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Philippe Ariés
Morir en Occidente
desde la Edad Media
hasta nuestros días
Tiaducción de Víctor Goldstein
ffiHidalgoAdriana editora
La rnuerte dornesticada
[-as nuevas ciencias del hombre -y la lingüística- intro-
.lrrjcron las nociones hoy comunes de diacronía y sincronía,
,¡rrc pueden resultarnos de utilidad. Como muchas formas
.lc pensar que se ubican enla larga duración,la actitud ante
l.r rnuerte puede parecer casi inmóvil a través de perlodos
rrrrry largos. Aparece como acrónica. Y sin embargo, en cier-
ros rnomentos, intervienen cambios, las más de las veces len-
r()s, y en ocasiones inadvertidos, más rápidos y conscientes
lr.y. La dificultad para el historiador es ser sensible a los
. ,r¡nlrios y al mismo tiempo no sentirse obsesionado por ellos
rrr olvidar las grandes inercias que reducen el alcance real de
l.rs innovaciones.l
llste preámbulo sirve para explicar con qué intención elegí
l()s te mas de estas cuatto conferencias. La primera se ubicará
rrr,is bien en la sincronía. Cubre una larga serie de siglos, del
,,r.lcn de lo milenario. La llamaremos la muerte domestica-
,1.r. (lon la segunda exposición entraremos en la diacronía:
' l.os historiado¡es contemporáneos han descubierto que las culturas
rrrtlicionales son casi estáticas. El equilibrio económico y demográfico
¡rr':icticamente no evoluciona ¡ si por azar se ve perturbado, tiende a volver
,r st¡s cilras iniciales. Véanse los trabajos de E. Le Roy Ladurie (sobre todo
I r'lirritoire de I'historien, París, Gallimard,1973) y de P Chaunu, Hhtoire
¡irnce sociale, París, SEDES, 1975.
19
qué cambios, en la Edad Media, aproximadamente a partir
del siglo xII, comenzaron a modificar la actitud acrónica ante
la muerte, y qué sentido podemos dar a tales cambios. Final-
mente, las dos últimas exposiciones estarán dedicadas a las
actitudes contemporáneas, al culto de los cementerios y las
tumbas, y a la censuralanzada. sobre la muerte en las socie-
dades industriales.
Comenzaremos por la muerte domesticada, preguntán-
donos ante todo cómo morlan los caballeros de los cantares
de gesta o de las antiguas sagas medievales.
En primer lugar, estaban advertidos. LJno no morla sin
haber tenido tiempo de saber que iba a morir. De otro modo,
se trataba de la muerte terrible, como la peste o la muerte
súbita, y realmente era necesario presentarla como excepcio-
nal, no hablar de ella. Normalmente, el hombre estaba en-
tonces advertido.
"Sabed -dijo Gawain- que no viviré dos días."
El rey Ban sufrió una mala calda. Al volver en sl advirtió
que la sangre bermeja le salla de la boca, de la nariz, de las
orejas: "Miró al cielo y articuló como pudo. . . '¡Ah, señor Dios,
socorredme, pues veo y sé que mi fin ha llegado"'. Wo y sé.
En Roncesvalles, Roland'tiente que la muerte se adueña
de é1. De su cabeza desciende hacia el corazórl' . "Siente que
su tiempo ha terminado". tistán "sintió que su vida se per-
dla, comprendió que iba a morir".
Los monjes piadosos no se conduclan de otro modo que
los caballeros. En San Martln de Tours, en el siglo x, tras cua-
tro años de reclusión, un venerable ermitaño "sintió -nos dice
Itaoul Glaber- que pronro iba a abandonar el mundo". El
r¡rismo autor narra que otro monje, que tenía algo de médico
y cuidaba a otros hermanos, tuvo que apresurarse. Se le aca-
Irrrlra el tiempo: "Sabía que su muerte estaba cerci'.2
Observemos que la advertencia esraba dada por signos na-
trrr:rles o, con mayor frecuencia aún, por una convicción ínti-
ru;r antes que por una premonición sobrenatural o mágica.
l'.r';r algo muy sencillo, que atraviesa las edades y aún encon-
rr:unos como un vestigio en las sociedades industriales. Algo
t.rn ajeno a lo maravilloso como a la piedad cristiana: el reco-
rrot:imiento espontáneo. No habla manera de hacer trampas,
,lc simular que no se había visto nada. En 1491, es decir en
¡rk'no Renacimiento humanista que se tiene la mala costum-
Irn'rle oponer a la Edad Media -en todo c:rso en un mundo
u¡bunizado muy alejado del de Roland o tistán-, una
¡utu'ncul4 una niña muy joven, bella y coqueta que amaba la
vrrlrr y los placeres, es atacada por la enfermedad. ¿Acaso, con
Lr rornplicidad de su enrorno, se aferrará a la vida represen-
t,urtlo una comedia, fingiendo no darse cuenta de la gravedad
rlc srr estado? No. Sin embargo se rebela, pero esa rebelión no
,rrl,,1rta la forma de una negación de la muerte. Cum cerneret,
tnlilix juuencuk, de proxima situ imrninere rnortem. Cum
t t,',t(ret: la desdichada niña vio que se aproximaba la muerte.
l;rrronces, desesperada,-entrega su alma al diablo.3
lrr el siglo xvrr don Quijote, por loco que fuese, no trara
,1,' csc,aparle a la muerte en los sueños en que había consu-
trrirkr su vida. Por el contrario, las señales precursoras de la
( .it.rtlo por G. Duby, L' An Mil" París, Julliard, 1967, pátg. 59.
{ iir.ulo por A. Tenenti, Il Senso dell¿ morte e I'amore d¿lk uia nel Rinascimento,
lirrintr, Einaudi, col. "Francia e Italia", 1957, pág.170, n" 18.
20
muerte lo devuelven a la razón: "Yo me siento, sobrina, a
punto de muerte".
Saint-Simon dice de Mme. de Montespan que tenía mie-
do de la muerte. Más bien tenía miedo de no estar preparada
a dempo, y también (volveremos sobre esto) de morir sola.
"Se acostaba con todas las coninas abiertas con muchas velas
en su habitación, con sus doncellas alrededor, a quienes cada
vez que se despertaba querla encontrar charlando, luciéndose
o comiendo para prevenirse contra su adormecimiento." A
pesar de la angustia, sin embargo, el 27 de mayo de 1707
también ella supo que iba a morir, e hizo sus disposiciones.
Así,las mismas palabras pasaron de edad en edad, inmu-
tables como un proverbio. Las encontramos en Tolstoi, en
una época en que su sencillez ya era dudosa. Pero precisa-
mente el genio de Tolstoi es haberlas recuperado. En su le-
cho de agonía en una estación del campo, Tolstoi gemía: "¿Y
los mujiks? ¿Cómo mueren los mujiks?". Peto los mujila
morían como Roland, Tiistán o don Quijote: sabían. En Los
tres muertos de Tolstoi, un viejo postillón agoniza en la coci-
na del albergue, cerca de la gran estufa de ladrillos. Él sabe.
Cuando una criada le pregunta amablemente qué le pasa, él
responde: "La muerte está ahl, eso es lo que pasa".
Esto siguió ocurriendo infinidad de veces en la Francia
racionalista y positivista, o romántica y exaltada, del siglo
xx. Por ejemplo, la madre de M. Pouget: "En1874 se pescó
una'colerina'. Al cabo de cuatro dlas dice: vayana buscarme
al señor cura, yo les diré cuando sea necesario. Y dos días
después: vayana decirle al Sr. cura que me dé la extremaun-
ción'. Y Jean Guitton -que escribla esto en l94l- comenta:
"Vemos cómo los Pouget, en esos viejos tiempos lil874!),
¡'.rt.rban de este mundo al otro como gente práctica y senci-
ll.¡, ,rbservadores de las señales, y ante todo de ellos mismos.
No t'.staban apurados por morir, pero cuando veían que lle-
¡i,rlt,r la hora, entonces sin adelanto ni atraso, tal como debía
('r, rr)orían como cristianos".4 Pero otros que no eran cris-
r r.rr¡()s también morlan sencillamente.
Sabiendo que se aproximaba su fin, el moribundo tomaba
,,rr* rccaudos. Y todo habda de hacerse con sencillez, como en-
rrc krs Pouget o los mujila de Tolstoi. En un mundo tan im-
¡'rrlirrado de lo ma¡avilloso como el del Ciclo dela Mesa redon-
,/,r, l:r muerte era algo muy sencillo. Cuando lancelote, herido
y cxtrrviado, se percrta en el bosque desierto de que 'perdió
lr.rtr,r cl poder de su cueqpd', cree que va a morir. ¿Qué hace
,'rrronces? Gestos que le son dictados por las viejas costumbres,
¡i,'rt,rs rituales que deben hacerse antes morir. Se quita las ar-
lr.rs, sc acuesta juiciosarnente sobre el suelo: deberla estar en el
h'. lrr ("yaciendo en el lecho enfermo", repetirán durante varios
rr¡,,krs los testamentos). Extiende sus brazos en cruz +sto no es
lr,rl,irual. Pero la costumbre es ésta: se extiende de tal manera
rlu(' sr.r cabezase vuelva hacia el Oriente, haciaJerusalén.
( hando Isolda encuenrra muerto aTiistán, sabe que tam-
Irrrirr clla va a morir. Entonces se acuesta a su lado y se vuelve
lr,¡. i;r cl Oriente.
lln Roncesvalles, el arzobispo Turpin espera la muerre acos-
t,rrhr: "sobre su pecho, bien al medio, cruzó sus blancas manos
t.rrr lrt'llas". Es la actitud de las estatuas de los yacenres a partir
,1,'l siglo xlt. En el cristianismo primitivo, el muerto era repre-
' | ( itrirton, Portrait de M. Pouget, Paris, Gallimard, 1941, pá'g. 14.
23
sentado con los brazos extendidos en la actirud del orante. Se
espera la muerte acostado, yacente. Esta actitud ritual es
prescripta por los estudiosos de la liturgia del siglo xt. "El
moribundo -dice el obispo Guillaume Durand de Mende-
debe estar acostado sobre la espalda para que su cara mire
siempre al cielo.5" Esta actitud no es la misma que la de los
judíos, conocida por descripciones del Antiguo Testamento:
para morir, los judíos se volvían hacia la pared.
Así dispuesto, el moribundo puede realizar los ultimos
actos del ceremonial tradicional. Tomaremos el ejemplo del
Cantar d.e Roknd.
El primer acto es el lamento por abandonar la vida, una
evocación triste pero muy discreta de los seres y las cosas
amadas, una síntesis reducida a dgunas imágenes. Rolando
"se dio a rememorar varias cosas". En primer lugar, "tantas
tierras que conquistó el valiente"; luego la dulce Francia y
los hombres de su linaje, Carlomagno, su señor que lo ali-
mentó; su maestro y sus compañeros (cornpains). Ningún
pensamiento para su madre, ni para su promedda. Evoca-
ción triste, conmovedora. "Llora y suspira y no puede dejar
de hacerlo." Pero esta emoción no dura, como más tarde el
duelo de los sobrevivientes. Es un momento del ritual.
Tias el lamento por dejar la vida, viene el perdón de los
compañeros, de los asistentes siempre cuantiosos que rodean
el lecho del moribundo. Oliverio pide perdón a Roland por
el mal que pudo hacerle a su pesar: "Os perdono aquí y ante
Dios. Al decir estas palabras se inclinaron uno hacia el otro".
El moribundo recomienda a Dios a los sobrevivientes: "Que
5 G. Durand de Mende, R¿tionale diainorum offciorum, editado por C.
Barthélém¡ París, 1854.
I li,,s lrcndiga a Carlos y a la dulce Francia -implora Oliverio-
r' ¡'rrr cncima de todos a Roland, su compañero". En El Can-
ttr lr Rolandno se habla de la sepultura ni de su elección.
Lr clección de la sepultura aparece en los poemas más tar-
,lt,rs tle La Mesa redonda.
Ahora es dempo de olvidar el mundo y pensar en Dios. La
, rr.rt i<in se compone de dos partes: la culpa, "Dios, mi culpa a
r .rnrbio de tu gracia por mis pecados...", ufl resumen del fu-
tnro confteon"Envozalta, Oliverio confiesa su culpa, con las
,l,rs rnanos unidas y alzadas hacia el cielo, y ruega a Dios que
l,' . r,nceda el Paralso." Es el gesto de los penitentes. La segun-
,l,r ¡rrrrte de la oración esla commmdzcio animar, paráfrasis de
rrrr,r vieja oración tomada td,vezen préstamo de los judíos de
Lr Sinagoga. En el francés de los siglos nn al xvlrr se llama a
,'r;rs <rraciones, muy desarrolladas, las recomrnend¿ces. "Padre
v.'rrlrrdero que jamás mientes, tú que llamaste a lÁzaro de
,'r¡trc los muertos, tú que salvaste a Daniel de los leones, salva
rrri :rlma de todos los peligros..."
.Sin duda, en este momento intervenía el único acto religio-
r,, o más bien eclesiástico (pues todo era religioso), la absolu-
, rt'rn. Era administrada por el sacerdote, que leía los salmos, el
I ilrrq incensaba el cuerpo y lo rociaba de agua bendita. Esa
.¡lrsolución también era repedda sobre el cuerpo muerto, en el
nrornento de su sepultura. Nosotros la llamamos absoutl.Perc
Lr lralabra absoute jamás fue empleada en el lenguaje corriente:
,'¡r los testamentos se decía las recommend¿ces, el Libera...
Absolution y dbsoute, ambos términos se traducen en castellano como abso-
lución. Uno de los significados de dbsoute son las oraciones que se dicen
licnte al atarid, tras el oficio de los muertos. Para diferenciarlos, en el se-
¡iundo caso mantendremos la palabra en francés. (N. del T.)
24
Más tarde, en el ciclo de La Mesa redonda, se daba elos
moribundos el Corpus Christi. La extremaunción era reser-
vada a los clérigos, y suministrada solemnemente a los mon-
jes en la iglesia.
Tias la última oración ya no queda más que esperar la
muerte, y ésta no tiene ningún motivo para tardar. Asl, se
dice de Oliverio: "El corazón le falla, todo su cuerpo se de-
rrumba contra el suelo. El conde ha muerro, no se ha hecho
esperar". Si la muerte es más lenta en llegar, el moribundo la
espera en silencio: "Dijo [su última oración] y luego de eso
no volvió a proferir ni una palabra más".
Detengámonos aqul y saquemos algunas conclusiones ge-
nerales. La primera ya fue suficientemente destacada: se espe-
ra la muerte en el lecho, "yaciendo en el lecho enfermo".
La segunda es que la muerte es una ceremonia pública y
organizada. Organizada por el propio moribundo, que la
preside y conoce su protocolo. Si la olvidara o hiciera rram-
pas, corresponde a los asistentes, al médico o al sacerdote,
llamarlo a un orden cristiano y consuetudinario alavez.
Y también ceremonia pública. La habitación del mori-
bundo se transformaba entonces en sitio público. Se entraba
libremente. Los médicos de fines del siglo xwrr, que descu-
brlan las primeras reglas de higiene, se quejaban de la
superpoblación en las habitaciones de los agonizantes.6To-
6 "En cuanto alguien cae enfermo, se cierra la casa, se encienden las velas y
todo el mundo se reúne alrededor del enfermo", investigación médica
organizada porVicq d'Azyr, 1774-1794, inJ.PPeter, "Malades et maladies
au xr¡I¡' siécle", Annabs. Economies, sociétés, ciuili¡ationr (Annales ESC),
1967, pág.712.
