Socialista, son las drogas, sin duda, el primer argumento de intervención de América en
Las Américas.
Rafael Chao López es uno de los más ilustres comandantes de la Federal de Seguridad que, ante la extinción de
guerrilleros qué cazar, fueron enviados tras los narcotraficantes y volvieron convertidos en ellos. Es una de las
encarnaciones más potentes de la DFS.
Los narcos tienen cierta fijación por los animales salvajes, por las fieras. El Chino Chao adoraba a los tigres,
tenía algunos como mascotas. Y también los tenía pintados por todos lados: el tigre fue el emblema de la
Dirección Federal de Seguridad, la institución por la que el narcotráfico tomó al Estado.
Cuando los tigres se soltaron
Estandarte de la Dirección Federal de Seguridad. Imagen: Especial
Poco antes del mediodía del 15 de febrero de 1983, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, un avión de turbo-hélices
aterrizó en el Aeropuerto Internacional Quetzalcóatl sin permiso de la torre de control.
El aparato estaba secuestrado por el iraní Hussein Sheikholya, quien lo desvió de su ruta original Killen-Dallas,
Texas. El secuestrador quería ir a Monterrey, pero el combustible estaba por agotarse, así que aterrizaron en
Nuevo Laredo. En la torre de control ya había agentes del FBI, pero el iraní no quiso hablar con ellos ni con
algún otro representante de ese país.
Exigió hablar con algún periodista mexicano para entregar sus demandas y explicar sus razones. Hábiles en la
creación de identidades, los jefes de la Dirección Federal de Seguridad confeccionaron cinco credenciales falsas
de prensa y acreditaron a cinco agentes suyos como reporteros.
Pero la argucia falló.
Una hora después de tocar tierra, el terrorista aceptó la liberación de las mujeres capturadas. La aeromoza
Kathaleen Springen explicó que luchó contra el aeropirata para tratar de desarmarlo, pero no lo consiguió, ni
con la ayuda de algunos pasajeros.
Hussein Sheikholya iba y venía por el pasillo del viejo aparato. Se restregaba la mano en la cabeza, volvía a la
cabina, se asomaba hacia la pista. No había modo de salir por ahí. Todo punto alrededor suyo era un arma
apuntando en su dirección.
El iraní entendió que el laberinto sólo tendría salida hacia Cuba, el país más antiestadunidense en la región.
Reclamó un avión. Precisó que un jet. Un jet o todos morirían. Las autoridades mexicanas reflexionaron, pero
los hombres del FBI en el sitio recordaron su máxima policíaca: con los terroristas no se negocia.
La respuesta de Hussein puso la situación en ruta de desastre: si a las cuatro de la tarde no tenía el avión de
reemplazo y abastecido de gasolina a su disposición, mataría a los pasajeros restantes en el avión de hélices.
Minutos antes de la hora, aparecieron el subdirector de la DFS, Alberto Estrella, y el comandante Rafael Chao
López, coordinador de la zona noreste de la policía política.
Estrella llegó a bordo de un jet pintado de rojo llamado “El Tigre”, símbolo y emblema del servicio secreto
mexicano que se pintaba en las oficinas de la corporación y que lucía en el fuselaje del mismo avión. Chao
López, apodado El Chino por su ascendencia asiática, llegó por carretera, procedente de Monterrey.
“El Tigre” tomó posición a un costado de la plataforma, a 300 metros del avión plagiado.
A los pocos minutos aterrizó una avioneta particular repleta de agentes de la DFS enviados desde Reynosa.
Ambas naves aterrizaron en sentido opuesto, pues el avión comercial obstaculizaba la pista.
Estrella y un agente de migración llamado Wilfrido caminaron hacia el avión asaltado con los brazos encima de
la cabeza.
El subdirector de la Federal de Seguridad se dirigió al iraní que asomaba desde una de las ventanillas de la
cabina de mando. Les apuntaba con una metralleta R-15. Wilfrido hizo las traducciones. El iraní insistió que se
le entregara un jet. El jefe de la DFS ofreció consultar con sus superiores y regresar con la respuesta.
Los estadounidenses insistían en no aceptar el intercambio, pero los mexicanos recordaron que estaban debajo
del Río Bravo y resolvieron la cesión de “El Tigre”.
–Libere a las personas, lo llevaremos a donde quiera.
El jet rojo fue reabastecido de combustible. Un agente sacó de su interior una ristra de metralletas y varias
valijas.
Hussein ordenó que se colocara una maleta con explosivos en la ruta entre un aparato y el otro. Salieron los
demás rehenes y los dos intermediarios seguidos por el iraní, que los encañonaba con la metralleta.
El avión rojo quedó frente a la cabina del avión de pasajeros, a 100 metros de distancia. El copiloto
norteamericano que volaba la nave de hélices levantó la valija con los explosivos y la llevó al interior de “El
Tigre”. Subieron Estrella, Wilfrido y Chao seguidos por el iraní.
El jet se elevó y ganó altura rápidamente. En circunstancias nunca explicadas, en el trayecto aéreo fue rendido
el iraní y llevado a la capital del país, de donde salió en absoluto silencio.
Por el estilo, la desaparición de cientos disidentes durante los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz, Luis
Echeverría y José López Portillo.
Los gringos estaban encantados con Chao López y con Alberto Estrella.
Un apunte sobre Estrella: el directivo federal estuvo involucrado en la muerte de José Luis Esqueda, el
funcionario de la Secretaría de Gobernación que entregó una lista de narcopolíticos al periodista Manuel
Buendía, asesinado en 1984.
***
El plagio muestra, entre otras cosas, la capacidad de los agentes de la DFS de negociar en una situación de
secuestro y coloca a Rafael Chao López en la situación de hacerlo. En un memorándum de la DFS elaborado en
1980 se apuntó:
“Asunto: comportamiento ilícito del C. Comandante de la Policía Federal de Seguridad Rafael Chao López en
la región norte de Tamaulipas”
El Juzgado Tercero de Distrito con residencia en Nuevo Laredo, Tamaulipas, en el proceso penal 143/78 dictó
orden de aprehensión en su contra por los delitos de plagio, allanamiento de morada, robo y secuestro. Estos
delitos cometidos contra diversas personas residentes de Ciudad Miguel Alemán y otras. Dicha orden de
aprehensión ha causado ejecutoria por haber sido confirmada por el Tribunal Colegiado del Cuarto Circuito.
Así era: Chao no debía explicaciones a nadie, hasta que la onda expansiva del asesinato del agente de la DEA,
Enrique Camarena.
El homicidio, decidido por Rafael Caro Quintero, el hombre para el que en realidad trabajaba Chao según la
autoridad –el comandante aceptaría ser narcotraficante, pero nunca empleado del sinaloense– ocurrió mientras
el capo operaba bajo la protección del director Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez.
Zorrilla Pérez suplió a Miguel Nazar Haro, quien se juega el título del policía más sanguinario en un país en que
los derechos humanos han sido un tema más que dispensable para los gobiernos, especialmente los del priismo
de los sesenta, setenta y ochenta, en que la prioridad de la policía política se centró en la persecución de
guerrilleros comunistas.
Nazar Haro era un eficaz exterminador de comunistas y Chao era uno de sus hombres más duros. Amigos
entrañables, se asociaron en el negocio de robo de autos a gran escala. Tal vez esto explique la disponibilidad de
Gran Marquis que el comandante entregaba de parte de sus narcos protegidos a los funcionarios de la Ciudad de
México implicados en la red.
Nazar, Rafael y otros agentes de la DFS, incluido un nieto de Marcelino García Barragán, a quien en el encargo
de secretario de la Defensa Nacional tocó la masacre de Tlatelolco, cometieron el exceso de llevar la industria
de hurto a Estados Unidos. Una corte en San Diego emitió una orden de captura contra Nazar.
No ocurrió nada más allá de la separación del cargo de Haro, suplido por Zorrilla: un ladrón de autos por un
narcotraficante.
El Chino
Miguel Nazar Haro. Imagen: Especial
Si se busca la perfecta síntesis entre un policía y un narcotraficante se debe buscar a Rafael Chao López, un
hombre nacido en Mexicali donde nunca dejó de hacer negocios.
Republica de las drogas
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Republica de las drogas

  • 1. CARO, EL HOMBRE QUE COMPRÓ AL ESTADO Por: Humberto Padgett - septiembre 2 de 2013 - 0:00 INVESTIGACIONES, Investigaciones especiales, México, TIEMPO REAL, Ciudad de México, 2 de septiembre (SinEmbargo).– Rafael Caro Quintero es un hombre que no sólo compró todas las joyas, armas, vehículos y mujeres que el dinero pudo comprar. Por encima de esto, el narcotraficante liberado semanas atrás fue un comprador de hombres. Y no de hombres comunes y corrientes, sino de aquellos colocados en una de las áreas más sensibles del Estado mexicano durante el último período de la Guerra Fría: la agencia de inteligencia mexicana, la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Los detalles de cómo el marihuanero sinaloense tasaba el valor de la conciencia de directores, comandantes y agentes de la DFS –la versión muy a la mexicana de la CIA estadounidense, la KGB soviética y la Stasi alemana– aparecen en el expediente del asesinato del periodista Manuel Buendía. Caro Quintero, el narcotraficante que salió libre semanas atrás posee una poderosa relación con el primer asesinato o al menos el más notorio homicidio de un periodista mexicano por su conocimiento de las relaciones entre el narcotráfico y las autoridades, más precisamente aquellas que deberían combatirlo. Los documentos obtenidos por SinEmbargo muestran que el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, en 1985, tiene como precedente el asesinato del periodista Manuel Buendía, perpetrado en 1984. La ambivalencia de agentes-narcotraficantes adquirió mayor relevancia al interior de la Brigada Especial, el cuerpo secreto que persiguió la guerrilla comunista. José Antonio Zorrilla Pérez, director de la DFS en los años en que Caro Quintero adquirió la agencia mexicana, había sido secretario particular de Fernando Gutiérrez Barrios, uno de los diseñadores de la cacería de guerrilleros durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz. El recorrido documental ofrecido para hoy y los siguientes días muestra cómo los cárteles mexicanos son corrientes originarias de ese pacto entre contrabandistas de drogas y la policía política mexicana en tiempos del presidencialismo mexicano, los días en que la leyenda negra del PRI asegura que nada ocurría en el país sin el conocimiento del Presidente.
  • 2. Es el relato de los días en que un grupo de marihuaneros sin la secundaria concluida refundaron la patria e instauraron la República de las Drogas. La organización sigue vigente para la DEA. Caro, el hombre que compró al Estado I. Todo lo que brilla es oro Todo en él resplandecía. La sonrisa bajo el grueso bigote, el cuerno de chivo en las manos, la melena revuelta bajo el sol de Guadalajara, las cadenas oro que colgaban de su cuello y las esclavas en sus muñecas. Los pantalones de mezclilla ajustados y la camisa abierta en el pecho. Pero lo que más relucía en ese hombre alrededor de sus treinta el 9 de febrero de 1985 era su charola, su identificación como agente de la ley: Pedro Sánchez Hernández. Ninguno de los dos grupos bajaría los fusiles de asalto. Las ansias por echar bala silababan como si los tiros ya anduvieran fuera del cargador. Dos días antes, Guadalajara se puso a punto de ebullición por la desaparición del agente de la DEA Enrique Camarena a las afueras del consulado. Cuando los directivos en la Ciudad de México y Washington revisaron las incontables advertencias que su personal respecto del nuevo ascenso del narcotráfico mexicano y su carrera por la supremacía en el mercado de las drogas de Estados Unidos, los jefes de la DEA y el FBI quitaron la atención de las peripecias de colombianos y dominicanos y voltearon al sur.
