Dosier panorama literatura moderna y contemporanea
1. PANORAMA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA
(MODERNA Y CONTEMPORÁNEA)
Antología de textos, curso 2010-2011
Departamento de Filología Hispánica
Universitat de Barcelona
2. 2
Poesía del siglo XVIII
Del Barroquismo al Rococó:
Gabriel Álvarez de Toledo: “La muerte es la vida” 1
Diego Torres Villarroel: 1
“Vida bribona”
“Ciencia de los cortesanos de este siglo”
“A la memoria de don Juan Domingo de Haro y Guzmán”
José Antonio Porcel: “Fábula de Alfeo y Aretusa” 2
Juan Meléndez Valdés: “El amor mariposa” 2
Neoclasicismo y Prerromanticismo:
Gaspar Melchor de Jovellanos: “Sátira II a Arnesto” 3
Tomás de Iriarte:
“El gato, el lagarto y el grillo” 5
“El té y la salvia” 6
José Cadalso: “A la muerte de Filis” 6
Juan Meléndez Valdés: “A Jovino el melancólico” 6
Prosa del siglo XVIII:
Benito Jerónimo Feijoo: Teatro crítico universal
Prólogo al lector (T. I) 8
“Defensa de las mujeres” (T. I) 10
“Guerras filosóficas” (T. II) 10
“Milagros supuestos” (T. III) 10
“Valor de la nobleza, e influjo de la sangre” (T. IV) 11
“El gran magisterio de la experiencia” (T. V) 11
“Honra y provecho de la agricultura” (T. VIII) 11
Gaspar Melchor de Jovellanos: “Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la
literatura al de las ciencias” 12
3. 3
José Cadalso:
Cartas marruecas
Carta VI 12
Carta XV 14
Carta XXIV 14
Carta XXV 15
Carta XXXV 15
Carta LXXV 17
Noches lúgubres
Noche primera 18
Noche segunda 19
Noche tercera 20
Poesía del siglo XIX: Romanticismo
José de Espronceda:
“La canción del pirata” 22
“Al sol” 23
“El reo de muerte” 24
“El verdugo” 25
“A Jarifa en una orgía” 26
Prosa del siglo XIX: Romanticismo
Mariano José de Larra:
Artículos de costumbres
“Literatura” 28
“El día de difuntos de 1836. Fígaro en el cementerio” 29
“La nochebuena de 1836. Yo y mi criado. Delirio filosófico” 32
Poesía del siglo XIX. Hacia la modernidad
Gustavo Adolfo Bécquer:
Prólogo a La soledad de Augusto Ferrán 37
Rimas: “Introducción sinfónica” 39
Rimas
I, Yo sé un himno gigante y extraño 40
III, Sacudimiento extraño 40
V, Espíritu sin nombre 41
4. 4
VII, Del salón en el ángulo oscuro 42
VIII, ¡Cuando miro el azul horizonte 42
XI, —Yo soy ardiente, yo soy morena, 42
XVII, Hoy la tierra y los cielos me sonríen, 42
XXI, ¿Qué es poesía?, dices mientras clavas 42
XXIX, Sobre la falda tenía 42
XXXIX, ¿A qué me lo decís? lo sé: es mudable, 43
LII, Olas gigantes que os rompéis bramando 43
LIII, Volverán las oscuras golondrinas 43
Leyendas:
“El miserere” 43
Rosalía de Castro:
Prólogo a La hija del mar 49
En las orillas del Sar 50
Ya que de la esperanza, para la vida mía,
Alma que vas huyendo de ti misma,
Cenicientas las aguas, los desnudos
Hora tras hora, día tras día,
Prosa del siglo XIX: Realismo y Naturalismo
Benito Pérez Galdós:
La desheredada 51
Fortunata y Jacinta 52
Misericordia 53
Leopoldo Alas, “Clarín”: La Regenta 54
Emilia Pardo Bazán: Los pazos de Ulloa 55
Poesía del siglo XX
De la poesía modernista a la lírica de vanguardia: de Antonio Machado a
Vicente Aleixandre (Edad de Plata)
Rubén Darío:
“Lo fatal” 56
“Yo soy aquel que ayer no más decía” 56
5. 5
Miguel de Unamuno:
Poesías: “Credo poético” 58
Rosario de sonetos líricos: “La oración del ateo” 58
Antonio Machado:
Soledades: “Yo voy soñando caminos” 58
Campos de Castilla: “El mañana efímero” 59
Proverbios: 59
I, Nunca perseguí la gloria
IV, De lo que llaman los hombres
XII, Ojos que a luz se abrieron
XXI, Ayer soñé que veía
L Nuestro español bosteza.
De mi cartera 60
I, Ni mármol duro y eterno,
II, Canto y cuento es la poesía.
III, Crea el alma sus riberas;
IV, Toda la imaginería
V, Prefiere la rima pobre
VI, Verso libre, verso libre...
VII, La rima verbal y pobre,
Juan Ramón Jiménez:
Diario de un poeta recién casado: 60
“Soledad”
“No sé si el mar es, hoy”
“Te tenía olvidado”
Eternidades: 61
“¡Inteligencia, dame”
“Vino, primero, pura,”
Espacio (fragmento) 61
Dios deseado y deseante: 62
“El nombre conseguido de los nombres”
Federico García Lorca:
62
Canciones
“La luna asoma”
Romancero gitano 63
“Romance de la pena negra”
6. 6
Sonetos del amor oscuro 63
“Soneto de la carta”
Poeta en Nueva York 63
“Nueva York (oficina y denuncia)”
Pedro Salinas:
Seguro azar: “35 bujías” 64
La voz a ti debida:
“No quiero que te vayas” 64
“La forma de querer tú” 65
Razón de amor: “Serás, amor” 65
Jorge Guillén:
Cántico
“Cima de la delicia” 65
“Beato sillón” 66
Rafael Alberti: 66
Marinero en tierra: “Marinero en tierra”
Sobre los ángeles: “Los ángeles muertos”
Luis Cernuda: 67
Los placeres prohibidos: “Si el hombre pudiera decir”
Desolación de la quimera:
“1936”
“Díptico español (1ª parte)”
Pablo Neruda: “Por una poesía sin pureza” 69
Poesía de la guerra, posguerra y exilio
(la guerra)
Miguel Hernández: “Canción del esposo soldado” 69
Antonio Machado: “El crimen fue en Granada: a Federico García Lorca” 70
(generación del 50)
Dámaso Alonso: Hijos de la ira: “Insomnio” 71
7. 7
Blas de Otero:
Ángel fieramente humano: “Lo eterno” 71
Redoble de conciencia: “Lástima” 71
Gabriel Celaya: Cantos iberos: “La poesía es un arma cargada de futuro” 72
José Ángel Valente:
A modo de esperanza: “Serán ceniza…” 72
Poemas a Lázaro: “Rotación de la criatura” 73
La memoria y los signos: “Con palabras distintas” 73
Material memoria 73
Al dios del lugar 73
Jaime Gil de Biedma:
Moralidades:
“Pandémica y celeste” 73
“’Barcelona ja no és bona’, o mi paseo solitario en primavera” 75
Claudio Rodríguez 76
Don de la ebriedad:
“Conjuros”
“Alto jornal”
José Agustín Goytisolo: “Los celestiales” 76
(los novísimos)
Pere Gimferrer: Arde el mar: “Oda a Venecia ante el mar de los teatros” 77
8. 1
POESÍA del siglo XVIII
Del Barroquismo al Rococó
LA MUERTE ES LA VIDA CIENCIA DE LOS CORTESANOS DE
ESTE SIGLO
Esto que vive en mí, por quien yo vivo,
es la mente inmortal, de Dios criada Bañarse con harina la melena,
ir enseñando a todos la camisa,
espada que no asuste y que dé risa,
su anillo, su reloj y su cadena;
para que en su principio transformada,
anhele al fin de quien el ser recibo. hablar a todos con la faz serena,
besar los pies a misa doña Luisa,
Mas del cuerpo mortal al peso esquivo y asistir como cosa muy precisa
el alma en un letargo sepultada, al pésame, al placer y enhorabuena;
es mi ser en esfera limitada
de vil materia mísero cautivo. estar enamorado de sí mismo,
mascullar una arieta en italiano,
En decreto infalible se prescribe y bailar en francés tuerto o derecho;
que al golpe justo que su lazo hiere
de la cadena terrenal me prive.
con esto, y olvidar el catecismo,
cátate hecho y derecho cortesano,
Luego con fácil conclusión se infiere mas llevaráte el diablo dicho y hecho.
que muere el alma cuando el hombre vive,
que vive el alma cuando el hombre muere.
DIEGO TORRES VILLARROEL
GABRIEL ÁLVAREZ DE TOLEDO
A LA MEMORIA DE DON JUAN
VIDA BRIBONA DOMINGO DE HARO Y GUZMÁN
En una cuna pobre fui metido, La tierra, el polvo, el humo, en fin, la nada,
entre bayetas burdas mal fajado, al héroe más insigne y portentoso,
donde salí robusto y bien templado, es el único triunfo, el más glorioso,
y el rústico pellejo muy curtido. que robar has logrado, muerte airada.
La vida de su fama celebrada,
A la naturaleza le he debido
fe, virtud y valor y celo ansioso,
más que el señor, el rico y potentado,
exentos de tu brazo pavoroso,
pues le hizo sin sosiego delicado,
y a mí con desahogo bien fornido. en lo eterno aseguran su morada.
Al honor, al aplauso, al ardimiento,
Él se cubre de seda, que no abriga,
a la piedad, al culto y a la gloria
yo resisto con lana a la inclemencia;
tocar no pudo tu furor violento.
él por comer se asusta y se fatiga,
Pues si de tantas vidas la memoria
yo soy feliz, si halago a mi conciencia, eterna vive en este monumento,
pues lleno a todas horas la barriga, ¿en qué fundas, oh Parca, tu victoria?
fiado de que hay Dios y providencia.
DIEGO TORRES VILLARROEL DIEGO TORRES VILLARROEL
9. 2
FÁBULA DE ALFEO Y ARETUSA EL AMOR MARIPOSA
Canto el amor del despreciado Alfeo, Viendo el Amor un día
cuyas quejas dulcísimas, dolientes, que mil lindas zagalas
por las amargas ondas de Nereo huían de él medrosas
aún oyen de Aretusa las corrientes. también de mariposa
Pues tú, délfico dios, otro deseo por mirarle con armas,
siguiendo vas con círculos lucientes, le quedó la inconstancia;
haz que en estas mis cláusulas sonoras dicen que de picado
yo me corone del desdén que lloras. llega, hiere y de un pecho
les juró la venganza
Tú, de Arellano honor, Mecenas mío, a herir a otro se pasa.
que aman las Musas y prohija Astrea, y una burla les hizo,
que el caudaloso Betis, patrio río, como suya, extremada.
lleno de lustres saludar desea;
este mi ocio escucha, si es que fío Juan Meléndez Valdés
lo grave dividir de tu tarea; Tornóse en mariposa,
logre yo tus favores entre tanto los bracitos en alas
que los desdenes de Aretusa canto. y los pies ternezuelos
en patitas doradas.