,|.¡víu a comienzos del siglo xx,los caminantes que tropeza-
l'.ur cn la calle con el pequeño cortejo del sacerdote que lle-
v.rl,,r cl viático, lo acompañaban y entraban con él a la habi-
r.rt irin del enfermo.T
llra importante que los parientes, amigos y vecinos estu-
vr('r;ln presentes. Se trala a los niños: no existe imagen de
lr.rlritación de moribundo hasta el siglo xrnn sin algunos ni-
tros. ¡Ouando se piensa hoy en el cuidado que se toma para
,r['jrrr a los niños de las cosas de la muerte!
liinalmente, última conclusión y la más importante: la
.,,'r¡, illez con que los ritos de la muerte eran aceptados y
' unrl)lidos, de una manera ceremonial por cierto, pero des-
¡ruj,rtkrs de dramatismo y sin emociones excesivas.
lrl rnejor an:ílisis de esta actitud aparece en Pabelhn dz can-
| l,t,fls (le Solyenitsin. Efren realmente crela saber de esto más
rlu(' sus antepasados: "I-,os viejos ni siquiera hablan puesto el
¡tr,' .'rr la ciudad en toda su vida, no se atrevían, mientras que
l'lrcn ya sabía galopar y tirar con pistola a los 13 años... y
,'rrr inlA ahora... recapacitaba sobre la manera que esos viejos
r¡'r¡l:rn de morir, allá, en sus rincones... tanto los rusos como
l, rr rf rtaros o los udmurtes. Sin fanfarronadas, sin hacer histo-
r r,¡r, sin jacarse de que no se morirlan; todos admitían la muerte
illnn'ilrlr*trtr [subrayado por el autor]. No sólo no retrasaban
,'l l,;rllnce sino que se preparaban para eso muy meticulosa-
nrcnrc y de antemano, designaban para quién sería la yegaa,
¡,,rr,r r¡uién el potro... Y se apagaban con una suerte de alivio,
, u¡ro si simplemente estuvieran por mudarse de chozd'.
l' ( lraven, Récit dhne sear Souaenir de farnille, Parls, J. Cla¡ I 866, vol. II,
¡'.11i. 197. [a pintura académica de la segunda mitad del siglo xx abunda en
.( cnus de eSte tipO.
Es imposible expresarlo mejor. Asl se murió durante siglos
o milenios. En un mundo someddo al cambio, la actitud tra-
dicional ante la muefte aparece como una masa de inercia y
continuidad. La actitud andgua, donde la muerte es al mismo
tiempo familiar, cercana y atenuada, indiferente, se opone
demasiado a la nuestra, donde da miedo al punto de que ya
no nos atrevemos a pronunciar su nombre. Por eso llama¡é
aqul a esta muerte familiar la rnuerte dnmesücad¿. No quiero
decir con esto que antes la muerte era salvaje, ya que dejó de
serlo. Por el contrario, quiero decir que hoy se ha vuelto salvaje.
Vamos a encrar ahora otro aspecto de la antigua familiari-
dad con la muerte: la coexistencia de los vivos y los muertos.
Se trata de un fenómeno nuevo y sorprendente. Era des-
conocido en la Antigüedad pagana y hasta cristiana. Y nos
resulta totalmente ajeno desde fines del siglo xvrrr.
Pese a su familiaridad con la muerte, los Antiguos temlan
la vecindad de los muertos y los mantenlan alejados. Honra-
ban las sepulturas: nuestros conocimientos sobre las antiguas
civilizaciones precristianas provienen en gran parte de la ar-
queologla funeraria, de los objetos encontrados en las tum-
bas. Pero uno de los objetivos de los cultos funerarios era im-
pedir que los difuntos uoluieranpara perturbar a los vivos.
El mundo de los vivos debía estar separado del de los
muertos. Por eso, en Roma, la ley de las Doce tblas prohi-
bla enterrar in urbe, dentro de la ciudad. El Código
teodosiano repite la misma prohibición, para que sea preser-
vada la sanctitas de las casas de los habitantes. La palabra
foo significa alavez el cuerpo muerto, los funerales y el
lr<rmicidio. Funestus significa la profanación provocada por
un cadáver. En francés dio funesto.8
Por eso los cementerios estaban situados fuera de las ciu-
,ludes, sobre el borde de rutas como la Via Appia en Roma,
l,rs Alyscamps en Arles.
San Juan Crisóstomo expresaba la misma repulsión que sus
.rntepasados paganos cuando en una homilla exhortaba a los
t ristianos a oponerse a una cosnrmbre nueva y todavía infre-
( r rcnte: "Procura no construir jamás una tumba en la ciudad. Si
tlcpositaran un cadáver allí donde tú duermes y comes, ¿qué
lrlrías? Y sin embargo lo haces no donde duermes y comes
sino sobre los miembros de Cristo", es decir en las iglesias.
Sin embargo, el uso denunciado porsanJuan Crisóstomo
tlcbía extenderse e imponerse, a pesar de las prohibiciones
.lcl derecho canónico. Los muertos van a entrar en las ciuda-
,lcs, de donde fueron alejados durante milenios.
Esto comenzó no tanto con el cristianismo sino con el
r rrlto de los mártires, de origen africano. Los mártires eran
,'ntcrrados en las necrópolis suburbanas, comunes a los cris-
r i;rnos y a los paganos. Los emplazamientos venerados de los
rr¡f rtires atrajeron a su alrededor las sepulturas. San Paulino
lriz.o transportar el cuerpo de su hijo junto a los mártires de
Accola en España para que "esté asociado a los mártires por
l;r rlianza de la tumba a fin de que, en la vecindad de la
s:urgre de los santos, extraiga esa virtud que purifica nues-
t rrrs almas como el fuego".9 "Los mártires", explica otro au-
"Ad sanctos", Dicüonnaire d'archéologie chrétienne et de liturgie, Pafis,
l.ctouze¡ 1907, vol. I, plg. 479 y sig.
"Ad sanctos", Dioionnaire d'archéologie chrétienne..., op. cit., vol. l, pág.
479 y sig.
tor del siglo v, Máximo deTorino, "nos cuidarán, a nosotros
que vivimos con nuestros cuerpos, )r' rros tomarán a su car-
go, cuando los hayamos abandonado. Aqul nos impiden caer
en el pecado; allá nos protegen del horrible infierno. Por
eso, nuestros antepasados buscaron asociar nuestros cuerPos
a las osamentas de los mártires".
Esta asociación comenzó en los cementerios suburbanos
donde habían sido depositados los primeros mártires. Sobre
el lugar donde había sido inhumado el santo, la confesión,
se construyó una basllica, atendida por monjes, a cuyo alre-
dedor los cristianos quisieron ser enterrados. Las excavaciones
de las ciudades romanas de Africa o España nos muestran
un espectáculo extraordinario, Por otra parte borrado por el
urbanismo posterior: amontonamientos de sarcófagos de
piedra en varios pisos, que rodean en particular los muros
del ábside, los más cercanos a la confesión. Este amontona-
miento da fe de la. fuena del deseo de ser enterrado junto a
los santos, ad sanctos.
Llegó un momento en que la distinción entre los subur-
bios donde se enterrab a ad sanctos, porque estaban extra
urbern, y la ciudad siempre prohibida a las sepulturas desa-
pareció. Sabemos cómo ocurrió en Amiens, en el siglo vt: el
obispo San Vaast, rnuerto en 540, había elegido su sepultura
fuera de la ciudad. Pero cuando los portadores quisieron le-
vantado, no pudieron mover el cuerpo, que rePentinamente
se hablavuelto demásiado pesado. Entonces el arcipreste rogó
al santo que ordenára ser "llevado al sitio que nosotros [o
sea, el clero de la catedral] hemos preparado para ti".r0 Real-
r0 Citado por E. Salin, La Ciailisation rnérouingienne, París, A. y J' Picard'
1949, vol. ll, pá9. 35.
nr('nte interpretaba la voluntad del santo, ya que de inme-
,li:rto el cuerpo se alivianó. Para que el clero pudiera sortear
,rsÍ la interdicción tradicional y prever que conservarla enla
r .rrt'dral las tumbas santas, y las sepulturas que la santa tum-
lt.r :rtraería, era necesario que las antiguas repulsiones estu-
vit'scn muy debilitadas.
l.a separación entre la abadía e cergo del cementerio y la
r¡ilcsia catedral, quedaba entonces borrada. Los muertos,
r¡r.'zclados con los habitantes de los barrios populares de
l,'s suburbios, que habían crecido alrededor de las aba-
,lí;rs, ingresaban también en el conzón histórico de las
, irrtlades.
l'.n lo sucesivo, dejó de haber diferencia entre la iglesia y
ll tcmenterio.
lrn la lengua medieval, la palabra iglesia no designaba
r.rl¡rr¡rente los edificios de la iglesia sino todo el espacio que
l,rs r'odeaba: para el derecho consuetudinario de Hainaut, la
r¡ik'sia parroquial es "a saber, la nave, campanario y cemen-
Icr io".
Sc predicaba, se administraban los sacramentos en las gran-
,lcs l'icstas, se hacían las procesiones en el patio o atrium de
Lr iglcsia, que también estaba bendito. Recíprocamente, se
¡'rrr..'rraba al mismo tiempo en la iglesia, contra sus muros y
rr¡ los alrededores, in portícu, o bajo los canalones, sub
ttlliidio. [,a palabra cementerio designó mrís especlficalnente
l.r ¡r.rrte exterior de la iglesia, el atriurn o atrio. Por eso, atrio
r' un.r de las dos palabras utilizadas por la lengua corriente
1'.rr'r tlcsignar el cementerio, ya que la palabra cementerio
pertenece hasta el siglo w al latín de los clérigos'll Turpin
r'rrg.
"
Roland a que haga sonar el cuerno Para que el rey y
,,rJh,r.r,., lleguen Para vengarlos, llorarlos y "enterrarlos en
atrios de monasterios". La palabra atrio (aifie) desapareció
del francés moderno. Pero su equivalente germánico Perma-
neció en inglés, alemán, holandés: churchyard'
Habla otra palabra, empleadaenfrancés como sinóni-
mo de atrio: ei osario (charnier). Se la encuentra ya en E!
Cantar de Roland: carnier' En su forma más antigua' Pet-
maneció próxima al latln carnis en el habla popular fran-
cesai une uieille carney sin duda pertenecía, ya antes de
Roland, a una suerte de argot para designar lo que el latín
clásico no nombraba, y que el latln eclesiástico designaba
con la palabra griega y erudita cerneteriurn' Es de hacer
,,o,", qr'r. en las mentalidades de la Antigüedad, el edifi-
cio funerario -tumulus, sepulcrum, Tnontt'mentum, o más
sencillamenrc loculus-era más importante que el espacio
que ocupaba, semánticamente menos rico' En las menta-
lid"d., medievales, por el contrario, el espacio cerrado
que rodea las sepulturas tiene más importancia que la
tumba.
Originariamente, osario era sinónimo de atrio' A fines de
h EdaJ Media designaba solamente una Parte del cemente-
rio, es decir las galerías que corrlan a lo largo del patio de la
iglesia y que estaban coronadas de osarios. En el cementerio
de los Inocentes, en el París del siglo xv, "es un gran cemen-
il c. du cange,
.,cemeterium", Ghssarium mediae et infmae lainhatis,París'
Didot, I 84b-l 850, I 883-1 887; E. Violletle-Duc, "Tombeau', Diuionnaire
raisonné d¿ lhrchitecture fran¡aise du sf au wf sicl¿, París' B' Baucé (A'
Morel), 1870, vol. V' Págs.2l'67'
r.rio muy grande cercado por casas llamadas osarios, allí
rL¡nde se amontonan los muertos".12
l)uede imaginarse entonces el cementerio tal como exis-
riri cn la Edad Media,y aun en los siglos xvr y >nnl hasta la
llrrstración.
Sigue siendo el patio rectangular de la iglesia, cuyo muro
()( upa generalmente uno de sus cuatro costados. Los otros
r r('s a menudo están provistos de arcadas u osarios. Por enci-
n¡,r de esas galerías, hay osarios donde cráneos y miembros
, s r ;i n dispuestos con arte; la búsqueda de efectos decorativos
, .rrr huesos desembocará en pleno siglo xvtlt en la imaginería
lr;il'r'oc2 y macabra, que todavla puede verse en Roma en la
r¡ilcsia de los Capuchinos o en la iglesia della Orazione e
,|.'lla Morte que está detrás del palacio Farnese: lámparas u
r)r'n:lmentos fabricados sólo con pequeños huesos.
¿De dónde venían los huesos así dispuestos en los osarios?
I'r incipalmente de las grandes fosas comunes, llamadas "fo-
r,rs cle los pobres", amplias y de varios metros de profundi-
,l,rrl, donde se amontonaban los cadáveres simplemente co-
ritlos dentro de sus sudarios, sin ataúdes. Cuando una fosa
csrrrbá llena se la cerraba y se reabría una más antigua, luego
r[' rrasladar los huesos secos a los osarios. Los restos de los
,lilirntos más ricos, enterrados en el interior de la iglesia-no
('n panteones abovedados sino a ras de tierra, bajo las baldo-
;rs - un dla tomaban también el camino de los osarios. Se
,l,'sconocla la idea moderna de que el muerto debía ser ins-
r,rlrrdo en una suerte de casa propia, cuyo propietario perpe-
( l. Le Breton, Description de Paris sous Charles W, citado por J. Leroux de
l.incy y L. Tisserand, Paris et ses bistoriens aa xtt et au xf siick, Parls, Imp.
inrperid, 1867, pág. 193.
tuo sería él -o al menos el locatario de larga duración-, que
allí estaría en su cása y no se lo podría desalojar. En la Edad
Media, y todavía en los siglos xvt y xvll, poco importaba el
destino exacto de los huesos con tal de que permaneciesen
junto a los santos o en la iglesia, cerca del altar de la Virgen
o del Santísimo Sacramento. El cuerPo era confiado a la Igle-
sia. Poco importaba lo que ésta hiciera con é1, con tal de que
los conservara en su recinto sagrado.
El hecho de que los muertos hubiesen ingresado a la igle-
sia y su patio, no impidió que cumplieran otras funciones
públicas. La noción de asilo y refugio se halla en el origen de
este destino no funerario del cementerio.l3 Para el lexicógra-
fo Du Cange, el cementerio no siempre era necesariamente
el lugar donde se entierra, y al margen de su función princi-
pal podía ser también un lugar de asilo, definido por la no-
ción azylus circum ecclesiarn.
Por eso, en ese asilo llamado cementerio, se enterrara o
no, se tomó la decisión de construir casas y habitarlas. El
cementerio designó entonces, si no a un barrio al menos a
una manzana de casas que gozaban de ciertos privilegios fis-
cales o comunales. Por último, este asilo se convirtió en lu-
gar de encuentro y reunión -como el Foro romano, laPiazza
Mayor o el Corso de las ciudades mediterráneas- para co-
r3 C. du Cange, "Cemeterium", op. cit.;E. Lesnes, "Les cimetiéres", Histoire
de la propriété ecclésiastique en France, Lille, Ribiard (Desclée de Brouwer),
1910, vol. III; A. Bernard, La Sépultare en droit canonique du décret de
Gntien au concile de 77ente, París, Loviton, 1933; C. Enlart, Manuel
d'arcbéologie fansaise depuis hs temps rnérouinfens jusquh la Renaissance,
París, Picard, 1902.
rrrt'rt iru', para bailar y jugar, o sólo por el placer de estar jun-
r,
'r.
A lo largo de los osarios, en ocasiones se instalaban tien-
r l,rs y corneÍcios. En el cementerio de los Inocentes, los escri-
l'.rrr.,s públicos ofrecían sus servicios.
l;.n 1231, el concilio de Ruán prohíbe bailar en el cemen-
r.r io o en la iglesia, bajo pena de excomunión. Otro concilio
'1,' 1405 prohibe bailar en el cementerio, jugar a cualquier
tu('l'(), y que los mimos, juglares, titiriteros, músicos o char-
Lrr,rrrcs, ejerzan su sospechoso oficio.