  • 3. El primer dato que brincó fue el reciente exterminio de un campo marihuana propiedad de Rafael Caro Quintero donde se destruyó la mayor cantidad de marihuana en la historia, unas 8 mil toneladas sembradas en un terreno de mil hectáreas atendidas por 10 mil jornaleros. El lugar, en medio del desierto de Chihuahua, era evidencia de que el gobierno mexicano estaba más que coludido. El hallazgo pasó oficialmente a la cuenta de Camarena, quien llegó al sitio con información del piloto mexicano Alfredo Zavala, también ausente. Los ejecutivos de las agencias norteamericanas se encontraron también con las quejas no atendidas de sus propios agentes de campo respecto de que en México el narcotráfico y la policía eran básicamente la misma cosa. La desaparición ya con claro olor a muerte de uno de los suyos era demasiado y una estampida de gringos rabiosos se precipitó sobre la capital de Jalisco, capital del narco mexicano luego de la Operación Cóndor lanzada sobre la Sierra de Durango, Sinaloa y Chihuahua. Armando Pavón trabajaba con toda la autoridad en Guadalajara desde la ausencia de Kiki Camarena. Era el primer comandante de la Policía Judicial Federal y encargado de la investigación de los levantones de Enrique Camarena y Alfredo Zavala. Con el agente muy probablemente muerto y el asunto ya manejado como de afrenta nacional, los estadounidenses exigieron todas las garantías al gobierno mexicano de ir tras los secuestradores de Kiki, como llamaban al carismático policía México-americano. El Procurador General de la República, Sergio García Ramírez, emplazó a Jalisco a su mejor hombre, Armando Pavón, cuya primera orden en el caso le fue dada el 9 de febrero de 1985. Asistiría a tres agentes de la DEA de apellidos Aguilar, Leyva y Delgado en el aeropuerto de Guadalajara en la búsqueda de aviones propiedad de Miguel Ángel Félix Gallardo El Padrino, jefe de la organización junto con Caro Quintero y Ernesto Fonseca. Pavón también recibiría más personal norteamericano que aterrizaría en ese lugar durante las siguientes horas. Pavón pidió el apoyo de otros dos comandantes de la Policía Judicial Federal y 24 policías de la misma fuerza. Junto con los tres hombres de la DEA, el grupo se concentró en el hangar de la Procuraduría General de la República (PGR). –Comandante, por ahí anda un cabrón armado, dos o tres hangares para allá –susurró un operador a Pavón. El jefe de la judicial federal ordenó al grupo desplazarse al lugar y rodearlo. Al llegar, encontraron que no era un hombre, sino 15 y todos armados con rifles AK-47 alrededor de un jet Falcon blanco con rayas amarillas. Cada quien apunto a alguien del otro bando. –¡Bajen las armas, hijos de la chingada! –rugió Pavón. –¡Bájenlas ustedes! –respondieron desde el otro lado. Las hileras de Kaláshnikov estaban separadas por 30 o 40 metros. Con pocos recovecos sobre la pista, excepto los disponibles por el avión, el primer disparo significaría una matanza. Detrás, el piloto apagó los motores. Desde la torre de control se impidió el aterrizaje de un helicóptero con dos asesores norteamericanos. –¡Federales! –¡Federales nosotros! –¡Judicial Federal! –anunció uno de los agentes al lado de Pavón –¡Dirección Federal de Seguridad! –respondieron del lado de los hombres que custodiaban el jet.
  • 4. –¡Judicial del Estado! –terciaron algunos acompañantes de los anteriores. –¡Tranquilos, tranquilos todos! Vamos a identificarnos –propuso alguien. –¡Que se acerquen los comandantes! Pavón relajó la guardia y caminó hacia el frente. Del otro lado, un hombre al inicio de sus treinta hizo lo mismo y se encontraron a media pista, a un metro de distancia. Se estudiaron como dos perros extraños. Se miden. Revisaron las identificaciones: Armando Pavón, de la Judicial Federal, y Pedro Sánchez, de la Federal de Seguridad. –¡Todo en orden, bajen las armas! Así hicieron, pero nadie abandonó sus posiciones. Armando Pavón y Pedro Sánchez hablaron en voz baja. Nadie alcanzaba a escucharlos. Cada uno asentía mientras el otro hablaba. Pavón diría que Sánchez le explicó que habían concluido su trabajo en Guadalajara y volvían a la Ciudad de México. El piloto del avión dijo a otro comandante de la Judicial que en realidad salían a Culiacán, pero en ese momento no se comentó la discrepancia o simplemente se ignoró. Aún sobre el asfalto, la actitud de los comandantes de cada grupo se relajó hasta la risa franca. Se abrazaron efusivamente de acuerdo al ritual mexicano: fuertes palmadas en la espalda y las nalgas bien echadas hacia atrás para dar cabida a las barrigas. Pavón pasó el brazo por la espalda de Sánchez y caminaron hacia el hangar de la PGR. Continuaron el diálogo durante unos 10 o 15 minutos en el segundo piso del edificio de gobierno. El comandante de la Judicial dejó a su colega y buscó un teléfono. Discó y sostuvo una conversación telefónica de otros 10 o 15 minutos. Un acompañante de Sánchez mostró una identificación a nombre Jesús Gutiérrez o González, también de la Federal de Seguridad. El resto de ese grupo pertenecía a la misma policía política o a la estatal de Jalisco. –Que se retiren, son compañeros –resolvió Pavón con sus comandantes–. Aunque son de otra corporación – explicó a los agentes de la DEA, quienes siguieron la escena con más desagrado que desconfianza por el ritual del abrazo y los excesos de las joyas–. ¡Bien, todo está bien! –anunció Pavón a todos los presentes y apenas terminó de decir esas palabras, el capitán del avión encendió la máquina; cuando echó a andar el segundo motor, Pavón y Sánchez se propinaron una última palmada en el hombre. Del grupo de la Federal de Seguridad, seis abordaron el avión y los demás subieron a cuatro sedanes Ford. Los agentes de la Judicial Federal permanecieron en el aeropuerto en la búsqueda de los aviones de Félix Gallardo. La sonrisa de Sánchez refulgió arriba de la escalinata más que todo el oro que ese hombre cargaba bajo el sol del occidente mexicano. *** Pavón se dirigió nuevamente al teléfono y se comunicó con un superior. –Si quieres que aprehendamos al Cochiloco (Manuel Salcido, otro jefe del Cártel de Guadalajara) y a Caro Quintero nos tienes que proporcionar fotografías y datos las personas. Acabamos de tener un enfrentamiento
  • 5. con elementos de la Federal de Seguridad, Gobernación y Judicial del Estado –requirió Pavón ante personal técnico del hangar a los que luego ordenó que se fueran. En realidad sí existían fotografías. Alguien se preguntó quién era el agente Pedro Sánchez Hernández, hurgó casi nada en los archivos de la Dirección Federal de Seguridad y encontró que formalmente ese nombre no coincidía con la lista oficial de agentes. Lo mismo con el sujeto de apellido González o Gutiérrez. No era difícil adivinar: el sonriente Pedro Sánchez no era otro que el (más) sonriente Rafael Caro Quintero. ¿Cómo explicó Pavón el garlito? Así se defendió el hombre de confianza del Procurador General de la República: “No tenía informes de que en ese avión viajara Rafael Caro Quintero y nunca lo ha visto, pues nunca nos proporcionaron fotografía ni retrato hablado. Se identificaron como policías, se verificó el interior del avión y los agentes de la DEA no nos hicieron saber que esa aeronave fuera propiedad de algún narcotraficante, ni que ahí se encontraba Caro Quintero”. El 11 de abril de 1985 el comandante Pavón fue consignado por el delito de cohecho por permitir la fuga de Quintero a cambio de 60 millones de pesos. El gobierno de Estados Unidos, aguijoneado al punto que el Presidente Ronald Reagan habló en un tono más que agrio con el Presidente Miguel de la Madrid por el asesinato de Camarena, entendió el saludo de Caro antes de cerrar la puerta del jet como un manotazo en la requemada nuca del Tío Sam. II. Los infiltrados
  • 6. Foto: Archivo de SinEmbargo José Antonio Zorrilla Pérez nació el 15 de mayo de 1942 en Zimapán, Hidalgo, en ese tiempo un montón de caseríos dispersos en el semi desierto mexicano que no superaba los 15 mil habitantes. Quedó huérfano de padre a los cuatro o cinco años de edad. Comenzó a trabajar joven, hacia los 14 años, como empleado de una juguetería. Fue mensajero, vendedor, ajustador de cuentas, líder juvenil de la Confederación Nacional Campesina, sector agrario del PRI.
  • 7. Estudió economía en la UNAM y, ya en reclusión, obtuvo el título de derecho, también por la Universidad Nacional. Se casó a los 21 o 22 años de edad y tuvo tres hijas. Zorrilla vivía con su familia en la calle de Teolongo, en la colonia Jardines del Pedregal. Llevado de la mano por su padrino político, Fernando Gutiérrez Barrios, fundador del sistema de espionaje mexicano, Zorrilla alcanzó al comienzo de sus cuarenta la titularidad de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política mexicana que mantuvo la prioritaria tarea para el régimen priista de aplastar la guerrilla comunista de las décadas sesenta, setenta y ochenta y para esto había un cuerpo especial. La Brigada Especial de la DFS proporcionaba al gobierno estadounidense el invaluable servicio de perseguir la disidencia comunista mexicana y, tal vez más importante que esto, seguir la pista de agentes cubanos y soviéticos. La Brigada Especial o Blanca –para establecer un antagonismo con la Brigada Roja de la guerrilla– existió como consecuencia de la Guerra Fría y el primer interés de Estados Unidos que su patio trasero se mantuviera, al menos, blanco. Nunca rojo. Las señales de la connivencia entre narcotraficantes y policías –o cada cual algo del otro en mayor o menor medida– eran inocultables. Los propios agentes de la DEA desplegados en México y particularmente en Guadalajara mantenían el reclamo a sus jefes apostados en la Ciudad de México de desatender el problema de las complicidades a favor de la “relación especial” con México. En Washington parecían preguntarse: ¿Qué importa si esos muchachos de piel oscura, bigotes ralos y revólver pronto también rompen de vez en cuando la ley para ganarse algunos dólares? Venido abajo el Bloque Socialista, son las drogas, sin duda, el primer argumento de intervención de América en Las Américas. José Antonio Zorrilla Pérez dirigió la DFS entre el 16 de enero de 1982 y el 1 de marzo de 1985, según consta en los archivos de la Secretaría de Gobernación. El período coincide con el de la consolidación del Cártel de Guadalajara, en realidad un pacto de sinaloenses que migraron a Jalisco abrumados por la erradicación de marihuana en la Sierra Madre Occidental promovida por Estados Unidos y efectuada por México. El lapso de tiempo también incluye los asesinatos de Buendía y de Camarena y, a pesar que ambos casos se relacionan en un mismo expediente, el gobierno estadunidense nunca insistió en el establecimiento de la conexión. ***
  • 8. El policía. Foto: Archivo de SinEmbargo
  • 9. Javier Ortiz García ingresó a la Dirección Federal de Seguridad en 1982. Al poco tiempo fue nombrado agente efectivo con su sueldo respectivo. Se le comisión como trabajador en casa de la familia Zorrilla Pérez con funciones equiparables a las de un valet. Ortiz García observó el gusto de su jefe por los caballos y le comentó que él mismo sabía de su cuidado, así que el director Federal de Seguridad encargó al joven policía que montara los caballos que él no cabalgara. Zorrilla ocupaba de una a dos horas del día en el lienzo charro de la Ciudad de México o un club hípico en El Ajusco, aparentemente propiedad del dueño de aceites Bardahl. Esto permitió al caballerango conocer la agenda de su jefe, misma que detalló en 1988, en los meses previos a que el mundo se le cayera encima a Zorrilla. Durante los días de poder, el funcionario despachaba temprano en casa, antes de salir a montar. Ortiz declaró que uno de los más asiduos visitantes era el comandante Rafael Chao López, coordinador de la DFS en Nuevo León y Tamaulipas. Chao López, según Ortiz García, se apersonaba cada vez con un maletín lleno de dinero, producto, según otros agentes, de la cuota cobrada por Chao López a los narcotraficantes y polleros por pasar drogas y migrantes a Estados Unidos. Otros comandantes destacados en otras regiones del país también entregaban cuotas del mismo modo. El mismo Caro Quintero dio dinero en efectivo al funcionario. Y no sólo dinero. “Rafael Caro Quintero montó en algunas ocasiones a caballo con el licenciado José Antonio Zorrilla Pérez (…) Al parecer se le había proporcionado una credencial como miembro de la corporación (…) Caro Quintero le regaló un Grand Marquis gris blindado y un caballo retinto que se llevó Zorrilla al Campo Militar Uno, donde también en ocasiones acudía a montar”, detalló Ortiz García. Todo el asunto de Zorrilla vendría a cuento, porque fue él quien urdió el asesinato de Manuel Buendía, periodista que, según las investigaciones, estaba a punto de publicar una relación entre narcotraficantes y políticos y en la lista de conexiones estaría de manera estelar la que existía en Zorrilla Pérez y Caro Quintero. *** Habló Rafael Chao López, coordinador de Tamaulipas y Nuevo León: “Por instrucciones del licenciado Zorrilla Pérez, formalmente reunía cada mes entre los comandantes encargados de las plazas de Monterrey, Nuevo León, y Matamoros, Reynosa, Miguel Alemán y Laredo, Tamaulipas de ocho a 10 millones de pesos (de 1982) en efectivo. Se los entregaba de propia mano en su oportunidad su propio despacho de la DFS. Él sabía que el dinero provenía en su mayoría de narcóticos e indocumentados. “Hice alrededor de 12 entregas con el sistema y la cantidad mencionadas y de forma personal a Zorrilla Pérez. Todo esto ocurrió durante 1982 y 1983, cuando fui comandante de la zona fronteriza de Tamaulipas y Nuevo León”. En los expedientes penales abiertos por el asesinato del periodista Manuel Buendía y de los negocios de drogas de Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo, existe media docena de declaraciones de agentes de la Federal de Seguridad sosteniendo lo mismo que Chao López: José Antonio Zorrilla Pérez recibía profusamente en sus oficinas o en su casa de la Ciudad de México que debía estar apostado mil kilómetros al norte. El relato es el mismo: Chao López entrando con un maletín y saliendo sin él. A nadie escandalizaba la certeza de que el portafolio fuera repleto de billetes.