Del dios rey de las aguas hija era
ninfa de Acaya, a quien la esquiva diosa, ¡Oh! ¡qué bien que parece!
cuando desde el Eurota va a su esfera, ¡Oh! ¡qué suelto que vaga,
deja el dominio de la selva umbrosa, y ante el sol hace alarde
que en la tropa de Oréades ligera, de su púrpura y nácar!
siendo la más gentil, la más hermosa,
aun ausente de Febo la alta hermana, Ya en el valle se pierde,
no desean las selvas a Diana. ya en una flor se para,
ya otra besa festivo,
No ilustró del Taigeto la escabrosa y otra ronda y halaga.
cumbre ninfa más bella, pues la frente
en cada estrella vence luminosa Las zagalas, al verle,
los ojos, que abre al cielo transparente; por sus vuelos y gracia
de cuanto en sus mejillas mezcla hermosa mariposa le juzgan
hizo con el jazmín, clavel ardiente, y en seguirle no tardan.
queda uno, que en dos hojas se señala,
que encierra perlas, y ámbares exhala. Una a cogerle llega,
y él la burla y se escapa;
Bajando al pecho de su blanco cuello, otra en pos va corriendo,
mucha nieve en dos partes dividía, y otra simple le llama,
sobre cuyo candor suelto el cabello,
las hebras de oro el viento confundía; despertando el bullicio
así inunda de rayos el sol bello, de tan loca algazara
nevado escollo al despuntar del día; en sus pechos incautos
de sus manos, en fin, son los albores la ternura más grata.
incendios de cristal, hielos de ardores.
Ya que juntas las mira,
[…] dando alegres risadas
súbito amor se muestra
JOSÉ ANTONIO PORCEL y a todas las abrasa.
Mas las alas ligeras
en los hombros por gala
se guardó el fementido,
y así a todas alcanza.
JUAN MELÉNDEZ VALDÉS
10. 3
Neoclasicismo y Prerromanticismo
SÁTIRA II A ARNESTO No los aprecia, tiénese en más que ellos,
y vive así. Sus dedos y sus labios
¿De qué sirve del humo del cigarro encallecidos,
la clase ilustre, una alta descendencia, índice son de su crianza. Nunca
sin la virtud? pasó del B-A ba. Nunca sus viajes
¿Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas más allá de Getafe se extendieron.
de pardomonte envuelto, con patillas Fue antaño allá por ver unos novillos
de tres pulgadas afeado el rostro, junto con Pacotrigo y la Caramba.
magro, pálido y sucio, que al arrimo Por señas, que volvió ya con estrellas,
de la esquina de enfrente nos acecha beodo por demás, y durmió al raso.
con aire sesgo y baladí? Pues ése, Examínale. ¡Oh idiota!, nada sabe.
ése es un nono nieto del Rey Chico. Trópicos, era, geografía, historia
son para el pobre exóticos vocablos.
Si el breve chupetín, las anchas bragas
y el albornoz, no sin primor terciado, Dile que dende el hondo Pirineo
no te lo han dicho; si los mil botones, corre espumoso el Betis a sumirse
de filigrana berberisca que andan de Ontígola en el mar, o que cargadas
por los confines del jubón perdidos de almendra y gomas las inglesas quillas
no lo gritan, la faja, el guadijeño, surgen en Puerto Lápichi, y se levan
el arpa, la bandurria y la guitarra llenas de estaño y de abadejo. ¡Oh!, todo,
lo cantarán. No hay duda: el tiempo mismo todo lo creerá, por más que añadas
lo testifica. Atiende a sus blasones: que fue en las Navas Witiza el santo
sobre el portón de su palacio ostenta, deshecho por los celtas, o que invicto
grabado en berroqueña, un ancho escudo triunfó en Aljubarrota Mauregato.
de medias lunas y turbantes lleno.
¡Qué mucho, Arnesto, si del padre Astete
Nácenle al pie las bombas y las balas ni aun leyó el catecismo! Mas no creas
entre tambores, chuzos y banderas, su memoria vacía. Oye, y diráte
como en sombrío matorral los hongos. de Cándido y Marchante la progenie;
El águila imperial con dos cabezas quién de Romero o Costillares saca
se ve picando del morrión las plumas la muleta mejor, y quién más limpio
allá en la cima, y de uno y otro lado, hiere en la cruz al bruto jarameño.
a pesar de las puntas asomantes, Haráte de Guerrero y la Catuja
grifo y león rampantes le sostienen. larga memoria, y de la malograda,
Ve aquí sus timbres, pero sigue, sube, de la divina Lavenant, que ahora
entra y verás colgado en la antesala anda en campos de luz paciendo estrellas,
el árbol gentilicio, ahumado y roto la sal, el garabato, el aire, el chiste,
en partes mil; empero de sus ramas, la fama y los ilustres contratiempos
cual suele el fruto en la pomposa higuera, recordará con lágrimas. Prosigue,
sombreros penden, mitras y bastones. si esto no basta, y te dirá qué año,
qué ingenio, qué ocasión dio a los chorizos
En procesión aquí y allí caminan eterno nombre, y cuántas cuchilladas,
en sendos cuadros los ilustres deudos, dadas de día en día, tan pujantes
por hábil brocha al vivo retratados. sobre el triste polaco los mantiene.
¡Qué gregüescos! ¡Qué caras! ¡Qué bigotes!
El polvo y telarañas son los gajes Ve aquí su ocupación; ésta es su ciencia.
de su vejez. ¿Qué más? Hasta los duros No la debió ni al dómine, ni al tanto
sillones moscovitas y el chinesco de su ayo mosén Marc, sólo ajustado
escritorio, con ámbar perfumado, para irle en pos cuando era señorito.
en otro tiempo de marfil y nácar Debiósela a cocheros y lacayos,
sobre ébano embutido, y hoy deshecho, dueñas, fregonas, truhanes y otros bichos
la ancianidad de su solar pregonan. de su niñez perennes compañeros;
Tal es, tan rancia y tan sin par su alcurnia, mas sobre todo a Pericuelo el paje,
que aunque embozado y en castaña el pelo, mozo avieso, chorizo y pepillista
nada les debe a Ponces ni Guzmanes. hasta morir, cuando le andaba en torno.
11. 4
De él aprendió la jota, la guaracha, toleró el celo y castigó la envidia.
el bolero, y en fin, música y baile.
Fuele también maestro algunos meses ¡Ah, cuánto allí la cifra de tu nombre
el sota Andrés, chispero de la Huerta brillaba, escrita en caracteres de oro,
con quien, por orden de su padre, entonces oh Cloe! solo deslumbrar pudiera
pasar solía tardes y mañanas a nuestro jaque, apenas de las uñas
jugando entre las mulas. Ni dejaste de su doncella libre. No adornaban
de darle tú santísimas lecciones, tu casa entonces, como hogaño, ricas
oh Paquita, después de aquel trabajo telas de Italia o de Cantón, ni lustros
de que el Refugio te sacó, y su madre venidos del Adriático, ni alfombras,
te ajustó por doncella. ¡Tanto puede sofá, otomana o muebles peregrinos.
la gratitud en generosos pechos! Ni la alegraban, de Bolonia al uso,
De ti aprendió a reírse de sus padres, la simia, il pappagallo e la spinetta.
y a hacer al pedagogo la mamola, La salserilla, el sahumador, la esponja,
a pellizcar, a andar al escondite, cinco sillas de enea, un pobre anafe,
tratar con cirujanos y con viejas, un bufete, un velón y dos cortinas
beber, mentir, trampear, y en dos palabras, eran todo tu ajuar, y hasta la cama,
de ti aprendió a ser hombre... y de do alzó después tu trono la fortuna,
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa provecho. ¡quién lo diría!, entonces era humilde.
Si algo más sabe, débelo a la buena Púsote en zancos el hidalgo y diote
de doña Ana, patrón de zurcidoras, a dos por tres la escandalosa buena
piadosa como Enone, y más chuchera que treinta años de afanes y de ayuno
que la embaidora Celestina. ¡Oh cuánto costó a su padre. ¡Oh, cuánto tus jubones,
de ella alcanzó! Del Rastro a Maravillas, de perlas y oro recamados, cuánto
del alto de San Blas a las Bellocas, tus francachelas y tripudios dieron
no hay barrio, calle, casa ni zahúrda en la cazuela, el Prado y los tendidos
a su padrón negado. ¡Cuántos nombres de escándalo y envidia! Como el humo
y cuáles vido en su librete escritos! todo pasó: duró lo que la hijuela.
Allí leyó el de Cándida, la invicta, ¡Pobre galán! ¡Qué paga tan mezquina
que nunca se rindió, la que una noche se dio a tu amor! ¡Cuán presto le feriaron
venció de once cadetes los ataques, al último doblón el postrer beso!
uno en pos de otro, en singular batalla. Viérasle, Arnesto, desolado, vieras
cuál iba humilde a mendigar la gracia
Allí el de aquella siete veces virgen, de su perjura, y cuál correspondía
más que por esto, insigne por sus robos, la infiel con carcajadas a su lloro.
pues que en un mes empobreció al indiano,
y chupó a un escocés tres mil guineas, No hay medio; le plantó; quedó por
veinte acciones de banco y un navío. aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa puertas...
Allí aprendió a temer el de Belica ¿Qué hará? ¿Su alivio buscará en el juego?
la venenosa, en cuyos dulces brazos ¡Bravo! Allí olvida su pesar. Prestóle
más de un galán dio el último suspiro; un amigo... ¡Qué amigo! Ya otra nueva
y allí también en torpe mescolanza esperanza le anima. ¡Ah! salió vana...
vio de mil bellas las ilustres cifras, Marró la cuarta sota. Adiós, bolsillo...
nobles, plebeyas, majas y señoras, Toma un censo... Adelante; mas perdióle
a las que vio nacer el Pirineo, al primer trascartón, y quedó asperges.
des Junquera hasta do muere el Miño, No hay ya amor ni amistad. En tan gran
y a las que el Ebro y Turia dieron fama aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa aaa cuita
y el Darro y Betis todos sus encantos; se halla ¡oh Zulem Zegrí! tu nono nieto.
a las de rancio y perdurable nombre,
ilustradas con turca y sombrerillo, ¿Será más digno, Arnesto, de tu gracia
simón y paje, en cuyo abono sudan un alfeñique perfumado y lindo,
bandas, veneras, gorras y bastones de noble traje y ruines pensamientos?
y aun (chito, Arnesto) cuellos y cerquillos; Admiran su solar el alto Auseva,
y en fin, a aquellas que en nocturnas Limia, Pamplona o la feroz Cantabria,
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa zambras, mas se educó en Sorez. París y Roma
al son del cuerno congregadas, dieron nueva fe le infundieron, vicios nuevos
fama a la Unión que de una imbécil Temis le inocularon; cátale perdido,
12. 5
no es ya el mismo. ¡Oh, cuál otro el y otra vez corre desde Calpe al Deva,
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa Bidasoa que ya Pelayos no hallarás, ni Alfonsos
tornó a pasar! ¡Cuál habla por los codos! que te resistan; débiles pigmeos
¿Quién calará su atroz galimatías? te esperan. De tu corva cimitarra
Ni Du Marsais ni Aldrete le entendieran. al solo amago caerán rendidos...