I'cro de pronto, un texto de 1657 demuestra que la cerca-
ní.r ('n un mismo sitio de las sepulturas y las "quinientas baga-
tt l.rs r¡ue se ven bajo esas galerías" empezaba a resultar moles-
r.r. "['.n medio de ese tumulto [escribanos públicos, costure-
r,r', libreros, vendedoras de artículos de tocador], debían pro-
, r'rlt'f' ? realizar una inhumación, abrir una tumba y levantar
,.r(liiveres que aún no estaban consumidos, donde, incluso
r.n gr-árd€s fríos, el suelo del cementerio exhalaba olores
r,'.'liricos.l4" Pero si a fines del siglo xvrr se comienzan a per-
, ilrir señales de intolerancia, es preciso admitir que durante
rrr.is cle un milenio se habían adaptado perfectamente a esa
I'r,rrniscuidad entre los vivos y los muertos.
lrl espectáculo de los muertos, cuyos huesos afloraban a
l.r srrperficie de los cementerios, como el cráneo de Hamlet,
n,, irnpresionaba a los vivos más que la idea de su propia
nrr('rte. Se sentían tan familiares con los muertos como fa-
rrrili:rrizados con su muerte.
'lirl es la primera conclusión sobre la que debemos dete-
Ir('illos.
Itcrrhold, La Ville de Paris. Journal d un aolager i Parh, en I 65 7, citado por
V. l)ufour en Paris á ffauers les áges,París, Laporte, 1875-1882, vol. II.
La muerte propia
En la exposición precedente, hemos visto cómo cierta
vulgata de la muerte había sido adoptada por la civilización
occidental. Hoy veremos cómo esa vulgata fue no interrum-
pida ni borrada sino parcialmente alterada durante la baja
Edad Media, es decir a partir de los siglos xt y xt. Es necesa-
rio aclarar de entrada que no se trata de una actitud nueva
que reemplazari a la anterior que hemos analizado, sino de
modificaciones sutiles que, poco a poco, irán dando un sen-
tido dramático y personal a la familiaridad tradicional del
hombre con la muerte.
Para comprender bien estos fenómenos, es preciso tener
en cuenta que esa familiaridad tradicional implicaba una
concepción colectiva del destino. El hombre de esos tiempos
estaba profunda e inmediatamente socializado. La familia
no interven ía para retrasar la socialización del niño. Por otro
lado, la socialización no separaba al hombre de la naturaleza,
sobre la cud no podía intervenir salvo a través del milagro.
La familiaridad con la muerte es una forma de aceptación
del orden de la naturaleza, aceptación ingenua en la vida
cotidiana y alavez sabia en las especulaciones astrológicas.
El hombre padecía en la muerte una de las grandes leyes
de la especie, y no soñaba ni con sustraerse de ella ni con
.'xrrltarla. Simplemente la aceptaba con la dosis necesaria de
.,,lcmnidad, para señalar la importancia de 1", gr"rrd., .o_
l)ls que cada vida siempre debía franquear.
Ahora analizaremos una serie de fen¿n
irrtroducirán en la vieja idea del destino J:Iil:J,::$::. ic la preocupación por la particularidad de cada individuo.
l,o.s fenómenos que hemos escogido para esra demostración
,,n: la represenración del Juicio en .l fir, d. f., ,i._f.r, .i.1,'splazamiento del Juicio al final de cada vida, en el mo_
rncr.rro puntual de Ia muerte; los temas macabros y el interés
¡'.r. las, imágenes de la descomposición flsica; el ¡etorno al
,'¡rígrafe funerario y a un comienzo de personalización de las
('l)ulturas.
I
^
trcpREsENtecróN DEL Jurcro FINAL
l..l obispo Agilbert fue enterrado en 6g0 en la capilla fu_
rrt'rrrria que él había hecho construir, al lado del monasterio
tl'lrde debía retirarse y morir, en Jovarre. Su sarcófago .igu.
''rr
cl mismolugar. ¿eué vemos en él? En uno de los lados
rr('rores, el Cristo en gloria rodeado por los cuatro ."";;;_lisr:rs, es decir la imagen, tomada del Apocalipsis, del Criito
,¡r.'vuelve al final de los tiempos. ¡".1t"¿o mayo¡ q";l;( ()rrinúa, vemos la resurrección de los muertos en el fin de
hrs tiempos: los elegidos de pie, con los b¡azos alzados, acla_
rn:rn al.Crilto del gran regreso, que sostiene en Ia mano un
r,,llo, el Libro de uida.t No h"y
"i
juicio ni condena. Esta
t^. tlrúl*lo CUlra de Jouarre(4o Congreso del arte de la Alta EdadMcdia), Melún, Imprenta de la prefectura i. S.in.-.r_tr¿" ne, 1952.
37
tt{
ll
I
¡
imageñ corresponde a la escatología corriente de los prime-
,o, iglo, del cristianismo: los muertos que Perteneclan a la
Igl.sü y le habían confiado su cuerPo (es decir que lo ha-
bl"t .orrfi"do a los santos), se adormeclan como los siete
á,rrrni.n,., de Éfeso (pausantes, in somno parz) y reposaban
(,rrquirrront)hasta el día del segundo advenimiento' del gran
,..árrro, donde se despertarían en laJerusalén celestial' o sea
en el Paraíso. Err.rt".oncepción no había lugar para la res-
porrobilid"d individual, p"'"
""
balancede las buenas y malas
"..iorr.r.
Los malvados, sin duda aquellos que no pertene-
cían ala Iglesia, no sobrevivirían a su muerte' no se desper-
tarían y r."rí"r, abandonados al no ser' Toda una población'
."ri UiáfOgica, la población de los santos' se aseguraba así la
,t'rp.r't irr.i.ia gloriosa tras una larga espera en el sueño'
'En
.l siglo x:n la escena cambia' En los tímpanos esculpi-
dos de las iglesias romanas' en Beaulieu o en Conques' la
gloria del Ciisto, inspirada en la visión del Apocalipsis' sigue
áomin"ndo. Pero por debajo aparece una iconografía nueva
inspirada en Mateo; la resurrección de los muertos' la sepa-
,".i¿r, de los justos y los condenados: el juicio (en Conques'
sobre el .ri-úo del Cristo, está escrita una palabra: Judex)' el
pesaje de las almas por el atcángel San.Miguel'2
' ínel siglo xrr, l" inspiración apocallptica y la evocación
del gran ,.Iorrro fueron más o menos borradas'3 La idea de
fuicio es más fuerte, y lo que se rePresenta es un tribunal de
jurticia. El Cristo esrá seniado en el trono del juicio' rodea-
io d. su corte (los apóstoles)' Dos acciones adquieren cada
vez más importancia' el pesaje de las almas y la intercesión
2 Tímpanos de Beaulieu, de Conques' de Autun'
, ii-p*., ¿. las catedrales de París, de Burges, de Burdeos, de Amiens, etcétera'
.lc la Virgen y de San Juan, de rodillas, las manos juntas, a
,.rrla lado del Cristo-juLz. Se juzga a cada hombre según el
l,,tlance de su uida las buenas y malas acciones son escrupu-
I.samente separadas en los dos platos de la balanza. Por lo
,lt'rnás, ya estaban escritas en un libro. En el estrépito mag-
¡rílico del Dies irae,los autores franciscanos del siglo xu ha-
t t'n llevar el libro ante el juez del día final, un libro que lo
. .rntiene todo y según el cual el mundo será juzgado.
Li b er s c rip ns p rofe re tur
In quo totum continetur
Unde rnundus judicetun
l',ste libro, el liber uitae, primero fue concebido como el
f .rrnidable inventario del universo, un libro cósmico. A
lincs de la Edad Media se convirtió sin embargo en el libro
tlt' cuentas individual. En Albi, sobre el gran fresco de fi-
rrt's del siglo xv o comienzos del xvt que representa el Jui-
. i,r final,4los resucitados lo llevan colgado de su cuello,
( olno un documento de identidad, o más bien como un
l'.rlunce de cuentas que deberán presentar a las puertas de
l,r crernidad. Cosa curiosa: el momento en que se cierra el
lr.¡l:rnce (baknciaen italiano) no es el momento de la muerte
.,irro el dies illa, el último día del mundo al final de los
ricrrrpos. Se observa aquí el rechazo inveterado a asimilar
.'l l'in del ser con la disolución flsica. Se creía en un más allá
.1.'' l:r muerte que no iba necesariamente hasta la eternidad
rrrlinita, sino que reservaba un espacio enúe la muerte y el
lirr dc los tiempos.
38
lr¡r el ábside.
Asl, la idea delJuicio final, en mi opinión, está ligada con
la de biografla individual, pero esta biografia se termina so-
lamente al final de los tiempos, y no todavía a la hora de la
muerte.
EN LA HABITACIÓN N¡T MORIBUNDO
El segundo fenómeno cuya observación propongo con-
sistió en suprimir el tiempo escatológico entre la muerte y el
fin de los tiempos, / en situar el Juicio no ya en el éter del
Gran Día sino en la habitación, en torno del lecho del mori-
bundo.
Enconüamos esta nueva iconografta en grabados sobre
madera difundidos por la imprenta, en libros que son trata-
dos sobre la manera de bien morir: las artes rnoriendi de los
siglos xv y xu.5
No obstante, esta iconografia nos remite al modelo tradi-
cional de la muerte en el lecho que hemos estudiado en la
exposición precedente.
El moribundo está acostado, rodeado Por sus amigos y
parientes. Está ejecutando los ritos que tanto conocemos.
Pero ocurre algo que perturba la sencillez de la ceremonia y
que los asistentes no ven, un esPectáculo reservado única-
mente al moribundo, que por otra parte lo contempla con
cierta inquietud y mucha indiferencia. Seres sobrenaturales
han invadido la habitación y se apiñan en la cabecera del
t Textos y grabados sobre madera de w ars moriendi reproducido en A'
Tenenti, La Vie et k Mort h trauers I'art du x'/ silcle, París, Colin, 1952,
págs.97-120.
"y,rcente". Por un lado la Tlinidad, la Vrgen, toda la corte
..'lcstial, y por el otro Satán y el ejército de los demonios
nronstruosos. La gran aglomeración que en los siglos xrr y
rnr se realizaba en el fin de los tiempos, ahora, en el siglo xv,
tt' ¡rroduce en la habitación del enfermo.
¿Cómo interpretar esta escena?
¿Todavía se trata realmenre de un juicio? Hablando con
¡'rrrpiedad, no. La balanzadonde se pesan el bien y el mal ya
rro sirve. Sigue existiendo el libro, y con demasiada frecuen-
, i:r ocurre que el demonio se apodera de él con un gesto de
t¡ irrnfo porque las cuentas de la biografia le son favorables.
I't'ro Dios ya no aparece con los atributos delJuez. Más bien
.'s rirbitro o testigo, en las dos interpreraciones que pueden
,l:rrse y que probablemente se superponían.
[.a primera interpretación es la de una lucha cósmica en-
r(' las potencias del bien y del mal que se disputan la pose-
srr'rn del moribundo, y el propio moribundo asiste al comba-
r(' como un extraño, aunque sea él mismo el que está en
lu('go. Esta interpretación es sugerida por la composición
¡'r:ifica de la escena en los grabados delas artes moriendi.
l)ero si se leen atentamente las leyendas que acompañan
('ros grabados, se percibe que se trata de otra cosa, y ésa es la
,,.'¡lrrnda interpretación. Dios y su corte están presentes para
,,,rrrprobar cómo se conducirá el moribundo en el curso de
l,r prueba que se le propone antes de su último suspiro, y
(lu(' va a determinar su destino en la eternidad. Esta prueba
r
'nsiSte
en una última tentación. El moribundo verá toda
"rr
vida, tal y como está contenida en el libro, y será tentado
l'.r sca por la desesperación de sus faltas, por la 'vana gloria"
rlt' suS buenas acciones, o por el amor apasionado a las cosas
4t
y los seres. Su actitud, en el relámpago de ese momento fugi-
tivo, borrará de golpe los pecados de toda su vida si rechaza la
tentación, o, por el contrario, anulará todas sus buenas accio-
nes si cede. La última prueba ha reemplazado el Juicio final.
Aquí se imponen dos observaciones importantes.
La primera concierne a la comparación que se opera en-
tonces entre la representación tradicional de la muerte en el
lecho y la del juicio individual de cada vida. Como hemos
visto, la muerte en el lecho era un rito apaciguador, que
solemnizaba el pasaje necesario, el "tránsito", y reducía las
diferencias entre los individuos. El destino particular de tal
moribundo no era algo que inquietara. Ocurrirá con él lo
mismo que con todos los hombres; o por lo menos con to-
dos los santos cristianos en paz con la Iglesia. Un rito esen-
cialmente colecdvo.
Por el contrario, el Juicio, aunque transcurriera en una
gran acción cósmica al final de los tiempos, era particular de
cada individuo, y nadie conocía su destino antes de que el
juez hubiera decidido tras el pesaje de las almas y el alegato
de los intercesores.
La iconografia de las artes rnoriendi reune pues en la mis-
ma escena la seguridad del rito colectivo y la inquietud de
una interro gació n personal.
La segunda observación se refiere a la relación cadavez
más estrecha que se estableció entre la muerte y labiografía
de cada vida particular. La relación tardó tiempo en impo-
nerse. En los siglos xv y xv es definitiva, sin duda bajo el
influjo de las órdenes mendicantes. En adelante se cree que
cada hombre vuelve a ver toda su vida en el momento de
morir, en una condensación. Thmbién se cree que su actitud
( n cse momento daráadicha biografia su sentido definitivo,
,,rr conclusión.
Comprendemos entonces que si bien persiste hasta el siglo
'.rr, la solemnidad ritual de la muerte en el lecho adoptó hacia
lincs de la Edad Media, en las clases instruidas, un carácter
.lr:rmático y una carga emocional de la que antes carecía.
Sin embargo, observaremos que esta evolución reforzó el
¡',rpel del moribundo en las ceremonias de su propia muer-
r.'. Sigue estando en el centro de la acción, que preside como
.urtaño y determina por su voluntad.
Las ideas cambiarán en los siglos xvll y xvnt. Bajo la ac-
. irin de la Reforma católica, los autores espirituales lucharán
(()ntra la creencia popular según la cual no era necesario
r()nrarse demasiado trabajo para vivir virtuosamente, ya que
rrrra buena muerte redimía todas las faltas. No obstante, no
.lcjó de reconocerse una importancia moral a la conducta
.1.'l moribundo y las circunstancias de su muerte. Hubo que
('s[)erar al siglo xx para que esta arraigada creencia fuera re-
¡'r imida, al menos en las sociedades industriales.
n "-IMNSIDo"
El tercer fenómeno que propongo como tema de reflexión
rrrge en el mismo momento que las artes moriendi:laapari-
, irin del cadáver -se decía "el transido", "la carroña"- en el
.,rtc y la literatura.G
A. Tenenti, La Vie et h Mort ) trauers I'art du xf siicle, op. cit.; del mismo
¡uro¡, IlSensodellzmorte...,op.cit.,págs. 139-1,84;J.Huizinga, LAutomne
lu Moyen Age, Paris, Payot, 1975 (traducción).
42 43
Resulta notable que en el arte, entre los siglos xv y xvr,
la representación de la muerte bajo los rasgos de una mo-
mia, de un cadáver a medias descompuesto, no esté tan
extendida como se cree. Se encuentra sobre todo en la ilus-
tración del Oficio de difuntos de los manuscritos del siglo
xv, en la decoración parietal de las iglesias y los cemente-
rios (la Danza de los muertos). Es mucho más rara en el
arte funerario. El reemplazo del yacente sobre la tumba
por un "transido" se limita a ciertas regiones como el Este
de Francia o Alemania occidental, y es excepcional en Ita-
lia y España. Jamás fue verdaderamente admitido como un
tema común del arte funerario. Fue posteriormente, en el
siglo xvtt, cuando el esqueleto o los huesos,la morte seccay
no ya el cadáver en descomposición, ocuparon las tumbas
e incluso ingresaron al interior de las casas, sobre las chi-
meneas y los muebles. Pero la vulgarización de los objetos
macabros, bajo la forma de cráneos y huesos, tiene a partir
de fines del siglo xvt otra significación que la del cadáver
putrefacto.