  • 10. Chao López no tuvo mayor problema en decir que uno de sus Gran Marquis salió del bolsillo de Caro Quintero, no directamente a su cochera, sino a la de otro comandante de la Dirección Federal de Seguridad, Miguel Ángel Vielma, apostado en ese tiempo en Zacatecas, amigo cercano de Félix Gallardo y uno de los relacionistas del cártel. Vielma presentó, por ejemplo, a Caro con Chao en el bar del Holliday Inn de Mazatlán. Continuó Chao López: “La marihuana que se producía y empaquetaba en el rancho del Búfalo era movida hacia Torreón y Tamaulipas. Rafael Caro Quintero arregló con Zorrilla, a través de los comandantes regionales Rafael Aguilar Guajardo y Daniel Acuña Figueroa este negocio en la cantidad de cinco millones de dólares. “Zorrilla Pérez extendió diversas credenciales a periodistas, personalidades y narcotraficantes como son los casos de Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Félix Gallardo. Considero que puede agregarse a esta lista a Rafael Aguilar Guajardo –futuro cofundador del Cártel de Juárez–, porque a él siempre se le consideró narcotraficante, lo que era conocido por el propio Zorrilla Pérez”. Chao López volvió al asunto de las entregas de dinero. Aseguró que no sólo él daba en la mano maletines de plata al jefe de la policía política, sino la mayoría de los comandantes regionales, Daniel Acuña Figueroa, Aguilar Guajardo, Federico Castell y Tomás Morlett, este último cercano al general Arturo Acosta Chaparro, otro perseguidor de comunistas y eventual aliado del Cártel de Juárez. “Le entregaba a Zorrilla Pérez en forma mensual cantidades que fluctuaban entre ocho y 10 millones de pesos de aquel tiempo, cuando un carro nuevo Grand Marquis, costaba 700 mil u 800 mil pesos”, explicó en la unidad de medida en ese mundo. La Secretaría de Gobernación a cargo de Manuel Bartlett –hoy senador por el Partido del Trabajo y operador del izquierdista Andrés Manuel López Obrador– sugirió el extensivo uso de las charolas –las acreditaciones que no eran otra cosa sino permisos oficiales para matar, robar, secuestras, traficar– para explicar la existencia de las acreditaciones de la DFS en manos de los narcotraficantes. El 9 de abril, de ese año canceló todas las credenciales de sus dependencias de investigación e información. Pero no era sí. El fotógrafo de la Dirección Federal de Seguridad también fue llamado a comparecer: “Yo fotografié a narcotraficantes para que se les otorgara su identificación de la DFS a quienes se les indicaba que eran colaboradores, no agentes. De esto tenían conocimiento absoluto el jefe de personal y Zorrilla Pérez, porque ellos eran quienes me ordenaban tomar las fotos”. *** Óscar Salvador Contreras, también agente de la DFS coincidió con Chao López en que los responsables de llevar dinero de los plantíos de marihuana y amapola a las instalaciones de la inteligencia mexicana eran Daniel Acuña Figueroa, José Abizaid Gracias y Tomás Morlett Borges y Federico Castell del Oro. “Las personas antes citadas entraban a la oficina del director con un portafolios y al salir ya no llevaban consigo el maletín. Se sabía que los portafolios iban llenos de dinero e inclusive cuando llegaban dichos comandantes las personas que estaban en el interior salían del lugar para que no hubiera nadie más en la reunión con Zorrilla Pérez. Los comandantes o coordinadores estatales con mayor poder eran Daniel Acuña y Rafael Chao López. Hasta el jefe de la policía política les temía, aunque en ese momento esa parte de la maquinaria se aceitaba con dinero y no con sangre.
  • 11. Acuña obsequió un Grand Marquis gris blindado a Zorrilla que otro agente, Luis Héctor García Ruiz El Villano recogió en el norte del país y luego condujo al Distrito Federal. Caro Quintero regaló otro al subdirector de la DFS Ezequiel Vera. Zorrilla Pérez recibió otro caballo educado a la escuela española, animal de raza lipizzana y domado en la técnica tradicional española. Los caballos de estas características son símbolo de Viena, Austria. Cuando el fuego alcanzaba a Zorrilla, su cuadra fue puesta a salvo por otro connotado y polémico funcionario de la época. Lo dijo el agente Contreras: “Los caballos fueron recogidos por un tráiler propiedad de Hank González y trasladados a un sitio que desconozco, pero sé que es hijo de Hank”, dijo en referencia del patriarca del Grupo Atlacomulco, el mismo del que desciende el Presidente Enrique Peña Nieto. Foto: Archivo de SinEmbargo III. Los periodistas Manuel Buendía mantenía un cercano contacto informativo con Zorrilla, aunque su verdadera relación con esa parte del poder era su amistad con Fernando Gutiérrez Barrios, uno de los mayores estrategas de la Guerra Sucia. Nacido en Veracruz en 1927, Don Fernando es uno de esos políticos evocados con orgullo o lo contrario como ejemplar del monopartidismo de la segunda mitad del siglo pasado, “un priista al que no le temblaba la mano a la hora de gobernar”. La columna de Buendía, aparecida en el diario Excélsior, remitía desde su nombre a un estilo aún más generalizado de la década de los ochenta de hacer periodismo, basado en las filtraciones. El espacio informativo se llamaba Red Privada, alusión al sistema de comunicación interna de los altos funcionarios mexicanos en cuyas oficinas se instalaba –y aún se hace– un teléfono rojo para la conversación directa y privada.
  • 12. Manuel Buendía (Tabasco, 1926) habitó su tiempo. Su asistente, presentado con la pompa de la alta burocracia como su secretario particular, cobraba su sueldo en el Instituto Mexicano del Seguro Social, de donde se le comisionaba, expresamente, a atender las necesidades del periodista. De Buendía se ha insistido que lo asesinaron por la espalda, pues si su ejecutor lo hubiese abordado de frente, se habría encontrado con un hábil tirador. Esto es cierto. Buendía practicaba con frecuencia, hasta dos veces por semana, en el stand de tiro de la Dirección Federal de Seguridad. Su compañero habitual de prácticas era el jefe del aparato de espionaje y eventual asesino intelectual, José Antonio Zorrilla Pérez, quien, dicho por el propio ex jefe de la policía política, proporcionó al periodista un gafete de la Federal de Seguridad. *** En 1984, Buendía mostró un creciente interés en las relaciones entre la política y el narcotráfico. En las reuniones con sus colegas, incluidos Iván Restrepo, Carlos Monsiváis, Héctor Aguilar Camín, Fernando Benítez y Virgilio Caballero, entre otros, colocaba el tema sobre la mesa. ¿Existen indicios de que Buendía Tellezgirón llevara a la prensa su inquietud por esos nexos? La investigación sobre su muerte, consideró dos artículos aparecidos los días 4 y 14 del mismo mes del asesinato en su columna Red Privada de Excélsior. Se reproducen ambas editoriales no sólo por su valor con respecto al caso o al contexto del crimen organizado de hace tres décadas, sino por su vigencia. Se lee en el primero: “Nueve obispos del Pacífico Sur –regiones de Oaxaca y Chiapas– se han unido para hacer una denuncia que el gobierno tal vez no debiera dejar sin respuesta. No es usual que estos nueve coincidan en la firma de un mismo texto, porque en el grupo hay por lo menos dos notables protagonistas, al lado de rancios conservadores. “Así pues, la unidad tiene en este caso un especial valor que debiera alertar a los políticos. Los obispos exponen una gravísima situación en esta región del país a causa del narcotráfico. Una carta pastoral firmada el 19 de marzo –y que está siendo distribuida profusamente– no coincide con los tranquilizantes informes del Procurador General de la República, respecto al éxito de las campañas contra los estupefacientes. A una sociedad nacional, profundamente alarmada, interesaría aclarar si alguien está metido. He aquí algunos párrafos del documento que suscriben los nueve obispos: “En nuestro papel de agentes de pastores que tienen acceso a los lugares más apartados de la región y que, sobre todo, tienen acceso al corazón de nuestros pueblos, hemos escuchado el clamor angustioso que se levanta desde las comunidades que están sufriendo los hechos de violencia ocasionados por los estupefacientes. Con base en este clamor, tan extendido, prevemos y tenemos, no sin razón un deterioro mayor y más generalizado de la situación social de las personas y comunidades de nuestra región por causa de las drogas. “No es nuestra intención hacer una denuncia amarillista de los hechos y de las personas involucradas para que luego se suscite una cacería de brujas, en la que se aprovecha la oportunidad para descabezar movimientos populares dando rienda suelta a rencores personales o a venganzas de unos grupos contra otros. Y que al final de cuenta no remedian nada, sino, más aún, dejan al pueblo sumido en el trauma más espantoso de su vida a causa de la violencia irracional que todo esto provoca (…)
  • 13. “Por la falta de fertilizantes y maquinaria para hacer producir mejor la tierra y por la extrema pobreza de indígenas y campesinos, muchos han caído en manos de mafias, nacionales y extranjeras, que los convencen para sembrar marihuana, quitando espacio a la agricultura (…) “Hoy las cosas son aún más graves (…) La siembra de marihuana se ha incrementado en los últimos años. Áreas cada vez más amplias de tierra se han ido incorporando al cultivo de esta hierba; no sólo de zonas apartadas e inhóspitas, sino de incluso de lugares muy accesibles. Desafortunadamente la mayoría de ellas son de comunidades indígenas. No podemos dejar de afirmarlo: hay un porcentaje cada vez mayor de tierras laborables de nuestros dos estados, Oaxaca y Chiapas, que están siendo ocupados para la siembra de estupefacientes. “Existe una red perfectamente organizada para proporcionar semilla, el crédito, los fertilizantes y demás insumos; para supervisar técnicamente el tiempo de siembras, de barbecho y de cosechas, e incluso para atacar posibles plagas; para recoger el producto, empacarlo y almacenarlo. Existe también un bien equipado sistema de transportación de hierba que cuenta con camionetas, tráileres y hasta pistas clandestinas donde bajan avionetas particulares. Todo lo cual le da ante los campesinos indígenas una apariencia de bondad y legalidad. “Las mafias que controlan el tráfico de la droga están perfectamente organizadas, a nivel nacional e internacional, para asegurar sus fines. Y no se tientan el corazón para engañar, sobornar, amenazar y matar si sus intereses así lo requieren. La siembra de marihuana y de la amapola en nuestra región no se puede explicar si no se toma en cuenta el enrome poder que tienen estas mafias nacionales e internacionales, que pueden poner bajo su dominio, casi absoluto, a grandes zonas de nuestra región. “Pero tampoco se puede explicar el poder tan grande que tienen las mafias en nuestra región y la impunidad y descaro con que actúan despreciando las leyes nacionales si no se supone que existe en este negocio complicidad, directa o indirecta, de altos funcionarios públicos a nivel estatal y federal (…)”. Esta es la segunda colaboración de Buendía aludida líneas atrás: “El procurador General de la República y el Secretario de la Defensa no deberían ignorar por más tiempo la advertencia que hicieron desde marzo los nueve obispos del Pacífico Sur, respecto al significado político que puede tener el incremento del narcotráfico en nuestro país, específicamente en los estados de Oaxaca y Chiapas. Tal como lo plantean –y se desprende también de otras informaciones– este asunto involucra la seguridad nacional. “Estos nueve dirigentes eclesiásticos coinciden con lo que saben otros observadores. Dicen que en este sucio negocio ‘existe complicidad directa o indirecta de altos funcionarios públicos a nivel estatal y federal…’. La lista de estos países en donde los narcotraficantes han tenido “decisiva influencia política” incluyen no sólo a Italia, sino a otros cercanos a nosotros geográficamente y ligados por una complicada urdimbre de relaciones. Bolivia y Colombia son dos de estos países… nadie ignora como en esos dos países los estupefacientes y la política han ido muchas veces de la mano. Pero es en Estados Unidos donde se da el fenómeno no sólo para su propia sociedad, sino para los países del continente, especialmente México. “El contubernio de políticos y miembros del crimen organizado –que incluye el comercio clandestino de enervantes– es cosa vieja en el esquema norteamericano y un pilar para la ampliación constante del mercado, que estimula en otros territorios, como el nuestro, la producción. “La denuncia de los nueve obispos no parece exagerada al decir que existe para México el peligro de la interferencia extranjera en nuestros ‘asuntos patrios’ por la vía de las mafias internacionales. Más bien se quedaron cortos. Ellos debieron haber señalado que en México ya se dio el caso de que ciertos hechos políticos, en el pasado inmediato, fueran marcados por la influencia de un notorio traficante de narcóticos.