Mira cuál corre, en polisón vestido, ¿Y es éste un noble, Arnesto? ¿Aquí se
por las mañanas de un burdel en otro, aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa cifran
y entre alcahuetas y rufianes bulle. los timbres y blasones? ¿De qué sirve
No importa: viaja incógnito, con palo, la clase ilustre, una alta descendencia,
sin insignias y en frac. Nadie le mira. sin la virtud? Los nombres venerandos
Vuelve, se adoba, sale y huele a almizcle de Laras Tellos, Haros y Girones,
desde una milla... ¡Oh, cómo el sol chispea ¿qué se hicieron? ¿Qué genio ha deslucido
en el charol del coche ultramarino! la fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos
¡Cuál brillan los tirantes carmesíes a quienes fía su defensa el trono?
sobre la negra crin de los frisones!... ¿Es ésta la nobleza de Castilla?
Visita, come en noble compañía; ¿Es éste el brazo, un día tan temido,
al Prado, a la luneta, a la tertulia en quien libraba el castellano pueblo
y al garito después. ¡Qué linda vida, su libertad? ¡Oh vilipendio! ¡Oh siglo!
digna de un noble! ¿Quieres su compendio? Faltó el apoyo de las leyes. Todo
se precipita; el más humilde cieno
Puteó, jugó, perdió salud y bienes, fermenta, y brota espíritus altivos,
y sin tocar a los cuarenta abriles que hasta los tronos del Olimpo se alzan.
la mano del placer le hundió en la huesa. ¿Qué importa? Venga denodada, venga
¡Cuántos, Arnesto, así! Si alguno escapa, la humilde plebe en irrupción y usurpe
la vejez se anticipa, le sorprende, lustre, nobleza, títulos y honores.
y en cínica e infame soltería, Sea todo infame behetría: no haya
solo, aburrido y lleno de amarguras, clases ni estados. Si la virtud sola
la muerte invoca, sorda a su plegaria. les puede ser antemural y escudo,
Si antes al ara de Himeneo acoge todo sin ella acabe y se confunda.
su delincuente corazón, y el resto
de sus amargos días le consagra, GASPAR MELCHOR DE JOVELLANOS
¡triste de aquella que a su yugo uncida
víctima cae! Los primeros meses
la lleva en triunfo acá y allá, la mima,
la galantea... Palco, galas, dijes, EL GATO, EL LAGARTO Y EL GRILLO
coche a la inglesa... ¡Míseros recursos!
El buen tiempo pasó. Del vicio infame (Por más ridículo que sea el estilo
corre en sus venas la cruel ponzoña. retumbante,
siempre habrá necios que le aplaudan,
Tímido, exhausto, sin vigor... ¡Oh rabia! sólo por la razón de que se quedan sin
El tálamo es su potro... entenderle.)
Mira, Arnesto,
cuál desde Gades a Brigancia el vicio Ello es que hay animales muy científicos
ha inficionado el germen de la vida, en curarse con varios específicos,
y cuál su virulencia va enervando y en conservar su construcción orgánica,
la actual generación. ¡Apenas de hombres como hábiles que son en la botánica,
la forma existe...! ¡Adónde está el forzudo pues conocen las hierbas diuréticas,
brazo de Villandrando? ¿Dó de Argüello catárticas, narcóticas, eméticas,
o de Paredes los robustos hombros? febrífugas, estípticas, prolíficas,
El pesado morrión, la penachuda cefálicas también y sudoríficas.
y alta cimera, ¿acaso se forjaron En esto era gran práctico y teórico
para cráneos raquíticos? ¿Quién puede un gato, pedantísimo retórico,
sobre la cuera y la enmallada cota que hablaba en un estilo tan enfático
vestir ya el duro y centellante peto? como el más estirado catedrático.
¿Quién enristrar la ponderosa lanza? Yendo a caza de plantas salutíferas,
¿Quién?... Vuelve ¡oh fiero berberisco, dijo a un lagarto: «¡Qué ansias tan
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa vuelve, aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa mortíferas!
13. 6
Quiero por mis turgencias semihidrópicas A LA MUERTE DE FILIS
chupar el zumo de hojas heliotrópicas.»
Atónito el lagarto con lo exótico Mientras vivió la dulce prenda mía,
de todo aquel preámbulo estrambótico, Amor, sonoros versos me inspiraste;
no entendió más la frase macarrónica obedecí la ley que me dictaste,
que si le hablasen lengua babilónica; y sus fuerzas me dio la poesía.
pero notó que el charlatán ridículo,
de hojas de girasol llenó el ventrículo, Mas, ay, que desde aquel aciago día
y le dijo: «Ya, en fin, señor hidrópico, que me privó del bien que tú admiraste,
he entendido lo que es zumo heliotrópico.» al punto sin imperio en mí te hallaste,
¡Y no es bueno que un grillo, oyendo el y hallé falta de ardor a mi Talía.
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa diálogo,
aunque se fue en ayunas del catálogo Pues no borra su ley la Parca dura
de términos tan raros y magníficos, (a quien el mismo Jove no resiste),
hizo del gato elogios honoríficos! olvido el Pindo y dejo la hermosura.
Sí; que hay quien tiene la hinchazón por
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa mérito, Y tú también de tu ambición desiste,
y el hablar liso y llano por demérito. y junto a Filis tengan sepultura
Mas ya que esos amantes de hiperbólicas tu flecha inútil y mi lira triste.
cláusulas y metáforas diabólicas,
de retumbantes voces el depósito JOSÉ CADALSO
apuran, aunque salga un despropósito,
caiga sobre su estilo problemático
este apólogo esdrújulo-enigmático.
TOMÁS DE IRIARTE A JOVINO EL MELANCÓLICO
Cuando la sombra fúnebre y el luto
de la lóbrega noche el mundo envuelven
EL TÉ Y LA SALVIA en silencio y horror, cuando en tranquilo
reposo los mortales las delicias
El té, viniendo del imperio chino, gustan de un blando saludable sueño,
se encontró con la salvia en el camino. tu amigo solo, en lágrimas bañado,
Ella le dijo: «¿A dónde vas, compadre?» vela, Jovino, y al dudoso brillo
«A Europa voy, comadre, de una cansada luz, en tristes ayes
donde sé que me compran a buen precio.» contigo alivia su dolor profundo.
«Yo, respondió la salvia, voy a China;
que allá con sumo aprecio ¡Ah! ¡cuán distinto en los fugaces días
me reciben por gusto y medicina. de sus venturas y soñada gloria
En Europa me tratan de salvaje, con grata voz tu oído regalaba!,
y jamás he podido hacer fortuna. cuando ufano y alegre, seducido
«Anda con Dios, no perderás el viaje; de crédula esperanza al fausto soplo,
pues no hay nación alguna sus ansias, sus delicias, sus deseos
que a todo lo extranjero depositaba en tu amistad paciente,
no dé con gusto aplausos y dinero.» burlando sus avisos saludables.
La salvia me perdone; Huyeron prestos como frágil sombra,
que al comercio su máxima se opone. huyeron estos días; y al abismo
Si hablase del comercio literario, de la desdicha el mísero ha bajado.
yo no defendería lo contrario
porque en él para algunos es un vicio Tú me juzgas feliz... ¡Oh, si pudieras
lo que es en general un beneficio: ver de mi pecho la profunda llaga
y español que tal vez recitaría que va sangre vertiendo noche y día!
quinientos versos de Boileau y el Tasso, ¡Oh, si del vivo, del letal veneno
puede ser que no sepa todavía que en silencio le abrasa, los horrores,
en qué lengua los hizo Garcilaso. la fuerza conocieses! ¡Ay, Jovino!
¡ay amigo! ¡ay de mí! Tú sólo a un triste,
TOMÁS DE IRIARTE leal, confidente en su miseria extrema,
eres salud y suspirado puerto.
14. 7
En tu fiel seno, de bondad dechado,
mis infelices lágrimas se vierten, Así huyendo de todos, sin destino,
y mis querellas sin temor; piadoso perdido, extraviado, con pie incierto,
las oye, y mezcla con mi llanto el tuyo. sin seso corro estos medrosos valles,
Ten lástima de mí; tú solo existes, ciego, insensible a las bellezas que ora
tú solo para mí en el universo. al ánimo doquiera reflexivo
Doquiera vuelvo los nublados ojos, natura ofrece en su estación más rica.
nada miro, nada hallo que me cause Un tiempo fue que de entusiasmo lleno
sino agudo dolor o tedio amargo. yo las pude admirar, y en dulces cantos
Naturaleza en su hermosura varia de gratitud holgaba celebrarlas
parece que a mi vista en luto triste entre éxtasis de gozo el labio mío.
se envuelve umbría, y que, sus leyes rotas, ¡Oh, cómo entonces las opimas mieses,
todo se precipita al caos antiguo. que de dorada arista defendidas,
en su llena sazón ceden al golpe
Sí, amigo, sí: mi espíritu insensible, del abrasado segador, oh cómo
del vivaz gozo a la impresión süave, la ronca voz, los cánticos sencillos
todo lo anubla en su tristeza oscura, con que su afán el labrador engaña,
materia en todo a más dolor hallando entre sudor y polvo revolviendo
y a este fastidio universal que encuentra el rico grano en las tendidas eras,
en todo el corazón perenne causa. mi espíritu inundaran de alegría!
La rubia Aurora entre rosadas nubes Los recamados centellantes rayos
plácida asoma su risueña frente, de la fresca mañana, los tesoros
llamando al día; y desvelado me oye de llama inmensos que en su trono ostenta
su luz molesta maldecir los trinos majestuoso el sol, de la tranquila
con que las dulces aves la alborean, nevada luna el silencioso paso,
turbando mis lamentos importunos. tanta luz como esmalta el velo hermoso
El sol, velando en centellantes fuegos con que en sombras la noche envuelve el
su inaccesible majestad, preside aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa mundo,
cual rey al universo, esclarecido melancólicas sombras, jamás fueran
de un mar de luz que de su trono corre. vistas de mí sin bendecir humilde
Yo empero huyendo de él, sin cesar llamo la mano liberal que omnipotente
la negra noche, y a sus brillos cierro de sí tan rica muestra hacernos sabe.
mis lagrimosos fatigados ojos. Jamás lo fueran sin sentir batiendo
La noche melancólica al fin llega, mi corazón en celestial zozobra.
tanto anhelada: a lloro más ardiente,
a más gemidos su quietud me irrita. Tú lo has visto, Jovino: en mi entusiasmo
Busco angustiado el sueño; de mí huye perdido, dulcemente fugitivas
despavorido; y en vigilia odiosa volárseme las horas... Todo, todo
me ve desfallecer un nuevo día, se trocó a un infeliz: mi triste musa
por él clamando detestar la noche. no sabe ya sino lanzar suspiros,
ni saben ya sino llorar mis ojos,
Así tu amigo vive; en dolor tanto, ni más que padecer mi tierno pecho.
Jovino, el infelice, de ti lejos, En él su hórrido trono alzó la oscura
lejos de todo bien, sumido yace. melancolía, y su mansión hicieran
¡Ay! ¿dónde alivio encontraré a mis penas? las penas veladoras, los gemidos,
¿Quién pondrá fin a mis extremas ansias la agonía, el pesar, la queja amarga,
o me dará que en el sepulcro goce y cuanto monstruo en su delirio infausto
de un reposo y olvido sempiternos?... la azorada razón abortar puede.
Todo, todo me deja y abandona.