Los historiadores se sintieron impactados por la aparición
del cadáver y la momia en la iconografia. El gran Huizinga vio
en esto una prueba de su tesis sobre la crisis moral del "otoño
de la Edad Media". Hoy, en este horror ante la muerte, Tenenti
reconoce más bien la señal del amor a la vida ("la vida plena')
y de la perturbación del esquema cristiano. Mi interpretación
se ubicará en la dirección de Tenenti.
Antes de ir más lejos, debe observarse el silencio de los
testamentos. Ocurre que los testadores del siglo xv hablan
de su carroíra, y la palabra desaparece en el siglo xvI. De
una manera general, no obstante, la muerte de los testa-
nre ntos se relaciona con la concepción apacible de la muer-
rt' cn el lecho. Aquí, el horror de la muerte fisica que podía
significar el cadáver está totalmenre ausenre, lo cual per-
rrrite suponer que también lo estaba de la mentalidad co-
rrrúrn.
En cambio, y esto es una observación capital, el horror
,lc la muerte fisica y de la descomposición es un tema fami-
li:rr de la poesía de los siglos w y xvr. "Bolsa de excremen-
tos", dice P. de Nesson (1383-1442).
Oh canoña, sólo eres ignominia,
¿Quién te hará compañía?
Lo que saldrá de tu licor
Gusanos engendrados en la podredumbre
De ru abyecta descomposición.7
Pero el horror no está reservado a la descomposición post
ntortemi está intra uitam en la enfermedad, en la vejezz
No tengo más qae los ltuesos, un esqueleto parezco
Sin carne, sin músculos, sin pulpa,..
Mi cuerpo ua bacia abajo, donde todo se disgrega.
Ya no se trata, como en los sermonarios, de intenciones
rrroralizantes o pastorales, argumentos de predicadores. Los
l)()etas toman conciencia de la presencia universal de la co-
r rupción, que está en los cadáveres, pero también en el cur-
t.r de la vida, en "las obras naturales". Los gusanos que co-
Il de Nesson, "Vigiles des morts; paraphrase surJob", citado enlaAnthohgie
poétique fangaise, Moyen Age, París, Garnier, 1967, vol. ll, pág. 184.
44 45
{
d
men los cadáveres no vienen de la tierra sino del interior del
cuerpo, de sus "licores" naturales:
Cada conducto [del cuerpo]
Hedionda materia produce
Fuera del cuer?o continuamente.s
La descomposición es la señal del fracaso del hombre, y
sin duda éste es el sentido profundo de lo macabro, que lo
convierte en un fenómeno nuevo y original.
Para comprenderlo bien, es necesario partir de la noción
contemporánea de fracaso, que desgraciadamente resulta de-
masiado familiar en las sociedades industriales de hoy.
Hoy en día, tarde o temprano,y cadavez más temprano,
el adulto experimenta el sentimiento de que ha fracasado,
que su vida de adulto no ha concretado ninguna de las pro-
mesas de su adolescencia. Este sentimiento se halla en el ori-
gen del clima de depresión que se extiende en las clases aco-
modadas de las sociedades industriales. Y era totalmente aje-
no a la mentalidad de las sociedades tradicionales, donde se
moría como Roland o los campesinos deTolstoi. Ya no lo era
para el hombre rico, poderoso o instruido de fines de la Edad
Media. Sin embargo, entre nuestro sentimiento contempo-
ráneo del fracaso personal y el de fines de la Edad Media
existe una diferencia muy interesante. Hoy en día, nosotros
no relacionamos nuestro fracaso vital con nuestra mortali-
dad humana. La certidumbre de la muerte, la fragilidad de
nuestra vida son ajenas a nuestro pesimismo existencial.
8 P de Nesson, citado por A. Tenenti en Il Senso delk morte'.., op. cit.' pág.
r47.
l'or el contrario, el hombre de fines de la Edad Media
r('nía una conciencia muy aguda de que era un muerto en
',uspenso; que el plazo era corto y que la muerte, siempre
l)r('sente en el interior de sí mismo, quebraba sus ambicio-
r('s y envenenaba sus placeres. Y ese hombre tenía una pa-
,,
r,in por la vida que hoy nos cuesta trabajo comprende r, aca-
',o fx)rQue la nuestra se ha vuelto más larga.
"Hay que abandonar casa y vergeles y jardines...", de-
, r,r Ronsard pensando en la muerte. ¿Quién de nosotros,
.rrrrc la muerte, lamentará su casita en Florida o su granja
,l, Virginia? El hombre de las épocas protocapitalistas -es
,1,. ir cuando la mentalidad capitalista y tecnológica estaba
.n ví¿ls de formación y aún no constituida (acaso no lo esté
.¡rrrcs del siglo xvrrr)-, ese hombre tenía un amor insensa-
r,r, visceral, por las temporalia; y por temporalia se enten-
,lr.r, iuntos y mezclados, las cosas, los hombres, los caballos
v los perros.
Llegamos ahora a un momento de nuesrro análisis don-
,lt' podemos exrraer alguna conclusión general de los pri-
nr('ros fenómenos observados: el Juicio final, la última
¡',rr.'ba de las artes moriendi, el amor a la vida ilustrado
I'.r' los temas macabros. Durante la segunda mitad de la
I ,l,rcl Media, enrre los siglos xu y xv, se produjo una re-
, ,'¡rciliación entre tres categorías de representación men-
r.rl: la de la muerre, la del conocimiento de cada uno de
'.rr ¡'r'opia biografía y la del apego apasionado a las cosas y
1,,., r¡¡s5 que se poseyeron en vida. La muerte se convirtió
, n .'l sitio donde el hombre adquirió mayor conciencia
,l, sí rnismo.
46
47
'l
d
LAS SEPULTURAS
El último fenómeno qup nos resta examinar confirma esa
tendencia general. Se refiere a las tumbas, o más precisa-
mente a la individtalización de las sepulturas.e
No hay mucho margen para el error si decimos que en la
Roma antigua todos, incluso los esclavos, tenlan un espacio
de sepultura (loculu), y que este espacio a menudo estaba
señalado por una inscripción. Las inscripciones funerarias
son innumerables; y lo siguen siendo a comienzos de la épo-
ca cristiana. Significan el deseo de conservar la identidad de
la tumba y la memoria del desaparecido.
Alrededor del siglo v comienzan a escasear; y más o me-
nos rápidamente, según los lugares, desaparecen.
A menudo los sarcófagos de piedra, además de los nom-
bres de los difuntos, incluían sus retratos. Los retratos tam-
bién desaparecen, de modo que las sepulturas se vuelven com-
pletamente anónimas. Esta evolución no debe sorprendernos,
luego de lo que dijimos en la exposición anterior acerca del
entierro ad sanctos, el difunto era confiado a la Iglesia, que se
hacia cargo de él hasta el momento en que resucitara. Los
cementerios de la primera mitad de la Edad Media, incluyen-
do los más tardíos donde persistieron las costumbres antiguas,
son acumulaciones de sarcófagos de piedra, en ocasiones es-
culpidos pero casi siempre anónimos; de modo que, a falta de
enseres funerarios, no es fácil fecharlos.
Sin embargo, a partir del siglo xII -y en ocasiones un
poco antes- reencontramos las inscripciones funerarias que
e E. Panofsky, op. cit.
¡'r.icticamente hablan desaparecido durante alrededor de
rr,rvccientos años.
I)rimero reaparecieron sobre las tumbas de los personajes
rlr¡stres, es decir santos o asimilados a los santos. Estas tum-
l',rs, al comienzo muy escasas, se vuelven más frecuentes en
, l siglo xul. La losa de la tumba de la reina Matilde, primera
r,'irra normanda de Inglaterra, está adornada con una breve
rrrst'r'ipción.
(lon la inscripción también reaparece la efigie, sin que
( r:r sea realmente un retrato. Evoca al beatificado o al elegi-
r h r lcposando a la espera del Paraíso. En la época de San Luis
,,, volverá más realista y se esforza rá por reproducir los ras-
¡',,r clel ser vivo. Finalmente, en el siglo xv, intensificará el
r,',rlismo hasta reproducir una mascarilla tomada sobre la
, .u:r del difunto. Para cierta categoría de personajes ilusffes,
, lt:rigos o laicos -los únicos que tenían grandes tumbas es-
, rrlpidas-, se pasó por lo tanto del completo anonimato a la
I'rcvc inscripcióny el retrato realista. El arte funerario evo-
lr, ionó hacia una mayor personalización hasta comienzos
,1,'l siglo xvII, y el difunto puede enronces ser representado
,1,'s veces en la misma tumba: yacente y orando.
Irstas tumbas monumentales son muy conocidas entre
ilr )sotros, porque pertenecen a la historia del arte de la escul-
rr¡r,r. En verdad, no son demasiado numerosas como para
{ .u;rcrterizar un hecho de la civilización. Pero poseemos algu-
rr,,s indicios que nos hacen pensar que la evolución general
',rlirri<i la misma dirección. En el siglo xrrr, al lado de esas
rurrrbas monumentales, vemos que se multiplican pequeñas
¡rl,rr:rs de 20 a 40 cm de lado que se aplicaban contra el
r',rrr,r de la iglesia (en el interior o el exterior) o conrra un
48 49
pilar. Estas placas son poco conocidas porque fueron desde-
ñadas por los historiadores del arte. La mayoría ha desapare-
cido; pero son sumamente interesantes para el historiador
de las ideas. Constituyeron la forma de monumento funera-
rio más extendida hasta el siglo xr.lit. Algunas son simples
inscripciones en latín o en francés: aquí yace Fulano, muer-
to en tal fecha, y su función. Otras, un poco más grandes,
incluyen además de la inscripción una escena donde el di-
funto es representado a solas o con su santo patrono, ante
Cristo o en medio de una escena religiosa (crucifixión, Vir-
gen de la misericordia, resurrección de Cristo o deLázaro,
Jesús en el monte de los Olivos, etcétera). Estas placas murales
son muy frecuentes en los siglos xu, xvu y xvIII, y nuestras
iglesias estaban completamente tapizadas con ellas. Tladu-
cen la voluntad de individualizar el lugar de la sepultura y
perpetuar en ese sitio.el recuerdo del difunto.l0
En el siglo xvut, las placas con una inscripción sencilla se
vuelven cadavez más numerosas; al menos en las ciudades,
donde a los artesanos -esa clase media de la época- les inte-
resaba a su vez salir del anonimato y conservar la identidad
después de la muerte.ll
Sin embargo, esas placas en las tumbas no eran el único
medio -y lal.vezni siquiera'el más difundido- de perpetuar el
recuerdo. En su testamento, los difuntos preveían servicios
religiosos perpetuos paralasalvación de su alma. A partir del
siglo xri y hasta el x'II, los testatarios (en vida) o sus herederos
Se encuentran buena cantidad de dichos "cuadros" o placas en la capilla de
Saint-Hilaire en Marville, en las Ardenas francesas.
En Toulouse, en el claustro de la iglesia de los jacobinos, puedeverse: tumba
de X, maestro tonelero, y su familia.
lri. icron grabar en una placa de piedra (o de cobre) los térmi-
r r,,s de la donación y los compromisos del cura y de la parro-
,¡rri:r. Esas placas de fundación eran por lo menos tan signifi-
r .rr¡vas como los "aquí yace". En ocasiones ambos estaban com-
l,irrrrdos; y orras veces la placa de fundación era suficiente y no
lr.rlrírr "aquí yace". Lo que importaba era la evocación de la
r, k'nridad del difunto y no el reconocimiento del lugar exacto
r l,rrde estaba depositado el cuerpo.12
lrl estudio de las tumbas confirma enronces lo que nos
.rrs('íraron los Juicios finales, las artes moriendi y los temas
l:n la iglesia de Andres¡ cerca de Pontoise, puede verse un "cuadro,' cuya
lrrnción es recordar las disposiciones restamentarias del donador. Bajo sus
.rnnas está grabada la siguiente inscripción:
''tl la gloria de Dios, a h memoria de las cinco heridas de N[uesnoJ S[eñorJ
llrcúsl Cfristo].
''(.llaude Le Page, escudero, señor de la Chapelle, antiguo conductor de la
I Lrytrcn¿e, mdestro cantinero del Rey, antiguo ayuda de cámara y guardarropa
,lrl dfunto Seño4 hermano único de S[u] Mtajaadl Luis 14, a quien sir)ió
t/oc años, hasta su deceso, y luego continuó el mismo seruicio ante monseñor el
I )tulue de Orleans su hijo, fundó a perpetuidad p ara el descanso de su alma,
,h sus parientes y amigos, todos los rneses del año una misa el 6 d¿ cada mes en
/,t mpilk de San Juan, una de las cuales será mayor, el día dz S[anJ Ckudio,
,r h que asistirán 5 pobres y un muchacho para resltonder a ltx dichas misas, a
,¡ttienes los mayordomos ddrán a cada uno de los seis 5 ochauos, uno de los
, tilet entregarán como ofenda.
" lbdo lo cual es concedido por los señores caras, mayordomos a cargo 1t ancianos
,l, k parroquia S[anJ Germán de Andrery, lo cual es más ampliamente explicado
/'or el contrato frmado el 27 de enero de 1703 ante M, [maesesJ Baitty y
I )Lsforges, notarios en el Chatelet de Paris.
'l:src epitafo fie establecido por solicitud delfundador, de setenta y nueue años
,lt dad, el 24 de enero de 1704."
rlgunos meses más tarde se añadió "y fallecido el 24 de diciembre del
rnisrno año".
I
I
l0
ll
t0 5r
macabros: se estableció una relación, desconocida antes del
siglo x, entre la muerte de cada uno y la conciencia que éste
aJoptab" de su individualidad. Hoy se admite que entre el
año Mil y el siglo xlt 'te realizó una mutación histórica muy
importante", como lo dice el medievalista contemporáneo M'
Pacaultr "l,a manera en que los hombres aplicaron su reflexión
a cuanto los rodeaba y concernía se transformó profundamente,
mientras que los mecanismos mentales -la forma de razonar,
de captar las realidades concreras o abstractas y de concebir las
ideas- evolucionaban radicalmente".
I 3
Aquí captamos dicho cambio en el espejo de la muerte:
specalum mortis,podríamos decir a la manera de los autores de
h epocr. En el espejo de su propia muerte cada hombre redes-
..rbría el secreto de su individualidad. Y esta relación, que había
sido entrevista por laAntigiiedad grecorromana y más Pafticu-
larmente por el epicureísmo, y que luego se había perdido, no
dejó desde enronces de impresionar a nuesrra ciülización occi-
dental. El hombre de las sociedades tradicionales, que era el de
la dta Edad Media pero también el de todas las culturas PoPu-
lares y orales, se resignaba sin demasiada pena a la idea de que
todos somos mortales. Al promediar la Edad Media, el hom-
bre occidental rico, poderoso o letrado, se reconoce a sí mis-
mo en su muerte: ha descubie no la rnuerte propia.l4
t-l M. Pacault, "De I'aberration ir la logique: essai sur les mutations de quelques
structures ecclésiastiques", Reuue historique'vol. CC)OCüI, 1972, pág' 313'
P Ariés, "Richesse et pauvreté devant la mort au Moyen Age", en M' Mollat'
Erudes sur I'histoire di la pauureté' Patís, Publicaciones de la Sorbona, 1974'
págs. 510-524; (,re. .n ert. libro "Riqueza y pobreza ante la muerte en la
^na"a
V.al""¡. P Ariés, "Huizinga et les thémes macabres", Colloque
Huizinga, Gravengage, 1973, págs.246-257; (ver en este libro"Huizinga y
los temas macabros"),
La rnuerte d¿l ono
lrn las dos exposiciones anteriores ilustramos dos actitudes
,rrr.' la muerte. La primera, alavez la m¡ís antigua y la más
,  r('ndida y común, es la resignación familiar al destino colec-
r,',, rle la especie y puede resumirse en esta fórmula: Et
tttttt'io'ilur, todos moriremos. La segunda, que aparece en el
',r¡,lo n, traduce la importancia reconocida durante todo el
r,rrscurso de los tiempos modernos a la existencia individual,
 l)rft'cle condensarse en esta otra formula: la muerte proPia.