  • 14. “La corrupción es un fenómeno esencialmente político, fue incrementando durante el sexenio pasado, en una medida en realidad incontrastable, por los intereses de ese narcotraficante que ejerció su actividad casi a la luz pública. Pero con DURAZO [mayúsculas de Buendía] o no, la mafia internacional del narcotráfico ha incrementado evidentemente sus actividades en México, de 1982 a la fecha, y esto como señalan nueve obispos no se puede lograr sin complicidades internas”. *** A fines de febrero o principios de marzo de 1984, Buendía requirió a su auxiliar la colocación de un aparato de grabación de una llamada telefónica que tendría con Zorrilla Pérez. Fue una conversación acalorada. Discutieron sobre algún asunto que involucraba inmigrantes cubanos y algo más que el secretario del periodista no logró escuchar. Lo cierto es que la relación entre Buendía y Zorrilla se cuarteaba. El 7 de febrero de 1990, María Dolores Ávalos Viuda de Buendía atravesó una declaración más ante el juez. La mujer dio detalles del estado de la relación entre Buendía y Zorrilla Pérez, el hombre que la abrazara ante el cadáver de su marido asesinado. Preguntaba el fiscal: –Que nos diga la testigo si recuerda cuándo fue la última vez que José Antonio Zorrilla Pérez llamó al domicilio particular de Manuel Buendía en vida este último. –Más o menos unos 15 días antes, en la madrugada que fue antes de su asesinato. –Que nos diga la testigo si se percató de la hora aproximada que hizo la llamada telefónica José Antonio Zorrilla Pérez y que dice fue 15 días antes de su asesinato. –Más o menos a las cuatro y cinco de la mañana. –Que nos diga la testigo si se enteró del contenido de la llamada a que se ha referido a las dos preguntas anteriores. –Más o menos. –Que nos diga la testigo en qué consiste más o menos. –De lo que se puede enterar una sola persona por la otra que está en una línea que no se oye, oídas las palabras de Manuel que le dirigió al señor Zorrilla, si repite todo lo que él dijo fue: ‘¡Retírate!… ¿Qué estás haciendo?… ¡Vete!… ¡Sal del país, estoy enterado de muchas cosas, vete! “Manuel estaba muy molesto”, continuó la viuda, “dijo palabras altisonantes y colgó la bocina. Le pregunté de qué se trataba. Él dijo que era el señor Zorrilla el que hablaba, que estaba en bastantes dificultades y estaba involucrado con el narcotráfico”. Estaba a días de su muerte. Fue asesinado el 30 de mayo de 1984 a las afueras de sus oficinas, en la avenida Insurgentes casi esquina con Reforma. El joven asesino calzaba tenis, vestía pantalón de mezclilla, playera y gorra: el uniforme de un espía mexicano de la época cuando actuaba como asesino. Cuando la ejecución estaba prevista en el Distrito Federal solían traer
  • 15. al policía de algún estado. Lo acondicionaban, enseñaban a tirar a la perfección en las condiciones previstas de la ejecución y estudiaban sus reacciones ante diferentes eventualidades. El proceso era conocido por Esqueda, un viejo amigo y enemigo reciente de José Antonio Zorrilla Pérez. Según los resultados de la investigación, le disparó Juan Rafael Moro Ávila por órdenes directas de José Antonio Zorrilla Pérez y acuerdo con el jefe de la Brigada Especial, Juventino Prado. Minutos después del homicidio, la mujer de Buendía se arrodilló ante el cadáver del periodista. –¡Manuel! ¿Ya ves? ¡Te dije que te iban a matar y ya te mataron! Visiblemente consternado, Zorrilla tomó de los brazos a la mujer y la atrajo para abrazarla. *** No fue la única actuación de Zorrilla Pérez. Al año siguiente fingió absoluta consternación por la muerte de un amigo de la juventud, José Luis Esqueda, también funcionario de gobierno y quien había tenido paso por la Dirección Federal de Seguridad. Esqueda fungió como Coordinador para los Estados y Municipios de la Secretaría de Gobernación. En un viaje que realizó en 1984 a Guadalajara, encontró que la ciudad estaba tomada por el Cártel de los sinaloenses y que poco salía de su propiedad. Ciertamente no las policías municipales, estatales y los destacamentos de las agencias federales, incluida la dirigida por su amigo Zorrilla Pérez. Esqueda adquirió una actitud de decepción y confrontó a Zorrilla Pérez. –¡Te voy a partir tu madre!– reviró Zorrilla mientras le apuntó con una pistola debajo de la mesa de un restaurante. –Pues me tendrás que mandar a matar, porque tú no tienes los huevos para hacerlo y partirte la madre conmigo– repuso Esqueda. En adelante, Zorrilla comisión a sus agentes para seguir e intimidar a su viejo amigo y Esqueda comenzó a acumular información sobre el director de la Federal de Seguridad y pronto integró un grueso expediente. Esqueda también conocía a Buendía y, según amigos, una amante y la esposa de Esqueda, entregó los papeles al autor de Red Privada. Pero antes –y en esto coinciden los testimonios– los colocó en el escritorio de “la superioridad”, título con que los trabajadores de la Secretaría de Gobernación se referían al secretario, a Manuel Bartlett. José Luis Esqueda Gutiérrez murió asesinado el 16 de febrero de 1985, nueve días después que Camarena lo cual no fue asunto de interés de la DEA ni del FBI, aun cuando al poco tiempo de la muerte de Kiki quedó clara la responsabilidad, al menos material, de efectivos de la Dirección Federal de Seguridad en la ejecución de su agente. No está clara la existencia de la lista o que esta se haya producido como consecuencia de las investigaciones surgidas tras los asesinatos de Buendía, Camarena y Esqueda, relacionados entre sí por haber sido efectuados por agentes de la Federal de Seguridad. ***
  • 16. La investigación de los asesinatos de Buendía y Esqueda correspondió a la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal al tratarse de un homicidio pretendidamente cometido por la delincuencia común. De manera resumida, la escena política en el Distrito Federal tenía en el protagónico a Ramón Aguirre Velázquez, jefe del entonces Departamento del Distrito Federal entre 1982 y 1988. Antes fue secretario de Programación y Presupuesto, cartera en que sucedió a Miguel de la Madrid y sucedió a Carlos Salinas de Gortari, ambos presidentes de la República, así que Aguirre Velázquez tenía alguna relevancia nacional. En la regencia capitalina le tocó llevar en la capital mexicana la pretendida renovación moral convocada por De la Madrid luego del pronunciado deterioro institucional ocasionado por la corrupción ocurrida durante las administraciones de Luis Echeverría y José López Portillo. Los resultados de esa campaña llevaron a calificarla como simulación, mientras que en el recuerdo de la ciudad Aguirre Velázquez aparece como un alcohólico incapaz de reaccionar tras los sismos de 1985 lo que significó el comienzo del fin del PRI en el Distrito Federal. De regreso al asesinato de Buendía, la hipótesis más atendida al inicio del caso consideró la responsabilidad de un empresario alemán asentado en Durango a quien el periodista mostrara en su columna de Excélsior como un contrabandista internacional de armas con pasado nazi. La información proporcionada por la propia Federal de Seguridad llevó a la deportación de ese hombre quien, por cierto, sí perteneció a la SS. Las declaraciones sobre las conexiones de ese hombre con otros nazis refugiados en América Latina componen otra historia documentada qué contar. Las pesquisas de la procuraduría dieron algunos tumbos alrededor de los amoríos de Buendía, la irritación de la Iglesia más conservadora cuyas incongruencias eran tema recurrente y los grupos estudiantiles reaccionarios de Guadalajara, otro tema común en Red Privada. Las acusaciones contra el alemán no prosperaron y el tema fue llevado al refrigerador hasta el siguiente sexenio. *** El intento de salida para Zorrilla fue su postulación para una diputación federal por el PRI. Renunció al cargo de director de la DFS el 1 de marzo de 1985, pero aún en los años del descaro era demasiado costoso mantenerlo políticamente vivo y se vio forzado a declinar sus aspiraciones políticas –y de fuero– el 24 de mayo de ese mismo año. Para dejar bien claro que el partido y el gobierno eran una misma entidad, la Secretaría de Gobernación explicó la situación: “El Partido Revolucionario Institucional informó que en razón de que con posterioridad a su postulación han sido discutidos por la opinión pública hechos relacionados con su función anterior, sin prejuzgar dichos hechos, procedió a aceptar su renuncia a la candidatura ya mencionada. “Aún sin existir pruebas o elementos fundados para presumir la responsabilidad penal del ex director, los hechos arriba referidos acreditan que le es imputable ineficiencia administrativa habida cuenta de que ejerció un deficiente control sobre la acción de los comandantes y los agentes a que se ha hecho referencia y que permitió el ingreso de agentes que no reunían los requisitos básicos para hacerse cargo del servicio de las funciones que le corresponden”.
  • 17. Lo que luego ocurrió fue la desaparición de Zorrilla Pérez durante casi cuatro años. La administración federal de Carlos Salinas de Gortari y la del Distrito Federal de Manuel Camacho Solís reabrieron el expediente e imputaron a Zorrilla Pérez, procesado en los juzgados Cuarto y Trigésimo Cuarto. IV. Más crímenes que castigo Si se quiere ver cómo agentes de la Dirección Federal de Seguridad vivían por encima de cualquier sueldo obtenido con honestidad y cómo los usos y costumbres de narcos y policías eran la misma cosa en la década de los ochenta, sólo falta ver la descripción de los objetos que llevaban consigo algunos de los cómplices del crimen de Buendía cuando ingresaron a prisión: *Juventino Prado Hurtado, el jefe de la Brigada Especial de la Dirección Federal de Seguridad. Tenía 37 años en 1989, casado, michoacano, con sólo la secundaria concluida. Vivía en la colonia Clavería, una de las pocas zonas consideradas de clase media alta de la delegación Azcapotzalco del DF. Llevaba un Reloj Rolex Oyster Perpetual modelo GM Master automático y una cartera rota de piel café con 1 millón 272 mil pesos. *Raúl Pérez Carmona, comandante adscrito a la Brigada Especial. En 1989 tenía 45 años de edad y estaba casado. Es originario del Distrito Federal, con escolaridad el primer año de preparatoria. Vivía en la calle Paseos de Taxqueña y en 1989 era subdirector operativo de la Secretaría de Protección y Vialidad del Departamento del Distrito Federal. Reloj Rolex Oyster Perpetual modelo GM Master automático, con carátula negra y caja y pulsera de acero y oro de 14 quilates. *Sofía Naya Suárez, agente de la Brigada. Fue detenida mientras usaba un reloj para dama marca Rolex Cellini con carátula negra, números romanos, caja de oro de 18 quilates y pulsera de piel. Una gargantilla planchada de oro de 14 quilates, un anillo con un brillante corte limpio blanco, tres argollas unidas de oro combinado, pulserita trenzada combinada de oro, anteojos de sol italianos y 53 mil 400 pesos. *** El 31 de agosto de 1989, el juez llamó a Caro Quintero para que testificara. Con el cabello alborotado, los ojos achinados y el bigote orgulloso, pero extraño sin llevar a la vista un solo gramo de oro, el narcotraficante se paseó por el cubo de la rejilla de prácticas. A su lado, José Antonio Zorrilla Pérez lucía más frío. Con tono plano, la secretaria del juzgado exhortó a Caro Quintero para que se condujera con la verdad. A lado de la funcionaria judicial, el fiscal y el abogado del ex director Federal de Seguridad miraron al hombre acercarse a los barrotes. La mujer le recordó que debía responder a los cuestionamientos. El sinaloense se aseguró que lo escuchara. –Yo ya estoy sentenciado, no quiero declarar– e incrementó el volumen de su voz– ¡Y chinguen a su madre! Zorrilla Pérez se le acercó y le pidió hablar. Le propuso que sólo respondiera las preguntas de su defensor. Así hizo el narcotraficante y, fundamentalmente, afirmó conocer al ex funcionario hasta el momento en que se encontraron presos los dos en el Reclusorio Norte. Al juez no gustó la invitación que le hizo el contrabandista y empleó el momento como un elemento probatorio por sí mismo en términos de que, si Caro era renuente con la autoridad y condescendiente con el acusado, existía relación anterior entre los dos –oficialmente– criminales. El juzgador concluyó respecto de las complicidades de Zorrilla:
  • 18. “Teniendo el carácter de servidor público y aprovechando su cargo permitió en el año de 1984 la siembra, cultivo, cosecha, almacenamiento y transportación de marihuana en el rancho El Búfalo que se ubica en el estado de Chihuahua, además extendió credenciales de una dependencia gubernamental a personas ajenas a la misma, dedicadas al narcotráfico recibiendo por ello grandes cantidades de dinero (…)”. “José Zorrilla Pérez se encontraba relacionado ilícitamente con narcotraficantes a quienes les había expedido credenciales de la DFS para realizar actividades ilícitas, circunstancia que fue descubierta por el periodista Manuel Buendía Tellezgirón (…) Concibe la idea de privar de la vida a Manuel Buendía Tellezgirón en razón de que este había descubierto las actividades delictivas en las cuales estaba implicado”. Recibió una sentencia de 29 años, cuatro meses y 15 días únicamente por el asesinato de Buendía que cumplirá el próximo año, aunque podría dejar la prisión en cualquier momento al mantener su reclamo de libertad anticipada y objetar sus padecimientos de salud al encierro. *** ¿Qué hay en la mente de un hombre que entrega su nación al narcotráfico? Durante su encarcelamiento, el ex jefe de la policía política resolvió en distintas ocasiones los test psicológicos de las prisiones capitalinas por las que transitó: los Reclusorios Norte y Oriente y la Penitenciaría del Distrito Federal. Los psicólogos que estudiaron a Zorrilla concluyeron tras analizar sus dibujos de casas y personas, de revisar las frases con que proponía concluir ideas incompletas, de calcular sus tendencias psicopáticas, esquizoides o histéricas: “Estructuró una personalidad egocéntrica, lábil y manipuladora, fantaseando con gran cantidad de metas y gran ambición para alcanzarlas (…) Busca reconocimiento y aceptación social, utiliza el mecanismo de defensa de la fantasía para compensar modificando su relación con las figuras que le representan autoridad, logrando acatar las normas y reglas establecidas. “Sujeto egocéntrico, con rasgos narcisistas, sus relaciones interpersonales se caracterizan por ser de tipo utilitario ya que busca sacar provecho de los demás aunado a que busca reconocimiento social. “Desvirtuada introyección de normas y valores sociales, oportunista, bajo control de impulsos aunado a su entorno laboral lo llevan a la comisión del delito. Niega su comisión”. Zorrilla Pérez se ve más viejo de lo que es. Ya compurgó las sentencias por los delitos de ejercicio indebido del servicio público, portación de arma de fuego de uso exclusivo para las Fuerzas Armas y en cualquier momento quedará en libertad por el asesinato de Buendía, único por el que se le condenó. Es decir, el sistema de justicia mexicano lo sentenció por cometer un asesinato cometido para proteger una red del narcotráfico, pero se negó a responsabilizarlo como un narcotraficante. No uno cualquiera, sino un cofundador del Narcoestado Mexicano. ***