La muerte imploro, y a mi voz la muerte ¡Ay!, ¡si me vieses elevado y triste,
cierra dura el oído; la paz llamo, inundando mis lágrimas el suelo,
la suspirada paz que ponga al menos en él los ojos, como fría estatua
alguna leve tregua a las fatigas inmóvil y en mis penas embargado,
en que el llagado corazón guerrea; de abandono y dolor imagen muda!
con fervorosa voz en ruego humilde ¡Ay! ¡si me vieses ¡ay! en las tinieblas
alzo al cielo las manos: sordo se hace con fugaz planta discurrir perdido,
el cielo a mi clamor; la paz que busco bañado en sudor frío, de mí propio
es guerra y turbación al pecho mío. huyendo, y de fantasmas mil cercado!
15. 8
¡Ay! ¡si pudieses ver..., el devaneo
de mi ciega razón, tantos combates,
tanto caer y levantarme tanto,
temer, dudar, y de mi vil flaqueza
indignarme afrentado, en vivas llamas
ardiendo el corazón al tiempo mismo!
¡hacer al cielo mil fervientes votos
y al punto traspasarlos..., el deseo...
la pasión, la razón ya vencedoras...
ya vencidas huir!... Ven, dulce amigo,
consolador y amparo, ven y alienta
a este infeliz, que tu favor implora.
Extiende a mí la compasiva mano,
y tu alto imperio a domeñar me enseñe
la rebelde razón; en mis austeros
deberes me asegura en la escabrosa
difícil senda que temblando sigo.
La virtud celestial y la inocencia
llorando huyeran de mi pecho triste,
y en pos de ellas la paz; tú conciliarme
con ellas puedes, y salvarme puedes.
No tardes, ven; y poderoso templa
tan insano furor; ampara, ampara
a un desdichado que al abismo que huye
se ve arrastrar por invencible impulso,
y abrasado en angustias criminales,
su corazón por la virtud suspira.
JUAN MELÉNDEZ VALDÉS
PROSA del siglo XVIII
BENITO JERÓNIMO FEIJOO – Teatro crítico universal
PRÓLOGO AL LECTOR (t. I)
Lector mío, seas quien fueres, no te espero muy propicio, porque siendo verosímil que
estés preocupado de muchas de las opiniones comunes que impugno, y no debiendo yo confiar
tanto, ni en mi persuasiva ni en tu docilidad, que pueda prometerme conquistar luego tu asenso,
¿qué sucederá sino que, firme en tus antiguos dictámenes, condenes como inicuas mis
decisiones? Dijo bien el padre Malebranche que aquellos autores que escriben para desterrar
preocupaciones comunes no deben poner duda en que recibirá el público con desagrado sus
libros. En caso que llegue a triunfar la verdad, camina con tan perezosos pasos la victoria, que el
autor, mientras vive, sólo goza el vano consuelo de que le pondrán la corona de laurel en el
túmulo. Buen ejemplo es del famoso Guillermo Harveo, contra quien, por el noble
descubrimiento de la circulación de la sangre, declamaron furiosamente los médicos de su
tiempo, y hoy le veneran todos los profesores de la Medicina como oráculo. Mientras vivió le
llenaron de injurias, ya muerto, no les falta sino colocar su imagen en las aras.
16. 9
Aquí era la ocasión de disponer tu espíritu a admitir mis máximas, representándote con
varios ejemplos cuán expuestas viven al error las opiniones más establecidas. Pero porque ese es
todo el blanco del primer discurso de este tomo, que a ese fin, como preliminar necesario, puse
al principio, allí puedes leerlo. Si nada te hiciere fuerza, y te obstinares a ser constante sectario
de la voz del pueblo, sigue norabuena su rumbo. Si eres discreto, no tendré contigo querella
alguna porque serás benigno y reprobarás el dictamen, sin maltratar al autor. Pero si fueres
necio, no puede faltarte la calidad de inexorable. Bien sé que no hay más rígido censor de un
libro que aquel que no tiene habilidad para dictar una carta. En ese caso di de mí lo que
quisieres. Trata mis opiniones de descaminadas por peregrinas, y convengamos los dos en que
tú me tengas a mí por extravagante; yo a ti, por rudo.
Debo, no obstante, satisfacer algunos reparos que naturalmente harás leyendo este tomo.
El primero es que no van los discursos distribuidos por determinadas clases, siguiendo la serie
de las facultades o materias a que pertenecen.
A que respondo que aunque al principio tuve ese intento, luego descubrí imposible la
ejecución; porque habiéndome propuesto tan vasto campo al Teatro Crítico, vi que muchos de
los asuntos que se han de tocar en él son incomprehensibles debajo de facultad determinada, o
porque no pertenecen a alguna, o porque participan igualmente de muchas. Fuera de esto, hay
muchos de los cuales cada uno trata solitariamente de alguna facultad, sin que otro le haga
consorcio en el asunto. Sólo en materias físicas (dentro de cuyo ámbito son infinitos los errores
del vulgo) habrá tantos discursos que sean capaces de hacer tomo aparte, sin embargo, de que
estoy más inclinado a dividirlos en varios tomos, porque con eso tenga cada uno más apacible
variedad.
De suerte que cada tomo, bien que el designio de impugnar errores comunes uniforme,
en cuanto a las materias parecerá un riguroso misceláneo. El objeto formal será siempre uno.
Los materiales precisamente han de ser muy diversos.
Culpárasme acaso porque doy el nombre de errores a todas las opiniones que
contradigo. Sería justa la queja si yo no previniese quitar desde ahora a la voz el odio con la
explicación. Digo, pues, que error, como aquí le tomo, no significa otra cosa que una opinión
que tengo por falsa, prescindiendo de si la juzgo o no probable.
Ni debajo del nombre de errores comunes quiero significar que los que impugno sean
trascendentes a todos los hombres. Bástame para darles ese nombre que estén admitidos en el
común del vulgo, o tengan entre los literatos más que ordinario séquito. Esto se debe entender
con la reserva de no introducirme jamás a juez en aquellas cuestiones que se ventilan entre
varias escuelas, especialmente en materias teológicas; porque, ¿qué puedo yo adelantar en
asuntos que con tanta reflexión meditaron tantos hombres insignes? ¿O quién soy yo para
presumir capaces mis fuerzas de aquellas lides, donde batallan tantos gigantes? En las materias
de rigurosa Física no debe detenerme este reparo, porque son muy pocas las que se tratan (y esas
con poca o ninguna reflexión) en otras escuelas.
Harásme también cargo porque, habiendo de tocar muchas cosas facultativas, escribo en
el idioma castellano. Bastaríame por respuesta el que para escribir en el idioma nativo no se ha
menester más razón que no tener alguna para hacer lo contrario. No niego que hay verdades que
deben ocultarse al vulgo, cuya flaqueza más peligra tal vez en la noticia que en la ignorancia;
pero ésas ni en latín deben salir al público, pues harto vulgo hay entre los que entienden este
idioma; fácilmente pasan de éstos a los que no saben más que el castellano.
Tan lejos voy de comunicar especies perniciosas al público, que mi designio en esta
obra es desengañarle de muchas que, por estar admitidas como verdaderas, le son perjudiciales,
y no sería razón, cuando puede ser universal el provecho, que no alcanzare a todos el
desengaño.
No por eso pienses que estoy muy asegurado de la utilidad de la obra. Aunque mi
intento sólo es proponer la verdad, posible es que en algunos asuntos me falte penetración para
conocerla, y en los más, fuerza para persuadirla. Lo que puedo asegurarte es que nada escribo
que no sea conforme a lo que siento. Proponer y probar opiniones singulares, sólo por ostentar
ingenio, téngolo por prurito pueril y falsedad indigna de todo hombre de bien. En una
conversación se puede tolerar por pasatiempo; en un escrito es engañar al público. La grandeza
del discurso está en penetrar y persuadir las verdades; la habilidad más baja del ingenio es
enredar a otros con sofisterías. Las arañas, que aun entre los brutos son viles, fabrican telas
delicadas, pero sutiles; sutiles y firmes, aun entre los hombres, no las hacen sino los artífices
17. 10
excelentes. En aquéllas se figuran los discursos agudos, pero sofísticos; en éstas los ingeniosos
y sólidos.
No siempre los errores comunes que impugno ocupan todo el discurso donde se tratan.
A veces son comprendidos muchos en un mismo discurso, o porque pertenecen derechamente a
la materia de él, o porque se hallaron al paso y como por incidencia, siguiendo el asunto
principal. Este método me pareció más oportuno; porque de hacer discurso aparte para cada
opinión que impugno, habiendo en unas mucho que decir, y en otras poco, resultaría un todo
compuesto de partes extremadamente desiguales.
Estoy esperando muchas impugnaciones, especialmente sobre dos o tres discursos de
este libro; y aun algunos me previenen que cargarán sobre mí injurias y dicterios. En ese caso
me aseguraré más de la verdad de lo que escribo, pues es cierto que desconfía de sus fuerzas
quien contra mí se aprovecha de armas vedadas. Si me opusieren razones, responderé a ellas; si
chocarrerías y dicterios, desde luego me doy por concluido, porque en ese género de disputa
jamás me he ejercitado. Vale.
DEFENSA DE LAS MUJERES (t. I)
Llegamos ya al batidero mayor, que es la cuestión del entendimiento, en la cual yo
confieso, que si no me vale la razón, no tengo mucho recurso a la autoridad; porque los Autores
que tocan esta materia (salvo uno, u otro muy raro), están tan a favor de la opinión del vulgo,
que casi uniformes hablan del entendimiento de las mujeres con desprecio. […] Al caso:
hombres fueron los que escribieron esos libros, en que se condena por muy inferior el
entendimiento de las mujeres. Si mujeres los hubieran escrito, nosotros quedaríamos debajo.
[…] Y lo primero, aquellos que ponen tan abajo el entendimiento de las mujeres, que casi le
dejan en puro instinto, son indignos de admitirse a la disputa. Tales son los que asientan, que a
los más que puede subir la capacidad de una mujer, es a gobernar un gallinero. Estos discursos
contra las mujeres son de hombres superficiales. Ven que por lo común no saben sino aquellos
oficios caseros, a que están destinadas; y de aquí infieren (aun sin saber que lo infieren de aquí,
pues no hacen sobre ello algún acto reflejo) que no son capaces de otra cosa.
GUERRAS FILOSÓFICAS (t. II)
Adonde se descubre más esta maliciosa política es en la acusación, que recíprocamente
se hacen los Filósofos, de ser sus doctrinas incompatibles con los sagrados Dogmas. No es
dudable que puede haber opiniones Filosóficas, de que se tiren consecuencias contra las
doctrinas reveladas: y así se debe corregir la temeraria presunción de aquellos que, con el título
de estar el objeto de la Filosofía sujeto al imperio de la razón, pretenden una libertad sin límites
en el filosofar; pero el empeño, en que todos se ponen, de que la filosofía que impugnan está
mal avenida con lo que dicta la Fe, muestra que en esto se procede con el mismo motivo de
algunos Príncipes, que siempre que hallan escotadura para ello, hacen en sus manifiestos, la
guerra que emprenden, causa de Religión.
MILAGROS SUPUESTOS (t. III)
Los milagros verdaderos son la más fuerte comprobación de la verdad de nuestra Santa
Fe; pero los milagros fingidos sirven de pretexto a los infieles para no creer los verdaderos. Los
que entre ellos son más sagaces tienen justificada la suposición de algunos prodigios que corren
entre nosotros: con esto hacen creer al Pueblo rudo que cuanto se dice de milagros de la Iglesia
Católica es embuste, y falsedad. Así la obstinación se aumenta, el error triunfa, y la verdad
padece.