A ¡rartir del siglo xlur, el hombre de las sociedades occiden-
r.rl,s tiende a dar un sentido nuevo a la muerte. La exdta, la
,lr,rrrntiza, pretende que sea impresionante y acaparadora. Pero
.rl r¡ risrno tiempo no esráya an preocupado porsu propiamuerte,
r l.r ¡nuerte romántica, retórica, es ante todo I¿ muerte d¿l otrq
r I or lr) cuyo lamento y recuerdo inspiran en los siglos xx y >x el
,',¡,'v,r culto de las tumbas y los cementerios.
I ln gran fenómeno ocurrió entre los siglos xr,'r y xvttt,
'¡r('('vocaremos aquí aunque no tengamos tiempo suficien-
r' l),u'a analizarlo en detalle. No ocurrió en el mundo de los
lr,, lr<¡s concretos, fácilmente identificables y mensurables
¡',rr t'l historiador. Ocurrió en el mundo oscuro y extrava-
l4
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Philippe Ariès, Morir en Occidente, pp. 19-52.

  • 1. Philippe Ariés Morir en Occidente desde la Edad Media hasta nuestros días Tiaducción de Víctor Goldstein ffiHidalgoAdriana editora
  • 2. La rnuerte dornesticada [-as nuevas ciencias del hombre -y la lingüística- intro- .lrrjcron las nociones hoy comunes de diacronía y sincronía, ,¡rrc pueden resultarnos de utilidad. Como muchas formas .lc pensar que se ubican enla larga duración,la actitud ante l.r rnuerte puede parecer casi inmóvil a través de perlodos rrrrry largos. Aparece como acrónica. Y sin embargo, en cier- ros rnomentos, intervienen cambios, las más de las veces len- r()s, y en ocasiones inadvertidos, más rápidos y conscientes lr.y. La dificultad para el historiador es ser sensible a los . ,r¡nlrios y al mismo tiempo no sentirse obsesionado por ellos rrr olvidar las grandes inercias que reducen el alcance real de l.rs innovaciones.l llste preámbulo sirve para explicar con qué intención elegí l()s te mas de estas cuatto conferencias. La primera se ubicará rrr,is bien en la sincronía. Cubre una larga serie de siglos, del ,,r.lcn de lo milenario. La llamaremos la muerte domestica- ,1.r. (lon la segunda exposición entraremos en la diacronía: ' l.os historiado¡es contemporáneos han descubierto que las culturas rrrtlicionales son casi estáticas. El equilibrio económico y demográfico ¡rr':icticamente no evoluciona ¡ si por azar se ve perturbado, tiende a volver ,r st¡s cilras iniciales. Véanse los trabajos de E. Le Roy Ladurie (sobre todo I r'lirritoire de I'historien, París, Gallimard,1973) y de P Chaunu, Hhtoire ¡irnce sociale, París, SEDES, 1975. 19
  • 3. qué cambios, en la Edad Media, aproximadamente a partir del siglo xII, comenzaron a modificar la actitud acrónica ante la muerte, y qué sentido podemos dar a tales cambios. Final- mente, las dos últimas exposiciones estarán dedicadas a las actitudes contemporáneas, al culto de los cementerios y las tumbas, y a la censuralanzada. sobre la muerte en las socie- dades industriales. Comenzaremos por la muerte domesticada, preguntán- donos ante todo cómo morlan los caballeros de los cantares de gesta o de las antiguas sagas medievales. En primer lugar, estaban advertidos. LJno no morla sin haber tenido tiempo de saber que iba a morir. De otro modo, se trataba de la muerte terrible, como la peste o la muerte súbita, y realmente era necesario presentarla como excepcio- nal, no hablar de ella. Normalmente, el hombre estaba en- tonces advertido. "Sabed -dijo Gawain- que no viviré dos días." El rey Ban sufrió una mala calda. Al volver en sl advirtió que la sangre bermeja le salla de la boca, de la nariz, de las orejas: "Miró al cielo y articuló como pudo. . . '¡Ah, señor Dios, socorredme, pues veo y sé que mi fin ha llegado"'. Wo y sé. En Roncesvalles, Roland'tiente que la muerte se adueña de é1. De su cabeza desciende hacia el corazórl' . "Siente que su tiempo ha terminado". tistán "sintió que su vida se per- dla, comprendió que iba a morir". Los monjes piadosos no se conduclan de otro modo que los caballeros. En San Martln de Tours, en el siglo x, tras cua- tro años de reclusión, un venerable ermitaño "sintió -nos dice Itaoul Glaber- que pronro iba a abandonar el mundo". El r¡rismo autor narra que otro monje, que tenía algo de médico y cuidaba a otros hermanos, tuvo que apresurarse. Se le aca- Irrrlra el tiempo: "Sabía que su muerte estaba cerci'.2 Observemos que la advertencia esraba dada por signos na- trrr:rles o, con mayor frecuencia aún, por una convicción ínti- ru;r antes que por una premonición sobrenatural o mágica. l'.r';r algo muy sencillo, que atraviesa las edades y aún encon- rr:unos como un vestigio en las sociedades industriales. Algo t.rn ajeno a lo maravilloso como a la piedad cristiana: el reco- rrot:imiento espontáneo. No habla manera de hacer trampas, ,lc simular que no se había visto nada. En 1491, es decir en ¡rk'no Renacimiento humanista que se tiene la mala costum- Irn'rle oponer a la Edad Media -en todo c:rso en un mundo u¡bunizado muy alejado del de Roland o tistán-, una ¡utu'ncul4 una niña muy joven, bella y coqueta que amaba la vrrlrr y los placeres, es atacada por la enfermedad. ¿Acaso, con Lr rornplicidad de su enrorno, se aferrará a la vida represen- t,urtlo una comedia, fingiendo no darse cuenta de la gravedad rlc srr estado? No. Sin embargo se rebela, pero esa rebelión no ,rrl,,1rta la forma de una negación de la muerte. Cum cerneret, tnlilix juuencuk, de proxima situ imrninere rnortem. Cum t t,',t(ret: la desdichada niña vio que se aproximaba la muerte. l;rrronces, desesperada,-entrega su alma al diablo.3 lrr el siglo xvrr don Quijote, por loco que fuese, no trara ,1,' csc,aparle a la muerte en los sueños en que había consu- trrirkr su vida. Por el contrario, las señales precursoras de la ( .it.rtlo por G. Duby, L' An Mil" París, Julliard, 1967, pátg. 59. { iir.ulo por A. Tenenti, Il Senso dell¿ morte e I'amore d¿lk uia nel Rinascimento, lirrintr, Einaudi, col. "Francia e Italia", 1957, pág.170, n" 18. 20
  • 4. muerte lo devuelven a la razón: "Yo me siento, sobrina, a punto de muerte". Saint-Simon dice de Mme. de Montespan que tenía mie- do de la muerte. Más bien tenía miedo de no estar preparada a dempo, y también (volveremos sobre esto) de morir sola. "Se acostaba con todas las coninas abiertas con muchas velas en su habitación, con sus doncellas alrededor, a quienes cada vez que se despertaba querla encontrar charlando, luciéndose o comiendo para prevenirse contra su adormecimiento." A pesar de la angustia, sin embargo, el 27 de mayo de 1707 también ella supo que iba a morir, e hizo sus disposiciones. Así,las mismas palabras pasaron de edad en edad, inmu- tables como un proverbio. Las encontramos en Tolstoi, en una época en que su sencillez ya era dudosa. Pero precisa- mente el genio de Tolstoi es haberlas recuperado. En su le- cho de agonía en una estación del campo, Tolstoi gemía: "¿Y los mujiks? ¿Cómo mueren los mujiks?". Peto los mujila morían como Roland, Tiistán o don Quijote: sabían. En Los tres muertos de Tolstoi, un viejo postillón agoniza en la coci- na del albergue, cerca de la gran estufa de ladrillos. Él sabe. Cuando una criada le pregunta amablemente qué le pasa, él responde: "La muerte está ahl, eso es lo que pasa". Esto siguió ocurriendo infinidad de veces en la Francia racionalista y positivista, o romántica y exaltada, del siglo xx. Por ejemplo, la madre de M. Pouget: "En1874 se pescó una'colerina'. Al cabo de cuatro dlas dice: vayana buscarme al señor cura, yo les diré cuando sea necesario. Y dos días después: vayana decirle al Sr. cura que me dé la extremaun- ción'. Y Jean Guitton -que escribla esto en l94l- comenta: "Vemos cómo los Pouget, en esos viejos tiempos lil874!), ¡'.rt.rban de este mundo al otro como gente práctica y senci- ll.¡, ,rbservadores de las señales, y ante todo de ellos mismos. No t'.staban apurados por morir, pero cuando veían que lle- ¡i,rlt,r la hora, entonces sin adelanto ni atraso, tal como debía ('r, rr)orían como cristianos".4 Pero otros que no eran cris- r r.rr¡()s también morlan sencillamente. Sabiendo que se aproximaba su fin, el moribundo tomaba ,,rr* rccaudos. Y todo habda de hacerse con sencillez, como en- rrc krs Pouget o los mujila de Tolstoi. En un mundo tan im- ¡'rrlirrado de lo ma¡avilloso como el del Ciclo dela Mesa redon- ,/,r, l:r muerte era algo muy sencillo. Cuando lancelote, herido y cxtrrviado, se percrta en el bosque desierto de que 'perdió lr.rtr,r cl poder de su cueqpd', cree que va a morir. ¿Qué hace ,'rrronces? Gestos que le son dictados por las viejas costumbres, ¡i,'rt,rs rituales que deben hacerse antes morir. Se quita las ar- lr.rs, sc acuesta juiciosarnente sobre el suelo: deberla estar en el h'. lrr ("yaciendo en el lecho enfermo", repetirán durante varios rr¡,,krs los testamentos). Extiende sus brazos en cruz +sto no es lr,rl,irual. Pero la costumbre es ésta: se extiende de tal manera rlu(' sr.r cabezase vuelva hacia el Oriente, haciaJerusalén. ( hando Isolda encuenrra muerto aTiistán, sabe que tam- Irrrirr clla va a morir. Entonces se acuesta a su lado y se vuelve lr,¡. i;r cl Oriente. lln Roncesvalles, el arzobispo Turpin espera la muerre acos- t,rrhr: "sobre su pecho, bien al medio, cruzó sus blancas manos t.rrr lrt'llas". Es la actitud de las estatuas de los yacenres a partir ,1,'l siglo xlt. En el cristianismo primitivo, el muerto era repre- ' | ( itrirton, Portrait de M. Pouget, Paris, Gallimard, 1941, pá'g. 14. 23
  • 5. sentado con los brazos extendidos en la actirud del orante. Se espera la muerte acostado, yacente. Esta actitud ritual es prescripta por los estudiosos de la liturgia del siglo xt. "El moribundo -dice el obispo Guillaume Durand de Mende- debe estar acostado sobre la espalda para que su cara mire siempre al cielo.5" Esta actitud no es la misma que la de los judíos, conocida por descripciones del Antiguo Testamento: para morir, los judíos se volvían hacia la pared. Así dispuesto, el moribundo puede realizar los ultimos actos del ceremonial tradicional. Tomaremos el ejemplo del Cantar d.e Roknd. El primer acto es el lamento por abandonar la vida, una evocación triste pero muy discreta de los seres y las cosas amadas, una síntesis reducida a dgunas imágenes. Rolando "se dio a rememorar varias cosas". En primer lugar, "tantas tierras que conquistó el valiente"; luego la dulce Francia y los hombres de su linaje, Carlomagno, su señor que lo ali- mentó; su maestro y sus compañeros (cornpains). Ningún pensamiento para su madre, ni para su promedda. Evoca- ción triste, conmovedora. "Llora y suspira y no puede dejar de hacerlo." Pero esta emoción no dura, como más tarde el duelo de los sobrevivientes. Es un momento del ritual. Tias el lamento por dejar la vida, viene el perdón de los compañeros, de los asistentes siempre cuantiosos que rodean el lecho del moribundo. Oliverio pide perdón a Roland por el mal que pudo hacerle a su pesar: "Os perdono aquí y ante Dios. Al decir estas palabras se inclinaron uno hacia el otro". El moribundo recomienda a Dios a los sobrevivientes: "Que 5 G. Durand de Mende, R¿tionale diainorum offciorum, editado por C. Barthélém¡ París, 1854. I li,,s lrcndiga a Carlos y a la dulce Francia -implora Oliverio- r' ¡'rrr cncima de todos a Roland, su compañero". En El Can- ttr lr Rolandno se habla de la sepultura ni de su elección. Lr clección de la sepultura aparece en los poemas más tar- ,lt,rs tle La Mesa redonda. Ahora es dempo de olvidar el mundo y pensar en Dios. La , rr.rt i<in se compone de dos partes: la culpa, "Dios, mi culpa a r .rnrbio de tu gracia por mis pecados...", ufl resumen del fu- tnro confteon"Envozalta, Oliverio confiesa su culpa, con las ,l,rs rnanos unidas y alzadas hacia el cielo, y ruega a Dios que l,' . r,nceda el Paralso." Es el gesto de los penitentes. La segun- ,l,r ¡rrrrte de la oración esla commmdzcio animar, paráfrasis de rrrr,r vieja oración tomada td,vezen préstamo de los judíos de Lr Sinagoga. En el francés de los siglos nn al xvlrr se llama a ,'r;rs <rraciones, muy desarrolladas, las recomrnend¿ces. "Padre v.'rrlrrdero que jamás mientes, tú que llamaste a lÁzaro de ,'r¡trc los muertos, tú que salvaste a Daniel de los leones, salva rrri :rlma de todos los peligros..." .Sin duda, en este momento intervenía el único acto religio- r,, o más bien eclesiástico (pues todo era religioso), la absolu- , rt'rn. Era administrada por el sacerdote, que leía los salmos, el I ilrrq incensaba el cuerpo y lo rociaba de agua bendita. Esa .¡lrsolución también era repedda sobre el cuerpo muerto, en el nrornento de su sepultura. Nosotros la llamamos absoutl.Perc Lr lralabra absoute jamás fue empleada en el lenguaje corriente: ,'¡r los testamentos se decía las recommend¿ces, el Libera... Absolution y dbsoute, ambos términos se traducen en castellano como abso- lución. Uno de los significados de dbsoute son las oraciones que se dicen licnte al atarid, tras el oficio de los muertos. Para diferenciarlos, en el se- ¡iundo caso mantendremos la palabra en francés. (N. del T.) 24
  • 6. Más tarde, en el ciclo de La Mesa redonda, se daba elos moribundos el Corpus Christi. La extremaunción era reser- vada a los clérigos, y suministrada solemnemente a los mon- jes en la iglesia. Tias la última oración ya no queda más que esperar la muerte, y ésta no tiene ningún motivo para tardar. Asl, se dice de Oliverio: "El corazón le falla, todo su cuerpo se de- rrumba contra el suelo. El conde ha muerro, no se ha hecho esperar". Si la muerte es más lenta en llegar, el moribundo la espera en silencio: "Dijo [su última oración] y luego de eso no volvió a proferir ni una palabra más". Detengámonos aqul y saquemos algunas conclusiones ge- nerales. La primera ya fue suficientemente destacada: se espe- ra la muerte en el lecho, "yaciendo en el lecho enfermo". La segunda es que la muerte es una ceremonia pública y organizada. Organizada por el propio moribundo, que la preside y conoce su protocolo. Si la olvidara o hiciera rram- pas, corresponde a los asistentes, al médico o al sacerdote, llamarlo a un orden cristiano y consuetudinario alavez. Y también ceremonia pública. La habitación del mori- bundo se transformaba entonces en sitio público. Se entraba libremente. Los médicos de fines del siglo xwrr, que descu- brlan las primeras reglas de higiene, se quejaban de la superpoblación en las habitaciones de los agonizantes.6To- 6 "En cuanto alguien cae enfermo, se cierra la casa, se encienden las velas y todo el mundo se reúne alrededor del enfermo", investigación médica organizada porVicq d'Azyr, 1774-1794, inJ.PPeter, "Malades et maladies au xr¡I¡' siécle", Annabs. Economies, sociétés, ciuili¡ationr (Annales ESC), 1967, pág.712. ,|.¡víu a comienzos del siglo xx,los caminantes que tropeza- l'.ur cn la calle con el pequeño cortejo del sacerdote que lle- v.rl,,r cl viático, lo acompañaban y entraban con él a la habi- r.rt irin del enfermo.T llra importante que los parientes, amigos y vecinos estu- vr('r;ln presentes. Se trala a los niños: no existe imagen de lr.rlritación de moribundo hasta el siglo xrnn sin algunos ni- tros. ¡Ouando se piensa hoy en el cuidado que se toma para ,r['jrrr a los niños de las cosas de la muerte! liinalmente, última conclusión y la más importante: la .,,'r¡, illez con que los ritos de la muerte eran aceptados y ' unrl)lidos, de una manera ceremonial por cierto, pero des- ¡ruj,rtkrs de dramatismo y sin emociones excesivas. lrl rnejor an:ílisis de esta actitud aparece en Pabelhn dz can- | l,t,fls (le Solyenitsin. Efren realmente crela saber de esto más rlu(' sus antepasados: "I-,os viejos ni siquiera hablan puesto el ¡tr,' .'rr la ciudad en toda su vida, no se atrevían, mientras que l'lrcn ya sabía galopar y tirar con pistola a los 13 años... y ,'rrr inlA ahora... recapacitaba sobre la manera que esos viejos r¡'r¡l:rn de morir, allá, en sus rincones... tanto los rusos como l, rr rf rtaros o los udmurtes. Sin fanfarronadas, sin hacer histo- r r,¡r, sin jacarse de que no se morirlan; todos admitían la muerte illnn'ilrlr*trtr [subrayado por el autor]. No sólo no retrasaban ,'l l,;rllnce sino que se preparaban para eso muy meticulosa- nrcnrc y de antemano, designaban para quién sería la yegaa, ¡,,rr,r r¡uién el potro... Y se apagaban con una suerte de alivio, , u¡ro si simplemente estuvieran por mudarse de chozd'. l' ( lraven, Récit dhne sear Souaenir de farnille, Parls, J. Cla¡ I 866, vol. II, ¡'.11i. 197. [a pintura académica de la segunda mitad del siglo xx abunda en .( cnus de eSte tipO.