  • 19. Los muertos y desaparecidos dejados por la Guerra Sucia en México es aún incierto. A pesar de los dos sexenios de alternancia política, el priismo logró frenar cualquier llamado a cuentas al ex presidente Luis Echeverría y a realizar un exhaustivo ejercicio de revisión histórica. La Organización de las Naciones Unidas ha recibido 374 denuncias relacionadas con crímenes de Estado ocurridos entre 1960 y 1980. El Comité Eureka concentra 557 expedientes de personas desaparecidas entre 1969 y 2001, de las cuales más de 530 corresponden a personas desaparecidas hasta la década de 1980. A la vez que la Dirección Federal de Seguridad y, más específicamente, su Brigada Especial perseguían, secuestraban, torturaban, asesinaban y desaparecían disidentes, prohijaba el establecimiento de las estructuras del narcotráfico que se consolidaron en los actuales cárteles. Aviones para volar kilos de cocaína a Estados Unidos, aviones para desaparecer personas en el mar. Las alianzas de esos entre la Policía Política y el narcotráfico, en ese tiempo subordinado, sembraron el presente del poder fáctico del crimen organizado. Los muertos y desaparecidos ya no son asunto de cientos, sino de decenas de miles. Todo esto en los años en que nada existía bajo el sol sin el conocimiento del Presidente de la República. Manuel Bartlett, el secretario de gobernación en el sexenio de 1982 a 1988, egresó de la Facultad de Derecho de la UNAM. En su examen profesional realizó la tesis “La obligación del Estado de reparar los daños que cause”. Bartlett recibió una mención honorífica. Tras la fundición del Cártel de Guadalajara, Juan José Esparragoza Moreno El Azul, uno de los barones de las drogas con menor jerarquía que Caro, Fonseca y Félix Gallardo, pero con una habilidad negociadora que recuerda a los hombres de paz en El Padrino de Mario Puzzo, convocó a los sobrevivientes antes de que cada uno debiera cumplir con su obligatorio paso por la prisión, él incluido. Los narcos se convencieron de que todos cabían –luego se darían cuenta y de lo peor forma que no era sí–. Dueños de las almas de los agentes de la Dirección Federal de Seguridad que migraron a la Policía Judicial Federal, convinieron la constitución de cuatro cárteles: Tijuana, para los hermanos Arellano Félix, sobrinos de Miguel Ángel Félix Gallardo, y Jesús Labra; Sinaloa, encabezado por Joaquín El Chapo Guzmán; Juárez, para Amado Carrillo Fuentes El Señor de los Cielos, y del Golfo, en manos de Juan García Ábrego con el respaldo de Rafael Chao López. La República de las Drogas estaba fundada. * Mañana: ¿Qué pasa por la mente de El Azul, el capo negociador? Fuentes: *Causa penal 104/89 y acumulada 101/89 instruidas contra José Antonio Zorrilla Pérez, Juventino Prado Hurtado, Raúl Pérez Carmona, Juan Rafael Moro Ávila y Sofía Naya Suárez por el asesinato de Manuel Buendía Tellezgirón. *Causa penal número 28/85 y su acumulada 229/85, acumuladas asimismo en las causas 190/84 y 191/84 instruida en contra de Rafael Caro Quintero y Ernesto Rafael Fonseca Carrillo y otros por los delitos contra la salud en sus modalidades de siembra, cultivo, cosecha, transportación y venta de marihuana.
  • 20. *Sentencia del Juez Primero de Distrito en Materia Penal son sede en Jalisco en el expediente 117/85 instruido contra Armando Pavón Reyes. *Causa 111/89 instruida en el Juzgado Cuarto Penal en el DF por el delito de homicidio en contra de Zorrilla Pérez y Alberto Guadalupe Estrella Barrera *Acta de la Policía Judicial de 3 de julio de 1989 glosada a la averiguación previa 2767/D/89 que dio origen a la causa penal 137/89 del Juzgado Tercero de Distrito en materia penal en el DF *Boletín informativo de la Secretaría de Gobernación de 3 de junio de 1985. *Estudios de personalidad hechos a José Antonio Zorrilla Pérez entre 1989 y 2009 en las cárceles de la Ciudad de México. EN LA CABEZA DE JUAN JOSÉ ESPARRAGOZA, “ELAZUL” Por: Humberto Padgett - septiembre 3 de 2013 - 0:00 INVESTIGACIONES, Investigaciones especiales, México, TIEMPO REAL, Último minuto - 9 comentarios Ciudad de México, 3 de septiembre (SinEmbargo).– Todos sucumben. Muchos se van extraditados a Estados Unidos, donde el sueño de gobernar las cárceles queda supuestamente sepultado, al menos para los grandes capos mexicanos, quienes deben ceder ese asiento a las pandillas que les distribuyeran en las prisiones o las calles las drogas ilícitas que los llevaron ahí. Algunos mueren atravesados por las balas de sus socios. Otros por el fuego del Ejército o la Marina. Durante el pasado y presente sexenio no ha habido un solo cártel que pierda una de sus cabezas al fuego del gobierno federal, aunque –y ahí están las listas de los muertos, los detenidos y los vivos– el menos tocado es el Cártel de Sinaloa, la última casa de Esparragoza Moreno. Todos menos uno: Juan José Esparragoza, El Azul, el mítico hombre que se ha colocado por encima de todos los cárteles y sigue vivo y libre tras casi 50 años dentro de un negocio donde la veteranía es la excepción. En perspectiva: cuando Esparragoza libraba tiros, organizaba cumbres y compraba policías –no tanto personas sino corporaciones enteras– ninguno de los cuatro líderes que han dirigido a Los Zetas había nacido y ya dos están muertos y uno preso. Sin El Azul no podría entenderse la presente República de las Drogas. En la cabeza de El Azul
  • 21. El 6 de febrero de 1985, un grupo de agentes y ex agentes de la DFS pagados por Don Neto Fonseca se reunieron en su casa. Al día siguiente, a las siete de la mañana, el veterano narcotraficante les ordenó ir al domicilio de Rafael Caro Quintero El Narco de Narcos. Se concentraron ahí en espera de órdenes. Antes del mediodía, un grupo salió al consulado estadounidense en Guadalajara. Horas después volvieron Fonseca y el resto del grupo con un hombre al que cubrieron la cabeza con un saco. Fue conducido a una de las recámaras de la casa y los capos se encerraron en la habitación de Caro. Sergio Espino Verdín recibió la orden de cuidar la entrada de la habitación donde estaba retenido el agente estadounidense. Minutos más tarde regresó Samuel Ramírez Razo Samy a interrogar a Camarena. El asunto giraba alrededor de la investigación llevada por la DEA y las autoridades mexicanas sobre el tráfico de drogas. El pago por el secuestro fue de 50 mil pesos a cada uno de los cuatro agentes del servicio secreto mexicano participantes.
  • 22. Introdujeron a Fonseca en una de las recámaras de la casa, a donde entraron Caro Quintero y Fonseca Carrillo. Samuel Ramírez Razo El Samy estuvo a cargo del interrogatorio. La tortura fue brutal. La ejercían hombres entrenados para evitar la investigación y obtener los datos mediante la fuerza: eran agentes de la Dirección Federal de Seguridad, la misma agencia de espionaje mexicana que desde su más alta dirección protegía a los secuestradores de Kiki Camarena. –¿Cómo se llama, hijo de su pinche madre? –repetía El Samy la pregunta con cierta frecuencia. –Enrique Camarena Salazar. –¿Sobre de quién andan, pinches culeros? ¿Quiénes están en la lista? Los detalles serían dados al juez por Sergio Espino Verdín, ex miembro de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales, otro aparato de espionaje político del gobierno mexicano de los ochentas. Espino Verdín llegó ahí mediante el fichaje mediado por Jorge Salazar Ortega y Javier Barba Hernández, abogados de Caro Quintero y Fonseca Carrillo, responsable de su sueldo. Amistó suficiente con Don Neto como para que el capo, en el velorio de un hermano que le mataron, le entregara al ex espía 500 mil pesos de la época para repartirlos entre la tropa. Ramírez Razo y Tejeda Jaramillo proporcionaron el resto de los detalles de ese día: “Lo tenían en una recámara donde era golpeado por Carlos Martínez y Refugio Cuquillo. El primero lo amordazó, le introdujo unos pedazos de trapo en la boca y le puso tela adhesiva alrededor de la boca y la nariz. Debió morir pronto”, dijo el último. Fonseca tuvo un mal presentimiento, como si la casa se llenara de pájaros negros. –Compadre, necesitamos soltar al gringo –dijo Don Neto a su joven e impetuoso socio Caro Quintero. –No puedo, compadre, porque ya lo madrearon y se está muriendo. Ya era 7 de febrero de 1985, día en que la historia del crimen organizado cambió para siempre y, a entender por el momento actual, también del país por completo. Metieron a Camarena en la cajuela de un automóvil. Seminconsciente, le golpearon varias veces la cabeza con una llave de tuercas. Ahí mismo introdujeron a Alfredo Zavala, el piloto mexicano que dio las coordenadas del rancho El Búfalo, el mayor sembradío de marihuana de la historia y cuya pérdida enfureció a Caro al grado de cometer el error de asesinar a un policía con pasaporte estadounidense. Llevaron el auto a un rancho en Michoacán y lo encerraron con los cadáveres dentro en el interior un garaje que luego tapiaron Antes de esto. Cuando Samy abandonó el cuarto de tortura, se dirigió con la respiración entrecortada, no de angustia sino de fatiga. Dijo a sus jefes: “El detenido manifestó que Miguel Ángel Félix Gallardo, Fonseca, Caro Quintero, Manuel Salcido El Cochiloco y Juan José Esparragoza Moreno El Azul eran este orden las principales personas que se dedicaban al narcotráfico nacional e internacional”.
  • 23. *** Los cárteles mexicanos, a semejanza de los colombianos, conciliaron intereses comunes de narcotraficantes identificados por razones de región o parentesco. Antes de estas agrupaciones en México, existían bandas con mayor o menor organización fundamentalmente dedicadas al cultivo y exportación de marihuana y amapola. El clan de Los herrera, por ejemplo, gobernó en el crimen y la ley durante años en Durango, donde alrededor de 2 mil familiares se imbricaron en el contrabando, gobiernos municipales, jefaturas policíacas. Al otro lado de la montaña, en Sinaloa, surgieron figuras como Pedro Avilés Pérez El León de la Sierra, quien exploró de manera anticipada, en la primera década de los setenta, con Javier Sicilia Falcón, un cubano- americano nacionalizado mexicano, las primeras rutas occidentales del tráfico de cocaína. Avilés fue asesinado y Sicilia preso. Más del primero que del segundo descienden directamente Miguel Ángel Félix Gallardo El Padrino, Ernesto Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero, Manuel Salcido El Cochiloco, Amado Carrillo Fuentes El Señor de los Cielos y Juan José Esparragoza Moreno El Azul. Todos murieron de bala o están presos, excepto Caro Quintero, quien apenas dejó la cárcel de Puente Grande luego de 28 años de encierro y El Azul Esparragoza. Para colocar a las personas en contexto, en las miles de páginas contenidas en los expedientes judiciales obtenidos por SinEmbargo sobre el estado del narcotráfico mexicano durante la década de los setenta y ochenta, el nombre de Joaquín El Chapo Guzmán, hoy el primer narcotráfico del mundo según en el gobierno de Estados Unidos, no aparece sino hasta después del asesinato de Camarena. Lo mismo ocurre con Ismael El Mayo Zambada. Sólo tenía relevancia Esparragoza Moreno. La dirigencia actual de Sinaloa, el más próspero vendedor de drogas en el mundo es un triunvirato compuesto por El Chapo, El Mayo y El Azul, hombres con diferencias de edades de entre dos y seis años. ¿Por qué? ¿Existe algo especial en Juan José Esparragoza Moreno? Parte de la respuesta está en el expediente integrado por el área técnica de la Penitenciaría del Distrito Federal. SinEmbargo posee copia completa del documento, un informe confidencial con todas las evaluaciones psicológicas, sociales, criminológicas y laborales hechas al capo durante los últimos siete años que ha estado en prisión. Ahí están los cuestionarios en que El Azul se describía “travieso” de niño y temeroso de no hacer de sus hijos hombres de “vien”. O está el dibujo de un hombre con brazos enormes y deformes y trazo tembloroso, al que inventó una historia con su letra manuscrita y poco practicada: “Esta figura es de un señor que fue quemado un Sábado de Gloria por perverso”. Es la historia de un hombre de 1.77 metros y atlético en su juventud. Del hijo adorado de un ganadero. De un hombre tan moreno al que sólo le podían apodar El Azul. Que en los años 70 se integró como uno de los agentes de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política que, a la vez, era una especie de dependencia controladora de la gran banda de narcotraficantes liderados entonces por Miguel Ángel Félix Gallardo, quien reconoció el talento de un joven Esparragoza y lo eligió como su lugarteniente. No fue su único maestro. El Azul estuvo bajo la tutela de Juan José Quintero Payán, contemporáneo de Ernesto Fonseca, Don Neto, y anterior a Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero. Tuvo también la enseñanza de Pedro Avilés, El León de la Sierra. Juntos adornaron las cañadas y los cerros con plantíos de mariguana y se convirtieron en leyendas, en letras de corridos norteños.