18. 11
VALOR DE LA NOBLEZA, E INFLUJO DE LA SANGRE (t. IV)
Aquí concluyera yo este Discurso, si sólo los Nobles hubiesen de leerle. Más como mi
intento sea curar en los Nobles la vanidad, sin eximir los humildes de la veneración, es preciso
ocurrir al inconveniente que por esta parte puede resultar; pues aunque es justo que la nobleza
no se engría, es debido que la plebe la respete. Por fuertes que sean las razones que hasta ahora
hemos alegado contra el valor de la nobleza, no puede negarse que la autoridad que la favorece,
tiene más fuerza que todos nuestros argumentos. Cuantas Naciones cultas y bien disciplinadas
tiene el Mundo estiman esta prerrogativa […]. Esta deuda de veneración a la nobleza se debe
entender reservando en todo caso a la virtud el lugar que le toca; la cual, según doctrina
constante de Aristóteles, y Santo Tomás, es mucho más digna de honor que la nobleza. Por tanto
mucho más se debe honrar (aún con este honor extrínseco, y civil, que es del que hablan
aquellos dos grandes Maestros de la Ética) al plebeyo virtuoso, que al noble que carece de
virtud […]. Si la nobleza, pues, no coadyuva a la virtud, antes fomentando la vanidad, ó
alimentando la soberbia, ó prestando su sufragio para otros vicios la estorba, se constituye
totalmente indigna de respeto.
EL GRAN MAGISTERIO DE LA EXPERIENCIA (t. V)
Lo primero que a la consideración se ofrece es el poco o ningún progreso que en el
examen de las cosas naturales hizo la razón, desasistida en la experiencia por el largo espacio de
tantos siglos. Tan ignorada es hoy la naturaleza en las Aulas de las Escuelas, como lo fue en la
Academia de Platón, y en el Liceo de Aristóteles. ¿Que secreto se ha averiguado? ¿Qué porción,
ni aun pequeñísima, de sus dilatados países se ha descubierto? […] nuestros sentidos. Estos son
los órganos por donde se condujeron a nuestro espíritu todas las verdades naturales que
alcanzamos. […] Es preciso, pues rendirse a la experiencia, si no queremos abandonar el
camino real de la verdad; y buscar la naturaleza de sí misma, no en la engañosa imagen que de
ella forma nuestra fantasía. […] No bastan, pues, los sentidos solos para el buen uso de los
experimentos: es menester advertencia, reflexión, juicio, y discurso; y a veces tanto, que apenas
bastan todos los esfuerzos del ingenio humano para examinar cabalmente los fenómenos.
HONRA Y PROVECHO DE LA AGRICULTURA (t. VIII)
¿Mas qué necesidad hay de ponderar la utilidad de la Agricultura? ¿Quién hay que no la
conozca? Según el descuido que en esta materia se padece, se puede decir, que casi todos lo
ignoran. El descuido de España lloro, porque el descuido de España me duele. […] En estas
tierras no hay gente más hambrienta, ni más desabrigada, que los Labradores. Cuatro trapos
cubren sus carnes; o mejor diré, que, por las muchas roturas, que tienen, las descubren. La
habitación está igualmente rota, que el vestido: de modo, que el viento, y la lluvia se entran por
ella como por su casa. Su alimento es un poco de pan negro, acompañado, o de algún lacticinio,
o alguna legumbre vil; pero todo en tan escasa cantidad, que hay quienes apenas una vez en la
vida se levantan saciados de la mesa. Agregado a estas miserias un continuo rudísimo trabajo
corporal, desde que raya el alba, hasta que viene la noche, contemple cualquiera, si no es vida
más penosa la de los míseros Labradores, que la de los delincuentes, que la Justicia pone en las
Galeras. […] Ellos siembran, ellos aran, ellos siegan, ellos trillan; y después de hachas todas las
labores, les viene otra fatiga nueva, y la más sensible de todas, que es conducir los frutos, o el
valor de ellos a las casas de los poderosos, dejando en las propias la consorte, y los hijos llenos
de tristeza, y bañados de lágrimas, a facie tempestatum famis.
19. 12
GASPAR MELCHOR DE JOVELLANOS — Oración sobre la necesidad de unir el estudio
de la literatura al de las ciencias
[…] las ciencias serán siempre a mis ojos el primero, el más digno objeto de vuestra
educación; ellas solas pueden ilustrar vuestro espíritu, ellas solas enriquecerle, ellas solas
comunicaros el precioso tesoro de verdades que nos ha transmitido la antigüedad, y disponer
vuestros ánimos a adquirir otras nuevas y aumentar más y más este rico depósito; ellas solas
pueden poner término a tantas inútiles disputas y a tantas absurdas opiniones; y ellas, en fin,
disipando la tenebrosa atmósfera de errores que gira sobre la tierra, pueden difundir algún día
aquella plenitud de luces y conocimientos que realza la nobleza de la humana especie.
Mas no porque las ciencias sean el primero, deben ser el único objeto de vuestro
estudio; el de las buenas letras será para vosotros no menos útil, y aun me atrevo a decir no
menos necesario.
Porque ¿qué son las ciencias sin su auxilio? Si las ciencias esclarecen el espíritu, la
literatura le adorna; si aquéllas le enriquecen, ésta pule y avalora sus tesoros; las ciencias
rectifican el juicio y le dan exactitud y firmeza; la literatura le da discernimiento y gusto, y le
hermosea y perfecciona. Estos oficios son exclusivamente suyos, porque a su inmensa
jurisdicción pertenece cuanto tiene relación con la expresión de nuestras ideas; y ved aquí la
gran línea de demarcación que divide los conocimientos humanos. Ella nos presenta las ciencias
empleadas en adquirir y atesorar ideas, y la literatura en enunciarlas; por las ciencias
alcanzamos el conocimiento de los seres que nos rodean; columbramos su esencia, penetramos
sus propiedades, y levantándonos sobre nosotros mismos, subimos hasta su más alto origen.
Pero aquí acaba su ministerio, y empieza el de la literatura, que después de haberlas seguido en
su rápido vuelo, se apodera de todas sus riquezas, les da nuevas formas, las pule y engalana, y
las comunica y difunde, y lleva de una en otra generación.
[…] ¿Y de qué servirá que atesoréis muchas verdades, si no las sabéis comunicar?
Ahora bien; para comunicar la verdad es menester persuadirla, y para persuadirla
hacerla amable. Es menester despojarla del oscuro científico aparato, tomar sus más puros y
claros resultados, simplificarla, acomodarla a la comprensión general, e inspirarle aquella
fuerza, aquella gracia que fijando la imaginación, cautiva victoriosamente la atención de cuantos
la oyen. […] No lo dudéis: el dominio de las ciencias se ejerce solo sobre la razón; todas hablan
con ella, con el corazón ninguna; porque a la razón toca el asenso, y a la voluntad el albedrío.
Aun parece que el corazón, como celoso de su independencia, se revela alguna vez contra la
fuerza del raciocinio, y no quiere ser rendido ni sojuzgado sino por el sentimiento. Ved pues
aquí el más alto oficio de la literatura, a quien fue dado el arte poderoso de atraer y mover los
corazones, de encenderlos, de encantarlos y sujetarlos a su imperio.
JOSÉ CADALSO – Cartas marruecas
Carta VI
Del mismo al mismo
El atraso de las ciencias en España en este siglo, ¿quién puede dudar que procede de la
falta de protección que hallan sus profesores? Hay cochero en Madrid que gana trescientos
pesos duros, y cocinero que funda mayorazgos; pero no hay quien no sepa que se ha de morir de
hambre como se entregue a las ciencias, exceptuadas las de pane lucrando que son las únicas
que dan de comer.
Los pocos que cultivan las otras, son como aventureros voluntarios de los ejércitos, que no
llevan paga y se exponen más. Es un gusto oírles hablar de matemáticas, física moderna,
historia natural, derecho de gentes, y antigüedades, y letras humanas, a veces con más recato
20. 13
que si hiciesen moneda falsa. Viven en la oscuridad y mueren como vivieron, tenidos por sabios
superficiales en el concepto de los que saben poner setenta y siete silogismos seguidos sobre si
los cielos son fluidos o sólidos.
Hablando pocos días ha con un sabio escolástico de los más condecorados en su carrera, le
oí esta expresión, con motivo de haberse nombrado en la conversación a un sujeto excelente en
matemáticas: «Sí, en su país se aplican muchos a esas cosillas, como matemáticas, lenguas
orientales, física, derecho de gentes y otras semejantes».
Pero yo te aseguro, Ben-Beley, que si señalasen premios para los profesores, premios de
honor, o de interés, o de ambos, ¿qué progresos no harían? Si hubiese siquiera quien los
protegiese, se esmerarían sin más estímulo; pero no hay protectores.
Tan persuadido está mi amigo de esta verdad, que hablando de esto me dijo:
«En otros tiempos, allá cuando me imaginaba que era útil y glorioso dejar fama en el
mundo, trabajé una obra sobre varias partes de la literatura que había cultivado, aunque con más
amor que buen suceso. Quise que saliese bajo la sombra de algún poderoso, como es natural a
todo autor principiante. Oí a un magnate decir que todos los autores eran locos; a otro, que las
dedicatorias eran estafas; a otro, que renegaba del que inventó el papel; otro se burlaba de los
hombres que se imaginaban saber algo; otro me insinuó que la obra que le sería más acepta,
sería la letra de una tonadilla; otro me dijo que me viera con un criado suyo para tratar esta
materia; otro ni me quiso hablar; otro ni me quiso responder; otro ni quiso escucharme; y de
resultas de todo esto, tomé la determinación de dedicar el fruto de mis desvelos al mozo que
traía el agua a casa. Su nombre era Domingo, su patria Galicia, su oficio ya está dicho: conque
recogí todos estos preciosos materiales para formar la dedicatoria de esta obra».
Y al decir estas palabras, sacó de la cartera unos cuadernillos, púsose los anteojos, acercose
a la luz y, después de haber ojeado, empezó a leer: «Dedicatoria a Domingo de Domingos,
aguador decano de la fuente del Ave María». Detúvose mi amigo un poco, y me dijo: -¡Mira
qué Mecenas! Prosiguió leyendo:
«Buen Domingo, arquea las cejas; ponte grave; tose; gargajea; toma un polvo con
gravedad; bosteza con estrépito; tiéndete sobre este banco; empieza a roncar, mientras leo esta
mi muy humilde, muy sincera y muy justa dedicatoria. ¿Qué? Te ríes y me dices que eres un
pobre aguador, tonto, plebeyo y, por tanto, sujeto poco apto para proteger obras y autores. ¿Pues
qué? ¿Te parece que para ser un Mecenas es preciso ser noble, rico y sabio? Mira, buen
Domingo, a falta de otros tú eres excelente. ¿Quién me quitará que te llame, si quiero, más
noble que Eneas, más guerrero que Alejandro, más rico que Creso, más hermoso que Narciso,
más sabio que los siete de Grecia, y todos los mases que me vengan a la pluma? Nadie me lo
puede impedir, sino la verdad; y ésta, has de saber que no ata las manos a los escritores, antes
suelen ellos atacarla a ella, y cortarla las piernas, y sacarla los ojos, y taparla la boca. Admite,
pues, este obsequio literario: sepa la posteridad que Domingo de Domingos, de inmemorial
genealogía, aguador de las más famosas fuentes de Madrid, ha sido, es y será el único patrón,
protector y favorecedor de esta obra.