  • 7. Es imposible expresarlo mejor. Asl se murió durante siglos o milenios. En un mundo someddo al cambio, la actitud tra- dicional ante la muefte aparece como una masa de inercia y continuidad. La actitud andgua, donde la muerte es al mismo tiempo familiar, cercana y atenuada, indiferente, se opone demasiado a la nuestra, donde da miedo al punto de que ya no nos atrevemos a pronunciar su nombre. Por eso llama¡é aqul a esta muerte familiar la rnuerte dnmesücad¿. No quiero decir con esto que antes la muerte era salvaje, ya que dejó de serlo. Por el contrario, quiero decir que hoy se ha vuelto salvaje. Vamos a encrar ahora otro aspecto de la antigua familiari- dad con la muerte: la coexistencia de los vivos y los muertos. Se trata de un fenómeno nuevo y sorprendente. Era des- conocido en la Antigüedad pagana y hasta cristiana. Y nos resulta totalmente ajeno desde fines del siglo xvrrr. Pese a su familiaridad con la muerte, los Antiguos temlan la vecindad de los muertos y los mantenlan alejados. Honra- ban las sepulturas: nuestros conocimientos sobre las antiguas civilizaciones precristianas provienen en gran parte de la ar- queologla funeraria, de los objetos encontrados en las tum- bas. Pero uno de los objetivos de los cultos funerarios era im- pedir que los difuntos uoluieranpara perturbar a los vivos. El mundo de los vivos debía estar separado del de los muertos. Por eso, en Roma, la ley de las Doce tblas prohi- bla enterrar in urbe, dentro de la ciudad. El Código teodosiano repite la misma prohibición, para que sea preser- vada la sanctitas de las casas de los habitantes. La palabra foo significa alavez el cuerpo muerto, los funerales y el lr<rmicidio. Funestus significa la profanación provocada por un cadáver. En francés dio funesto.8 Por eso los cementerios estaban situados fuera de las ciu- ,ludes, sobre el borde de rutas como la Via Appia en Roma, l,rs Alyscamps en Arles. San Juan Crisóstomo expresaba la misma repulsión que sus .rntepasados paganos cuando en una homilla exhortaba a los t ristianos a oponerse a una cosnrmbre nueva y todavía infre- ( r rcnte: "Procura no construir jamás una tumba en la ciudad. Si tlcpositaran un cadáver allí donde tú duermes y comes, ¿qué lrlrías? Y sin embargo lo haces no donde duermes y comes sino sobre los miembros de Cristo", es decir en las iglesias. Sin embargo, el uso denunciado porsanJuan Crisóstomo tlcbía extenderse e imponerse, a pesar de las prohibiciones .lcl derecho canónico. Los muertos van a entrar en las ciuda- ,lcs, de donde fueron alejados durante milenios. Esto comenzó no tanto con el cristianismo sino con el r rrlto de los mártires, de origen africano. Los mártires eran ,'ntcrrados en las necrópolis suburbanas, comunes a los cris- r i;rnos y a los paganos. Los emplazamientos venerados de los rr¡f rtires atrajeron a su alrededor las sepulturas. San Paulino lriz.o transportar el cuerpo de su hijo junto a los mártires de Accola en España para que "esté asociado a los mártires por l;r rlianza de la tumba a fin de que, en la vecindad de la s:urgre de los santos, extraiga esa virtud que purifica nues- t rrrs almas como el fuego".9 "Los mártires", explica otro au- "Ad sanctos", Dicüonnaire d'archéologie chrétienne et de liturgie, Pafis, l.ctouze¡ 1907, vol. I, plg. 479 y sig. "Ad sanctos", Dioionnaire d'archéologie chrétienne..., op. cit., vol. l, pág. 479 y sig.
  • 8. tor del siglo v, Máximo deTorino, "nos cuidarán, a nosotros que vivimos con nuestros cuerpos, )r' rros tomarán a su car- go, cuando los hayamos abandonado. Aqul nos impiden caer en el pecado; allá nos protegen del horrible infierno. Por eso, nuestros antepasados buscaron asociar nuestros cuerPos a las osamentas de los mártires". Esta asociación comenzó en los cementerios suburbanos donde habían sido depositados los primeros mártires. Sobre el lugar donde había sido inhumado el santo, la confesión, se construyó una basllica, atendida por monjes, a cuyo alre- dedor los cristianos quisieron ser enterrados. Las excavaciones de las ciudades romanas de Africa o España nos muestran un espectáculo extraordinario, Por otra parte borrado por el urbanismo posterior: amontonamientos de sarcófagos de piedra en varios pisos, que rodean en particular los muros del ábside, los más cercanos a la confesión. Este amontona- miento da fe de la. fuena del deseo de ser enterrado junto a los santos, ad sanctos. Llegó un momento en que la distinción entre los subur- bios donde se enterrab a ad sanctos, porque estaban extra urbern, y la ciudad siempre prohibida a las sepulturas desa- pareció. Sabemos cómo ocurrió en Amiens, en el siglo vt: el obispo San Vaast, rnuerto en 540, había elegido su sepultura fuera de la ciudad. Pero cuando los portadores quisieron le- vantado, no pudieron mover el cuerpo, que rePentinamente se hablavuelto demásiado pesado. Entonces el arcipreste rogó al santo que ordenára ser "llevado al sitio que nosotros [o sea, el clero de la catedral] hemos preparado para ti".r0 Real- r0 Citado por E. Salin, La Ciailisation rnérouingienne, París, A. y J' Picard' 1949, vol. ll, pá9. 35. nr('nte interpretaba la voluntad del santo, ya que de inme- ,li:rto el cuerpo se alivianó. Para que el clero pudiera sortear ,rsÍ la interdicción tradicional y prever que conservarla enla r .rrt'dral las tumbas santas, y las sepulturas que la santa tum- lt.r :rtraería, era necesario que las antiguas repulsiones estu- vit'scn muy debilitadas. l.a separación entre la abadía e cergo del cementerio y la r¡ilcsia catedral, quedaba entonces borrada. Los muertos, r¡r.'zclados con los habitantes de los barrios populares de l,'s suburbios, que habían crecido alrededor de las aba- ,lí;rs, ingresaban también en el conzón histórico de las , irrtlades. l'.n lo sucesivo, dejó de haber diferencia entre la iglesia y ll tcmenterio. lrn la lengua medieval, la palabra iglesia no designaba r.rl¡rr¡rente los edificios de la iglesia sino todo el espacio que l,rs r'odeaba: para el derecho consuetudinario de Hainaut, la r¡ik'sia parroquial es "a saber, la nave, campanario y cemen- Icr io". Sc predicaba, se administraban los sacramentos en las gran- ,lcs l'icstas, se hacían las procesiones en el patio o atrium de Lr iglcsia, que también estaba bendito. Recíprocamente, se ¡'rrr..'rraba al mismo tiempo en la iglesia, contra sus muros y rr¡ los alrededores, in portícu, o bajo los canalones, sub ttlliidio. [,a palabra cementerio designó mrís especlficalnente l.r ¡r.rrte exterior de la iglesia, el atriurn o atrio. Por eso, atrio r' un.r de las dos palabras utilizadas por la lengua corriente 1'.rr'r tlcsignar el cementerio, ya que la palabra cementerio
  • 9. pertenece hasta el siglo w al latín de los clérigos'll Turpin r'rrg. " Roland a que haga sonar el cuerno Para que el rey y ,,rJh,r.r,., lleguen Para vengarlos, llorarlos y "enterrarlos en atrios de monasterios". La palabra atrio (aifie) desapareció del francés moderno. Pero su equivalente germánico Perma- neció en inglés, alemán, holandés: churchyard' Habla otra palabra, empleadaenfrancés como sinóni- mo de atrio: ei osario (charnier). Se la encuentra ya en E! Cantar de Roland: carnier' En su forma más antigua' Pet- maneció próxima al latln carnis en el habla popular fran- cesai une uieille carney sin duda pertenecía, ya antes de Roland, a una suerte de argot para designar lo que el latín clásico no nombraba, y que el latln eclesiástico designaba con la palabra griega y erudita cerneteriurn' Es de hacer ,,o,", qr'r. en las mentalidades de la Antigüedad, el edifi- cio funerario -tumulus, sepulcrum, Tnontt'mentum, o más sencillamenrc loculus-era más importante que el espacio que ocupaba, semánticamente menos rico' En las menta- lid"d., medievales, por el contrario, el espacio cerrado que rodea las sepulturas tiene más importancia que la tumba. Originariamente, osario era sinónimo de atrio' A fines de h EdaJ Media designaba solamente una Parte del cemente- rio, es decir las galerías que corrlan a lo largo del patio de la iglesia y que estaban coronadas de osarios. En el cementerio de los Inocentes, en el París del siglo xv, "es un gran cemen- il c. du cange, .,cemeterium", Ghssarium mediae et infmae lainhatis,París' Didot, I 84b-l 850, I 883-1 887; E. Violletle-Duc, "Tombeau', Diuionnaire raisonné d¿ lhrchitecture fran¡aise du sf au wf sicl¿, París' B' Baucé (A' Morel), 1870, vol. V' Págs.2l'67' r.rio muy grande cercado por casas llamadas osarios, allí rL¡nde se amontonan los muertos".12 l)uede imaginarse entonces el cementerio tal como exis- riri cn la Edad Media,y aun en los siglos xvr y >nnl hasta la llrrstración. Sigue siendo el patio rectangular de la iglesia, cuyo muro ()( upa generalmente uno de sus cuatro costados. Los otros r r('s a menudo están provistos de arcadas u osarios. Por enci- n¡,r de esas galerías, hay osarios donde cráneos y miembros , s r ;i n dispuestos con arte; la búsqueda de efectos decorativos , .rrr huesos desembocará en pleno siglo xvtlt en la imaginería lr;il'r'oc2 y macabra, que todavla puede verse en Roma en la r¡ilcsia de los Capuchinos o en la iglesia della Orazione e ,|.'lla Morte que está detrás del palacio Farnese: lámparas u r)r'n:lmentos fabricados sólo con pequeños huesos. ¿De dónde venían los huesos así dispuestos en los osarios? I'r incipalmente de las grandes fosas comunes, llamadas "fo- r,rs cle los pobres", amplias y de varios metros de profundi- ,l,rrl, donde se amontonaban los cadáveres simplemente co- ritlos dentro de sus sudarios, sin ataúdes. Cuando una fosa csrrrbá llena se la cerraba y se reabría una más antigua, luego r[' rrasladar los huesos secos a los osarios. Los restos de los ,lilirntos más ricos, enterrados en el interior de la iglesia-no ('n panteones abovedados sino a ras de tierra, bajo las baldo- ;rs - un dla tomaban también el camino de los osarios. Se ,l,'sconocla la idea moderna de que el muerto debía ser ins- r,rlrrdo en una suerte de casa propia, cuyo propietario perpe- ( l. Le Breton, Description de Paris sous Charles W, citado por J. Leroux de l.incy y L. Tisserand, Paris et ses bistoriens aa xtt et au xf siick, Parls, Imp. inrperid, 1867, pág. 193.
  • 10. tuo sería él -o al menos el locatario de larga duración-, que allí estaría en su cása y no se lo podría desalojar. En la Edad Media, y todavía en los siglos xvt y xvll, poco importaba el destino exacto de los huesos con tal de que permaneciesen junto a los santos o en la iglesia, cerca del altar de la Virgen o del Santísimo Sacramento. El cuerPo era confiado a la Igle- sia. Poco importaba lo que ésta hiciera con é1, con tal de que los conservara en su recinto sagrado. El hecho de que los muertos hubiesen ingresado a la igle- sia y su patio, no impidió que cumplieran otras funciones públicas. La noción de asilo y refugio se halla en el origen de este destino no funerario del cementerio.l3 Para el lexicógra- fo Du Cange, el cementerio no siempre era necesariamente el lugar donde se entierra, y al margen de su función princi- pal podía ser también un lugar de asilo, definido por la no- ción azylus circum ecclesiarn. Por eso, en ese asilo llamado cementerio, se enterrara o no, se tomó la decisión de construir casas y habitarlas. El cementerio designó entonces, si no a un barrio al menos a una manzana de casas que gozaban de ciertos privilegios fis- cales o comunales. Por último, este asilo se convirtió en lu- gar de encuentro y reunión -como el Foro romano, laPiazza Mayor o el Corso de las ciudades mediterráneas- para co- r3 C. du Cange, "Cemeterium", op. cit.;E. Lesnes, "Les cimetiéres", Histoire de la propriété ecclésiastique en France, Lille, Ribiard (Desclée de Brouwer), 1910, vol. III; A. Bernard, La Sépultare en droit canonique du décret de Gntien au concile de 77ente, París, Loviton, 1933; C. Enlart, Manuel d'arcbéologie fansaise depuis hs temps rnérouinfens jusquh la Renaissance, París, Picard, 1902. rrrt'rt iru', para bailar y jugar, o sólo por el placer de estar jun- r, 'r. A lo largo de los osarios, en ocasiones se instalaban tien- r l,rs y corneÍcios. En el cementerio de los Inocentes, los escri- l'.rrr.,s públicos ofrecían sus servicios. l;.n 1231, el concilio de Ruán prohíbe bailar en el cemen- r.r io o en la iglesia, bajo pena de excomunión. Otro concilio '1,' 1405 prohibe bailar en el cementerio, jugar a cualquier tu('l'(), y que los mimos, juglares, titiriteros, músicos o char- Lrr,rrrcs, ejerzan su sospechoso oficio. I'cro de pronto, un texto de 1657 demuestra que la cerca- ní.r ('n un mismo sitio de las sepulturas y las "quinientas baga- tt l.rs r¡ue se ven bajo esas galerías" empezaba a resultar moles- r.r. "['.n medio de ese tumulto [escribanos públicos, costure- r,r', libreros, vendedoras de artículos de tocador], debían pro- , r'rlt'f' ? realizar una inhumación, abrir una tumba y levantar ,.r(liiveres que aún no estaban consumidos, donde, incluso r.n gr-árd€s fríos, el suelo del cementerio exhalaba olores r,'.'liricos.l4" Pero si a fines del siglo xvrr se comienzan a per- , ilrir señales de intolerancia, es preciso admitir que durante rrr.is cle un milenio se habían adaptado perfectamente a esa I'r,rrniscuidad entre los vivos y los muertos. lrl espectáculo de los muertos, cuyos huesos afloraban a l.r srrperficie de los cementerios, como el cráneo de Hamlet, n,, irnpresionaba a los vivos más que la idea de su propia nrr('rte. Se sentían tan familiares con los muertos como fa- rrrili:rrizados con su muerte. 'lirl es la primera conclusión sobre la que debemos dete- Ir('illos. Itcrrhold, La Ville de Paris. Journal d un aolager i Parh, en I 65 7, citado por V. l)ufour en Paris á ffauers les áges,París, Laporte, 1875-1882, vol. II.