  • 24. En 1977, el gobierno de Estados Unidos asesoró al mexicano, que utilizó por primera vez al ejército para combatir al narco y poner en marcha la Operación Cóndor, en Sinaloa. Félix Gallardo, Don Neto, Caro Quintero y El Azul migraron a Guadalajara, donde continuaron las operaciones, cada vez más fortalecidas con el envío de cocaína sudamericana a Estados Unidos, bajo el amparo de la Dirección Federal de Seguridad, de la que El Azul obtuvo una credencial que lo acreditaba como colaborador oficial de esa dependencia gracias a la compra que los narcos hicieron de la policía política mexicana. En 1985, la mafia sinaloense asentada en Jalisco supo que un hombre andaba detrás de ellos, Enrique Camarena. Los narcos lo secuestraron frente al consulado de su país en Guadalajara por órdenes de Don Neto y Caro Quintero. Le preguntaron quiénes eran los hombres en la lista negra del gobierno estadunidense. Dio todos los nombres. Luego lo asesinaron. La DEA reclamó cabezas. Y el gobierno mexicano se las dio. Antes, quizá con conocimiento de que la prisión era un mal trago insalvable, Esparragoza Moreno convocó a una cumbre en que México quedó partido en cuatro para asuntos de narco. Sólo él podría convencer a Amado Carrillo, sobrino de Don Neto, que mantuviera calma la antipatía que sentía por El Chapo y a este que no fuera sobre sus paisanos, los Arellano Félix, sobrinos de Miguel Ángel Gallardo El Padrino. Que se admitiera la personalidad de Juan García Ábrego, sobrino del legendario don Juan N. Guerra, barón del contrabando tamaulipeco. La división política se hizo, pero, al poco tiempo, la bandera blanca voló en pedazos al ritmo de los cuernos de chivo. *** El Azul entró al Reclusorio Sur del Distrito Federal a las cinco de la tarde con 15 minutos del 11 de marzo de 1986. Dio como domicilio una residencia en la calle Fuego 908, en el Pedregal de San Ángel del Distrito Federal. El Departamento del Tesoro de Estados Unidos, a través de su listado de personas y entidades restringidas para operaciones financieras, identifica además cinco domicilios suyos en Tijuana. El capo se dijo agricultor y ganadero. La Procuraduría General de la República decía que no lo era. Que cultivaba, cosechaba, segaba, empaquetaba, transportaba, vendía y exportaba mariguana. Que era un señor de la cocaína, negocio cada vez más boyante. El juez lo condenó a siete años y dos meses de prisión. Caminaba con dificultad, afectado por un tiro que le entró en el muslo derecho. Tras los primeros exámenes de personalidad, el psicólogo Jaime Rodríguez descubrió, el 15 de abril de 1986, a un hombre con inteligencia promedio y dotación cultural pobre. Apenas seis años atrás, el cáncer se había llevado a sus padres, Rosario e Ignacio. Nació el 3 de febrero de 1949, aunque el gobierno estadunidense considera como fecha alterna de nacimiento el 2 de marzo de ese mismo año. Es nativo de Huixiopa, municipio de Badiraguato, Sinaloa, en donde la tierra se hizo sierra de amapola desde hace más de 70 años.
  • 25. Fue el séptimo de siete hermanos –cuatro mujeres y tres hombres–. Pudo ser el octavo, pero la hermana a la que habría seguido murió al nacer. Creció, según la evaluación, en un sitio donde el objetivo era específico: “la acumulación material de capital”. Para el psicólogo, la madre de El Azul representó para éste una figura rígida, demandante y proveedora. Su padre, por el contrario, fue sobreprotector y positivo. La profunda identificación con él determinó en gran medida su destino. Fue su padre quien le llenó por primera vez la mano derecha con una pistola –“el objeto, compensatorio de seguridad y de satisfacción viril”, escribió el analista– cuando el muchacho apenas tenía 12 años de edad. A El Azul simplemente no le gustaba la escuela y desertó en el segundo año de secundaria. Temió y huyó de casa. Pero Ignacio lo recibió de vuelta sin mayor trámite. Le enseñó el manejo y control de sus negocios. Lo instó a seguir su ejemplo de hombre de empresa. Con el tiempo, la relación se tradujo en alianza, la primera omertá de El Azul. El padre consintió más de lo debido las travesuras de su hijo y éste guardó discreción respecto al comportamiento del primero. Habló El Azul en el mínimo consultorio de la cárcel: “Llegué a sorprender a mi padre en compañía de algunas mujeres. En cierta ocasión, al abrir la puerta de la bodega del establo, lo vi sosteniendo relaciones con una mujer… Inmediatamente cerré la puerta y todo se olvidó”. A los 16 años de edad, con la ayuda de su padre, estableció un negocio de abarrotes e inició su vida independiente de comerciante. Luego se dedicó a la compra y venta de ganado y aves domésticas, “actividades tempranas que mostrarían su gran motivación de logro y desempeño laborioso. No obstante, esta gran motivación de logro e interés por la empresa, más tarde se convertirían en ambición desmedida”. Y se hizo narcotraficante a los 22 años de edad. Su padre le daría algo más: una fortuna de 50 millones de pesos al morir, en 1981. *** El Inventario Multifásico de la Personalidad Minnesota (MMPI por sus siglas en inglés) es uno de los tests psicológicos más utilizados en mundo. Se aplica desde hace décadas en cárceles del Distrito Federal. El estudio considera tres escalas de validez y 10 clínicas. Se resuelve mediante un cuestionario con 566 enunciados, a los que la persona califica como ciertos o falsos. Las respuestas son convertidas en una serie de números y éstos, de manera individual y combinada, transferidos a grupos de personalidad con lo que se define el perfil básico de una personalidad. El 4 de marzo de 1986, Juan José Esparragoza resolvió el MMPI. En más de 20 años de experiencia en penitenciarías locales, federales y capitalinas, Alfredo Ornelas ha aplicado miles de pruebas de personalidad a criminales de todo tipo y dirigido cursos para su realización. Lo ha hecho en penales federales y estatales. Conoce los laberintos de la mente de narcotraficantes, secuestradores, defraudadores, lavadores de dinero, asesinos y simples ladrones de ocasión. Es experto de la Academia Internacional de Ciencias Forenses y coordinador de estudios penitenciarios del Centro de Estudios para la Seguridad y la Justicia. Con la hoja de resultados de El Azul en mano, Ornelas levanta el telón y muestra la mente del narcotraficante.
  • 26. Las tres escalas de validez identificadas con letras. En el caso de Esparragoza, resaltó la denominada L, en la que obtuvo una puntuación comprendida en un rango propio de neuróticos y psicóticos. En el resto del examen, mostró tendencias en ambos sentidos. Luego, la escala 1 define la hipocondría y el test resuelto por el sinaloense lo pinta siempre angustiado por su salud, sin restricción del sistema orgánico que supone enfermo. Alcanzó tal nivel en sus respuestas que podría ser un hombre con delirio somático, “sin duda relacionado con un episodio esquizofrénico”. En la medición 2, relacionada con la depresión, también disparó hacia arriba de lo considerado como normal. Quienes ahí se ubican, enfrentan niveles clínicos “significativos por su importancia” y viven siempre preocupados por minuciosidades. Son personas ansiosas, preocupadas, con autoestima baja y pesimistas en su manera de percibir el mundo, al menos en el momento de resolver el cuestionario. Casi siempre tienen baja tolerancia a la frustración. Algunos ejemplos de las respuestas de El Azul: 32. Encuentro difícil concentrarme en una tarea o trabajo: Cierto. 43. Mi sueño es irregular e intranquilo: Cierto. En el escalafón 3, histeria, mostró resultados sin significados consistentes. Pero llaman la atención algunas respuestas: 129. A menudo no puedo comprender por qué he estado tan irritable y malhumorado: Falso, pero también marcó, y luego borró, la opción Cierto. 141. Es más seguro no confiar en nadie: Cierto. 238. Tengo periodos de tanta intranquilidad que no puedo permanecer sentado en una silla por mucho tiempo: Cierto. En la medición 4, desviación psicopática, también se le consideró dentro de los límites: independiente e inconforme, pero sin ser impulsivo ni dueño de sentimientos “inapropiados”. Enérgico, activo y –la evidencia saca de dudas– con dificultades para aceptar las normas. 61. No he vivido la vida con rectitud: Cierto. 102. Mis luchas más difíciles son conmigo mismo: Cierto. 201. Desearía no ser tan tímido: Cierto. 249. Nunca he tenido tropiezos con la ley: Cierto (sic). Esparragoza salió atípicamente alto en la graduación 8: esquizofrenia. Lo mismo ocurrió con la penúltima escala, la 9: manía en una dimensión que se le puede considerar temeroso del fracaso y el aburrimiento; hiperactivo, exagerado, competitivo, entusiasta y manipulador. En su condición, las personas viven tensas, ansiosas, impulsivas, desinhibidas. Son lábiles, eufóricos, agresivos e irritables. También pueden ser amistosas, agradables, inquietas, versátiles e impacientes.
  • 27. Esto explica el éxito y carisma reconocido por policías, narcos y carceleros. Se les considera proclives a las adicciones. Y sí: Esparragoza estaba considerado en prisión como un consumidor habitual de alcohol, mariguana y cocaína. “Existe egocentrismo. No aprecian la ineptitud de la conducta y guardan desprecio por las demás personas y desprecio por las normas sociales y esto los lleva a problemas con las autoridades”. En resumen, sintetiza Ornelas: “Es un borderliner, un hombre atrapado entre la neurosis y la psicosis. Es un esquizoide”. *** Es palabra escrita del psicólogo Jaime Rodríguez: “El sujeto se desarrolla en el seno de una familia en la cual no se establecieron con claridad los objetivos de autoridad y las reglas que se dictaban nunca o casi nunca se basaron en el afecto mutuo, ternura y confianza. “No percibe ni juzga sus motivos y es incapaz de juzgar su propia conducta desde el punto de vista de otra persona. A pesar de que esa conducta es inadecuada u hostil desde un punto de vista social, está satisfecho con ella. Muestra pocos sentimientos de angustia, culpa o remordimiento. Carece de un objetivo definido y su habitual estado de inquietud quizás se deba a que busca lo inalcanzable. “La rutina le parece intolerablemente tediosa, aduciendo que a él nunca le gustó seguir una vida rutinaria en sus actividades cotidianas, rechazando así el acatamiento de criterios funcionales establecidos por la sociedad. Ejemplifica: ‘Siempre luché por obtener lo que poseo sin tener que rendir cuentas a nadie. Nunca me gustó la idea de cubrir un horario rígido de trabajo (impuesto, por supuesto)’. “Exige la satisfacción inmediata e instantánea de sus deseos, sin que le importen los sentimientos ni los intereses de otras personas con quienes establece muy escasas relaciones emocionales o lazos afectivos estables. No desarrolla un sentido de los valores sociales. “Persona poco sensible que se da a los placeres inmediatos, parece carecer de un sentido de responsabilidad y a pesar de los castigos y restricciones coercitivas que la sociedad emplea para frenar delitos repetidos, no aprende a modificar su conducta. “Se observa en él carencia de juicio social. No obstante, a menudo es capaz de elaborar racionalizaciones verbales que suelen convencerlo de que sus acciones son razonables y justificadas: ‘Yo no hago mal a nadie. Al contrario. He traído divisas al país y he creado fuentes de trabajo’. “Los únicos ideales que posee y que destacan como objetivos definidos en su vida son aumentar la importancia de sí mismo como individuo, lograr dinero y bienestar materiales y controlar a otras personas para lograr satisfacciones inmediatas. Su egocentrismo lo lleva a exigir demasiado. “El perfeccionismo, el orden, la responsabilidad, preocupación por los problemas más insignificantes es lo que esencialmente lo caracterizan”. *** El 9 de julio de 1990, El Azul fue trasladado del Reclusorio Sur a la Penitenciaría del Distrito Federal.