«¡Generaciones futuras!, ¡familias de venideros siglos!, ¡gentes extrañas!, ¡naciones no
conocidas!, ¡mundos aún no descubiertos! Venerad esta obra, no por su mérito, harto pequeño y
trivial, sino por el sublime, ilustre, excelente, egregio, encumbrado y nunca bastantemente
aplaudido nombre y título de mi Mecenas.
»¡Tú, monstruo horrendo, envidia, furia tan bien pintada por Ovidio, que sólo está mejor
retratada en la cara de algunos amigos míos! Muerde con tus mismos negros dientes tus
maldicientes y rabiosos labios, y tu ponzoñosa y escandalosa lengua; vuelva a tu pecho infernal
la envenenada saliva que iba a dar horrorosos movimientos a tu maldiciente boca, más horrenda
que la del infierno, pues ésta sólo es temible a los malvados y la tuya aún lo es más a los
buenos.
21. 14
»Perdona, Domingo, esta bocanada de cosas, que me inspira la alta dicha de tu favor. Pero
¿quién en la rueda de la fortuna no se envanece en lo alto de ella? ¿Quién no se hincha con el
soplo lisonjero de la suerte? ¿Quién desde la cumbre de la prosperidad no se juzga superior a los
que poco antes se hallaban en el mismo horizonte? Tú, tú mismo, a quien contemplo mayor que
muchos héroes de los que no son aguadores, ¿no te sientes el corazón lleno de una noble
presunción cuando llegas con tu cántaro a la fuente y todos te hacen lugar? ¡Con qué generoso
fuego he visto brillar tus ojos cuando recibes este obsequio de tus compañeros, compañeros
dignísimos, obsequio que tanto mereces por tus canas nacidas en subir y bajar las escaleras de
mi casa y otras! ¡Ay de aquel que se resistiera! ¡Qué cantarazo llevara! Si todos se te rebelaran,
a todos aterrarías con tu cántaro y puño, como Júpiter a los Gigantes con sus rayos y centellas.
A los filósofos parecería exceso ridículo de orgullo esta amenaza (y la de otros héroes de esta
clase); pero ¿quiénes son los filósofos? Unos hombres rectos y amantes de las ciencias, que
quisieron hacer a todos los hombres odiar las necedades; que tienen la lengua unísona con el
corazón y otras ridiculeces semejantes. Vuélvanse, pues, los filósofos a sus guardillas, y dejen
rodar la bola del mundo por esos aires de Dios, de modo que a fuerza de dar vueltas se
desvanezcan las pocas cabezas que aún se mantienen firmes y todo el mundo se convierta en un
espacioso hospital de locos».
Carta XV
Del mismo al mismo
En España, como en todos los países del mundo, las gentes de cada carrera desprecian a la
de las otras. Búrlase el soldado del escolástico, oyendo disputar utrum blictiri sit terminus
logicus. Búrlase éste del químico, empeñado en el hallazgo de la piedra filosofal. Éste se ríe del
soldado que trabaja mucho sobre que la vuelta de la casaca tenga tres pulgadas de ancho, y no
tres y media. ¿Qué hemos de inferir de todo esto, sino que en todas las facultades humanas hay
cosas ridículas?
Carta XXIV
Del mismo al mismo
Uno de los motivos de la decadencia de las artes de España es, sin duda, la repugnancia
que tiene todo hijo a seguir la carrera de sus padres. En Londres, por ejemplo, hay tienda de
zapatero que ha ido pasando de padres a hijos por cinco o seis generaciones, aumentándose el
caudal de cada poseedor sobre el que dejó su padre, hasta tener casas de campo y haciendas
considerables en las provincias, gobernados estos estados por el mismo desde el banquillo en
que preside a los mozos de zapatería en la capital. Pero en este país cada padre quiere colocar a
su hijo más alto, y si no, el hijo tiene buen cuidado de dejar a su padre más abajo; con cuyo
método ninguna familia se fija en gremio alguno determinado de los que contribuyen al bien de
la república por la industria y comercio o labranza, procurando todos con increíble anhelo
colocarse por éste o por el otro medio en la clase de los nobles, menoscabando a la república en
lo que producirían si trabajaran. Si se redujese siquiera su ambición de ennoblecerse al deseo de
descansar y vivir felices, tendría alguna excusa moral este defecto político; pero suelen trabajar
más después de ennoblecidos.
En la misma posada en que vivo se halla un caballero que acaba de llegar de Indias con un
caudal considerable. Inferiría cualquiera racional que, conseguido ya el dinero, medio para
todos los descansos del mundo, no pensaría el indiano más que en gozar de lo que fue a adquirir
por varios modos a muchos millares de leguas. Pues no, amigo. Me ha comunicado su plan de
operaciones para toda su vida aunque cumpla doscientos años. «Ahora me voy -me dijo- a
pretender un hábito; luego, un título de Castilla; después, un empleo en la corte; con esto
buscaré una boda ventajosa para mi hija; pondré un hijo en tal parte, otro en cual parte; casaré
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una hija con un marqués, otra con un conde. Luego pondré pleito a un primo mío sobre cuatro
casas que se están cayendo en Vizcaya; después otro a un tío segundo sobre un dinero que dejó
un primo segundo de mi abuelo». Interrumpí su serie de proyectos, diciéndole: «Caballero, si es
verdad que os halláis con seiscientos mil pesos duros en oro o plata, tenéis ya cincuenta años
cumplidos y una salud algo dañada por los viajes y trabajos, ¿no sería más prudente consejo el
escoger la provincia más saludable del mundo, estableceros en ella, buscar todas las
comodidades de la vida, pasar con descanso lo que os queda de ella, amparar a los parientes
pobres, hacer bien a vuestros vecinos y esperar con tranquilidad el fin de vuestros días sin
acarreárosla con tantos proyectos, todos de ambición y codicia?». «No, señor -me respondió con
furia-; como yo lo he ganado, que lo ganen otros. Sobresalir entre los ricos, aprovecharme de la
miseria de alguna familia pobre para ingerirme en ella, y hacer casa son los tres objetos que
debe llevar un hombre como yo». Y en esto se salió a hablar con una cuadrilla de escribanos,
procuradores, agentes y otros, que le saludaron con el tratamiento que las pragmáticas señalan
para los Grandes del reino; lisonjas que, naturalmente, acabarán con lo que fue el fruto de sus
viajes y fatigas, y que eran cimiento de su esperanza y necedad.
Carta XXV
Del mismo al mismo
En mis viajes por distintas provincias de España he tenido ocasión de pasar repetidas veces
por un lugar cuyo nombre no tengo ahora presente. En él observé que un mismo sujeto en mi
primer viaje se llamaba Pedro Fernández; en el segundo oí que le llamaban sus vecinos el señor
Pedro Fernández; en el tercero oí que su nombre era don Pedro Fernández. Causome novedad
esta diferencia de tratamiento en un mismo hombre.
-No importa -dijo Nuño-. Pedro Fernández siempre será Pedro Fernández
Carta XXXV
Del mismo al mismo
En España, como en todas partes, el lenguaje se muda al mismo paso que las costumbres; y
es que, como las voces son invenciones para representar las ideas, es preciso que se inventen
palabras para explicar la impresión que hacen las costumbres nuevamente introducidas. Un
español de este siglo gasta cada minuto de las veinticuatro horas en cosas totalmente distintas de
aquellas en que su bisabuelo consumía el tiempo; éste, por consiguiente, no dice una palabra de
las que al otro se le ofrecían. -Si me dejan hoy a leer -decía Nuño- un papel escrito por un galán
del tiempo de Enrique el Enfermo refiriendo a su dama la pena en que se halla ausente de ella,
no entendería una sola cláusula, por más que estuviese escrito de letra excelente moderna,
aunque fuese de la mejor de las Escuelas Pías. Pero en recompensa ¡qué chasco llevaría uno de
mis tatarabuelos si hallase, como me sucedió pocos días ha, un papel de mi hermana a una
amiga suya, que vive en Burgos! Moro mío, te lo leeré, lo has de oír, y, como lo entiendas,
tenme por hombre extravagante. Yo mismo, que soy español por todos cuatro costados y que, si
no me debo preciar de saber el idioma de mi patria, a lo menos puedo asegurar que lo estudio
con cuidado, yo mismo no entendí la mitad de lo que contenía. En vano me quedé con copia del
dicho papel; llevado de curiosidad, me di prisa a extractarlo, y, apuntando las voces y frases más
notables, llevé mi nuevo vocabulario de puerta en puerta, suplicando a todos mis amigos
arrimasen el hombro al gran negocio de explicármelo. No bastó mi ansia ni su deseo de
favorecerme. Todos ellos se hallaron tan suspensos como yo, por más tiempo que gastaron en
revolver calepinos y diccionarios. Sólo un sobrino que tengo, muchacho de veinte años, que
trincha una liebre, baila un minuet y destapa una botella de Champaña con más aire que cuantos
hombres han nacido de mujeres, me supo explicar algunas voces. Con todo, la fecha era de este
mismo año.
23. 16
Tanto me movieron estas razones a deseo de leer la copia, que se la pedí a Nuño. Sacola de
su cartera, y, poniéndose los anteojos, me dijo: -Amigo, ¿qué sé yo si leyéndotela te revelaré
flaquezas de mi hermana y secretos de mi familia? Quédame el consuelo que no lo entenderás.
Dice así: «Hoy no ha sido día en mi apartamiento hasta medio día y medio. Tomé dos tazas de
té. Púseme un desabillé y bonete de noche. Hice un tour en mi jardín, y leí cerca de ocho versos
del segundo acto de la Zaira. Vino Mr. Lavanda; empecé mi toaleta. No estuvo el abate. Mandé
pagar mi modista. Pasé a la sala de compañía. Me sequé toda sola. Entró un poco de mundo;
jugué una partida de mediator; tiré las cartas; jugué al piquete. El maître d'hôtel avisó. Mi nuevo
jefe de cocina es divino; él viene de arribar de París. La crapaudina, mi plato favorito, estaba
delicioso. Tomé café y licor. Otra partida de quince; perdí mi todo. Fui al espectáculo; la pieza
que han dado es execrable; la pequeña pieza que han anunciado para el lunes que viene es muy
galante, pero los actores son pitoyables; los vestidos, horribles; las decoraciones, tristes. La
Mayorita cantó una cavatina pasablemente bien. El actor que hace los criados es un poquito
extremoso; sin eso sería pasable. El que hace los amorosos no jugaría mal, pero su figura no es
previniente. Es menester tomar paciencia, porque es preciso matar el tiempo. Salí al tercer acto,
y me volví de allí a casa. Tomé de la limonada. Entré en mi gabinete para escribirte ésta, porque
soy tu veritable amiga. Mi hermano no abandona su humor de misántropo; él siente todavía
furiosamente el siglo pasado; yo no le pondré jamás en estado de brillar; ahora quiere irse a su
provincia. Mi primo ha dejado a la joven persona que él entretenía. Mi tío ha dado en la
devoción; ha sido en vano que yo he pretendido hacerle entender la razón. Adiós, mi querida
amiga, baste otra posta; y ceso, porque me traen un dominó nuevo a ensayar».