  • 11. La muerte propia En la exposición precedente, hemos visto cómo cierta vulgata de la muerte había sido adoptada por la civilización occidental. Hoy veremos cómo esa vulgata fue no interrum- pida ni borrada sino parcialmente alterada durante la baja Edad Media, es decir a partir de los siglos xt y xt. Es necesa- rio aclarar de entrada que no se trata de una actitud nueva que reemplazari a la anterior que hemos analizado, sino de modificaciones sutiles que, poco a poco, irán dando un sen- tido dramático y personal a la familiaridad tradicional del hombre con la muerte. Para comprender bien estos fenómenos, es preciso tener en cuenta que esa familiaridad tradicional implicaba una concepción colectiva del destino. El hombre de esos tiempos estaba profunda e inmediatamente socializado. La familia no interven ía para retrasar la socialización del niño. Por otro lado, la socialización no separaba al hombre de la naturaleza, sobre la cud no podía intervenir salvo a través del milagro. La familiaridad con la muerte es una forma de aceptación del orden de la naturaleza, aceptación ingenua en la vida cotidiana y alavez sabia en las especulaciones astrológicas. El hombre padecía en la muerte una de las grandes leyes de la especie, y no soñaba ni con sustraerse de ella ni con .'xrrltarla. Simplemente la aceptaba con la dosis necesaria de .,,lcmnidad, para señalar la importancia de 1", gr"rrd., .o_ l)ls que cada vida siempre debía franquear. Ahora analizaremos una serie de fen¿n irrtroducirán en la vieja idea del destino J:Iil:J,::$::. ic la preocupación por la particularidad de cada individuo. l,o.s fenómenos que hemos escogido para esra demostración ,,n: la represenración del Juicio en .l fir, d. f., ,i._f.r, .i.1,'splazamiento del Juicio al final de cada vida, en el mo_ rncr.rro puntual de Ia muerte; los temas macabros y el interés ¡'.r. las, imágenes de la descomposición flsica; el ¡etorno al ,'¡rígrafe funerario y a un comienzo de personalización de las ('l)ulturas. I ^ trcpREsENtecróN DEL Jurcro FINAL l..l obispo Agilbert fue enterrado en 6g0 en la capilla fu_ rrt'rrrria que él había hecho construir, al lado del monasterio tl'lrde debía retirarse y morir, en Jovarre. Su sarcófago .igu. ''rr cl mismolugar. ¿eué vemos en él? En uno de los lados rr('rores, el Cristo en gloria rodeado por los cuatro ."";;;_lisr:rs, es decir la imagen, tomada del Apocalipsis, del Criito ,¡r.'vuelve al final de los tiempos. ¡".1t"¿o mayo¡ q";l;( ()rrinúa, vemos la resurrección de los muertos en el fin de hrs tiempos: los elegidos de pie, con los b¡azos alzados, acla_ rn:rn al.Crilto del gran regreso, que sostiene en Ia mano un r,,llo, el Libro de uida.t No h"y "i juicio ni condena. Esta t^. tlrúl*lo CUlra de Jouarre(4o Congreso del arte de la Alta EdadMcdia), Melún, Imprenta de la prefectura i. S.in.-.r_tr¿" ne, 1952. 37
  • 12. tt{ ll I ¡ imageñ corresponde a la escatología corriente de los prime- ,o, iglo, del cristianismo: los muertos que Perteneclan a la Igl.sü y le habían confiado su cuerPo (es decir que lo ha- bl"t .orrfi"do a los santos), se adormeclan como los siete á,rrrni.n,., de Éfeso (pausantes, in somno parz) y reposaban (,rrquirrront)hasta el día del segundo advenimiento' del gran ,..árrro, donde se despertarían en laJerusalén celestial' o sea en el Paraíso. Err.rt".oncepción no había lugar para la res- porrobilid"d individual, p"'" "" balancede las buenas y malas "..iorr.r. Los malvados, sin duda aquellos que no pertene- cían ala Iglesia, no sobrevivirían a su muerte' no se desper- tarían y r."rí"r, abandonados al no ser' Toda una población' ."ri UiáfOgica, la población de los santos' se aseguraba así la ,t'rp.r't irr.i.ia gloriosa tras una larga espera en el sueño' 'En .l siglo x:n la escena cambia' En los tímpanos esculpi- dos de las iglesias romanas' en Beaulieu o en Conques' la gloria del Ciisto, inspirada en la visión del Apocalipsis' sigue áomin"ndo. Pero por debajo aparece una iconografía nueva inspirada en Mateo; la resurrección de los muertos' la sepa- ,".i¿r, de los justos y los condenados: el juicio (en Conques' sobre el .ri-úo del Cristo, está escrita una palabra: Judex)' el pesaje de las almas por el atcángel San.Miguel'2 ' ínel siglo xrr, l" inspiración apocallptica y la evocación del gran ,.Iorrro fueron más o menos borradas'3 La idea de fuicio es más fuerte, y lo que se rePresenta es un tribunal de jurticia. El Cristo esrá seniado en el trono del juicio' rodea- io d. su corte (los apóstoles)' Dos acciones adquieren cada vez más importancia' el pesaje de las almas y la intercesión 2 Tímpanos de Beaulieu, de Conques' de Autun' , ii-p*., ¿. las catedrales de París, de Burges, de Burdeos, de Amiens, etcétera' .lc la Virgen y de San Juan, de rodillas, las manos juntas, a ,.rrla lado del Cristo-juLz. Se juzga a cada hombre según el l,,tlance de su uida las buenas y malas acciones son escrupu- I.samente separadas en los dos platos de la balanza. Por lo ,lt'rnás, ya estaban escritas en un libro. En el estrépito mag- ¡rílico del Dies irae,los autores franciscanos del siglo xu ha- t t'n llevar el libro ante el juez del día final, un libro que lo . .rntiene todo y según el cual el mundo será juzgado. Li b er s c rip ns p rofe re tur In quo totum continetur Unde rnundus judicetun l',ste libro, el liber uitae, primero fue concebido como el f .rrnidable inventario del universo, un libro cósmico. A lincs de la Edad Media se convirtió sin embargo en el libro tlt' cuentas individual. En Albi, sobre el gran fresco de fi- rrt's del siglo xv o comienzos del xvt que representa el Jui- . i,r final,4los resucitados lo llevan colgado de su cuello, ( olno un documento de identidad, o más bien como un l'.rlunce de cuentas que deberán presentar a las puertas de l,r crernidad. Cosa curiosa: el momento en que se cierra el lr.¡l:rnce (baknciaen italiano) no es el momento de la muerte .,irro el dies illa, el último día del mundo al final de los ricrrrpos. Se observa aquí el rechazo inveterado a asimilar .'l l'in del ser con la disolución flsica. Se creía en un más allá .1.'' l:r muerte que no iba necesariamente hasta la eternidad rrrlinita, sino que reservaba un espacio enúe la muerte y el lirr dc los tiempos. 38 lr¡r el ábside.
  • 13. Asl, la idea delJuicio final, en mi opinión, está ligada con la de biografla individual, pero esta biografia se termina so- lamente al final de los tiempos, y no todavía a la hora de la muerte. EN LA HABITACIÓN N¡T MORIBUNDO El segundo fenómeno cuya observación propongo con- sistió en suprimir el tiempo escatológico entre la muerte y el fin de los tiempos, / en situar el Juicio no ya en el éter del Gran Día sino en la habitación, en torno del lecho del mori- bundo. Enconüamos esta nueva iconografta en grabados sobre madera difundidos por la imprenta, en libros que son trata- dos sobre la manera de bien morir: las artes rnoriendi de los siglos xv y xu.5 No obstante, esta iconografia nos remite al modelo tradi- cional de la muerte en el lecho que hemos estudiado en la exposición precedente. El moribundo está acostado, rodeado Por sus amigos y parientes. Está ejecutando los ritos que tanto conocemos. Pero ocurre algo que perturba la sencillez de la ceremonia y que los asistentes no ven, un esPectáculo reservado única- mente al moribundo, que por otra parte lo contempla con cierta inquietud y mucha indiferencia. Seres sobrenaturales han invadido la habitación y se apiñan en la cabecera del t Textos y grabados sobre madera de w ars moriendi reproducido en A' Tenenti, La Vie et k Mort h trauers I'art du x'/ silcle, París, Colin, 1952, págs.97-120. "y,rcente". Por un lado la Tlinidad, la Vrgen, toda la corte ..'lcstial, y por el otro Satán y el ejército de los demonios nronstruosos. La gran aglomeración que en los siglos xrr y rnr se realizaba en el fin de los tiempos, ahora, en el siglo xv, tt' ¡rroduce en la habitación del enfermo. ¿Cómo interpretar esta escena? ¿Todavía se trata realmenre de un juicio? Hablando con ¡'rrrpiedad, no. La balanzadonde se pesan el bien y el mal ya rro sirve. Sigue existiendo el libro, y con demasiada frecuen- , i:r ocurre que el demonio se apodera de él con un gesto de t¡ irrnfo porque las cuentas de la biografia le son favorables. I't'ro Dios ya no aparece con los atributos delJuez. Más bien .'s rirbitro o testigo, en las dos interpreraciones que pueden ,l:rrse y que probablemente se superponían. [.a primera interpretación es la de una lucha cósmica en- r(' las potencias del bien y del mal que se disputan la pose- srr'rn del moribundo, y el propio moribundo asiste al comba- r(' como un extraño, aunque sea él mismo el que está en lu('go. Esta interpretación es sugerida por la composición ¡'r:ifica de la escena en los grabados delas artes moriendi. l)ero si se leen atentamente las leyendas que acompañan ('ros grabados, se percibe que se trata de otra cosa, y ésa es la ,,.'¡lrrnda interpretación. Dios y su corte están presentes para ,,,rrrprobar cómo se conducirá el moribundo en el curso de l,r prueba que se le propone antes de su último suspiro, y (lu(' va a determinar su destino en la eternidad. Esta prueba r 'nsiSte en una última tentación. El moribundo verá toda "rr vida, tal y como está contenida en el libro, y será tentado l'.r sca por la desesperación de sus faltas, por la 'vana gloria" rlt' suS buenas acciones, o por el amor apasionado a las cosas 4t
  • 14. y los seres. Su actitud, en el relámpago de ese momento fugi- tivo, borrará de golpe los pecados de toda su vida si rechaza la tentación, o, por el contrario, anulará todas sus buenas accio- nes si cede. La última prueba ha reemplazado el Juicio final. Aquí se imponen dos observaciones importantes. La primera concierne a la comparación que se opera en- tonces entre la representación tradicional de la muerte en el lecho y la del juicio individual de cada vida. Como hemos visto, la muerte en el lecho era un rito apaciguador, que solemnizaba el pasaje necesario, el "tránsito", y reducía las diferencias entre los individuos. El destino particular de tal moribundo no era algo que inquietara. Ocurrirá con él lo mismo que con todos los hombres; o por lo menos con to- dos los santos cristianos en paz con la Iglesia. Un rito esen- cialmente colecdvo. Por el contrario, el Juicio, aunque transcurriera en una gran acción cósmica al final de los tiempos, era particular de cada individuo, y nadie conocía su destino antes de que el juez hubiera decidido tras el pesaje de las almas y el alegato de los intercesores. La iconografia de las artes rnoriendi reune pues en la mis- ma escena la seguridad del rito colectivo y la inquietud de una interro gació n personal. La segunda observación se refiere a la relación cadavez más estrecha que se estableció entre la muerte y labiografía de cada vida particular. La relación tardó tiempo en impo- nerse. En los siglos xv y xv es definitiva, sin duda bajo el influjo de las órdenes mendicantes. En adelante se cree que cada hombre vuelve a ver toda su vida en el momento de morir, en una condensación. Thmbién se cree que su actitud ( n cse momento daráadicha biografia su sentido definitivo, ,,rr conclusión. Comprendemos entonces que si bien persiste hasta el siglo '.rr, la solemnidad ritual de la muerte en el lecho adoptó hacia lincs de la Edad Media, en las clases instruidas, un carácter .lr:rmático y una carga emocional de la que antes carecía. Sin embargo, observaremos que esta evolución reforzó el ¡',rpel del moribundo en las ceremonias de su propia muer- r.'. Sigue estando en el centro de la acción, que preside como .urtaño y determina por su voluntad. Las ideas cambiarán en los siglos xvll y xvnt. Bajo la ac- . irin de la Reforma católica, los autores espirituales lucharán (()ntra la creencia popular según la cual no era necesario r()nrarse demasiado trabajo para vivir virtuosamente, ya que rrrra buena muerte redimía todas las faltas. No obstante, no .lcjó de reconocerse una importancia moral a la conducta .1.'l moribundo y las circunstancias de su muerte. Hubo que ('s[)erar al siglo xx para que esta arraigada creencia fuera re- ¡'r imida, al menos en las sociedades industriales. n "-IMNSIDo" El tercer fenómeno que propongo como tema de reflexión rrrge en el mismo momento que las artes moriendi:laapari- , irin del cadáver -se decía "el transido", "la carroña"- en el .,rtc y la literatura.G A. Tenenti, La Vie et h Mort ) trauers I'art du xf siicle, op. cit.; del mismo ¡uro¡, IlSensodellzmorte...,op.cit.,págs. 139-1,84;J.Huizinga, LAutomne lu Moyen Age, Paris, Payot, 1975 (traducción). 42 43
  • 15. Resulta notable que en el arte, entre los siglos xv y xvr, la representación de la muerte bajo los rasgos de una mo- mia, de un cadáver a medias descompuesto, no esté tan extendida como se cree. Se encuentra sobre todo en la ilus- tración del Oficio de difuntos de los manuscritos del siglo xv, en la decoración parietal de las iglesias y los cemente- rios (la Danza de los muertos). Es mucho más rara en el arte funerario. El reemplazo del yacente sobre la tumba por un "transido" se limita a ciertas regiones como el Este de Francia o Alemania occidental, y es excepcional en Ita- lia y España. Jamás fue verdaderamente admitido como un tema común del arte funerario. Fue posteriormente, en el siglo xvtt, cuando el esqueleto o los huesos,la morte seccay no ya el cadáver en descomposición, ocuparon las tumbas e incluso ingresaron al interior de las casas, sobre las chi- meneas y los muebles. Pero la vulgarización de los objetos macabros, bajo la forma de cráneos y huesos, tiene a partir de fines del siglo xvt otra significación que la del cadáver putrefacto. Los historiadores se sintieron impactados por la aparición del cadáver y la momia en la iconografia. El gran Huizinga vio en esto una prueba de su tesis sobre la crisis moral del "otoño de la Edad Media". Hoy, en este horror ante la muerte, Tenenti reconoce más bien la señal del amor a la vida ("la vida plena') y de la perturbación del esquema cristiano. Mi interpretación se ubicará en la dirección de Tenenti. Antes de ir más lejos, debe observarse el silencio de los testamentos. Ocurre que los testadores del siglo xv hablan de su carroíra, y la palabra desaparece en el siglo xvI. De una manera general, no obstante, la muerte de los testa- nre ntos se relaciona con la concepción apacible de la muer- rt' cn el lecho. Aquí, el horror de la muerte fisica que podía significar el cadáver está totalmenre ausenre, lo cual per- rrrite suponer que también lo estaba de la mentalidad co- rrrúrn. En cambio, y esto es una observación capital, el horror ,lc la muerte fisica y de la descomposición es un tema fami- li:rr de la poesía de los siglos w y xvr. "Bolsa de excremen- tos", dice P. de Nesson (1383-1442). Oh canoña, sólo eres ignominia, ¿Quién te hará compañía? Lo que saldrá de tu licor Gusanos engendrados en la podredumbre De ru abyecta descomposición.7 Pero el horror no está reservado a la descomposición post ntortemi está intra uitam en la enfermedad, en la vejezz No tengo más qae los ltuesos, un esqueleto parezco Sin carne, sin músculos, sin pulpa,.. Mi cuerpo ua bacia abajo, donde todo se disgrega. Ya no se trata, como en los sermonarios, de intenciones rrroralizantes o pastorales, argumentos de predicadores. Los l)()etas toman conciencia de la presencia universal de la co- r rupción, que está en los cadáveres, pero también en el cur- t.r de la vida, en "las obras naturales". Los gusanos que co- Il de Nesson, "Vigiles des morts; paraphrase surJob", citado enlaAnthohgie poétique fangaise, Moyen Age, París, Garnier, 1967, vol. ll, pág. 184. 44 45