  • 28. ¿Cómo era La Peni en los tiempos en que El Azul estuvo preso? ¿Cómo fueron los seis años de encierro de un capo vigente en la vida del país durante más de cuatro décadas? El Azul vivía en el dormitorio 1, zona uno, conocida en aquel tiempo como “Beverly Hills”, la zona de exclusividad. Habitaba solo en una celda cubierta completamente de caoba, como todas en ese espacio. Había televisiones, videocaseteras, hornos de microondas y, poco a poco, los primeros teléfonos celulares. Tenían inodoros con depósitos de agua, lo que aún hoy no existe en la Penitenciaría. Buenos colchones y cobijas. En las limitaciones, vivían bien. Lo primero que daba cuenta de ese poder era el agua. Los reos importantes tenían depósitos de líquido en cada celda, a diferencia del resto de miles de internos a quienes el polvo del oriente de la ciudad de México aún se les pega al sudor cada estiaje. “Se comían mariscos. Hasta langosta. Había tanta relación con las autoridades que no se podía distinguir quién daba la instrucción en esos tiempos: si eran los internos o las autoridades”. No existían limitaciones para recibir a sus visitas ni para el ingreso constante de prostitutas. El Azul quería una cárcel hermosa. Por eso, de acuerdo con los testimonios dados a SinEmbargo por custodios de esas épocas, que piden el anonimato, promovió la construcción de esa zona, en donde hoy existe el dormitorio 10, reservado para ancianos, discapacitados, enfermos de sida y los condenados a muerte por los mismos reos. También mandó a construir los frontones. Le gustaba jugar a mano limpia y con raqueta. Tenía la comisión laboral de ser el coordinador de tenis, pero eso nunca se practicó ahí. Era frontenis. Se hacía el juego entre custodios, internos y visitantes. Esparragoza sacaba un rollo de billetes verdes del pantalón y si estaba de buen humor sacaba los de 100 dólares como si fueran de juguete. Los custodios, a quienes tomó como su grupo de escoltas personales adentro, todavía añoran los tiempos de El Azul Esparragoza. Hizo levantar una fuente que está fuera de la prisión, en el área de estacionamiento de funcionarios. “Quería que la cárcel se viera bonita. También ordenó hacer una casita de madera para niños. Compró columpios, sube y bajas y demás juegos. Esa área sigue ahí, aunque ya no es usada por los niños. “Con frecuencia estaba en la dirección, entonces a cargo de Margarito Luis Pérez Ríos. Había internos que se quedaban a dormir en la dirección. Se iban a jugar dominó o póker con el funcionario encargado, quien se iba a dormir, ebrio o cansado, y los reos pasaban la noche en los dormitorios para las autoridades. A la mañana siguiente, pedían de comer en la misma dirección y seguían la juerga. “Las Navidades eran fiestas extraordinarias. Había lo que se le pueda ocurrir. Hasta restaurantes de los internos operaban. Muchos de los internos adinerados podían salir de la prisión, no nada más El Azul. El compromiso era que volvieran por su propio pie”. Las cosas no eran muy diferentes para sus socios presos en el Reclusorio Norte, Caro Quintero y Don Neto Fonseca, dueños del dormitorio 10. Había cava, jacuzzi, salón de juegos, mesas de billar. Vale la pena decir qué clase de empleados tuvieron en prisión los jefes del hoy extinto Cártel de Guadalajara en su estancia en las prisiones del Distrito Federal. Por ejemplo, Chávez Traconi fue el administrador de Caro Quintero. El Traconi fue considerado como uno de los defraudadores más importantes a nivel internacional.
  • 29. Excepcionalmente inteligente, dice ser abogado. Nadie lo sabe con certeza, pero nadie duda de su erudición. Encarcelado, ha librado al menos 60 procesos, algunos iniciados en Morelos, en contra suya. Él mismo ejerció su defensa. “Administraba el alcohol que se consumía y preparaba las listas de las vedettes que entraban a las fiestas que se hacían ahí mismo. Eran verdaderos autogobiernos”, recuerda otro ex guardia. “En las cárceles, el sistema de comunicación entre internos en diferentes prisiones siempre ha sido expedito. Cuando no existían teléfonos celulares, el contacto se hacía a través de los teléfonos institucionales, hasta del mismo director. Claro que El Azul mantenía comunicación con Caro Quintero. Es sabido que en alguna ocasión salió a una cumbre en representación de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos”. El Reclusorio Norte estaba formalmente a cargo de Jesús Miyazawa, otro descendiente de la guerra sucia mexicana, y de Alberto Pliego Fuentes, El Superpolicía, quien murió en prisión bajo el mote del Supersecuestrador. Tiempo después, ambos fueron figuras claves para entender la llegada del narcotráfico a Morelos en la época en que Jorge Carrillo Olea, ex director de la DFS, gobernó el estado y ahí se asentó el nuevo Cártel de Juárez. *** Existen documentos que detallan la vida de las cárceles capitalinas a principios de los años 90, cuando el capo sinaloense fue enviado al penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez, hoy llamado del Altiplano. El 11 de octubre de 1991, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) emitió la recomendación 090/1991 al jefe del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís. Las quejas de los internos incluyeron el cobro por la utilización de celdas de privilegio, en las que internos con poder económico ocupaban hasta cinco estancias para ellos solos; el pago obligado para poder usar las habitaciones de visita íntima, áreas de visita familiar y llamadas telefónicas; venta de reportes para acreditar el supuesto trabajo en el interior de los centros de reclusión; influyentismo y venta de estudios técnicos de personalidad; prostitución propiciada por autoridades; venta de drogas y alcohol, y acceso sin restricción durante las 24 horas del día a familiares y amigos para visitar a grupos selectos de internos. En agosto de ese año, supervisores de la CNDH visitaron todas las prisiones. En La Peni encontraron como director a Margarito Luis Pérez Ríos, el hombre que firma varios de los documentos técnicos que avalan el tránsito de Esparragoza por el lugar. Los supervisores constataron el deterioro de las instalaciones hidráulicas y eléctricas, los servicios sanitarios y las regaderas y la carencia de agua corriente para el servicio y la higiene de los internos: sólo dos horas de agua por la mañana, dos por la tarde y dos por la noche. La prisión tenía casi 3 mil internos, cuando la capacidad era sólo para mil 750. Muchos dormían en el piso de las estancias y en los pasillos. El costo de las habitaciones para las visitas íntimas, en el turno matutino, era de 40 mil pesos; en el vespertino, de 50 mil, y por las noches, de 110 mil pesos de entonces. Se consignó que los oficios de comisión laboral eran una mercancía más, lo que los reos certificaban el desempeño de alguna actividad laboral.
  • 30. En el Reclusorio Norte, los inspectores encontraron una cárcel generalmente infestada de chinches, pulgas y ratas en casi todos los dormitorios. Los botes de basura rebosaban de botellas vacías de ron y brandy y latas de cerveza. Algún efecto tuvo la recomendación. En marzo de 1992 El Azul fue trasladado al penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez, hoy llamado del Altiplano Número Uno. Pero las paredes de las prisiones son, para hombres como Esparragoza, muros imaginarios. Según el FBI y la DEA, mantuvo el control de las operaciones de su empresa desde la cárcel federal. El Azul salió libre en mayo de 1993. Nunca ha vuelto a prisión. esparragoza01
  • 31. *** El análisis de Esparragoza Morena no concluyó en las cárceles de la ciudad de México. Juan Pablo de Tavira, ex director de Almoloya de Juárez, lo señaló a mediados de los años 90 como el principal operador y negociador del narco en México. “Fue el hombre de las relaciones públicas del Cártel de Guadalajara: hábil para hablar y para moverse, se le consideraba indispensable en la mafia”, describió De Tavira en su libro ¿Por qué Almoloya? Era cierto. En esa época, El Azul era un hombre ubicuo. Hasta se le consideró como posible heredero del Cártel del Golfo luego de la captura de Juan García Abrego. Pero El Azul se asentó en Cuernavaca. Morelos no era una casualidad. Era una constante. A finales de la década de los años 80, cuando el narcotráfico mexicano era liderado por Amado Carrillo Fuentes, el crimen organizado presuntamente agasajaba al gobernador Carrillo Olea. A cambio, el narco logró hacer mudanza a su estado y habría utilizado las pistas aéreas para recibir embarques de droga antes de reenviarlos a Sonora. Años después, una hija del El Azul, Nadia, fue relacionada sentimentalmente con el entonces gobernador panista de Morelos, Sergio Estrada Cajigal. Y, tras la muerte del Señor de los Cielos, en julio de 1997, algo quedó claro en Morelos. Había nuevo patrón: El Azul. En aparente retiro, a Esparragoza se le comenzó a respetar como se hace con los viejos venerables de la tribu. También llamado Don Juan, pronto emergió entre los de su estirpe como el hombre sensato, curtido por la experiencia, el conciliador.
  • 32. Algunos años más tarde, en 2006, versiones no oficiales, pero no desmentidas, lo ubicaban como un auténtico Don en la mafia mexicana. Y en esa calidad Esparragoza convocó a los más importantes grupos del crimen en disputa a dejar a un lado las violentísimas reyertas internas que estaban manchando de rojo ciudades y ranchos. Era la única figura que podía instarlos a comportarse con prudencia y pactar un reparto de territorios y señoríos. Se formó lo que se llamó La Federación. Estaban ahí quienes eran alguien en el mundo del narcotráfico. Como es obvio, no funcionó por mucho tiempo. *** Esparragoza Moreno resolvió el test de frases incompletas el 17 de marzo de 1986. Es una prueba compuesta de 60 ideas que deben ser concluidas por el procesado. Indaga actitudes frente a la familia, el sexo, el concepto de sí mismo y las relaciones interpersonales. Textualmente, tras los puntos suspensivos, el narcotraficante respondió: 1. Pienso que mi padre rara vez… dejo de estar conmigo 2. Cuando la suerte está en mi contra… me deprimo 3. Siempre he querido que… mi familia viva bien 5. El futuro me parece… difícil 9. Cuando era niño… fui muy travieso 12. Comparada con la mayoría de las familias, la mía era… ideal 22. La mayoría de mis amigos no saben que tengo miedo de… morir 30. Mi peor equivocación fue… no estudiar 32. Mi mayor debilidad… el dolor familiar 33. Mi ambición secreta en la vida… ser un buen padre 34. La gente que trabaja bajo mis órdenes… es gente respetada 45. Cuando era pequeño, me sentía culpable de… mis travesuras 48. Al dar órdenes a otros… me porto serio y recto 53. Cuando no estoy presente, mis amigos…me admiran Al año siguiente, Esparragoza resolvió de nuevo el mismo cuestionario. 5. El futuro me parece… muy maravilloso 20. Anhelo… llegar a viejo sin achaques
  • 33. 24. Antes de la guerra, yo… ignoraba los alcances que ay en la actualidad 28. Las personas con las que trabajo son… muy aceptadas 32. Mi mayor debilidad es… ser muy sensible 33. Mi ambición secreta en la vida… es llegar a ver realidad que mis hijos son gente de vien 36. Cuando veo venir a mi jefe… me pongo a sus ordenes 39. Si fuera joven otra vez… sería un atleta 40. Creo que la mayoría de las mujeres… son divinas 45. Cuando era más joven, me sentía culpable por… la ignorancia 52. Mis temores me obligan a veces a… sentirme confuso 54. Mi recuerdo infantil más vívido… un viaje a disnelandia 60. Lo peor que hice hasta ahora… es no aber terminado mis estudios *** Una muestra de la convivencia con la comunidad política. En enero de 1995 el procurador morelense Carlos Peredo Merlo realizó una fiesta en Cocoyoc por la boda de su hijo. Al casamiento acudieron Carrillo Olea, entonces gobernador con licencia y testigo de honor. También El Señor de los Cielos y El Azul, según reportes no desmentidos. El ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, hoy extraditado, también sucumbió a la plata del Cártel de Juárez. El mismo Azul estableció el negocio al otro lado del país, donde coordinó el envío de coca a Estados Unidos. Su poder no se limitó a los civiles. El primer día del consejo de guerra que se les realizó, a fines de octubre de 2002, los generales Francisco Quirós Hermosillo y Arturo Acosta Chaparro, vestidos con sus uniformes de una y tres estrellas, dijeron que no. Que ellos no eran empleados del Señor de los Cielos. Ese mismo día, se leyeron los testimonios de varios testigos protegidos, algunos ligados a ellos desde los días en que el ejército, la Dirección Federal de Seguridad, la Policía Judicial Federal y la Policía Judicial del DF integraron la Guardia Blanca para perseguir y aniquilar líderes guerrilleros durante los años 70. Dos de ellos, Gustavo Tarín Chávez y Jaime Olvera Olvera, aseguraron bajo juramento que Quirós era compadre de Juan José Esparragoza y que Acosta llamaba “m’ijo” a Amado Carrillo. Jesús Gutiérrez Rebollo, el general al que se llamó “el zar antidrogas de México”, también sucumbió al encanto de El Azul. El 8 de julio de 1987, la especialista María del Carmen reportó otro estudio criminológico de Esparragoza. Habló también de la sobreprotección de su padre, quien llenó la mano de su hijo con una pistola.