Acabó Nuño de leer, diciéndome: -¿Qué has sacado en limpio de todo esto? Por mi parte,
te aseguro que entes de humillarme a preguntar a mis amigos el sentido de estas frases, me
hubiera sujetado a estudiarlas, aunque hubiesen sido precisas cuatro horas por la mañana y
cuatro por la tarde durante cuatro meses. Aquello de medio día y medio, y que no había sido día
hasta mediodía, me volvía loco, y todo se me iba en mirar al sol, a ver qué nuevo fenómeno
ofrecía aquel astro. Lo del desabillé también me apuró, y me di por vencido. Lo del bonete de
noche, o de día, no pude comprender jamás qué uso tuviese en la cabeza de una mujer. Hacer un
tour puede ser cosa muy santa y muy buena, pero suspendo el juicio hasta enterarme. Dice que
leyó de la Zaira unos ocho versos; sea enhorabuena, pero no sé qué es Zaira. Mr. de lavanda,
dice que vino; bien venido sea Mr. de Lavanda, pero no le conozco. Empezó su toaleta; esto ya
lo entendí, gracias a mi sobrino que me lo explicó, no sin bastante trabajo, según mis cortas
entendederas, burlándose de que su tío es hombre que no sabe lo que es toaleta. También me
dijo lo que era modista, piquete, maître d'hôtel y otras palabras semejantes. Lo que nunca me
pudo explicar de modo que acá yo me hiciese bien cargo de ello, fue aquello de que el jefe de
cocina era divino. También lo de matar el tiempo, siendo así que el tiempo es quien nos mata a
todos, fue cosa que tampoco se me hizo fácil de entender, aunque mi intérprete habló mucho, y
sin duda muy bueno, sobre este particular. Otro amigo, que sabe griego, o a lo menos dice que
lo sabe, me dijo lo que era misántropo, cuyo sentido yo indagué con sumo cuidado por ser cosa
que me tocaba personalmente; y a la verdad que una de dos: o mi amigo no me lo explicó cual
es, o mi hermana no lo entendió, y siendo ambos casos posibles, y no como quiera, sino
sumamente posibles, me creo obligado a suspender por ahora el juicio hasta tener mejores
informes. Lo restante me lo entendí tal cual, ingeniándome acá a mi modo, y estudiando con
paciencia, constancia y trabajo.
Ya se ve -prosiguió Nuño- cómo había de entender esta carta el conde Fernán Gonzalo, si
en su tiempo no había té, ni desabillé, ni bonete de noche, ni había Zaira, ni Mr. Vanda, ni
toaletas, ni los cocineros eran divinos, ni se conocían crapaudinas ni café, ni más licores que el
agua y el vino.
Aquí lo dejó Nuño. Pero yo te aseguro, amigo Ben-Beley, que esta mudanza de modas es
muy incómoda, hasta para el uso de la palabra, uno de los mayores beneficios en que naturaleza
nos dotó. Siendo tan frecuentes estas mutaciones, y tan arbitrarias, ningún español, por bien que
hable su idioma este mes, puede decir: el mes que viene entenderé la lengua que me hablen mis
vecinos, mis amigos, mis parientes y mis criados. Por todo lo cual, dice Nuño, mi parecer y
dictamen, salvo meliori, es que en cada un año se fijen las costumbres para el siguiente, y por
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consecuencia se establezca el idioma que se ha de hablar durante sus 365 días. Pero como quiera
que esta mudanza dimana en gran parte o en todo de los caprichos, invenciones y codicias de
sastres, zapateros, ayudas de cámara, modistas, reposteros, cocineros, peluqueros y otros
individuos igualmente útiles al vigor y gloria de los estados, convendría que cierto número igual
de cada gremio celebre varias juntas, en las cuales quede este punto evacuado; y de resultas de
estas respetables sesiones, vendan los ciegos por las calles públicas, en los últimos meses de
cada un año, al mismo tiempo que el Calendario, Almanak y Piscator, un papel que se intitule,
poco más o menos: «Vocabulario nuevo al uso de los que quieran entenderse y explicarse con
las gentes de moda, para el año de mil setecientos y tantos y siguientes, aumentado, revisto y
corregido por una Sociedad de varones insignes, con los retratos de los más principales».
Carta LXXV
Del mismo al mismo
Al entrar anoche en mi posada, me hallé con una carta cuya copia te remito. Es de una
cristiana a quien apenas conozco. Te parecerá muy extraño su contenido, que dice así:
«Acabo de cumplir veinticuatro años, y de enterrar a mi último esposo de seis que he
tenido en otros tantos matrimonios, en espacio de poquísimos años. El primero fue un mozo de
poca más edad que la mía, bella presencia, buen mayorazgo, gran nacimiento, pero ninguna
salud. Había vivido tanto en sus pocos años, que cuando llegó a mis brazos ya era cadáver. Aún
estaban por estrenar muchas galas de mi boda, cuando tuve que ponerme luto. El segundo fue
un viejo que había observado siempre el más rígido celibatismo; pero heredando por muertes y
pleitos unos bienes copiosos y honoríficos, su abogado le aconsejó que se casase; su médico
hubiera sido de otro dictamen. Murió de allí a poco, llamándome hija suya, y juró que como a
tal me trató desde el primer día hasta el último. El tercero fue un capitán de granaderos, más
hombre, al parecer, que todos los de su compañía. La boda se hizo por poderes desde Barcelona;
pero picándose con un compañero suyo en la luneta de la ópera, se fueron a tomar el aire juntos
a la explanada y volvió solo el compañero, quedando mi marido por allá. El cuarto fue un
hombre ilustre y rico, robusto y joven, pero jugador tan de corazón, que ni aun la noche de la
boda durmió conmigo porque la pasó en una partida de banca. Diome esta primera noche tan
mala idea de las otras, que lo miré siempre como huésped en mi casa, más que como precisa
mitad mía en el nuevo estado. Pagome en la misma moneda, y murió de allí a poco de resulta de
haberle tirado un amigo suyo un candelero a la cabeza, sobre no sé qué equivocación de poner a
la derecha una carta que había de caer a la izquierda. No obstante todo esto, fue el marido que
más me ha divertido, a lo menos por su conversación que era chistosa y siempre en estilo de
juego. Me acuerdo que, estando un día comiendo con bastantes gentes en casa de una dama algo
corta de vista, le pidió de un plato que tenía cerca y él la dijo: -Señora, la talla anterior, pudo
cualquiera haber apuntado, que había bastante fondo; pero aquel caballero que come y calla
acaba de hacer a este plato una doble paz de paroli con tanto acierto, que nos ha desbancado. -Es
un apunte temible a este juego.
»El quinto que me llamó suya era de tan corto entendimiento, que nunca me habló sino de
una prima que él tenía y que quería mucho. La prima se murió de viruelas a pocos días de mi
casamiento, y el primo se fue tras ella. Mi sexto y último marido fue un sabio. Estos hombres no
suelen ser buenos muebles para maridos. Quiso mi mala suerte que en la noche de mi
casamiento se apareciese una cometa, o especie de cometa. Si algún fenómeno de éstos ha sido
jamás cosa de mal agüero, ninguno lo fue tanto como éste. Mi esposo calculó que el dormir con
su mujer sería cosa periódica de cada veinticuatro horas, pero que si el cometa volvía, tardaría
tanto en dar la vuelta, que él no le podría observar; y así, dejó esto por aquello, y se salió al
campo a hacer sus observaciones. La noche era fría, y lo bastante para darle un dolor de costado,
del que murió.
»Todo esto se hubiera remediado si yo me hubiera casado una vez a mi gusto, en lugar de
sujetarlo seis veces al de un padre que cree la voluntad de la hija una cosa que no debe entrar en
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cuenta para el casamiento. La persona que me pretendía es un mozo que me parece muy igual a
mí en todas calidades, y que ha redoblado sus instancias cada una de las cinco primeras veces
que yo he enviudado; pero en obsequio de sus padres, tuvo que casarse también contra su gusto,
el mismo día que yo contraje matrimonio con mi astrónomo.
»Estimaré al señor Gazel me diga qué uso o costumbre se sigue allá en su tierra en esto de
casarse las hijas de familia, porque aunque he oído muchas cosas que espantan de lo poco
favorable que nos son las leyes mahometanas, no hallo distinción alguna entre ser esclava de un
marido o de un padre, y más cuando de ser esclava de un padre resulta el parar en tener marido,
como en el caso presente».
JOSÉ CADALSO – Noches lúgubres
NOCHE PRIMERA
TEDIATO y un SEPULTURERO
Diálogo
TEDIATO.- ¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso, interrumpido por los lamentos que
se oyen en la vecina cárcel, completan la tristeza de mi corazón. El cielo también se conjura
contra mi quietud, si alguna me quedara. El nublado crece. La luz de esos relámpagos..., ¡qué
horrorosa! Ya truena. Cada trueno es mayor que el que le antecede, y parece producir otro más
cruel. El sueño, dulce intervalo en las fatigas de los hombres, se turba. El lecho conyugal, teatro
de delicias; la cuna en que se cría la esperanza de las casas; la descansada cama de los ancianos
venerables; todo se inunda en llanto..., todo tiembla. No hay hombre que no se crea mortal en
este instante... ¡Ay, si fuese el último de mi vida, cuán grato sería para mí! ¡Cuán horrible ahora!
¡Cuán horrible! Más lo fue el día, el triste día que fue causa de la escena en que ahora me hallo.
Lorenzo no viene. ¿Vendrá, acaso? ¡Cobarde! ¿Le espantará este aparato que Naturaleza le
ofrece? No ve lo interior de mi corazón... ¡Cuánto más se horrorizaría! ¿Si la esperanza del
premio le traerá? Sin duda..., el dinero... ¡Ay, dinero, lo que puedes! Un pecho sólo se te ha
resistido... Ya no existe... Ya tu dominio es absoluto... Ya no existe el solo pecho que se te ha
resistido.
Las dos están al caer... Ésta es la hora de cita para Lorenzo... ¡Memoria! ¡Triste memoria!
¡Cruel memoria! Más tempestades formas en mi alma que nubes en el aire. También ésta es la
hora en que yo solía pisar estas mismas calles en otros tiempos muy diferentes de éstos. ¡Cuán
diferentes! Desde aquélla a éstos todo ha mudado en el mundo; todo, menos yo.
¿Si será de Lorenzo aquella luz trémula y triste que descubro? Suya será. ¿Quién sino él, y en
este lance, y por tal premio, saldría de su casa? Él es. El rostro pálido, flaco, sucio, barbado y
temeroso; el azadón y pico que trae al hombro, el vestido lúgubre, las piernas desnudas, los pies
descalzos, que pisan con turbación; todo me indica ser Lorenzo, el sepulturero del templo, aquel
bulto, cuyo encuentro horrorizaría a quien le viese. Él es, sin duda; se acerca; desembózome, y
le enseño mi luz. Ya llega. ¡Lorenzo! ¡Lorenzo!