  • 16. { d men los cadáveres no vienen de la tierra sino del interior del cuerpo, de sus "licores" naturales: Cada conducto [del cuerpo] Hedionda materia produce Fuera del cuer?o continuamente.s La descomposición es la señal del fracaso del hombre, y sin duda éste es el sentido profundo de lo macabro, que lo convierte en un fenómeno nuevo y original. Para comprenderlo bien, es necesario partir de la noción contemporánea de fracaso, que desgraciadamente resulta de- masiado familiar en las sociedades industriales de hoy. Hoy en día, tarde o temprano,y cadavez más temprano, el adulto experimenta el sentimiento de que ha fracasado, que su vida de adulto no ha concretado ninguna de las pro- mesas de su adolescencia. Este sentimiento se halla en el ori- gen del clima de depresión que se extiende en las clases aco- modadas de las sociedades industriales. Y era totalmente aje- no a la mentalidad de las sociedades tradicionales, donde se moría como Roland o los campesinos deTolstoi. Ya no lo era para el hombre rico, poderoso o instruido de fines de la Edad Media. Sin embargo, entre nuestro sentimiento contempo- ráneo del fracaso personal y el de fines de la Edad Media existe una diferencia muy interesante. Hoy en día, nosotros no relacionamos nuestro fracaso vital con nuestra mortali- dad humana. La certidumbre de la muerte, la fragilidad de nuestra vida son ajenas a nuestro pesimismo existencial. 8 P de Nesson, citado por A. Tenenti en Il Senso delk morte'.., op. cit.' pág. r47. l'or el contrario, el hombre de fines de la Edad Media r('nía una conciencia muy aguda de que era un muerto en ',uspenso; que el plazo era corto y que la muerte, siempre l)r('sente en el interior de sí mismo, quebraba sus ambicio- r('s y envenenaba sus placeres. Y ese hombre tenía una pa- ,, r,in por la vida que hoy nos cuesta trabajo comprende r, aca- ',o fx)rQue la nuestra se ha vuelto más larga. "Hay que abandonar casa y vergeles y jardines...", de- , r,r Ronsard pensando en la muerte. ¿Quién de nosotros, .rrrrc la muerte, lamentará su casita en Florida o su granja ,l, Virginia? El hombre de las épocas protocapitalistas -es ,1,. ir cuando la mentalidad capitalista y tecnológica estaba .n ví¿ls de formación y aún no constituida (acaso no lo esté .¡rrrcs del siglo xvrrr)-, ese hombre tenía un amor insensa- r,r, visceral, por las temporalia; y por temporalia se enten- ,lr.r, iuntos y mezclados, las cosas, los hombres, los caballos v los perros. Llegamos ahora a un momento de nuesrro análisis don- ,lt' podemos exrraer alguna conclusión general de los pri- nr('ros fenómenos observados: el Juicio final, la última ¡',rr.'ba de las artes moriendi, el amor a la vida ilustrado I'.r' los temas macabros. Durante la segunda mitad de la I ,l,rcl Media, enrre los siglos xu y xv, se produjo una re- , ,'¡rciliación entre tres categorías de representación men- r.rl: la de la muerre, la del conocimiento de cada uno de '.rr ¡'r'opia biografía y la del apego apasionado a las cosas y 1,,., r¡¡s5 que se poseyeron en vida. La muerte se convirtió , n .'l sitio donde el hombre adquirió mayor conciencia ,l, sí rnismo. 46 47
  • 17. 'l d LAS SEPULTURAS El último fenómeno qup nos resta examinar confirma esa tendencia general. Se refiere a las tumbas, o más precisa- mente a la individtalización de las sepulturas.e No hay mucho margen para el error si decimos que en la Roma antigua todos, incluso los esclavos, tenlan un espacio de sepultura (loculu), y que este espacio a menudo estaba señalado por una inscripción. Las inscripciones funerarias son innumerables; y lo siguen siendo a comienzos de la épo- ca cristiana. Significan el deseo de conservar la identidad de la tumba y la memoria del desaparecido. Alrededor del siglo v comienzan a escasear; y más o me- nos rápidamente, según los lugares, desaparecen. A menudo los sarcófagos de piedra, además de los nom- bres de los difuntos, incluían sus retratos. Los retratos tam- bién desaparecen, de modo que las sepulturas se vuelven com- pletamente anónimas. Esta evolución no debe sorprendernos, luego de lo que dijimos en la exposición anterior acerca del entierro ad sanctos, el difunto era confiado a la Iglesia, que se hacia cargo de él hasta el momento en que resucitara. Los cementerios de la primera mitad de la Edad Media, incluyen- do los más tardíos donde persistieron las costumbres antiguas, son acumulaciones de sarcófagos de piedra, en ocasiones es- culpidos pero casi siempre anónimos; de modo que, a falta de enseres funerarios, no es fácil fecharlos. Sin embargo, a partir del siglo xII -y en ocasiones un poco antes- reencontramos las inscripciones funerarias que e E. Panofsky, op. cit. ¡'r.icticamente hablan desaparecido durante alrededor de rr,rvccientos años. I)rimero reaparecieron sobre las tumbas de los personajes rlr¡stres, es decir santos o asimilados a los santos. Estas tum- l',rs, al comienzo muy escasas, se vuelven más frecuentes en , l siglo xul. La losa de la tumba de la reina Matilde, primera r,'irra normanda de Inglaterra, está adornada con una breve rrrst'r'ipción. (lon la inscripción también reaparece la efigie, sin que ( r:r sea realmente un retrato. Evoca al beatificado o al elegi- r h r lcposando a la espera del Paraíso. En la época de San Luis ,,, volverá más realista y se esforza rá por reproducir los ras- ¡',,r clel ser vivo. Finalmente, en el siglo xv, intensificará el r,',rlismo hasta reproducir una mascarilla tomada sobre la , .u:r del difunto. Para cierta categoría de personajes ilusffes, , lt:rigos o laicos -los únicos que tenían grandes tumbas es- , rrlpidas-, se pasó por lo tanto del completo anonimato a la I'rcvc inscripcióny el retrato realista. El arte funerario evo- lr, ionó hacia una mayor personalización hasta comienzos ,1,'l siglo xvII, y el difunto puede enronces ser representado ,1,'s veces en la misma tumba: yacente y orando. Irstas tumbas monumentales son muy conocidas entre ilr )sotros, porque pertenecen a la historia del arte de la escul- rr¡r,r. En verdad, no son demasiado numerosas como para { .u;rcrterizar un hecho de la civilización. Pero poseemos algu- rr,,s indicios que nos hacen pensar que la evolución general ',rlirri<i la misma dirección. En el siglo xrrr, al lado de esas rurrrbas monumentales, vemos que se multiplican pequeñas ¡rl,rr:rs de 20 a 40 cm de lado que se aplicaban contra el r',rrr,r de la iglesia (en el interior o el exterior) o conrra un 48 49
  • 18. pilar. Estas placas son poco conocidas porque fueron desde- ñadas por los historiadores del arte. La mayoría ha desapare- cido; pero son sumamente interesantes para el historiador de las ideas. Constituyeron la forma de monumento funera- rio más extendida hasta el siglo xr.lit. Algunas son simples inscripciones en latín o en francés: aquí yace Fulano, muer- to en tal fecha, y su función. Otras, un poco más grandes, incluyen además de la inscripción una escena donde el di- funto es representado a solas o con su santo patrono, ante Cristo o en medio de una escena religiosa (crucifixión, Vir- gen de la misericordia, resurrección de Cristo o deLázaro, Jesús en el monte de los Olivos, etcétera). Estas placas murales son muy frecuentes en los siglos xu, xvu y xvIII, y nuestras iglesias estaban completamente tapizadas con ellas. Tladu- cen la voluntad de individualizar el lugar de la sepultura y perpetuar en ese sitio.el recuerdo del difunto.l0 En el siglo xvut, las placas con una inscripción sencilla se vuelven cadavez más numerosas; al menos en las ciudades, donde a los artesanos -esa clase media de la época- les inte- resaba a su vez salir del anonimato y conservar la identidad después de la muerte.ll Sin embargo, esas placas en las tumbas no eran el único medio -y lal.vezni siquiera'el más difundido- de perpetuar el recuerdo. En su testamento, los difuntos preveían servicios religiosos perpetuos paralasalvación de su alma. A partir del siglo xri y hasta el x'II, los testatarios (en vida) o sus herederos Se encuentran buena cantidad de dichos "cuadros" o placas en la capilla de Saint-Hilaire en Marville, en las Ardenas francesas. En Toulouse, en el claustro de la iglesia de los jacobinos, puedeverse: tumba de X, maestro tonelero, y su familia. lri. icron grabar en una placa de piedra (o de cobre) los térmi- r r,,s de la donación y los compromisos del cura y de la parro- ,¡rri:r. Esas placas de fundación eran por lo menos tan signifi- r .rr¡vas como los "aquí yace". En ocasiones ambos estaban com- l,irrrrdos; y orras veces la placa de fundación era suficiente y no lr.rlrírr "aquí yace". Lo que importaba era la evocación de la r, k'nridad del difunto y no el reconocimiento del lugar exacto r l,rrde estaba depositado el cuerpo.12 lrl estudio de las tumbas confirma enronces lo que nos .rrs('íraron los Juicios finales, las artes moriendi y los temas l:n la iglesia de Andres¡ cerca de Pontoise, puede verse un "cuadro,' cuya lrrnción es recordar las disposiciones restamentarias del donador. Bajo sus .rnnas está grabada la siguiente inscripción: ''tl la gloria de Dios, a h memoria de las cinco heridas de N[uesnoJ S[eñorJ llrcúsl Cfristo]. ''(.llaude Le Page, escudero, señor de la Chapelle, antiguo conductor de la I Lrytrcn¿e, mdestro cantinero del Rey, antiguo ayuda de cámara y guardarropa ,lrl dfunto Seño4 hermano único de S[u] Mtajaadl Luis 14, a quien sir)ió t/oc años, hasta su deceso, y luego continuó el mismo seruicio ante monseñor el I )tulue de Orleans su hijo, fundó a perpetuidad p ara el descanso de su alma, ,h sus parientes y amigos, todos los rneses del año una misa el 6 d¿ cada mes en /,t mpilk de San Juan, una de las cuales será mayor, el día dz S[anJ Ckudio, ,r h que asistirán 5 pobres y un muchacho para resltonder a ltx dichas misas, a ,¡ttienes los mayordomos ddrán a cada uno de los seis 5 ochauos, uno de los , tilet entregarán como ofenda. " lbdo lo cual es concedido por los señores caras, mayordomos a cargo 1t ancianos ,l, k parroquia S[anJ Germán de Andrery, lo cual es más ampliamente explicado /'or el contrato frmado el 27 de enero de 1703 ante M, [maesesJ Baitty y I )Lsforges, notarios en el Chatelet de Paris. 'l:src epitafo fie establecido por solicitud delfundador, de setenta y nueue años ,lt dad, el 24 de enero de 1704." rlgunos meses más tarde se añadió "y fallecido el 24 de diciembre del rnisrno año". I I l0 ll t0 5r
  • 19. macabros: se estableció una relación, desconocida antes del siglo x, entre la muerte de cada uno y la conciencia que éste aJoptab" de su individualidad. Hoy se admite que entre el año Mil y el siglo xlt 'te realizó una mutación histórica muy importante", como lo dice el medievalista contemporáneo M' Pacaultr "l,a manera en que los hombres aplicaron su reflexión a cuanto los rodeaba y concernía se transformó profundamente, mientras que los mecanismos mentales -la forma de razonar, de captar las realidades concreras o abstractas y de concebir las ideas- evolucionaban radicalmente". I 3 Aquí captamos dicho cambio en el espejo de la muerte: specalum mortis,podríamos decir a la manera de los autores de h epocr. En el espejo de su propia muerte cada hombre redes- ..rbría el secreto de su individualidad. Y esta relación, que había sido entrevista por laAntigiiedad grecorromana y más Pafticu- larmente por el epicureísmo, y que luego se había perdido, no dejó desde enronces de impresionar a nuesrra ciülización occi- dental. El hombre de las sociedades tradicionales, que era el de la dta Edad Media pero también el de todas las culturas PoPu- lares y orales, se resignaba sin demasiada pena a la idea de que todos somos mortales. Al promediar la Edad Media, el hom- bre occidental rico, poderoso o letrado, se reconoce a sí mis- mo en su muerte: ha descubie no la rnuerte propia.l4 t-l M. Pacault, "De I'aberration ir la logique: essai sur les mutations de quelques structures ecclésiastiques", Reuue historique'vol. CC)OCüI, 1972, pág' 313' P Ariés, "Richesse et pauvreté devant la mort au Moyen Age", en M' Mollat' Erudes sur I'histoire di la pauureté' Patís, Publicaciones de la Sorbona, 1974' págs. 510-524; (,re. .n ert. libro "Riqueza y pobreza ante la muerte en la ^na"a V.al""¡. P Ariés, "Huizinga et les thémes macabres", Colloque Huizinga, Gravengage, 1973, págs.246-257; (ver en este libro"Huizinga y los temas macabros"), La rnuerte d¿l ono lrn las dos exposiciones anteriores ilustramos dos actitudes ,rrr.' la muerte. La primera, alavez la m¡ís antigua y la más , r('ndida y común, es la resignación familiar al destino colec- r,',, rle la especie y puede resumirse en esta fórmula: Et tttttt'io'ilur, todos moriremos. La segunda, que aparece en el ',r¡,lo n, traduce la importancia reconocida durante todo el r,rrscurso de los tiempos modernos a la existencia individual, l)rft'cle condensarse en esta otra formula: la muerte proPia. A ¡rartir del siglo xlur, el hombre de las sociedades occiden- r.rl,s tiende a dar un sentido nuevo a la muerte. La exdta, la ,lr,rrrntiza, pretende que sea impresionante y acaparadora. Pero .rl r¡ risrno tiempo no esráya an preocupado porsu propiamuerte, r l.r ¡nuerte romántica, retórica, es ante todo I¿ muerte d¿l otrq r I or lr) cuyo lamento y recuerdo inspiran en los siglos xx y >x el ,',¡,'v,r culto de las tumbas y los cementerios. I ln gran fenómeno ocurrió entre los siglos xr,'r y xvttt, '¡r('('vocaremos aquí aunque no tengamos tiempo suficien- r' l),u'a analizarlo en detalle. No ocurrió en el mundo de los lr,, lr<¡s concretos, fácilmente identificables y mensurables ¡',rr t'l historiador. Ocurrió en el mundo oscuro y extrava- l4 52 53