  • 34. “Ha incrementado de manera excesiva su ambición por el poder, ya que a pesar de poseer una cuantiosa fortuna, heredada de su padre, la ha incrementado con las actividades del narcotráfico. “Sus características de personalidad son de pocos sentimientos de culpa, angustia o remordimiento, con fallas importantes en los juicios de valor. Es hostil, oportunista y, sobre todo, manipulador, ejerciendo rol de líder ante cualquier grupo. Mantiene bajo control de impulsos. Es seductor con el manejo de poder. “Se considera que su capacidad criminal es alta por el deseo desmedido de poder. Su capacidad de adaptabilidad social es media, ya que ejerce la seducción y la manipulación en sus relaciones interpersonales. Su índice de peligrosidad es alto, pues es un sujeto con posibilidades de evasión por el mismo rol de líder que maneja”. *** Si se atiende a la vida de El Azul, el Estado mexicano está amenazado por hombres que ni la secundaria terminaron. Ahí está él, un hombre decidido a no ir más a la escuela después del segundo año de secundaria, clasificado por la DEA y el FBI como un pacificador en las sangrías que se hacen los cárteles mexicanos. No sólo esto. Es un barón de las drogas con autonomía. “Se le ha reportado como una cabeza de la organización por sus propios méritos con conexiones independientes con traficantes peruanos y colombianos de cocaína”, enunció el reporte Crimen Organizado y Actividad Terrorista, elaborado por el Congreso de ese país a principios de esta década. El gobierno estadunidense colocó una recompensa sobre su cabeza de 5 millones de dólares, lo mismo que ofrece por la entrega de El Chapo Guzmán, quizás el capo más reputado del mundo en la actualidad. El de México ofrece 30 millones de dólares a quien dé información que lleve a detenerlo. También están los reportes de la justicia argentina, que lo ubican como residente temporal en Buenos Aires, donde tejía redes de lavado de dinero y envío de cocaína hacia el norte del continente. Hoy el Cártel de Sinaloa se despedaza. La guerra interna se declaró en enero de 2008 cuando los hermanos Beltrán Leyva se dijeron traicionados por El Chapo, a quien acusan de haber entregado a las autoridades a Alfredo Beltrán Leyva. Del lado del Chapo se situaron Ismael El Mayo Zambada; Ignacio Nacho Coronel, abatido por el ejército en Guadalajara hace dos semanas, y el patriarca, El Azul. Los Beltrán Leyva, originariamente asesinos y ajustadores de cuentas de los viejos empresarios de la droga, se aliaron con los Carrillo Fuentes y Los Zetas, los más jóvenes y los más violentos del vecindario. Se ha dicho que El Azul no se quedó con la última mujer registrada por los estudios psicológicos de las prisiones del Distrito Federal. Que se unió a una de las hermanas de los Beltrán Leyva., perseguidos por el gobierno de Felipe Calderón hasta el asesinato y la exhibición de sus cadáveres con billetes adheridos a su cuerpo con su propia sangre. Sólo algo es seguro. Narcos surgen y narcos sucumben.
  • 35. Todos, menos uno: Esparragoza Moreno, el capo que sabe guardar silencio desde la infancia, que soñaba en prisión con su viaje a disnelandia. Y quizá dos. Semanas antes de la salida de prisión de su viejo socio Rafael Caro Quintero, la DEA notificó la existencia de que el Narco de Narcos, el hombre que compró el sistema de espionaje mexicano, seguía vigente mediante una extensa red de empresas de bienes raíces en Jalisco y de gasolineras en Sinaloa. Que sobrevivió gracias a un viejo socio, el único que vivido completa la historia de la Nación del Crimen, un hombre que de tan prieto que está le dicen El Azul. Fuentes Causa penal 82/86 instruida contra Sergio Espino Verdín Averiguaciones previas 219/85 y 3992/85 abiertas contra Rafael Caro Quintero por el delito de homicidio Expediente 24,394/90 abierto por la Dirección Técnica de la Penitenciaría del Distrito Federal y que incluye los estudios psicológicos, familiares, laborales y criminológicos practicados a Juan José Esparragoza Moreno Causa penal 82/86 abierta contra Sergio Espino Verdín por su participación en el asesinato de Enrique Camarena Notificación de la Oficina de Control de Bienes de Extranjeros del gobierno de Estados Unidos de 12 de junio de 2013 CUANDO LOS TIGRES DEL NARCO SE SOLTARON Por: Humberto Padgett - septiembre 4 de 2013 - 0:00 Ciudad de México, 4 de septiembre (SinEmbaego).– La Dirección Federal de Seguridad (DSF) proporcionaba al gobierno estadounidense el invaluable servicio de perseguir la disidencia comunista mexicana y, tal vez más importante que esto, seguir la pista de agentes cubanos y soviéticos. La Brigada Especial o Blanca –para establecer un antagonismo con la Brigada Roja de la guerrilla– existió como consecuencia de la Guerra Fría y el primer interés de Estados Unidos que su patio trasero se mantuviera, al menos, blanco, pero nunca rojo.
  • 36. Las señales de la connivencia entre narcotraficantes y policías o cada cual algo del otro en mayor o menor medida eran inocultables. Los propios agentes de la DEA desplegados en México y particularmente en Guadalajara, donde asesinaron a Enrique Camarena, uno de los suyos, mantenían el reclamo a sus jefes apostados en la Ciudad de México de desatender el problema de las complicidades a favor de la “relación especial” con México. La “relación especial” era el eufemismo por el que Washington miraba hacia otro lado si a cambio México se mantenía, en los hechos –el discurso pudiera ser lo izquierdista que se quisiera–, opuesto al avance comunista. En la Casa Blanca parecían preguntarse: ¿Qué importa si esos muchachos de piel oscura, bigotes ralos y revólver pronto también rompen de vez en cuando la ley para ganarse algunos dólares? Venido abajo el Bloque Socialista, son las drogas, sin duda, el primer argumento de intervención de América en Las Américas. Rafael Chao López es uno de los más ilustres comandantes de la Federal de Seguridad que, ante la extinción de guerrilleros qué cazar, fueron enviados tras los narcotraficantes y volvieron convertidos en ellos. Es una de las encarnaciones más potentes de la DFS. Los narcos tienen cierta fijación por los animales salvajes, por las fieras. El Chino Chao adoraba a los tigres, tenía algunos como mascotas. Y también los tenía pintados por todos lados: el tigre fue el emblema de la Dirección Federal de Seguridad, la institución por la que el narcotráfico tomó al Estado. Cuando los tigres se soltaron Estandarte de la Dirección Federal de Seguridad. Imagen: Especial Poco antes del mediodía del 15 de febrero de 1983, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, un avión de turbo-hélices aterrizó en el Aeropuerto Internacional Quetzalcóatl sin permiso de la torre de control. El aparato estaba secuestrado por el iraní Hussein Sheikholya, quien lo desvió de su ruta original Killen-Dallas, Texas. El secuestrador quería ir a Monterrey, pero el combustible estaba por agotarse, así que aterrizaron en Nuevo Laredo. En la torre de control ya había agentes del FBI, pero el iraní no quiso hablar con ellos ni con algún otro representante de ese país.
  • 37. Exigió hablar con algún periodista mexicano para entregar sus demandas y explicar sus razones. Hábiles en la creación de identidades, los jefes de la Dirección Federal de Seguridad confeccionaron cinco credenciales falsas de prensa y acreditaron a cinco agentes suyos como reporteros. Pero la argucia falló. Una hora después de tocar tierra, el terrorista aceptó la liberación de las mujeres capturadas. La aeromoza Kathaleen Springen explicó que luchó contra el aeropirata para tratar de desarmarlo, pero no lo consiguió, ni con la ayuda de algunos pasajeros. Hussein Sheikholya iba y venía por el pasillo del viejo aparato. Se restregaba la mano en la cabeza, volvía a la cabina, se asomaba hacia la pista. No había modo de salir por ahí. Todo punto alrededor suyo era un arma apuntando en su dirección. El iraní entendió que el laberinto sólo tendría salida hacia Cuba, el país más antiestadunidense en la región. Reclamó un avión. Precisó que un jet. Un jet o todos morirían. Las autoridades mexicanas reflexionaron, pero los hombres del FBI en el sitio recordaron su máxima policíaca: con los terroristas no se negocia. La respuesta de Hussein puso la situación en ruta de desastre: si a las cuatro de la tarde no tenía el avión de reemplazo y abastecido de gasolina a su disposición, mataría a los pasajeros restantes en el avión de hélices. Minutos antes de la hora, aparecieron el subdirector de la DFS, Alberto Estrella, y el comandante Rafael Chao López, coordinador de la zona noreste de la policía política. Estrella llegó a bordo de un jet pintado de rojo llamado “El Tigre”, símbolo y emblema del servicio secreto mexicano que se pintaba en las oficinas de la corporación y que lucía en el fuselaje del mismo avión. Chao López, apodado El Chino por su ascendencia asiática, llegó por carretera, procedente de Monterrey. “El Tigre” tomó posición a un costado de la plataforma, a 300 metros del avión plagiado. A los pocos minutos aterrizó una avioneta particular repleta de agentes de la DFS enviados desde Reynosa. Ambas naves aterrizaron en sentido opuesto, pues el avión comercial obstaculizaba la pista. Estrella y un agente de migración llamado Wilfrido caminaron hacia el avión asaltado con los brazos encima de la cabeza. El subdirector de la Federal de Seguridad se dirigió al iraní que asomaba desde una de las ventanillas de la cabina de mando. Les apuntaba con una metralleta R-15. Wilfrido hizo las traducciones. El iraní insistió que se le entregara un jet. El jefe de la DFS ofreció consultar con sus superiores y regresar con la respuesta. Los estadounidenses insistían en no aceptar el intercambio, pero los mexicanos recordaron que estaban debajo del Río Bravo y resolvieron la cesión de “El Tigre”. –Libere a las personas, lo llevaremos a donde quiera. El jet rojo fue reabastecido de combustible. Un agente sacó de su interior una ristra de metralletas y varias valijas. Hussein ordenó que se colocara una maleta con explosivos en la ruta entre un aparato y el otro. Salieron los demás rehenes y los dos intermediarios seguidos por el iraní, que los encañonaba con la metralleta.
  • 38. El avión rojo quedó frente a la cabina del avión de pasajeros, a 100 metros de distancia. El copiloto norteamericano que volaba la nave de hélices levantó la valija con los explosivos y la llevó al interior de “El Tigre”. Subieron Estrella, Wilfrido y Chao seguidos por el iraní. El jet se elevó y ganó altura rápidamente. En circunstancias nunca explicadas, en el trayecto aéreo fue rendido el iraní y llevado a la capital del país, de donde salió en absoluto silencio. Por el estilo, la desaparición de cientos disidentes durante los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo. Los gringos estaban encantados con Chao López y con Alberto Estrella. Un apunte sobre Estrella: el directivo federal estuvo involucrado en la muerte de José Luis Esqueda, el funcionario de la Secretaría de Gobernación que entregó una lista de narcopolíticos al periodista Manuel Buendía, asesinado en 1984. *** El plagio muestra, entre otras cosas, la capacidad de los agentes de la DFS de negociar en una situación de secuestro y coloca a Rafael Chao López en la situación de hacerlo. En un memorándum de la DFS elaborado en 1980 se apuntó: “Asunto: comportamiento ilícito del C. Comandante de la Policía Federal de Seguridad Rafael Chao López en la región norte de Tamaulipas” El Juzgado Tercero de Distrito con residencia en Nuevo Laredo, Tamaulipas, en el proceso penal 143/78 dictó orden de aprehensión en su contra por los delitos de plagio, allanamiento de morada, robo y secuestro. Estos delitos cometidos contra diversas personas residentes de Ciudad Miguel Alemán y otras. Dicha orden de aprehensión ha causado ejecutoria por haber sido confirmada por el Tribunal Colegiado del Cuarto Circuito. Así era: Chao no debía explicaciones a nadie, hasta que la onda expansiva del asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena. El homicidio, decidido por Rafael Caro Quintero, el hombre para el que en realidad trabajaba Chao según la autoridad –el comandante aceptaría ser narcotraficante, pero nunca empleado del sinaloense– ocurrió mientras el capo operaba bajo la protección del director Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez. Zorrilla Pérez suplió a Miguel Nazar Haro, quien se juega el título del policía más sanguinario en un país en que los derechos humanos han sido un tema más que dispensable para los gobiernos, especialmente los del priismo
  • 39. de los sesenta, setenta y ochenta, en que la prioridad de la policía política se centró en la persecución de guerrilleros comunistas. Nazar Haro era un eficaz exterminador de comunistas y Chao era uno de sus hombres más duros. Amigos entrañables, se asociaron en el negocio de robo de autos a gran escala. Tal vez esto explique la disponibilidad de Gran Marquis que el comandante entregaba de parte de sus narcos protegidos a los funcionarios de la Ciudad de México implicados en la red. Nazar, Rafael y otros agentes de la DFS, incluido un nieto de Marcelino García Barragán, a quien en el encargo de secretario de la Defensa Nacional tocó la masacre de Tlatelolco, cometieron el exceso de llevar la industria de hurto a Estados Unidos. Una corte en San Diego emitió una orden de captura contra Nazar. No ocurrió nada más allá de la separación del cargo de Haro, suplido por Zorrilla: un ladrón de autos por un narcotraficante. El Chino Miguel Nazar Haro. Imagen: Especial Si se busca la perfecta síntesis entre un policía y un narcotraficante se debe buscar a Rafael Chao López, un hombre nacido en Mexicali donde nunca dejó de hacer negocios.