26. 19
NOCHE SEGUNDA
TEDIATO, la JUSTICIA y después un CARCELERO
Diálogo
TEDIATO.- ¡Qué triste me ha sido ese día! Igual a la noche más espantosa me ha llenado de
pavor, tedio, aflicción y pesadumbre. ¡Con qué dolor han visto mis ojos la luz del astro, a quien
llaman benigno los que tienen el pecho menos oprimido que yo! El sol, la criatura que dicen
menos imperfecta imagen del Criador, ha sido objeto de mi melancolía. El tiempo que ha
tardado en llevar sus luces a otros climas me ha parecido tormento de duración eterna... ¡Triste
de mí! Soy el solo viviente a quien sus rayos no consuelan. Aun la noche, cuya tardanza me
hacía tan insufrible la presencia del sol, es menos gustosa, porque en algo se parece al día. No
está tan oscura como yo quisiera. ¡La luna! ¡Ah, luna! Escóndete, no mires en este puesto al más
infeliz mortal.
¡Que no se hayan pasado más que dieciséis horas desde que dejé a Lorenzo! ¿Quién lo creyera?
¡Tales han sido para mí! Llorar, gemir, delirar... Los ojos fijos en su retrato, las mejillas bañadas
en lágrimas, las manos juntas pidiendo mi muerte al cielo, las rodillas flaqueando bajo el peso
de mi cuerpo, así desmayado; sólo un corto resuello me distinguía de un cadáver. ¡Qué asustado
quedó Virtelio, mi amigo, al entrar en mi cuarto y hallarme de esa manera! ¡Pobre Virtelio!
¡Cuánto trabajaste para hacerme tomar algún alimento! Ni fuerza en mis manos para tomar el
pan, ni en mis brazos para llevarlo a la boca, si alguna vez llegaba. ¡Cuán amargos son bocados
mojados con lágrimas! Instante..., me mantuve inmóvil. Se fue sin duda cansado... ¿Quién no se
cansa de un amigo como yo, triste, enfermo, apartado del mundo, objeto de la lástima de
algunos, del menosprecio de otros, de la burla de muchos? ¡Qué mucho me dejase! Lo extraño
es que me mirase alguna vez. ¡Ah, Virtelio! ¡Virtelio! Pocos instantes más que hubieses
permanecido mío, te hubieran dado fama de amigo verdadero. Pero ¿de qué te serviría? Hiciste
bien en dejarme; también te hubiera herido la mofa de los hombres. Dejar a un amigo infeliz,
conjurarte con la suerte contra un triste, aplaudir la inconstancia del mundo, imitar lo duro de las
entrañas comunes, acompañar con tu risa la risa universal, que es eco de los llantos de un
mísero... Sigue, sigue... Éste es el camino de la fortuna... Adelántate a los otros: admirarán tu
talento. Yo le vi salir... Murmuraba de la flaqueza de mi ánimo. La Naturaleza sin duda
murmuraba de la dureza del suyo. Éste es el menos pérfido de todos mis amigos; otros ni aun
eso hicieron. Tediato se muere, dirían unos; otros repetirían: se muere Tediato. De mi vida y de
mi muerte hablarían como del tiempo bueno o malo suelen hablar los poderosos, no como los
pobres a quien tanto importa el tiempo. La luz del sol, que iba faltando, me sacó del letargo
cruel. La tiniebla me traía el consuelo que arrebata a todo el mundo. Todo el consuelo que siente
toda la naturaleza al parecer el sol, le sentí todo junto al ponerse. Dije mil veces preparándome a
salir: bienvenida seas, noche, madre de delitos, destructora de la hermosura, imagen del caos de
que salimos. Duplica tus horrores; mientras más densas, más gustosas me serán tus tinieblas. No
tomé alimento; no enjugué las lágrimas; púseme el vestido más lúgubre; tomé este acero, que
será..., ¡ay!, sí; será quien consuele de una vez todas mis cuitas. Vine a este puesto; espero a
Lorenzo.
Desengañado de las visiones y fantasmas, duendes, espíritus y sombras, me ayudará con firmeza
a levantar la losa; haré el robo... ¡El robo! ¡Ay! Era mía; sí, mía; yo, suyo. No, no, la agravio;
me agravio: éramos uno. Su alma, ¿qué era sino la mía? La mía, ¿qué era sino la suya? Pero
¿qué voces se oyen? Muere, muere, dice una de ellas. ¡Qué me matan!, dice otra voz. Hacia mí
vienen corriendo varios hombres. ¿Qué haré? ¿Qué veo? El uno cae herido al parecer... Los
otros huyen retrocediendo por donde han venido. Hasta mis plantas viene batallando con las
ansias de la muerte. ¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Quiénes son los que te siguen? ¿No respondes?
El torrente de sangre que arroja por boca y por herida me mancha todo... Es muerto, ha expirado
asido de mi pierna. Siento pasos a este otro lado. Mucha gente llega; el aparato es de ser
comitiva de la justicia.
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NOCHE TERCERA
TEDIATO y el SEPULTURERO
Diálogo
TEDIATO.- Aquí me tienes, fortuna, tercera vez expuesto a tus caprichos. Pero ¿quién no lo
está? ¿Dónde, cuándo, cómo sale el hombre de tu imperio? Virtud, valor, prudencia, todo lo
atropellas. No está más seguro de tu rigor el poderoso en su trono, el sabio en su estudio, que el
mendigo en su muladar, que yo en esta esquina lleno de aflicciones, privado de bienes, con mil
enemigos por fuera y un tormento interior, capaz por sí solo de llenarme de horrores, aunque
todo el orbe procura mi felicidad.
¿Si será esta noche la que ponga fin a mis males? La primera, ¿de qué me sirvió? Truenos,
relámpagos, conversación con un ente que apenas tenía la figura humana, sepulcros, gusanos y
motivos de cebar mi tristeza en los delitos y flaqueza de los hombres. Si más hubiera sido mi
mansión al pie de la sepultura, ¿cuál sería el éxito de mi temeridad? Al acudir al templo el
concurso religioso, y hallarme en aquel estado, creyendo que... ¿Qué hubieran creído? Gritarían:
Muera ese bárbaro que viene a profanar el templo con molestia de los difuntos y desacato a
quien los crió.
La segunda noche.... ¡ay!, vuelve a correr mi sangre por las venas con la misma turbación que
anoche. Si no has de volver a mi memoria para mi total aniquilación, huye de ella, ¡oh, noche
infausta! Asesinato, calumnia, oprobios, cárcel, grillos, cadenas, verdugos, muerte y gemidos...
Por no sentir mi último aliento, huya de mí un instante la tristeza; pero apenas se me concede
gozar el aire, que está libre para las aves y brutos, cuando me vuelve a cubrir con su velo la
desesperación. ¿Qué vi? Un padre de familia, pobre, con su mujer moribunda, hijos parvulillos
y enfermos, uno perdido, otro muerto aun antes de nacer, y que mata a su madre aun antes de
que ésta le acabe de producir. ¿Qué más vi? ¡Qué corazón el mío, qué inhumano, si no se partió
al ver tal espectáculo!... Excusa tiene... Mayores son sus propios males, y aún subsiste. ¡Oh
Lorenzo! ¡Oh! Vuélveme a la cárcel, Ser Supremo, si sólo me sacaste de ella para que viese tal
miseria en las criaturas.
Esta noche, ¿cuál será? ¡Lorenzo, Lorenzo infeliz! Ven, si ya no te detiene la muerte de tu
padre, la de tu mujer, la enfermedad de tus hijos, la pérdida de tu hija, tu misma flaqueza. Ven:
hallarás en mí un desdichado que padece no sólo sus infortunios propios, sino los de todos los
infelices a quienes conoce, mirándolos a todos como hermanos; ninguno lo es más que tú. ¿Qué
importa que nacieras en la mayor miseria y yo en cuna más delicada? Hermanos nos hace un
superior destino, corrigiendo los caprichos de la suerte que divide en arbitrarias clases a los que
somos de una misma especie: todos lloramos..., todos enfermamos..., todos morimos.
El mismo horroroso conjunto de cosas de la noche antepasada vuelve a herir mi vista con
aquella dulce melancolía... Aquel que allí viene es Lorenzo... Sí, Lorenzo. ¡Qué rostro! Siglos
parece haber envejecido en pocas horas; tal es el objeto del pesar, semejante al que produce la
alegría o destruye nuestra débil máquina en el momento que la hiere o la debilita para siempre al
herirnos en un instante.
LORENZO.- ¿Quién eres?
TEDIATO.- Soy el mismo a quien buscas... El cielo te guarde.
LORENZO.- ¿Para qué? ¿Para pasar cincuenta años de vida como la que he pasado lleno de
infortunios..., y cuando apenas tengo fuerzas para ganar un triste alimento... hallarme con tantas
nuevas desgracias en mi mísera familia, expuesta toda a morir con su padre en las más
28. 21
espantosas infelicidades? Amigo, si para eso deseas que me guarde el cielo, ¡ah!, pídele que me
destruya.
TEDIATO.- El gusto de favorecer a un amigo debe hacerte la vida apreciable, si se conjuraran
en hacértela odiosa todas las calamidades que pasas. Nadie es infeliz si puede hacer a otro
dichoso. Y, amigo, más bienes dependen de tu mano que de la magnificencia de todos los reyes.
Si fueras emperador de medio mundo..., con el imperio de todo el universo, ¿qué podrías darme
que me hiciese feliz? ¿Empleos, dignidades, rentas? Otros tantos motivos para mi propia
inquietud y para la malicia ajena. Sembrarías en mi pecho zozobras, recelos, cuidados, tal vez
ambición y codicia..., y en los de mis amigos..., envidia. No te deseo con corona y cetro para mi
bien... Más contribuirás a mi dicha con ese pico, ese azadón..., viles instrumentos a otros ojos...,
venerables a los míos... Andemos, amigo, andemos.
29. 22
POESÍA del siglo XIX: ROMANTICISMO
JOSÉ DE ESPRONCEDA
LA CANCIÓN DEL PIRATA Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
Con diez cañones por banda, de esplendor,
viento en popa, a toda vela, que no sienta
no corta el mar, sino vuela mi derecho
un velero bergantín. y dé pechos mi valor.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido, Que es mi barco mi tesoro,
en todo mar conocido que es mi dios la libertad,
del uno al otro confín. mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
La luna en el mar riela
en la lona gime el viento, A la voz de "¡barco viene!"
y alza en blando movimiento es de ver
olas de plata y azul; cómo vira y se previene
y va el capitán pirata, a todo trapo a escapar;
cantando alegre en la popa, que yo soy el rey del mar,
Asia a un lado, al otro Europa, y mi furia es de temer.
y allá a su frente Istambul:
En las presas
Navega, velero mío yo divido
sin temor, lo cogido
que ni enemigo navío por igual;
ni tormenta, ni bonanza sólo quiero
tu rumbo a torcer alcanza, por riqueza
ni a sujetar tu valor. la belleza
sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,
Veinte presas que es mi dios la libertad,
hemos hecho mi ley, la fuerza y el viento,
a despecho mi única patria, la mar.
del inglés
y han rendido ¡Sentenciado estoy a muerte!
sus pendones Yo me río
cien naciones no me abandone la suerte,
a mis pies. y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
Que es mi barco mi tesoro, quizá en su propio navío.
que es mi dios la libertad, Y si caigo,
mi ley, la fuerza y el viento, ¿qué es la vida?
mi única patria, la mar. Por perdida
ya la di,
Allá; muevan feroz guerra cuando el yugo
ciegos reyes del esclavo,
por un palmo más de tierra; como un bravo,
que yo aquí; tengo por mío sacudí.
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.